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Críticas ordenadas por utilidad
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6
25 de enero de 2017
25 de enero de 2017
25 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es posible hacer 3 lecturas de Narcos:
1) Desde un punto de vista técnico es una serie apabullante. La fotografía, las interpretaciones, el diseño de producción y la música rozan la perfección. Con un pequeño pero: la toma de sonido cuando hablan en castellano es pésima. Lo cual, sin pretenderlo, delata tanto a los autores de la serie como al público al que va dirigida.
2) Desde un punto de vista dramático es una serie correcta. Y es que a pesar de ser un buen thriller su estructura es conservadora. Es una versión extendida de todas esas películas en las que estáis pensando, con el mismo arco dramático, la misma galería de personajes o la clásica perspectiva falsamente amoral (es decir: moral) que popularizaron De Palma y Scorsese.
3) Desde un punto de vista histórico es una tontería. Ignora acontecimientos fundamentales, tergiversa otros, maquilla la brutalidad y el dolor para hacerlos más accesibles al público, sitúa como narrador a un agente de la DEA y emplea una insoslayable cantidad de tiempo para narrar sus intrascendentes vicisitudes. Nuevamente, se delatan.
Respecto a 3) cabe decir:
3-a) Que los autores no narran los acontecimientos con el rigor suficiente.
3-b) Que los acontecimientos ignorados, tergiversados o con frecuencia brutalmente simplificados, son más interesantes que los que sí narran.
3-c) Que los autores faltan al respeto a muchos de los implicados y, en general, a todos los colombianos. Concrétamente: Que se desentienden de las condiciones socioeconómicas, culturales e históricas del pueblo colombiano y lo retratan como si aquello fuera un salvaje oeste repleto de sicarios que asesinan por placer. Inconscientemente, se delatan.
3-c-a) Divagación: los nazis, los narcos, los “terroristas árabes” y, por supuesto, los comunistas, son malos por naturaleza. Y estos últimos, aquí, de regalo, también son extraordinariamente imbéciles. Los gringos, por el contrario, son tan fenomenales que directamente operan en el terreno extramoral de lo pragmático. Ellos sí pueden. Y si no hubiera sido por la estúpida y corrupta sociedad venezol… colombiana lo hubieran atrapado antes de la cena.
3-c-b) Continúa la divagación: En realidad muchos de los problemas del punto 3) se deben a lo que podríamos llamar el Efecto Netflix, a saber:
3-c-b-1) En oposición, por ejemplo, a las series de la HBO, las de Netflix buscan siempre un ritmo abrumador. Hay que mantener al espectador constantemente en tensión. Aquí no hay cabida para los guisos a fuego lento a lo The Wire. Nota: Últimamente parece que tampoco la haya en la HBO.
3-c-b-2) Se debe tener como prioridad que el púbico pueda identificarse con los protagonistas y la trama. Ejemplos: Stranger Things: una serie de aventuras para los niños, de terror para los adolescentes, drama romántico para los adultos. Sense8: un personaje para complacer a los espectadores de cada país/”cultura” donde Netflix tiene asentamiento. Narcos: Agentes de la DEA. Sí o qué.
3-c-b-3) Falta de densidad en las tramas, supeditando los tiempos narrativos a la exposición de clichés que aligeren, identifiquen, sean agradables (en resumen: yo me las follaba a todas) o den un toque de espectáculo. Finalmente, dada la duración de estas series, acaban teniendo más agujeros en el argumento que el coche de Bonnie & Clyde. Narcos no es la excepción y cualquiera que piense detenidamente en lo que le están contando (no en sí está bien contado o no, que en este caso sí) seguramente lo encontrará absurdo.
Síntesis de 3-c-b: Todo es una cuestión de contabilidad. Los 6.000 millones de presupuestos en contenidos han llevado a Netflix a cometer los mismos “errores” que llevan cometiendo las superproducciones durante la tira de años para asegurarse la taquilla. Los mismos errores que transformaron las superproducciones en un circo de la Marvel. Ahora que lo pienso: la Marvel y Netflix.
3-d) Opinión: Es muy sucio eso de afirmar que la serie está basada en hechos reales, y, encima, poner un narrador para hacerla pasar por una inocente crónica dramatizada, cuando en verdad te estás pasando por la galleta todo el meollo del asunto. Sobre todo porque efectivamente esos hechos sucedieron. Pero bueno, Spielberg hizo lo mismo y arrasó. Así que.
4) Vs: Pero nada deja tanto en evidencia a Narcos como El Patrón Del Mal. Sí, es cierto que todos los interiores de EPDM tienen (lamentablemente) la misma iluminación. Y no es 4k. Pero, joder, se escuchan perfectamente los diálogos de los personajes. Imaginen. Y si Narcos simplifica la trama hasta la anorexia, hasta dejar a Escobar en un hombre de dimensiones tan míticas como caricaturescas, EPDM nos muestra esa misma época y personajes pero sin caer en los estereotipos, siempre con el máximo grado de respeto tanto por lo que se cuenta como por el espectador. El ejemplo perfecto es la propia figura de Escobar, y en este sentido la interpretación de Andrés Parra fue creciendo, evolucionando como el propio Escobar (a diferencia del Escobar de cartón-piedra de Narcos) hasta llegar a ser colosal. Soberbia.
EPDM Es tan entretenida como Narcos (o más) sin renunciar a nada. Posee un montaje y una narración en los que sin sacrificar la profundidad o la coherencia (draconiana en este caso) se dota a la serie de más dinamismo, claroscuros y sentido del humor, sin dejar de ser nunca esencialmente aterradora, de perturbar la paz del espectador abriendo frentes, formulando preguntas, sin caer en esos tiempos muertos de Narcos en los que no puede pasar nada porque los agentes de la DEA están en el despacho (como si mágicamente Escobar sólo existiera cuando entraba en el campo perceptivo de los gringos). Y eso, teniendo en cuenta que es 4 veces más larga que la parte de Narcos dedicada a Escobar, me parece casi humillante: sí, la historia es en principio la misma; deduzcan ustedes qué es lo que unos no tienen y otros sí.
