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7,7
103.742
8
7 de octubre de 2014
7 de octubre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si bien las manifestaciones demoníacas que han quedado grabadas a fuego en la conciencia colectiva (como el vómito vertido sobre los sacerdotes o la masturbación con el crucifijo) no aparecen hasta la segunda mitad del filme, la gran virtud de El Exorcista consiste en lograr inducir en el público un estado de manifiesta intranquilidad ya desde el comienzo.
Friedkin se sirve para ello, sin renunciar jamás a un hipnótico ritmo pausado, de una inteligente dirección en la que abundan desconcertantes primeros planos de objetos cotidianos, imágenes inquietantes (perros peleando, feas estatuas de piedra, un decadente pabellón de psiquiatría), y, sobre todo, secuencias rodadas con cámara al hombro, en ocasiones compuestas por planos subjetivos, que transmiten una turbadora sensación de cercanía.
No obstante, sería injusto reducir la hábil construcción de esta poderosa atmósfera tan sólo al estilo de dirección. El desarrollo de personajes a que asistimos durante los primeros 45 minutos del filme aparece marcado por un tono emocional negativo que va haciendo mella en nuestro ánimo sin apenas darnos cuenta. Ahí encontramos, por ejemplo, al padre Karras con su vacío existencial o los estallidos de ira de Chris MacNeil hacia su ex-marido y su mayordomo.
De hecho, incluso los momentos de aparente armonía familiar vienen contrapunteados por sombras tenebrosas, ya sea en forma de tableros de ouija, incómodas conversaciones acerca del divorcio o un forcejeo juguetón entre madre e hija que recuerda demasiado a una pelea real.
Añádanse a todo ello texturas sonoras altamente expresivas, así como una ausencia casi absoluta de acompañamiento musical, y el resultado será la difusa aunque inequívoca sensación de que nada, nada marcha bien.
Sensación compartida por la desesperada e impotente Chris MacNeil, cuyo magnífico retrato a cargo de Ellen Burstyn conmueve al respetable en grado sumo realzando la intensa experiencia emocional que ofrece el visionado de El Exorcista.
Además, el contacto de la mujer con Pazuzu sirve para plantear de forma sutil un puñado de profundas cuestiones temáticas, como son la ambivalencia de la naturaleza humana, la desintegración familiar o la brecha generacional, lo cual otorga al filme una riqueza aún mayor.
Sin embargo, pese a su brillantez general, El Exorcista arrastra también algunos defectos. Muchos de ellos derivados de su condición de fiel adaptación literaria. Para empezar, la subtrama del teniente Kinderman sobra por completo. Ni la actitud ligera de este policía encaja con el tono sombrío del filme, ni su investigación de cierto asesinato tendrá mayores repercusiones.
En segundo lugar, el conflicto del padre Karras, eje principal del filme, queda tratado con demasiada liviandad. Su crisis existencial se menciona en un par de diálogos, pero ni la deficiente interpretación de Jason Miller (excesivamente plana, sin matices), ni las imágenes con que Friedkin construye la película consiguen ahondar en esta cuestión.
Y por último, hemos de afrontar el hecho de que El Exorcista ya no provoca verdadero pavor. Los alardes demoníacos mostrados a lo largo de los 120 minutos que se prolonga la cinta conservan muy poco de su antigua potencia, pues los efectos especiales que los sustentaban han envejecido tanto como para resultar, a día de hoy, cutres hasta la carcajada. Además, el enfrentamiento climático entre los sacerdotes y Pazuzu se percibe descafeinado, demasiado anclado en el plano psicológico, desprovisto de manifestaciones físicas que confieran a este demonio mayor solidez como monstruo amenazante.
Poca carnada, en definitiva, para un público curtido en el slasher, el splatter y el cine de acción hollywoodiense. El tiempo, que no perdona. Aunque si decidís soslayar tan valioso referente de nuestro bienamado terror (y aún de la historia del cine) bajo esta triste excusa, no tendréis perdón de Dios. Ni del diablo, ya que estamos.
