No debe resultar fácil a los alemanes hablar del Nazismo. Para la gran mayoría, lo mejor es ignorarlo con la anestésica ayuda de su pasado más reciente, del llamado "milagro alemán". Sin embargo, hay quien es capaz de quitarse la venda de los ojos, como ya hizo Günter Grass en su novela "El tambor de hojalata" (1959), llevada al cine magistralmente por Volker Schlöndorff en 1978. Esta película que comento fue estrenada en 1958, poco antes de que saliera aquella novela, con la que comparte esa valentía por abordar, en plena recuperación germana, al peor fantasma colectivo de la Historia. Y, aunque lo hace de perfil, pues. como en la novela de Grass, el Nazismo tiene pocos minutos, intenta, encontrar sus raíces primero y, pasada la guerra, juzgar la posterior evolución de la derrotada Alemania. En ambos casos, la principal herramienta es la ironía y ambas obras comparten también un velo, apenas perceptible, de cuento de los Hermanos Grimm. Pero, centrándonos en "Nosotros, los niños prodigio", su grato descubrimiento me ha permitido disfrutar de una película mucho más que entretenida, con un guión magnífico, trufado por las ironías de dos músicos de vodevil que sirven de conductores, con diálogos imaginativos e interpretaciones mucho más vivas de lo que es común en el cine alemán. Destacable es la historia de amor que se va gestando a lo largo del metraje y que, como toda buena historia de amor, está cargada de ternura y esperanza. Y, cuando ya cree uno que todo terminará de una forma bastante convencional, aparece un colofón sorpresivo que, con sarcasmo, pone en tela de juicio, la recuperación alemana, donde muchos antiguos criminales de guerra se reconvirtieron en honrados empresarios y próceres de la nueva nación (supestamente expurgada).

Toda una sorpresa este cuento de terror gallego que te tiene al filo de la silla con el corazón en vilo, lo cual ya es mucho, muchísimo. Aparte de la depurada técnica fotograma a fotograma (stop-motion de última generación), la definición de los personajes es también perfecta y,casi por ende, el guión. Digo casi, pues creo que le falta algún pespunte por el que se adivina alguna cosilla o queda poco clara alguna otra. Especialmente deliciosas me han resultado, y con esto no destripo nada, referencias muy sutiles al terror más clásico: la santa Compaña, Nosferatu, Boris Karloff e incluso El jovencito Frankenstein, detalle este último que le da un leve tono cómico, aunque de broma poca, pues es una peli de puro terror, aunque sin sangre.
Y ya se habrá dicho aquí antes lo de que esta gente necesita donaciones para superar las argucias de un sinvergüenza productor que, allá en 2012, se piró con la saca llena. Así que yo he donado 50 pavos por la causa, que se lo merece.

Con muchas paciencia, he terminado de ver esta peli para llegar a la conclusión que figura en el título. Se cuestionan tanto los deleznables intereses de las tabacaleras, siempre en contra de la salud general, como los oscuros intereses de los medios de comunicación (o de desinformación, según se vea). O sea, el tema está bastante claro, pero que me aspen si he pillado en algún momento el hilo de su argumentación y desarrollo enrevesados. O sea, que en esos 150 minutos, en un ejercicio sadomasoquista, me he aburrido y calentado la cabeza al tiempo sin provecho alguno. ¿Qué más puedo decir? Ah, sí. Que, dado que se basa en hechos reales, supuestamente, habría bastado un reportaje de 15 minutos bien contado para que todo quedase mucho más claro y aleccionador.