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Críticas 247
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
9 de noviembre de 2019
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obra cumbre del género de gánsteres que lleva la firma de uno de los mejores directores norteamericanos de la historia, Howard Hawks. Su talento es palpable en el ritmo trepidante de la narración, regalando magníficas escenas de persecuciones y tiroteos entrelazadas con mano sabia con la preocupación por el desarrollo de los personajes y sus caracteres, mezclando igualmente con certeza violencia explícita para la época con notas de humor hasta en las situaciones más delicadas. Otra de las constantes del director se muestra en la presentación de personaje femeninos con personalidad que desean llevar las riendas de sus vidas, nada de ser mujeres floreros al lado del hombre dominante, la guerra de sexos que tan bien explotó en sus maravillosas comedias, aquí representadas sobre todo por una fabulosa Ann Dvorak, y en menor medida, por Karen Morley.

Desde el maravilloso plano secuencia de más tres minutos con que se inicia el filme, la dirección de Hawks es un portento, en el que puede ser uno de los trabajos más atrevidos e inspirados visualmente de su filmografía. Hay secuencias inolvidables, como el calendario que pasa volando a ritmo de metralleta, impactantes picados que muestran cuerpos inertes sobre la acera entre sombras, o la exquisita secuencia del asesinato de último gánster en la bolera. Aderezado con juegos de luces y sombras, y una utilización novedosa del sonido, recuerden que estamos a comienzos de los años 30 y el sonido era una novedad reciente, así como Fritz Lang en su espléndida "M" utilizaba el silbido del asesino para avisar de su presencia, el silbido del protagonista de "Scarface" nos indica que un asesinato se va a cometer, y todos sabemos su autoría.

El cineasta hace honor a dos de sus frases más famosas, "para hacer una película sigo 10 mandamientos, y los nueve primeros dicen ¡no aburrir!", y "soy tan cobarde que no empiezo un proyecto hasta que consigo a un gran guionista". Sobre lo primero, es imposible aburrirse en esta cinta, te engancha desde la primera escena, y sobre lo segundo, otra muestra más del buen ojo de Hawks eligiendo colaboradores, especialmente guionistas, pocos con el talento y el currículum de Ben Hecht.

Lo que no me termina de convencer en la película es la caracterización de Paul Muni, lo veo demasiado artificioso, bien es cierto que todas las cintas de esa época son aún deudoras del silente y sus interpretaciones gestualmente exageradas, pero no ocurre así con el resto del reparto que destila sobriedad en George Raft, Osgood Perkins o incluso Boris Karloff, todos solventes y creíbles.

La historia de la ascensión y caída de Tony Camonte la hemos visto una y otra vez representada posteriormente en el cine, llegando incluso hasta nuestros días, "American gansgter" de Ridley Scott (2007) o "Enemigos públicos" de Michael Mann (2009), por nombrar dos títulos contemporáneos, son claramente deudoras del "Scarface" de Howard Hawks. Así pues, estamos ante una obra modélica y pionera, imitada y evocada, que marca las pautas a seguir por el género. Ocurrirá los mismo a principio de la década siguiente cuando Humphrey Bogart nos presente a Sam Spade de la mano de John Huston tocando a las puertas del Olympo cinematográfico, dando paso a otro género delicioso, el noir o cine negro, hermanado con éste.

Cine de muchos quilates, cine con nervio, inspiración y talento.
18 de agosto de 2018
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Howard Hawks, un maestro reconocido con el paso del tiempo, tiene una larga filmografía llena de películas maravillosas en variados géneros, cuyos orígenes se remontan al cine mudo, pero en la que curiosamente sólo hay cinco westerns, rodados todos a partir de casi los años 50. Y digo curiosamente porque Hawks es con toda justicia uno de los más reputados autores del género, que se alinea en la época clásica a la sombra del gran John Ford.
De sus westerns, es recordado sobre todo "Río Bravo" y su hermana gemela "El Dorado", pero este "Río Rojo", que es el primero de todos ellos, es para mí uno de los westerns más completos y perfectos que he visto nunca.

