You must be a loged user to know your affinity with Larrory
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred
8
11 de mayo de 2022
11 de mayo de 2022
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El misterio de la autoría del Viaje de Turquía se resolvió después que las investigaciones de Antonio García Jiménez demostraran que la obra debía atribuirse al protomédico Bernaldo de Quirós. En forma de coloquio, el genial relato autobiográfico de Quirós auna la amenidad de una apasionante novela de despampanantes aventuras con la meticulosa crónica de los usos y costumbres de los turcos allá por los mediados del siglo XVI, que pudo observar en su calidad de testigo privilegiado durante 4 años de cautiverio.
Entre otras curiosidades Quirós nos regocija con esto: "desde el mayor al menor, cuantos turcos hay son bujarrones, y cuando yo estaba en la cámara de Zinán Bajá los veía los muchachos entre sí que lo deprendían con tiempo, y los mayores festejaban a los menores." ¿Significa esto que todos los turcos nacen con propensión a los amores nefandos? Cabe sospechar que no, sino que el peso de la educación temprana, del modo de vida arraigado en la sociedad, encauza inexorablemente la sexualidad hacia derroteros preestablecidos.
Por otra parte, Quirós ofrece pormenorizada relación de la penosa esclavitud que padecían los cristianos cautivos, de los suplicios, tormentos y vejaciones a los que se les sometía, muy particularmente por parte de los renegados, que se comportaban "peor mil veces que los turcos, y más crueles."
Claro está que la España de la infancia de Cerveto no tiene parangón con el Imperio Otomano del siglo XVI. Puédese sin embargo afirmar que para Cerveto el centro de menores donde le tocó malvivir desde sus 3 añitos constituyó una suerte de Turquía seiscentista en miniatura.
Por lo que al despertar de la sexualidad se refiere, fue víctima de paladinos abusos perpetrados por un capellán cincuentón. Tal particular iniciación debió de parecerle tan normal como a los muchachos turcos de Quirós, puesto que cuando quiso compartir lo que el bueno del capellán le había deprehendido con un compañero, éste le dejó turulato al informarle de que eso eran cosa de maricones. Parece lícito sostener que su imposibilidad de mantener relaciones sexuales con adultos, sean hombres o mujeres, su irreprimible pedofilia, se deben a las malhadadas tempranas vivencias que le fueron impuestas. Quizás todo hubiera sido diferente sin tan nefastos nefandos primordios vitales. En todo caso, algo en su fuero interno se rebela contra sus pulsiones cuando insiste en que sus andaduras con niños nunca se extendieron a penetraciones que pudieran desgraciar el delicado ano de los impúberes.
En cuanto a la violencia hay que dejar asentado que Cerveto no encaja con el perfil de un asesino patológico, y que el impulso que le compelió al crimen también podría derivar de las funestas experiencias que le tocó sufrir de niño.
Huérfano de padre a los 3 años, su madre le zurraba duro y parejo, antes de abandonarlo en un orfanato donde su renegada suerte le deparó una particular renegada sádica mentida de monja, que tomó el relevo de la madre ensañándose sin piedad con él a base de humillaciones y de sacudirle el pellejo a base de bien. Tal aprendizaje corría el albur de desembocar en una propensión a estallidos de violencia, lo cual cuajó en él y se reveló cuando se rebeló contra la monja propinándole un puñetazo en el pecho que la tumbó.
¿Quien puede presumir de nunca haber deseado lo peor, hasta la muerte, a alguien que por cualquier motivo le ha faltado gravemente? Meros devaneos que afortunadamente, y normalmente, se quedan en el limbo de las divagaciones, sin otra eventual sanción que la que podría imponer la propia conciencia, ya que como dice un personaje de Ensayo de un crimen "no se puede procesar por haber deseado la muerte a alguien. No tendríamos mal trabajo los jueces si eso habría que perseguirlo." Media un abismo entre tales deseos y su consecución. La educación, el miedo al castigo, conforman para el común de los mortales la insalvable barrera que impide traspasar los límites de lo irreparable.
No olvidemos sin embargo que en tiempos no tan lejanos se resolvían los considerados casos de honor en el prado o haciéndose médico del mismo al estilo calderoniano. La impronta que dejó en el niño Cerveto su diaria convivencia con la violencia pudo borrar las fronteras a no trapasar cuando se sintió agraviado. Al consumar sus amos lo que Cerveto consideró una afrenta a su honor, reaccionó a la antigua usanza, tal como su duro noviciado se lo inculcó: lavando con sangre la ofensa.
