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7
20 de junio de 2018
20 de junio de 2018
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera película de Marine Francen, ayudante de dirección de realizadores como Oliver Assayas o Michael Haneke, nos sitúa en 1852 para contarnos las consecuencias de la represión de las tropas de Napoleón contra un pequeño pueblo de los Alpes, al que han privado de todos sus hombres, por el apoyo de éstos a la República. Las mujeres se quedan así solas sin saber si sus hombres regresarán, en un estado aletargado, pero que no está exento de una profunda sororidad. Hay una secuencia muy significativa en la que el grupo de mujeres se unen, entre el diluvio, para sujetar una larga escalera que permite a una de ellas arreglar el tejado del cobertizo. Por muchos recelos que tengan en una situación extrema las mujeres se unen para subsistir.
No obstante la película está basada en el relato L`homme semence, cuyo título es más acertado que la traducción española, y por lo tanto el catalizador de la historia va a ser la presencia masculina. En los periodos de descanso, tras la siega del trigo, las mujeres han especulado sobre la aparición de un hombre, pero la llegada repentina de Jean, un tipo que dice ser herrero, va a sacar a flote los instintos más primarios de todas esas mujeres. Por cosas del azar Violette, la protagonista de la cinta a la que da vida con una gran entereza la actriz Pauline Burlet, es la que se topa primero con Jean, lo que le da prioridad para intimar con él. Sin embargo, las mujeres habían acordado repartirse al hombre que llegase y poco tardan en reclamar su parte del pastel. No puede decirse que sea una actitud moralmente aceptable, pero las mujeres temen por la extinción del pueblo y en Jean ven la posibilidad de continuar el ciclo de la vida.
El ciclo de la vida será durante todo el metraje un motivo recurrente, a través del agua cristalina que recorre los campos con un claro simbolismo purificador, aunque en algún momento de tensión dramática llega a ensuciarse, y mediante el trigo, símbolo de ese ciclo vital (crecimiento, maduración y vuelta a la tierra) que las mujeres sienten muy profundamente. Es precisamente en las secuencias de la cosecha donde la película va a destacar, gracias a su esteticista puesta en escena que en muchos momentos recuerda una pintura naturalista.
Al mismo tiempo es muy llamativo el formato (1:33) que escoge la directora y que aunque al principio nos descoloque, finalmente consigue hacer hincapié en la tensión, la angustia y la desconexión total en la que vive este grupo de mujeres. Aunque quizás esa economía escénica contribuye a la frialdad general de la cinta que no logra traspasar la frontera de las emociones.
Laura Acosta
planoamericano.wordpress.com
No obstante la película está basada en el relato L`homme semence, cuyo título es más acertado que la traducción española, y por lo tanto el catalizador de la historia va a ser la presencia masculina. En los periodos de descanso, tras la siega del trigo, las mujeres han especulado sobre la aparición de un hombre, pero la llegada repentina de Jean, un tipo que dice ser herrero, va a sacar a flote los instintos más primarios de todas esas mujeres. Por cosas del azar Violette, la protagonista de la cinta a la que da vida con una gran entereza la actriz Pauline Burlet, es la que se topa primero con Jean, lo que le da prioridad para intimar con él. Sin embargo, las mujeres habían acordado repartirse al hombre que llegase y poco tardan en reclamar su parte del pastel. No puede decirse que sea una actitud moralmente aceptable, pero las mujeres temen por la extinción del pueblo y en Jean ven la posibilidad de continuar el ciclo de la vida.
El ciclo de la vida será durante todo el metraje un motivo recurrente, a través del agua cristalina que recorre los campos con un claro simbolismo purificador, aunque en algún momento de tensión dramática llega a ensuciarse, y mediante el trigo, símbolo de ese ciclo vital (crecimiento, maduración y vuelta a la tierra) que las mujeres sienten muy profundamente. Es precisamente en las secuencias de la cosecha donde la película va a destacar, gracias a su esteticista puesta en escena que en muchos momentos recuerda una pintura naturalista.
Al mismo tiempo es muy llamativo el formato (1:33) que escoge la directora y que aunque al principio nos descoloque, finalmente consigue hacer hincapié en la tensión, la angustia y la desconexión total en la que vive este grupo de mujeres. Aunque quizás esa economía escénica contribuye a la frialdad general de la cinta que no logra traspasar la frontera de las emociones.
Laura Acosta
planoamericano.wordpress.com

7,2
29.900
10
1 de febrero de 2018
1 de febrero de 2018
16 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras las nominaciones a los Oscar, de hace unos días, son muchas las quinielas y las opiniones de quienes ven a una u otra cinta con opciones de triunfo. Sin embargo después de ver Call me by your name da la sensación que ninguna podrá igualar los niveles de preciosismo, sensibilidad, profundidad y valentía de la cinta de Guadagnino.
