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7,4
40.297
10
29 de octubre de 2013
29 de octubre de 2013
15 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante los meses de espera, desde que se conoció que ‘La vida de Adèle’ había arrasado en el festival de Cannes, la polémica a la par que la fascinación de los afortunados que ya habían tenido la oportunidad de verla, no hacía más que empujar mis ansias y deseos de conocer qué se escondía detrás de esta película francesa.
De nada han servido las ideas que me había formado de lo que iba a ver. Creía a ciencia cierta que, tal vez me gustase, pero dudaba que pudiera llegar a sorprenderme realmente. Cuando por fin adquirí mi entrada de cine para saborear lo que Kechiche había puesto tanto empeño en contarnos sobre esa bonita joven, dudaba poder salir de la sala sintiendo algo nuevo.
Pero desde el principio hasta el final, la película que da vida a la novela gráfica ‘El azul es un color cálido’ no se parecía a nada de lo que hubiera visto hasta ese momento. En pocos segundos, ya me sentí que formaba parte de la película, como si Adèle y el espectador tuvieran los mismos ojos. Y no, no tan sólo ves lo que ella ve, si no que sientes lo que ella siente en todo momento, como una conexión difícil de explicar.
La evolución de los personajes y de sus sentimientos es, simplemente indescriptible. Por momentos el film es tan sumamente hermoso, o tan sumamente doloroso, o tan sumamente maravilloso que deja sin aliento, mientras te dejas enfrascar en una vida que, unos segundos antes de entrar a la sala, te era completamente ajena.
Tampoco he sentido nunca el amor tan palpable en el cine, y que Adèle y Emma sean dos mujeres termina siendo lo menos importante, para sumergirnos en lo que a todos nos gustaría fuese nuestra propia historia, y posiblemente lo sea en cierta parte. Se necesita muy poco tiempo para que la calidez de amor azul de estas dos hermosas mujeres hipnotice al espectador de principio a fin.
La literatura tiene un peso importante, que Kechiche usa, a mi parecer, muy hábilmente para lanzar mensajes importantes, como guiños ingeniosos. Selecciona grandes obras de la literatura y pasajes realmente acertados, en un marco muy elaborado y muy apropiado.
La pintura y el arte, como se entiende, también tiene un sentido a la par de significativo durante toda la película. Si bien es una de las partes que más late, lo importante no es la pintura en sí, sino todo lo que esta arrastra tras de sí.
Nada en La Vida de Adèle sucede por que sí.
El sexo entre la joven de mirada perdida y la chica del pelo azul, lejos de hacerse pesado, constituye una de las piezas más intensas y preciosas que constituyen este magistral trabajo, dejando en evidencia otras muchas escenas entre sábanas. Kechiche, ayudado de unas interpretaciones inmejorables, nos muestra otra forma de verlo: como la expresión máxima de los sentimientos y el amor, entre dos personas que se aman, que se buscan y se anhelan, y que no sienten ningún tipo de pudor.
Los tintes de dolor, amor, felicidad, lágrimas reales, conversaciones intensas y variopintas situaciones, que juegan con la fuerza emocional de un espectador que se tiene un indiscreto por momentos, constituyen en esta película una obra del séptimo arte diferente, a unas alturas del cine que se creía difícil lograr sorprender. Al terminar ‘La Vida de Adèle’, simplemente pude pensar en que probablemente no volvería a ver nada igual en mucho tiempo.
De nada han servido las ideas que me había formado de lo que iba a ver. Creía a ciencia cierta que, tal vez me gustase, pero dudaba que pudiera llegar a sorprenderme realmente. Cuando por fin adquirí mi entrada de cine para saborear lo que Kechiche había puesto tanto empeño en contarnos sobre esa bonita joven, dudaba poder salir de la sala sintiendo algo nuevo.
Pero desde el principio hasta el final, la película que da vida a la novela gráfica ‘El azul es un color cálido’ no se parecía a nada de lo que hubiera visto hasta ese momento. En pocos segundos, ya me sentí que formaba parte de la película, como si Adèle y el espectador tuvieran los mismos ojos. Y no, no tan sólo ves lo que ella ve, si no que sientes lo que ella siente en todo momento, como una conexión difícil de explicar.