La truculencia del crimen es un mero detalle, una suerte de digresión. Cuando se comete un acto violento, la sensación de horror desaparece con la ceguera producida por la ira. Hitchcock, en una espectacular secuencia de La cortina rasgada, quiso demostrar que acabar con la vida de un ser humano no es la tarea sencilla que nos pintan algunas películas en que un simple navajazo lanzado de lejos fulmina instantaneamente al que lo recibe. Cerveto lo verificó por su cuenta cuando explica que hubo de ensañarse a puñalada limpia hasta conseguir su propósito.
Con lo que antecede no pretendo argüir que un inexorable determinismo fabrica, por así decirlo, seres propensos a situarse fuera de lo que las leyes estipulan. Otros que Cerveto han padecido primordios semejantes al suyo sin incurrir en hechos delictivos.
Por otra parte, la perversidad extrema puede ser innata, y ahí están la vida y obra del Divino Marqués para atestiguarlo.
Con todo, mi sentimiento es que en el caso de Cerveto sí huelgue acudir al determinismo. Me resultó una evidencia al visionar la secuencia donde aparece desenfocado, y en la que se despacha a su gusto contra psicólogos y psiquiatras, tratándoles de petates y basura. Singular y conmovedor espectáculo de una mente enjaulada cohabitando con los demonios que la corroen, luchando impotente contra compulsiones contra las que rabiosamente se rebela, que querría entender, controlar. Y nosotros sentimos, yo por lo menos, que no hay nada que entender, que no hay vuelta atrás, y que todo se consumó durante su triste niñez.
Entre otras curiosidades Quirós nos regocija con esto: "desde el mayor al menor, cuantos turcos hay son bujarrones, y cuando yo estaba en la cámara de Zinán Bajá los veía los muchachos entre sí que lo deprendían con tiempo, y los mayores festejaban a los menores." ¿Significa esto que todos los turcos nacen con propensión a los amores nefandos? Cabe sospechar que no, sino que el peso de la educación temprana, del modo de vida arraigado en la sociedad, encauza inexorablemente la sexualidad hacia derroteros preestablecidos.
Por otra parte, Quirós ofrece pormenorizada relación de la penosa esclavitud que padecían los cristianos cautivos, de los suplicios, tormentos y vejaciones a los que se les sometía, muy particularmente por parte de los renegados, que se comportaban "peor mil veces que los turcos, y más crueles."
Claro está que la España de la infancia de Cerveto no tiene parangón con el Imperio Otomano del siglo XVI. Puédese sin embargo afirmar que para Cerveto el centro de menores donde le tocó malvivir desde sus 3 añitos constituyó una suerte de Turquía seiscentista en miniatura.
Por lo que al despertar de la sexualidad se refiere, fue víctima de paladinos abusos perpetrados por un capellán cincuentón. Tal particular iniciación debió de parecerle tan normal como a los muchachos turcos de Quirós, puesto que cuando quiso compartir lo que el bueno del capellán le había deprehendido con un compañero, éste le dejó turulato al informarle de que eso eran cosa de maricones. Parece lícito sostener que su imposibilidad de mantener relaciones sexuales con adultos, sean hombres o mujeres, su irreprimible pedofilia, se deben a las malhadadas tempranas vivencias que le fueron impuestas. Quizás todo hubiera sido diferente sin tan nefastos nefandos primordios vitales. En todo caso, algo en su fuero interno se rebela contra sus pulsiones cuando insiste en que sus andaduras con niños nunca se extendieron a penetraciones que pudieran desgraciar el delicado ano de los impúberes.
En cuanto a la violencia hay que dejar asentado que Cerveto no encaja con el perfil de un asesino patológico, y que el impulso que le compelió al crimen también podría derivar de las funestas experiencias que le tocó sufrir de niño.
Huérfano de padre a los 3 años, su madre le zurraba duro y parejo, antes de abandonarlo en un orfanato donde su renegada suerte le deparó una particular renegada sádica mentida de monja, que tomó el relevo de la madre ensañándose sin piedad con él a base de humillaciones y de sacudirle el pellejo a base de bien. Tal aprendizaje corría el albur de desembocar en una propensión a estallidos de violencia, lo cual cuajó en él y se reveló cuando se rebeló contra la monja propinándole un puñetazo en el pecho que la tumbó.
