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Críticas 93
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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11 de marzo de 2022 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El neorrealismo no solo expuso la realidad desde un punto de vista dramático; en ocasiones también lo hizo desde un enfoque cómico como el que se descubre en Milagro en Milán (1951), sin lugar a dudas el gran referente de este tipo de producciones tragicómicas en las que se expusieron, desde un humor dramático de alto contenido crítico, los problemas sociales que dominaban en la Italia de la posguerra, o como en el caso de Bajo el sol de Roma (Sotto il sole di Roma, 1948) en tiempo de guerra.

La riqueza de estas producciones se encuentra en la disparidad de sus planteamientos, pues si el film de Vittorio de Sica se descubre desde una imaginativa fantasía, Bajo el sol de Roma lo hace desde los recuerdos y experiencias de Ciro (Oscar Blando), un adolescente que cuenta su historia desde un presente indeterminado, en el que habla de sus desventuras a lo largo de tres etapas consecutivas que se suceden durante la Segunda Guerra Mundial: la Roma no ocupada, la ocupada por el ejército alemán y la liberada (y ocupada) por los aliados.

El gran acierto de Renato Castellani residió en dotar a Bajo el sol de Roma de un tono picaresco que, como tal, permite descubrir el drama que subyace en la cotidianidad del adolescente, dejando para el final los momentos más trágicos de aquellos días en los cuales las esperanzas de juventud se perdían sin remedio. Poco a poco se descubre la Roma de los años mozos de Ciro, cuando éste se divertía con sus amigos o empezaba a sentir cierta atracción hacia su vecina Iris (Liliana Mancini), la mujer que se convierte a lo largo de la historia en la conciencia de este joven que siempre se encuentra desorientado dentro de un entorno donde, en un primer instante, no se ha concienciado de la presencia de la guerra ni del significado de la misma.

Bajo el sol de Roma se ubica en una época concreta durante la cual la carestía formaba parte del día a día, lo mismo ocurría con la amenazante presencia del ejército de ocupación o con el mercado negro que se encontraba por las calles y los alrededores de una ciudad plagada de esa miseria que inicialmente pasa desapercibida para Ciro, quien en su jovial adolescencia se reúne con sus amigos para ir al bañarse al río o para realizar gamberradas que a menudo traspasan la frontera de lo legal.
Pero esta vida de despreocupación finaliza como consecuencia de la llegada de los alemanes y de su enamoramiento, que no logra aceptarlo de un modo definitivo; de ese modo el adolescente inicia su duro aprendizaje vital, que arranca cuando, por casualidad, conoce a Geppa (Francesco Golisano), el joven sin techo que vive en el Coliseo, con quien mantiene una estrecha amistad a lo largo de su deambular por un entorno lleno de avatares. La concienciación prosigue su curso, y ésta implica experiencias dramáticas y dolorosas como la pérdida de un ser querido, hecho que provoca el sentimiento de culpa que le atormenta cuando descubre que su madre ha muerto mientras él se encontraba ausente.
Este momento de choque con la realidad provoca que el tono del film cambie y se adentre definitivamente en el drama, provocado por la desorientación de Ciro, que se deja arrastrar dentro de un espacio de miseria y delincuencia del que Iris, siempre presente, intenta sacarlo, aunque no siempre con éxito.
23 de marzo de 2020 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Podríamos definir Le ragazze di Piazza di Spagna como uno de los exponentes iniciales del denominado “neorrealismo rosa”, que pocos años después tendría numerosos exponentes en cintas realizadas por nombres como Luigi Comencini, para Gina Lollobrigida o Sofía Loren. En cualquier caso, hay que señalar que se mantiene una considerable distancia cualitativa entre el título que comentamos y –por citar ejemplos característicos–, los poco estimulantes Pan, amor y… que poblaron las carteleras italianas. No era, sin embargo, la primera ocasión en la que Emmer trazaba un relato coral, a partir de las experiencias de diversos personajes imbricados en una misma base dramática. Fue algo que trasladó al cine italiano con Domenica d’agosto (1950), abriendo una corriente que tendría en la producción de dicho país una enorme continuidad, a través de la forma de episodios más o menos engarzados a través de un débil elemento argumental.

A partir de ese punto de partida, uno de los grandes aciertos del film de Emmer, es el de saber transmitir al espectador la fisicidad de una Roma en la que conviven al mismo tiempo la impronta de una ciudad siempre abierta al turismo, un empuje de progreso una vez dejado atrás la impronta de la II Guerrra Mundial y el Ventennio Neofascista y, al mismo tiempo, esa personalidad obrera, populachera y temperamental, que se manifestará sobre todo en el ámbito familiar de Marisa y Lucia. Todo ello se combinará con especial habilidad y, en no pocos instantes, con auténtica inspiración, en un relato colectivo que tiene la virtud de ir de menos a más, enganchando poco a poco al espectador a través de pequeñas pinceladas que irán abriéndonos al conocimiento y, obvio el señalarlo, al crecimiento de estas muchachas que se verán abocadas a una forzada madurez, en una Roma que junto a ellas se ve impelida a un necesario crecimiento y progreso, sin que ello lleve aparejada la renuncia a una personalidad única.

