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Críticas ordenadas por utilidad
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8,5
36.655
10
7 de junio de 2005
7 de junio de 2005
168 de 190 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película pasar por ser la más despiadada sátira antinazi jamás rodada. Lo es. Discutir esta cualidad tan patente es un esfuerzo del todo inútil. A diferencia de otras obras que comparten esta etiqueta, “Ser o no ser” se libra del tono panfletario en la que suelen caer estos alegatos, para situarse como una de las mejores muestras de humor corrosivo y chispeante que a dado la comedia americana y el propio Lubitsch en el conjunto de su carrera. El guión parte de una idea del propio director y está llevada con esa elegancia que en sus manos coge la farsa para darle un empaque único, que la sigue manteniendo fresca más de sesenta años después.
El comienzo de la película es magistral, “Hitler” invade, esta vez pacíficamente, las calles de Varsovia. La razón nos la mostrará con un ajustado flashback en el que por primera vez jugará con la simbiosis que se produce entre el teatro y la vida (parece que estamos en un cuartel de la Gestapo, cuando en realidad estamos sobre un escenario de teatro), este canibalismo entre una y otra representación estará presente a lo largo de toda la película pero presentado de un modo refinado como sólo un creador de la comedia como Lubitsch podía hacer.
Su genialidad se muestra en el alcance que da a las secuencias. Cualquier creador actual o de épocas pasadas, seguramente desarrollaría la secuencia hasta el clímax que marca un gag inolvidable (si es que existiesen méritos para acercarse al maestro); pero Lubitsch va más allá. Cuando uno cree que la comicidad de la situación ya está más que agotada, un nuevo, y sorprendente, giro da nuevos bríos a la historia. Un ejemplo de esto, sería cuando Joseph Tura va al cuartel de la Gestapo fingiendo que es el profesor espía y lo encierran en una habitación con el cadáver del profesor (una “tortura para intelectuales”, como expresa el Comandante “Campo de Concentración” Ehrhardt, magníficamente interpretado por Sig Ruman). Esta “tortura” ocupará los siguientes diez minutos de película yendo al “más difícil todavía” propio de una genialidad tan sorprendente como la de Lubitsch.
El reparto, con Jack Benny y Carole Lombard a la cabeza, está a la altura de esta gran película, con unos secundarios de lujo, que aportan el sostén a este dueto que sólo tiene una ambición: Representar a Shakespeare; pese a que como muy bien dice Ehrhardt “Hicieron con Shakespeare lo que los nazis están haciendo con Polonia”.
El comienzo de la película es magistral, “Hitler” invade, esta vez pacíficamente, las calles de Varsovia. La razón nos la mostrará con un ajustado flashback en el que por primera vez jugará con la simbiosis que se produce entre el teatro y la vida (parece que estamos en un cuartel de la Gestapo, cuando en realidad estamos sobre un escenario de teatro), este canibalismo entre una y otra representación estará presente a lo largo de toda la película pero presentado de un modo refinado como sólo un creador de la comedia como Lubitsch podía hacer.
Su genialidad se muestra en el alcance que da a las secuencias. Cualquier creador actual o de épocas pasadas, seguramente desarrollaría la secuencia hasta el clímax que marca un gag inolvidable (si es que existiesen méritos para acercarse al maestro); pero Lubitsch va más allá. Cuando uno cree que la comicidad de la situación ya está más que agotada, un nuevo, y sorprendente, giro da nuevos bríos a la historia. Un ejemplo de esto, sería cuando Joseph Tura va al cuartel de la Gestapo fingiendo que es el profesor espía y lo encierran en una habitación con el cadáver del profesor (una “tortura para intelectuales”, como expresa el Comandante “Campo de Concentración” Ehrhardt, magníficamente interpretado por Sig Ruman). Esta “tortura” ocupará los siguientes diez minutos de película yendo al “más difícil todavía” propio de una genialidad tan sorprendente como la de Lubitsch.
El reparto, con Jack Benny y Carole Lombard a la cabeza, está a la altura de esta gran película, con unos secundarios de lujo, que aportan el sostén a este dueto que sólo tiene una ambición: Representar a Shakespeare; pese a que como muy bien dice Ehrhardt “Hicieron con Shakespeare lo que los nazis están haciendo con Polonia”.

