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Críticas ordenadas por utilidad
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5,9
3.334
5
11 de noviembre de 2009
11 de noviembre de 2009
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llevo semanas sin escribir, la crisis me inunda, la frustración se convierte en un hábito poco saludable, pongo en duda el concepto de amistad, el amor me produce ardores. Soy optimista, como escuché por ahí, porque todo podría ir peor, mucho peor, créanme.
Para resarcirme de tanta mierda pensé que Jarmusch podría resultar balsámico y no, no lo ha sido. Tal y como a veces encuentras latas de refresco sin gas cuando pagas por tu ración de agua carbonatada. Muchas pretensiones y poca definición. En el momento de la verdad, chasco.
Creo que tendré que volver al western. Un terreno más propicio para un hombre afortunado sin suerte, porque en la vida podemos tener estas incongruencias dentro de nuestra propia existencia. Porque en este caminar podemos ser hombres de números y de letras. Pero lo que no debemos ser es fachada de una casa en ruina, bastón sin cuerpo al que sostener. Cultura carajo, debemos ser cultura.
Tal vez en eso sí lleva razón Jarmusch.
Para resarcirme de tanta mierda pensé que Jarmusch podría resultar balsámico y no, no lo ha sido. Tal y como a veces encuentras latas de refresco sin gas cuando pagas por tu ración de agua carbonatada. Muchas pretensiones y poca definición. En el momento de la verdad, chasco.
Creo que tendré que volver al western. Un terreno más propicio para un hombre afortunado sin suerte, porque en la vida podemos tener estas incongruencias dentro de nuestra propia existencia. Porque en este caminar podemos ser hombres de números y de letras. Pero lo que no debemos ser es fachada de una casa en ruina, bastón sin cuerpo al que sostener. Cultura carajo, debemos ser cultura.
Tal vez en eso sí lleva razón Jarmusch.
7
24 de septiembre de 2016
24 de septiembre de 2016
14 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puedes renegar de tu familia, sentir desprecio por ella, pero no podrás borrar jamás que es tu propia familia. España, país de putas, trileros, compadres, gitanos, payos, vendedores, viciosos, camellos, listos de tres al cuarto, enchufados, niñatos, extranjeros, delincuentes sin rejas y abogados a medio titular. España, país de terrazas, alegría, belleza en quince tonos de piel, imbéciles no somos —otra cosa será el fin que buscamos—, España de idealistas, de niños bien que cagan arte exquisito. España, país donde el maricón se siente libre, donde existe cierta permeabilidad entre clases, donde cada mendigo tiene derecho a su borrachera diaria para olvidarse a sí mismo. España, país de ladrones, de remiendos sobre las coderas de las chaquetas, de puños en alto aburguesados. España. Mi España. Tu España. Nuestra España.
Así es que ya va siendo hora de que le pongas acento de aquí (español, a secas) al cine que siempre has envidiado, hecho en algún lugar lejano y que a buen seguro comenzaste a ver doblado. Esto —antes— era una panda de niños de biblioteca y “moernas” bien vendidas. Ya, ya era hora que el tipo listo de la biblioteca bajase a la esquina a pillar, a timar al camello, a quedarse con un pelotazo de felicidad. A mezclarse con los de su edad y confundirse entre los de su talento. A hablar de cosas de verdad, de las que nos definen a todos y cada uno de nosotros. Esto no será jamás una democracia, ni será nunca un país de pelotas heladas a lo escandinavo ni tampoco una jaula de grillos en silencio afrancesado. Tampoco vestiremos tan horteras como el buen borracho inglés ni follaremos como dicen que dicen que folla la retórica del italiano. Tampoco haremos coches tan buenos como la industria automovilística germana solía hacer ni iremos sobreviviendo por todo el mundo tan bien como lo han hecho siempre los irlandeses. Pero esto —algún día y de alguna irreprochable manera— terminará por ser un país, con la falta de decencia que tanto nos caracteriza, sí, pero un país.
Para ello es necesario que en la pantalla los niños vean de qué materia estamos hechos realmente y necesitamos para ese fin que los carniceros de la realidad descuarticen en escenas y películas veraces cada uno de los entresijos que nos forman. Y nos ayuden a entendernos de puertas para adentro, y ese camino no nos lo van a marcar únicamente el niño "pijales" que se va a Tokio o a Brooklyn a hacer nuevos amigos. No, ese niño privilegiado sólo le pondrá la guinda al trasto. Las verdades —únicamente por si a alguien le interesa la verdad— nos las irán contando los que se mezclan con los dos o tres que manejan el cotarro nacional, bajan a buscar su dosis en la esquina, se sientan en la mesa con políticos tramposos, huelen en su cama el rastro que dejan las imponentes mujeres de aquí y forman obras de verdad que definen un país tan complejo como su propia historia. Hay camino, señores, y se está haciendo al caminar.
