Oliver Stone ha dejado todo su mejor cine para hacer un "in memorial" del 11-S. Se trata de una película sencilla, para nada morbosa (no se recreó en el morbo, sino lo imprescindible), que trata las calamidades de varios policías portuarios que vivieron la desgracia desde los amasijos del puente entre las dos torres. Totalmente prescindible para ir a verla al cine pero digerible una tarde de fin de semana.

Remake verídico en tiempo real que cumplió con el objetivo de sorprender cuando ya todos sabíamos el final. El metraje documental de Greengrass, sorpresivamente, te ata al asiento desde el principio hasta el final de lo inminente.

Visceral dedo en la llaga de un acontecimiento histórico rabiosamente próximo.

Recomendada.

Es la mezcla perfecta entre la vulnerabilidad humana, el juego, el gusto por lo enrevesado, la fortuna, los delirios de grandeza, unos papeles creíbles y el radicalismo más exacerbado para conseguir un objetivo en el que poco o nada cuentan los medios para conseguirlo. Una obra milimétricamente pensada, hipnótica, capaz de irte subiendo el pulso a medida que pasan los minutos y, sobre todo, un metraje con el que Allen es capaz de mover a placer psicológicamente al espectador a un desenlace poco esperado por todos.

Una obra maestra de la complejidad de lo rutinario, la ambición y del "todo vale". Imprescindible y una de las películas del año pasado.

La película es un cuento sencillo, de superación, de cambio, de varias vertientes del amor, de soledad y primeros sentimientos que me enganchó. Si a lo dicho le unimos la banda sonora que Rachel Portman compuso desde los cielos y a un Michael Kane que se come literalmente la pantalla, sólo queda disfrutar de un relato sencillo acerca de, entre otras cosas, la soledad del alma. Indispensable.

Es que es un chollo de chica, oye: limpia, seca, saca brillo (eso sí, a base de lacayos), canta dando saltos sin pararrr (gracias, King África), siempre está de buen humor y, para colmo de colmos, está como un jarro de agua fría después de 24 horas perdido en pleno Atlas.

Se trata de una comedia no tan al uso, con infinidad de guiños y dulces críticas a los cuentos de princesas de todos los tiempos -y muy Disney ellas- que hace pasar un buen rato. ¿Lo peor? Que lleguen los títulos de crédito y se acabe el sueño de pensar que existen chicas así (a Dios gracias que mi novia no conoce esta página, porque si no... ¡glups!).