Dotada de un notable sentido del ritmo, lo cierto es que esa ligereza no impide que en su trazado de incorporen cargas de profundidad. Aspectos como la alienación de un trabajo que apenas es considerado más que un necesario sustento. Que incluso no llevan a sus subsidiarios a llevar una vida digna –ese escaso sueldo que recibe Alberto, que buscará en Elena la oportunidad de encontrar una vivienda digna, tal y como atinadamente señalará la voz en off del profesor–, la aglomeración en las viviendas humildes de familias de poblada composición. Las carencias vitales que, disimuladas dentro de un modo de vida en el que la familiaridad encierra no poca vulgaridad, comprenderán un estado existencial en donde lo tragicómico se da de la mano en más ocasiones de las deseadas. Y es precisamente en dicha circunstancia, donde a mi modo de ver se encuentra el aspecto más brillante de esta mirada en torno a la Roma popular de principios de los cincuenta. La capacidad del realizador se muestra en no pocos instantes, como ese impagable contraste tragicómico, que nos permite en apenas unos instantes ser testigos del dolor de los jóvenes por el intento de suicidio de Elena, traumatizada al descubrir el engaño de Alberto, hasta describirnos las hilarantes exageraciones marcadas por los vecinos del barrio popular en que se pone en boca de ellos una exagerada reacción de Augusto ante determinados disgustos con Marisa.

Esa mirada que oscila entre lo distanciado y lo entrañable, permite a Luciano Emmer mostrarse divertido ante los ridículos intentos del joven jinete por crecer en su estatura –ahí es nada, mostrarlo con un extraño artefacto que más bien parece una sofisticada horca– o sensible, al describir ese intento de una segunda oportunidad para la madre de Elena –Rosa (Leda Gloria)– de casarse de nuevo, en esta ocasión con un veterano inspector de trenes –Vittorio (Eduardo de Filippo)–, que se conocieron precisamente cuando ambos acudían al cementerio para honrar a sus respectivas parejas muertas. Será este sin duda el episodio más delicado del relato, ayudado por la extraordinaria performance de ambos intérpretes, el tempo que el realizador concede a la pudorosa reacción de Rosa cuando Vittorio le brinda el deseo de casarse, quizá como medio para que ambos abandonen su soledad. Será un episodio magnífico, quizá el epicentro dramático de esta atractiva película, que tendrá su instante más memorable cuando la hija logre unir de nuevo a estas dos personas condenadas a vivir juntas el resto de sus vidas, en un momento en el que las miradas de ambos –sobre todo el gesto de de Filippo–, apele a una hondura en la dignidad de sus sentimientos.