8,1
55.836
10
16 de septiembre de 2005
16 de septiembre de 2005
200 de 265 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mundo del boxeo a dado un buen puñado de películas, pero sin duda “Toro Salvaje” las derrota a todas por un indiscutible “ko” técnico y se erige con el título del campeón pues es una de las mejores películas de todos los tiempos. La película narra la historia de J. La Motta (R. de Niro) hasta convertirse en campeón de los pesos medios y su posterior caída a los infiernos víctima de sus propias paranoias. La historia, como no, responde a toda la mítica de este género, presente en obras como “Más dura será la caída”, “Cuerpo y alma” y otras (“Rocky” y todas sus secuelas serían para toda esta mitología como un grano molesto en el culo). Sin embargo, siendo una película sobre el boxeo, la hondura y el poder de su mirada hacen que vaya más allá.
Es el modo de narrar lo que hace de esta película un ejercicio único, fascinante, llena de la misma energía violenta que un combate de boxeo. En el aspecto técnico es impecable. La dirección de Scorsese es precisa e inspirada. Contamos con una sobria y acerada fotografía de M. Chapman, que ya había colaborado con él en “Taxi Driver” y el magnífico documental “The Last Valz”, y que logra un b/n soberbio. El guión es de P. Schrader, el guionista que mejor entiende el universo de Scorsese. Por último, la colaboradora más fiel del director y sin cuya presencia no se puede entender su obra: T. Schoonmaker. Será su primera colaboración juntos, y desde aquella el matrimonio seguirá pariendo obras incontestables. El montaje es espectacular, (le darían su primer Oscar) de esos que te guían a un mar de emociones, subrayando cada uno de los momentos. Prueba de ello, son las elipsis que realiza de los combates, con un uso de la cámara lenta hermoso e impactante; o los recuerdos desvaídos de ese tiempo de felicidad que muestran las películas familiares y que se escurre por el desagüe de la locura.
Las actuaciones son soberbias. ¿Qué decir de R. de Niro? ¿Qué adjetivos pueden definir con justicia la actuación que realiza? Compone con tal precisión y entrega que su actuación se ha erigido en el tótem al que todos miran cuando quieren citar el olimpo de las actuaciones; sin duda, podemos decir que es la mejor actuación de todos los tiempos. A su lado, una espléndida C. Moriarty en su primera película. Su papel es fascinante, parece salida de un cómic, llena de curvas, con un erotismo increíble, añejo pero fresco; a la vez, el sufrimiento que padece, te desgarra. Por último subrayar a Joe Pesci, un actor desaforado, pero que en las manos de Scorsese está siempre genial y que aquí interpreta al hermano de La Motta.
Incomprensiblemente, sólo gano dos Oscar (Fue el año de “Gente corriente”, una gran película, pero que de todas formas empequeñece al lado de este titán). El tiempo obro con justicia y “Toro Salvaje” está en el olimpo de las grandes películas, como esa obra única, irrepetible, de una maestría absoluta, tan desgarradora y hechizante como la vida, pues de eso trata.
Es el modo de narrar lo que hace de esta película un ejercicio único, fascinante, llena de la misma energía violenta que un combate de boxeo. En el aspecto técnico es impecable. La dirección de Scorsese es precisa e inspirada. Contamos con una sobria y acerada fotografía de M. Chapman, que ya había colaborado con él en “Taxi Driver” y el magnífico documental “The Last Valz”, y que logra un b/n soberbio. El guión es de P. Schrader, el guionista que mejor entiende el universo de Scorsese. Por último, la colaboradora más fiel del director y sin cuya presencia no se puede entender su obra: T. Schoonmaker. Será su primera colaboración juntos, y desde aquella el matrimonio seguirá pariendo obras incontestables. El montaje es espectacular, (le darían su primer Oscar) de esos que te guían a un mar de emociones, subrayando cada uno de los momentos. Prueba de ello, son las elipsis que realiza de los combates, con un uso de la cámara lenta hermoso e impactante; o los recuerdos desvaídos de ese tiempo de felicidad que muestran las películas familiares y que se escurre por el desagüe de la locura.
Las actuaciones son soberbias. ¿Qué decir de R. de Niro? ¿Qué adjetivos pueden definir con justicia la actuación que realiza? Compone con tal precisión y entrega que su actuación se ha erigido en el tótem al que todos miran cuando quieren citar el olimpo de las actuaciones; sin duda, podemos decir que es la mejor actuación de todos los tiempos. A su lado, una espléndida C. Moriarty en su primera película. Su papel es fascinante, parece salida de un cómic, llena de curvas, con un erotismo increíble, añejo pero fresco; a la vez, el sufrimiento que padece, te desgarra. Por último subrayar a Joe Pesci, un actor desaforado, pero que en las manos de Scorsese está siempre genial y que aquí interpreta al hermano de La Motta.