Más en http://ciruelasdeultratumba.tumblr.com
Friedkin se sirve para ello, sin renunciar jamás a un hipnótico ritmo pausado, de una inteligente dirección en la que abundan desconcertantes primeros planos de objetos cotidianos, imágenes inquietantes (perros peleando, feas estatuas de piedra, un decadente pabellón de psiquiatría), y, sobre todo, secuencias rodadas con cámara al hombro, en ocasiones compuestas por planos subjetivos, que transmiten una turbadora sensación de cercanía.
No obstante, sería injusto reducir la hábil construcción de esta poderosa atmósfera tan sólo al estilo de dirección. El desarrollo de personajes a que asistimos durante los primeros 45 minutos del filme aparece marcado por un tono emocional negativo que va haciendo mella en nuestro ánimo sin apenas darnos cuenta. Ahí encontramos, por ejemplo, al padre Karras con su vacío existencial o los estallidos de ira de Chris MacNeil hacia su ex-marido y su mayordomo.
De hecho, incluso los momentos de aparente armonía familiar vienen contrapunteados por sombras tenebrosas, ya sea en forma de tableros de ouija, incómodas conversaciones acerca del divorcio o un forcejeo juguetón entre madre e hija que recuerda demasiado a una pelea real.
Añádanse a todo ello texturas sonoras altamente expresivas, así como una ausencia casi absoluta de acompañamiento musical, y el resultado será la difusa aunque inequívoca sensación de que nada, nada marcha bien.
Sensación compartida por la desesperada e impotente Chris MacNeil, cuyo magnífico retrato a cargo de Ellen Burstyn conmueve al respetable en grado sumo realzando la intensa experiencia emocional que ofrece el visionado de El Exorcista.
Además, el contacto de la mujer con Pazuzu sirve para plantear de forma sutil un puñado de profundas cuestiones temáticas, como son la ambivalencia de la naturaleza humana, la desintegración familiar o la brecha generacional, lo cual otorga al filme una riqueza aún mayor.
Sin embargo, pese a su brillantez general, El Exorcista arrastra también algunos defectos. Muchos de ellos derivados de su condición de fiel adaptación literaria. Para empezar, la subtrama del teniente Kinderman sobra por completo. Ni la actitud ligera de este policía encaja con el tono sombrío del filme, ni su investigación de cierto asesinato tendrá mayores repercusiones.
En segundo lugar, el conflicto del padre Karras, eje principal del filme, queda tratado con demasiada liviandad. Su crisis existencial se menciona en un par de diálogos, pero ni la deficiente interpretación de Jason Miller (excesivamente plana, sin matices), ni las imágenes con que Friedkin construye la película consiguen ahondar en esta cuestión.
Y por último, hemos de afrontar el hecho de que El Exorcista ya no provoca verdadero pavor. Los alardes demoníacos mostrados a lo largo de los 120 minutos que se prolonga la cinta conservan muy poco de su antigua potencia, pues los efectos especiales que los sustentaban han envejecido tanto como para resultar, a día de hoy, cutres hasta la carcajada. Además, el enfrentamiento climático entre los sacerdotes y Pazuzu se percibe descafeinado, demasiado anclado en el plano psicológico, desprovisto de manifestaciones físicas que confieran a este demonio mayor solidez como monstruo amenazante.
Poca carnada, en definitiva, para un público curtido en el slasher, el splatter y el cine de acción hollywoodiense. El tiempo, que no perdona. Aunque si decidís soslayar tan valioso referente de nuestro bienamado terror (y aún de la historia del cine) bajo esta triste excusa, no tendréis perdón de Dios. Ni del diablo, ya que estamos.