Le ragazze di Piazza di Spagna culminará una vez comprobemos cómo se encauzan las aventuras de juventud de nuestras tres protagonistas –una de las cuales será el encuentro de Elena con un joven y emprendedor taxista, encarnado por un jovencísimo Marcello Mastroianni–. El flashback que ha descrito la casi totalidad del metraje volverá a tiempo presente y, con él, la nostalgia invadirá los comentarios finales de ese profesor que, ya jamás podrá divertirse con la contemplación y la escucha de la andadura de esas tres alumnas suyas. En definitiva, con ellas desaparece quizá un pedazo de juventud ya perdida. Todo ello, en esta mirada en voz baja. En este mosaico de aparente corto alcance, que se muestra sin embargo revestido de no poca autenticidad. Autenticidad en sus marcos, en la tipología humana descrita, dentro de una ciudad por siempre dominada por los excesos y los contrastes.
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spoiler:
La pelicula empieza con la evocación de un profesor de mediana edad (Giorgio Bassini), quien en tono nostálgico, y ante la recepción de la invitación a la próxima boda entre Marisa (Lucia Bosé) y Augusto (Renato Salvatori), será invadido por una extraña melancolía, al entender que ello supondrá el fin de esos encuentros con tres de sus alumnas a las que siempre contemplaba en las escalinatas de la Plaza de España de Roma. La invocación a ese pasado reciente de las tres protagonistas –quizá un poco insistente y lastimera en los primeros compases–, irá acompañada por el punteado en off de sus características, entornos vitales y actividades. Ellas, además de Marisa, son Elena y Lucia. Las dos últimas también en su búsqueda de novio, que la primera de ellas encontrará en un oscuro y canallesco oficinista, Alberto, mientras que en Lucía se manifestará en un apuesto y juvenil jinete de escasa estatura, a quien precisamente dicha característica le retraerá para abrir sus sentimientos hacia él. Las jóvenes trabajan en una sastrería, pero su secreta ambición es la de convertirse en modelos.
9 de diciembre de 2019 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película se cierra con una cita de un antiguo poeta árabe a quién no se nombra: «La Felicidad no es un objetivo a alcanzar, siempre habrá un lugar para regresar, que no está adelante, está atrás. Vuelve, no vayas. Ninguno de nosotros lo sabe». Como toda poesía, guarda misterio e interpretaciones diferentes. En la película del gran realizador italiano Gianni Amelio parece evocar determinada ausencia de sentimientos humanos. Un abogado recién retirado, pasado los setenta años, se enfrenta en su Napoles natal a una serie de circunstancias que le obligan a replantear cuestiones fundamentales de su vida, entre ellas, la relación amarga que mantiene con sus hijos ya adultos. Estos, también plantean una mirada diferente hacia su padre. Un matrimonio joven con hijos pequeños se convierten en vecinos. Y sensaciones anestesiadas parecen despertar en el hombre. El realizador es uno de los mayores nombres del arte italiano desde que inició su carrera tres décadas atrás con una obra audiovisual compuesta de cortometrajes, largos documentales y de ficción, para cine y televisión, donde destacan «Puertas Abiertas», «Ladrón de niños», «Lamerica» y «Las llaves de casa». En ellas indaga sobre temas siempre actuales como son la corrupción política, la infancia abandonada, la realidad de países que generan migraciones masivas hacia Italia o la enfermedad y la relación de esta entre familiares. «La Ternura» bucea en la situación social de la Europa actual muy alejada de la estampa turística. En la Napoles que el director retrata no hay lugar para otro paisaje que no sea el humano. Una de las mejores películas europeas del año pasado que está protagonizada por Renato Carpintieri, un hombre del teatro y la cultura que debutó en cine a los 50 años en una obra de este mismo director, y que desde entonces no ha parado de trabajar, compartiendo esta labor con la de director de uno de los grandes espacios teatrales napolitanos. Lo acompañan un grupo notable de intérpretes, entre los que destacan los niños co-protagonistas. Pelicula basada en la novela de Lorenzo Marone La tentación de ser feliz (Longanesi, 2015).
6 de marzo de 2019 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un caso real que hizo bastante escandalo en Italia, el de un profesor acusado de violar a una alumna, inspira esta película polémica en que la culpa parece dividirse entre el agresor y la agredida.

Por suerte, Bellocchio no hace un reality show sino una reflexión rigurosa: el escándalo no es la película en sí, sino el tema que toca.

El nudo central del relato es la seducción que escapa a la racionalidad, a la conciencia (representada por el arquitecto-violador) y que se contrapone a la moral y en la incorruptibilidad del otro personaje masculino, el juez.
2 de abril de 2012
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Walt Curtis (Tim Streeter) está al cargo de una tienda de licores, a la que acude Johnny (Doug Cooeyate), un inmigrante mexicano que desconoce el idioma inglés. Walt se enamora perdidamente de Johnny y busca acostarse con él sin éxito.

Sin embargo, Walt prosigue sus intentos a la par que mantiene relaciones con Roberto Pepper (Ray Monge), el mejor amigo de Johnny.

Debut como director de Gus Van Sant, quien en blanco y negro (con alguna mínima parte en color) y con bajo presupuesto, filmó esta agridulce historia de amor homosexual, de amor loco, de amor apasionado, de amor humillante, que impulsa al protagonista principal a buscar callejeando y por hoteles baratos a su objeto de deseo, un inmigrante mexicano que no sabe ni papa de inglés.

Ambientada en Portland, es imprescindible contemplar esta película en original, ya que los mexicanos únicamente hablan en español y el personaje central, basado en el poeta Walt Curtis, en inglés con algún apunte en español.
Si se contempla doblada todito es escuchado en castellano, perdiéndose la curiosa interrelación cultural en medio de la vorágine de entendimiento amoroso, ya que el amor, más que el sexo (que también pero con una exhibición nada gratuita), es el motor de Curtis en su odisea de amor difícil que le lleva a formar parte de un singular triángulo.

Aunque todo resulta episódico, anecdótico, lo sucedido no aburre en demasía ya que dibuja y trata a los personajes con afecto, en especial al licorero interpretado por Tim Streeter, quien es condicionado de forma permanente por Johnny, sabedor de su posición desequilibrada de afectos.

Al margen de ello, la película, bastante visible en su retrato de personajes perdedores con acertadas ubicaciones ambientales, es narrada con estilo y énfasis en sus angulos, contrastes lumínicos que aúnan expresionismo y verismo, primerísimos planos, y músicas que viajan de tonadas tradicionales mexicanas a guitarras blues hasta la grande Mercedes Sosa.
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