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7,2
73.533
8
10 de febrero de 2015
10 de febrero de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Isla Mínima de Alberto Rodríguez (Grupo 7) llegó a nuestra cartelera, pisando fuerte. La película distribuida por Warner ganó el box office de su primer fin de semana con una gran media por copia que la situó como la segunda mejor del año para un film español. Los premios en el festival de San Sebastián (mejor fotografía y mejor actor), junto con su ausencia en la batalla final por ser la película española que representara a los Oscars le sirvió para crear todavía más expectación. Las similitudes con True Detective están a la vista. No solo el punto de partida y el argumento basado en un caso policial de un asesino en serie que tiene como objetivo a chicas jóvenes, sino que la presencia de ciertos elementos también coincide: la importancia del paisaje y de la localización, los cuernos de los ciervos, la influencia cultural de la religión... Y por una vez las comparaciones no son odiosas. Las dos son productos sólidos y de gran calidad.
La Isla Mínima nos sitúa en los años 80 en las Marismas del Guadalquivir, una localidad rural y fluvial en la que desaparecen dos chicas Estrella y Carmen mientras son las fiestas del pueblo. Juan y Pedro, dos policías expedientados, son enviados a la localidad para resolver el misterio.
La sinopsis no dista demasiado de las miles de películas policíacas que salen cada año. Dónde reside sus virtudes es en la combinación de elementos y subtramas que conforman una historia sólida, llena de matices y de múltiples lecturas. La película no es simplemente una búsqueda y posterior resolución de un caso policial. El film es sobre todo una radiografía de una España que salía de una dictadura, del pasado y del futuro del cuerpo de policía, y un testigo de la verdadera velocidad del cambio democrático personalizado por la gente del pueblo que busca mediante reivindicaciones mejores condiciones de vida.
Mucha parte del mérito de que la película funcione la tienen todo el equipo de detrás de la pantalla. Desde el guión que deja más a la imaginación que en boca de sus personajes, a la magnífica fotografía de Álex Catalán pasando por el montaje de José M. G. Moyano, pausado pero con una fuerte tensión interna. Alberto Rodriguez pone su dirección al servicio de la historia consiguiendo una película con mucha fuerza narrativo-expresiva. El uso de los planos cenitales como forma de ir mostrando la evolución a lo largo de la historia, así como reforzar la importancia del escenario es simplemente asombroso.
La otra parte del mérito la tiene Javier Gutiérrez (flamante Concha de Plata en Donosti) quien interpreta uno de los dos policías "castigados". Con una sola mirada bascula entre el hombre simpático y aparentemente despreocupado al hombre de pasado oscuro con remordimientos. El encargado de acompañarlo en la dupla policial es Raúl Arévalo, que aunque está más que correcto, la sombra de Gutiérrez puede un poco con él. Por último como secundarios les acompañan Antonio de la Torre, Nerea Barros entre otros.
La isla mínima nos hace plantear una vez más la frase "pero si esta no parece española" y nos convence que el cine español puede ser igual o mejor que el de cualquier otro país. La nueva película de Alberto Rodríguez se puede convertir en EL THRILLER del año.
La Isla Mínima nos sitúa en los años 80 en las Marismas del Guadalquivir, una localidad rural y fluvial en la que desaparecen dos chicas Estrella y Carmen mientras son las fiestas del pueblo. Juan y Pedro, dos policías expedientados, son enviados a la localidad para resolver el misterio.
La sinopsis no dista demasiado de las miles de películas policíacas que salen cada año. Dónde reside sus virtudes es en la combinación de elementos y subtramas que conforman una historia sólida, llena de matices y de múltiples lecturas. La película no es simplemente una búsqueda y posterior resolución de un caso policial. El film es sobre todo una radiografía de una España que salía de una dictadura, del pasado y del futuro del cuerpo de policía, y un testigo de la verdadera velocidad del cambio democrático personalizado por la gente del pueblo que busca mediante reivindicaciones mejores condiciones de vida.
Mucha parte del mérito de que la película funcione la tienen todo el equipo de detrás de la pantalla. Desde el guión que deja más a la imaginación que en boca de sus personajes, a la magnífica fotografía de Álex Catalán pasando por el montaje de José M. G. Moyano, pausado pero con una fuerte tensión interna. Alberto Rodriguez pone su dirección al servicio de la historia consiguiendo una película con mucha fuerza narrativo-expresiva. El uso de los planos cenitales como forma de ir mostrando la evolución a lo largo de la historia, así como reforzar la importancia del escenario es simplemente asombroso.
