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7
26 de octubre de 2011
26 de octubre de 2011
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Paisaje en la niebla” es la primera película que veo de Theo Angelopoulos, después de llevar él muchos años haciendo, y yo muchos años viendo, cine.
Lo primero que me vino a la cabeza fueron (y por este orden) Kiarostami, Buñuel y Bardem.
La manera que tiene Angelopoulos de componer los planos y sus lentas secuencias, hasta detenerlas para mantener el plano más allá de un tempo racional, me llevó a Abbas Kiarostami, aunque el director iraní posee una dulzura y una delicadeza que Theo convierte en tristeza, sequedad y desesperanza.
Cuando sus imágenes se llenan de símbolos y personajes estáticos o de movimientos forzados casi imperceptibles, llenos de surrealismo, me llevan a Luis Buñuel; pero el genio español poseía una ironía y una mordacidad que llenaba de magia la pantalla. Angelopoulos utiliza sus iconos de manera triste y sombría.
El recorrido de ese incierto viaje, donde los niños atraviesan un país oscuro y tenebroso, para convivir con diversos elementos de la realidad cotidiana, me retrotrae a “El puente”, del Juan Antonio Bardem más político y reivindicativo, aunque también más ingenuo o inocente, pero tan lejos de la amargura en que nos sumerge Angelopoulos.
Theo huye de la posible calidez de una Grecia bañada por el Mediterráneo y traslada sus imágenes a la aridez y la frialdad de un norte desolado y agreste. Su fotografía huye de esos posibles reflejos de mar y llena sus imágenes de un azul grisáceo, frío y metálico. Es la única opción para contar esa historia de iniciación de dos niños, a través de este recorrido tan retórico como natural, en que será inevitable la pérdida de la inocencia. Al traspasar la hipotética frontera hacia la esperanza, ésta será negada o (por lo menos) cuestionada, ante la posibilidad de encontrar respuesta a los sueños, cuando la realidad resulta inadmisible por la angustia del entorno en que se vive.
“Paisaje es la niebla” es una película serena pero inestable, a veces dubitativa pero de avance rígido, a veces hermosa y otras fría y distante. La simbología que pretende llenar de significado el itinerario se me escapa (como en tantas películas, pienso se les escapa a sus creadores). La intensa, frágil y emocionante música de Eleni Karaindrou dota a determinadas escenas tanto del determinismo como de la fragilidad necesarios, para que éstas después yerren un tanto perdidas en su recorrido final.
Película estática aunque agitada, de serena belleza y distante emotividad, hasta en sus secuencias más crueles, como la del camión con la niña, donde la cámara inmóvil espera el final de la tragedia que se adivina más allá del toldo que tapa el horror. La doliente mirada de los niños protagonistas nos declara que viven sin futuro y que buscan esa utopía a través de la bruma que habrán de atravesar. Theo Angelopoulos nos habla de desesperanza y de tragedia. Con la tristeza de sus imágenes nos cuestiona toda esperanza, porque caminamos por un “Paisaje en la niebla”
Lo primero que me vino a la cabeza fueron (y por este orden) Kiarostami, Buñuel y Bardem.
La manera que tiene Angelopoulos de componer los planos y sus lentas secuencias, hasta detenerlas para mantener el plano más allá de un tempo racional, me llevó a Abbas Kiarostami, aunque el director iraní posee una dulzura y una delicadeza que Theo convierte en tristeza, sequedad y desesperanza.
Cuando sus imágenes se llenan de símbolos y personajes estáticos o de movimientos forzados casi imperceptibles, llenos de surrealismo, me llevan a Luis Buñuel; pero el genio español poseía una ironía y una mordacidad que llenaba de magia la pantalla. Angelopoulos utiliza sus iconos de manera triste y sombría.
El recorrido de ese incierto viaje, donde los niños atraviesan un país oscuro y tenebroso, para convivir con diversos elementos de la realidad cotidiana, me retrotrae a “El puente”, del Juan Antonio Bardem más político y reivindicativo, aunque también más ingenuo o inocente, pero tan lejos de la amargura en que nos sumerge Angelopoulos.