Incomprensiblemente, sólo gano dos Oscar (Fue el año de “Gente corriente”, una gran película, pero que de todas formas empequeñece al lado de este titán). El tiempo obro con justicia y “Toro Salvaje” está en el olimpo de las grandes películas, como esa obra única, irrepetible, de una maestría absoluta, tan desgarradora y hechizante como la vida, pues de eso trata.
Miniserie

8,3
9.757
10
22 de febrero de 2006
22 de febrero de 2006
140 de 145 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si uno visita la página de la Academia de TV de España, esta serie sigue figurando como la mejor que se ha televisado desde que la caja tonta ha tomado el centro de la casa.
“Yo, Claudio” son 650 minutos de una calidad inigualable. La serie adapta dos magníficas y documentadas novelas de R. Graves (“Yo, Claudio” y “Claudio, el dios”). Un material como este, carente casi de diálogos y lleno de hechos, tiene una difícil traslación al reino de la tv donde el diálogo es omnipresente. Es curioso, como esta dificultad se ve recompensada en la presentación de los capítulos. Lo habitual es dar la paternidad de todo este trabajo al director; sin embargo, “Yo Claudio” es “by Jack Pulman” (guionista de otra serie mítica: Poldark), no de su director: H.Wise. Lo cierto es que hace un trabajo prodigioso y ajustado al medio. Realizando una adaptación fidelísima a los hechos, imagina cómo pudieron desarrollarse, desarrollando casi “otra novela”, y ofrece unas secuencias llenas de tensión que inevitablemente te llevan a desear que llegue el próximo capítulo. Sin embargo, si vemos todos los elementos que la componen, podemos llegar a pensar que estamos ante un “subproducto”. Los decorados son teatrales, sin profundidad; el maquillaje y el vestuario pasable; la fotografía es plana, sombría, pero no expresiva; la falta de medios “canta” (no estamos ante una producción como “Roma”) a lo largo de toda la serie. Pero estos defectos, se tornan bondades ante el virtuosismo y fortaleza de los dos pilares sobre los que se sostiene: el guión y el excelente reparto. Por ejemplo, en “Claudio, el dios”, que recoge todo su mandato, hay un exhaustivo relato de la campaña que Claudio llevo en Britania, que de ser llevada a pantalla requeriría el presupuesto de una gran superproducción; en la serie, toda esta narración está resumida en la llegada del rebelde principal al Senado y una voz en off que acompaña; también son numerosos los planos en los que la imagen es sustituida por efectos sonoros (casi no hay figuración en la serie). Sin embargo, esto no aparece como un defecto. “Yo, Claudio” no dirige su mirada hacia fuera, sino hacia dentro, hacia los corredores del palacio, hacia las entrañas del poder, hacia ese nido de víboras que no nos abandonará en 13 capítulos. Ahí, en esa visión, radica la actualidad y el poder de fascinación que sigue ejerciendo esta serie 30 años después de su realización. El horror y la corrupción nos es narrada desde la finísima ironía (la serie está llena de “respiros” sutilmente cómicos) y por uno de los personajes más fascinantes de toda esta ralea: Cla-Cla-Clau-Claudio, el tonto; y a la vez, también desde la ética, pues el propósito que tiene de contar la verdad es su modo de sacar a la luz el mal (advertirnos) con el que ha estado conviviendo siempre y al que ha sobrevivido. (continúa la crítica en el “spoiler”).