Son los párrafos que nos dejan las maneras con las que Alberto Rodríguez proyecta en la pantalla su última película. El guión, que firma con Rafael Cobos como viene siendo habitual, presenta una precisión y una coherencia dignas de elogio. Pero si en algo destaca “El hombre de las mil caras” es en su ritmo, que recuerda por momentos a los primeros y magníficos largometrajes de Guy Ritchie, aunque haciéndolo a través de una trama de espionaje con un trasfondo político bastante conocido de los años noventa, dándole de este modo una vuelta de tuerca más que interesante al género del thriller sin perder ni un ápice de rigor ni de seriedad en ningún momento. Por si fuese poco, se ver caer continuas pinceladas de humor sobre el metraje. La narración en off de Jesús Camoes (un más que correcto José Coronado) sirve de timón para agilizar lo enrevesado de ciertas partes del guión, desvelando las cartas en algunas —que no todas— las ocasiones. Solvencia “in crescendo” para Carlos Santos en un papel con un riesgo elevado; impasible, tenaz y sobrio Eduard Fernández, suficiente Marta Etura y breve debut del aura de Alba Galocha.
Por lo tanto, parece seguir con paso firme su carrera Alberto Rodríguez, referente ya de esa corriente de género que tan bien han ido defendiendo a lo largo de los últimos años el ecléctico Mariano Barroso, el infravalorado Jorge Sánchez-Cabezudo, el gran Enrique Urbizu y, muy recientemente, el prometedor Raúl Arévalo.
Así es que ya va siendo hora de que le pongas acento de aquí (español, a secas) al cine que siempre has envidiado, hecho en algún lugar lejano y que a buen seguro comenzaste a ver doblado. Esto —antes— era una panda de niños de biblioteca y “moernas” bien vendidas. Ya, ya era hora que el tipo listo de la biblioteca bajase a la esquina a pillar, a timar al camello, a quedarse con un pelotazo de felicidad. A mezclarse con los de su edad y confundirse entre los de su talento. A hablar de cosas de verdad, de las que nos definen a todos y cada uno de nosotros. Esto no será jamás una democracia, ni será nunca un país de pelotas heladas a lo escandinavo ni tampoco una jaula de grillos en silencio afrancesado. Tampoco vestiremos tan horteras como el buen borracho inglés ni follaremos como dicen que dicen que folla la retórica del italiano. Tampoco haremos coches tan buenos como la industria automovilística germana solía hacer ni iremos sobreviviendo por todo el mundo tan bien como lo han hecho siempre los irlandeses. Pero esto —algún día y de alguna irreprochable manera— terminará por ser un país, con la falta de decencia que tanto nos caracteriza, sí, pero un país.
Para ello es necesario que en la pantalla los niños vean de qué materia estamos hechos realmente y necesitamos para ese fin que los carniceros de la realidad descuarticen en escenas y películas veraces cada uno de los entresijos que nos forman. Y nos ayuden a entendernos de puertas para adentro, y ese camino no nos lo van a marcar únicamente el niño "pijales" que se va a Tokio o a Brooklyn a hacer nuevos amigos. No, ese niño privilegiado sólo le pondrá la guinda al trasto. Las verdades —únicamente por si a alguien le interesa la verdad— nos las irán contando los que se mezclan con los dos o tres que manejan el cotarro nacional, bajan a buscar su dosis en la esquina, se sientan en la mesa con políticos tramposos, huelen en su cama el rastro que dejan las imponentes mujeres de aquí y forman obras de verdad que definen un país tan complejo como su propia historia. Hay camino, señores, y se está haciendo al caminar.
Son los párrafos que nos dejan las maneras con las que Alberto Rodríguez proyecta en la pantalla su última película. El guión, que firma con Rafael Cobos como viene siendo habitual, presenta una precisión y una coherencia dignas de elogio. Pero si en algo destaca “El hombre de las mil caras” es en su ritmo, que recuerda por momentos a los primeros y magníficos largometrajes de Guy Ritchie, aunque haciéndolo a través de una trama de espionaje con un trasfondo político bastante conocido de los años noventa, dándole de este modo una vuelta de tuerca más que interesante al género del thriller sin perder ni un ápice de rigor ni de seriedad en ningún momento. Por si fuese poco, se ver caer continuas pinceladas de humor sobre el metraje. La narración en off de Jesús Camoes (un más que correcto José Coronado) sirve de timón para agilizar lo enrevesado de ciertas partes del guión, desvelando las cartas en algunas —que no todas— las ocasiones. Solvencia “in crescendo” para Carlos Santos en un papel con un riesgo elevado; impasible, tenaz y sobrio Eduard Fernández, suficiente Marta Etura y breve debut del aura de Alba Galocha.