La evolución de los personajes y de sus sentimientos es, simplemente indescriptible. Por momentos el film es tan sumamente hermoso, o tan sumamente doloroso, o tan sumamente maravilloso que deja sin aliento, mientras te dejas enfrascar en una vida que, unos segundos antes de entrar a la sala, te era completamente ajena.
Tampoco he sentido nunca el amor tan palpable en el cine, y que Adèle y Emma sean dos mujeres termina siendo lo menos importante, para sumergirnos en lo que a todos nos gustaría fuese nuestra propia historia, y posiblemente lo sea en cierta parte. Se necesita muy poco tiempo para que la calidez de amor azul de estas dos hermosas mujeres hipnotice al espectador de principio a fin.
La literatura tiene un peso importante, que Kechiche usa, a mi parecer, muy hábilmente para lanzar mensajes importantes, como guiños ingeniosos. Selecciona grandes obras de la literatura y pasajes realmente acertados, en un marco muy elaborado y muy apropiado.
La pintura y el arte, como se entiende, también tiene un sentido a la par de significativo durante toda la película. Si bien es una de las partes que más late, lo importante no es la pintura en sí, sino todo lo que esta arrastra tras de sí.
Nada en La Vida de Adèle sucede por que sí.
El sexo entre la joven de mirada perdida y la chica del pelo azul, lejos de hacerse pesado, constituye una de las piezas más intensas y preciosas que constituyen este magistral trabajo, dejando en evidencia otras muchas escenas entre sábanas. Kechiche, ayudado de unas interpretaciones inmejorables, nos muestra otra forma de verlo: como la expresión máxima de los sentimientos y el amor, entre dos personas que se aman, que se buscan y se anhelan, y que no sienten ningún tipo de pudor.
Los tintes de dolor, amor, felicidad, lágrimas reales, conversaciones intensas y variopintas situaciones, que juegan con la fuerza emocional de un espectador que se tiene un indiscreto por momentos, constituyen en esta película una obra del séptimo arte diferente, a unas alturas del cine que se creía difícil lograr sorprender. Al terminar ‘La Vida de Adèle’, simplemente pude pensar en que probablemente no volvería a ver nada igual en mucho tiempo.
6
17 de septiembre de 2015
17 de septiembre de 2015
12 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es muy sencillo lanzarse a la crítica de una película que tan solo por el título y los retazos del argumento encogen el corazón de melancolía y de miedo. Un cuadro que enmarca a una profesora en paro y separada (Penélope Cruz) a la que diagnostican cáncer de mama y a un ojeador del Real Madrid que acaba de perder a su hija (Luis Tosar) no puede contener más que tonalidades grises y luces apagadas. Sin embargo, Julio Medem (el director de Caótica Ana o Habitación en Roma), busca otorgar un poco de aire fresco y de humor a esta trágica escena, pero lo consigue de forma torpe a mi entender.
Es un film lacrimógeno por excelencia, un drama cincelado en el alma, con todas las miras del director puestas en conmover a un público que se va a dejar llevar por las sensaciones y que, con suerte, en medio de las lágrimas, no podrá apreciar las carencias de la película, no se atreverá a juzgarlas por miedo a parecer un insensible. Y es que he de decir que durante las dos horas que dura la película la sala, que estaba hasta los topes, estaba sorbiéndose los mocos en su casi totalidad, el silencio era tenso y el ambiente cortante. Flotaba la amargura y los corazones de los espectadores estaban encogidos de congoja. Solo unos pocos, permanecíamos impasibles ante la tragedia que asolaba a Magda, demasiado perturbados por la falta de verosimilitud para ser capaz de digerir la espesura del guion.
Como decía, hay que tener habilidad para intentar meter alegría y humor en una película que va sobre un tumor en el pecho y todo lo duro de esa realidad. Pero también hay que tener destreza a la hora de plasmar un suceso tan duro y devastador como éste, y hacerlo sin caer en los tópicos de la tristeza (o, también, en el soporífero hapiness). Julio Medem se muestra pretencioso, buscando fotogramas místicos, queriéndole dar un trasfondo, una unión de historias, que no encaja por ninguna parte, un sentido metafísico, filosófico, una lucha por la religión y la vida. Por momentos, he sentido cierta vergüenza ajena y desesperación, con ganas de gritarle a la pantalla...'¿¡Pero esto es necesario!?'.