1) Desde un punto de vista técnico es una serie apabullante. La fotografía, las interpretaciones, el diseño de producción y la música rozan la perfección. Con un pequeño pero: la toma de sonido cuando hablan en castellano es pésima. Lo cual, sin pretenderlo, delata tanto a los autores de la serie como al público al que va dirigida.
2) Desde un punto de vista dramático es una serie correcta. Y es que a pesar de ser un buen thriller su estructura es conservadora. Es una versión extendida de todas esas películas en las que estáis pensando, con el mismo arco dramático, la misma galería de personajes o la clásica perspectiva falsamente amoral (es decir: moral) que popularizaron De Palma y Scorsese.
3) Desde un punto de vista histórico es una tontería. Ignora acontecimientos fundamentales, tergiversa otros, maquilla la brutalidad y el dolor para hacerlos más accesibles al público, sitúa como narrador a un agente de la DEA y emplea una insoslayable cantidad de tiempo para narrar sus intrascendentes vicisitudes. Nuevamente, se delatan.
Respecto a 3) cabe decir:
3-a) Que los autores no narran los acontecimientos con el rigor suficiente.
3-b) Que los acontecimientos ignorados, tergiversados o con frecuencia brutalmente simplificados, son más interesantes que los que sí narran.
3-c) Que los autores faltan al respeto a muchos de los implicados y, en general, a todos los colombianos. Concrétamente: Que se desentienden de las condiciones socioeconómicas, culturales e históricas del pueblo colombiano y lo retratan como si aquello fuera un salvaje oeste repleto de sicarios que asesinan por placer. Inconscientemente, se delatan.
3-c-a) Divagación: los nazis, los narcos, los “terroristas árabes” y, por supuesto, los comunistas, son malos por naturaleza. Y estos últimos, aquí, de regalo, también son extraordinariamente imbéciles. Los gringos, por el contrario, son tan fenomenales que directamente operan en el terreno extramoral de lo pragmático. Ellos sí pueden. Y si no hubiera sido por la estúpida y corrupta sociedad venezol… colombiana lo hubieran atrapado antes de la cena.
3-c-b) Continúa la divagación: En realidad muchos de los problemas del punto 3) se deben a lo que podríamos llamar el Efecto Netflix, a saber:
3-c-b-1) En oposición, por ejemplo, a las series de la HBO, las de Netflix buscan siempre un ritmo abrumador. Hay que mantener al espectador constantemente en tensión. Aquí no hay cabida para los guisos a fuego lento a lo The Wire. Nota: Últimamente parece que tampoco la haya en la HBO.
3-c-b-2) Se debe tener como prioridad que el púbico pueda identificarse con los protagonistas y la trama. Ejemplos: Stranger Things: una serie de aventuras para los niños, de terror para los adolescentes, drama romántico para los adultos. Sense8: un personaje para complacer a los espectadores de cada país/”cultura” donde Netflix tiene asentamiento. Narcos: Agentes de la DEA. Sí o qué.
3-c-b-3) Falta de densidad en las tramas, supeditando los tiempos narrativos a la exposición de clichés que aligeren, identifiquen, sean agradables (en resumen: yo me las follaba a todas) o den un toque de espectáculo. Finalmente, dada la duración de estas series, acaban teniendo más agujeros en el argumento que el coche de Bonnie & Clyde. Narcos no es la excepción y cualquiera que piense detenidamente en lo que le están contando (no en sí está bien contado o no, que en este caso sí) seguramente lo encontrará absurdo.
Síntesis de 3-c-b: Todo es una cuestión de contabilidad. Los 6.000 millones de presupuestos en contenidos han llevado a Netflix a cometer los mismos “errores” que llevan cometiendo las superproducciones durante la tira de años para asegurarse la taquilla. Los mismos errores que transformaron las superproducciones en un circo de la Marvel. Ahora que lo pienso: la Marvel y Netflix.
3-d) Opinión: Es muy sucio eso de afirmar que la serie está basada en hechos reales, y, encima, poner un narrador para hacerla pasar por una inocente crónica dramatizada, cuando en verdad te estás pasando por la galleta todo el meollo del asunto. Sobre todo porque efectivamente esos hechos sucedieron. Pero bueno, Spielberg hizo lo mismo y arrasó. Así que.
4) Vs: Pero nada deja tanto en evidencia a Narcos como El Patrón Del Mal. Sí, es cierto que todos los interiores de EPDM tienen (lamentablemente) la misma iluminación. Y no es 4k. Pero, joder, se escuchan perfectamente los diálogos de los personajes. Imaginen. Y si Narcos simplifica la trama hasta la anorexia, hasta dejar a Escobar en un hombre de dimensiones tan míticas como caricaturescas, EPDM nos muestra esa misma época y personajes pero sin caer en los estereotipos, siempre con el máximo grado de respeto tanto por lo que se cuenta como por el espectador. El ejemplo perfecto es la propia figura de Escobar, y en este sentido la interpretación de Andrés Parra fue creciendo, evolucionando como el propio Escobar (a diferencia del Escobar de cartón-piedra de Narcos) hasta llegar a ser colosal. Soberbia.
EPDM Es tan entretenida como Narcos (o más) sin renunciar a nada. Posee un montaje y una narración en los que sin sacrificar la profundidad o la coherencia (draconiana en este caso) se dota a la serie de más dinamismo, claroscuros y sentido del humor, sin dejar de ser nunca esencialmente aterradora, de perturbar la paz del espectador abriendo frentes, formulando preguntas, sin caer en esos tiempos muertos de Narcos en los que no puede pasar nada porque los agentes de la DEA están en el despacho (como si mágicamente Escobar sólo existiera cuando entraba en el campo perceptivo de los gringos). Y eso, teniendo en cuenta que es 4 veces más larga que la parte de Narcos dedicada a Escobar, me parece casi humillante: sí, la historia es en principio la misma; deduzcan ustedes qué es lo que unos no tienen y otros sí.