Entrando en la trama, Call me by your name se sitúa en el verano de 1983 para contarnos la historia de amor entre Elio, un joven de diecisiete años, y Oliver, el ayudante de su padre (arqueólogo). Desde un principio vamos a asistir a la fuerza del deseo y la atracción, que poco a poco se va a ir produciendo en los dos personajes. Si bien al inicio Elio se va a mostrar más indiferente y poco receptivo, ante las formas de Olivier que tilda de poco educadas y arrogantes, con el paso de los días y las excursiones que ambos emprenden, todo va a ir aclarándose. Elio va a descifrar sus emociones y Oliver va a conseguir mostrarse tal y como es, un hombre bueno y de gran corazón, muy alejado de su imagen de seductor insaciable. Para ello la pareja de enamorados pasará por varias fases, que podemos definir como atracción, frustración, consumación, felicidad al saberse correspondido, melancolía y curación. Pero en este devenir resultan muy importantes los puntos de giro del guión, siendo especialmente significativa la secuencia en la que ambos hablan sobre una imponente escultura, de una de las múltiples matanzas de La Primera Guerra Mundial.
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Entrando en la trama, Call me by your name se sitúa en el verano de 1983 para contarnos la historia de amor entre Elio, un joven de diecisiete años, y Oliver, el ayudante de su padre (arqueólogo). Desde un principio vamos a asistir a la fuerza del deseo y la atracción, que poco a poco se va a ir produciendo en los dos personajes. Si bien al inicio Elio se va a mostrar más indiferente y poco receptivo, ante las formas de Olivier que tilda de poco educadas y arrogantes, con el paso de los días y las excursiones que ambos emprenden, todo va a ir aclarándose. Elio va a descifrar sus emociones y Oliver va a conseguir mostrarse tal y como es, un hombre bueno y de gran corazón, muy alejado de su imagen de seductor insaciable. Para ello la pareja de enamorados pasará por varias fases, que podemos definir como atracción, frustración, consumación, felicidad al saberse correspondido, melancolía y curación. Pero en este devenir resultan muy importantes los puntos de giro del guión, siendo especialmente significativa la secuencia en la que ambos hablan sobre una imponente escultura, de una de las múltiples matanzas de La Primera Guerra Mundial.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Es aquí cuando Elio toma las riendas y le confiesa a Oliver lo que quiere saber del otro. Hay un momento en el que Oliver desparece del plano y Elio repite lo que siente, lo que no se atrevía a decir, pero que necesita compartir. Elio lo repite con fuerza e inmediatamente somos testigos de lo que sienten y de que quieren lo mismo y por ello los dos pueden retomar su plácido viaje en bicicleta. Una muestra de la calidad del guion que es capaz de emocionar a través de los subtextos y sin necesidad de rellenar las hojas de diálogos (es muy bonita la secuencia en la que Elio llama a su madre, tras despedirse de Oliver, y acaba derrumbándose). Aunque obviamente los guiones están creados a partir de palabras y la secuencia final entre Elio y su padre resulta memorable y enternecedora. Porque Mr Perlman le habla a su hijo de tolerancia y de no arrepentirse de sentir lo que ha sentido, por mucho que en el momento duela o parezca que es extraño.
Todo el guion está repleto de simbolismos de gran belleza y profundo significado. Por ello será importante la mano que encuentran, al inicio, en la playa y que simboliza el inicio de la apertura al otro. También adquiere gran valor simbólico la medallita, con la estrella de David, que lleva Oliver y que sirve como elemento de unión entre ambos. Sin olvidar el reloj que Elio no para de mirar en los momentos previos a su encuentro con Oliver y que su padre le entrega, en un momento simbólico, antes de que se vaya a la cama. Pero también otros momentos, aparentemente menos trascendentes, como cuando el padre de Elio rompe sus reglas y deja que Oliver sea su copiloto, para disgusto de Elio, que quizás no sabe que su padre se ha dado cuenta de todo y por ello se muestra más abierto con su ayudante.
Sin embargo, nada de esto hubiera cuajado sin la maravillosa interpretación de Timothée Chalamet que consigue trasmitir verdad y humanidad, a cada una de las secuencias, a través de su mirada y su expresión corporal. Guadagnino acierta al elegir a Chalamet para dar voz a este personaje anómico, que parece recluido en su literatura, sus tardes al piano y sus baños en el río; pero que en el fondo se muestra como una especie de líder de la resistencia pasiva. Es verdad que Elio mantiene una relación minimalista con el cuerpo, basada en la inseguridad y la exploración, pero al mismo tiempo es una especie de rebelde alejado de la cultura de la imagen y centrado en el cultivo del intelecto. Un rebelde que además tiene éxito en sus relaciones con las chicas y que hace uso de sus conocimientos sin reparos o vergüenzas.
