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colaborador
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6,6
17.941
8
18 de abril de 2010
18 de abril de 2010
43 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las mejores películas en la carrera del irregular Barry Levinson que a su vez le debe mucho al extraordianario trabajo de su protagonista principal, Robin Williams. Resulta casi imposible no ver las similitudes entre el personaje al que da vida aquí Williams y aquel otro al que el actor interpretará sólo unos años más tarde en la estupenda El club de los poetas muertos. Si en aquella película de Peter Weir, Williams desafiaba con su comportamiento las normas y la férrea disciplina de un colegio privado de la América puritana de los años 50, en este film pone en jaque nada menos que a las autoridades del ejercito estadounidense desplazadas al Sudeste asiático para participar en la Guerra de Vietnam.
Williams es aquí Adrian Cronauer, un locutor del ejército norteamericano que llega a Saigón a mediados de los años 60 en pleno conflicto bélico para hacerse cargo de un programa de radio en la emisora de una de las bases. Gracias a su estilo desenfadado y divertido, Cronauer logra su objetivo de elevar la moral de la tropa pero a cambio irrita a los mandos superiores que harán todos los posibles por quitárselo de enmedio. Nuestro protagonista se convierte en una especie de "mosca cojonera" que lucha contra la censura que imponen las autoridades militares y contra la hostilidad con la que éstas analizan su trabajo.
Humor y música son los ingredientes principales que componen este cóctel llamado Good morning, Vietnam. Destaca por supuesto una excepcional banda sonora con una gran selección de temas de la época con una perfecta funcionalidad además -otro montaje de imágenes con el What a Wonderful World de Louis Armstrong de fondo que sobecoge profundamente. De acuerdo que su humor podía haber sido mucho más ácido y corrosivo, y que su discurso contra los convencionalismos que critíca podía haberse hecho menos obvio; a cambio la película transmite un buen rollo increíble y - a pesar de que el tono final es de tragicomedia- con momentos francamente divertidos e incluso hilarantes. El encargado de poner ese buen rollo es Robin Williams -que entiendo puede llegar a cargar a muchos- en un papel que parece hecho a la medida, y que no sólo lo emparenta con el profesor Keating de la citada El club de los poetas muertos sino también con el parlanchín genio de la lámpara a quien el actor puso voz en el Aladin de Disney.
Williams es aquí Adrian Cronauer, un locutor del ejército norteamericano que llega a Saigón a mediados de los años 60 en pleno conflicto bélico para hacerse cargo de un programa de radio en la emisora de una de las bases. Gracias a su estilo desenfadado y divertido, Cronauer logra su objetivo de elevar la moral de la tropa pero a cambio irrita a los mandos superiores que harán todos los posibles por quitárselo de enmedio. Nuestro protagonista se convierte en una especie de "mosca cojonera" que lucha contra la censura que imponen las autoridades militares y contra la hostilidad con la que éstas analizan su trabajo.
Humor y música son los ingredientes principales que componen este cóctel llamado Good morning, Vietnam. Destaca por supuesto una excepcional banda sonora con una gran selección de temas de la época con una perfecta funcionalidad además -otro montaje de imágenes con el What a Wonderful World de Louis Armstrong de fondo que sobecoge profundamente. De acuerdo que su humor podía haber sido mucho más ácido y corrosivo, y que su discurso contra los convencionalismos que critíca podía haberse hecho menos obvio; a cambio la película transmite un buen rollo increíble y - a pesar de que el tono final es de tragicomedia- con momentos francamente divertidos e incluso hilarantes. El encargado de poner ese buen rollo es Robin Williams -que entiendo puede llegar a cargar a muchos- en un papel que parece hecho a la medida, y que no sólo lo emparenta con el profesor Keating de la citada El club de los poetas muertos sino también con el parlanchín genio de la lámpara a quien el actor puso voz en el Aladin de Disney.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Guiño cinéfilo. La frase "Meeeec, no lo siento, pero gracias por concursar" que pronuncia Robin Williams en uno de los diálogos de la película será la frase con la que años más tarde el profesor Keating recriminará a sus alumnos por sus respuestas erróneas.