Theo huye de la posible calidez de una Grecia bañada por el Mediterráneo y traslada sus imágenes a la aridez y la frialdad de un norte desolado y agreste. Su fotografía huye de esos posibles reflejos de mar y llena sus imágenes de un azul grisáceo, frío y metálico. Es la única opción para contar esa historia de iniciación de dos niños, a través de este recorrido tan retórico como natural, en que será inevitable la pérdida de la inocencia. Al traspasar la hipotética frontera hacia la esperanza, ésta será negada o (por lo menos) cuestionada, ante la posibilidad de encontrar respuesta a los sueños, cuando la realidad resulta inadmisible por la angustia del entorno en que se vive.
“Paisaje es la niebla” es una película serena pero inestable, a veces dubitativa pero de avance rígido, a veces hermosa y otras fría y distante. La simbología que pretende llenar de significado el itinerario se me escapa (como en tantas películas, pienso se les escapa a sus creadores). La intensa, frágil y emocionante música de Eleni Karaindrou dota a determinadas escenas tanto del determinismo como de la fragilidad necesarios, para que éstas después yerren un tanto perdidas en su recorrido final.
Película estática aunque agitada, de serena belleza y distante emotividad, hasta en sus secuencias más crueles, como la del camión con la niña, donde la cámara inmóvil espera el final de la tragedia que se adivina más allá del toldo que tapa el horror. La doliente mirada de los niños protagonistas nos declara que viven sin futuro y que buscan esa utopía a través de la bruma que habrán de atravesar. Theo Angelopoulos nos habla de desesperanza y de tragedia. Con la tristeza de sus imágenes nos cuestiona toda esperanza, porque caminamos por un “Paisaje en la niebla”
3
16 de abril de 2011
16 de abril de 2011
24 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las primeras imágenes nos muestran unos primeros (a veces primerísimos) planos de unos rostros que hablan entre ellos. Son cuatro hombres que parecen evocar recuerdos. La secuencia dura lo suficiente para intuir (algo que nos evidencia el director) que nos hallamos ante una película intimista, donde los personajes confesarán/manifestaran sus emociones/frustraciones a lo largo del metraje.
El director encierra a sus protagonistas en un espacio, que irá dilatando a su conveniencia, lleno de zonas a recorrer para hacer evolucionar su historia. En una casa, donde se da una fiesta, los dos antagonistas transitarán de manera interminable, yendo, viniendo, hablando, encontrándose, alejándose, volviéndose a encontrar… pero sin salir del recinto para que queden cercados los “importantes” recuerdos/sensaciones que dejarán escapar.
La manera escogida por Matías Bize para narrar su película, es tan válida como cualquier otra, incluso más que interesante. Un personaje principal con un pasado aparentemente lleno de intensidad, que irá desvelando poco a poco, y al que a veces la cámara seguirá desde muy cerca (ya he dicho que se trata de una película intima e intimista) en travelling, a veces repetitivo y siempre con un pretendido sentido estético, que aquí resulta nulo por la vulgar fotografía y la tópica puesta en escena.
Santiago Cabrera a través de ese espacio cerrado (que no asfixiante), se moverá por diferentes estancias en las que irá encontrando diferentes personajes para que a través de sus conversaciones podamos ir conociendo qué hace allí y qué le sucedió tiempo atrás, hasta que encuentra a la que antaño fuera motivo de sus desvelos y con la que comparte un pasado.
La película sin duda es honesta (algo importante en el cine) y el director se esfuerza, pero su realización es rutinaria, torpe y burda. Los dos protagonistas se nos revelan limitados o desatados en sus expresiones. Él no deja de mostrar una mirada estática y vacía y ella se excede gesticulando facialmente en sus emociones y poniendo una lacrimógena intensidad desmesurada. El guion es elemental y progresa cansinamente para llegar a un desenlace que quiere ser mostrado poéticamente a través de las imágenes (buena idea, pero fallida, por lo tópico del encuadre y del montaje) Cuando por fin sabemos que fue de “la vida que los peces” (el director sabiamente nos muestra en varios momentos a ambos protagonistas, hablando y hablando, como si estuvieran dentro de una pecera con otros peces, para que veamos que atinadamente los relaciona con el título) y nos desvelan como seguirán viviendo esa vida, ya estamos tan cansados de verles y oírles que importa más bien poco, tras casi una hora y media de cansino discurso “verborreico”, planamente filmado y mostrado.
Esta película monótona, artificiosa, cansina y plana obtuvo el premio Goya de 2011 a la mejor película hispanoamericana, con lo que podemos deducir los talentos que España tiene metidos en su Academia de Cine.