Asimismo resulta muy interesante la relación que se puede establecer entre el concepto de amor líquido, desarrollado por Zygmunt Bauman, y la historia de amor de Call me by your name. Al igual que les sucedía a Céline y Jesse en Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995), el romance entre Elio y Oliver se desarrolla por caminos alejados de la tradición y de los modelos típicos de conquista. Los dos hombres no deben aparentar ser quienes no son, sino que obtienen la atracción mutua a través del reflejo de sus pupilas. Y lo que es más importante y emparenta la historia, con la cinta de Linklater es que su amor nace a sabiendas de que su destino es difuso, porque el ayudante del padre abandonará a la familia al final el verano. Así que tanto personajes como espectadores asistimos al atrayente verano, con el famoso carpe diem tatuado en la frente. Pero como sabíamos el verano debe llegar a su fin, para dar una oportunidad al invierno y a la nieve. Un periodo de recluimiento y de introspección que servirá para curar el mal de amores y para darse cuenta de, que como avisaba Mr Perlman, los copos de nieve no caen nunca en el lugar equivocado.
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Todo el guion está repleto de simbolismos de gran belleza y profundo significado. Por ello será importante la mano que encuentran, al inicio, en la playa y que simboliza el inicio de la apertura al otro. También adquiere gran valor simbólico la medallita, con la estrella de David, que lleva Oliver y que sirve como elemento de unión entre ambos. Sin olvidar el reloj que Elio no para de mirar en los momentos previos a su encuentro con Oliver y que su padre le entrega, en un momento simbólico, antes de que se vaya a la cama. Pero también otros momentos, aparentemente menos trascendentes, como cuando el padre de Elio rompe sus reglas y deja que Oliver sea su copiloto, para disgusto de Elio, que quizás no sabe que su padre se ha dado cuenta de todo y por ello se muestra más abierto con su ayudante.
Sin embargo, nada de esto hubiera cuajado sin la maravillosa interpretación de Timothée Chalamet que consigue trasmitir verdad y humanidad, a cada una de las secuencias, a través de su mirada y su expresión corporal. Guadagnino acierta al elegir a Chalamet para dar voz a este personaje anómico, que parece recluido en su literatura, sus tardes al piano y sus baños en el río; pero que en el fondo se muestra como una especie de líder de la resistencia pasiva. Es verdad que Elio mantiene una relación minimalista con el cuerpo, basada en la inseguridad y la exploración, pero al mismo tiempo es una especie de rebelde alejado de la cultura de la imagen y centrado en el cultivo del intelecto. Un rebelde que además tiene éxito en sus relaciones con las chicas y que hace uso de sus conocimientos sin reparos o vergüenzas.
Asimismo resulta muy interesante la relación que se puede establecer entre el concepto de amor líquido, desarrollado por Zygmunt Bauman, y la historia de amor de Call me by your name. Al igual que les sucedía a Céline y Jesse en Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995), el romance entre Elio y Oliver se desarrolla por caminos alejados de la tradición y de los modelos típicos de conquista. Los dos hombres no deben aparentar ser quienes no son, sino que obtienen la atracción mutua a través del reflejo de sus pupilas. Y lo que es más importante y emparenta la historia, con la cinta de Linklater es que su amor nace a sabiendas de que su destino es difuso, porque el ayudante del padre abandonará a la familia al final el verano. Así que tanto personajes como espectadores asistimos al atrayente verano, con el famoso carpe diem tatuado en la frente. Pero como sabíamos el verano debe llegar a su fin, para dar una oportunidad al invierno y a la nieve. Un periodo de recluimiento y de introspección que servirá para curar el mal de amores y para darse cuenta de, que como avisaba Mr Perlman, los copos de nieve no caen nunca en el lugar equivocado.