21 de enero de 2014
21 de enero de 2014
42 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace unas semanas me reencontré con un viejo amigo al que hacía tiempo no veía. Lo último que sabía de él era que se estaba separando de su mujer y lo estaba pasando muy mal el pobre. Ahora, lo encontré más animado; había superado aquella fase y estaba en esa otra en la que se permitía ya el lujo de relativizar sobre el tema e incluso hacía alguna broma al respecto. Había vuelto a salir con amigos de antes- por supuesto me ofrecí a estar ahí y prometimos llamarnos- y se planteaba rehacer su vida a medio plazo con una nueva pareja. Me comentó lo dura que le resultaba la idea de volver a “salir al mercado”, la segunda vuelta lo llamó él, con cuarenta y tantos años ya y las mochilas bien cargadas. Viendo ayer “Enough said” me acordé de mi amigo y de nuestra conversación, y tal vez por ello la película me llegó muy hondo. Y mira que a mí las comedias románticas con sello indie casi nunca me suelen llegar tanto.
Quizá me dejé llevar también emocionalmente por la presencia al frente del reparto de la película de James Gandolfini en su último papel delante de las cámaras poco antes de dejarnos. Quiero pensar que no fue así, creo definitivamente que no fue así. Detrás de “Enough said” hay mucho más; hay una historia, sencilla, pequeña, pero creíble y bien contada. Hay también unos personajes bien trazados a quienes dan vida unos actores en permanente estado de gracia . No solo está Gandolfini, alejado de los registros de su carismático Tony Soprano; está también Julia Louis – Dreyfus con la que el anterior tiene una química perfecta y dos secundarias de lujo como Catherine Keener o la maravillosa Toni Collete. Hay por último unos diálogos brillantes dentro de un sólido guión en el que, en clara contradicción con el título del film, no sobra ni una coma.
En “Enough said” se nos cuenta una historia de segundas vueltas que diría mi amigo. Sus protagonistas dudan constantemente, han tropezado ya una vez y sienten el vértigo que inevitablemente se ha de sentir al volver a levantarse. No entienden tampoco lo de que donde hubo fuego hay cenizas, y se hacen cruces de cómo un día pudo hacerles reír alguien por quien hoy sóolo sienten indiferencia cuando no directamente rechazo. Personajes en definitiva de carne y hueso con quienes todos podemos sentirnos identificados. Es de agradecer que la directora de la película haya huido de esos aspavientos y esas poses tan características del llamado cine “indie”. La próxima vez que vea a mi amigo se la recomendaré.
Quizá me dejé llevar también emocionalmente por la presencia al frente del reparto de la película de James Gandolfini en su último papel delante de las cámaras poco antes de dejarnos. Quiero pensar que no fue así, creo definitivamente que no fue así. Detrás de “Enough said” hay mucho más; hay una historia, sencilla, pequeña, pero creíble y bien contada. Hay también unos personajes bien trazados a quienes dan vida unos actores en permanente estado de gracia . No solo está Gandolfini, alejado de los registros de su carismático Tony Soprano; está también Julia Louis – Dreyfus con la que el anterior tiene una química perfecta y dos secundarias de lujo como Catherine Keener o la maravillosa Toni Collete. Hay por último unos diálogos brillantes dentro de un sólido guión en el que, en clara contradicción con el título del film, no sobra ni una coma.
En “Enough said” se nos cuenta una historia de segundas vueltas que diría mi amigo. Sus protagonistas dudan constantemente, han tropezado ya una vez y sienten el vértigo que inevitablemente se ha de sentir al volver a levantarse. No entienden tampoco lo de que donde hubo fuego hay cenizas, y se hacen cruces de cómo un día pudo hacerles reír alguien por quien hoy sóolo sienten indiferencia cuando no directamente rechazo. Personajes en definitiva de carne y hueso con quienes todos podemos sentirnos identificados. Es de agradecer que la directora de la película haya huido de esos aspavientos y esas poses tan características del llamado cine “indie”. La próxima vez que vea a mi amigo se la recomendaré.