¿Quien puede presumir de nunca haber deseado lo peor, hasta la muerte, a alguien que por cualquier motivo le ha faltado gravemente? Meros devaneos que afortunadamente, y normalmente, se quedan en el limbo de las divagaciones, sin otra eventual sanción que la que podría imponer la propia conciencia, ya que como dice un personaje de Ensayo de un crimen "no se puede procesar por haber deseado la muerte a alguien. No tendríamos mal trabajo los jueces si eso habría que perseguirlo." Media un abismo entre tales deseos y su consecución. La educación, el miedo al castigo, conforman para el común de los mortales la insalvable barrera que impide traspasar los límites de lo irreparable.
No olvidemos sin embargo que en tiempos no tan lejanos se resolvían los considerados casos de honor en el prado o haciéndose médico del mismo al estilo calderoniano. La impronta que dejó en el niño Cerveto su diaria convivencia con la violencia pudo borrar las fronteras a no trapasar cuando se sintió agraviado. Al consumar sus amos lo que Cerveto consideró una afrenta a su honor, reaccionó a la antigua usanza, tal como su duro noviciado se lo inculcó: lavando con sangre la ofensa.
La truculencia del crimen es un mero detalle, una suerte de digresión. Cuando se comete un acto violento, la sensación de horror desaparece con la ceguera producida por la ira. Hitchcock, en una espectacular secuencia de La cortina rasgada, quiso demostrar que acabar con la vida de un ser humano no es la tarea sencilla que nos pintan algunas películas en que un simple navajazo lanzado de lejos fulmina instantaneamente al que lo recibe. Cerveto lo verificó por su cuenta cuando explica que hubo de ensañarse a puñalada limpia hasta conseguir su propósito.
Con lo que antecede no pretendo argüir que un inexorable determinismo fabrica, por así decirlo, seres propensos a situarse fuera de lo que las leyes estipulan. Otros que Cerveto han padecido primordios semejantes al suyo sin incurrir en hechos delictivos.
Por otra parte, la perversidad extrema puede ser innata, y ahí están la vida y obra del Divino Marqués para atestiguarlo.
Con todo, mi sentimiento es que en el caso de Cerveto sí huelgue acudir al determinismo. Me resultó una evidencia al visionar la secuencia donde aparece desenfocado, y en la que se despacha a su gusto contra psicólogos y psiquiatras, tratándoles de petates y basura. Singular y conmovedor espectáculo de una mente enjaulada cohabitando con los demonios que la corroen, luchando impotente contra compulsiones contra las que rabiosamente se rebela, que querría entender, controlar. Y nosotros sentimos, yo por lo menos, que no hay nada que entender, que no hay vuelta atrás, y que todo se consumó durante su triste niñez.
13 de febrero de 2019
13 de febrero de 2019
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El ilustre ilustrado Montesquieu deja a los españoles hechos un guiñapo en la despiadada septuagésimo octava de sus cartas persas. Tampoco se chupa el dedo en la quincuagésimo primera cuando afirma que "las mujeres moscovitas gustan de ser maltratadas. Para quedar aseguradas de que sus maridos las quieren, han de zurrarlas de lo lindo." Concuerda con la sabiduría popular: ese te quiere bien que te hace llorar.
Las hembras españolas harían bien en meditar el sabio aviso venido de allende los Montes Urales, como parece haberlo recibido y entendido la Concettina de la película, alias la James Bond girl Claudine Auger. En un par de ocasiones se encara con su novio Dudu, y éste le arrea un sopapo que ella acepta sin rechistar ni lloriqueos, como si de lo pactado se tratase. A contrario, la vez que la muy resabida le provoca adrede y él sin inmutarse se queda tan pancho, es cuando expresa una amarga queja y en sustancia le dice: ya no debes quererme, no me has dado mi bofetón.
También tiene guasa la supersticiosa devoción a San Genaro de la banda de desaforados cacos napolitanos. Recuerda a los ladrones de la novela Rinconete y Cortadillo rezando el rosario y ofreciendo limosna para el aceite de la lámpara de una imagen muy devota.