El director encierra a sus protagonistas en un espacio, que irá dilatando a su conveniencia, lleno de zonas a recorrer para hacer evolucionar su historia. En una casa, donde se da una fiesta, los dos antagonistas transitarán de manera interminable, yendo, viniendo, hablando, encontrándose, alejándose, volviéndose a encontrar… pero sin salir del recinto para que queden cercados los “importantes” recuerdos/sensaciones que dejarán escapar.
La manera escogida por Matías Bize para narrar su película, es tan válida como cualquier otra, incluso más que interesante. Un personaje principal con un pasado aparentemente lleno de intensidad, que irá desvelando poco a poco, y al que a veces la cámara seguirá desde muy cerca (ya he dicho que se trata de una película intima e intimista) en travelling, a veces repetitivo y siempre con un pretendido sentido estético, que aquí resulta nulo por la vulgar fotografía y la tópica puesta en escena.
Santiago Cabrera a través de ese espacio cerrado (que no asfixiante), se moverá por diferentes estancias en las que irá encontrando diferentes personajes para que a través de sus conversaciones podamos ir conociendo qué hace allí y qué le sucedió tiempo atrás, hasta que encuentra a la que antaño fuera motivo de sus desvelos y con la que comparte un pasado.
La película sin duda es honesta (algo importante en el cine) y el director se esfuerza, pero su realización es rutinaria, torpe y burda. Los dos protagonistas se nos revelan limitados o desatados en sus expresiones. Él no deja de mostrar una mirada estática y vacía y ella se excede gesticulando facialmente en sus emociones y poniendo una lacrimógena intensidad desmesurada. El guion es elemental y progresa cansinamente para llegar a un desenlace que quiere ser mostrado poéticamente a través de las imágenes (buena idea, pero fallida, por lo tópico del encuadre y del montaje) Cuando por fin sabemos que fue de “la vida que los peces” (el director sabiamente nos muestra en varios momentos a ambos protagonistas, hablando y hablando, como si estuvieran dentro de una pecera con otros peces, para que veamos que atinadamente los relaciona con el título) y nos desvelan como seguirán viviendo esa vida, ya estamos tan cansados de verles y oírles que importa más bien poco, tras casi una hora y media de cansino discurso “verborreico”, planamente filmado y mostrado.
Esta película monótona, artificiosa, cansina y plana obtuvo el premio Goya de 2011 a la mejor película hispanoamericana, con lo que podemos deducir los talentos que España tiene metidos en su Academia de Cine.

6,0
8.063
9
21 de febrero de 2014
21 de febrero de 2014
20 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera demostración de inteligencia de este autor (Fernando Franco) está en el título de su película, “La herida”. Será esa palabra el hilo conductor con el que acompañamos a la protagonista en su desquiciado discurrir.
“La herida” es una película que muestra el tormento psíquico de una persona, por otro tormento psíquico y también físico que padeció. Eso no lo dice la película, ni casi lo insinúa, pero la maestría con que el director va dejando aflorar detalles, casi de manera imperceptible, excepto en una más evidente ocasión, nos lleva a compenetrarnos con la protagonista, a entender, conmovernos y horrorizarnos con su dolor. Esa es la única manera de que esta intensa y explícita (sin parecerlo) película pueda afectarnos tan hondamente. Si no se entiende ese dolor se puede llegar a opinar “Lamento mucho que esa conductora de ambulancias no se soporte ni a sí misma ni a los demás, que el alcohol y la coca la pongan peor…/ …que su estancia en la tierra sea un exclusivo infierno…/…No comprendo las intenciones de esta árida, fría y desagradable película.” (Boyero dixit)
Hace bastante tiempo que el cine español ha caído en una apática y creciente mediocridad (incluyendo alguna “vaca sagrada”, Almodóvar, Trueba (el Fernando), De la Iglesia) por lo que ver algo original, precisamente narrado y magistralmente interpretado lleva al estímulo y la confianza. Con una economía de medios (sobre todo económicos) y narrativos, hasta logar que evitar el plano/contraplano, sea un ejercicio de estilo y dote de más intensidad a la película. Como he leído por ahí, todo el film parece ser un plano secuencia. Quizá solo pretenda ser un interminable travelling, con algún receso, para acompañar a Ana y observar muy de cerca todo el dolor que impregna su vida y que de manera tan violenta expulsa hacia los demás y, sobre todo, hacia sí misma.
