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Críticas ordenadas por utilidad
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8
9 de febrero de 2024
9 de febrero de 2024
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película entretenida y sugeridora, me atrevería a decir que incluso peligrosa, dada la época en que vivimos, pero que desde luego supone un cubo de agua fría lanzado al rostro de una sociedad aletargada y de conciencia moral adormecida por falta de uso, incapaz ya de discernir entre el bien y el mal, y más acostumbrada a que le regalen los oídos con perifollos dialécticos para tranquilizar conciencias que a que le cuenten la realidad de las cosas tal como son.
No se trata de una película de terror propiamente dicha, si bien es realmente aterradora. Carece de la pepitoria de efectos digitales destinados a sobresaltar de cuando en cuando al espectador en su butaca, propia de las mazorrales producciones de terror al uso, pero a cambio consigue sobrecoger su alma con la infinita crueldad que desprende el preso Edward Wayne, magníficamente interpretado por Sean Patrick Flanery.
El argumento se desarrolla en la celda de una prisión en la que el psiquiatra James Martin trata de hacer un informe pericial sobre el preso Edward Wayne, sentenciado a la pena capital y que afirma ser un demonio (Nefarious) que ha poseído el cuerpo del recluso.
A partir de ahí se despliega un interesante intercambio dialéctico entre doctor y preso en el que se irán resquebrajando muchas de las convicciones del primero (que son las propias del mundo actual) abriéndole los ojos a la realidad que era incapaz de ver.
A buen seguro suscitará reacciones de lo más variopintas pero su originalidad e interés hacen de Nefarious una película muy recomendable.
No se trata de una película de terror propiamente dicha, si bien es realmente aterradora. Carece de la pepitoria de efectos digitales destinados a sobresaltar de cuando en cuando al espectador en su butaca, propia de las mazorrales producciones de terror al uso, pero a cambio consigue sobrecoger su alma con la infinita crueldad que desprende el preso Edward Wayne, magníficamente interpretado por Sean Patrick Flanery.
El argumento se desarrolla en la celda de una prisión en la que el psiquiatra James Martin trata de hacer un informe pericial sobre el preso Edward Wayne, sentenciado a la pena capital y que afirma ser un demonio (Nefarious) que ha poseído el cuerpo del recluso.
A partir de ahí se despliega un interesante intercambio dialéctico entre doctor y preso en el que se irán resquebrajando muchas de las convicciones del primero (que son las propias del mundo actual) abriéndole los ojos a la realidad que era incapaz de ver.
A buen seguro suscitará reacciones de lo más variopintas pero su originalidad e interés hacen de Nefarious una película muy recomendable.
6
28 de diciembre de 2019
28 de diciembre de 2019
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
No deja de ser paradójico que en éste nuestro tiempo actual, la época del 3D, el 4K, la realidad virtual, la tecnología OLED y el Dolby Surround, éstos y otros avances de la técnica audiovisual sean incapaces de suscitar al espectador las profundas emociones que los antiguos autores trágicos conseguían hacer vivir a sus conciudadanos con apenas un actor, tres máscaras, un coro y alguna flauta.
No podemos alcanzar a comprender lo que supondría para un ciudadano de la Grecia clásica acudir a una de estas representaciones en las que un solo actor travestido, mediante el hábil uso de diversas máscaras, representaba varios roles desdibujando con ello la frontera entre lo ilusorio y lo real, evocando el más allá, trascendiendo la realidad. Podemos únicamente imaginar lo que para este espectador, imbuido de épica y relatos mitológicos, supondría la contemplación en el escenario de sus antiguos Dioses y Héroes (de los que hasta entonces tan sólo había oído hablar a los ancianos alrededor de una hoguera o a algún Aedo de paso por su aldea) encarnándose por vez primera, tomando cuerpo en el escenario… ¡a escasos metros! ¡al alcance de su mano! El impacto debía ser tremendo. Bastaban unas notas musicales, el talento recitativo del actor al alterar la voz remedando así el modo de hablar de un Dios o Héroe mítico, las máscaras, antorchas y sahumerios, y el uso de algún primitivo artefacto escénico para recrear la atmósfera propicia y provocar la catarsis en el espectador: sentimientos de terror y compasión por los Héroes que allí cobraban vida afrontado un destino trágico.