La otra parte del mérito la tiene Javier Gutiérrez (flamante Concha de Plata en Donosti) quien interpreta uno de los dos policías "castigados". Con una sola mirada bascula entre el hombre simpático y aparentemente despreocupado al hombre de pasado oscuro con remordimientos. El encargado de acompañarlo en la dupla policial es Raúl Arévalo, que aunque está más que correcto, la sombra de Gutiérrez puede un poco con él. Por último como secundarios les acompañan Antonio de la Torre, Nerea Barros entre otros.
La isla mínima nos hace plantear una vez más la frase "pero si esta no parece española" y nos convence que el cine español puede ser igual o mejor que el de cualquier otro país. La nueva película de Alberto Rodríguez se puede convertir en EL THRILLER del año.
10 de febrero de 2015
10 de febrero de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jersey Boys es la enésima película del incansable Clint Eastwood, que a sus 84 sigue dirigiendo sin intención de retirarse. El film es una adaptación del musical que triunfa en Broadway y en los teatros de todo el mundo desde el 2005 y que ha ganado Grammys y Tonys. El musical a su vez también es una adaptación de la llegada al éxito de Frankie Valli and The Four Season, boyband que triunfó en los años 60 con éxitos como "Sherry" o "Big girls don't cry" entre muchas otras que se caracterizaba por los falsetes de su cantante.
A priori parece que Clint Eastwood está un poco fuera de lugar al retratar una historia un poco alejada a lo que nos tiene acostumbrados. Y la verdad es que empieza dubitativo, la temática sobre unos chicos de clase baja de New Jersey que trapichean con la mafia y sueñan con ser famosos mientras tocan en eventos de barrio, parece más propia de Scorsese que del que fuera Harry el sucio. Poco a poco los números musicales van cogiendo importancia, y lentamente Eastwood empieza a DIRIGIR en mayúsculas. Muy pocos directores mueven la cámara como el realizador de San Francisco. Siempre he afirmado que Eastwood es mucho mejor director que actor, y es que quizás todos los matices que le costaba sacar para la creación de sus personajes, los muestra con suaves travelings y una cámara que saca todo el potencial de cada una de las escenas.
Los guionistas Marshall Brickman y Rick Elice, junto con Eastwood deciden intentar dar más profundidad a la historia dando una mayor importancia a la relación del grupo con la mafia a lo largo de su camino al estrellato. El intento resulta interesante, pero acaba siendo un simple recurso que usan cuando quieren para dar más intensidad a los conflictos, y no la trama principal.
El reparto a excepción de Christopher Walken en el papel del mafioso Gyp DeCarlo, está formado por un grupo de desconocidos de la gran pantalla pero con probada experiencia en Broadway. John Lloyd Young, quien ya interpretó al protagonista Frankie Valli en Broadway en 2006 y ganó un Tony por ello, Eric Bergen y Michael Lomenda interpretan a Bob Gaudio y Nick Massi, quienes también habían participado en la versión musical; y por último Vincent Piazza quien no estaba en el musical pero tiene muy por la mano el papel de mafioso como podemos ver en Boardwalk Empire.
En resumen, no estamos ante la mejor película de Eastwood, pero su dirección como siempre vale la pena. El guión no da para más pero cumple, la película entretiene y no se hace pesada.
aroadsidecafe.wordpress.com
@Gine_1414
A priori parece que Clint Eastwood está un poco fuera de lugar al retratar una historia un poco alejada a lo que nos tiene acostumbrados. Y la verdad es que empieza dubitativo, la temática sobre unos chicos de clase baja de New Jersey que trapichean con la mafia y sueñan con ser famosos mientras tocan en eventos de barrio, parece más propia de Scorsese que del que fuera Harry el sucio. Poco a poco los números musicales van cogiendo importancia, y lentamente Eastwood empieza a DIRIGIR en mayúsculas. Muy pocos directores mueven la cámara como el realizador de San Francisco. Siempre he afirmado que Eastwood es mucho mejor director que actor, y es que quizás todos los matices que le costaba sacar para la creación de sus personajes, los muestra con suaves travelings y una cámara que saca todo el potencial de cada una de las escenas.