14 de octubre de 2013
14 de octubre de 2013
52 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
“The butler” se presenta como la crónica sentimental de un trozo de la reciente historia de los Estados Unidos visto a través de los ojos de su protagonista, un hombre humilde que, sin embargo asiste en primera fila al devenir de acontecimientos históricos que cambian la fisonomía de su país. Algo así como un Forrest Gump negro, vaya, aunque en esta ocasión no se trata de un personaje de ficción sino real. Cecil Gaines entró a formar parte del servicio doméstico de la Casa Blanca en 1952, y permaneció allí hasta 1986 viendo desfilar por el despacho oval a siete presidentes. Esta es su vida, o al menos pretende serlo.
Pronto descubrimos que a Lee Daniels le viene grande contarnos esta historia. Bajo el auspicio y protección, eso sí, de los todopoderosos hermanos Weinstein, el director no acierta en ningún momento con el tono que debe dar a su película. El “nuevo Spike Lee” centra su mirada en la lucha por los derechos civiles de los negros y dedica su obra a quienes pelearon por conquistarlos. Esta subjetividad y este sesgo no hacen sino restarle credibilidad al relato. La cinta pasa de puntillas por episodios cruciales del siglo XX norteamericano como el Watergate o Vietnam (a pesar de que afecta de modo directo a la intrahistoria de la familia protagonista). No es cuestión de que no se puedan condensar tres décadas de historia en dos horas y media de metraje; el propio Zemeckis abarcaba un período mayor en su oscarizada película y con mejores resultados además. Aquí las elipsis no funcionan, están mal construidas; es flagrante el episodio de la Administración Carter que se despacha con un montaje de imágenes de archivo, y ni siquiera aparece un actor interpretando al personaje (¿acaso no encontraron un “doble” como en el resto de los casos?). Tampoco aparece citado el reverendo Jesse Jackson, una figura clave en la lucha por los derechos civiles de la gente de color en los primeros ochenta.
De acuerdo, es una crónica sentimental, lo que importa es la historia de nuestro mayordomo. Daniels decide sacrificar el rigor por la emotividad, que en su caso se torna casi siempre en sensiblería. Hay escenas rodadas con cierto nervio – el ataque al Autobús de la Libertad, la cena con el hijo universitario y su novia- pero no es lo habitual. A destacar la meritoria interpretación de Forrest Whitaker al lado de una a veces sobreactuada Oprah Winfrey. Ambos rodeados por un plantel de estrellas que en algunos casos solo pasan por ahí y escasamente nos dan tiempo a que los reconozcamos. El juego del “who is who” es divertido, aunque en ocasiones puede resultar hasta incluso un poco ridículo.
Pronto descubrimos que a Lee Daniels le viene grande contarnos esta historia. Bajo el auspicio y protección, eso sí, de los todopoderosos hermanos Weinstein, el director no acierta en ningún momento con el tono que debe dar a su película. El “nuevo Spike Lee” centra su mirada en la lucha por los derechos civiles de los negros y dedica su obra a quienes pelearon por conquistarlos. Esta subjetividad y este sesgo no hacen sino restarle credibilidad al relato. La cinta pasa de puntillas por episodios cruciales del siglo XX norteamericano como el Watergate o Vietnam (a pesar de que afecta de modo directo a la intrahistoria de la familia protagonista). No es cuestión de que no se puedan condensar tres décadas de historia en dos horas y media de metraje; el propio Zemeckis abarcaba un período mayor en su oscarizada película y con mejores resultados además. Aquí las elipsis no funcionan, están mal construidas; es flagrante el episodio de la Administración Carter que se despacha con un montaje de imágenes de archivo, y ni siquiera aparece un actor interpretando al personaje (¿acaso no encontraron un “doble” como en el resto de los casos?). Tampoco aparece citado el reverendo Jesse Jackson, una figura clave en la lucha por los derechos civiles de la gente de color en los primeros ochenta.