Por lo demás tenemos a una clásica historia de robo a la italiana del estilo de I soliti ignoti, asumiendo una desenfadada inverosimilitud, con un retrato que rebosa cariñosa benevolencia hacia el entrañable mundillo, solare dirían los italianos, que bulle por las calles de Nápoles.
Jubilosos gags a montones, escenas de acción filmadas y montadas con el tempo adecuado, en particular la muy conseguida secuencia que menciono en el spoiler... tales son los ingredientes de esta desenfrenada patraña, que además cuenta con un elenco de primera. Acertadas figuras de segundones rodean a un Totó y a un Nino Manfredi que como de costumbre dan la talla, y a una Senta Berger cuyo garbo y despampanante belleza son pura bendición y desasosiego para los sentidos.
Las hembras españolas harían bien en meditar el sabio aviso venido de allende los Montes Urales, como parece haberlo recibido y entendido la Concettina de la película, alias la James Bond girl Claudine Auger. En un par de ocasiones se encara con su novio Dudu, y éste le arrea un sopapo que ella acepta sin rechistar ni lloriqueos, como si de lo pactado se tratase. A contrario, la vez que la muy resabida le provoca adrede y él sin inmutarse se queda tan pancho, es cuando expresa una amarga queja y en sustancia le dice: ya no debes quererme, no me has dado mi bofetón.
También tiene guasa la supersticiosa devoción a San Genaro de la banda de desaforados cacos napolitanos. Recuerda a los ladrones de la novela Rinconete y Cortadillo rezando el rosario y ofreciendo limosna para el aceite de la lámpara de una imagen muy devota.
Por lo demás tenemos a una clásica historia de robo a la italiana del estilo de I soliti ignoti, asumiendo una desenfadada inverosimilitud, con un retrato que rebosa cariñosa benevolencia hacia el entrañable mundillo, solare dirían los italianos, que bulle por las calles de Nápoles.
Jubilosos gags a montones, escenas de acción filmadas y montadas con el tempo adecuado, en particular la muy conseguida secuencia que menciono en el spoiler... tales son los ingredientes de esta desenfrenada patraña, que además cuenta con un elenco de primera. Acertadas figuras de segundones rodean a un Totó y a un Nino Manfredi que como de costumbre dan la talla, y a una Senta Berger cuyo garbo y despampanante belleza son pura bendición y desasosiego para los sentidos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Me refiero a la secuencia final en el aeropuerto.
7
8 de febrero de 2018
8 de febrero de 2018
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hasta mediados del siglo pasado era de uso común el término gollería, o sus variantes golloría, gulloría y gulluría, para designar a un manjar exquisito y delicado.
Disponiendo de tal genuina elegante voz, no sé a santo de qué ha surgido cual repelente sarpullido y acabado por imponerse ese insufrible "gourmet", que en francés designa a un pico fino, a un experto en... gollerías. Como curiosidad, en su país de origen la palabra ha sido aprovechada como marca de comida... ¡para gatos!
Otra manifestación más del putrefacto servilismo español, a quien se le antoja muy galano ¿"chic"? echar mano de gabachadas, cuando sólo demuestra perruna sumisión a una Francia que por su parte menosprecia a los "espingouins".
¡Si es que revuelven las tripas las franchuterías que cunden por doquier, tanto como los letreros en inglés de los comercios ¿"boutiques"?, que meten ganas, nuevo Quijote, de arremeter a lanzazos contra ellos y hacer sangrienta riza en sus promotores! La otrora estirpe conquistadora se ha tornado pueblo de siervos... no es de extrañar que los catalanes os hayan cobrado asco.
Todo este un tanto malhumorado introito para saludar como se lo merece que a unos 49 minutos de cinta Venancio Muro alias Jeannot diga lo siguiente: "... la comida, algo sosa, pero no vamos tampoco a exigir gollerías.". Confieso que la puntuación que le otorgo a la peli debe mucho al destello de alegría que me procuró oir ese término en esta triste época de gourmeterías.
A punto estuve de subir aún más la nota merced a la deslumbrante aunque demasiado breve intervención, aproximadamente tras 1h02mn30s de cinta, de nada menos que Juan García Tienda, sí, el leproso de Viridiana en el papel de Elías Haussmann, supuesto escritor asesino que se auto acusa de los crímenes. Si exceptuamos a Buñuel, lástima que un tipo de ese talante y talento no haya sido aprovechado más y mejor por el cine español.