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6,6
87.638
4
29 de septiembre de 2014
29 de septiembre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Balagueró y Plaza despliegan en la confección de REC un entendimiento del género y un oficio remarcables. Tanto que el ritmo del filme, así como la puesta en escena, me parecen sus puntos más valiosos.
Conscientes de que una sólida base de realismo es condición necesaria para que el horror alcance su máximo efecto y también de que el humor supone una forma rápida de conectar con el espectador, los realizadores dosifican muy bien la trama de REC alternando los pasajes terroríficos con situaciones cómicas y salpimentando estos dos ingredientes con momentos de puro desarrollo de la historia.
Todo ello sin salir de un bloque de pisos algo vestusto (aunque nada extraordinario), convertido en un ambiente pesadillesco de primer nivel merced al propio found footage y a la acertada composición de los larguísimos planos que conforman la película.
La exposición de ciertos temas de fondo, como son el pulso entre libertad de prensa y sensacionalismo, la incapacidad de los seres humanos para trabajar unidos o la escasa voluntad de comunicación entre gobierno central y autonomías, redondean las virtudes de un producto que consigue mantener muy bien la atención del espectador durante sus escasos 70 minutos. Desde ese relajado inicio en el parque de bomberos, hasta el absoluto terror de los exquisitos cinco minutos finales en el ático del edificio, sin duda lo más memorable de la cinta.
No obstante, pese a este ramillete de cualidades positivas, el filme resulta bastante incómodo de contemplar. Y aunque el cine de terror deba ser siempre incómodo en algún sentido, REC lo es por razones incorrectas.
En su tarea de asustar al respetable, los directores abusan de ciertos mecanismos rudimentarios. Por ejemplo, esa cámara al hombro, temblona hasta la misma náusea, que nos mareará ya incluso antes de que el horror se desate. O el efectismo ramplón consistente en dejar el encuadre a oscuras cuando menos lo esperamos. O la recurrencia de sustos construidos mediante la irrupción imprevista de una figura en primer plano, acompañada de un golpe ensordecedor o un grito estridente.
Cuando se tienen en cuenta estos detalles, parece claro que el gimmick, la promesa de una experiencia intensa y cautivadora, se impone a la trama.
Claro que, bien mirado, tal vez estos trucos baratos fueran la única manera de que los zombis rápidos de REC dieran algo de miedo, pues tanto el maquillaje como los efectos especiales se hacen bastante cutres. Cosas del minúsculo presupuesto que se manejó, desde luego.
Por otra parte, el nivel actoral también se hace bastante justito, especialmente en lo tocante a Manuela Velasco, casi siempre sobreactuada e incapaz de mantener un tono emocional consistente a lo largo del filme.
Y por último, conviene señalar la existencia de ciertas fallas en el libreto, como el giro que cierra la película, situándola en risible terreno de una fusión de elementos que nada tienen que ver entre sí. O situaciones que obligan a los personajes a comportarse de esa manera idiota tan común (por desgracia) en el cine de género. Por no hablar de los muchos momentos en que las convenciones del found footage se fuerzan hasta la ruptura. Aspectos que, por descontado, contribuyen a sacarnos de la película.
Demasiados taras, a mi entender, para salvar este título de la quema.
Con todo, considero que REC fue una noticia excelente para el cine español. Su asombroso rendimiento en taquilla propició la creación de una franquicia que hasta ahora ha dado lugar a tres secuelas y varios productos relacionados (relatos, cómics, videojuegos). Prueba palpable de que lo único necesario para plantar cara a la industria yanqui del entretenimiento es una buena dosis de ingenio y desparpajo. Aunque no hubiera venido mal, para este producto inicial, algo más de calidad. Quizá la próxima vez.
Más en http://ciruelasdeultratumba.tumblr.com
Conscientes de que una sólida base de realismo es condición necesaria para que el horror alcance su máximo efecto y también de que el humor supone una forma rápida de conectar con el espectador, los realizadores dosifican muy bien la trama de REC alternando los pasajes terroríficos con situaciones cómicas y salpimentando estos dos ingredientes con momentos de puro desarrollo de la historia.
