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Críticas 43
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
3 de septiembre de 2009
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pierre Eugene Drieu De La Rochelle era un escritor non grato en la Francia interesadamente desmemoriada de la década de los 60, precisamente cuando el director Louis Malle decidió adaptar una de sus más conocidas novelas, "Le fue follet". De La Rochelle se había quitado la vida en 1945, tras haber colaborado con el gobierno títere de Vichy y abrazado, poco antes del inicio de la II Guerra Mundial, el credo brutal de los fascistas. Louis Malle posteriormente trataría tan espinoso tema en una de sus más aclamadas películas, "Lacombe Lucien", pero en el momento del rodaje de "El fuego fatuo" la sociedad no estaba aún preparada para aceptar un exorcismo necesario para cerrar las heridas de una vez por todas.

Malle, autor en solitario del guión, decidió decontextualizar la historia del escritor condenado a la ignominia, desideologizarla, a través de una astuta adaptación del original. Trasladó la acción a la época contemporánea del director y cambió las razones que llevan al suicidio al protagonista. De La Rochelle, en su novela, describía los últimos días de un poeta surrealista amigo suyo, Jacques Rigaud, un personaje arrogante que no toleraba la compasión de nadie, para, a partir de este homenaje, realizar un discurso totalitario y atacar la democracia, culpándola de ser la causante de la decadencia que lleva al suicidio. Louis Malle, por supuesto, no podía torear con semejante bazofia. Por esa razón, dió una base existencial a la angustia del protagonista, Alain, omitiendo toda carga ideológica polémica. "El fuego fatuo" acabo siendo un sombrío, negrísimo estudio de las últimas horas de vida de un hombre de 30 años que, tras salir de una clínica de desintoxicación para alcohólicos, descubre que la única forma de evitar la madurez es suicidarse. Interpretada magníficamente por uno de los grandes secundarios de la cinematografía gala de mediados de siglo, Maurice Ronet ("A pleno sol"), "El fuego fatuo" es una desoladora película, terrible, de una austeridad casi bressoniana, un retrato de unos personajes poseídos por el nihilismo y la desesperación. No sólo Alain es una sombra es un mundo sin calor. Los otros personajes, aquellos que visita antes de dispararse un tiro en el pecho, son igualmente lastimosos (la glacial pareja de la alta burguesía, los dos amigos del partido comunista, los poetas vanidosos que atesora Jeanne Moreau en su casa ...).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Louis Malle combina la voz narrativa y la imágen, dejando que una y otra se complementen y maticen mutuamente. La tenue iluminación de los espacios interiores, el tratamiento literario y visual remiten al estilo de la recién creada Nouevelle Vague. Los planos concebidos para hacer patente la angustia de Alain, visualizándola, por encima de las descripciones más académicas y engoladas que buscan realizar una crítica social hoy desfasada, son magníficas, gracias a la suave, inquietante movilidad de la cámara.
Una de las mejores películas de Louis Malle, "El fuego fatuo" no es apta para depresivos, pues sus terribles imágenes se quedan incrustadas más allá de la retina del espectador.
4 de septiembre de 2009
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando Joseph Losey aceptó dirigir "Stranger on the pound" en 1952, junto al actor Paul Muni, no era consciente de que tal decisión iba a cambiar su vida y su carrera. Mientras rodaba en Italia el Comité de actividades Anti-Americanas le llamó a declarar y su nombre se vió incluido en las tristes listas negras del paranoico anticomunista senador Mac Carthy al no comparecer a tiempo.
Durante el accidentado montaje y posterior estreno de su aventura italiana, Losey se encontraba ya en Londres sin trabajo y sin dinero. Atrás dejaba su país y una carrera truncada. Títulos como "El muchacho del pelo verde" (1948), alegato antiracista de poderoso estilo poético, y "The big night" (1951), interesante muestra de género policiaco, habían empezado a darle fama. Ahora, sin embargo, tenía que hacer tabula rasa y empezar de nuevo en una industria, la británica, que dependía demasiado de la estadounidense como para permitirle trabajar con su propio nombre. Losey se dedicó a escribir guiones para cortos (hay que recordar que ganó un Oscar en 1945 por uno de ficción titulado "A gun in his hand"), dirigir anuncios y finalmente hacerse cargo de dos largometrajes, "El tigre dormido" (1954) e "Intimidad" (1956), firmados por supuesto con seudónimo . Su nuevo periplo europeo, sin embargo, lo convirtió en uno de los directores más importantes de la década de los 60. Películas como "Eva" (1962), "Rey y patria" (1964), "Accidente" (1966), "Ceremonia secreta" (1968), "El mensajero" (1970) y, sobre todo, "El sirviente" (1968) le consagraron entre la crítica especializada y los amantes de lo que en aquel tiempo se llamaba Arte y Ensayo. "El sirviente" es la primera colaboración entre Losey y el famoso dramaturgo Harold Pinter, uno de los más renombrados escritores de los "Angry young men". Los orígenes teatrales del director facilitaron la compenetración con su nuevo guionista y ambos volvieron a unir sus talentos en "Accidente" y "El mensajero".
