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Críticas 32
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
7 de septiembre de 2010
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ayer no había nada decente en ningún canal, ni en las privadas convencionales ni en Digital +, sí había algunas series y películas que podían tener cierta calidad pero que no despertaron mi interés. Además aquellas que sí me apetecía ver estaban demasiado empezadas como para seguirlas. Mi gran decepción fue cuando acudí a Calle 13 esperando ver un thriller o alguna entretenida cita de suspense y me encontré Miss Agente especial. Estaba apunto de cancelar mi cita con el cine para irme a la cama cuando vi que en AXN por curiosidades del destino comenzaba un curioso thriller de Jonathan Demme (director de "El silencio de los corderos" y "El mensajero del miedo"), además estaba protagonizada por Marc Wahlberg, Thadie Newton, Tim Robbins y Ted Levine, todos ellos eran buenos actores (algunos mejores que otros) aunque mi gran descubrimiento en el film fue el surcoreano Joong-Hoon Park. Recordé que la película era un remake del 2002 de Charada, y aunque el ritmo al comienzo no era demasiado esperanzador decidí darle una oportunidad. Hay que decir que la película, ambientada en París, es correcta pero no una obra maestra, he decidido escribir sobre ella porque tiene rasgos en el guión y la dirección, no sé si excelentes, pero sí muy interesantes.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La película retrata la sociedad de la desconfianza en la que vivimos hoy en día, desconfianza en gobernantes, mediadores, periodistas, vecinos o amigos. El film parte del asesinato del marido de la protagonista, un hombre extraño con el que sólo llevaba casada 3 meses y que pensaba separarse, además unos minutos antes la hemos visto ligotear con Walhberg. Tras el asesinato ella decide no fiarse de la policía pero sí de dos desconocidos, el primero el atractivo Walhberg que casualmente aparece cada vez que tiene un problema y el segundo un curioso agente norteamericano que le cuenta el secreto de su vida, montados en una noria. Varias escenas de la película nos van enfrascando en una surrealista temática, escenas como la del cigarrillo que casi ahoga a la protagonista o los extraños espías que la persiguen, cada uno de una raza y nacionalidad diferente, permiten que el espectador empiece a preguntarse cosas, ya no sólo acerca de la historia del film sino de la ficción en la que el director quiere introducirle. Y hasta aquí todo es normal, lo complejo no está en la historía sino en la forma de contarla. Demme decide recoger la herencia del cine de suspense más vanguardista de Welles y de Reed en "El tercer hombre" y las formas de la nouvelle vague de Godard ("Al final de la escapada") y Truffaut ("Los cuatrocientos golpes") para homenajearla a la vez que la intenta reinventar con las nuevas técnicas de montaje (Carol Littleton) y grabación. Pero no sólo eso, sino que el surrealismo también se introduce en su propia banda sonora, ya que cuando el protagonista pone un disco, el cantante (Charles Aznavour) aparece cantado una de sus última baladas. Igual que la escena del tango (una de las que más me gustaron) en la que varios personajes van cambiando de pareja, en una sala en la que curiosamente todos los implicados, menos uno, van encontrándose al ritmo de un tango cantado por el icono de la nouvelle vague Anna Karina ("Pierrot el loco").
En conclusión: Demme consigue hacer una curiosa obra nostálgica, a la vez que reivindicativa, que permite pensar en el resurgimiento de aquellos intelectuales franceses, que por un día se cuelan en un remake estadounidense.
10 de enero de 2013
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para que una película cumpla el verdadero objetivo del séptimo arte, debe establecer un diálogo entre el mundo que el autor muestra y el del propio espectador, sus vivencias y el contexto en el que vive. Este fin, que tiene su raíz principal en el arte y no en la industria, esclavizada por una enfermiza necesidad comercial, lo cumple de forma perfecta la última obra maestra de Paul Thomas Anderson, The Master. Esta es una de esas película que la vives, la disfrutas y conforme pasa el tiempo vas descubriendo mejor lo que te ha aportado como persona. Sin embargo, escribo esta crítica a los pocos minutos de salir del cine, emocionado por lo que ya he descubierto y por lo que segundo a segundo voy descifrando. Ni siquiera la impertinente llamada que ha interrumpido mi reflexión, puede apagar mis ansias de seguir pensando en la relación que existe entre el ser perdido, solitario y trastornado interpretado por Joaquin Phoenix (Two Lovers) y el líder carismático y egocéntrico que representa el personaje de Philip Seymour Hoffman (Antes que el diablo sepa que has muerto). Aunque su extraordinaria forma de trabajar haga que nos olvidemos, incluso, de que son actores que hemos vistos en otras películas.