Todo ello sin salir de un bloque de pisos algo vestusto (aunque nada extraordinario), convertido en un ambiente pesadillesco de primer nivel merced al propio found footage y a la acertada composición de los larguísimos planos que conforman la película.
La exposición de ciertos temas de fondo, como son el pulso entre libertad de prensa y sensacionalismo, la incapacidad de los seres humanos para trabajar unidos o la escasa voluntad de comunicación entre gobierno central y autonomías, redondean las virtudes de un producto que consigue mantener muy bien la atención del espectador durante sus escasos 70 minutos. Desde ese relajado inicio en el parque de bomberos, hasta el absoluto terror de los exquisitos cinco minutos finales en el ático del edificio, sin duda lo más memorable de la cinta.
No obstante, pese a este ramillete de cualidades positivas, el filme resulta bastante incómodo de contemplar. Y aunque el cine de terror deba ser siempre incómodo en algún sentido, REC lo es por razones incorrectas.
En su tarea de asustar al respetable, los directores abusan de ciertos mecanismos rudimentarios. Por ejemplo, esa cámara al hombro, temblona hasta la misma náusea, que nos mareará ya incluso antes de que el horror se desate. O el efectismo ramplón consistente en dejar el encuadre a oscuras cuando menos lo esperamos. O la recurrencia de sustos construidos mediante la irrupción imprevista de una figura en primer plano, acompañada de un golpe ensordecedor o un grito estridente.
Cuando se tienen en cuenta estos detalles, parece claro que el gimmick, la promesa de una experiencia intensa y cautivadora, se impone a la trama.
Claro que, bien mirado, tal vez estos trucos baratos fueran la única manera de que los zombis rápidos de REC dieran algo de miedo, pues tanto el maquillaje como los efectos especiales se hacen bastante cutres. Cosas del minúsculo presupuesto que se manejó, desde luego.
Por otra parte, el nivel actoral también se hace bastante justito, especialmente en lo tocante a Manuela Velasco, casi siempre sobreactuada e incapaz de mantener un tono emocional consistente a lo largo del filme.
Y por último, conviene señalar la existencia de ciertas fallas en el libreto, como el giro que cierra la película, situándola en risible terreno de una fusión de elementos que nada tienen que ver entre sí. O situaciones que obligan a los personajes a comportarse de esa manera idiota tan común (por desgracia) en el cine de género. Por no hablar de los muchos momentos en que las convenciones del found footage se fuerzan hasta la ruptura. Aspectos que, por descontado, contribuyen a sacarnos de la película.
Demasiados taras, a mi entender, para salvar este título de la quema.
Con todo, considero que REC fue una noticia excelente para el cine español. Su asombroso rendimiento en taquilla propició la creación de una franquicia que hasta ahora ha dado lugar a tres secuelas y varios productos relacionados (relatos, cómics, videojuegos). Prueba palpable de que lo único necesario para plantar cara a la industria yanqui del entretenimiento es una buena dosis de ingenio y desparpajo. Aunque no hubiera venido mal, para este producto inicial, algo más de calidad. Quizá la próxima vez.
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5,2
8.528
6
7 de agosto de 2014
7 de agosto de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tal como su premisa deja entrever, no hallaremos ni un gramo de originalidad en Silencio Desde el Mal. Pero para compensarlo, disfrutaremos una vez más de la eficacia que este equipo creativo (formado por el propio Wan y Leigh Whannell, su guionista habitual) despliega a la hora de meter miedo. Efectividad realzada, en este caso, por la voluntad de construir un filme sin pretensiones exageradas. Esto es, una película que se toma lo suficientemente en serio a sí misma como para estremecernos en un buen puñado de ocasiones, pero no lo bastante como para privarnos de momentos cómicos descacharrantes, casi todos ellos concentrados en el personaje del detective. Imposible, en tal estado de cosas, negar al filme nuestra simpatía, complicidad y, por tanto, indulgencia.