Esta película es, sin duda, la de mayor éxito en la desigual carrera de su director.
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Basada en una novela de Robin Maugham, "El sirviente" plantea el conflicto de la lucha de clases de una manera muy original. Hugo Barrett (inmenso Dirk Bogarde) entra al servicio de Tony, un melifluo y elegante aristócrata (muy convincente la interpretación de un jovencísimo James Fox). A partir de ahí la dependencia del señor hacia su siervo, devenido imprescindible por la incapacidad de su amo, llevará a una inversión de la posición de poder. Hugo conseguirá hacerse con el poder de la casa, una mansión de estilo georgiano, y Tony quedará sometido a la voluntad de Barrett. Las obvias resonancias sexuales de esta relación, - Vera (Sarah Miles), la amante de Hugo, seducirá a Tony y éste desplazará el afecto por su novia Susan (Wendy Craig) debido a su atracción homosexual por Barrett- , trascenderán la anécdota de la lucha de clases para alcanzar una dimensión casi existencial. El cine de Losey ha sido siempre cerebral. Pero lejos de postular tesis ideológicas simples, el argumento le sirve para hacer un amplio uso de medios narrativos puramente cinematográficos. Su talento para la dirección de actores y la maestría que en ocasiones revela en cuanto a la puesta en escena (la presencia de determinados elementos decorativos como metáfora del tema tratado, por ejemplo, los espejos que desdoblan e invierten las imágenes de los protagonistas) le dan a "El sirviente" su verdadero valor cinematográfico, más allá de las interpretaciones sociológicas, políticas o psicológicas de este impecable drama, versión pre hegeliana del mito de Fausto.
31 de agosto de 2009
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Ordet", titulada aquí "La palabra", es, junto a "Dies Irae", "Gertrud" y, por supuesto "La pasión de Juana de Arco" la suma tetralogía capitolina de ese genio del cine llamado Carl Theodor Dreyer. Porque hablar de Dreyer, como de Bergman, es hacerlo de dos de las más altas cumbres del séptimo arte.

La película que voy a reseñar ahora es de sinopsis fácil, pero de calado profundo, tanto que ninguna crítica puede hacerle el debido honor. Johannes, hijo alucinado de la familia Borgen, cree estar en contacto o ser él mismo el Mesías redivivo. Su carácter casi autista, apenas habla en toda la película y sus fugas de casa, recuerdan en cierta manera al Quijote, éste enloquecido por la lectura de libros de caballería, aquél por los textos de Kierkegard. Sin embargo, aquí, el humor está casi ausente, y una extraña trascendencia empapa el blanco y negro de los fotogramas. Las disputas teológicas, la incapacidad por vivir según unas creencias y unos dogmas demasiado estrictos e incomprensibles, todo envuelto en la atmósfera rural de una aldea protestante ( de nuevo la referencia obligada al Bergman de "Los comulgantes"), la fe y la esperanza, la duda y la voluntad del hombre, hacen de "Ordet" un ejemplo magnífico de cine intimista y de inquietudes metafísicas, de preguntas sin respuesta. Es difícil definir esta obra maestra de cine religioso. No es dogmática, ni da lecciones morales, y su trascendencia es más humanista que sobrenatural. Incluso la resurrección final es, según mi opinión, una acción que apoya más bien la ausencia de Dios. El poder del hombre, de Johannes, es su voluntad, y las facciones de la muerta resucitada son más bien vampíricas, ávidas de la vida que un ser mortal , no Dios, le ha dado. El guión es, como el resto de la obra, un ejemplo de depuración y profundidad, al que Dreyer le impele un ritmo sosegado, contemplativo, a la vez que tenso y angustioso, un tono sombrío por cuyos pliegues asoma el poso incomprensible del ser humano. Unos actores desconocidos por estos lares, interpretan muy bien tanto física como psicológicamente, a unos personajes inusuales. La fotografía, excelente, juega con las luces y las sombras (no sólo estéticas, pues apuntalan los anhelos y congojas de los protagonistas) y da un sorprendente relieve a los espacios naturales.
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"Ordet" es una película muy compleja, arte puro, cine sin concesiones que depara sorpresas a la par que cierta desazón existencial (y existencialista). Lo que antaño se etiquetaba como cine de arte y ensayo. Lástima que, debido a la modas del cine norteamericano, a su ritmo acelerado y a su intrascendencia, el cine europeo más eximio se vea relegado al ostracismo de las élites y al buen paladar de algunos cinéfilos. Quisiera terminar con la cita completa del Quijote , de la que ésta película es, sui generis, deudora. Cuando Babieca le dice a Rocinante "Metafísico estáis", éste le responde "Es que no como". Parece que Johannes, como el mismo Dreyer, se alimentan de papel más que de pan y vino.