Nada de esto consigue suscitar la moderna tecnología audiovisual en el espectador actual, abotargado como está de efectos especiales sin solución de continuidad, ahíto de estímulos permanentes que embotan sus sentidos, incapaz ya de apreciar en una historia las sutilezas de la naturaleza humana, la épica de la vida normal.
“Star Wars: El ascenso de Skywalker” es una película entretenida, mejor que su predecesora, que a pesar de la pepitoria de efectos digitales no consigue emocionar al espectador como sí lo hizo la trilogía original.
PD: Anuncia el tráiler previo al pase de la película el estreno próximo de la última entrega del universo Marvel: “La viuda negra”… que sigue a las películas de “Linterna verde”, “Pantera negra”, “El hombre de acero”, “El hombre araña”, “El hombre hormiga”, “El hombre murciélago”, “Superman”, “Hulk”, “Thor” y “Flash”…
En el pecado llevamos la penitencia.
No podemos alcanzar a comprender lo que supondría para un ciudadano de la Grecia clásica acudir a una de estas representaciones en las que un solo actor travestido, mediante el hábil uso de diversas máscaras, representaba varios roles desdibujando con ello la frontera entre lo ilusorio y lo real, evocando el más allá, trascendiendo la realidad. Podemos únicamente imaginar lo que para este espectador, imbuido de épica y relatos mitológicos, supondría la contemplación en el escenario de sus antiguos Dioses y Héroes (de los que hasta entonces tan sólo había oído hablar a los ancianos alrededor de una hoguera o a algún Aedo de paso por su aldea) encarnándose por vez primera, tomando cuerpo en el escenario… ¡a escasos metros! ¡al alcance de su mano! El impacto debía ser tremendo. Bastaban unas notas musicales, el talento recitativo del actor al alterar la voz remedando así el modo de hablar de un Dios o Héroe mítico, las máscaras, antorchas y sahumerios, y el uso de algún primitivo artefacto escénico para recrear la atmósfera propicia y provocar la catarsis en el espectador: sentimientos de terror y compasión por los Héroes que allí cobraban vida afrontado un destino trágico.
Nada de esto consigue suscitar la moderna tecnología audiovisual en el espectador actual, abotargado como está de efectos especiales sin solución de continuidad, ahíto de estímulos permanentes que embotan sus sentidos, incapaz ya de apreciar en una historia las sutilezas de la naturaleza humana, la épica de la vida normal.
“Star Wars: El ascenso de Skywalker” es una película entretenida, mejor que su predecesora, que a pesar de la pepitoria de efectos digitales no consigue emocionar al espectador como sí lo hizo la trilogía original.
PD: Anuncia el tráiler previo al pase de la película el estreno próximo de la última entrega del universo Marvel: “La viuda negra”… que sigue a las películas de “Linterna verde”, “Pantera negra”, “El hombre de acero”, “El hombre araña”, “El hombre hormiga”, “El hombre murciélago”, “Superman”, “Hulk”, “Thor” y “Flash”…
En el pecado llevamos la penitencia.

5,5
5.088
6
9 de octubre de 2020
9 de octubre de 2020
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Oh, designio cruel! ¡Terrible condición la nuestra que nos lleva a codiciar siempre aquello que no tenemos!. Como aquel personaje de leyenda que se lamentaba de su mala suerte mientras iba lanzando al río con desprecio las toscas piedras que de su padre había heredado, sin saber que eran diamantes; así también menosprecian los hombres lo que tienen, anhelando siempre algo más, no necesariamente mejor.
Nos arrepentiremos de ello. Echaremos en falta el encanto de una historia sencilla cuando nuestro juicio, embotado de mugrientas series de televisión, servidas a paletadas como la alfalfa, sea incapaz ya de apreciar las historias simples, ordinarias; tan ordinarias y simples que ya no se ven, que pasan inadvertidas hoy para nuestros ojos, avezados a más complicadas producciones, pero más maravillosas y necesarias que nunca.
Vean “Rifkin’s Festival”, la última película de Woody Allen. No desaprovechen la ocasión, esto se acaba. No pasará a la historia del cine pero: ¿en qué otro lugar si no van a poder ver gente bien vestida?, ¿dónde un protagonista cuyo sueño es escribir una novela y habla de Dostoyevski, Truffaut o Goddard?.