Sin embargo, las ganas que tengamos de ser generosos con una película cuyo desarrollo ya sonaría trillado incluso antes de Pesadilla en Elm Street (Wes Craven, 1984), no deberían arrastrarnos a despreciar su importante catálogo de virtudes, por muchas que sean esas ganas.
El guión plantea un primer acto rapidísimo, centrado en la violencia. Un inicio tan contundente como un bofetón materno, sin tener que quemar para ello siquiera un pedacito de trama. De este modo, el segundo acto se sostiene de maravilla sobre el suspense que plantea la exposición gradual de la backstory de Mary Shaw y también sobre una sucesión de asesinatos cuyos detalles sangrientos aumentan en intensidad paulatinamente.
Además, Silencio Desde el Mal concluye con un giro, de esos imprevisibles, que engrandece hasta límites titánicos a la villana de turno sin repercutir (demasiado) en la coherencia de la historia.
Respecto a la dirección, Wan reniega de esa exageradísima cantidad de planos por minuto y cámara temblona que parecen haberse convertido en chapuceras señas de identidad del cine de terror contemporáneo, para ofrecer una labor sobria cuya única floritura serán las trabajadas transiciones de escena que adornan con profusión los primeros 30 ó 40 minutos de metraje. Un recurso muy elegante para acelerar la acción y sumergirnos en el filme.
Claro que su verdadero triunfo reside en haber sabido sacar buen partido, a la hora de construir un clima de tensión poderoso y persistente, tanto a una ambientación claramente deudora del Romanticismo Oscuro (cementerio neblinoso, teatro abandonado, lóbrega mansión, etcétera), como a esa amplia colección de muñecos de ventrílocuo capaces de aterrorizar al más pintado.
Tal vez lo peor de la película sea el nivel actoral. Especialmente sangrante me parece el poquísimo carisma que Ryan Kwanten consigue imprimir a su protagonista. Pero incluso este detalle tiene su contrapartida en la presencia doblemente monumental de la veterana Judith Roberts como ser humano y monstruo. Y es que por muchas virguerías que un ordenador pueda crear, para provocarnos pesadillas tan sólo es necesario un poco de maquillaje, el buen hacer de un actor con experiencia y un director competente. Parece fácil. Y sin embargo...
Más en http://ciruelasdeultratumba.tumblr.com
Sin embargo, las ganas que tengamos de ser generosos con una película cuyo desarrollo ya sonaría trillado incluso antes de Pesadilla en Elm Street (Wes Craven, 1984), no deberían arrastrarnos a despreciar su importante catálogo de virtudes, por muchas que sean esas ganas.
El guión plantea un primer acto rapidísimo, centrado en la violencia. Un inicio tan contundente como un bofetón materno, sin tener que quemar para ello siquiera un pedacito de trama. De este modo, el segundo acto se sostiene de maravilla sobre el suspense que plantea la exposición gradual de la backstory de Mary Shaw y también sobre una sucesión de asesinatos cuyos detalles sangrientos aumentan en intensidad paulatinamente.
Además, Silencio Desde el Mal concluye con un giro, de esos imprevisibles, que engrandece hasta límites titánicos a la villana de turno sin repercutir (demasiado) en la coherencia de la historia.
Respecto a la dirección, Wan reniega de esa exageradísima cantidad de planos por minuto y cámara temblona que parecen haberse convertido en chapuceras señas de identidad del cine de terror contemporáneo, para ofrecer una labor sobria cuya única floritura serán las trabajadas transiciones de escena que adornan con profusión los primeros 30 ó 40 minutos de metraje. Un recurso muy elegante para acelerar la acción y sumergirnos en el filme.
