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Críticas 1.406
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
20 de octubre de 2019
43 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque haya situaciones problemáticas y condiciones humanas menos convencionales, que podríamos catalogar como complicadas, lo cierto es que no es lo mismo padecerlas en unas u otras partes del mundo. En Georgia, país con unos componentes tradicionalistas y religiosos que justifican los comportamientos homófonos es prácticamente un suicidio salir del armario y los caminos de la liberación, que son los que quiere transitar Merab, están llenos de maleza y zarzas, cuando no directamente de minas anti persona.

El director de orígen georgiano, aunque de nacimiento sueco, nos contaba en la rueda de prensa de esta 64 Seminci, que la idea de la película le surgió hace años cuando un día del orgullo gay una cincuentena de valientes quisieron manifestarse en la capital (Tiflis) y fueron casi linchados por un millar de ortodoxos que arremetieron contra ellos. Él, Levan Akin, desde su confort sueco, consideró que debía apoyar la causa de estos auténticos héroes.

Pero el segundo largometraje de este joven realizador no es tan solo un justo alegato a favor de las distintas orientaciones sexuales, es también un retrato de una sociedad desconfiada, harta de invasiones, que se envuelve en sus tradiciones para defenderse del exterior, porque el miedo y las guerras han acortado sus posibilidades de vuelo, y muchos jóvenes prefieren convertirse en “gordos y borrachos” antes que huir de la grisura a la que conducen la falta de libertad y oportunidades.
Hay que ser fuerte y osado para romper las cadenas y no todos encuentran en la oscura soledad, tras las puertas cerradas, el camino que conduce hacia la luz.

Los actores, novatos los principales, mantienen siempre encendida la llama de la credibilidad.
8 de diciembre de 2010
42 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo vi Espartaco, por primera vez, en un cine-teatro de Vitoria hace cerca de cuarenta años; un sábado, en una sesión doble y continua. Llovía, y sabíamos que no lo dejaría en toda la gris jornada, por lo que pertrechados de refrescos y bocadillos nos sumergimos en la oscuridad de la sala en pleno mediodía (12,30). Por la pantalla, en buena vecindad con romanos y gladiadores, cabalgaban en ese momento, sucios y malcarados vaqueros buscando los confines del desierto de Tabernas. En aquellos días solo nos planteábamos lo de la duración de las películas para elegir, en caso de duda, las más largas; considerando que a igual precio era más atractiva la cantidad que la calidad. Éramos apenas prófugos de la niñez pero un amor imprevisto había invadido ya nuestros corazoncitos: el cine. Precisamente una de nuestras antiguas novias imposibles fue Varinia (Jean Simmons), que prefirió a Espartaco (Kirk Douglas) y, también desde aquel día las túnicas, que resbalaban del cuerpo de las mujeres como peces de manos enjabonadas, pasaron a ser para nosotros un imprescindible fetiche sexual.

No recuerdo aquel spaghetti-wester pero nunca olvidaré las siete horas que anduve entre animosos esclavos, pérfidas legiones, triunfantes traidores, senadores intrigantes, cobardes mercaderes e irreductibles militantes de la libertad. Sé que si el líder tracio se hubiera dirigido en cualquier momento al patio de butacas, hubiera contado al menos con un centenar más de harapientos dispuestos para marchar contra el malvado imperialismo romano y la capital de la República. Quién sabe si alguno de nosotros hubiéramos podido con nuestras propias manos estrangular al ambicioso e insensible Craso (Laurence Olivier), e incluso tocar las sandalias y el corazón de la viuda más valiente y más apreciada de la vetusta Roma.

Hace muchos años que el Teatro Amaya perdió su particular guerra de audiencias y quedó convertido en bloques. La gran pantalla en la que compartimos aventuras pasó a convertirse en centenares de diminutos aparatos de televisión; y los amplios palcos, con olor a púrpura de cortinón, en salitas de estar y en comedores de un solo comensal. Todo ha cambiado salvo el indómito espíritu de Espartaco y la maestría de Stanley Kubrick para conseguir soldarnos a la silla y devolvernos a los años que importan; a aquellos, que como decía García Márquez, nos conocieron felices e indocumentados.
8 de julio de 2010
42 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pura hiel enlatada en celuloide nos ofrece Sydney Pollack en esta fantástica película que de ser en blanco y negro sería Neorrealismo del bueno.
Años treinta en USA, años de depresión. Algunos, pocos, han salido volando por las ventanas. Muchos otros vagan de calle en calle, de estado en estado, buscando la supervivencia. Un maratón de baile puede ser un lugar idóneo para escapar, durante unos días, de la intemperie. Pero nada es gratuito....