No se deshagan del tosco diamante para quedarse con las algarrobas rebozaditas de oropel.
Nos arrepentiremos de ello. Echaremos en falta el encanto de una historia sencilla cuando nuestro juicio, embotado de mugrientas series de televisión, servidas a paletadas como la alfalfa, sea incapaz ya de apreciar las historias simples, ordinarias; tan ordinarias y simples que ya no se ven, que pasan inadvertidas hoy para nuestros ojos, avezados a más complicadas producciones, pero más maravillosas y necesarias que nunca.
Vean “Rifkin’s Festival”, la última película de Woody Allen. No desaprovechen la ocasión, esto se acaba. No pasará a la historia del cine pero: ¿en qué otro lugar si no van a poder ver gente bien vestida?, ¿dónde un protagonista cuyo sueño es escribir una novela y habla de Dostoyevski, Truffaut o Goddard?.
No se deshagan del tosco diamante para quedarse con las algarrobas rebozaditas de oropel.

7,4
14.375
7
18 de enero de 2024
18 de enero de 2024
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hirayama, personaje protagonista de esta película, pertenece a una empresa de limpieza de baños públicos en Tokio. Día tras día y como si del día de la marmota billmurrayano se tratara, se enfrenta con la misma rutina en la que las horas se van sucediendo sin apenas variaciones de ningún tipo. Pertrechado con los trebejos propios de su profesión (mono de trabajo, cubeta y mocho), así como con gran sosiego de espíritu, cumple con su responsabilidad concienzudamente.
Por desagradable que pueda ser es consciente de la importancia de su trabajo e intenta hacerlo de la mejor manera posible: pasados y repasados con denuedo, los inodoros quedan limpios como la patena y, tras esmerados fregoteos, los baños quedan que da gloria verlos. También saca tiempo para disfrutar de esas pequeñas alegrías de la vida que los ojos de la mayoría de nosotros (acostumbrados sin remedio a complejos artificios vacíos de contenido) apenas saben ya reconocer y que, sin embargo, dotan a la existencia de todo su sentido: el amanecer de un nuevo día, la brisa en el rostro, las mil y una formas caprichosas que forman las ramas de un árbol…
Con aparente sencillez Wenders hace recuento de este quehacer rutinario sin escatimar tomas de gran belleza y aderezándolo todo con una banda sonora de calado. Los personajes secundarios iluminan poco a poco las motivaciones del personaje dejando al espectador con ganas de más, invitándole a acompañar al protagonista hasta el final del metraje, quizá algo alargado.
Ignoro si el bueno de Hirayama hubiera seguido manteniendo su proverbial calma zen si le tocara en suerte limpiar alguno de los baños públicos con los que he tenido la desgracia de toparme en España. Desconozco si esa entrega inquebrantable que pone en recoger un papel aquí, otro allá, de los baños de Tokio, no hubiera decaído irremisiblemente de tener que enfrentarse al espeluznante pandemónium de determinados baños que Vd. y yo sabemos...
Si bien creo que incluso en esas circunstancias extraordinarias Hirayama hubiera respondido de manera sobresaliente porque, a pesar de la rutina y los sinsabores, Hirayama espera algo, sabe que hay un sentido (un sentido auténtico, con mayúsculas), un significado para todo lo que nos rodea y que nos será revelado en su momento si no perdemos la esperanza.
Por desagradable que pueda ser es consciente de la importancia de su trabajo e intenta hacerlo de la mejor manera posible: pasados y repasados con denuedo, los inodoros quedan limpios como la patena y, tras esmerados fregoteos, los baños quedan que da gloria verlos. También saca tiempo para disfrutar de esas pequeñas alegrías de la vida que los ojos de la mayoría de nosotros (acostumbrados sin remedio a complejos artificios vacíos de contenido) apenas saben ya reconocer y que, sin embargo, dotan a la existencia de todo su sentido: el amanecer de un nuevo día, la brisa en el rostro, las mil y una formas caprichosas que forman las ramas de un árbol…
Con aparente sencillez Wenders hace recuento de este quehacer rutinario sin escatimar tomas de gran belleza y aderezándolo todo con una banda sonora de calado. Los personajes secundarios iluminan poco a poco las motivaciones del personaje dejando al espectador con ganas de más, invitándole a acompañar al protagonista hasta el final del metraje, quizá algo alargado.