5 de septiembre de 2009
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los últimos días de la República de Weimar, su agonía, y el feroz surgimiento de una ideología criminal y de un partido, el NSDAP, sirven como telón de fondo de uno de los grandes musicales de la historia del cine, "Cabaret".

Bob Fosse, director de breve pero intensa filmografía, firmó el que podría considerarse el canto del cisne del género (sin olvidarnos de su testamento cinematográfico, la genial "All that jazz"). Basado en el libro "Adiós Berlín" de Christopher Isherwood, escritor británico que visitó a la Alemania de entreguerras en busca de amoríos homosexuales, y que tuvo una anterior adaptación titulada "Soy una cámara", interpretada por Laurence Harvey, mucho más contenida y censurada, "Cabaret" sirve a la vez de inspirada recreación histórica, de inusual historia de amor a tres bandas y, por supuesto, de musical antológico que dió a conocer a una actriz y cantante excepcional. Liza Minelli.
El alter ego de Isherwood tiene en esta ocasión el rostro aniñado del actor Michael York. Recién llegado a Berlín, pronto conoce a una mujer singular ,hija, según ella, de un diplómático norteamericano. Su vida alocada, anárquica y sin tabúes, llama la atención del protagonista, que, a través de ella, se familiarizará con los ambientes desprejuiciados, de moral libérrima, de un país que sobrevive a duras penas por las severas condiciones que el Pacto de Versalles impuso a los vencidos y que servirá de caldo de cultivo de grupúsculos violentamente nacionalistas y antisemitas de los que surgirá el partido nazi. Contraste, pues, entre una sociedad herida que encuentra en los cabarets un reducto donde olvidar su mísero presente y un paraíso que permite romper con las trabas sociales (y sexuales) y que a su vez desea un líder, un Führer, que la saque del pozo en la que se encuentra.
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Los números musicales de "Cabaret" ya forman parte de la historia del séptimo arte. Desde el celebérrimo "Money, money" hasta el bucólico (y terrible) "Tomorrow belongs to me", todos ellos alcanzan tal intensidad dramática y satírica, enlazan, profundizan y acompañan de tal manera la acción narrativa, como pocas veces antes se había visto en su género. Presentados por un cínico maestro de ceremonias (inolvidable Joey Grey, justo ganador del Oscar al mejor Actor Secundario) e interpretados en su mayoría por la maravillosa Liza Minelli, jalonan las andanzas amorosas del trío protagonista, mientras la amenaza del nazismo crece como un cáncer imparable, una metástasis que habría de ser devastadora para Alemania y el resto del mundo.
"Cabaret" es una película de visión obligatoria para todo amante del cine, pero os recomiendo verla en V.O.S., pues el doblaje manipula los diálogos originales, y busca relativizar, por ejemplo, las relaciones homosexuales entre los personajes interpretados por Michael York y Helmut Griem.
31 de agosto de 2009
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Los vikingos" es una de las mejores películas de aventuras de todos los tiempos y de las más destacadas en la amplia filmografía de ese gran director llamado Richard Fleischer, auntor, entre otras, de "El estrangulador de Boston" y "El estrangulador de Rillington Place".
Fleischer es ante todo un gran artesano que llega a imprimir, en ocasiones, ráfagas de genialidad en algunas de sus películas. Así ocurre con "Los vikingos". Obra producida por su actor principal, Kirk Douglas, narra una historia clásica, casi folletinesca, como las escritas por Walter Scott, de vikingos, reyes malvados, hijos bastardos, bellas princesas, aventuras marítimas y luchas a espada. Es decir, con todos los componentes habituales del género. Pero el director le da tal tono épico, tal encanto, que la historia alcanza la cima del heroísmo y la tragedia. El guión es consistente, los personajes con el suficiente carácter como para despertar el interés del espectador de cabo a rabo; los decorados, vestuario, fotografía y música (ésta de Mario Nascimembe) le dan tal encanto a "Los vikingos" que su visión se vuelve un placer inolvidable.
Interpretada por un magnífico elenco, encabezado por Kirk Doulglas en el papel de Einar, hijo de Regnar (una interpretación memorable con notables rasgos de sadismo), Tony Curtis (Eric el hermano bastardo), Ernst Borgnine (el rey Regnar,) y Janeth Leigth, "Los vikingos" resulta ser un espectáculo mayúsculo, narrado con brío y pulso firme. En la retina quedarán imborrables algunas escenas maestras: la danza de Einar sobre los remos de su nave vikinga, Regnar lanzándose al foso de los lobos al grito de ¡Odín!, el ataque del halcón de Eric que deja tuerto a su hermanastro y, sobre todo, la enorme energía, vitalidad y ganas de aventura que toda esta obra maestra indiscutible enciende en el pecho de los que aún nos dejamos arrastrar por las fantasías de héroes y villanos hechas con autenticidad y entusiasmo.
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