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6,4
155
9
28 de junio de 2020
28 de junio de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algo salvaje es una película fuera de lo común, como lo era su recientemente fallecido director Jack Garfein, un judío ucraniano superviviente de los campos de exterminio nazis (el único de toda su familia) y que, una vez en Estados Unidos, desarrolló una importante carrera como director teatral e impulsor del célebre Actor’s Studio. Sólo dirigió dos películas, El extraño (donde abordaría el tema de la homosexualidad) y Algo salvaje, protagonizada por su pareja Carroll Baker. Garfein tuvo que acostumbrarse a burlar una censura estadounidense cuyo puritanismo, racismo y fanatismo estableció unos patrones de tratamiento de argumentos y personajes difíciles de evitar. De hecho, la crítica no fue nada comprensiva con esta película.
Tras unos magníficos títulos de crédito diseñados por el gran Saul Bass, y centrados en los movimientos de una ciudad deshumanizada y hostil, el conflicto arranca sin demasiados preámbulos: una estudiante introvertida, Mary Ann Robinson (soberbia Carroll Baker) que vive dominada por una madre exasperada e hiperprotectora, es asaltada y violada por un desconocido de regreso a casa. La escena de la violación es seca y cruda, y será el determinante de un cambio radical en la vida de la chica. Garfein opta por un desarrollo detallista y convincente de la psicología de los personajes, muy propia del Método teatral: importa el detalle de los gestos y acciones, los silencios, las miradas reveladoras, la asimilación de las reacciones y la verosimilitud de las acciones. A pesar de la buena banda sonora del famoso compositor Aaron Copland, es en los silencios interiores y en el apabullante ruido exterior donde el dramatismo de la soledad indefensa alcanza sus cotas más tensas, gracias también a una excelente fotografía de Eugen Schüfftan, de bellos claroscuros.
Asistimos al desarrollo del fuerte estrés postraumático de Mary Ann, que no cuenta nada a su familia y, presa de un agobio insoportable y de un terrible miedo al contacto humano, decide escaparse de casa, sin rumbo ni objetivo, para buscarse la vida: empleos mal pagados, pensiones sórdidas y compañeras y vecinas hostiles la llevan al límite del suicidio. Es salvada por Mike (interpretado por un teatral y ambiguo Ralph Meeker), un mecánico fracasado y borracho, que la acoge en su miserable vivienda para después secuestrarla. Mary Ann le golpea y le salta un ojo cuando regresa borracho a casa e intenta abalanzarse sobre ella. Las escenas del cautiverio, con sus silencios y sus acciones dilatadas, provocan una dilatada angustia sólo rota por saber el final: ¿qué es lo que quiere realmente el secuestrador de Mary Ann y qué hará esta? El desenlace puede ser controvertido y no gustar demasiado hoy día, pero como le dice Mary Ann a su escandalizada madre: lo que ha pasado, ha pasado. Y no sabemos si es lo que tenía que pasar, si la decisión final de Mary Ann es producto del síndrome de Estocolmo o si, sencillamente, se han subvertido las reglas y la moral y es entonces, y no antes, cuando Mary Ann encuentra libremente el sentido a su vida.
Película interesante, absorbente, muy bien filmada, insólita para su época pero contundente y veraz, un descenso a los infiernos que al final no lo es, y eso a veces descoloca porque no sabemos dónde estaba realmente el infierno.
Tras unos magníficos títulos de crédito diseñados por el gran Saul Bass, y centrados en los movimientos de una ciudad deshumanizada y hostil, el conflicto arranca sin demasiados preámbulos: una estudiante introvertida, Mary Ann Robinson (soberbia Carroll Baker) que vive dominada por una madre exasperada e hiperprotectora, es asaltada y violada por un desconocido de regreso a casa. La escena de la violación es seca y cruda, y será el determinante de un cambio radical en la vida de la chica. Garfein opta por un desarrollo detallista y convincente de la psicología de los personajes, muy propia del Método teatral: importa el detalle de los gestos y acciones, los silencios, las miradas reveladoras, la asimilación de las reacciones y la verosimilitud de las acciones. A pesar de la buena banda sonora del famoso compositor Aaron Copland, es en los silencios interiores y en el apabullante ruido exterior donde el dramatismo de la soledad indefensa alcanza sus cotas más tensas, gracias también a una excelente fotografía de Eugen Schüfftan, de bellos claroscuros.
Asistimos al desarrollo del fuerte estrés postraumático de Mary Ann, que no cuenta nada a su familia y, presa de un agobio insoportable y de un terrible miedo al contacto humano, decide escaparse de casa, sin rumbo ni objetivo, para buscarse la vida: empleos mal pagados, pensiones sórdidas y compañeras y vecinas hostiles la llevan al límite del suicidio. Es salvada por Mike (interpretado por un teatral y ambiguo Ralph Meeker), un mecánico fracasado y borracho, que la acoge en su miserable vivienda para después secuestrarla. Mary Ann le golpea y le salta un ojo cuando regresa borracho a casa e intenta abalanzarse sobre ella. Las escenas del cautiverio, con sus silencios y sus acciones dilatadas, provocan una dilatada angustia sólo rota por saber el final: ¿qué es lo que quiere realmente el secuestrador de Mary Ann y qué hará esta? El desenlace puede ser controvertido y no gustar demasiado hoy día, pero como le dice Mary Ann a su escandalizada madre: lo que ha pasado, ha pasado. Y no sabemos si es lo que tenía que pasar, si la decisión final de Mary Ann es producto del síndrome de Estocolmo o si, sencillamente, se han subvertido las reglas y la moral y es entonces, y no antes, cuando Mary Ann encuentra libremente el sentido a su vida.