Una de las frases célebres de Hawks afirmaba “soy tan cobarde que no empiezo una película hasta que tengo contratado a un gran guionista”, y vaya si lo llevó a la práctica en esta ocasión, porque el autor del guión, basado en una historia propia, es el gran Borden Chase, guionista de algunos de los grandes films de Anthony Mann, como "Winchester 73" o "Tierras lejanas".
La profundidad de los diálogos es impresionante (como la escena en la que la mujer de la caravana intenta convencer a Dunson de que no persiga a Matt), y esa calidad se traslada a la definición y evolución de personajes, ya que a pesar de ser un elevado número de vaqueros los que realizan el traslado de ganado, llega un punto en el que identificamos fácilmente a muchos de ellos, cada uno con sus características propias.
Una frase se me quedó grabada, la que le dice el comerciante de Abilane a Matt cuando van a negociar: “hay tres momentos inolvidables en la vida de un hombre. Cuando se casa, cuando tiene hijos, y cuando culmina esta tarea que antes todo el mundo le decía que era imposible de hacer”. Esa frase resume el sentido de las acciones de Matt, las que le hicieron variar de conducta en el tramo decisivo del argumento. No la codicia ni el egoísmo, sino el trabajo bien hecho, el sentido de la responsabilidad al afrontar un reto y comprometerse, que en el fondo es lo que más le une a Dunson, ya que es su misma forma de pensar, y paradójicamente lo que les ha separado.

El paisaje es otro elemento fundamental, rasgo identificativo del género, enmarcando en grandes montañas de fondo la pequeñez de los viajeros ante semejante trayecto, y luciendo sórdido, seco y arenoso acentuando la sensación de cansancio que desmoraliza a los hombres. La música de Tiomkin subraya continuamente la épica del viaje, inmejorable en las escenas paisajísticas que hacen avanzar la trama con los extractos narrados de la “Temprana Historia de Texas”, pero en mi opinión es demasiado descriptiva con los personajes y sus acciones, como queriendo subrayar algo que Hawks ya deja perfectamente claro con sus imágenes.

Asistimos sin duda a una de las mejores interpretaciones de John Wayne (indispensable oírlo en versión original), personaje rudo, terco, de ideas inamovibles, pero que a la vez nos transmite mucha dignidad y emotividad interior. Encuentra en Walter Brennan el contrapunto ideal de comicidad sin caer en la payasada, cocinero de la caravana que se pasa todo el viaje intentando ser su conciencia correctora, además de intentar recuperar la dentadura que perdió jugando a las cartas con un indio. Siempre tiene en cada situación una frase llena de humor pero que encierra una verdad incontestable. Y Montgomery Clift está sublime, nunca me lo hubiera imaginado en un western, y además haciendo de pistolero, y ahora no me podría imaginar a otro en su lugar. Fundamental su calado dramático para que la historia no desvariase hacia un enfrentamiento de a ver quien es más fuerte y más tozudo. Con él todo es más creíble.

Tas ver esta película, John Ford pronunció su famosa frase sobre Wayne “nunca pensé que este hijo de pu** supiera actuar”.

En definitiva, un western modélico, con todos los elementos del género (pistoleros egocéntricos, ataque de indios a caravanas, grandes llanuras, peleas entre vaqueros), pero con una gran carga psicológica en los personajes y una forma de narrar extraordinaria. Como la magnífica toma de la partida del viaje, cuando aún amaneciendo la cámara gira casi 180 grados para mostrarnos a todos los hombres y el ganado y acabar enmarcando a John Wayne para que dé la señal de salida.

Toda la cinta destila emotividad, los personajes están constantemente enmarcados en planos llenos de gestos y miradas enriquecedoras, que se narran solos sin palabras.

Y además es puro entretenimiento. Maestro Howard Hawks.
8 de agosto de 2018
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más que buena, notable sorpresa de Peter Ustinov en la dirección dentro de una filmografía no muy relevante en esa faceta, que aquí en cambio se muestra inspirado y brillante.