Fernando Franco acerca su cámara a Anna y ya la acompaña en todo momento. Marian Álvarez es toda la película, por ser la protagonista absoluta y porque todos sus registros, corporales y gestuales, consiguen transmitir todo ese horror interior. Hacía tiempo de una actriz española no llegaba a impresionarme de forma tan real.
“La herida” es una película dura pero conmovedora, es cálida (no fría, Boyero) y está llena de vida y pasión. Arroja hacia el espectador todos los demonios que, un trauma causado a un inocente, pueden llegar a invadir una vida, hasta convertirla en un calvario interminable. Fernando Franco y Marian Álvarez nos lo cuenta, nos impresionan y nos conmueven.
Sólo cuando el dolor ajeno es empatizado, podemos llegar a ser el que sufre. Es entonces cuando entendemos que su herida es la nuestra y que su dolor lo sufrimos con él.
“La herida” es una película que muestra el tormento psíquico de una persona, por otro tormento psíquico y también físico que padeció. Eso no lo dice la película, ni casi lo insinúa, pero la maestría con que el director va dejando aflorar detalles, casi de manera imperceptible, excepto en una más evidente ocasión, nos lleva a compenetrarnos con la protagonista, a entender, conmovernos y horrorizarnos con su dolor. Esa es la única manera de que esta intensa y explícita (sin parecerlo) película pueda afectarnos tan hondamente. Si no se entiende ese dolor se puede llegar a opinar “Lamento mucho que esa conductora de ambulancias no se soporte ni a sí misma ni a los demás, que el alcohol y la coca la pongan peor…/ …que su estancia en la tierra sea un exclusivo infierno…/…No comprendo las intenciones de esta árida, fría y desagradable película.” (Boyero dixit)
Hace bastante tiempo que el cine español ha caído en una apática y creciente mediocridad (incluyendo alguna “vaca sagrada”, Almodóvar, Trueba (el Fernando), De la Iglesia) por lo que ver algo original, precisamente narrado y magistralmente interpretado lleva al estímulo y la confianza. Con una economía de medios (sobre todo económicos) y narrativos, hasta logar que evitar el plano/contraplano, sea un ejercicio de estilo y dote de más intensidad a la película. Como he leído por ahí, todo el film parece ser un plano secuencia. Quizá solo pretenda ser un interminable travelling, con algún receso, para acompañar a Ana y observar muy de cerca todo el dolor que impregna su vida y que de manera tan violenta expulsa hacia los demás y, sobre todo, hacia sí misma.
Fernando Franco acerca su cámara a Anna y ya la acompaña en todo momento. Marian Álvarez es toda la película, por ser la protagonista absoluta y porque todos sus registros, corporales y gestuales, consiguen transmitir todo ese horror interior. Hacía tiempo de una actriz española no llegaba a impresionarme de forma tan real.
“La herida” es una película dura pero conmovedora, es cálida (no fría, Boyero) y está llena de vida y pasión. Arroja hacia el espectador todos los demonios que, un trauma causado a un inocente, pueden llegar a invadir una vida, hasta convertirla en un calvario interminable. Fernando Franco y Marian Álvarez nos lo cuenta, nos impresionan y nos conmueven.
Sólo cuando el dolor ajeno es empatizado, podemos llegar a ser el que sufre. Es entonces cuando entendemos que su herida es la nuestra y que su dolor lo sufrimos con él.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Consecuencias a largo plazo del abuso sexual infantil
- Conductuales: intento de suicidio, consumo de drogas y alcohol, trastorno de identidad.
- Emocionales: depresión, ansiedad, baja estima, dificultad para expresar sentimientos.
- Sexuales: fobias sexuales, disfunciones sexuales, falta de satisfacción o incapacidad para el orgasmo, alteraciones de la motivación sexual…
Extraído de: GuiaInfantil.com
- Conductuales: intento de suicidio, consumo de drogas y alcohol, trastorno de identidad.
- Emocionales: depresión, ansiedad, baja estima, dificultad para expresar sentimientos.