Había esperado una película española de verdad, castiza, costumbrista, llena de tonos grises, de ojeras bajo los ojos, de lágrimas que rompen el rostro, de dolor del de verdad (no este decorado por los focos y por un coraje que es imposible de creer). En cambio me he encontrado con un juego de luces blancas, una niña rusa que camina por la nieve o lanza cangrejos en la playa (sí, que alguien me lo explique, por favor). Y, también, un retrato frivolizado del cáncer de mama y de la quimioterapia, como si se tratara de una sesión de solarium.
Penélope Cruz, la gran Pe, se encuentra muy por encima de todo esto. Rescata lo salvable del film, su estelar interpretación, porque mima la cámara y mima a su personaje con el cariño con el que solo ella saber hacerlo. Incluso sus silencios son estelares, parece controlar hasta el temple de su respiración. Y aunque el guion sea tan torpe, su mirada habla por sí sola, y esas lágrimas cristalinas acarician el alma con dedos gélidos. Desde luego, brillante.
Los demás personajes destacables son masculinos, otro lastre del cine y un gran error. Tenemos a Luis Tosar en su papel de Luis Tosar, a un ginecólogo poco creíble que canta bulerías en los chiringuitos de la playa, a un ex marido que apenas media dos palabras pero que tiene los ojos azules y eso siempre vende, y al hijo de Penélope, un muchacho que juega a fútbol y cuya aparición es muy prometedora, por cierto. Se crea entorno a esta mujer (que, por cierto, es una luchadora y no se doblega ante nada) una especie de triángulo amoroso absurdo y bochornoso que es un auténtico despropósito.
Digamos pues que se trata de una película floja, pero con matices. En realidad, no la recomiendo. Los más sensibles saldrán destrozados sin consuelo. Los más enteros, no la disfrutarán. Los amantes de Penélope Cruz disfrutarán de su interpretación, pero se sentirán vacíos. Un mal retrato sobre una realidad social devastadora.
Es un film lacrimógeno por excelencia, un drama cincelado en el alma, con todas las miras del director puestas en conmover a un público que se va a dejar llevar por las sensaciones y que, con suerte, en medio de las lágrimas, no podrá apreciar las carencias de la película, no se atreverá a juzgarlas por miedo a parecer un insensible. Y es que he de decir que durante las dos horas que dura la película la sala, que estaba hasta los topes, estaba sorbiéndose los mocos en su casi totalidad, el silencio era tenso y el ambiente cortante. Flotaba la amargura y los corazones de los espectadores estaban encogidos de congoja. Solo unos pocos, permanecíamos impasibles ante la tragedia que asolaba a Magda, demasiado perturbados por la falta de verosimilitud para ser capaz de digerir la espesura del guion.
Como decía, hay que tener habilidad para intentar meter alegría y humor en una película que va sobre un tumor en el pecho y todo lo duro de esa realidad. Pero también hay que tener destreza a la hora de plasmar un suceso tan duro y devastador como éste, y hacerlo sin caer en los tópicos de la tristeza (o, también, en el soporífero hapiness). Julio Medem se muestra pretencioso, buscando fotogramas místicos, queriéndole dar un trasfondo, una unión de historias, que no encaja por ninguna parte, un sentido metafísico, filosófico, una lucha por la religión y la vida. Por momentos, he sentido cierta vergüenza ajena y desesperación, con ganas de gritarle a la pantalla...'¿¡Pero esto es necesario!?'.
Había esperado una película española de verdad, castiza, costumbrista, llena de tonos grises, de ojeras bajo los ojos, de lágrimas que rompen el rostro, de dolor del de verdad (no este decorado por los focos y por un coraje que es imposible de creer). En cambio me he encontrado con un juego de luces blancas, una niña rusa que camina por la nieve o lanza cangrejos en la playa (sí, que alguien me lo explique, por favor). Y, también, un retrato frivolizado del cáncer de mama y de la quimioterapia, como si se tratara de una sesión de solarium.
Penélope Cruz, la gran Pe, se encuentra muy por encima de todo esto. Rescata lo salvable del film, su estelar interpretación, porque mima la cámara y mima a su personaje con el cariño con el que solo ella saber hacerlo. Incluso sus silencios son estelares, parece controlar hasta el temple de su respiración. Y aunque el guion sea tan torpe, su mirada habla por sí sola, y esas lágrimas cristalinas acarician el alma con dedos gélidos. Desde luego, brillante.