“Yo, Claudio” son 650 minutos de una calidad inigualable. La serie adapta dos magníficas y documentadas novelas de R. Graves (“Yo, Claudio” y “Claudio, el dios”). Un material como este, carente casi de diálogos y lleno de hechos, tiene una difícil traslación al reino de la tv donde el diálogo es omnipresente. Es curioso, como esta dificultad se ve recompensada en la presentación de los capítulos. Lo habitual es dar la paternidad de todo este trabajo al director; sin embargo, “Yo Claudio” es “by Jack Pulman” (guionista de otra serie mítica: Poldark), no de su director: H.Wise. Lo cierto es que hace un trabajo prodigioso y ajustado al medio. Realizando una adaptación fidelísima a los hechos, imagina cómo pudieron desarrollarse, desarrollando casi “otra novela”, y ofrece unas secuencias llenas de tensión que inevitablemente te llevan a desear que llegue el próximo capítulo. Sin embargo, si vemos todos los elementos que la componen, podemos llegar a pensar que estamos ante un “subproducto”. Los decorados son teatrales, sin profundidad; el maquillaje y el vestuario pasable; la fotografía es plana, sombría, pero no expresiva; la falta de medios “canta” (no estamos ante una producción como “Roma”) a lo largo de toda la serie. Pero estos defectos, se tornan bondades ante el virtuosismo y fortaleza de los dos pilares sobre los que se sostiene: el guión y el excelente reparto. Por ejemplo, en “Claudio, el dios”, que recoge todo su mandato, hay un exhaustivo relato de la campaña que Claudio llevo en Britania, que de ser llevada a pantalla requeriría el presupuesto de una gran superproducción; en la serie, toda esta narración está resumida en la llegada del rebelde principal al Senado y una voz en off que acompaña; también son numerosos los planos en los que la imagen es sustituida por efectos sonoros (casi no hay figuración en la serie). Sin embargo, esto no aparece como un defecto. “Yo, Claudio” no dirige su mirada hacia fuera, sino hacia dentro, hacia los corredores del palacio, hacia las entrañas del poder, hacia ese nido de víboras que no nos abandonará en 13 capítulos. Ahí, en esa visión, radica la actualidad y el poder de fascinación que sigue ejerciendo esta serie 30 años después de su realización. El horror y la corrupción nos es narrada desde la finísima ironía (la serie está llena de “respiros” sutilmente cómicos) y por uno de los personajes más fascinantes de toda esta ralea: Cla-Cla-Clau-Claudio, el tonto; y a la vez, también desde la ética, pues el propósito que tiene de contar la verdad es su modo de sacar a la luz el mal (advertirnos) con el que ha estado conviviendo siempre y al que ha sobrevivido. (continúa la crítica en el “spoiler”).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El viejo emperador Claudio se dispone a las puertas de la muerte a contar “toda la verdad” de su sorprendente vida, desde su infancia en la época de su abuelo César Augusto, hasta el final de sus días. Con esta premisa asistimos a la carnicería que existe en las entrañas del poder, con paradas obligadas en personajes como Livia, Tiberio, Calígula y toda la grey, de igual naturaleza, que acompaña a estos personajes. Como decía, gran parte del mérito corresponde al magistral reparto. De todos ellos es necesario destacar al quinteto protagonista. Empecemos por la más fascinante: Livia. Siân Philips da vida a esta mujer envenenada (y envenenadora) de poder. Su actuación es magistral. La frialdad de su mirada, la serenidad de sus diálogos y movimientos (piensa en la maldad como un ejercicio de paciencia, por lo que nunca se precipita), componen una “mala” fascinante. Ella es el "Estado"; o mejor dicho: la razón de Estado. Por continuar con el matrimonio, B. Blessed, como Augusto, caracteriza a un emperador benévolo, preso de cambios de humor, que es capaz de llevar el peso de un imperio pero no el de una familia (la serie no deja de ser un "retrato de familia"); G. Baker es el herido Tiberio, no hay un momento en su actuación que abandone su brutalidad y resentimiento. J. Hurt, ¿qué decir?, ¿cuándo estuvo mal este magnífico actor? Pues aquí estamos ante otro de sus finos recitales, asombrándonos de todo lo que da al cruel Calígula. Por último, Derek Jacobi. Realiza el papel “bombón” y lo ejecuta con tanta maestría que para todos nosotros, pese a su dilatada carrera, quedará siempre como el bueno de Claudio con esa cojera arrastrada y la tartamudez, que componen ante los demás la naturaleza de la estupidez, pero ante nosotros la inteligencia del superviviente.
“Yo, Claudio” es uno de los mejores productos de la era en que la televisión creía aún en la inteligencia del espectador/a. ¡A saborear como los buenos clásicos!
“Yo, Claudio” es uno de los mejores productos de la era en que la televisión creía aún en la inteligencia del espectador/a. ¡A saborear como los buenos clásicos!

7,1
102.723
10
9 de junio de 2005
9 de junio de 2005
153 de 174 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Quién no quiso ser Danny Zuko? ¿O quien no suspiró noches enteras por ser el Pigmalion que transformara a esa novia mojigata que todos teníamos en una rocker como Olvia Newton-John? Yo sí. Es cierto que no vivía en Rydell; pero en muchas ocasiones, igual que Rebeca vuelve a Manderley, yo vuelvo a esas noches de verano en Rydell...