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6,4
46.617
8
23 de febrero de 2018
23 de febrero de 2018
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con trece nominaciones a los Oscar, La forma del agua (Guillermo del Toro, 2017) parece posicionarse como favorita para el triunfo la noche del cuatro de marzo. Son muchos los aspectos que la convierten en la cinta perfecta para gustar al académico americano. En primer lugar, son obvias las referencias a los cuentos e historias de Disney que del Toro ha armado aquí desde una perspectiva mucho más realista y oscura. Por muy casposo que fuera el señor Disney, sus historias fueron alabadas en EE.UU y la reescritura, del director mexicano, convierten a la mezcla resultante en una apuesta casi segura. Son varias las referencias que se pueden extraer con La bella y la bestia, teniendo aquí una bella que no lo es (o no por lo menos según los cánones tradicionales) y que además sufre el mal de la mudez y la falta de oportunidades que le provocan trabajar de limpiadora en el turno de noche, de unos sofisticados laboratorios. No obstante Eliza (Sally Hawkins), al contrario que Bella, se mostrará como un ser activo que lucha en favor de los que como ella sufren la insensibilidad de los más sádicos e insatisfechos. Es lo que va a ocurrir con la criatura marina que aparece repentinamente en el laboratorio, para originar el amor de Eliza y las iras de norteamericanos que solamente quieren a la criatura para “vencer” a los soviéticos y experimentar con ella, sin importar los daños que le puedan causar. Además hay otras referencias que pueden asociarse al cuento de La Cenicienta.Por ejemplo, la puesta en escena subraya el horario de entrada a trabajar de Eliza, que según los relojes es a las doce en punto de la noche. Claro que mientras La Cenicienta debía volver a casa a esa hora, porque si no el conjuro se acababa, para Eliza la magia empieza justo en ese instante, ya que es en su lugar de trabajo donde va a tener las misiones más arriesgadas y novelescas.
Por mucho que La forma del agua esté ambientada en La guerra fría, este famoso conflicto queda en un segundo plano, ya que el protagonismo lo adquieren sus personajes y los sentimientos que cada uno experimenta. Personajes todos ellos víctimas de la discriminación e invisibilización que la sociedad les ha regalado durante toda la historia y que lamentablemente sigue produciéndose. Así tenemos como protagonista a una mujer, muda que limpia váteres. Su mejor amiga y compañera es Zelda una negra que debe sufrir la discriminación doble, por su color de piel y por parte de su marido, y el vecino y amigo de Eliza que es un homosexual entrado en años. Frente a todos ellos estaría la figura de Strickland (Michael Shannon), el vigilante de seguridad que representa la fuerza bruta y la ausencia de ternura. Fuerza y ternura van a ser dos elementos vertebradores del relato, pero también podemos encontrar una división entre la teoría, que representa Fleming (David Hewlett), el médico-espía ruso, y la práctica que simbolizan las limpiadoras. Mujeres que se olvidan de batas blancas y de observar para ayudar como pueden al que sufre, sin pensar en su DNI. Para ellas la dicotomía entre norteamericanos y soviéticos es un hecho sin relevancia. En un momento de tensión y de oscuridad, Eliza y Zelda no se dejan llevar por la psicosis colectiva y actúan con el corazón.
Por mucho que La forma del agua esté ambientada en La guerra fría, este famoso conflicto queda en un segundo plano, ya que el protagonismo lo adquieren sus personajes y los sentimientos que cada uno experimenta. Personajes todos ellos víctimas de la discriminación e invisibilización que la sociedad les ha regalado durante toda la historia y que lamentablemente sigue produciéndose. Así tenemos como protagonista a una mujer, muda que limpia váteres. Su mejor amiga y compañera es Zelda una negra que debe sufrir la discriminación doble, por su color de piel y por parte de su marido, y el vecino y amigo de Eliza que es un homosexual entrado en años. Frente a todos ellos estaría la figura de Strickland (Michael Shannon), el vigilante de seguridad que representa la fuerza bruta y la ausencia de ternura. Fuerza y ternura van a ser dos elementos vertebradores del relato, pero también podemos encontrar una división entre la teoría, que representa Fleming (David Hewlett), el médico-espía ruso, y la práctica que simbolizan las limpiadoras. Mujeres que se olvidan de batas blancas y de observar para ayudar como pueden al que sufre, sin pensar en su DNI. Para ellas la dicotomía entre norteamericanos y soviéticos es un hecho sin relevancia. En un momento de tensión y de oscuridad, Eliza y Zelda no se dejan llevar por la psicosis colectiva y actúan con el corazón.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
De alguna forma, al final puede entenderse que Fleming acaba dándose cuenta de que ninguno de los bandos es el acertados, ya que tanto soviéticos como norteamericanos lo único que quieren es utilizar a la criatura para experimentar y ganarle la batalla al enemigo. Por ello muere tranquilo al saber que hizo bien al ayudar a Eliza para que la criatura escapara.
Porque la línea que separa la humanidad de la bestialidad puede ser muy fina. ¿Es más humano Strickland que la criatura? Desde luego su forma de comportarse no es propia de un humano, al carecer de toda empatía y sensibilidad. Igualmente Strickland por mucha casa bonita, mujer e hijos que tiene, no parece ser muy feliz. Más concretamente su trabajo que le permite haber adquirido el llamado “american dream”, no le permite sin embargo disfrutar de lo que ha ganado, haciéndole caer en un estado de insatisfacción perpetua que le lleva al consumismo (tan capitalista) y al corto placer provocado por la compra de un bonito Cadillac. Guillermo del Toro es esquemático, pero directo en su crítica al estilo de vida norteamericano.