Los demás personajes destacables son masculinos, otro lastre del cine y un gran error. Tenemos a Luis Tosar en su papel de Luis Tosar, a un ginecólogo poco creíble que canta bulerías en los chiringuitos de la playa, a un ex marido que apenas media dos palabras pero que tiene los ojos azules y eso siempre vende, y al hijo de Penélope, un muchacho que juega a fútbol y cuya aparición es muy prometedora, por cierto. Se crea entorno a esta mujer (que, por cierto, es una luchadora y no se doblega ante nada) una especie de triángulo amoroso absurdo y bochornoso que es un auténtico despropósito.
Digamos pues que se trata de una película floja, pero con matices. En realidad, no la recomiendo. Los más sensibles saldrán destrozados sin consuelo. Los más enteros, no la disfrutarán. Los amantes de Penélope Cruz disfrutarán de su interpretación, pero se sentirán vacíos. Un mal retrato sobre una realidad social devastadora.
9
11 de julio de 2015
11 de julio de 2015
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Está demostrado que el cine más talentoso, novedoso, atrevido y original no se estrena en la gran pantalla. Acudamos a las salas, paguemos diez pavos, para ver la misma lobotomía comercial de siempre, mientras unos señores con traje se llenan los bolsillos de miles de millones por mostrarnos los mismos tópicos de siempre, los mismos valores escuetos y tomando al espectador por alguien sin criterio.
Por eso disfruto tanto de aventurarme en el cine independiente, que se puede encontrar en ciertas plataformas en Internet pagando muy poco (entre 1€-3€) como Filmin o Wuaki.tv.
Anoche, buscando una película que compartir con mi otra mitad, topamos con esta joya de la tragicomedia española, nada menos. 'Nacidas para sufrir', protagonizada por Petra Martínez y Adriana Ozores, además de otras actrices (el poder de la interpretación recae en papeles femeninos que, por cierto, están muy abandonados en los grandes films) que recrean con verdad un escenario de la rutina de la España más castiza, más de pueblo, más rural. Aquella que, por mucho que lo neguemos, es donde están nuestras raíces y nuestra verdad.
Flora, una anciana de 79 años, acaba de enterrar a su hermana. En ese momento, las sobrinas de la mujer le proponen internarla en una residencia y prescindir de los servicios de la empleada del hogar, Purita. Flora, que se siente muy apegada a Pura y se niega a abandonar su casa de toda la vida, toma una decisión drástica: desheredar a sus sobrinas y contraer matrimonio con Purita para asegurarse de que ésta estará a su lado y la cuidará hasta que se muera.
Con ingredientes de género negro, comedia oscura y cine costumbrista, se nos hace llegar una situación tan esperéntica como realista. Refleja la soledad de la vejez, refleja la ausencia de fronteras del amor, el conflicto de intereses, la hipocresía, la maldad, la bondad y la infinidad del ser humano. Sobresaliente el guion, sobresalientes las interpretaciones, los giros argumentales... Una película imprescindible para los amantes del cine, del arte y del ser humano.
Por eso disfruto tanto de aventurarme en el cine independiente, que se puede encontrar en ciertas plataformas en Internet pagando muy poco (entre 1€-3€) como Filmin o Wuaki.tv.
Anoche, buscando una película que compartir con mi otra mitad, topamos con esta joya de la tragicomedia española, nada menos. 'Nacidas para sufrir', protagonizada por Petra Martínez y Adriana Ozores, además de otras actrices (el poder de la interpretación recae en papeles femeninos que, por cierto, están muy abandonados en los grandes films) que recrean con verdad un escenario de la rutina de la España más castiza, más de pueblo, más rural. Aquella que, por mucho que lo neguemos, es donde están nuestras raíces y nuestra verdad.
Flora, una anciana de 79 años, acaba de enterrar a su hermana. En ese momento, las sobrinas de la mujer le proponen internarla en una residencia y prescindir de los servicios de la empleada del hogar, Purita. Flora, que se siente muy apegada a Pura y se niega a abandonar su casa de toda la vida, toma una decisión drástica: desheredar a sus sobrinas y contraer matrimonio con Purita para asegurarse de que ésta estará a su lado y la cuidará hasta que se muera.