Por lo tanto, parece seguir con paso firme su carrera Alberto Rodríguez, referente ya de esa corriente de género que tan bien han ido defendiendo a lo largo de los últimos años el ecléctico Mariano Barroso, el infravalorado Jorge Sánchez-Cabezudo, el gran Enrique Urbizu y, muy recientemente, el prometedor Raúl Arévalo.

8,3
49.825
9
24 de mayo de 2010
24 de mayo de 2010
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si yo fuese niño alguna vez, preguntaría quién es el monstruo que duerme en la casa de enfrente.
Si yo fuese niño alguna vez, preguntaría quién fue mi madre si es que alguna vez dejé de verla.
Si yo fuese niño alguna vez, preguntaría a mis viejos por el fin de las deudas monetarias.
Si yo fuese niño alguna vez, preguntaría el porqué de mi abnegación por la armas.
Si yo fuese niño alguna vez, preguntaría una y otra y otra vez.
Si yo fuese padre alguna vez, respondería persintentemente con el abandono al incordio.
Si yo fuese padre alguna vez, respondería con calor al silencio frío de cada madrugada maternal.
Si yo fuese padre alguna vez, respondería con el lirismo idealista de los pagos con trueque.
Si yo fuese padre alguna vez, respondería mediante el uso consciente de un arma que no es mía.
Si yo fuese padre alguna vez, respondería otra y una y otra vez.
Si yo fuese niño alguna vez, preguntaría quién fue mi madre si es que alguna vez dejé de verla.
Si yo fuese niño alguna vez, preguntaría a mis viejos por el fin de las deudas monetarias.
Si yo fuese niño alguna vez, preguntaría el porqué de mi abnegación por la armas.
Si yo fuese niño alguna vez, preguntaría una y otra y otra vez.
Si yo fuese padre alguna vez, respondería persintentemente con el abandono al incordio.
Si yo fuese padre alguna vez, respondería con calor al silencio frío de cada madrugada maternal.
Si yo fuese padre alguna vez, respondería con el lirismo idealista de los pagos con trueque.
Si yo fuese padre alguna vez, respondería mediante el uso consciente de un arma que no es mía.
Si yo fuese padre alguna vez, respondería otra y una y otra vez.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Por si acaso los mecanismos de la distancia temporal no me permitieran levar la voz, allí estarían los ladrones de dignidad para demostrar con su rudeza los atisbos de la irresponsabilidad ciudadana. Y apartados, los don Nadies se pondrían de pie ante el paso ardiente y moribundo de la defensa subyugada por la voluntad popular. Aún con todo y bajo la vergüenza del disfraz público, serían los niños atacados por la urticaria de la botella agarrada y sin soltar, para tras ello poder verse salvados por el virtuosismo del pájaro ortográfico que compensa la sureña monstruosidad del encierro y juicio de la inocencia indemostrable.
Episodio

7,8
20.490
8
24 de septiembre de 2010
24 de septiembre de 2010
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El personaje que James Gandolfini solía interpretar en una serie ambientada en New Jersey dejaba caer de vez en cuando lecciones históricas de gran rigor didáctico. Recuerdo soportar, sumido en una mezcla de escepticismo y admiración, la coherencia con que defendía la actitud de todos aquellos aventureros italianos que llegaron allende del atlántico con ganas de comerse el mundo, y más concretamente, de los que más que comérselo deseaban despedazarlo con sus manos. Él se jactaba del valor y las agallas de esos intrépidos pioneros del hampa pues, según su humilde y sincera opinión, fueron ellos los que con su forma de hacer las cosas supieron hacer frente en un principio, y poner de rodillas más adelante, al imperante e inoperante sistema político-económico reinante en aquellas lejanas orillas, llena de oportunidades con las que saciar el apetito de los más sedientos de gula criminal.
Puede resultar una obviedad tras el visionado del episodio piloto de “Boardwalk Empire”, pero éste puede presumir de ser el fiel reflejo de las primeras horas del cenit del binomio tierra prometida-época soñada por los ya citados emigrantes codiciosos del país de Garibaldi y sus descendientes, y por ende sus iguales, norteamericanos.