- Sexuales: fobias sexuales, disfunciones sexuales, falta de satisfacción o incapacidad para el orgasmo, alteraciones de la motivación sexual…
Extraído de: GuiaInfantil.com

6,3
4.487
5
10 de noviembre de 2010
10 de noviembre de 2010
24 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
La verdad es que el tema de esta película tenía todos los ingredientes para mostrar un interesante viaje iniciático a través de una muñeca hinchable, que pasa de ser un objeto inerte a un ser con su propio corazón, en busca de su verdadera naturaleza.
Partiendo de esta interesante premisa, su posterior desarrollo no deja de languidecer por la falta de suficientes elementos dramáticos que den cierto cuerpo a una historia demasiado larga y que basa todo su peso en el intento de poesía de contemplar como un ser, en cierto modo infantil, va perdiendo la inocencia a medida que trata de asentar su identidad.
El interés dramático se basa en momentos puntuales, entre los que Hirokazu Kore-eda se dedica a rellenar, filmando esas calles y plazas por las que camina la protagonista (que dejan un regusto, aunque muy lejano, de Antonioni), sin conseguir que ese entorno contagie de la emoción que su deambular hubiera necesitado.
La película se alarga en demasía, y mezcla los momentos de gran fuerza e intensidad con otros que son puramente de relleno de más o menos acertada estética. Las buenas ideas, que existen, en esa toma de conciencia de alguien que descubre los sentimientos, son mostradas de manera acertada y con un simbolismo de gran impacto, como la importancia que tiene el aire, del que ella está llena, y que sirve para transmitir un precioso concepto del amor, y como no, de la tragedia. Una buena, bonita y trágica historia filmada con cuidada dedicación, pero que se excede con momentos vanos y triviales para ir tejiendo esos otros momentos llenos de sentido.
Hay poesía en esta película, aunque concentrada en algunos fragmentos. Cuando contemplamos el todo se queda en intento de poesía, eso sí, tierno y honesto.
Partiendo de esta interesante premisa, su posterior desarrollo no deja de languidecer por la falta de suficientes elementos dramáticos que den cierto cuerpo a una historia demasiado larga y que basa todo su peso en el intento de poesía de contemplar como un ser, en cierto modo infantil, va perdiendo la inocencia a medida que trata de asentar su identidad.
El interés dramático se basa en momentos puntuales, entre los que Hirokazu Kore-eda se dedica a rellenar, filmando esas calles y plazas por las que camina la protagonista (que dejan un regusto, aunque muy lejano, de Antonioni), sin conseguir que ese entorno contagie de la emoción que su deambular hubiera necesitado.
La película se alarga en demasía, y mezcla los momentos de gran fuerza e intensidad con otros que son puramente de relleno de más o menos acertada estética. Las buenas ideas, que existen, en esa toma de conciencia de alguien que descubre los sentimientos, son mostradas de manera acertada y con un simbolismo de gran impacto, como la importancia que tiene el aire, del que ella está llena, y que sirve para transmitir un precioso concepto del amor, y como no, de la tragedia. Una buena, bonita y trágica historia filmada con cuidada dedicación, pero que se excede con momentos vanos y triviales para ir tejiendo esos otros momentos llenos de sentido.
Hay poesía en esta película, aunque concentrada en algunos fragmentos. Cuando contemplamos el todo se queda en intento de poesía, eso sí, tierno y honesto.

7,4
8.279
6
10 de noviembre de 2011
10 de noviembre de 2011
23 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Tierras de penumbra” es ante todo una película mediocre, pero de enfermiza belleza; de atractivo envoltorio y sugestiva trama, aunque acartonada, alargada y un tanto hueca y efectista, dentro de su excesiva contención formal. Attenborough parecía tanto el director adecuado, por el rigor narrativo con que filma sus películas, como el inadecuado, porque suele incluir aburrida sobriedad y plomiza divagación discursiva.
“El dolor de entonces es parte de la felicidad de ahora”, “El hombre elige el sufrimiento. El dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces. Ese es el trato”… El dolor, físico y emocional, actúa como desencadenante de tanta abstracción, más o menos esforzada, a la que se entregan de manera consciente los protagonistas, y sobre todo C.S. Lewis, que aparece como un ser triste, amargado y sombrío. Sólo sabemos que ama o que ha sentido la felicidad porque lo dicen sus palabras, nunca sus gestos ni su mirada. El profundo mensaje, que la película pretende transmitir, queda vacío de contenido por lo poco definidos e imprecisos que resultan sus protagonistas, a pesar del esfuerzo de los actores. Nunca vemos amor entre Lewis y Joy, ni deseo, ni sexo; sólo estoicismo, entre frases y escenas de pretendido impacto dramático. Son dos seres grises, mortificados, de parca capacidad emocional, destinados al dolor y a la resignación, como si fuera el precio a pagar por las inquietudes del alma.