Película interesante, absorbente, muy bien filmada, insólita para su época pero contundente y veraz, un descenso a los infiernos que al final no lo es, y eso a veces descoloca porque no sabemos dónde estaba realmente el infierno.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Mike secuestra a Mary Ann porque se ha enamorado de ella al salvarle la vida, quiere casarse y dar una última oportunidad a una vida miserable y sin sentido. Mary Ann, al principio, confía en él, pero luego vive aterrorizada con su secuestro y el miedo de una posible violación (fantástica la escena de la pesadilla). El espectador espera alguna acción desesperada de Mary Ann para salir, pero se encuentra con una aceptación resignada que desconcierta. Por fin, Mike deja la puerta abierta y Mary Ann escapa. No vuelve a su casa. Recupera la felicidad de andar por la calle y vuelve a dirigirse amablemente a la gente. Es entonces cuando decide regresar a la casa de Mike, que está hundido. ¿Por qué regresa? Regresa por él, porque ella también se ha enamorado y porque ambos pueden redimirse mutuamente de sus vidas. Se casan en secreto y van a tener un hijo. Mary Ann escribe a su madre y esta se escandaliza cuando va a visitarla: su hija ya es una mujer que vive libremente su vida y no una niña que sigue las directrices maternas. La escena final, con Mary Ann abrazando a su madre y tomando el brazo de su marido, puede ser controvertida. ¿Es la redención por amor un final feliz o no? Porque ya sabemos que quien se mete a redentor suele acabar crucificado, sobre todo si se es una mujer con un tipo dominador y machista, aunque ¿dónde estaría Mary Ann si Mike no hubiera aparecido en su vida?

5,4
1.916
7
6 de agosto de 2013
6 de agosto de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se suele decir que esta adaptación de la novela de Antonia S. Byatt es fría, y sí, lo es en cierto modo, pero es que la vida común y corriente suele serlo también, y el encanto de esta película es descubrir tras la vulgar normalidad los destellos, versos y secretos que hacen de una historia una historia única, no por lo que sucede, sino por las palabras en que se convierte.
Evidentemente, es una novela difícil de adaptar al cine. Además de ser una historia que se cuenta con palabras, la novela se centra en las mismas palabras gracias a las cuales hay una historia, y que sólo cobran verdadero sentido al recrearse mediante la lectura. Mal se casa esto, además, con poco más de hora y media de duración, lo que obliga a abreviar mucho y perder los matices de la progresión narrativa. La película no es redonda, desde luego, pero el director Neil Labute la filma con elegancia, apoyado en buenos actores, cuidada fotografía y un lenguaje visual convincente, centrado más en la sugerencia de las miradas que en la exhibición de los hechos.
Quien haya estudiado Filología comprenderá perfectamente el tufo engreído, anodino y envidioso que a menudo rodea a la investigación literaria. Los clásicos, en ciertas y eruditas manos, se elevan a los altares al tiempo que se acartonan y el pálpito de sus palabras se ahoga en un pormenorizado y aburrido análisis. Este es el punto de partida de la historia: un investigador joven, sensible y con ganas de hacer algo interesante, enfrentado al desdén de sus superiores, en torno al centenario de un poeta decimonónico consagrado y respetado por sus versos dedicados a su plácida y victoriana vida matrimonial. De repente, una carta de amor encontrada por azar y el descubrimiento de que todo lo que conocemos de este poeta puede ser sólo una máscara: detrás de su biografía conocida estaba su vida desconocida, y en esa vida hubo un amor secreto, un amor que cambiaría dramáticamente sus vidas y de todos los que les rodearon; un amor que inspiraría la verdad de muchos de los versos conocidos; un amor turbio y prohibido, verdaderamente romántico, enfrentado a la imagen idílica propia del romanticismo aburguesado y biempensante. Como ayuda para la investigación, una bella colega británica, descendiente además de la amante del poeta, fría y temerosa del amor, pero que abrirá su corazón según descubra lo que encerraba el de su antepasada. Cartas y más cartas descubiertas y compartidas, torrentes de versos que intentan sobrevivir al paso del tiempo y del silencio, las historias del pasado y el presente se entrelazan, y el amor surge hoy como surgió ayer. "Ningún ser humano puede estar en un fuego sin consumirse".