Claro que su verdadero triunfo reside en haber sabido sacar buen partido, a la hora de construir un clima de tensión poderoso y persistente, tanto a una ambientación claramente deudora del Romanticismo Oscuro (cementerio neblinoso, teatro abandonado, lóbrega mansión, etcétera), como a esa amplia colección de muñecos de ventrílocuo capaces de aterrorizar al más pintado.
Tal vez lo peor de la película sea el nivel actoral. Especialmente sangrante me parece el poquísimo carisma que Ryan Kwanten consigue imprimir a su protagonista. Pero incluso este detalle tiene su contrapartida en la presencia doblemente monumental de la veterana Judith Roberts como ser humano y monstruo. Y es que por muchas virguerías que un ordenador pueda crear, para provocarnos pesadillas tan sólo es necesario un poco de maquillaje, el buen hacer de un actor con experiencia y un director competente. Parece fácil. Y sin embargo...
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7,0
58.341
8
2 de agosto de 2014
2 de agosto de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En caso de que nunca hayáis visto una película de Brian De Palma, esta servirá muy bien para transmitiros una idea de su estilo tras las cámaras. Y es que el cineasta de Nueva Jersey compone aquí una dirección bien apoyada en el uso inteligente de la cámara lenta, pantalla partida, travellings circulares enloquecidos, actores envueltos en pesadillescas luces de colores y un plano secuencia seguido por un trepidante segmento de suspense (al más puro estilo de su adorado Hitchcock) que se convierte en el momento más memorable de la cinta, pues da paso al fatídico acto final, preñado de sangre, violencia y destrucción. Un trabajo excelente y muy acertado en cuanto a realzar la emotividad de la historia, crear intriga y poner los pelos como escarpias, según nos encontremos a una u otra altura del argumento. Todo ello envuelto con la elegante belleza del tema principal de su banda sonora (no exento de toques oscuros) y enriquecido por las sólidas actuaciones del dúo de actrices principales. Actuaciones candidatas al Oscar, como antes dejaba caer.
Aunque para poder brindarnos esa última media hora de alta tensión y profundo terror De Palma echó mano de algo más que su privilegiado estilo de dirección: el férreo propósito de imprimir en el filme un desarrollo tonal desde lo cómico hasta lo pavoroso. Así, una vez superada la celebérrima escena inicial en las duchas erraremos al creernos delante de una comedia de instituto. Carrie nos muestra a chicos probándose despreocupadamente esmoquins para el baile de fin de curso, a chicas exagerando sus sufrimientos en clase de gimnasia a base de aspavientos ridículos y a una Margaret (aparentemente fumada) distribuyendo con alegría pasquines religiosos de puerta en puerta.
Cierto que en medio de esta ligereza encontramos insertos poco tolerables, como los castigos hacia Carrie o la muerte a mazazo limpio de unos inocentes animales, pero no será hasta el final del baile de graduación cuando la cosa alcance su punto álgido. A partir de ahí, ciertas escenas potentes, como la del coche tripulado por los malvados Billy Nolan (Travolta) y Chris Hargensen (Allen) o la secuencia del cuchillo en casa de Carrie, quedarán grabadas a fuego en nuestro cerebro…¡sencillamente porque no las esperábamos!
Pero la perfección no existe. Y a la hora de mencionar algún aspecto negativo del filme, es necesario insistir en lo mal que ha envejecido. El lenguaje cinematográfico está evolucionando constantemente; en consecuencia, algunos de los recursos favoritos del realizador norteamericano han caído en desuso. Por otro lado, Carrie es, ante todo, una historia ambientada en el día a día de un instituto. Así que tratar de eludir la moda imperante (en este caso, el estrafalario guardarropa y el look de mediados de los setenta) resulta de todo punto imposible. En tal estado de cosas, la idea de utilizar este turbador relato acerca del pánico que el empoderamiento de la mujer causaba en los varones durante las postrimerías de la segunda ola feminista para hacer un remake no parecía mala.