Ignoro si el bueno de Hirayama hubiera seguido manteniendo su proverbial calma zen si le tocara en suerte limpiar alguno de los baños públicos con los que he tenido la desgracia de toparme en España. Desconozco si esa entrega inquebrantable que pone en recoger un papel aquí, otro allá, de los baños de Tokio, no hubiera decaído irremisiblemente de tener que enfrentarse al espeluznante pandemónium de determinados baños que Vd. y yo sabemos...
Si bien creo que incluso en esas circunstancias extraordinarias Hirayama hubiera respondido de manera sobresaliente porque, a pesar de la rutina y los sinsabores, Hirayama espera algo, sabe que hay un sentido (un sentido auténtico, con mayúsculas), un significado para todo lo que nos rodea y que nos será revelado en su momento si no perdemos la esperanza.

6,8
11.514
8
17 de febrero de 2022
17 de febrero de 2022
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Permíteme, lector dilectísimo, que me dirija a las Musas (Clío, Talía, Euterpe... esta, la otra, la de más allá) para solicitar su favor, para que me sean propicias. Hora es ya de dignificar la pluma, de revestir esta crítica con la fina seda de la palabra escogida y el comentario oportuno. Hora es de escribir con elocuencia, esto es, como que se vea lo que se dice; y hacerlo, sin renunciar por ello al necesario rigor ni a cierta voluntad de estilo.
La alígera pluma cobra vida. Las primeras letras se desprenden ya del dorado plumín: estrecho alambique por el que fluyen palabras e ideas, destilándose a sí mismas en el simple acto de escribir. El suyo, es un fluir sereno, no a grandes trancos ni a espadañadas, sino un fluir lento y continuo.
También en “Drive my car” se suceden las imágenes de una manera serena y continua. La peripecia brilla por su ausencia, pero uno intuye que realmente suceden muchas más cosas de las que la película nos muestra, siendo precisamente esta percepción la que consigue captar la atención del espectador hasta el final de su largo metraje.
Ya casi está. Naturalmente, no ha de faltar la necesaria información que toda crítica que se precie de serlo requiere, ¡claro que no!. No todo ha de ser bella letra vacía de contenido. Atinados comentarios sobre quién es el director o el encargado de la fotografía no han de faltar. Incisos sobre qué plano o secuencia está más logrado tendrán también su lugar. Con ello hallarán natural contento los interesados en paladear el gustoso saborete que proporcionan tan interesantes y útiles pormenores.
En fin, ya lo tengo: vean “Drive my car”. La mejor película que he tenido la oportunidad de ver en el cine en lo que va de año. Probablemente necesiten un par de sesiones de rehabilitación para que columna y articulaciones vuelvan a su ser después de tres horas de butaca pero… creo que merecerá la pena.
La alígera pluma cobra vida. Las primeras letras se desprenden ya del dorado plumín: estrecho alambique por el que fluyen palabras e ideas, destilándose a sí mismas en el simple acto de escribir. El suyo, es un fluir sereno, no a grandes trancos ni a espadañadas, sino un fluir lento y continuo.
También en “Drive my car” se suceden las imágenes de una manera serena y continua. La peripecia brilla por su ausencia, pero uno intuye que realmente suceden muchas más cosas de las que la película nos muestra, siendo precisamente esta percepción la que consigue captar la atención del espectador hasta el final de su largo metraje.
Ya casi está. Naturalmente, no ha de faltar la necesaria información que toda crítica que se precie de serlo requiere, ¡claro que no!. No todo ha de ser bella letra vacía de contenido. Atinados comentarios sobre quién es el director o el encargado de la fotografía no han de faltar. Incisos sobre qué plano o secuencia está más logrado tendrán también su lugar. Con ello hallarán natural contento los interesados en paladear el gustoso saborete que proporcionan tan interesantes y útiles pormenores.
En fin, ya lo tengo: vean “Drive my car”. La mejor película que he tenido la oportunidad de ver en el cine en lo que va de año. Probablemente necesiten un par de sesiones de rehabilitación para que columna y articulaciones vuelvan a su ser después de tres horas de butaca pero… creo que merecerá la pena.
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