La doble pareja protagonista esconde la verdad tras el miedo y la culpa. En el pasado, el poeta Randolph Henry Ash (Jeremy Northan), atrapado entre dos mundos, el de su sufrida y reprimida esposa y el de Christabel Lamotte (Jennifer Ehle), la poeta libre y bisexual, de inolvidables ojos y elocuentes silencios, también atrapada entre lo que siente por él y por su celosa e infortunada amante Blanche (Lena Haidey). En el presente, el investigador Roland Michell (Aaron Eckhart), joven y entusiasta, que acabará rompiendo la frialdad de su compañera Maud Bailey (Gwyneth Paltrow), descendiente de Christabel, que no se suelta el pelo hasta el final, en todos los sentidos. El peso de la película recae sobre los actores, y estos transmiten con frescura y naturalidad las emociones, si bien la química funciona bastante mejor en Northan y Ehle.
"Posesión" es una película que, a pesar de un comienzo más bien pasable, va envolviendo poco a poco en la historia, dejando al final ganas de leer o releer el libro, que es una experiencia mejor, pero eso ya es otra historia, aunque con el mismo argumento.
Evidentemente, es una novela difícil de adaptar al cine. Además de ser una historia que se cuenta con palabras, la novela se centra en las mismas palabras gracias a las cuales hay una historia, y que sólo cobran verdadero sentido al recrearse mediante la lectura. Mal se casa esto, además, con poco más de hora y media de duración, lo que obliga a abreviar mucho y perder los matices de la progresión narrativa. La película no es redonda, desde luego, pero el director Neil Labute la filma con elegancia, apoyado en buenos actores, cuidada fotografía y un lenguaje visual convincente, centrado más en la sugerencia de las miradas que en la exhibición de los hechos.
Quien haya estudiado Filología comprenderá perfectamente el tufo engreído, anodino y envidioso que a menudo rodea a la investigación literaria. Los clásicos, en ciertas y eruditas manos, se elevan a los altares al tiempo que se acartonan y el pálpito de sus palabras se ahoga en un pormenorizado y aburrido análisis. Este es el punto de partida de la historia: un investigador joven, sensible y con ganas de hacer algo interesante, enfrentado al desdén de sus superiores, en torno al centenario de un poeta decimonónico consagrado y respetado por sus versos dedicados a su plácida y victoriana vida matrimonial. De repente, una carta de amor encontrada por azar y el descubrimiento de que todo lo que conocemos de este poeta puede ser sólo una máscara: detrás de su biografía conocida estaba su vida desconocida, y en esa vida hubo un amor secreto, un amor que cambiaría dramáticamente sus vidas y de todos los que les rodearon; un amor que inspiraría la verdad de muchos de los versos conocidos; un amor turbio y prohibido, verdaderamente romántico, enfrentado a la imagen idílica propia del romanticismo aburguesado y biempensante. Como ayuda para la investigación, una bella colega británica, descendiente además de la amante del poeta, fría y temerosa del amor, pero que abrirá su corazón según descubra lo que encerraba el de su antepasada. Cartas y más cartas descubiertas y compartidas, torrentes de versos que intentan sobrevivir al paso del tiempo y del silencio, las historias del pasado y el presente se entrelazan, y el amor surge hoy como surgió ayer. "Ningún ser humano puede estar en un fuego sin consumirse".
La doble pareja protagonista esconde la verdad tras el miedo y la culpa. En el pasado, el poeta Randolph Henry Ash (Jeremy Northan), atrapado entre dos mundos, el de su sufrida y reprimida esposa y el de Christabel Lamotte (Jennifer Ehle), la poeta libre y bisexual, de inolvidables ojos y elocuentes silencios, también atrapada entre lo que siente por él y por su celosa e infortunada amante Blanche (Lena Haidey). En el presente, el investigador Roland Michell (Aaron Eckhart), joven y entusiasta, que acabará rompiendo la frialdad de su compañera Maud Bailey (Gwyneth Paltrow), descendiente de Christabel, que no se suelta el pelo hasta el final, en todos los sentidos. El peso de la película recae sobre los actores, y estos transmiten con frescura y naturalidad las emociones, si bien la química funciona bastante mejor en Northan y Ehle.
"Posesión" es una película que, a pesar de un comienzo más bien pasable, va envolviendo poco a poco en la historia, dejando al final ganas de leer o releer el libro, que es una experiencia mejor, pero eso ya es otra historia, aunque con el mismo argumento.
7
23 de junio de 2019
23 de junio de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1978, TVE sorprendió gratamente a muchos niños (y escandalosamente a muchos adultos) con la emisión de 27 capítulos de esta serie de "mechas" (robots gigantes), creada por el gran Go Nagai seis años antes, en 1972. Las épicas aventuras del gigante de superaleación Z, pilotado por Koji Kabuto, contra los brutos mecánicos del Doctor Infierno y sus malvados lugartenientes (el Barón Ashler y el conde Brocken), tuvieron un abrupto final en septiembre de ese año, tras las mojigatas críticas recibidas por la excesiva violencia de los dibujos. A comienzos de 1979, TVE emitió los cinco episodios comprados y doblados que quedaban, que terminaban con el robo de la superaleación Z y la amenaza de un robot indestructible. Ahí se quedaron nuestras ganas y nuestro conocimiento del mundo mazingeriano. No sabíamos que en realidad la serie constaba de 92 capítulos (emitidos al fin por Tele 5 en 1991); que Afrodita A era destruida y sustituida por Diana A; que el paródico robot Boss era indestructible (cosas de Go Nagai); que al doctor Infierno, el conde Brocken y el Barón Ashura (que no Ashler) les sucedían tras su muerte las bestias semihumanas del imperio subterráneo de Mikene, comandadas por el Duque Gorgon y el general Negro, y que todo terminaba con la casi destrucción de Mazinger Z y su salvamento en el último momento por otro robot, Gran Mazinger, pilotado por un tal Tetsuya Tsurugui y creado por el padre de Koji (un cyborg creado a su vez por Juzo Kabuto, el abuelo de Koji y creador de Mazinger Z). No sabíamos nada. En España comercializaban un muñeco lanzamisiles que se parecía a Mazinger, pero no era Mazinger (era el Gran Mazinger). Tampoco sabíamos que, para completar o mejorar las historias, se realizaban mediometrajes llamados OVAs (Original Video Animation).