Los guionistas Marshall Brickman y Rick Elice, junto con Eastwood deciden intentar dar más profundidad a la historia dando una mayor importancia a la relación del grupo con la mafia a lo largo de su camino al estrellato. El intento resulta interesante, pero acaba siendo un simple recurso que usan cuando quieren para dar más intensidad a los conflictos, y no la trama principal.
El reparto a excepción de Christopher Walken en el papel del mafioso Gyp DeCarlo, está formado por un grupo de desconocidos de la gran pantalla pero con probada experiencia en Broadway. John Lloyd Young, quien ya interpretó al protagonista Frankie Valli en Broadway en 2006 y ganó un Tony por ello, Eric Bergen y Michael Lomenda interpretan a Bob Gaudio y Nick Massi, quienes también habían participado en la versión musical; y por último Vincent Piazza quien no estaba en el musical pero tiene muy por la mano el papel de mafioso como podemos ver en Boardwalk Empire.
En resumen, no estamos ante la mejor película de Eastwood, pero su dirección como siempre vale la pena. El guión no da para más pero cumple, la película entretiene y no se hace pesada.
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@Gine_1414
8
10 de febrero de 2015
10 de febrero de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sal de la tierra (The Salt of the Earth) es el nuevo documental de Wim Wenders destinado a dar que hablar y captar el interés para las producciones de no-ficción. La producción franco-brasileña que analiza y homenajea la labor del fotógrafo Sebastiao Salgado, ha causado muy buenas sensaciones por todos los países y festivales por dónde ha pasado. Su reconocimiento más notable ha sido el premio del público del festival de San Sebastián y El premio especial del jurado de Un Certain Regard y la mención especial del Jurado Ecuménico del pasado festival de Cannes.
Sebastiao Salgado, brasileño de nacimiento y francés de adopción es uno de los fotógrafos más reconocios de la fotografía social y fotoperiodismo. Economista de profesión y filántropo de corazón abandonó su trabajo para recorrer el mundo con la cámara al cuello en 1973. Durante 40 años ha viajado por los cuatro continentes para denunciar con su objetivo la dura vida de los más pobres, los exiliados y las devastadoras consecuencias de los conflictos bélicos.
Y es que La Sal de la Tierra (The Salt of the Earth) no solo un recorrido por los grandes proyectos de Salgado como Africa, Sahel: the end of the road, Workers, Migrations, o su reciente cambio de perspectiva Genesis; sino que también es una reflexión sobre quien sostiene el objetivo y cual es su punto de vista. El documental es a la vez una brillante y durísima reflexión sobre el dolor y las guerras del ser humano durante los últimos 40 años que busca apelar a la sensibilidad del espectador con el espectacular trabajo del fotógrafo. También es una contrastada radiografía en su mayoría en blanco y negro de las virtudes de los colectivos humanos que viven al margen de la sociedad; y el peligro que creamos aquellos que vivimos bajo las reglas del mundo "civilizado". Y por otro lado una meditación metalingüística de la persona detrás de la cámara y de su capacidad para transmitir una idea enfrente de otras simplemente por el tipo de plano o la angulación de éste.
Su hijo Juliano Ribeiro Salgado lleva los últimos años siguiendo a su padre y grabándolo, mostrando una especie de "making of" cinematográfico. Y desde hace cinco años Wim Wenders se unió a ellos para dar forma final a esta obra. El director alemán, quien durante los años 80 y 90 hizo películas tan reconocidas como Paris, Texas y El cielo sobre Berlín, lleva los últimos 10-15 años metido de lleno en las producciones de no-ficción. Sorprendió con Buena Vista Social Club o la más reciente Pina. Y es que Wenders ha encontrado en el documental un terreno fértil para pulir su narración detallada y a la vez artística. Todo esto sin quitarle mérito a Juliano, co-director de la película, quien empezó a cultivar la idea de mostrar el trabajo de su padre a 24 fotogramas por segundo.