Y por otro lado, si la criatura es un ser extraño al que se le puede torturar sin problemas de conciencia ¿quién puede asegurar que en un momento dado alguno de los malos de la historia no podría hacer lo mismo con Eliza? Como bien le dice ella a Giles (Richard Jenkis), su amigo homosexual, cuando le está intentado pedir ayuda para liberar a la criatura, ella tampoco habla y solamente puede expresarse con la cara ¿Por ello se merece que nadie le ayude? Eliza se muestra más clarividente que ningún gran orador y convence instantáneamente al temeroso de Giles. Aunque del Toro no se deja llevar en ningún momento por el pasteleo y retrata a la criatura, al igual que hace con el entorno, desde el realismo y la ausencia de contemplaciones. La criatura es un ser salvaje que vivía en el Amazonas y como tal, cuando Eliza y Giles le llevan a su piso, no puede reprimir su instinto y se acaba comiendo a un gato e hiriendo, sin querer, al bueno de Giles.
Otros aspecto que llama la atención es el protagonismo de los huevos y el color verde. Respecto a los huevos sorprende que Eliza los utilice para proporcionarse placer y que sean lo primero que le ofrece a la criatura para fomentar su acercamiento. De aquí se pueden sacar dos explicaciones. Por un lado, se entienden las claras intenciones de Eliza que a través de los huevos inicia su modelo de conquista con la criatura . Y por otro lado, se puede hacer un símil entre la vida que puede salir del huevo y el amor que nace entre los dos. Y finalmente el verde sobresale en unas localizaciones oscuras y desprovistas de color. Son así verdes las tartas de lima que toman Eliza y Giles, los caramelos de Strickland y el Cadillac que se compra (por mucho que diga que es color esmeralda). Del Toro percibe así esperanza dentro de un ambiente oscuro y lleno de odio.
El final de este cuento resulta consecuente con la esencia de la película, que mezcla a partes iguales la fantasía con la cruda realidad. Eliza y el anfibio consiguen resucitar entre las balas y abandonan el mundo de los bloques y enfrentamientos, para refugiarse en la inmensidad del agua. La niña muda que fue abandona al nacer, junto a un río, y que tiene unas terribles cicatrices en el cuello, confirmará sus características únicas al transformar sus cicatrices en unas mágicas aletas, que le permitan vivir para siempre en el agua junto a su amado. Un final feliz, pero a medias, ya que los dos (que son las víctimas) tienen que abandonar el mundo terrenal y exiliarse.
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Porque la línea que separa la humanidad de la bestialidad puede ser muy fina. ¿Es más humano Strickland que la criatura? Desde luego su forma de comportarse no es propia de un humano, al carecer de toda empatía y sensibilidad. Igualmente Strickland por mucha casa bonita, mujer e hijos que tiene, no parece ser muy feliz. Más concretamente su trabajo que le permite haber adquirido el llamado “american dream”, no le permite sin embargo disfrutar de lo que ha ganado, haciéndole caer en un estado de insatisfacción perpetua que le lleva al consumismo (tan capitalista) y al corto placer provocado por la compra de un bonito Cadillac. Guillermo del Toro es esquemático, pero directo en su crítica al estilo de vida norteamericano.
Y por otro lado, si la criatura es un ser extraño al que se le puede torturar sin problemas de conciencia ¿quién puede asegurar que en un momento dado alguno de los malos de la historia no podría hacer lo mismo con Eliza? Como bien le dice ella a Giles (Richard Jenkis), su amigo homosexual, cuando le está intentado pedir ayuda para liberar a la criatura, ella tampoco habla y solamente puede expresarse con la cara ¿Por ello se merece que nadie le ayude? Eliza se muestra más clarividente que ningún gran orador y convence instantáneamente al temeroso de Giles. Aunque del Toro no se deja llevar en ningún momento por el pasteleo y retrata a la criatura, al igual que hace con el entorno, desde el realismo y la ausencia de contemplaciones. La criatura es un ser salvaje que vivía en el Amazonas y como tal, cuando Eliza y Giles le llevan a su piso, no puede reprimir su instinto y se acaba comiendo a un gato e hiriendo, sin querer, al bueno de Giles.
Otros aspecto que llama la atención es el protagonismo de los huevos y el color verde. Respecto a los huevos sorprende que Eliza los utilice para proporcionarse placer y que sean lo primero que le ofrece a la criatura para fomentar su acercamiento. De aquí se pueden sacar dos explicaciones. Por un lado, se entienden las claras intenciones de Eliza que a través de los huevos inicia su modelo de conquista con la criatura . Y por otro lado, se puede hacer un símil entre la vida que puede salir del huevo y el amor que nace entre los dos. Y finalmente el verde sobresale en unas localizaciones oscuras y desprovistas de color. Son así verdes las tartas de lima que toman Eliza y Giles, los caramelos de Strickland y el Cadillac que se compra (por mucho que diga que es color esmeralda). Del Toro percibe así esperanza dentro de un ambiente oscuro y lleno de odio.