Para aclararlo todo, en 1979 se proyecta en los cines españoles una película llamada "Supermazinger Z", con doblaje español aunque actores distintos a los de la serie. Por fin, Koji tenía una voz masculina, porque mira que era machista, pero con la voz de Julia Gallego en la serie original hasta quedaba finolis. El cartel de la película mostraba a un Mazinger un tanto raro, con cabeza cornuda, alas propias en forma de M y pectoral como el de Mazinger. Normal: el diseñador tampoco sabía nada.
Esta película, que desconcertó a todo fan de Mazinger que se acercaba al cine, era en realidad la suma de tres OVAS: "Mazinger Z contra Devilman", "Mazinger Z contra el General Negro" (la mejor), y "Gran Mazinger contra Getter Robot", realizadas años antes. La primera era más o menos reconocible, la segunda era sorprendente pero abrumadora y la tercera era una incógnita: salvo Shiro y Boss, ¿de dónde demonios mikenenses había salido toda esa peña?
En "Mazinger Z contra Devilman" ("crossover" de ambas series), Mazinger Z y Afrodita salían a luchar contra las consabidas bestias mecánicas del doctor Infierno. A los cinco minutos Afrodita A saltaba por los aires, lo cual fue traumático. Aparecía un demonio gigante hablador, Devilman, que es en realidad un muchacho atormentado y altanero, Akira Fudo, expulsado del mundo de los demonios, con los que el Doctor Infierno (lógicamente) se alía en la busca de la derrota de Mazinger. Finalmente, se produce la batalla entre un montón de robots y demonios contra Mazinger. No estábamos acostumbrados a tanta bestia mecánica, y menos que al doctor Infierno se le llamara doctor Hell. Al final vence Mazinger, por supuesto, porque tiene que seguir para la siguiente OVA.
"Mazinger Z contra el General Negro" es quizá lo mejor que se dibujó en su día para nuestro gigante de japanium. Animación modernizada y estilizada, secuencias de batalla bien desarrolladas, dramatismo épico por doquier y guinda sentimental frustrada entre Koji y Sayaka. Era una forma de darle cuerpo al último capítulo de la serie de Mazinger, muy criticado por diseñar un fin cutre y rápido para un robot vencedor de muchas batallas y servir sólo de eslabón con la nueva serie de Gran Mazinger, robot mucho más poderoso pero mucho menos popular y conocido que su predecesor (Mazinger Z tuvo que intervenir finalmente en varios capítulos para levantar la moral). Aparece un misterioso profeta (Kenzo Kabuto) que anuncia la destrucción del mundo, mientras las bestias mecánicas de Mikene (originales robots con cabeza humana parlante) destruyen Nueva York, París, Londres, Moscú y Tokio por tierra, aire y mar, a las órdenes del duque Gorgon (villano que aparecía en los últimos capítulos de la serie original). Mazinger Z a duras penas logra vencer en la primera embestida, aunque resulta muy dañado. Será el abrumador segundo ataque dirigido por Velva Infernal, lugarteniente del General Negro, el que casi destruya a Mazinger, finalmente salvado por el poderoso robot Supermazinger Z, que en realidad se llamaba Gran Mazinger, pero los dobladores tampoco sabían nada. La que sí resulta destruida es Afrodita A, una Afrodita muy rara aunque mejor dotada. En realidad era el nuevo robot Diana A, pero eso, que no sabíamos.
Por último, desaparece casi todo el mundo de Mazinger (salvo Shiro, Boss y su eterno robot payasete) en "Mazinger Z contra Getter Robo", otro "crossover" muy libre de ambas series. En esta aventura, Tetsuya y Gran Mazinger, con la ayuda de la dulce Jun Hono y su robot femenino con melena metálica Venus A (y ya iban tres robots femeninos, aunque este sí sobrevivía), se enfrentan a una bestia comemetal con la conflictiva ayuda de Getter Robo, en realidad una suma de tres mechas en forma de águila, jaguar y oso, pilotados por tres judokas que luchan contra el Imperio Dinosaurio.
No sabíamos, pero hoy, gracias a Internet, ya sabemos todo. Lo que casi nadie sabe es que el célebre grito de Sayaka "¡Pechos fuera!" no es una leyenda urbana. No aparece en la serie, pero sí en la segunda OVA, una sola vez, aunque con "planeador abajo", "puños fuera", "fuego de pecho" y "rayo láser" (que no, era fotónico), queda para nuestro recuerdo y afición.