La Sal de la Tierra (The Salt of the Earth) es una feroz crítica a la parte más oscura del ser humano, así como un canto de esperanza de la bondad innata del individuo mediante las fotografías de Sebastiao Salgado durante los últimos 40 años.El documental es un bello y amargo recorrido con imágenes potentísimas que necesitan poco contexto para dejarte el corazón en un puño. A parte de como obra cinematográfica, La Sal de la Tierra (The Salt of the Earth) está destinada a ser un reclamo para volver a revisitar las magníficas fotografías de Sebastiao Salgado.
aroadsidecafe.wordpress.com
@Gine_1414
Sebastiao Salgado, brasileño de nacimiento y francés de adopción es uno de los fotógrafos más reconocios de la fotografía social y fotoperiodismo. Economista de profesión y filántropo de corazón abandonó su trabajo para recorrer el mundo con la cámara al cuello en 1973. Durante 40 años ha viajado por los cuatro continentes para denunciar con su objetivo la dura vida de los más pobres, los exiliados y las devastadoras consecuencias de los conflictos bélicos.
Y es que La Sal de la Tierra (The Salt of the Earth) no solo un recorrido por los grandes proyectos de Salgado como Africa, Sahel: the end of the road, Workers, Migrations, o su reciente cambio de perspectiva Genesis; sino que también es una reflexión sobre quien sostiene el objetivo y cual es su punto de vista. El documental es a la vez una brillante y durísima reflexión sobre el dolor y las guerras del ser humano durante los últimos 40 años que busca apelar a la sensibilidad del espectador con el espectacular trabajo del fotógrafo. También es una contrastada radiografía en su mayoría en blanco y negro de las virtudes de los colectivos humanos que viven al margen de la sociedad; y el peligro que creamos aquellos que vivimos bajo las reglas del mundo "civilizado". Y por otro lado una meditación metalingüística de la persona detrás de la cámara y de su capacidad para transmitir una idea enfrente de otras simplemente por el tipo de plano o la angulación de éste.
Su hijo Juliano Ribeiro Salgado lleva los últimos años siguiendo a su padre y grabándolo, mostrando una especie de "making of" cinematográfico. Y desde hace cinco años Wim Wenders se unió a ellos para dar forma final a esta obra. El director alemán, quien durante los años 80 y 90 hizo películas tan reconocidas como Paris, Texas y El cielo sobre Berlín, lleva los últimos 10-15 años metido de lleno en las producciones de no-ficción. Sorprendió con Buena Vista Social Club o la más reciente Pina. Y es que Wenders ha encontrado en el documental un terreno fértil para pulir su narración detallada y a la vez artística. Todo esto sin quitarle mérito a Juliano, co-director de la película, quien empezó a cultivar la idea de mostrar el trabajo de su padre a 24 fotogramas por segundo.
La Sal de la Tierra (The Salt of the Earth) es una feroz crítica a la parte más oscura del ser humano, así como un canto de esperanza de la bondad innata del individuo mediante las fotografías de Sebastiao Salgado durante los últimos 40 años.El documental es un bello y amargo recorrido con imágenes potentísimas que necesitan poco contexto para dejarte el corazón en un puño. A parte de como obra cinematográfica, La Sal de la Tierra (The Salt of the Earth) está destinada a ser un reclamo para volver a revisitar las magníficas fotografías de Sebastiao Salgado.
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@Gine_1414

6,0
8.110
4
10 de febrero de 2015
10 de febrero de 2015
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jon S. Baird (Cass) se atreve a adaptar una novela de Irvine Welsh, célebre escritor a quien el séptimo arte ya recurrió hace ya 18 años con Trainspotting. El film que llega a las pantallas españolas con un año de retraso tuvo muy buena acogida en el Reino Unido dónde su protagonista James McAvoy ganó el British Independent Film Award, el Empire Award, así como el guardon del círculo de críticos de Londres de mejor actor británico. Además la película en sí tuvo también varias nominaciones. En Estados Unidos convenció menos, así lo demuestran el 56% en Metracritic y el 62% en Rotten Tomatoes.
Filth nos habla del detective Bruce Robertson, el policía más maleducado, pervertido, asqueroso y adicto al sexo y a las drogas de Edimburgo que luchará con sus compañeros para obtener un ascenso y así salvar su matrimonio, mientras paralelamente intenta solucionar un caso de asesinato. La sinopsis, como la película no deja indiferente a nadie; y su puesta en escena y desarrollo narrativo tampoco. Influenciado por el nuevo cine británico de Danny Boyle o Guy Ritchie, la historia está dotada de ritmo desenfrenado, de slow motion y de frases cómplices del protagonista mirando hacia el espectador. Elementos que buscan la incomodidad del voyeur y la repulsión que ya avanzaba el propio título.