Serie

7,6
29.750
8
8 de julio de 2020
8 de julio de 2020
15 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando Lutero hizo su enmienda al catolicismo, lo que creó, entre otras cosas, es una paradoja metafísica situada en el mismo núcleo de la reforma: si Dios era omnisciente, razonó, su conocimiento también lo es y, por lo tanto, ha de conocer nuestros destinos, pues estos ya han debido ser trazados en su mente hasta el más pequeño detalle. El problema es que según esa doctrina los sujetos tan solo son meros efectos en la inextricable cadena de acontecimientos que Dios había configurado, nuestra salvación o condena habría sido decidida por él mucho antes de nuestro nacimiento, y la libertad no sería más que una ficción erguida sobre nuestro ignorancia y conocimiento parcial. Así, nadie puede hacer nada que escape al diseño divino, que lo altere de algún modo, pues el libre albedrío queda de facto suprimido; y todo el universo, toda injusticia, desigualdad o malevolencia, implícitamente justificada.
Lutero no hizo más que crear un programa espiritual a la medida del pensamiento mecanicista que ya se abría paso en otros saberes; contra ella, contra esa visión absurdamente lógica que culmina en la Ilustración y los panfletos de Hegel (por supuesto, toda esta línea de no-pensamiento que inauguró la Reforma aún sigue vigente, solo que travestida: materialismo, monismo, nacionalismo…), acabaron revelándose los románticos. Los verdaderos Románticos. Especialmente Schopenhauer; parte de cuya filosofía es parafraseada en clave pop por Dark: serie que reviste de un ropaje narrativo el quid de la disputa (predestinación vs libre albedrío) mediante la escenificación y contraposición de ambas doctrinas filosóficas.
Joyce apuntó que de entre todas los sucedáneos del cristianismo el único coherente es el catolicismo, pues si nosotros no éramos más que piedras que caen ajenas a las fuerzas que las gobiernan, nuestras creencias ni siquiera podían considerarse genuinamente nuestras, y mucho menos la responsabilidad de nuestros actos. Schopenhauer, más sutil, admitió que podía ser cierto que los humanos tuvieran un mecanismo básico, al cual llamó voluntad de vida, que condiciona todo su ser y mediante el cual son empujados a desear. En la medida en que deseamos, afirmaba, somos esclavos de nuestra voluntad, la cual esencialmente tan sólo pretende satisfacer su deseo, esencialmente: reproducirse-permanecer, sumiendo a los sujetos en una insatisfacción constante debido a la propia tensión que el mismo genera (obsérvese el parecido con lo que más tarde diría Freud; obsérvese que lo que en Dark multiplica el dolor es precisamente la incapacidad de renunciar al deseo… a un deseo muy concreto…). Sin embargo, Schopenhauer atisbó un resquicio de libertad, pues si el deseo era lo que encadenaba, “bastaba” con deshacerse de él para neutralizar la insatisfacción. Schopenhauer, como Kant, tan sólo contemplaba la libertad como una consecuencia imprevista de la renuncia y el sacrificio. Lo que condiciona, lo que anula la libertad, afirmó, es seguir ciegamente ese deseo, que es para todos igual; solo es posible esquivar esa “ley natural” en la medida en que el deseo se hace consciente y podemos manipularlo. Para Schopenhauer, por lo tanto, solo somos individuales en la medida en que podemos renunciar a los dictados de la voluntad y sublimar el deseo: su superhombre es el santo y el artista. Y por cierto que toda esta otra línea de pensamiento no solo es totalmente católico-cristiana (Schopenhauer fue un ferviente lector tanto de la Upanishad como de Calderón), sino que también es la base de todo equilibrio y libertad social, pues como bien sabían los propios ilustrados, la libertad de uno acaba allí donde empieza la de los demás.
Toda la serie consiste en una exposición pormenorizada, insistente y reiterativa de la futilidad del deseo y el sinsentido de la predestinación. Se repite, porque el deseo siempre es el mismo; y se estrella una y otra vez contra el suelo, porque si todo está escrito no podía ser de otra manera. El problema, evidentemente, no viene de ahora, viene de mucho más atrás, quizá desde el principio; en cualquier caso, siempre ha sido el mismo. Así, lo que en apariencia es un mensaje antinuclear, en realidad es un ataque de rebeldía contra la doctrina de la predestinación y el materialismo. Para decirlo claramente: hubiera dado igual que en vez de una central nuclear hubiera sido una solar o una factoría de Volskwagen (evidentemente, queda más potente, más ciencia ficción, la opción nuclear), lo importante son los secretos que se ocultan o han quedado enterrados por el camino en aras de ir satisfaciendo el deseo. Y la propia nuclear tan solo es una metáfora de la sociedad que la crea: aparentemente limpia, segura e inocente, aparentemente honesta, augurio de riqueza ilimitada, promesa de energía barata, situada en medio de la naturaleza casi como de una continuidad de la misma se tratara. Así se vendió entonces.
Lutero no hizo más que crear un programa espiritual a la medida del pensamiento mecanicista que ya se abría paso en otros saberes; contra ella, contra esa visión absurdamente lógica que culmina en la Ilustración y los panfletos de Hegel (por supuesto, toda esta línea de no-pensamiento que inauguró la Reforma aún sigue vigente, solo que travestida: materialismo, monismo, nacionalismo…), acabaron revelándose los románticos. Los verdaderos Románticos. Especialmente Schopenhauer; parte de cuya filosofía es parafraseada en clave pop por Dark: serie que reviste de un ropaje narrativo el quid de la disputa (predestinación vs libre albedrío) mediante la escenificación y contraposición de ambas doctrinas filosóficas.