Para aclararlo todo, en 1979 se proyecta en los cines españoles una película llamada "Supermazinger Z", con doblaje español aunque actores distintos a los de la serie. Por fin, Koji tenía una voz masculina, porque mira que era machista, pero con la voz de Julia Gallego en la serie original hasta quedaba finolis. El cartel de la película mostraba a un Mazinger un tanto raro, con cabeza cornuda, alas propias en forma de M y pectoral como el de Mazinger. Normal: el diseñador tampoco sabía nada.
Esta película, que desconcertó a todo fan de Mazinger que se acercaba al cine, era en realidad la suma de tres OVAS: "Mazinger Z contra Devilman", "Mazinger Z contra el General Negro" (la mejor), y "Gran Mazinger contra Getter Robot", realizadas años antes. La primera era más o menos reconocible, la segunda era sorprendente pero abrumadora y la tercera era una incógnita: salvo Shiro y Boss, ¿de dónde demonios mikenenses había salido toda esa peña?
En "Mazinger Z contra Devilman" ("crossover" de ambas series), Mazinger Z y Afrodita salían a luchar contra las consabidas bestias mecánicas del doctor Infierno. A los cinco minutos Afrodita A saltaba por los aires, lo cual fue traumático. Aparecía un demonio gigante hablador, Devilman, que es en realidad un muchacho atormentado y altanero, Akira Fudo, expulsado del mundo de los demonios, con los que el Doctor Infierno (lógicamente) se alía en la busca de la derrota de Mazinger. Finalmente, se produce la batalla entre un montón de robots y demonios contra Mazinger. No estábamos acostumbrados a tanta bestia mecánica, y menos que al doctor Infierno se le llamara doctor Hell. Al final vence Mazinger, por supuesto, porque tiene que seguir para la siguiente OVA.
"Mazinger Z contra el General Negro" es quizá lo mejor que se dibujó en su día para nuestro gigante de japanium. Animación modernizada y estilizada, secuencias de batalla bien desarrolladas, dramatismo épico por doquier y guinda sentimental frustrada entre Koji y Sayaka. Era una forma de darle cuerpo al último capítulo de la serie de Mazinger, muy criticado por diseñar un fin cutre y rápido para un robot vencedor de muchas batallas y servir sólo de eslabón con la nueva serie de Gran Mazinger, robot mucho más poderoso pero mucho menos popular y conocido que su predecesor (Mazinger Z tuvo que intervenir finalmente en varios capítulos para levantar la moral). Aparece un misterioso profeta (Kenzo Kabuto) que anuncia la destrucción del mundo, mientras las bestias mecánicas de Mikene (originales robots con cabeza humana parlante) destruyen Nueva York, París, Londres, Moscú y Tokio por tierra, aire y mar, a las órdenes del duque Gorgon (villano que aparecía en los últimos capítulos de la serie original). Mazinger Z a duras penas logra vencer en la primera embestida, aunque resulta muy dañado. Será el abrumador segundo ataque dirigido por Velva Infernal, lugarteniente del General Negro, el que casi destruya a Mazinger, finalmente salvado por el poderoso robot Supermazinger Z, que en realidad se llamaba Gran Mazinger, pero los dobladores tampoco sabían nada. La que sí resulta destruida es Afrodita A, una Afrodita muy rara aunque mejor dotada. En realidad era el nuevo robot Diana A, pero eso, que no sabíamos.
Por último, desaparece casi todo el mundo de Mazinger (salvo Shiro, Boss y su eterno robot payasete) en "Mazinger Z contra Getter Robo", otro "crossover" muy libre de ambas series. En esta aventura, Tetsuya y Gran Mazinger, con la ayuda de la dulce Jun Hono y su robot femenino con melena metálica Venus A (y ya iban tres robots femeninos, aunque este sí sobrevivía), se enfrentan a una bestia comemetal con la conflictiva ayuda de Getter Robo, en realidad una suma de tres mechas en forma de águila, jaguar y oso, pilotados por tres judokas que luchan contra el Imperio Dinosaurio.
No sabíamos, pero hoy, gracias a Internet, ya sabemos todo. Lo que casi nadie sabe es que el célebre grito de Sayaka "¡Pechos fuera!" no es una leyenda urbana. No aparece en la serie, pero sí en la segunda OVA, una sola vez, aunque con "planeador abajo", "puños fuera", "fuego de pecho" y "rayo láser" (que no, era fotónico), queda para nuestro recuerdo y afición.

7,0
561
5
2 de julio de 2019
2 de julio de 2019
7 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que la mayoría de la gente no se ha leído la considerada obra maestra de la literatura española no sería tan reprobable si no se pretendiera presumir de la ignorancia, y decir como se dice que la tan libre como sobrevalorada versión de Grigori Kozintsev sigue fielmente la novela o es su mejor adaptación, es de risa o típica de comentario pedorro en película de culto.
Es una versión curiosa, eso sí, rodada en unas cuantas localizaciones soleadísimas de Crimea que, junto a la iluminación de interiores y la declamación de método de los intérpretes, le dan un aire manifiestamente teatral, sólo roto en algunas animadas escenas de masas como las de la venta o la ínsula Barataria. El rodaje en sovcolor le da esa pátina de época que acentúa la sensación de irrealidad.