Con aromas a la magnífica "Rebelión a bordo", lo que en esa era un enfrentamiento entre el cruel capitán (Charles Laughton / Trevor Howard) y su primer oficial (Clark Gable / Marlon Brando), aquí se traslada al intento del vil suboficial de armas (Robert Ryan) por corromper la bondad e inocencia del joven Billy Budd (Terence Stamp), siendo la figura del capitán del navío reservada para el propio Ustinov, en un personaje que intenta interceder entre todos los problemas que se generan abordo, en un rol en apariencia casi como testigo de los hechos, pero que revelará una importancia capital en el desenlace de la trama cuando tome las riendas.

Lo que comienza como una aventura marina a bordo de un navío británico en tiempos de guerra, va girando hacia consideraciones y debates profundos sobre el enfrentamiento entre el bien y el mal, y en su parte final, en un conflicto sobre el sentido de la justicia y las leyes que velan por su cumplimiento, que sería teórico de no encontrarse vidas en juego, y que atañe directamente al alma humana.

Con una magnífica descripción del especial compañerismo que surge entre hombres que sirven a su patria, en la mayoría de los casos forzosamente, unidos bajo el mismo techo contra el mal común de la tiranía de su superior, la película se muestra sublime en sus conversaciones entre personajes capitales.
Claggart justifica su forma de ser ante el capitán, "yo soy como soy, soy como me ha hecho el mundo". "¿Vive usted sin esperanza". "Simplemente, vivo", finiquita.

El encuentro nocturno que mantienen en cubierta Billy Budd y el Sr. Claggart tiene algo especial, es mi parte favorita, con unos primeros planos de este último que son impresionantes, mezcla de repulsa y sorpresa al sentirse desnudado por alguien a quien considera inferior, infantil y tonto. "Creo que a veces se odia usted a sí mismo", le dice el muchacho sin el más mínimo atisbo de reproche, casi con una sonrisa inocente. Y por una vez vemos a Claggart bajar la mirada y dudar, hasta que se recompone y la bilis lo domina de nuevo.

Finalmente, nos veremos abocados a una de esas situaciones en las que el estómago se encoge y mientras la mente intenta razonar, el corazón grita desesperado por hacerse oír. Las palabras que el capitán Vere le dijo a Claggart en otra ocasión para que no cuestionara sus órdenes, "recuerde que incluso el hombre que empuña el látigo no puede desafiar al código al que ha de obedecer, ni intentar domarlo", se volverán contra él y sus oficiales. "No podemos dejar que en una cuestión legal el corazón se imponga a la cabeza", les dice. Una diatriba que nos hace cuestionar por qué las personas hacemos a veces las cosas tan complicadas, tan estrictas y casi inhumanas, sin atender a razones del sentimiento prefiriendo que imperen la frialdad de las cifras y las letras, utilizadas por personas en otro tiempo y otro lugar y que jamás pensaron verse en una situación inesperada como esta. ¿De verdad un inocente debe dejar de serlo porque el laberinto de las leyes no deja pasar al sentido común y exige su sacrificio para no mostrar debilidad? ¿Es el uniforme de un oficial un caparazón que le anula los sentimientos y le sirve de pretexto ante la conciencia?

Ya lo dice el epílogo, "el hombre es perecedero, pero la Justicia durará lo mismo que el alma humana, y la Ley lo mismo que la inteligencia del hombre".

Extraordinaria película, de las que dejan huella cuando uno no lo esperaba, con un malvado intachable y toda una declaración pesimista sobre el mundo que hemos construido los humanos donde la inocencia tiene todas las de perder.
21 de julio de 2011
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vaya forma de empezar una película: un tren atraviesa el desierto a toda velocidad para detenerse de repente en un pueblo formado por cuatro casuchas, de él se baja un hombre con chaqueta y corbata, al que le falta el brazo izquierdo, y todos los habitantes del pueblo centran en él sus miradas, entre curiosas y desafiantes. El tren no ha parado ahí en cuatro años, todos lo observan con recelo, es un forastero y en ese pueblo se sospecha por sistema de los forasteros. Sólo traen problemas.
Acaba de empezar y ya nos tiene enganchados, se respira la tensión in crescendo que no augura nada bueno.