Claro que vistos los resultados, uno no tiene más remedio que retractarse.
Más en http://ciruelasdeultratumba.tumblr.com/
Aunque para poder brindarnos esa última media hora de alta tensión y profundo terror De Palma echó mano de algo más que su privilegiado estilo de dirección: el férreo propósito de imprimir en el filme un desarrollo tonal desde lo cómico hasta lo pavoroso. Así, una vez superada la celebérrima escena inicial en las duchas erraremos al creernos delante de una comedia de instituto. Carrie nos muestra a chicos probándose despreocupadamente esmoquins para el baile de fin de curso, a chicas exagerando sus sufrimientos en clase de gimnasia a base de aspavientos ridículos y a una Margaret (aparentemente fumada) distribuyendo con alegría pasquines religiosos de puerta en puerta.
Cierto que en medio de esta ligereza encontramos insertos poco tolerables, como los castigos hacia Carrie o la muerte a mazazo limpio de unos inocentes animales, pero no será hasta el final del baile de graduación cuando la cosa alcance su punto álgido. A partir de ahí, ciertas escenas potentes, como la del coche tripulado por los malvados Billy Nolan (Travolta) y Chris Hargensen (Allen) o la secuencia del cuchillo en casa de Carrie, quedarán grabadas a fuego en nuestro cerebro…¡sencillamente porque no las esperábamos!
Pero la perfección no existe. Y a la hora de mencionar algún aspecto negativo del filme, es necesario insistir en lo mal que ha envejecido. El lenguaje cinematográfico está evolucionando constantemente; en consecuencia, algunos de los recursos favoritos del realizador norteamericano han caído en desuso. Por otro lado, Carrie es, ante todo, una historia ambientada en el día a día de un instituto. Así que tratar de eludir la moda imperante (en este caso, el estrafalario guardarropa y el look de mediados de los setenta) resulta de todo punto imposible. En tal estado de cosas, la idea de utilizar este turbador relato acerca del pánico que el empoderamiento de la mujer causaba en los varones durante las postrimerías de la segunda ola feminista para hacer un remake no parecía mala.
Claro que vistos los resultados, uno no tiene más remedio que retractarse.
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4,2
1.184
2
15 de agosto de 2014
15 de agosto de 2014
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las limitaciones materiales están ahí. Sin embargo, no pueden excusar por sí solas todos los defectos del filme.
Tal vez el más grave de ellos sea lo escaso en cuanto a argumento que resulta su libreto. Se trataba de un guión ideal para un cortometraje digno (siempre y cuando se hubiera trabajado más en esos diálogos tan poco naturales, desde luego), pero al que se ha obligado a cristalizar en un largometraje hinchado hasta el extremo y, aún así, con una duración de tan sólo 75 minutos.
Sin embargo, no toda la culpa corresponde al tándem Moreno/Sánchez. El bueno de Teixidor ha cometido, asimismo, un par de errores importantes. Para empezar, en la confección de la película se ha decantado por una sucesión de tomas largas, contemplativas, la mayoría de ellas sin acompañamiento sonoro o musical. Como es lógico, esto confiere a Purgatorio una cadencia excesivamente pausada. Ritmo justificable en los 20 minutos iniciales (pues subraya muy bien el embotamiento emocional de una mujer vencida por el dolor), pero insoportable durante el resto de un metraje en el que, repito, sucede muy poca cosa.
El segundo error del cineasta radica en no haber perseverado hasta dar con imágenes de verdadera potencia. Se echan en falta estampas fabricadas con elementos tan cotidianos como los que pueden encontrarse en un piso amueblado sólo a medias, aunque capaces de asumir sin apoyo la tarea de sobrecoger al respetable. Kubrick, Lynch o el primer Polanski supieron hacerlo de sobra. Atmósfera, lo llaman algunos. Aunque, justo es señalarlo, la escena de la peonza girando en una habitación penumbrosa se le parece bastante. Muchísimo más, por descontado, que todas las tomas de ese omnipresente espejo cutre de marco ancho, fútiles incluso cuando aparece iluminado por velas.