Joyce apuntó que de entre todas los sucedáneos del cristianismo el único coherente es el catolicismo, pues si nosotros no éramos más que piedras que caen ajenas a las fuerzas que las gobiernan, nuestras creencias ni siquiera podían considerarse genuinamente nuestras, y mucho menos la responsabilidad de nuestros actos. Schopenhauer, más sutil, admitió que podía ser cierto que los humanos tuvieran un mecanismo básico, al cual llamó voluntad de vida, que condiciona todo su ser y mediante el cual son empujados a desear. En la medida en que deseamos, afirmaba, somos esclavos de nuestra voluntad, la cual esencialmente tan sólo pretende satisfacer su deseo, esencialmente: reproducirse-permanecer, sumiendo a los sujetos en una insatisfacción constante debido a la propia tensión que el mismo genera (obsérvese el parecido con lo que más tarde diría Freud; obsérvese que lo que en Dark multiplica el dolor es precisamente la incapacidad de renunciar al deseo… a un deseo muy concreto…). Sin embargo, Schopenhauer atisbó un resquicio de libertad, pues si el deseo era lo que encadenaba, “bastaba” con deshacerse de él para neutralizar la insatisfacción. Schopenhauer, como Kant, tan sólo contemplaba la libertad como una consecuencia imprevista de la renuncia y el sacrificio. Lo que condiciona, lo que anula la libertad, afirmó, es seguir ciegamente ese deseo, que es para todos igual; solo es posible esquivar esa “ley natural” en la medida en que el deseo se hace consciente y podemos manipularlo. Para Schopenhauer, por lo tanto, solo somos individuales en la medida en que podemos renunciar a los dictados de la voluntad y sublimar el deseo: su superhombre es el santo y el artista. Y por cierto que toda esta otra línea de pensamiento no solo es totalmente católico-cristiana (Schopenhauer fue un ferviente lector tanto de la Upanishad como de Calderón), sino que también es la base de todo equilibrio y libertad social, pues como bien sabían los propios ilustrados, la libertad de uno acaba allí donde empieza la de los demás.
Toda la serie consiste en una exposición pormenorizada, insistente y reiterativa de la futilidad del deseo y el sinsentido de la predestinación. Se repite, porque el deseo siempre es el mismo; y se estrella una y otra vez contra el suelo, porque si todo está escrito no podía ser de otra manera. El problema, evidentemente, no viene de ahora, viene de mucho más atrás, quizá desde el principio; en cualquier caso, siempre ha sido el mismo. Así, lo que en apariencia es un mensaje antinuclear, en realidad es un ataque de rebeldía contra la doctrina de la predestinación y el materialismo. Para decirlo claramente: hubiera dado igual que en vez de una central nuclear hubiera sido una solar o una factoría de Volskwagen (evidentemente, queda más potente, más ciencia ficción, la opción nuclear), lo importante son los secretos que se ocultan o han quedado enterrados por el camino en aras de ir satisfaciendo el deseo. Y la propia nuclear tan solo es una metáfora de la sociedad que la crea: aparentemente limpia, segura e inocente, aparentemente honesta, augurio de riqueza ilimitada, promesa de energía barata, situada en medio de la naturaleza casi como de una continuidad de la misma se tratara. Así se vendió entonces.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Por otra parte, Dark es la serie más cinematográfica que he visto hasta ahora. Más allá del dólar, lo que realmente diferencia a una película de una serie es su unidad formal-narrativa y su capacidad de síntesis. Dark es una serie que solo cuenta una historia de varias maneras y desde diferentes perspectivas, pero solo una; no ha sido alargada ni recortada, no hay paréntesis ni rupturas de tono, es una sola historia contada de manera ininterrumpida, siempre en el mismo tono y a la misma velocidad. Y su historia es en sí misma una síntesis de otra historia: la que no puede contarse, la que nosotros, simples humanos, no podemos entender.
Es cierto que sus coartadas científicas (la partícula de Dios, la radiación nuclear…) son estúpidas, que se columpia peligrosamente en el maniqueísmo, que es excesivamente solemne y que ciertas relaciones y reacciones están estiradas más allá de lo verosímil, pero bajo ese envoltorio hay ciencia ficción de verdad, metafísica de verdad y Tragedia. Tragedia en el sentido clásico: los “errores” son grabados de manera irrevocable sobre la piedra de la eternidad, el más pequeño gesto puede desencadenar devastadores efectos adversos de carácter irreparable. Frente a la ligereza del drama, Dark opone la lentitud, la densidad y la gravedad de la tragedia; un elenco de personajes que al ser arrastrados por el Destino (por la Voluntad), apenas sabe mantenerse a flote. Infelices, insatisfechos, alienados y lo suficientemente sensibles como para ser conscientes de ello. Su pathos participa del mismo tipo de sarcasmo mediante el cual Schopenhauer, empeñado en demostrar que toda vida es un milagro, acabó reclamando el cese inmediato de toda natalidad, pues, según decía, nosotros solo somos los encargados de transformarla en purgatorio.
Es cierto que sus coartadas científicas (la partícula de Dios, la radiación nuclear…) son estúpidas, que se columpia peligrosamente en el maniqueísmo, que es excesivamente solemne y que ciertas relaciones y reacciones están estiradas más allá de lo verosímil, pero bajo ese envoltorio hay ciencia ficción de verdad, metafísica de verdad y Tragedia. Tragedia en el sentido clásico: los “errores” son grabados de manera irrevocable sobre la piedra de la eternidad, el más pequeño gesto puede desencadenar devastadores efectos adversos de carácter irreparable. Frente a la ligereza del drama, Dark opone la lentitud, la densidad y la gravedad de la tragedia; un elenco de personajes que al ser arrastrados por el Destino (por la Voluntad), apenas sabe mantenerse a flote. Infelices, insatisfechos, alienados y lo suficientemente sensibles como para ser conscientes de ello. Su pathos participa del mismo tipo de sarcasmo mediante el cual Schopenhauer, empeñado en demostrar que toda vida es un milagro, acabó reclamando el cese inmediato de toda natalidad, pues, según decía, nosotros solo somos los encargados de transformarla en purgatorio.
SerieDocumental

7,9
60
Documental
9
28 de junio de 2023
28 de junio de 2023
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hasta ahora, a grandes rasgos, los documentales de Curtis se han caracterizado por ser compendios de imágenes de archivo sobre las que el director exponía su visión de la sociedad contemporánea. A pesar de lo inmediato de sus temas, son documentales tan abstractos y centrados en sus imágenes que, incluso sin voz en off, es decir, aun prescindiendo de los ejercicios de contorsionismo mental y de las rimbombantes afirmaciones que suelen llevar asociados y que tanto gustan a su director (su manera de razonar tiene mucho de giro de guion), sería difícil confundirlos con los de cualquier otro.