De acuerdo, es una crónica sentimental, lo que importa es la historia de nuestro mayordomo. Daniels decide sacrificar el rigor por la emotividad, que en su caso se torna casi siempre en sensiblería. Hay escenas rodadas con cierto nervio – el ataque al Autobús de la Libertad, la cena con el hijo universitario y su novia- pero no es lo habitual. A destacar la meritoria interpretación de Forrest Whitaker al lado de una a veces sobreactuada Oprah Winfrey. Ambos rodeados por un plantel de estrellas que en algunos casos solo pasan por ahí y escasamente nos dan tiempo a que los reconozcamos. El juego del “who is who” es divertido, aunque en ocasiones puede resultar hasta incluso un poco ridículo.

8,1
56.146
10
8 de abril de 2010
8 de abril de 2010
44 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues sí, resulta que, en contra de lo que pudiera pensar más de uno, la más bella historia de amor jamás filmada no está dedicada ni inspirada en ninguna mujer ni tampoco en ningún hombre ni siquiera en un ser vivo. La singular destinataria de la más extraordinaria de las declaraciones amorosas hechas cine es una ciudad llamada Nueva York y su autor un pequeño gran genio que responde al nombre de Woody Allen.
Sin embargo, muchos consideramos que Manhattan es mucho más que una película y la hemos adoptado ya como nuestro gran referente cultural, sentimental y me atrevería a decir que hasta incluso intelectual y moral. El rito de sentarse una o dos veces al año a ver este film – que yo cumplo religiosamente- implica enfrentarte a una experiencia que traspasa con creces los límites de lo meramente cinematográfico. Y es que Manhattan supone el kilómoetro 0 del recorrido por la educación sentimental de toda una generación y de aquellos que por voluntad propia hemos decidido adherirnos a la misma, y es al mismo tiempo una película que dentro de ochenta años seguirá igual de moderna que era el día en que se estrenó.
Cada vez que recuperas esta película se obra un pequeño milagro y caes en la cuenta de la cantidad de personas que consagran su vida a escribir, a crear, a componer, a explicarnos a los demás su visión del mundo a través del arte. Porque el arte no es ni más ni menos que eso, un don privilegiado y maravilloso que tienen algunos para explicarse y explicarnos el mundo y la vida. La escena en la que vemos a Woody, tumbado en su sofá recitándole a su grabadora las cosas que hacen que la vida merezca la pena antes de lanzarse a las calles en busca del último y desesperado intento por retener a su amor imposible es toda una declaración de principios al respecto. Si tuviera que hacer yo una lista con las cosas por las que la vida merece la pena ser vivida, sin duda Manhattan sería una de mis primeras opciones.
Sólo por la presencia de esta escena, por su maravilloso arranque y su espectacular epílogo con ese castillo de fuegos artificiales y la rapsodia en azul de Gerswin sonando de fondo, esta película ya merecería un lugar privilegiado en los anales del Séptimo Arte. Al igual que Isaac no encuentra las palabras precisas para describir el amor por su ciudad, a muchos nos cuesta encontrar las palabras para expresar lo que sentimos hacia esta película. Un maravilloso poema de amor al arte, a la vida.. a Manhattan (y ahora que entre la música de Gershwin in crescendo, por favor)
Sin embargo, muchos consideramos que Manhattan es mucho más que una película y la hemos adoptado ya como nuestro gran referente cultural, sentimental y me atrevería a decir que hasta incluso intelectual y moral. El rito de sentarse una o dos veces al año a ver este film – que yo cumplo religiosamente- implica enfrentarte a una experiencia que traspasa con creces los límites de lo meramente cinematográfico. Y es que Manhattan supone el kilómoetro 0 del recorrido por la educación sentimental de toda una generación y de aquellos que por voluntad propia hemos decidido adherirnos a la misma, y es al mismo tiempo una película que dentro de ochenta años seguirá igual de moderna que era el día en que se estrenó.
