Como en todas sus películas, Clint Eastwood pone su particular punto y final a los diferentes géneros al igual que hizo con el thriller (Mystic River) o con el western (Sin perdón). Esta vez le ha tocado al cine bélico: la desmitificación como punto clave del autor. Banderas de nuestros padres nos narra la batalla de Iwo Jima y la historia de la famosa foto que se tomó en el monte Suribachi durante la II Guerra Mundial. Una foto que para los soldados no fue más que un mero trámite pero que para la población estadounidense fue un golpe de moral ante la difícil situación en la que se encontraba en país.
Aquí no veremos al típico americano que se carga a cincuenta sin despeinarse mientras suelta frases al más puro estilo Rambo. Vemos el miedo, el llanto, la deshumanización y algo muy poco habitual: la visión del bando contrario en la película Cartas desde Iwo Jima.
Todo ello acompañado de una excelente fotografía y efectos especiales sin olvidar la técnica de narración hollywoodense que hace que una película de más de dos horas de duración no se haga pesada.

Si me diesen la oportunidad de crear una ley del cine, en el artículo primero prohibiría las películas como esta. La poca imaginación que puede poblar el planeta se encuentra concentrado en esta patética cinta. Atrás quedaron esos filmes de género absurdo imaginativos donde parodiaban una película de éxito con imaginación, películas que directores como Ken Finkleman (Aterriza como puedas) o Rick Friedberg (Espía como puedas) deformaban para hacerlas a su imagen y semejanza.
En esta película (si se puede considerar como tal) los ¿directores? Jason Friedberg y Aaron Seltzer no se esfuerzan por conseguir algo imaginativo, les basta con copiar e incluir golpes en los genitales masculinos para intentar hacernos reír. Ya no se puede asistir a la sala, sentarse y pasar un buen rato, ahora el género absurdo (que hace unos años inició su caída en picado sin remedio, gracias a películas como ésta) nos obliga al visionado anterior de las películas parodiadas porque sino no nos enteramos de media.
Con todo esto, sorprende ver una película como ésta entre las más vistas en España. Que decir, quizá la fórmula del éxito es contratar a actores sin talento y dejarles total libertad para hacer el ridículo. Una auténtica pena.

Tras tres cortometrajes anteriores, en su primer largo, Bong Joon-Ho se muestra como un autor con talento y marca los parámetros que seguirá en sus posteriores películas, "Memories of murder" y "The host": humor negro mezclado con problemas sociales.
Seguramente esta sea la película más floja que ha filmado el director coreano a lo largo de su todavía corta carrera, pero no por ello se trata de una mala película, todo lo contrario, la verdad es que merece la pena, tanto para los que se manifiesten seguidores del director, amantes de su peculiar sentido del humor, como los que no, pues disfrutarán de una película muy entretenida y graciosa.
En ciertos momentos me recordaba a las películas de la primera etapa de Woody Allen, no sólo por la música jazz empleada con maestría, sino por ese humor absurdo que no viene a cuento pero que realmente queda increíble, y es que esos recursos (que no deberían estar ahí, pero están) me encantan, y en esta película hay muchos.

Veo normal que a la gente no le guste esta película es más, creo que no se entendería bien si no se conoce a su director Bong Joon-Ho, pero hay que decir que es una película espléndida.
Su anterior trabajo, “Memories of murder”, sigue el mismo esquema que ésta. Frente a una familia desestructurada, en The Host, aparece una comisaría desorganizada. Dentro de estos dos ámbitos nos encontramos personajes incompetentes frente a personajes listos y válidos.
El film no nos narra una historia de terror, de esas hay muchas, es una mordaz crítica a la sociedad, cada vez más teledirigida y controlada, y a la guerra biológica, que a su vez vale para controlar a la gente. El bicho no es más que un mero espectador para que se pongan de manifiesto todas estas características que vivimos hoy en día, él no es realmente el malo, sino que el monstruo de esta película es la propia familia.
Y por último el humor impresionante, absurdo, mordaz... porque tal y como es la sociedad en nuestra época, no queda más que reírse, aunque del que nos riamos le estén abriendo la cabeza con un perforador.
Francamente, una delicia.

Lo primero, no me he leído el libro y después de ver la película ni lo deseo. El filme es pasable se deja ver a ratos (cortos) y la mayoría de las veces, simplemente ni se deja ver.
Lo mejor de todo, la historia. Bajo mi humilde opinión, si esa historia hubiese llegado a manos del director japonés Takashi Miike, hubiera hecho una mejor película, aprovechando todo aquello grotesco que aparece y no convertirlo en humor que no hace ni gracia. En lo grotesco está el humor, o por lo menos el interés para todos aquellos a los que le guste el cine un poco transgresor.
Así que eso, un par (o más) de pinceladas en un guión que aburre, un director competente y sobre todo, un actor de verdad; ¿Quién es el responsable de la contratación de Ben Whishaw? Actor sin fuerza, ni carácter. La pantalla se lo come, espero no verle más por ahí.
Por lo demás, si quereís pasar un buen rato y teneís la oportunidad de verla, mejor darse una vuelta si no quereís ver un perfecto ejemplo de como se hace añicos una buena idea.