Pues bien, Traumazone renuncia a todo eso para erguirse como la obra más experimental dentro una filmografía tan poco comercializable como puedan serlo los documentales de tres horas sobre temas que siempre comienzan en blanco y negro. Y no sólo no hay voz en off sino que la única música que suena es incidental y las imágenes apenas son un collage sin más orden que el cronológico. Es decir, no hay ni florituras visuales ni oscuros temas de techno. En él ya no se juega con la puesta en escena, con el uso del color o con la nitidez de la imagen, y mucho menos con un montaje que, en esta ocasión, es seco, abrupto y completamente funcional, y mediante el cual, más que asociar ideas, se disocian vidas y circunstancias, pues lo que aquí importa no es lo que une sino lo que separa.
Sus pretensiones también son -algo- menores: ya no se trata de examinar el papel de la tecnología o el de la propaganda a lo largo de la historia contemporánea, sino que el documental está confinado a apenas dos décadas y a un contexto estrictamente determinado. Primero, al final de la unión soviética, y, después, a los rusos y sus convecinos. Traumazone está protagonizada íntegramente por ellos, su día a día y sus rutinas, sin más intromisión del director que unos cuantos subtítulos para ponernos en contexto. El único nexo entre las diferentes imágenes y testimonios es el hecho de que todos lo estaban sintiendo. No necesariamente la caída de la Unión Soviética o la llegada de la “democracia”, sino, simplemente, la realidad que ante ellos se desplegaba.
Hay rusos de todas las condiciones y en las más diversas circunstancias. El documental abraca el espectro social completo y reparte entre ellos tiempos bastante equilibrados, desde el presidente hasta el mendigo, desde la línea del frente hasta la Siberia profunda. El director, eso sí, se dedica a jugar con esos contrastes geográficos y sociales para realzar el esperpento en el que fue transformándose una situación que era terrible y que después no lo pareció tanto. En ese uso de la ironía está la única constante respecto a sus anteriores documentales.
Sin embargo, a pesar de haberse ceñido a tan estrechos márgenes y depender en gran medida del testimonio de terceros, el documental no es más que la -puesta en escena- de las tesis que su autor ya había manifestado. Solo que lo que allí era teorías, aquí es rutina. Según Curtis, es difícil comprender lo que sucede en el plano social, y, en cualquier caso, el propio acto de la comprensión no es más un ejercicio inútil, pues la realidad se ha vuelto tan compleja y articulada que no es posible ordenarla puesto que toda acción interactuará con los procesos que ya están en marcha hasta acabar desvirtuada. Además, la hipernormalización, con sus miedos y apatías, con sus mundos virtuales y sus Disneyworlds, con sus simulacros y sus tecnologías, ha desintegrado la sociedad y anulado a sus individuos, de tal forma que ni tan siquiera es posible concebir alternativas. Estas son las tesis que en Traumazone se convierten en la rutina de millones de personas.
Según retrata, a la miseria de un comunismo agonizante, tan estúpido y acomplejado que incluso soñaba con ceder la gestión de la sociedad a un sistema informático, le sucedió una privatización masiva que rápidamente degeneró en la pesadilla anarcocapitalista de la que surgieron los oligarcas. En la práctica, el sueño liberal desembocó en que unos pocos se repartieran bombones, <<para endulzar la vida, porque hay afuera la cosa está muy fea>>, mientras el resto perecía de hambre y frio; y la corrupción, masiva antes de liberalización y absoluta después de ella, se volvió tan sistémica (la corrupción era el sistema) que en las factorías de coches las mafias esperaban con la llaves al final de la línea de montaje.
Goethe dijo que prefería la injusticia al desorden, viendo este documental es fácil entender porqué. Platón, sin una Historia en la que mirar, escribió que la democracia, especialmente en tiempos de crisis, puede transformarse fácilmente en una oligarquía, y que ésta, a su vez, debido a luchas internas o a su precario equilibrio (no es fácil controlar a las masas que tienen poco o nada que perder), acabará evolucionando a tiranía. Para él, curiosamente, la tiranía es el resultado de dar a las masas una libertad que no saben gestionar.
En el caso de Rusia, llovía sobre mojado. Tras la caída del régimen se construyó en una noche una democracia que no fue más que otro simulacro, como de costumbre, específicamente diseñado para que las multinacionales occidentales perpetraran su atraco. Del caos necesario para llevar a buen puerto el asalto, se alimentó un miedo que nunca se había ido, y los rusos, sumidos en un desorden enloquecedor que recorría todos los estratos, en medio de ese simulacro en el que las cosas dejaron de funcionar mientras se caían a pedazos, pudieron experimentar qué es lo que pasa cuando un gobierno cede por completo su puesto a la iniciativa privada. Y es que, llegados a un punto, también a ellos les quedó claro que era preferible un orden injusto a cualquier ley de selva, por muy libertaria y tolerante que esta fuera. Astutamente, el documental acaba con la llegada de Putin al poder.
Pues bien, Traumazone renuncia a todo eso para erguirse como la obra más experimental dentro una filmografía tan poco comercializable como puedan serlo los documentales de tres horas sobre temas que siempre comienzan en blanco y negro. Y no sólo no hay voz en off sino que la única música que suena es incidental y las imágenes apenas son un collage sin más orden que el cronológico. Es decir, no hay ni florituras visuales ni oscuros temas de techno. En él ya no se juega con la puesta en escena, con el uso del color o con la nitidez de la imagen, y mucho menos con un montaje que, en esta ocasión, es seco, abrupto y completamente funcional, y mediante el cual, más que asociar ideas, se disocian vidas y circunstancias, pues lo que aquí importa no es lo que une sino lo que separa.
Sus pretensiones también son -algo- menores: ya no se trata de examinar el papel de la tecnología o el de la propaganda a lo largo de la historia contemporánea, sino que el documental está confinado a apenas dos décadas y a un contexto estrictamente determinado. Primero, al final de la unión soviética, y, después, a los rusos y sus convecinos. Traumazone está protagonizada íntegramente por ellos, su día a día y sus rutinas, sin más intromisión del director que unos cuantos subtítulos para ponernos en contexto. El único nexo entre las diferentes imágenes y testimonios es el hecho de que todos lo estaban sintiendo. No necesariamente la caída de la Unión Soviética o la llegada de la “democracia”, sino, simplemente, la realidad que ante ellos se desplegaba.