La novela de Cervantes es deconstruida por el guionista Yevgeni Shvarts a conciencia, comprimida en unos 100 minutos y redimensionada con personajes y episodios que se alteran, mezclan y desvirtúan hasta el punto de que, a pesar del vestuario y la escenografía, bastante cuidados, el don Quijote que vemos está muy lejos del don Quijote que conocemos. La primera parte de la novela, una vez han salido Don Quijote y Sancho de aventuras, es despachada deprisa, teatralmente, con escenas domésticas del cura, el barbero, el ama y la sobrina comentando las andanzas que no vemos, salvo las del niño maltratado, la venta de Maritornes y los cautivos liberados, bastante bien rodadas. La dama vizcaína se aprovecha para enlazarla con la Altisidora de la segunda parte, y se hace entrar como personaje a una simpática Aldonza Lorenzo, que no aparece en la novela al ser un mero recuerdo de don Quijote, pero que se aprovechará en la escena final para hacerla aparecer de Dulcinea con un horroroso vestido coronado por unos cuernos que ni los de la emérita Sofía, un diseño merecedor de una temporadita en Siberia.
¿Y los molinos? Ah, sí, al final, y no son gigantes, sino el mago Freston (no Frestón, toma doblaje). A continuación, y en mitad del desierto, viene el Caballero de la Blanca Luna, derriba a un medio desmayado don Quijote, se quita el casco y se revela como el bachiller Sansón Carrasco, lo mismito que en la obra cervantina, que para eso dicen algunas críticas que esta versión sigue fielmente la novela.
La escena final, con don Quijote solo, un almendro en la ventana y fantasmas que toman cuerpo alrededor es visualmente preciosa, hasta que aparece la cornuda Dulcinea y envía la magia al tercio de banderillas.
¿Los actores? El gran Nikolai Cherkasov (el inolvidable Iván el Terrible de Eisenstein) compone un don Quijote modélico de figura, sosegado, idealista, romántico, triste, que la moza Maritornes describe “como si fuera un niño”. Es una visión interesante del personaje, desde luego, pero su modo de hablar y hacer está más cerca de un héroe trágico teatral que del exaltado, impulsivo y noblemente loco personaje cervantino. Yuri Tolubeyev, pese a sus dotes y su esfuerzo, es un Sancho Panza más falso que un Cristo rubio de estampita, empezando por el pelo y terminando por sus modales payasetes, más propios del “gracioso” del teatro clásico que del rústico y entrañable escudero. Georgiy Vitsin es un Sansón Carrasco que ha confundido la película con una comedia musical y Bruno Freindlich es un duque hierático cual muñeco articulado.
En suma, no, Kozintsev no logró la mejor y más fiel adaptación de la novela. Como curiosidad de cómo se veía a don Quijote desde la óptica soviética no está mal y tiene escenas de mérito, pero al terminar la película se queda ahí, lejano y frío como la estepa rusa con la que concluye.
Es una versión curiosa, eso sí, rodada en unas cuantas localizaciones soleadísimas de Crimea que, junto a la iluminación de interiores y la declamación de método de los intérpretes, le dan un aire manifiestamente teatral, sólo roto en algunas animadas escenas de masas como las de la venta o la ínsula Barataria. El rodaje en sovcolor le da esa pátina de época que acentúa la sensación de irrealidad.
La novela de Cervantes es deconstruida por el guionista Yevgeni Shvarts a conciencia, comprimida en unos 100 minutos y redimensionada con personajes y episodios que se alteran, mezclan y desvirtúan hasta el punto de que, a pesar del vestuario y la escenografía, bastante cuidados, el don Quijote que vemos está muy lejos del don Quijote que conocemos. La primera parte de la novela, una vez han salido Don Quijote y Sancho de aventuras, es despachada deprisa, teatralmente, con escenas domésticas del cura, el barbero, el ama y la sobrina comentando las andanzas que no vemos, salvo las del niño maltratado, la venta de Maritornes y los cautivos liberados, bastante bien rodadas. La dama vizcaína se aprovecha para enlazarla con la Altisidora de la segunda parte, y se hace entrar como personaje a una simpática Aldonza Lorenzo, que no aparece en la novela al ser un mero recuerdo de don Quijote, pero que se aprovechará en la escena final para hacerla aparecer de Dulcinea con un horroroso vestido coronado por unos cuernos que ni los de la emérita Sofía, un diseño merecedor de una temporadita en Siberia.
¿Y los molinos? Ah, sí, al final, y no son gigantes, sino el mago Freston (no Frestón, toma doblaje). A continuación, y en mitad del desierto, viene el Caballero de la Blanca Luna, derriba a un medio desmayado don Quijote, se quita el casco y se revela como el bachiller Sansón Carrasco, lo mismito que en la obra cervantina, que para eso dicen algunas críticas que esta versión sigue fielmente la novela.
La escena final, con don Quijote solo, un almendro en la ventana y fantasmas que toman cuerpo alrededor es visualmente preciosa, hasta que aparece la cornuda Dulcinea y envía la magia al tercio de banderillas.