El principal problema es que esa necesidad de transgredir con su verborrea y sus imágenes lascivas a ritmo vertiginoso resulta un intento frustrado. No estamos en 1996. A pleno siglo XXI cuesta mucho sorprender e inquietar a un espectador que ha crecido viendo asesinatos y suicidios por la televisión y/o por youtube. Y finalmente todos esos intentos de Filth queda simplemente como una oda a lo desagradable que más que disgusto resulta un poco irrisoria. El giro dramático de los acontecimientos también resulta forzado ya que solo parece buscar una redención para un protagonista que desde los primeros cinco minutos nos deja bien claro que no se la merece ni la quiere.
A pesar de sus defectos, Filth tiene una gran virtud. Ésta se llama James McAvoy. El actor escocés, que empieza ya nos ha mostrado bastantes registros a lo largo de su carrera, borda esa personalidad psicótica, y un poco psicópata. McAvoy es en Filth todo intensidad, todo poder, y con gran fuerza de convicción. Le acompañan Jamie Bell, Imogen Poots, Eddie Marsan y Jim Broadbent entre otros.
En resumidas cuentas, Filth es un producto vistoso con buen pulso narrativo y con verbosidad abundante que busca impactar a un espectador que en pleno 2014 ya le sorprenden pocas cosas. Un film que busca una crítica sobre la acelerada sociedad de consumo actual, pero que no da demasiados argumentos más allá de tópicos uno detrás de otro.
aroadsidecafe.wordpress.com
@Gine_1414
Filth nos habla del detective Bruce Robertson, el policía más maleducado, pervertido, asqueroso y adicto al sexo y a las drogas de Edimburgo que luchará con sus compañeros para obtener un ascenso y así salvar su matrimonio, mientras paralelamente intenta solucionar un caso de asesinato. La sinopsis, como la película no deja indiferente a nadie; y su puesta en escena y desarrollo narrativo tampoco. Influenciado por el nuevo cine británico de Danny Boyle o Guy Ritchie, la historia está dotada de ritmo desenfrenado, de slow motion y de frases cómplices del protagonista mirando hacia el espectador. Elementos que buscan la incomodidad del voyeur y la repulsión que ya avanzaba el propio título.
El principal problema es que esa necesidad de transgredir con su verborrea y sus imágenes lascivas a ritmo vertiginoso resulta un intento frustrado. No estamos en 1996. A pleno siglo XXI cuesta mucho sorprender e inquietar a un espectador que ha crecido viendo asesinatos y suicidios por la televisión y/o por youtube. Y finalmente todos esos intentos de Filth queda simplemente como una oda a lo desagradable que más que disgusto resulta un poco irrisoria. El giro dramático de los acontecimientos también resulta forzado ya que solo parece buscar una redención para un protagonista que desde los primeros cinco minutos nos deja bien claro que no se la merece ni la quiere.
A pesar de sus defectos, Filth tiene una gran virtud. Ésta se llama James McAvoy. El actor escocés, que empieza ya nos ha mostrado bastantes registros a lo largo de su carrera, borda esa personalidad psicótica, y un poco psicópata. McAvoy es en Filth todo intensidad, todo poder, y con gran fuerza de convicción. Le acompañan Jamie Bell, Imogen Poots, Eddie Marsan y Jim Broadbent entre otros.
En resumidas cuentas, Filth es un producto vistoso con buen pulso narrativo y con verbosidad abundante que busca impactar a un espectador que en pleno 2014 ya le sorprenden pocas cosas. Un film que busca una crítica sobre la acelerada sociedad de consumo actual, pero que no da demasiados argumentos más allá de tópicos uno detrás de otro.
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@Gine_1414

7,3
69.508
8
10 de febrero de 2015
10 de febrero de 2015
Sé el primero en valorar esta crítica
Fincher llevaba demasiado tiempo alejado de la gran pantalla. Tras su versión de Millenium se había quedado en la pequeña pantalla dirigiendo un par de episodios de House of Cards y siendo su productor ejecutivo. Viendo su nueva película se nota que tenía ganas de volver y hacerlo por la puerta grande, y no hay duda de que lo ha logrado.