Hay rusos de todas las condiciones y en las más diversas circunstancias. El documental abraca el espectro social completo y reparte entre ellos tiempos bastante equilibrados, desde el presidente hasta el mendigo, desde la línea del frente hasta la Siberia profunda. El director, eso sí, se dedica a jugar con esos contrastes geográficos y sociales para realzar el esperpento en el que fue transformándose una situación que era terrible y que después no lo pareció tanto. En ese uso de la ironía está la única constante respecto a sus anteriores documentales.
Sin embargo, a pesar de haberse ceñido a tan estrechos márgenes y depender en gran medida del testimonio de terceros, el documental no es más que la -puesta en escena- de las tesis que su autor ya había manifestado. Solo que lo que allí era teorías, aquí es rutina. Según Curtis, es difícil comprender lo que sucede en el plano social, y, en cualquier caso, el propio acto de la comprensión no es más un ejercicio inútil, pues la realidad se ha vuelto tan compleja y articulada que no es posible ordenarla puesto que toda acción interactuará con los procesos que ya están en marcha hasta acabar desvirtuada. Además, la hipernormalización, con sus miedos y apatías, con sus mundos virtuales y sus Disneyworlds, con sus simulacros y sus tecnologías, ha desintegrado la sociedad y anulado a sus individuos, de tal forma que ni tan siquiera es posible concebir alternativas. Estas son las tesis que en Traumazone se convierten en la rutina de millones de personas.
Según retrata, a la miseria de un comunismo agonizante, tan estúpido y acomplejado que incluso soñaba con ceder la gestión de la sociedad a un sistema informático, le sucedió una privatización masiva que rápidamente degeneró en la pesadilla anarcocapitalista de la que surgieron los oligarcas. En la práctica, el sueño liberal desembocó en que unos pocos se repartieran bombones, <<para endulzar la vida, porque hay afuera la cosa está muy fea>>, mientras el resto perecía de hambre y frio; y la corrupción, masiva antes de liberalización y absoluta después de ella, se volvió tan sistémica (la corrupción era el sistema) que en las factorías de coches las mafias esperaban con la llaves al final de la línea de montaje.
Goethe dijo que prefería la injusticia al desorden, viendo este documental es fácil entender porqué. Platón, sin una Historia en la que mirar, escribió que la democracia, especialmente en tiempos de crisis, puede transformarse fácilmente en una oligarquía, y que ésta, a su vez, debido a luchas internas o a su precario equilibrio (no es fácil controlar a las masas que tienen poco o nada que perder), acabará evolucionando a tiranía. Para él, curiosamente, la tiranía es el resultado de dar a las masas una libertad que no saben gestionar.
En el caso de Rusia, llovía sobre mojado. Tras la caída del régimen se construyó en una noche una democracia que no fue más que otro simulacro, como de costumbre, específicamente diseñado para que las multinacionales occidentales perpetraran su atraco. Del caos necesario para llevar a buen puerto el asalto, se alimentó un miedo que nunca se había ido, y los rusos, sumidos en un desorden enloquecedor que recorría todos los estratos, en medio de ese simulacro en el que las cosas dejaron de funcionar mientras se caían a pedazos, pudieron experimentar qué es lo que pasa cuando un gobierno cede por completo su puesto a la iniciativa privada. Y es que, llegados a un punto, también a ellos les quedó claro que era preferible un orden injusto a cualquier ley de selva, por muy libertaria y tolerante que esta fuera. Astutamente, el documental acaba con la llegada de Putin al poder.
8
10 de abril de 2021
10 de abril de 2021
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
El documental se articula en torno a las “biografías políticas” de apenas media docena de personajes de países que en apariencia atravesaban diferentes circunstancias. Observa que pese a esas diferencias los actos de estos individuos, reacciones a la implantación de determinadas políticas, acabaron sirviendo de catalizador de la de globalización (tecnológica) que ellos mismos pretendían combatir. Finalmente, analiza las causas de tan fatídicos giros, concluyendo que, con independencia de las heterogéneas circunstancias de las que cada uno de ellos partía, ya se habían puesto en marcha procesos a una escala que no dejaba margen alguno entre los posibles resultados.
Analiza varios factores: la naturaleza de la sociedad técnico-industrial, que disuelve los vínculos sociales y, simultáneamente, homogeniza a los individuos; el individualismo que resulta de esa disolución (de carácter exclusivamente narcisista, mediante el que los sujetos son responsabilizados de sus destinos para que la política pueda lavarse las manos); y el fin de las ideologías que implica tanto la caída del comunismo y la transformación de China en una corporación como la naturalización y subsiguiente invisibilización de la ideología que justifica nuestra sociedad: el liberalismo económico moderno.
El documental es una “síntesis” de las ideas que su autor había expuesto en sus anteriores trabajos, los cuales a su vez eran una puesta al día de El Mito de la Máquina, y que aun sin contar con la perspicacia, el apabullante despliegue de conocimientos o la profundidad visionaria de aquellos volúmenes, resultaban igualmente clarividentes; es en este sentido, en el poético, en su capacidad de sugerir, de trenzar y refinar ideas mediante la imagen y el sonido, en el que los supera a todos, dibujando a lo largo de su metraje un impresionante fresco que arranca a comienzos del siglo XX, desmitificando la Belle Époque, lo atraviesa: guerras mundiales, Guerra Fría, Oriente Medio…, y se clava en nuestro presente: distribución del poder, cambio climático, vuelta a los populismos…
En definitiva, es el documental más exhaustivo que se haya realizado sobre las causas y efectos del Antropoceno. Quizá a veces se embrolla demasiado y en otras ocasiones, cuando uno piensa que debería ahondar más en un determinado aspecto, se limita a un par de vagas de referencias; pero creo que dada la magnitud, el alcance y el medio en que inscribe esas ideas (es una serie, con sus capítulos, sus personajes, su drama y su tragedia), no son más que pequeños deslices en aras de resaltar otra idea central: El poder de las imágenes y los posibles discursos que contienen.