En cuanto al resto, habrá que machacar una vez más que en sustancia el guión se sustenta de un plagio descarado de Les yeux sans visage, única novela de Jean Redon y película de Georges Franju, condimentado con evidentes referencias a clásicos del cine de terror, en particular Vampyr de Dreyer, Frankenstein de Whale y hasta el King Kong de 1933 en su final.
El toque de originalidad proviene de la peculiar psicoestructura de Jesús Franco, a todas luces un libidinoso y baboso obseso sexual maguer buen profesional.
Se retrata a sí mismo como en espejo deformante en el personaje de Morpho abalanzándose sobre sus suculentas presas femeninas en ademán de comérselas, cuando no sobándolas con fruición. Sus ojos ciegos, escarrampados como platos, son imagen de la ceguera producida por la lujuria, un trasunto de como se le debían de poner a nuestro anti-Jesús delante de una hembra de buena planta, que menuda colección de ellas hay en esta cinta pegando grititos, en particular Diana Lorys, que a decir verdad, está para volver turulato al menos proclive a excesos de carne.
Disponiendo de tal genuina elegante voz, no sé a santo de qué ha surgido cual repelente sarpullido y acabado por imponerse ese insufrible "gourmet", que en francés designa a un pico fino, a un experto en... gollerías. Como curiosidad, en su país de origen la palabra ha sido aprovechada como marca de comida... ¡para gatos!
Otra manifestación más del putrefacto servilismo español, a quien se le antoja muy galano ¿"chic"? echar mano de gabachadas, cuando sólo demuestra perruna sumisión a una Francia que por su parte menosprecia a los "espingouins".
¡Si es que revuelven las tripas las franchuterías que cunden por doquier, tanto como los letreros en inglés de los comercios ¿"boutiques"?, que meten ganas, nuevo Quijote, de arremeter a lanzazos contra ellos y hacer sangrienta riza en sus promotores! La otrora estirpe conquistadora se ha tornado pueblo de siervos... no es de extrañar que los catalanes os hayan cobrado asco.
Todo este un tanto malhumorado introito para saludar como se lo merece que a unos 49 minutos de cinta Venancio Muro alias Jeannot diga lo siguiente: "... la comida, algo sosa, pero no vamos tampoco a exigir gollerías.". Confieso que la puntuación que le otorgo a la peli debe mucho al destello de alegría que me procuró oir ese término en esta triste época de gourmeterías.
A punto estuve de subir aún más la nota merced a la deslumbrante aunque demasiado breve intervención, aproximadamente tras 1h02mn30s de cinta, de nada menos que Juan García Tienda, sí, el leproso de Viridiana en el papel de Elías Haussmann, supuesto escritor asesino que se auto acusa de los crímenes. Si exceptuamos a Buñuel, lástima que un tipo de ese talante y talento no haya sido aprovechado más y mejor por el cine español.
En cuanto al resto, habrá que machacar una vez más que en sustancia el guión se sustenta de un plagio descarado de Les yeux sans visage, única novela de Jean Redon y película de Georges Franju, condimentado con evidentes referencias a clásicos del cine de terror, en particular Vampyr de Dreyer, Frankenstein de Whale y hasta el King Kong de 1933 en su final.
El toque de originalidad proviene de la peculiar psicoestructura de Jesús Franco, a todas luces un libidinoso y baboso obseso sexual maguer buen profesional.
Se retrata a sí mismo como en espejo deformante en el personaje de Morpho abalanzándose sobre sus suculentas presas femeninas en ademán de comérselas, cuando no sobándolas con fruición. Sus ojos ciegos, escarrampados como platos, son imagen de la ceguera producida por la lujuria, un trasunto de como se le debían de poner a nuestro anti-Jesús delante de una hembra de buena planta, que menuda colección de ellas hay en esta cinta pegando grititos, en particular Diana Lorys, que a decir verdad, está para volver turulato al menos proclive a excesos de carne.

8,1
29.693
10
16 de abril de 2015
16 de abril de 2015
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi propósito al participar en este foro no es verter una opinión más sobre Viridiana, sino denunciar la mutilación que padece su cinta en este país.