Con ingredientes de género negro, comedia oscura y cine costumbrista, se nos hace llegar una situación tan esperéntica como realista. Refleja la soledad de la vejez, refleja la ausencia de fronteras del amor, el conflicto de intereses, la hipocresía, la maldad, la bondad y la infinidad del ser humano. Sobresaliente el guion, sobresalientes las interpretaciones, los giros argumentales... Una película imprescindible para los amantes del cine, del arte y del ser humano.

7,2
1.373
8
28 de noviembre de 2014
28 de noviembre de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine es un arte incansable, que necesita explotar todas y cada una de las experiencias posibles del ser humano. Junto a la literatura, es el medio que nos permite vivir, revivir o reinventar otras 'formas de vida', otras etapas, otras épocas que no vamos a tener la oportunidad de sentir en nuestras carnes. Nos permite también conocer a personas que, de otra forma, jamás llegaríamos ni siquiera a mirar. Existen argumentos extraordinarios, fantásticos, que se alejan de la realidad y nos adentran en mundos imaginarios. Pero también existen otro tipo de guiones más costumbristas, más cercanos a nuestro día a día. Guiones que convierten la rutina en algo, sutilmente, maravilloso.
80 EGUNEAN (En 80 días) es una atrevida propuesta del cine vasco. Exhibida en V.O.S (Euskera) y del mismo director que ha sorprendido a la cartelera con LOREAK, cuenta la común historia de una entrañable anciana Axun que, sintiendo compasión por el ex marido de su hija, va a visitarlo asiduamente al hospital, donde se encuentra en coma. Allí, se reencuentra, 50 años después, con una especial amiga de su adolescencia, Maite, una música recién jubilada que cuida de su hermano.
Si los años no son nada, eso se demuestra muy hábilmente en la serie de sucesos que azota a éstas dos luchadoras, cuyo rostro surcado de arrugas, sigue mostrando la timidez, las dudas y la valentía de su juventud, a la que nunca han sabido dejar atrás. Axun se vuelca totalmente con Maite, como deseando recuperar el tiempo perdido. Maite, por su parte, le muestra una nueva forma de vivir el último tercio de su aún latente vida.
Las interpretaciones son estelares, sin lugar a dudas. La sensibilidad que reflejan las miradas, la fuerza implícita de los diálogos, el deleite del alma entregada a cada fotograma, hace que el espectador se sienta embelesado por las dos protagonistas que se nos presentan. Los demás personajes secundarios, también juegan hábilmente sus bazas: El marido de Axun, la hija que vive en América (y cuya aparición es a través de llamadas telefónicas) y la sobrina que trabaja en el hospital. Son piezas claves del hilarante desarrollo de los sucesos que, sin más, explotan ante nuestros sentidos repentinamente... pero con suavidad al mismo tiempo.
La película está contada con tal honestidad, que es sencillo olvidarse de que una historia tan sentimental está protagonizada por dos personas septuagenarias. Está contada con tanta verdad, que incluso nos olvidamos que que tan sólo se trata una película. Está plasmada con tanta intensidad, que la emoción nos abraza fuertemente la garganta.
Me enorgullece que el cine sigue apostando por estas ideas tan transgresoras (aunque no deberían de considerarse así, pero el poco eco que ha tenido en la gran pantalla así lo demuestra) que todavía no son bien acogidas por el público común. Ojalá, tal vez, algún día, nuestras salas de cine se llenen de pequeñas grandes joyas como éstas, de personas que hacen cine con el alma y con el corazón.
80 EGUNEAN (En 80 días) es una atrevida propuesta del cine vasco. Exhibida en V.O.S (Euskera) y del mismo director que ha sorprendido a la cartelera con LOREAK, cuenta la común historia de una entrañable anciana Axun que, sintiendo compasión por el ex marido de su hija, va a visitarlo asiduamente al hospital, donde se encuentra en coma. Allí, se reencuentra, 50 años después, con una especial amiga de su adolescencia, Maite, una música recién jubilada que cuida de su hermano.
Si los años no son nada, eso se demuestra muy hábilmente en la serie de sucesos que azota a éstas dos luchadoras, cuyo rostro surcado de arrugas, sigue mostrando la timidez, las dudas y la valentía de su juventud, a la que nunca han sabido dejar atrás. Axun se vuelca totalmente con Maite, como deseando recuperar el tiempo perdido. Maite, por su parte, le muestra una nueva forma de vivir el último tercio de su aún latente vida.