Y es que a pesar de ser un documental sobre algo a priori tan discursivo como pueda ser la geopolítica (en donde, desde una perspectiva académica, la única imagen necesaria para comprender algo siempre cabe en un mapa o una gráfica), el peso, la naturaleza y los tiempos que tienen tanto las imágenes como la música no solo sirven para ejemplificar el discurso sino que lo transforman: más que una clase magistral es una sesión de hipnosis en donde el chamán, en un despiadado tono monocorde, recita su telúrico mantra para conjurar las fuerzas de lo oculto e invisible que rigen nuestros ideas, sentimientos y destinos.
Cada imagen tiene su propia textura: desde la fantasía comunista china, donde la oscuridad se ciñe por los márgenes, donde todos los colores están al servicio de unos rojos fulgurantes que centellean sobre la cámara, hasta las imágenes ultradéfinidas de las enormes y luminosas salas donde se instalan los racks, sin presencia humana y donde solo aparentemente no sucede nada, pasando por el gris industrial de los albores de la Inglaterra del siglo XX o las clásicas escenas de la 2ª guerra mundial, donde todo parece tan remoto y extrañamente cercano. Cada textura, cada formato y cada narración, tiene incorporada la propia ideología en la que se crea (el documental muestra este aspecto de una manera tan sencilla, directa y elegante mediante la simple contraposición de las mismas y saltos temporales). Sea anuncio, película o entrevista, sea el muro cayendo, gente bailando o una cámara infrarroja desde el helicóptero, no hay imagen que no remita directamente a la ideología y el momento específico en que se crea. En última instancia, dos factores subyacen a toda la escenificación: la negación del pensamiento (de ahí que los acentos, los énfasis, recaigan sobre la música y las imágenes, no sobre las palabras, pues nuestra propia sociedad es ante todo visual y, justo en esa medida, no discursiva), y la propia complejidad de un sistema cuyas interacciones producen resultados imprevistos (de ahí la necesidad de solapar y de volver constantemente la vista atrás para contrastar entre metas tan diversas y resultados tan convergentes).
La negación del pensamiento que implica la sociedad de consumo (ante todo visual: series, películas, videojuegos, Instagram…), con su obsesión por lo material y lo mensurable (<<Lo que no se puede medir no existe>>, reza el segundo mandamiento de Google), acaba negando los mismos fundamentos sobre los que erige. Como la ciencia, que al -reducir- a los individuos a un conjunto de interacciones electroquímicas, o de estímulos y respuestas, niega no sólo la consciencia sino al propio pensamiento que da luz a todo el asunto. Es el inconsciente y el más allá. La sociedad hiperindividualista que acaba negando al individuo. El triunfo de la voluntad en el que ni tan siquiera hay necesidad de conocer, pues lo real es incognoscible, el conocimiento es falso y la tierra es plana. Es la demagogia final mediante la que ya es posible creer en ideas abiertamente excluyentes. Oriol Junqueras, católico, nacionalista y de izquierdas siendo elegido por Der Spigel como el intelectual español más influyente.
Analiza varios factores: la naturaleza de la sociedad técnico-industrial, que disuelve los vínculos sociales y, simultáneamente, homogeniza a los individuos; el individualismo que resulta de esa disolución (de carácter exclusivamente narcisista, mediante el que los sujetos son responsabilizados de sus destinos para que la política pueda lavarse las manos); y el fin de las ideologías que implica tanto la caída del comunismo y la transformación de China en una corporación como la naturalización y subsiguiente invisibilización de la ideología que justifica nuestra sociedad: el liberalismo económico moderno.
El documental es una “síntesis” de las ideas que su autor había expuesto en sus anteriores trabajos, los cuales a su vez eran una puesta al día de El Mito de la Máquina, y que aun sin contar con la perspicacia, el apabullante despliegue de conocimientos o la profundidad visionaria de aquellos volúmenes, resultaban igualmente clarividentes; es en este sentido, en el poético, en su capacidad de sugerir, de trenzar y refinar ideas mediante la imagen y el sonido, en el que los supera a todos, dibujando a lo largo de su metraje un impresionante fresco que arranca a comienzos del siglo XX, desmitificando la Belle Époque, lo atraviesa: guerras mundiales, Guerra Fría, Oriente Medio…, y se clava en nuestro presente: distribución del poder, cambio climático, vuelta a los populismos…
En definitiva, es el documental más exhaustivo que se haya realizado sobre las causas y efectos del Antropoceno. Quizá a veces se embrolla demasiado y en otras ocasiones, cuando uno piensa que debería ahondar más en un determinado aspecto, se limita a un par de vagas de referencias; pero creo que dada la magnitud, el alcance y el medio en que inscribe esas ideas (es una serie, con sus capítulos, sus personajes, su drama y su tragedia), no son más que pequeños deslices en aras de resaltar otra idea central: El poder de las imágenes y los posibles discursos que contienen.
Y es que a pesar de ser un documental sobre algo a priori tan discursivo como pueda ser la geopolítica (en donde, desde una perspectiva académica, la única imagen necesaria para comprender algo siempre cabe en un mapa o una gráfica), el peso, la naturaleza y los tiempos que tienen tanto las imágenes como la música no solo sirven para ejemplificar el discurso sino que lo transforman: más que una clase magistral es una sesión de hipnosis en donde el chamán, en un despiadado tono monocorde, recita su telúrico mantra para conjurar las fuerzas de lo oculto e invisible que rigen nuestros ideas, sentimientos y destinos.