Por lo demás, así como antaño se decía "Es de Lope" para ponderar la excelencia de cualquier obra... aunque no fuese de Lope, basta con decir que Viridiana "Es de Buñuel". Entre los grandes genios del arte cinematográfico, Buñuel por delante de todos los demás. Muy en particular, todas las realizaciones supuestamente menores de su etapa mexicana son estupendas obras maestras que, puestos a hacer valoraciones comparativas inter-hispánicas, superan a lo más granado de los Neville, Berlanga, Bardem, Amenábar & Co.
Pero a lo que íbamos. Quiero levantar el grito al cielo de los cinéfilos por el infame trato al que sigue siendo sometida Viridiana en España, tanto en sus pasajes televisivos como en las distintas grabaciones que circulan en VHS, DVD o Blue Ray.
Estos son los horrendos hechos:
En el curso de la cena de los mendigos, una de las comensalas alerta a un vejete barbudo sobre la poca vergüenza de la Enedina y el Paco que andan buscando setas detrás del sofá. En la versión original auténtica el vejete barbudo da un puñetazo a la mesa y contesta:
"Déjalos que pequen, eso es bueno para mejor arrepentirse después"
Esta soberbia réplica, una de las más enjundiosas de la historia del cine, ha resultado a todas luces demasiado perturbadora para la gazmoñería española, o cuando menos para la de los poseedores de los derechos de distribución de la película en España.
De modo que la réplica ha sido trabucada a posteriori (se percibe nitidamente el trastrueque al que ha sido sometida la banda sonora). El resultado de la manipulación constituye un insulto a Buñuel, una ñoñería sosona que no viene a cuento y que reza así:
"Deja que se peguen, eso es bueno para mejor hacerse amigos después"
Que a estas alturas se perpetúe tal desafuero podría considerarse como mero indicio de la dejadez y el poco esmero que cunden entre los que manejan el material cinematográfico en España.
Yo más bien creo que sigue metiendo miedo la fuerza demoledora de una voz que no ha perdido un ápice de su poder de subversión. No en vano era Buñuel un ferviente admirador del divino Marquis de Sade.
Por lo demás, así como antaño se decía "Es de Lope" para ponderar la excelencia de cualquier obra... aunque no fuese de Lope, basta con decir que Viridiana "Es de Buñuel". Entre los grandes genios del arte cinematográfico, Buñuel por delante de todos los demás. Muy en particular, todas las realizaciones supuestamente menores de su etapa mexicana son estupendas obras maestras que, puestos a hacer valoraciones comparativas inter-hispánicas, superan a lo más granado de los Neville, Berlanga, Bardem, Amenábar & Co.
Pero a lo que íbamos. Quiero levantar el grito al cielo de los cinéfilos por el infame trato al que sigue siendo sometida Viridiana en España, tanto en sus pasajes televisivos como en las distintas grabaciones que circulan en VHS, DVD o Blue Ray.
Estos son los horrendos hechos:
En el curso de la cena de los mendigos, una de las comensalas alerta a un vejete barbudo sobre la poca vergüenza de la Enedina y el Paco que andan buscando setas detrás del sofá. En la versión original auténtica el vejete barbudo da un puñetazo a la mesa y contesta:
"Déjalos que pequen, eso es bueno para mejor arrepentirse después"
Esta soberbia réplica, una de las más enjundiosas de la historia del cine, ha resultado a todas luces demasiado perturbadora para la gazmoñería española, o cuando menos para la de los poseedores de los derechos de distribución de la película en España.
De modo que la réplica ha sido trabucada a posteriori (se percibe nitidamente el trastrueque al que ha sido sometida la banda sonora). El resultado de la manipulación constituye un insulto a Buñuel, una ñoñería sosona que no viene a cuento y que reza así:
"Deja que se peguen, eso es bueno para mejor hacerse amigos después"
Que a estas alturas se perpetúe tal desafuero podría considerarse como mero indicio de la dejadez y el poco esmero que cunden entre los que manejan el material cinematográfico en España.
Yo más bien creo que sigue metiendo miedo la fuerza demoledora de una voz que no ha perdido un ápice de su poder de subversión. No en vano era Buñuel un ferviente admirador del divino Marquis de Sade.

5,5
1.607
7
6 de marzo de 2017
6 de marzo de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se nota que Chus Gutiérrez ha hecho su aprendizaje de cinesta en los USA. Esta película tiene un inconfundible sabor a comedia estadounidense, a pesar de que sus ingredientes hayan pasado por el tamiz del tremendismo íbero. Así, la palabra más usada en ella es "follar".