“Grease” es un musical delicioso y divertido hasta la médula. Los años 50, desde la visión irónica de este homenaje Kleiser, quedaran en nuestras retinas abrazados a este musical despreocupado y joven. Una historia tan simple como la o con un canuto, pero tremendamente emocionante porque en su superficialidad llena de tópicos, batidos, hamburguesas, poses y bailes de instituto... pasa justamente lo que deseemos que ocurra. Todo esto aderezado con una banda sonora extraordinaria (que todos nos sabemos de memoria); seguramente una de las mejores de toda la historia del cine musical y que se expone ante nuestro ojos en unos números musicales excelentes e inolvidables, llenos de una energía joven, en que el que la rabia (presente por ejemplo en otro musical “joven” como West Side Story) está descartada porque la juventud es ese tiempo que hay que disfrutar...
La química entre los actores es extraordinaria. Travolta y Newton-John son esa pareja perfecta a la que nos gustaría imitar; el resto del reparto esta preso por la misma alegría (aparece una Stockard Channing tan devoradora de la pantalla como febril con los hombres) que desprende cada fotograma de esta película inolvidable (es una de esas películas que sientes que se lo han pasado genial rodándola) y maravillosa.
“Grease” es la película generacional, a la que se van sumando nuevos adictos (quien la prueba, repite) para quedarse entre nosotros y volver a ella siempre que deseemos pasarlo bien.
El éxito de esta película propició una segunda parte infumable de la que sólo se puede salvar a una jovencísima Michelle Pfeiffer, o ¿quién no ha soñado salvar todas las noches a Michelle Pfeiffer?
“Grease” es un musical delicioso y divertido hasta la médula. Los años 50, desde la visión irónica de este homenaje Kleiser, quedaran en nuestras retinas abrazados a este musical despreocupado y joven. Una historia tan simple como la o con un canuto, pero tremendamente emocionante porque en su superficialidad llena de tópicos, batidos, hamburguesas, poses y bailes de instituto... pasa justamente lo que deseemos que ocurra. Todo esto aderezado con una banda sonora extraordinaria (que todos nos sabemos de memoria); seguramente una de las mejores de toda la historia del cine musical y que se expone ante nuestro ojos en unos números musicales excelentes e inolvidables, llenos de una energía joven, en que el que la rabia (presente por ejemplo en otro musical “joven” como West Side Story) está descartada porque la juventud es ese tiempo que hay que disfrutar...
La química entre los actores es extraordinaria. Travolta y Newton-John son esa pareja perfecta a la que nos gustaría imitar; el resto del reparto esta preso por la misma alegría (aparece una Stockard Channing tan devoradora de la pantalla como febril con los hombres) que desprende cada fotograma de esta película inolvidable (es una de esas películas que sientes que se lo han pasado genial rodándola) y maravillosa.
“Grease” es la película generacional, a la que se van sumando nuevos adictos (quien la prueba, repite) para quedarse entre nosotros y volver a ella siempre que deseemos pasarlo bien.
El éxito de esta película propició una segunda parte infumable de la que sólo se puede salvar a una jovencísima Michelle Pfeiffer, o ¿quién no ha soñado salvar todas las noches a Michelle Pfeiffer?

7,5
8.721
10
9 de junio de 2005
9 de junio de 2005
139 de 149 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nueve años después del escándalo de “Viridiana”, Buñuel retorna a España. En este viaje vuelve a adaptar a su admirado Galdós, pero trasladando toda la acción temporal a su época su juventud.
Ante una sombra tan grande como la de “Viridiana”, “Tristana” puede parecer una obra menor; pero reúne, si cabe, tantos méritos o más que la mítica película. En sí la película trata una de las mayores preocupaciones surrealistas: el “amour fou”. En ninguna obra de Buñuel se retrata con tanto detalle el “amor loco” como en esta. La historia es sencilla: Cuando muere la madre de Tristana, ella es confiada a D. Lope, un caballero de los de antes con rentas cada vez más exiguas, pero de un cinismo calculado, que comienza a obsesionarse por la joven Tristana hasta conseguir sus favores; tiempo después ésta conoce a un pintor con el que huye hasta que las circunstancias la traen de nuevo.