El sabor de boca que deja esta primera entrega se balancea dulcemente entre el aroma que desprenden películas de la talla de “Once upon a time in America” -obra capital de Sergio Leone-, “The Roaring Twenties” –dirigida por Raoul Walsh-, y como no, “Godfellas”, realizada hace ahora veinte años por el que hace lo propio durante estos setenta y tres minutos de filmación: Martin Scorsese.
Una vez más “let’s drink a toast to HBO” y su empeño por hacer cosas de calidad con las que seguir deleitándonos semana tras semana.
Puede resultar una obviedad tras el visionado del episodio piloto de “Boardwalk Empire”, pero éste puede presumir de ser el fiel reflejo de las primeras horas del cenit del binomio tierra prometida-época soñada por los ya citados emigrantes codiciosos del país de Garibaldi y sus descendientes, y por ende sus iguales, norteamericanos.
El sabor de boca que deja esta primera entrega se balancea dulcemente entre el aroma que desprenden películas de la talla de “Once upon a time in America” -obra capital de Sergio Leone-, “The Roaring Twenties” –dirigida por Raoul Walsh-, y como no, “Godfellas”, realizada hace ahora veinte años por el que hace lo propio durante estos setenta y tres minutos de filmación: Martin Scorsese.
Una vez más “let’s drink a toast to HBO” y su empeño por hacer cosas de calidad con las que seguir deleitándonos semana tras semana.

7,7
8.432
7
27 de julio de 2010
27 de julio de 2010
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cincuenta años después de la macabra noche de los asesinatos, ni un día más ni un día menos, me sentaba en el cierro de mi casa y me disponía a leer las primeras páginas del libro de Capote. Casualidad o no por el escabroso aniversario, me sentí impulsado a terminar la obra del periodista norteamericano y a disfrutar mientras lo hacía de la sensibilidad descriptiva de la que hace gala en cada uno de los párrafos.
No fue hasta pasadas unas semanas cuando encontré algunas referencias sobre la adaptación que Richard Brooks llevó a la pantalla allá por el año 1967. Pude conseguir la cinta y me puse manos a la obra mientras intentaba recordar alguna experiencia similar en la que hubiese leído el libro antes del visionado del metraje adaptado, pero no conseguí recordar ninguna en ese momento. Era pues primerizo en el asunto, o al menos, lo sentí como tal.
La acción se fue desarrollando como un viaje a los recuerdos en los que me sumergía con cada detalle que compuso la pluma de Truman acerca de los sucesos de Holcomb. Donde la imagen hablaba menos que el perfume de las mil palabras de aquel, Brooks colocó con sabiduría una muestra musical de brisa con aromas. En los precisos instantes en que el blanco y el negro no lograban definir la paleta de colores que usó el rubio de New Orleans, las sombras grises de la cámara del que un año atrás rodara la magnífica "The Professionals" hacían acto de presencia. Y así, poco a poco, la fidelidad mostrada a las líneas originales iba devolviéndole el protagonismo a la premiada "non-fiction-novel" del año 1966.
No fue hasta pasadas unas semanas cuando encontré algunas referencias sobre la adaptación que Richard Brooks llevó a la pantalla allá por el año 1967. Pude conseguir la cinta y me puse manos a la obra mientras intentaba recordar alguna experiencia similar en la que hubiese leído el libro antes del visionado del metraje adaptado, pero no conseguí recordar ninguna en ese momento. Era pues primerizo en el asunto, o al menos, lo sentí como tal.
La acción se fue desarrollando como un viaje a los recuerdos en los que me sumergía con cada detalle que compuso la pluma de Truman acerca de los sucesos de Holcomb. Donde la imagen hablaba menos que el perfume de las mil palabras de aquel, Brooks colocó con sabiduría una muestra musical de brisa con aromas. En los precisos instantes en que el blanco y el negro no lograban definir la paleta de colores que usó el rubio de New Orleans, las sombras grises de la cámara del que un año atrás rodara la magnífica "The Professionals" hacían acto de presencia. Y así, poco a poco, la fidelidad mostrada a las líneas originales iba devolviéndole el protagonismo a la premiada "non-fiction-novel" del año 1966.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Se me hizo imposible, por tanto, despegar una cosa de la otra en una especie de "tanto monta monta tanto" cuya dualidad imagen-sonido sólo logré diferenciar en los momentos en los cuales Perry cita con ingenuidad "El tesoro de Sierra Madre" que Bogart nunca logró encontrar, no sólo porque pensé que era cosecha propia del cineasta, sino porque además logró reventarme en parte el visionado del film de Huston.
Cosas malas que tiene el buen cine.
Cosas malas que tiene el buen cine.
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