Viene a ser una mezcla de esperpento y de comedia azucarada americana. Las situaciones expuestas en los destinos entrecruzados de tres mujeres dispares son los habituales de ese tipo de guión, pero con las tonalidades un tanto broncas propias del talante hispano.
Compungida y llorosa estará Alba, la novia abandonada, pero el mismo día en que su pareja le anuncia que rompe, se lía a "follar" con un desconocido en el retrete de una discoteca, y luego con todo quisque que se le cruza, inclusive el amigo de una compañera. Dadas esas compulsivas refocilaciones, extraña que no se encame con el apuesto huésped que comparte su vivienda, pero claro, en ese caso no daría juego su obsesión por ocultar la verdad a sus conocidos.
Ese obvio truco de guión no es óbice para que apreciemos jubilosos la maestría con la que la directora ordena el andamiaje de los tejemanejes urdidos por Alba para tratar de soslayar la confesión de su desgracia, hasta culminar en la orgasmástica escena en la que la superchería se descubre a vista de todos.
También está desarrollada con desgarro muy español la progresiva disolución de la pareja cuyo matrimonio está anunciado, con un final apoteósico que es todo un clásico: ya delante del altar y en presencia de toda la familia ¡parte de ella venida de Badajoz! el casamiento se va por la vía de Tarifa. La escena compite en donosura con las mejores del género, entre las cuales quiero recordar la incluida en El gran calavera, de Buñuel.
Nos queda Eva y los trastornos laborales y domésticos que le acarrean el nacimiento de una hija. Suenan a vivencias reales los problemas que se le plantean para compaginar maternidad y trabajo, de modo que no es de extrañar que descaezca la natalidad en nuestros paises desarrollados, por lo menos en las familias nativas.
Eso de cargar de hijos se ha tornado cosecha, poco menos que exclusiva, para casa de pobres inmigrantes, que suelen ir escoltadas de toda una chiquillada, amén de lo que llevan en la barriga. ¡El mundo se ha vuelto ansí!
Total, que Chus ha hecho muy bien en ilustrarse en los Estados Unidos, y mejor aún en regalarnos con su particular adaptación al ámbito español de americanadas tópicas.
Viene a ser una mezcla de esperpento y de comedia azucarada americana. Las situaciones expuestas en los destinos entrecruzados de tres mujeres dispares son los habituales de ese tipo de guión, pero con las tonalidades un tanto broncas propias del talante hispano.
Compungida y llorosa estará Alba, la novia abandonada, pero el mismo día en que su pareja le anuncia que rompe, se lía a "follar" con un desconocido en el retrete de una discoteca, y luego con todo quisque que se le cruza, inclusive el amigo de una compañera. Dadas esas compulsivas refocilaciones, extraña que no se encame con el apuesto huésped que comparte su vivienda, pero claro, en ese caso no daría juego su obsesión por ocultar la verdad a sus conocidos.
Ese obvio truco de guión no es óbice para que apreciemos jubilosos la maestría con la que la directora ordena el andamiaje de los tejemanejes urdidos por Alba para tratar de soslayar la confesión de su desgracia, hasta culminar en la orgasmástica escena en la que la superchería se descubre a vista de todos.
También está desarrollada con desgarro muy español la progresiva disolución de la pareja cuyo matrimonio está anunciado, con un final apoteósico que es todo un clásico: ya delante del altar y en presencia de toda la familia ¡parte de ella venida de Badajoz! el casamiento se va por la vía de Tarifa. La escena compite en donosura con las mejores del género, entre las cuales quiero recordar la incluida en El gran calavera, de Buñuel.
Nos queda Eva y los trastornos laborales y domésticos que le acarrean el nacimiento de una hija. Suenan a vivencias reales los problemas que se le plantean para compaginar maternidad y trabajo, de modo que no es de extrañar que descaezca la natalidad en nuestros paises desarrollados, por lo menos en las familias nativas.
Eso de cargar de hijos se ha tornado cosecha, poco menos que exclusiva, para casa de pobres inmigrantes, que suelen ir escoltadas de toda una chiquillada, amén de lo que llevan en la barriga. ¡El mundo se ha vuelto ansí!
Total, que Chus ha hecho muy bien en ilustrarse en los Estados Unidos, y mejor aún en regalarnos con su particular adaptación al ámbito español de americanadas tópicas.
Más sobre Larrory
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here