¿Los actores? El gran Nikolai Cherkasov (el inolvidable Iván el Terrible de Eisenstein) compone un don Quijote modélico de figura, sosegado, idealista, romántico, triste, que la moza Maritornes describe “como si fuera un niño”. Es una visión interesante del personaje, desde luego, pero su modo de hablar y hacer está más cerca de un héroe trágico teatral que del exaltado, impulsivo y noblemente loco personaje cervantino. Yuri Tolubeyev, pese a sus dotes y su esfuerzo, es un Sancho Panza más falso que un Cristo rubio de estampita, empezando por el pelo y terminando por sus modales payasetes, más propios del “gracioso” del teatro clásico que del rústico y entrañable escudero. Georgiy Vitsin es un Sansón Carrasco que ha confundido la película con una comedia musical y Bruno Freindlich es un duque hierático cual muñeco articulado.
En suma, no, Kozintsev no logró la mejor y más fiel adaptación de la novela. Como curiosidad de cómo se veía a don Quijote desde la óptica soviética no está mal y tiene escenas de mérito, pero al terminar la película se queda ahí, lejano y frío como la estepa rusa con la que concluye.
8
10 de julio de 2020
10 de julio de 2020
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En los años 70 era común aprovechar el tirón comercial de series o películas de éxito para rebautizar cintas desconocidas por no haberse estrenado. De este modo, tras el éxito televisivo de Mazinger Z se puso el nombre de “Maxinger X contra los monstruos” a la película recopilatoria de la serie del robot Groizer X y el nombre de “Mazinger Z, el robot de las estrellas” a la película y comics del robot Mach Baron. Análogamente, el exitazo de la película Star Wars provocó que la estadounidense Sandy Frank comprara los derechos de la serie japonesa Gatchaman y distribuyera el célebre refrito llamado “La batalla de los planetas”. Esto mismo pasó en España con “Acorazado Espacial Yamato” (Uchuu Senkann Yamato), una serie creada por el dibujante Leiji Matsumoto, nunca emitida y cuya película recopilatoria llegó a las pantallas de cine en 1978 con el nombre de “La guerra de los planetas”, similar a “La guerra de las galaxias” (la añeja traducción de Star Wars), película con la que compartió cartelera. La serie sí fue emitida en otros países con nombres diversos, como por ejemplo “Star Blazers” en Estados Unidos, “Nave espacial Argo” en Grecia (cómo no) y “Patrulla Estelar” en Brasil, aunque en España sigue siendo desconocida.
Esta es la película que resume los 26 capítulos de la primera temporada de la serie, dirigida por Toshio Masuda aunque con storyboard y guion de Leiji Matsumoto (alias “guerrero” de Reiji Matsumoto). Tras su éxito, este creó una segunda película (“Adiós, Acorazado Espacial Yamato”), quizá la mejor de todas, pero tan épica y seria que se cargaba a gran parte del elenco, por lo cual se realizó, a la inversa, una serie que desarrollaba la película pero alteraba el final de los personajes. Posteriormente siguieron otras películas con éxito progresivamente descendente. En 2009 y 2012 se resucitaron las series con modernos dibujos y en 2010 se realizó una película en imagen real con multitud de efectos especiales que seguía el esquema argumental de la primera, pero metía intertextos de otras películas del género y modernizaba los caracteres originales según los nuevos patrones de feminismo y diversidad.
El argumento es conocido: En el año 2199, la Tierra está en una situación crítica. Debido a los sistemáticos bombardeos con meteoritos de los gamilianos, una raza que lucha por su supervivencia en su planeta Gamilas (Gorgón en el doblaje latino), los mares se han evaporado y la superficie terrestre es un desierto contaminado por la radiación, que lentamente va infiltrándose en las ciudades subterráneas edificadas por los humanos supervivientes. A bordo del Acorazado Espacial Yamato, y sorteando toda clase de obstáculos que pondrán los ejércitos gamilianos comandados por Dessler desde sus bases en Marte o Plutón, un grupo de soldados liderados por Kodai (cuyo hermano murió en batalla) y a las órdenes del capitán Okita, tratarán de llegar (a través de la curvatura espacio-temporal) hasta Iskandar, un lejano planeta de la Nube de Magallanes donde la reina Starsha dispone del remedio anticontaminante, pero no de los medios para trasladarlo (aunque sí para haber enviado a su infortunada hermana con el mensaje y el medio para llegar).
El Yamato fue el mejor acorazado del Imperio japonés, hundido en 1945, símbolo del heroísmo, la grandeza y la derrota. El épico Matsumoto transforma las ruinas del barco en una nave espacial con supercañón que surca “los espacios siderales” (como rezaba el cartel de la película), a las órdenes del venerable y anciano Capitán Okita, vestido con uniforme tradicional de la Armada, y con jóvenes y heroicos soldados de atavío setentero que se enfrentan a unos enemigos humanoides de piel azul pero uniformes, ademanes, costumbres y hasta nombres que remiten a los nazis. Con todo, el honor se derrama a espuertas (incluso entre enemigos) y el sacrificio por una causa superior justifica toda acción. Las chicas, según el fetiche de Matsumoto, son rubias, esbeltas y delicadas, como Yuki Mori, la fiel compañera de Kodai, o Starsha, la glamurosa reina del planeta Iskandar. El vestuario es quizá lo que peor ha envejecido.