El paralelismo entre un caballo herido y un ser humano maltrecho es tan acertado que nunca hubo un cántico a la inocencia, tan veraz, como el que nos ofrece el bueno de Michael Sarrazin en su ineludible responsabilidad ante la agonía.

En este paseo hacia la Nada, el director nos lleva de la mano de una más que convincente Jane Fonda y unos tristes, rayando el patetismo, Susannah York, Red Buttons, Bruce Dern.....a la guarida del maestro de ceremonias Gig Young, bien resguardado por Michael Conrad y su ayudante, el mudo comedor de puros, el gran Al Lewis. Entre todos se encargarán de hacernos próxima la tortura. Tan próxima, que en cualquier momento tú o yo podemos estar girando en el angustioso carrusel de los perdedores, mientras otros con más fortuna lanzan algunas monedillas para engrasar el espectáculo.
Tal vez, tú o yo, convengamos entonces, también, que la muerte puede ser la última puerta que nos queda por abrir para conseguir la libertad.
Pasará, Danzad, danzad malditos, a ser una de vuestras pelis preferidas y no querréis volver a verla más.
18 de octubre de 2021
78 de 117 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dicharachero, campechano, mujeriego, paternalista, especulador, chantajista, mentiroso, encantador (como las serpientes), defraudador, oportunista, zalamero... A Julio Blanco le adornan todas las "virtudes" que han hecho "Grandes de España" a muchos sufridos patrones de exitosas sociedades comerciales de toda índole. Y es que, mantiene el vulgo ahíto de migajones, no se puede ser de otra manera si quieres triunfar en los negocios. ¡Tú qué harías: pues lo mismo; pues ya está! Eso sí, igual que te digo lo uno, te digo lo otro: hay que ser demócrata, aunque sin pasarse, y mantener la compostura: familia, convencionalismos, buenos consejos, etc. etc. etc...

Y no está mal que algunos individuos con este perfil existan, por aquello de la diversidad, si no fuera porque son imprescindibles para su desarrollo seres humanos a los que fagocitar. Y aquí subyace la gran paradoja de esta fantástica comedia: lo deleznable no solo está normalizado, a veces incluso despierta simpatías.

Es terrible, pero te desternillas, y lo monstruoso surge cuando no te ríes del "rey de las balanzas", si no con él, que es un paradigmático, y abundante, representante del más casposo empresariado hispano.

Ser capaz de ocultar el drama, que acabará actuando como una carga de profundidad, tras la desvergonzada y burlesca gestión del personaje, que borda Javier Bardem, es mérito del buen guion de León de Aranoa; capaz de contarnos varias vidas con cuatro trazos; aún cuando la amenaza devoradora del omnipresente actor, podría hacernos creer que dañaría la historia principal. Nada de eso sucede, porque Fernando además de ser un maestro, entiende más de equilibrios y contrapesos que el propio heredero de Básculas Blanco; y sin necesidad de balas para trampear.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No me resisto a fantasear aquí, en el spoiler, con la esperanza final de que el segundo agujero que el patrón va a pedir al pobre hombre, que interpreta Celso Bugallo, vaya a otro sitio que no sea la pared.
4 de noviembre de 2018
47 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
No dan puntadas sin hilo los directores islandeses y queda demostrado de nuevo en esta simpática y entretenida lucha de guerrilla que mantiene de forma individual Halla, una dulce e independiente profesora de canto, dispuesta a plantar cara a los matones de una contaminante multinacional del aluminio instalada en su hábitat, en el lugar en que vivirá la hija que ha decidido adoptar.
Y remarco la habilidad para incorporar elementos extraños (en este caso la banda sonora) sin que afecte al relato, y también un guión impecable que, si bien es cierto que demanda complicidad, no deja ni una grieta por la que pudiera colarse la falta de confianza en una superheroína cincuentona.

Es, Benedikt Erlingsson, el mismo que hace cinco años escribió y dirigió una original e impactante ópera prima, que llamó: De caballos y hombres, y que ha vuelto a sorprender en su estreno en Valladolid (63 Seminci), siendo su obra muy bien acogida por el público y conquistando el Premio de Mejor Actriz (Halldóra Geirharösdóttir).

La facilidad con la que el poder endosa la etiqueta de terroristas a quienes no comulgan con un sistema implantado por desaprensivos señores feudales, debiera hacer que nos enrocáramos en los principios naturales y nos apoyáramos, en lugar de tragarnos el anzuelo de lo políticamente correcto y correr a chivarnos a las autoridades, esas que la mayoría de las veces están ahí impuestas por las puertas giratorias de la política, para practicar lo que mejor se les da: el abuso.
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