Cada imagen tiene su propia textura: desde la fantasía comunista china, donde la oscuridad se ciñe por los márgenes, donde todos los colores están al servicio de unos rojos fulgurantes que centellean sobre la cámara, hasta las imágenes ultradéfinidas de las enormes y luminosas salas donde se instalan los racks, sin presencia humana y donde solo aparentemente no sucede nada, pasando por el gris industrial de los albores de la Inglaterra del siglo XX o las clásicas escenas de la 2ª guerra mundial, donde todo parece tan remoto y extrañamente cercano. Cada textura, cada formato y cada narración, tiene incorporada la propia ideología en la que se crea (el documental muestra este aspecto de una manera tan sencilla, directa y elegante mediante la simple contraposición de las mismas y saltos temporales). Sea anuncio, película o entrevista, sea el muro cayendo, gente bailando o una cámara infrarroja desde el helicóptero, no hay imagen que no remita directamente a la ideología y el momento específico en que se crea. En última instancia, dos factores subyacen a toda la escenificación: la negación del pensamiento (de ahí que los acentos, los énfasis, recaigan sobre la música y las imágenes, no sobre las palabras, pues nuestra propia sociedad es ante todo visual y, justo en esa medida, no discursiva), y la propia complejidad de un sistema cuyas interacciones producen resultados imprevistos (de ahí la necesidad de solapar y de volver constantemente la vista atrás para contrastar entre metas tan diversas y resultados tan convergentes).
La negación del pensamiento que implica la sociedad de consumo (ante todo visual: series, películas, videojuegos, Instagram…), con su obsesión por lo material y lo mensurable (<<Lo que no se puede medir no existe>>, reza el segundo mandamiento de Google), acaba negando los mismos fundamentos sobre los que erige. Como la ciencia, que al -reducir- a los individuos a un conjunto de interacciones electroquímicas, o de estímulos y respuestas, niega no sólo la consciencia sino al propio pensamiento que da luz a todo el asunto. Es el inconsciente y el más allá. La sociedad hiperindividualista que acaba negando al individuo. El triunfo de la voluntad en el que ni tan siquiera hay necesidad de conocer, pues lo real es incognoscible, el conocimiento es falso y la tierra es plana. Es la demagogia final mediante la que ya es posible creer en ideas abiertamente excluyentes. Oriol Junqueras, católico, nacionalista y de izquierdas siendo elegido por Der Spigel como el intelectual español más influyente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Esta apoteosis de la imagen va de la mano del fin de lo individual, de lo íntimo, del fracaso de lo social y el éxtasis de la tecnología. El hombre es un animal político, sin sociedad, sin un tipo de sociedad concreta, la democrática, no puede haber individuos, y sin individuos no puede haber democracia (la democracia no se "inventó" porque un montón de lores se reunieran en una cámara y agitaran solidariamente sus pelucas… es un proceso que conlleva siglos de cambios en la misma naturaleza del ser humano, su sociedad y su visión del mundo), tan solo ganado del que extraer algún tipo de rentabilidad “económica” con independencia de lo perjudicial que esta pueda ser en cualquier otro nivel.
Justo ahí está el único reproche que le puedo hacer al documental. Olvida una de las claves del problema simplemente para no tener que enfrentar lo que eso podría significar, abandonándose a la esperanza. Esto es: La democracia se generó de manera orgánica en un tipo de sociedad muy diferente de la actual (básicamente, agrícolas), y la versión representativa no es más que un remiendo, un apaño que la propia evolución tecnológica dejó igualmente obsoleta, como a las naciones, las banderas o las fronteras. Peor aún: cualquier tipo de democracia directa, y no digamos ya a escala global, podría conducir fácilmente a una lucha de visiones e intereses contrapuestos para los que sería casi imposible encontrar una solución (y desde luego que no sería pacífica), pues seguramente países como China estén aún menos preparados que Rusia para cualquier tipo de democracia. No digamos ya Arabia Saudí o Guinea Ecuatorial. Por la simple razón de que no han seguido la misma evolución histórica que "Europa occidental", es decir, son sociedades que aun habiendo llegado un punto similar al nuestro lo han hecho por caminos completamente diferentes. Y lo único que importa aquí, es, precisamente, el camino, la Historia. Por eso en Honk-kong se manifestaban mientras desde China los contemplaban con absoluta indiferencia. Por lo demás, es fácil satisfacer las demandas de alguien que nunca tuvo nada, basta con lanzarle las sobras a la cara.
Justo ahí está el único reproche que le puedo hacer al documental. Olvida una de las claves del problema simplemente para no tener que enfrentar lo que eso podría significar, abandonándose a la esperanza. Esto es: La democracia se generó de manera orgánica en un tipo de sociedad muy diferente de la actual (básicamente, agrícolas), y la versión representativa no es más que un remiendo, un apaño que la propia evolución tecnológica dejó igualmente obsoleta, como a las naciones, las banderas o las fronteras. Peor aún: cualquier tipo de democracia directa, y no digamos ya a escala global, podría conducir fácilmente a una lucha de visiones e intereses contrapuestos para los que sería casi imposible encontrar una solución (y desde luego que no sería pacífica), pues seguramente países como China estén aún menos preparados que Rusia para cualquier tipo de democracia. No digamos ya Arabia Saudí o Guinea Ecuatorial. Por la simple razón de que no han seguido la misma evolución histórica que "Europa occidental", es decir, son sociedades que aun habiendo llegado un punto similar al nuestro lo han hecho por caminos completamente diferentes. Y lo único que importa aquí, es, precisamente, el camino, la Historia. Por eso en Honk-kong se manifestaban mientras desde China los contemplaban con absoluta indiferencia. Por lo demás, es fácil satisfacer las demandas de alguien que nunca tuvo nada, basta con lanzarle las sobras a la cara.
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3 de febrero de 2013
3 de febrero de 2013
18 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Personaje principal:-A lo largo de los años hemos sido de todo. Practicamos el modernismo.
P2: Y luego el expresionismo.
P3: No olvides el marxismo.
P4: Y el marxismo-leninismo.
P5: El estructuralismo.
P4: Deconstructivismo.
P3: Vanguardismo.
P2: Surrealismo.
P3: Existencialismo.
P4: Cosmopolitismo.
P3: Por dios, ¿hay algún ismo que no hayamos practicado?
PP: Sí, el cretinismo.
Risas.
Diálogo extraído de la película.
P2: Y luego el expresionismo.
P3: No olvides el marxismo.
P4: Y el marxismo-leninismo.
P5: El estructuralismo.
P4: Deconstructivismo.
P3: Vanguardismo.
P2: Surrealismo.
P3: Existencialismo.
P4: Cosmopolitismo.
P3: Por dios, ¿hay algún ismo que no hayamos practicado?
PP: Sí, el cretinismo.
Risas.
Diálogo extraído de la película.
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