Gone Girl (Perdida), basada en su novela homónima de Gillian Flynn (autor también del guión) nos cuenta como vive Nick la desaparición de su mujer Amy. Este suceso trastoca la aburrida monotonía de toda una comunidad que se divide entre los defensores del pobre marido y los que ven a Nick como el principal sospechoso.
La película es una acurada radiografía de nuestra sociedad, dónde las apariencias y el personaje social se funde con la personalidad real de los protagonistas. Dónde los medios despotrican sin validar fuentes, basando sus afirmaciones en deducciones personales. A lo largo del film vemos la lucha del protagonista con el entorno. No hay posicionamientos en Gone Girl (Perdida), pero sí hay un mensaje pesimista entorno a una sociedad obsesionada por las apariencias y por la necesidad de tener un rol social reconocido para vivir una vida llena. Nadie, ni siquiera nuestros protagonistas se salvan de la feroz crítica. Nuestra convivencia colectiva está podrida, y Flynn y Fincher son los mejores narradores para mostrárnoslo.
Fincher y Flynn construyen una narración juguetona lleno de giros que sorprenden y de forma muy cínica divierten, pero que no son efectistas. Fincher ha vuelto a la mala leche de El Club de la Lucha y Seven, bajo el empaque elegante y serio de Zodiac. Para ello se rodea de su equipo habitual: música de Trent Reznor y Atticus Ross, fotografía de Jeff Cronenweth y montaje de Kirk Baxter.
Ben Affleck es el encargado de interpretar a Nick Dunne, culpable, víctima y verdugo de su particular pesadilla, cumple con el papel y aguanta el peso del film. Pero es Rosamund Pike, Amy Dunne, quien roba cada escena en la que aparece. La actriz londinense demuestra que cuando le dan un papel de peso sobresale, y hace una espléndida interpretación. Como secundario destacan Neil Patrick Harris, Carrie Coon, Kim Dickens y Tyler Perry.
Gone Girl (Perdida) funciona como película detectivesca, como drama y como reflexión social. Entretiene e incita a pensar. Fincher ha vuelto en plena forma, con una lúcida crítica a la sociedad del consumo y las apariencias gracias al texto de Flynn.
aroadsidecafe.wordpress.com
@Gine_1414
Gone Girl (Perdida), basada en su novela homónima de Gillian Flynn (autor también del guión) nos cuenta como vive Nick la desaparición de su mujer Amy. Este suceso trastoca la aburrida monotonía de toda una comunidad que se divide entre los defensores del pobre marido y los que ven a Nick como el principal sospechoso.
La película es una acurada radiografía de nuestra sociedad, dónde las apariencias y el personaje social se funde con la personalidad real de los protagonistas. Dónde los medios despotrican sin validar fuentes, basando sus afirmaciones en deducciones personales. A lo largo del film vemos la lucha del protagonista con el entorno. No hay posicionamientos en Gone Girl (Perdida), pero sí hay un mensaje pesimista entorno a una sociedad obsesionada por las apariencias y por la necesidad de tener un rol social reconocido para vivir una vida llena. Nadie, ni siquiera nuestros protagonistas se salvan de la feroz crítica. Nuestra convivencia colectiva está podrida, y Flynn y Fincher son los mejores narradores para mostrárnoslo.
Fincher y Flynn construyen una narración juguetona lleno de giros que sorprenden y de forma muy cínica divierten, pero que no son efectistas. Fincher ha vuelto a la mala leche de El Club de la Lucha y Seven, bajo el empaque elegante y serio de Zodiac. Para ello se rodea de su equipo habitual: música de Trent Reznor y Atticus Ross, fotografía de Jeff Cronenweth y montaje de Kirk Baxter.
Ben Affleck es el encargado de interpretar a Nick Dunne, culpable, víctima y verdugo de su particular pesadilla, cumple con el papel y aguanta el peso del film. Pero es Rosamund Pike, Amy Dunne, quien roba cada escena en la que aparece. La actriz londinense demuestra que cuando le dan un papel de peso sobresale, y hace una espléndida interpretación. Como secundario destacan Neil Patrick Harris, Carrie Coon, Kim Dickens y Tyler Perry.
Gone Girl (Perdida) funciona como película detectivesca, como drama y como reflexión social. Entretiene e incita a pensar. Fincher ha vuelto en plena forma, con una lúcida crítica a la sociedad del consumo y las apariencias gracias al texto de Flynn.
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