Estados Unidos, en particular, y el mundo, en general, se mueve por el trabajo que aportan seres anónimos, a los que se les vincula con unos intereses globales y se les exige un trabajo, que se encamina cada vez más a convertirse en un medio vacío de interés, en vez de en un fin que verdaderamente dignifique a la persona. Freddie Quell (Joaquin Phoenix) es un ser que vaga, a vuelto de un infierno y no tiene ningún interés en desarrollarse como ser social. Por otro lado, está Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman) un polifacético líder de una creencia llamada La Causa, cuyos seguidores mezclan la paranoia con las dudas y con una buena ración de hipocresía. En cualquier sociedad actual de las comúnmente conocidas como desarrolladas se dan estas dos actitudes ante la vida, ya que mientras los superficiales principios que mueven a la gran masa social impulsan el aislamiento y la animalización de los individuos, a la vez promueven la aparición de seres inteligentes que se aprovechan de esa superficialidad para su propio beneficio. La película está inspirada en Ron L. Hubbard, fundador de la Cienciología, pero eso es lo menos, porque Ron L. Hubbard hay muchos y algunos son bastante peores que él.
7 de diciembre de 2010
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las obras más fascinantes del cine de Anthony Hopkins. La película no fue muy bien recibida, o por lo menos no tuvo demasiada repercusión. La verdad esa es la razón para hacer la crítica porque para qué sirve hacer una crítica de algo que todos defendemos, lo interesantes es sacar a la luz esas obras que parecen hundidas por alguna razón que tú no encuentras. Esta en concreto es un relato de amor, de cariño y sobre todo de amistad. No es sólo una película con un fondo nostálgico y sensible, sino que además es un inteligente análisis de aquellas cosas que odiamos y nos separan de aquello que no sólo nos gusta sino que amamos con toda nuestra alma. Corazones en Atlántida es bella, mágica y en definitiva, una obra para el recuerdo.
19 de marzo de 2015
9 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
La conexión entre el autor y todos aquellos que forman parte de una película y que aportan su mirada personal sobre cada punto de la obra es lo que hace que las dudas y los dilemas que se presentan consigan fascinar al espectador. Paul Thomas Anderson, acompañado siempre de un equipo excepcional, vuelve a alcanzar esa dimesión en su nueva y recomendable Inherent Vice, adaptación de la novela de Thomas Pynchon.

Inherent Vice es un paranoico y honesto reflejo del fin de los esperanzadores movimientos de finales de los 60. Una especie de continuación en el discurso planteado por Pier Paolo Pasolini en Teorema, que a pesar de ser estrenada en el 68 concluye consciente de que no sólo el cambio social no se producirá sino que el virus del consumismo se extenderá todavía más. En definitiva, una mirada imprescindible para nuestra época.
15 de diciembre de 2014
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ganadora del premio del Jurado en el festival de Cannes de este año (compartido con “Mommy”), “Adiós al lenguaje”, de Jean-Luc Godard, nos obsequia con setenta minutos de libertad para preguntarnos si somos capaces definir nuestra época.

La imagen ha caminado por una fina línea entre la reflexión y la banalización de las realidades que nos rodean. Ha permitido establecer un diálogo sobre las dudas más complejas de nuestra especie, pero a la vez ha sido modificada en favor de lo trivial, del ídolo pasajero al que se admira para no debatir con nosotros mismos.

En 1948, el miedo a que los alumnos de las escuelas italianas se convirtieran en “adultos en serie” hizo que Pasolini reivindicara la importancia de la creación en los programas de estudio, frente a un consenso pedagógico que exterminaba la inteligencia de las nuevas generaciones. El paso del tiempo hizo que el consumismo se adueñara también del arte. De esta forma, con el objetivo de impedir que se mercantilizara la obra creada, el cineasta italiano entregó a los espectadores un lenguaje diferente, una película que no podía consumirse.

“Adiós al lenguaje” supone un regalo similar al que Pasolini nos hizo con su legado cinematográfico. Godard utiliza los avances tecnológicos de nuestra era para hablarnos de la deformación de la mirada, asaltada por un artificial patrón establecido. Ofrecer un “concepto” a los demás, algo que se sugiere en varias ocasiones a lo largo de la obra, implica poder expresar una idea. Ese es el adiós del que nos habla. ¿Podemos crear conceptos nuevos? ¿Ayuda nuestro modelo a que las personas desarrollen su propia mirada y su propia expresión?

Para atacar el consumismo, Pasolini imaginó una obra que no puede verse; para despedir la creación libre, Jean-Luc Godard expone la muerte de su materia prima.
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