La característica principal de Leiji Matsumoto es su concepción épica a la japonesa de argumentos y personajes, una especie de sublimación del viejo espíritu samurai y una reliquia de aquel imperio que acabó derrotado en la Segunda Guerra Mundial. En esta película todo es serio, dramático y no hay mezcla de escenas cotidianas o comicidades tontas (salvo quizás el doctor Sado en algunas escenas). Entonces sorprendía el carácter tan poco infantil de unos dibujos animados (aún estábamos lejos de “Akira”) y hoy sorprendería aún más. Aunque hoy la técnica de animación ha mejorado mucho, la película sorprende por su excelente animación y sus poderosos y emotivos planos.
Mención aparte merece la gran banda sonora de Hiroshi Miyagawa. La carismática canción principal de la serie fue tan popular en Japón que llegó a considerarse su segundo himno y, aparte de los característicos temas épicos, destacan otros líricos y melancólicos, que evocan ese universo enorme en el cual una Tierra destruida y contaminada está a punto de acabar su historia.
Esta es la película que resume los 26 capítulos de la primera temporada de la serie, dirigida por Toshio Masuda aunque con storyboard y guion de Leiji Matsumoto (alias “guerrero” de Reiji Matsumoto). Tras su éxito, este creó una segunda película (“Adiós, Acorazado Espacial Yamato”), quizá la mejor de todas, pero tan épica y seria que se cargaba a gran parte del elenco, por lo cual se realizó, a la inversa, una serie que desarrollaba la película pero alteraba el final de los personajes. Posteriormente siguieron otras películas con éxito progresivamente descendente. En 2009 y 2012 se resucitaron las series con modernos dibujos y en 2010 se realizó una película en imagen real con multitud de efectos especiales que seguía el esquema argumental de la primera, pero metía intertextos de otras películas del género y modernizaba los caracteres originales según los nuevos patrones de feminismo y diversidad.
El argumento es conocido: En el año 2199, la Tierra está en una situación crítica. Debido a los sistemáticos bombardeos con meteoritos de los gamilianos, una raza que lucha por su supervivencia en su planeta Gamilas (Gorgón en el doblaje latino), los mares se han evaporado y la superficie terrestre es un desierto contaminado por la radiación, que lentamente va infiltrándose en las ciudades subterráneas edificadas por los humanos supervivientes. A bordo del Acorazado Espacial Yamato, y sorteando toda clase de obstáculos que pondrán los ejércitos gamilianos comandados por Dessler desde sus bases en Marte o Plutón, un grupo de soldados liderados por Kodai (cuyo hermano murió en batalla) y a las órdenes del capitán Okita, tratarán de llegar (a través de la curvatura espacio-temporal) hasta Iskandar, un lejano planeta de la Nube de Magallanes donde la reina Starsha dispone del remedio anticontaminante, pero no de los medios para trasladarlo (aunque sí para haber enviado a su infortunada hermana con el mensaje y el medio para llegar).
El Yamato fue el mejor acorazado del Imperio japonés, hundido en 1945, símbolo del heroísmo, la grandeza y la derrota. El épico Matsumoto transforma las ruinas del barco en una nave espacial con supercañón que surca “los espacios siderales” (como rezaba el cartel de la película), a las órdenes del venerable y anciano Capitán Okita, vestido con uniforme tradicional de la Armada, y con jóvenes y heroicos soldados de atavío setentero que se enfrentan a unos enemigos humanoides de piel azul pero uniformes, ademanes, costumbres y hasta nombres que remiten a los nazis. Con todo, el honor se derrama a espuertas (incluso entre enemigos) y el sacrificio por una causa superior justifica toda acción. Las chicas, según el fetiche de Matsumoto, son rubias, esbeltas y delicadas, como Yuki Mori, la fiel compañera de Kodai, o Starsha, la glamurosa reina del planeta Iskandar. El vestuario es quizá lo que peor ha envejecido.
La característica principal de Leiji Matsumoto es su concepción épica a la japonesa de argumentos y personajes, una especie de sublimación del viejo espíritu samurai y una reliquia de aquel imperio que acabó derrotado en la Segunda Guerra Mundial. En esta película todo es serio, dramático y no hay mezcla de escenas cotidianas o comicidades tontas (salvo quizás el doctor Sado en algunas escenas). Entonces sorprendía el carácter tan poco infantil de unos dibujos animados (aún estábamos lejos de “Akira”) y hoy sorprendería aún más. Aunque hoy la técnica de animación ha mejorado mucho, la película sorprende por su excelente animación y sus poderosos y emotivos planos.
Mención aparte merece la gran banda sonora de Hiroshi Miyagawa. La carismática canción principal de la serie fue tan popular en Japón que llegó a considerarse su segundo himno y, aparte de los característicos temas épicos, destacan otros líricos y melancólicos, que evocan ese universo enorme en el cual una Tierra destruida y contaminada está a punto de acabar su historia.
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