El final de este cuento resulta consecuente con la esencia de la película, que mezcla a partes iguales la fantasía con la cruda realidad. Eliza y el anfibio consiguen resucitar entre las balas y abandonan el mundo de los bloques y enfrentamientos, para refugiarse en la inmensidad del agua. La niña muda que fue abandona al nacer, junto a un río, y que tiene unas terribles cicatrices en el cuello, confirmará sus características únicas al transformar sus cicatrices en unas mágicas aletas, que le permitan vivir para siempre en el agua junto a su amado. Un final feliz, pero a medias, ya que los dos (que son las víctimas) tienen que abandonar el mundo terrenal y exiliarse.
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6,2
10.207
6
28 de enero de 2018
28 de enero de 2018
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wonder Wheel (Woody Allen, 2017) es la película número ochenta y uno del director norteamericano y posiblemente una de sus cintas más amargas. Allen retrocede a la década de los cincuenta y nos cuenta la historia de Ginny (Kate Winslet), una mujer próxima a la cuarentena que soñó con ser actriz, pero que ahora trabaja como camarera, está casada con un hombre mayor y alcohólico y tiene un hijo pirómano. Una mujer frustrada que verá como su vida da un vuelco tras la llegada de la hija de su marido y con el inicio de una relación con el joven guardacostas y aspirante a escritor, Mickey (Justin Timberlake).
Ginny es una mujer inestable que ha tenido que renunciar a sus sueños, para centrarse en la monótona cotidianidad. En ese sentido resulta interesante la dicotomía que se crea entre la realidad y los sueños, ya que Ginny está constantemente recordando lo que pudo ser y no fue y lo que ella era y ya no es. Varias veces le relata a su hijo batallitas de cuando era una joven actriz o cuando está con Mickey son muchas las ocasiones en las que la invade la melancolía. Pero rápidamente los sueños son abordados por la realidad que representa a la perfección Humpty (James Belushi), el marido pragmático y tosco de Ginny. De esta dicotomía puede también desprenderse una honda insatisfacción. Ginny convive con la aspiración, posiblemente mentirosa, de poder aspirar a ser algo más. Una aspiración que le hace vivir anclada en el pasado y que le impide disfrutar de su presente o tener la valentía de construirse otro presente nuevo. En cada plano uno puede ver como Ginny está hastiada de su marido y de todo lo que le rodea, pero prefiere tomar una posición pasiva. Hay una secuencia en la que se queja de que siempre tiene que recoger ella la mesa, como si fuera la criada, pero al instante da marcha atrás en sus quejas. Parece que a Ginny le resulta más cómodo quejarse, sin tomar partido, en una forma de actuar que es sin duda resultado de su personalidad inestable y tendente a la bipolaridad. Pudiendo así un día verla ilusionada ante su relación con Mickey y otro acabar enfurecida por el supuesto acercamiento de éste a Carolina (Juno Temple). Ginny no es capaz de racionalizar las situaciones y se deja llevar por el torrente de emociones que le llevan incluso a gastarse quinientos dólares en un reloj para Jackie.
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Ginny es una mujer inestable que ha tenido que renunciar a sus sueños, para centrarse en la monótona cotidianidad. En ese sentido resulta interesante la dicotomía que se crea entre la realidad y los sueños, ya que Ginny está constantemente recordando lo que pudo ser y no fue y lo que ella era y ya no es. Varias veces le relata a su hijo batallitas de cuando era una joven actriz o cuando está con Mickey son muchas las ocasiones en las que la invade la melancolía. Pero rápidamente los sueños son abordados por la realidad que representa a la perfección Humpty (James Belushi), el marido pragmático y tosco de Ginny. De esta dicotomía puede también desprenderse una honda insatisfacción. Ginny convive con la aspiración, posiblemente mentirosa, de poder aspirar a ser algo más. Una aspiración que le hace vivir anclada en el pasado y que le impide disfrutar de su presente o tener la valentía de construirse otro presente nuevo. En cada plano uno puede ver como Ginny está hastiada de su marido y de todo lo que le rodea, pero prefiere tomar una posición pasiva. Hay una secuencia en la que se queja de que siempre tiene que recoger ella la mesa, como si fuera la criada, pero al instante da marcha atrás en sus quejas. Parece que a Ginny le resulta más cómodo quejarse, sin tomar partido, en una forma de actuar que es sin duda resultado de su personalidad inestable y tendente a la bipolaridad. Pudiendo así un día verla ilusionada ante su relación con Mickey y otro acabar enfurecida por el supuesto acercamiento de éste a Carolina (Juno Temple). Ginny no es capaz de racionalizar las situaciones y se deja llevar por el torrente de emociones que le llevan incluso a gastarse quinientos dólares en un reloj para Jackie.