Las interpretaciones son estelares, sin lugar a dudas. La sensibilidad que reflejan las miradas, la fuerza implícita de los diálogos, el deleite del alma entregada a cada fotograma, hace que el espectador se sienta embelesado por las dos protagonistas que se nos presentan. Los demás personajes secundarios, también juegan hábilmente sus bazas: El marido de Axun, la hija que vive en América (y cuya aparición es a través de llamadas telefónicas) y la sobrina que trabaja en el hospital. Son piezas claves del hilarante desarrollo de los sucesos que, sin más, explotan ante nuestros sentidos repentinamente... pero con suavidad al mismo tiempo.
La película está contada con tal honestidad, que es sencillo olvidarse de que una historia tan sentimental está protagonizada por dos personas septuagenarias. Está contada con tanta verdad, que incluso nos olvidamos que que tan sólo se trata una película. Está plasmada con tanta intensidad, que la emoción nos abraza fuertemente la garganta.
Me enorgullece que el cine sigue apostando por estas ideas tan transgresoras (aunque no deberían de considerarse así, pero el poco eco que ha tenido en la gran pantalla así lo demuestra) que todavía no son bien acogidas por el público común. Ojalá, tal vez, algún día, nuestras salas de cine se llenen de pequeñas grandes joyas como éstas, de personas que hacen cine con el alma y con el corazón.

5,8
8.647
2
11 de abril de 2015
11 de abril de 2015
34 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maribel Verdú siempre es un nombre llamativo en cualquier estreno español. De hecho, a mi me impulsó bastante a la hora de animarme a ir a verla, aunque he de reconocer que mis expectativas no eran demasiado altas. Efectivamente, el resultado tampoco fue bueno.
El film inicia de forma amena, pero deja un resquicio de torpedad tras cada escena. Las actuaciones, a pesar de tratarse de actores y actrices consagrados del panorama español de nuestro país, no terminan de cuajar y de transmitir en la gran pantalla. No olvidan en ningún momento que están ante una cámara, y eso es un error tan grave que hasta el espectador menos exigente no puede pasar por alto. Unimos esto a un ritmo tediosamente lento en un film que cuenta pocas cosas, y que se vuelve aletargado desde su ecuador.
He leído muy buenas críticas de la película y del director, y lamento decir que no las comparto ni llego a entenderlas. Por muy amante que sea del cine de marca nacional, y por mucho cariño que sienta por ver a Maribel Verdú, no se puede pasar por alto un transcurso tan frío, inverosímil y, por qué no, que roza la ridiculez por momentos.
Por señalar cosas positivas, diré que la ambientación elegida es muy acertada y hermosa, aunque creo que el director la ha explotado muy poco. Hay ciertos diálogos que tienen fuerza y que, creo, podría haber explotado más esa faceta. Y, por supuesto, hay momentos de la interpretación de Verdú que rompen el aire y tocan el corazón (un llanto roto, atisbos de locura, serenidad aterradora)... a pesar de que todo lo demás se le queda muy pequeño.
El film inicia de forma amena, pero deja un resquicio de torpedad tras cada escena. Las actuaciones, a pesar de tratarse de actores y actrices consagrados del panorama español de nuestro país, no terminan de cuajar y de transmitir en la gran pantalla. No olvidan en ningún momento que están ante una cámara, y eso es un error tan grave que hasta el espectador menos exigente no puede pasar por alto. Unimos esto a un ritmo tediosamente lento en un film que cuenta pocas cosas, y que se vuelve aletargado desde su ecuador.
He leído muy buenas críticas de la película y del director, y lamento decir que no las comparto ni llego a entenderlas. Por muy amante que sea del cine de marca nacional, y por mucho cariño que sienta por ver a Maribel Verdú, no se puede pasar por alto un transcurso tan frío, inverosímil y, por qué no, que roza la ridiculez por momentos.
Por señalar cosas positivas, diré que la ambientación elegida es muy acertada y hermosa, aunque creo que el director la ha explotado muy poco. Hay ciertos diálogos que tienen fuerza y que, creo, podría haber explotado más esa faceta. Y, por supuesto, hay momentos de la interpretación de Verdú que rompen el aire y tocan el corazón (un llanto roto, atisbos de locura, serenidad aterradora)... a pesar de que todo lo demás se le queda muy pequeño.
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