Más sencillo resultaba, indudablemente, fiarlo todo a la actriz protagonista, a quien la cámara asfixia por sistema, utilizando cuando es menester efectos estroboscópicos o desenfocados para acercarnos aún más a ella (y alejarnos de un entorno físico inofensivo). Desgraciadamente, la señorita Chaplin se encuentra a años luz de hacer un mínimo de justicia a su ilustre apellido…al menos en este tramo de su carrera. Y junto con ella, todo se derrumba.
Por el contrario, el joven Sergi Méndez manifiesta una pericia envidiable en lo tocante a expresar de manera convincente distintas emociones. Pero al igual que ocurre con la excelente banda sonora del cuasi-debutante Aaron Rux, utilizada con cuentagotas, este talento en ciernes queda desaprovechado. Una tonta pataleta jamás podrá competir con un buen estallido de violencia psicopática. Así como un buen drama de terror jamás podrá competir con Purgatorio. Lástima.
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Tal vez el más grave de ellos sea lo escaso en cuanto a argumento que resulta su libreto. Se trataba de un guión ideal para un cortometraje digno (siempre y cuando se hubiera trabajado más en esos diálogos tan poco naturales, desde luego), pero al que se ha obligado a cristalizar en un largometraje hinchado hasta el extremo y, aún así, con una duración de tan sólo 75 minutos.
Sin embargo, no toda la culpa corresponde al tándem Moreno/Sánchez. El bueno de Teixidor ha cometido, asimismo, un par de errores importantes. Para empezar, en la confección de la película se ha decantado por una sucesión de tomas largas, contemplativas, la mayoría de ellas sin acompañamiento sonoro o musical. Como es lógico, esto confiere a Purgatorio una cadencia excesivamente pausada. Ritmo justificable en los 20 minutos iniciales (pues subraya muy bien el embotamiento emocional de una mujer vencida por el dolor), pero insoportable durante el resto de un metraje en el que, repito, sucede muy poca cosa.
El segundo error del cineasta radica en no haber perseverado hasta dar con imágenes de verdadera potencia. Se echan en falta estampas fabricadas con elementos tan cotidianos como los que pueden encontrarse en un piso amueblado sólo a medias, aunque capaces de asumir sin apoyo la tarea de sobrecoger al respetable. Kubrick, Lynch o el primer Polanski supieron hacerlo de sobra. Atmósfera, lo llaman algunos. Aunque, justo es señalarlo, la escena de la peonza girando en una habitación penumbrosa se le parece bastante. Muchísimo más, por descontado, que todas las tomas de ese omnipresente espejo cutre de marco ancho, fútiles incluso cuando aparece iluminado por velas.
Más sencillo resultaba, indudablemente, fiarlo todo a la actriz protagonista, a quien la cámara asfixia por sistema, utilizando cuando es menester efectos estroboscópicos o desenfocados para acercarnos aún más a ella (y alejarnos de un entorno físico inofensivo). Desgraciadamente, la señorita Chaplin se encuentra a años luz de hacer un mínimo de justicia a su ilustre apellido…al menos en este tramo de su carrera. Y junto con ella, todo se derrumba.
Por el contrario, el joven Sergi Méndez manifiesta una pericia envidiable en lo tocante a expresar de manera convincente distintas emociones. Pero al igual que ocurre con la excelente banda sonora del cuasi-debutante Aaron Rux, utilizada con cuentagotas, este talento en ciernes queda desaprovechado. Una tonta pataleta jamás podrá competir con un buen estallido de violencia psicopática. Así como un buen drama de terror jamás podrá competir con Purgatorio. Lástima.
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