Es cine negro filmado como un western, es una gran película que habla de la intolerancia, del patriotismo mal digerido, del honor que sirve de motor en la búsqueda de la verdad, y también de paso, una demostración de que más vale maña que fuerza.
La narración es impecable, desgrana lentamente la trama, aumentando la tensión con cada conversación, moviendo las piezas de la partida de ajedrez, encausando los acontecimientos hasta que por fin se tengan que romper las hostilidades hacia un desenlace que parece inevitable.
Puede que esté hilando fino, pero veo en la figura de ese testarudo forastero la personificación de la Justicia, vetusta, lastimada, zarandeada y burlada por los que se creen fuera de su alcance, pero que sigue su camino inexorable llegando hasta los últimos rincones perdidos. Estamos ante un héroe diferente a los que estamos acostumbrados, no cae en provocaciones, soporta las burlas y el desprecio, sabe cuando agachar la cabeza si la situación es desfavorable y salir de puntillas, y no tiene reparos en pedir ayuda a los que considera honestos si la situación se complica, y aún así no perde nunca la dignidad.

Robert Ryan, Ernest Borgine y Lee Marvin son presencias turbadoras de muchos kilates, todos gravitando alrededor de un colosal Spencer Tracy, hilo conductor de la historia que aglutina la tensión y se agranda ante ella. Menos mal que siempre tendremos a Walter Brennan, defensor de los valores de la vieja escuela del oeste.

Fue la primera película en Cinemascope de la Metro, y vaya gran utilización, no hay ni un palmo de pantalla que se quede sin detalles, me encantan las escenas de interiores, abarcando desde el fondo de la estancia habitaciones enteras en las que vemos a todos los personajes a la vez, sus movimientos y sus gestos corporales. También las escenas al aire libre tienen una belleza singular, con el desierto polvoriento y las montañas lejanas que hacen de inmenso muro que aprisiona el pueblo en su propia malicia.

Otra joya de ese gran director que fue John Sturges, maestro del western, junto a “Desafío en la ciudad muerta”, “Fort Bravo” o “Duelo de titanes”.

Realmente, fue un mal día en Black Rock. Aunque se hizo justicia.
29 de abril de 2020 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de esas películas de los años 30 que ha quedado en el olvido y que una vez vista uno puede apreciar su encanto.

A nivel argumental resulta un poco rebuscada, entremezclando personajes tan dispares como un embaucador espiritista, una asesina condenada a muerte que busca venganza sobre quién la delató, un científico que está experimentando con la posibilidad de que algunos espíritus malignos sean capaces de abandonar un cuerpo al morir para buscar otro "huésped", y una mujer de clase alta que acaba de perder a su hermano y está en esa fase sentida en la que nota su ausencia de forma especial.

Historia delirante, porque varios de esos personajes se entrecruzan en distintos planos argumentales (el falso médium que intenta aprovecharse de la afligida hermana resulta ser quien traicionó a la asesina y a su vez el doctor que intenta probar su teoría sobre los espíritus es amigo de la familia de los hermanos), lo que provoca que la trama se vaya encauzando a una unión argumental que ponga a todos los personajes en conflicto.

En mi opinión, la baza que evita que el producto resulte ridículo es la imaginativa puesta en escena, llena de detalles visualmente atractivos, atenta a los detalles y creadora de una atmósfera inquietante pero elegante. Ayuda en ese aspecto a que gran parte de la historia no acontezca, como es habitual en muchas obras del género, en ambientes opresivos y sombríos de los bajos fondos, sino que se centra en ese grupo de personajes de clase acomodada que le da un empaque casi de comedia sofisticada. Los recursos de Halperin son variados y vistosos, a veces un poco ingenuos pero casi siempre apreciables, que hacen que la narración fluya aumentado el misterio a cada paso y el metraje se pase en un suspiro.

Y luego está Carole Lombard, por supuesto. Carismática y con unos primeros planos expresivos que maticen muy bien la dualidad de personajes a los que se ve sometida.

Es de esos filmes que pasarían desapercibidos si no fuera por las referencias que se pueden leer en blogs y webs cinéfilos que atraen la curiosidad del espectador inquieto y le hace descubrir obras curiosas e interesantes, que no merecen caer en el olvido.
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