“Tierras de penumbra” es una película demasiado esteticista, tanto en su fisicidad como en las inquietudes de sus personajes. En un trascendente momento, Joy Gresham expone a Lewis lo que siente. Attenborough los muestra en un plano general, frente a frente. El espacio es la campiña inglesa, el plano distante, es hermoso. Attenborough parece sentir pudor por lo que hablan y se mantiene a una cierta distancia, respetando su intimidad. De repente, en mitad del dialogo, pasa a un primer plano y a un tópico y vulgar contraplano. Attenbourg ha dejado de respetar esa intimidad, ya sólo le interesa la estética de la planificación.
El problema de “Tierras…” es que su director se preocupa por crear ambientes y personajes adecuados a su discurso cinematográfico y abandona la intensidad del problema emocional en que viven. A pesar de la calidez de su fotografía, es una película fría, hueca y, lo que es peor, torpe. Attenborough realiza su film con desapego hacia el discurso moral y ético que la historia conlleva, se aleja de sus personajes y sólo parece interesado en crear un ambiente sugestivo, puramente formal, con que llamar la atención del espectador.
“Leemos para saber que no estamos solos”… Lewis sabe lo solo que está por mucho que llegue a leer. Parece que un tremendo vacío existencial y una profunda amargura le lleva a sentir que la felicidad es complemento del dolor, como una forma de redención a sus profundas dudas existenciales.
Sólo los seres tristes y apesadumbrados viven confinados en sombrías “Tierras de penumbra”
“El dolor de entonces es parte de la felicidad de ahora”, “El hombre elige el sufrimiento. El dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces. Ese es el trato”… El dolor, físico y emocional, actúa como desencadenante de tanta abstracción, más o menos esforzada, a la que se entregan de manera consciente los protagonistas, y sobre todo C.S. Lewis, que aparece como un ser triste, amargado y sombrío. Sólo sabemos que ama o que ha sentido la felicidad porque lo dicen sus palabras, nunca sus gestos ni su mirada. El profundo mensaje, que la película pretende transmitir, queda vacío de contenido por lo poco definidos e imprecisos que resultan sus protagonistas, a pesar del esfuerzo de los actores. Nunca vemos amor entre Lewis y Joy, ni deseo, ni sexo; sólo estoicismo, entre frases y escenas de pretendido impacto dramático. Son dos seres grises, mortificados, de parca capacidad emocional, destinados al dolor y a la resignación, como si fuera el precio a pagar por las inquietudes del alma.
“Tierras de penumbra” es una película demasiado esteticista, tanto en su fisicidad como en las inquietudes de sus personajes. En un trascendente momento, Joy Gresham expone a Lewis lo que siente. Attenborough los muestra en un plano general, frente a frente. El espacio es la campiña inglesa, el plano distante, es hermoso. Attenborough parece sentir pudor por lo que hablan y se mantiene a una cierta distancia, respetando su intimidad. De repente, en mitad del dialogo, pasa a un primer plano y a un tópico y vulgar contraplano. Attenbourg ha dejado de respetar esa intimidad, ya sólo le interesa la estética de la planificación.
El problema de “Tierras…” es que su director se preocupa por crear ambientes y personajes adecuados a su discurso cinematográfico y abandona la intensidad del problema emocional en que viven. A pesar de la calidez de su fotografía, es una película fría, hueca y, lo que es peor, torpe. Attenborough realiza su film con desapego hacia el discurso moral y ético que la historia conlleva, se aleja de sus personajes y sólo parece interesado en crear un ambiente sugestivo, puramente formal, con que llamar la atención del espectador.
“Leemos para saber que no estamos solos”… Lewis sabe lo solo que está por mucho que llegue a leer. Parece que un tremendo vacío existencial y una profunda amargura le lleva a sentir que la felicidad es complemento del dolor, como una forma de redención a sus profundas dudas existenciales.
Sólo los seres tristes y apesadumbrados viven confinados en sombrías “Tierras de penumbra”
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