Cada vez que recuperas esta película se obra un pequeño milagro y caes en la cuenta de la cantidad de personas que consagran su vida a escribir, a crear, a componer, a explicarnos a los demás su visión del mundo a través del arte. Porque el arte no es ni más ni menos que eso, un don privilegiado y maravilloso que tienen algunos para explicarse y explicarnos el mundo y la vida. La escena en la que vemos a Woody, tumbado en su sofá recitándole a su grabadora las cosas que hacen que la vida merezca la pena antes de lanzarse a las calles en busca del último y desesperado intento por retener a su amor imposible es toda una declaración de principios al respecto. Si tuviera que hacer yo una lista con las cosas por las que la vida merece la pena ser vivida, sin duda Manhattan sería una de mis primeras opciones.
Sólo por la presencia de esta escena, por su maravilloso arranque y su espectacular epílogo con ese castillo de fuegos artificiales y la rapsodia en azul de Gerswin sonando de fondo, esta película ya merecería un lugar privilegiado en los anales del Séptimo Arte. Al igual que Isaac no encuentra las palabras precisas para describir el amor por su ciudad, a muchos nos cuesta encontrar las palabras para expresar lo que sentimos hacia esta película. Un maravilloso poema de amor al arte, a la vida.. a Manhattan (y ahora que entre la música de Gershwin in crescendo, por favor)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Capítulo primero. Él adoraba Nueva York. La idolatraba de un modo desproporcionado... no, no, mejor así... Él la sentimentalizaba desmesurádamente... eso es... para él, sin importar la época del año, aquella seguía siendo una ciudad en blanco y negro que latía a los acordes de las melodías de George Gershwin... eh, no, volvamos a empezar... Capítulo primero. Él sentía demasiado románticamente Manhattan. Vibraba con la agitación de las multitudes y del tráfico. Para él, Nueva York era bellas mujeres y hombres que estaban de vuelta de todo... no, tópico, demasiado tópico y superficial. Algo más profundo, a ver... Capítulo primero. Él adoraba Nueva York. Para él, era una metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea. La misma falta de integridad que empuja a buscar las salidas fáciles convertía la ciudad de sus sueños en... no, no, no, suena a sermón. Quiero decir que, en fin, tengo que reconocerlo, quiero vender libros... Capítulo primero. Adoraba Nueva York, aunque para él era una metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea. Qué difícil era sobrevivir en una sociedad insensibilizada por la droga, la música estruenduosa, la televisión, la delincuencia, la basura... uhm, no, demasiado amargo, no quiero serlo... Capítulo primero. Él era tan duro y romántico como la ciudad a la que amaba. Tras sus gafas de montura negra se agazapaba el vibrante poder sexual de un jaguar... je, esto me encanta... Nueva York era su ciudad y siempre lo sería.

6,6
27.432
8
7 de noviembre de 2016
7 de noviembre de 2016
33 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acaba de cumplir en mayo ochenta y seis años, y nadie lo diría., Clint Eastwood es, quizá junto a Woody Allen, el mejor ejemplo que nos da en el mundo del cine de que se puede seguir siendo joven a los ochenta y... Clint y Woody, Woody y Clint ya han dejado atrás el zénit de sus carreras respectivas, pero siguen dando de vez en cuando alguna lección y obsequiándonos con brillantes momentos de cine camuflados en títulos considerados ya oficialmente como menores. Los modernos y amantes del postureo llevan años intentado destronar a Clint, pero no pueden con él. En el fondo, cualquier excusa les vale (lo de que el hombre se haya declarado incondicional de Trump ayuda). Pero cómo van a poder acabar con Harry Callahan. Lo que pasa es que, en el fondo, yo creo, los modernos y los amantes del postureo no soportan que un vejete venga a darles lecciones de cómo se debe contar una historia, rodar una película o manejar a los actores. Qué le vamos a hacer.