La sabiduría y sencillez de esta obra es pasmosa. En ninguna otra obra posterior a esta encontraremos la depuración a la que había llegado el maestro; quizá porque surrealismo y grandes presupuestos nunca casaron del todo (la etapa mejicana y la española están muy por encima de todas sus películas francesas, aunque éstas fueron las que llegaron más al público). Es increíble la fuerza que le da a los planos, cómo éstos calan en el espectador hasta exprimir todo su significado (el plano secuencia con el que se abre –un partido de fútbol entre sordomudos-; las secuencias que muestran la relación incestuosa que mantienen; el fetichismo con el que arropa a C. Deneuve en la última parte de la película).
“Tristana” de todos modos es D. Lope. En ninguna otra película del maestro, Fernando Rey realizará mejor actuación, hasta el punto de que quizá sea la mejor interpretación de toda su carrera. De todos los personajes, es el más rico, el que realiza una evolución más sorprendente pues pasa de ser comecuras (magníficos los diálogos en los que expresa su anarquismo) a terminar tomando el chocolate con estos en la tardes frías de invierno. Su interpretación es tan sentida que estremece (cuando por fin consigue a Tristana y le escuchamos decir “Esta vez no se me escapa, esta vez será mía...” traslada la pasión que siente de un modo tan directo que es como si te pegara). Pero a su misma altura está todo el plantel. La frialdad de Denueve llega al punto de la crueldad, pero sin dejar de mostrar esa pasión alocada que sostiene a un personaje que naciendo en la pureza, terminará por vivir en el rencor (maravillosa la secuencia en la que se despide de su amante el pintor tocando una pieza de piano tan pasional como su aversión). Al lado una Lola Gaos espléndida, como esa criada abnegada que daría la vida por su señorito.
Un punto y aparte merece la fotografía. La firma Aguayo y consigue que una película a color termine siendo negra, negrísima (la secuencia de la boda es magistral, pues más parece un entierro). Otra obra maestra del gran Buñuel antes de afrancesarse.
Ante una sombra tan grande como la de “Viridiana”, “Tristana” puede parecer una obra menor; pero reúne, si cabe, tantos méritos o más que la mítica película. En sí la película trata una de las mayores preocupaciones surrealistas: el “amour fou”. En ninguna obra de Buñuel se retrata con tanto detalle el “amor loco” como en esta. La historia es sencilla: Cuando muere la madre de Tristana, ella es confiada a D. Lope, un caballero de los de antes con rentas cada vez más exiguas, pero de un cinismo calculado, que comienza a obsesionarse por la joven Tristana hasta conseguir sus favores; tiempo después ésta conoce a un pintor con el que huye hasta que las circunstancias la traen de nuevo.
La sabiduría y sencillez de esta obra es pasmosa. En ninguna otra obra posterior a esta encontraremos la depuración a la que había llegado el maestro; quizá porque surrealismo y grandes presupuestos nunca casaron del todo (la etapa mejicana y la española están muy por encima de todas sus películas francesas, aunque éstas fueron las que llegaron más al público). Es increíble la fuerza que le da a los planos, cómo éstos calan en el espectador hasta exprimir todo su significado (el plano secuencia con el que se abre –un partido de fútbol entre sordomudos-; las secuencias que muestran la relación incestuosa que mantienen; el fetichismo con el que arropa a C. Deneuve en la última parte de la película).
“Tristana” de todos modos es D. Lope. En ninguna otra película del maestro, Fernando Rey realizará mejor actuación, hasta el punto de que quizá sea la mejor interpretación de toda su carrera. De todos los personajes, es el más rico, el que realiza una evolución más sorprendente pues pasa de ser comecuras (magníficos los diálogos en los que expresa su anarquismo) a terminar tomando el chocolate con estos en la tardes frías de invierno. Su interpretación es tan sentida que estremece (cuando por fin consigue a Tristana y le escuchamos decir “Esta vez no se me escapa, esta vez será mía...” traslada la pasión que siente de un modo tan directo que es como si te pegara). Pero a su misma altura está todo el plantel. La frialdad de Denueve llega al punto de la crueldad, pero sin dejar de mostrar esa pasión alocada que sostiene a un personaje que naciendo en la pureza, terminará por vivir en el rencor (maravillosa la secuencia en la que se despide de su amante el pintor tocando una pieza de piano tan pasional como su aversión). Al lado una Lola Gaos espléndida, como esa criada abnegada que daría la vida por su señorito.
Un punto y aparte merece la fotografía. La firma Aguayo y consigue que una película a color termine siendo negra, negrísima (la secuencia de la boda es magistral, pues más parece un entierro). Otra obra maestra del gran Buñuel antes de afrancesarse.
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