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Respecto a Carolina, llama la atención la magnífica planificación de la puesta en escena. Como hemos dicho, Carolina es una mujer marcada, a la que buscan los secuaces de su marido y por ello su vestido (en la cena en el italiano con Jackie) no puede ser más apropiado. Carolina lleva un vestido con los tirantes cruzados por la espalda (como si llevara una cruz), lo que anticipa su fatal destino. Algo parecido ocurre en la última secuencia de Ginny, en la que la vemos también con un vestido con los tirantes cruzados. Podemos pensar que tras su omisión del deber de socorro hacia Carolina, alguien pueda vengarse contra ella, pero seguidamente Ginny se cubre con una chaquetilla y así llegamos a la conclusión de que su vida no corre peligro.
Otro elemento que indudablemente destaca en la cinta es su fotografía. Durante todo el metraje Vittorio Storaro combina magníficamente las tonalidades rojas y azules, para contribuir al dramatismo del film. Por un lado, podemos observar planos azulados cuando los personajes están instaurados en la melancolía o la tristeza. Ocurre cuando escuchamos a Ginny hablar de cuando era joven o cuando al final parece en peligro, al observar como su marido vuelve a recaer en la bebida.
Y por el otro lado, vamos a presenciar planos rojos cuando la ira o la frustración entran en escena. Es el caso de las discusiones de Ginny con su marido o de su tenso amorío con Jackie. En relación a esto es sorprendente como Ginny viste mayoritariamente con colores anaranjados. No es sencillo comprender esta ambigüedad entre la fotografía de Storaro y el vestuario de la protagonista, ya que el naranja se suele asociar a la alegría, la felicidad o la ausencia de inseguridad. Más allá de las secuencias en las que Ginny se siente plena junto a Jackie es difícil de comprender la presencia del naranja en su vestuario.
En definitiva, una película entretenida, como acostumbra Allen, con una base teatral muy potente, pero en la que la mezcla de géneros no resulta totalmente victoriosa. Quizás si se hubiera apostado sin fisuras por el drama clásico o por una cinta con mayores dosis de humor negro, la fórmula hubiera resultado más acertada.
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Otro elemento que indudablemente destaca en la cinta es su fotografía. Durante todo el metraje Vittorio Storaro combina magníficamente las tonalidades rojas y azules, para contribuir al dramatismo del film. Por un lado, podemos observar planos azulados cuando los personajes están instaurados en la melancolía o la tristeza. Ocurre cuando escuchamos a Ginny hablar de cuando era joven o cuando al final parece en peligro, al observar como su marido vuelve a recaer en la bebida.
Y por el otro lado, vamos a presenciar planos rojos cuando la ira o la frustración entran en escena. Es el caso de las discusiones de Ginny con su marido o de su tenso amorío con Jackie. En relación a esto es sorprendente como Ginny viste mayoritariamente con colores anaranjados. No es sencillo comprender esta ambigüedad entre la fotografía de Storaro y el vestuario de la protagonista, ya que el naranja se suele asociar a la alegría, la felicidad o la ausencia de inseguridad. Más allá de las secuencias en las que Ginny se siente plena junto a Jackie es difícil de comprender la presencia del naranja en su vestuario.
En definitiva, una película entretenida, como acostumbra Allen, con una base teatral muy potente, pero en la que la mezcla de géneros no resulta totalmente victoriosa. Quizás si se hubiera apostado sin fisuras por el drama clásico o por una cinta con mayores dosis de humor negro, la fórmula hubiera resultado más acertada.
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7,3
11.236
7
28 de enero de 2018
28 de enero de 2018
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Extraños en el paraíso (Jim Jarmusch, 1984) cuenta las aventuras, en Estados Unidos, de dos amigos, uno americano y otro húngaro y la prima del segundo, que acaba de llegar al país. Poco más se puede decir de la trama, ya que desde el primer momento Jarmusch privilegia los planos contemplativos y la inacción de los personajes, por encima de las densas líneas de diálogos o los grandes giros argumentales, centrándose el director , sin florituras, en la dureza de la inmigración que personifican Willie (John Lurie) y su recién llegada prima, Eva, (Eszter Balint). Llama la atención que estando Willie instalado en Nueva York, cuna del sueño americano y escenario de gran parte de las películas y libros que todos admiramos e idolatramos, en ningún momento aparezca algún plano reconocible de la ciudad, para que el espectador calme su placer fetichista. Posiblemente esta decisión tenga que ver con el deseo del director por despersonalizar los espacios, y en concreto la ciudad, para así reflejar mejor la monotonía de sus personajes y la inmensidad a la que se enfrentan. Prácticamente Willie, Eva y Eddie (el amigo americano de Willie) deambulan en todo momento solos por ciudades frías y desiertas. En ese sentido, es muy bonito y revelador el plano de ellos tres, en Cleveland, frente a un paisaje nevado que difumina el horizonte y los empequeñece frente a la inmensidad de la naturaleza que están contemplando.