“Sully” es la mejor película de Eastwood en años. De factura clásica, faltaría más, quién esperaba otra cosa a estas alturas. Y se agradece que en estos tiempos de zozobra alguien siga apostando por ese clasicismo y por el factor humano. El relato de la “hazaña” del piloto Chelsey “Sully” Sulemberg que en enero de 2009 salvó a los 155 pasajeros que iban a bordo de su avión al efectuar un aterrizaje de emergencia sobre las aguas del Hudson, sirve muy bien a los intereses de Eastwood. Lo de “director de derechas” es una simplificación bastante burda para definir a un cineasta que en el fondo siempre se ha mostrado como un humanista convencido. En “Sully”, Clint cuestiona el concepto de heroísmo hasta el punto de que su protagonista no hace más que preguntarse si hizo bien o mal. La heroicidad resulta un concepto demasiado tóxico en estos tiempos modernos en los que ha de enfrentarse a la voracidad con la que los medios liquidan la gesta o al halago fácil de la gente de la calle. Nadie mejor que Tom Hanks para encarnar a ese héroe modesto que busca escabullirse entre el gentío y conformarse con la satisfacción del trabajo bien hecho, ese concepto tan “hawskasiano” y tan clásico. Y eso que con su impecable trabajo, Aaron Eckhart a punto está de robarle la función y aguarle la fiesta. “Sully” se convierte también en un relato luminoso al cerrar en parte las heridas que abrió la tragedia del 11- S con “la mejor noticia que hemos tenido en años en Nueva York… al menos con un avión”. Cuánto vamos a echar de menos a Clint Eastwood el día en que ya no se hagan películas como “Sully”.
“Sully” es la mejor película de Eastwood en años. De factura clásica, faltaría más, quién esperaba otra cosa a estas alturas. Y se agradece que en estos tiempos de zozobra alguien siga apostando por ese clasicismo y por el factor humano. El relato de la “hazaña” del piloto Chelsey “Sully” Sulemberg que en enero de 2009 salvó a los 155 pasajeros que iban a bordo de su avión al efectuar un aterrizaje de emergencia sobre las aguas del Hudson, sirve muy bien a los intereses de Eastwood. Lo de “director de derechas” es una simplificación bastante burda para definir a un cineasta que en el fondo siempre se ha mostrado como un humanista convencido. En “Sully”, Clint cuestiona el concepto de heroísmo hasta el punto de que su protagonista no hace más que preguntarse si hizo bien o mal. La heroicidad resulta un concepto demasiado tóxico en estos tiempos modernos en los que ha de enfrentarse a la voracidad con la que los medios liquidan la gesta o al halago fácil de la gente de la calle. Nadie mejor que Tom Hanks para encarnar a ese héroe modesto que busca escabullirse entre el gentío y conformarse con la satisfacción del trabajo bien hecho, ese concepto tan “hawskasiano” y tan clásico. Y eso que con su impecable trabajo, Aaron Eckhart a punto está de robarle la función y aguarle la fiesta. “Sully” se convierte también en un relato luminoso al cerrar en parte las heridas que abrió la tragedia del 11- S con “la mejor noticia que hemos tenido en años en Nueva York… al menos con un avión”. Cuánto vamos a echar de menos a Clint Eastwood el día en que ya no se hagan películas como “Sully”.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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No, señor Boyero, esto no es ni tedioso ni insoportable. Para tedioso y insoportable, usted, que tarda diez minutos en acabar una frase con sujeto, verbo y predicado. Tediosas e insoportables sus críticas, suponiendo que decir “me gusta”, “no me gusta”, “me aburre”, “no me transmite nada” pueda ser considerado como crítica.
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