El tono de la película es por tanto aparentemente ligero y chistoso, pero por debajo pueden sacarse muchas críticas a la sociedad americana. Jarmusch decide despojar a sus personajes de cualquier signo de actividad y en todo momento los vemos ociosos. No hacen más que ver la televisión, fumar y, en el caso de Willie y Eddie, jugar a las cartas. Unas actitudes que nos hacen ver su precaria situación, alejados de la acomodada vida que uno puede esperar encontrar en Estados Unidos y que convierte a los personajes en borderline, ya que malviven con los billetes que van sacando en algunas partidas de cartas.
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El tono de la película es por tanto aparentemente ligero y chistoso, pero por debajo pueden sacarse muchas críticas a la sociedad americana. Jarmusch decide despojar a sus personajes de cualquier signo de actividad y en todo momento los vemos ociosos. No hacen más que ver la televisión, fumar y, en el caso de Willie y Eddie, jugar a las cartas. Unas actitudes que nos hacen ver su precaria situación, alejados de la acomodada vida que uno puede esperar encontrar en Estados Unidos y que convierte a los personajes en borderline, ya que malviven con los billetes que van sacando en algunas partidas de cartas.
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spoiler:
Solamente actúan cuando ganan una partida de cartas, gracias a algunos chanchullos, y deciden viajar a Cleveland en busca de la prima de Willie. Un viaje que hace tornar a la película por la senda de la road-movie, pero que no dota de esperanza a la trama. Los dos amigos llegan a Cleveland, para posteriormente viajar, junto a Eva, a la calurosa y atractiva Florida, pero en ningún momento Florida es representada como un logar agradable y solícito con estos tres personajes, pareciendo estar abocados los tres a la dura y poco paradisíaca realidad.
No obstante, dentro de la inmensa realidad, la cinta también deja hueco al azar, que aquí actúa como una suerte de salvación o de impulso final para los personajes. En la última parte de la trama, con Willie, Eddie y Eva en un cutre motel, sin dinero (ya que los dos lo han perdido todo en las carreras de galgos, a las que, casualmente, a ella no le han dejado ir), Eva sale a pasear con un modelito cool, adornado con un original sombrero y un delincuente, poco avispado, la confunde y le entrega, por error, una generosa cantidad de dinero. Entonces, Eva cansada de sus dos compañeros buscavidas decide irse, con el dinero, (antes les deja una nota y una parte del botín) al aeropuerto pero, casualmente, el único vuelo a Europa que sale es a Budapest. Al mismo tiempo, en una especie de montaje alterno, Willie y Eddie van en su búsqueda, pero el azar quiere que Willie se suba al avión con destino a Budapest, mientras Eddie observa el despegue del avión, desde su coche, y Eva regresa al motel. Siendo fiel a la canción, I put spell on you de Jay Hawkins, que Eva escucha en su radio portátil con pasión, parece que los dos primos han sido hechizados, para que por un lado, Willie tenga la oportunidad de volver a sus raíces en Hungría y por otro, Eva pueda soñar, de verdad, en tierras americanas.
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No obstante, dentro de la inmensa realidad, la cinta también deja hueco al azar, que aquí actúa como una suerte de salvación o de impulso final para los personajes. En la última parte de la trama, con Willie, Eddie y Eva en un cutre motel, sin dinero (ya que los dos lo han perdido todo en las carreras de galgos, a las que, casualmente, a ella no le han dejado ir), Eva sale a pasear con un modelito cool, adornado con un original sombrero y un delincuente, poco avispado, la confunde y le entrega, por error, una generosa cantidad de dinero. Entonces, Eva cansada de sus dos compañeros buscavidas decide irse, con el dinero, (antes les deja una nota y una parte del botín) al aeropuerto pero, casualmente, el único vuelo a Europa que sale es a Budapest. Al mismo tiempo, en una especie de montaje alterno, Willie y Eddie van en su búsqueda, pero el azar quiere que Willie se suba al avión con destino a Budapest, mientras Eddie observa el despegue del avión, desde su coche, y Eva regresa al motel. Siendo fiel a la canción, I put spell on you de Jay Hawkins, que Eva escucha en su radio portátil con pasión, parece que los dos primos han sido hechizados, para que por un lado, Willie tenga la oportunidad de volver a sus raíces en Hungría y por otro, Eva pueda soñar, de verdad, en tierras americanas.
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