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9
23 de marzo de 2018
23 de marzo de 2018
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Ambición, necesidad y carencia de valores son una peligrosa mezcla capaz de mandar al traste con todo indicio de progreso en una sociedad, condenándola a la retroceso y a la barbarie.
A más de una década, en que el país se sumió en una sangrienta ola de violencia sin precedentes, las heridas emocionales inflingidas a los mexicanos nos se han cerrado y el cineasta Everardo González pone el dedo en la llaga con La Libertad del Diablo, un acucioso y desasosegaste documental que llega a la cartelera comercial a un año de su debut en la Berlinale.
El ganador del Ariel por Los Ladrones Viejos (2007) y Cuates de Australia (2011), analista obseso del motor de la maldad en una sociedad decadente pone ante la cámara a una serie de víctimas y victimarios, protagonistas inherentes de la llamada guerra contra el narcotráfico que tiño de sangre la nación azteca.
A través de su lente, el experto documentalista registra con una mirada amoral, sin afán de regodearse en la masacre social, los testimonios de personas que perdieron en ese entonces en la refriega del crimen organizado a sus seres queridos, muchos de ellos considerados "víctimas colaterales", por las autoridades en turno. Asimismo, ante la cámara desfilan algunos de los que estuvieron en el otro lado, bajo la capucha autoimpuesta del verdugo: sicarios, militares y agentes federales. Todos ellos, víctimas y victimarios, en una cuidada estética, que igual perturba que enardece.
González construye un retrato que parece sacado de la mente más retorcida de un guionista de cintas slasher, en el que desmenuza el oscuro capítulo de la reciente historia de México, y lo hace de una forma que azora, indigna y sacude, pues muestra sin concesiones una situación desnuda.
En resumen, La libertad del Diablo narra una aterradora realidad de la que nadie quisiera nunca ser parte, y con este logrado trabajo, el también realizador de El Cielo Abierto y El Paso demuestra que el documental es el terreno en el que mejor se mueven los cineastas mexicanos.
A más de una década, en que el país se sumió en una sangrienta ola de violencia sin precedentes, las heridas emocionales inflingidas a los mexicanos nos se han cerrado y el cineasta Everardo González pone el dedo en la llaga con La Libertad del Diablo, un acucioso y desasosegaste documental que llega a la cartelera comercial a un año de su debut en la Berlinale.
El ganador del Ariel por Los Ladrones Viejos (2007) y Cuates de Australia (2011), analista obseso del motor de la maldad en una sociedad decadente pone ante la cámara a una serie de víctimas y victimarios, protagonistas inherentes de la llamada guerra contra el narcotráfico que tiño de sangre la nación azteca.
A través de su lente, el experto documentalista registra con una mirada amoral, sin afán de regodearse en la masacre social, los testimonios de personas que perdieron en ese entonces en la refriega del crimen organizado a sus seres queridos, muchos de ellos considerados "víctimas colaterales", por las autoridades en turno. Asimismo, ante la cámara desfilan algunos de los que estuvieron en el otro lado, bajo la capucha autoimpuesta del verdugo: sicarios, militares y agentes federales. Todos ellos, víctimas y victimarios, en una cuidada estética, que igual perturba que enardece.
González construye un retrato que parece sacado de la mente más retorcida de un guionista de cintas slasher, en el que desmenuza el oscuro capítulo de la reciente historia de México, y lo hace de una forma que azora, indigna y sacude, pues muestra sin concesiones una situación desnuda.
En resumen, La libertad del Diablo narra una aterradora realidad de la que nadie quisiera nunca ser parte, y con este logrado trabajo, el también realizador de El Cielo Abierto y El Paso demuestra que el documental es el terreno en el que mejor se mueven los cineastas mexicanos.

6,8
2.825
8
29 de marzo de 2017
29 de marzo de 2017
Sé el primero en valorar esta crítica
Los espacios que habitamos suelen impregnarse de nuestras cargas afectivas y emocionales, y siempre contribuirán a nuestra particular identidad, por ello, aunque tengamos un espíritu hambriento de aventura, llega un momento en nuestra existencia en que anhelamos echar raíces, máxime cuando la vida nos sacude con un recordatorio de que nuestra estancia en el mundo es efímera.
Sobre este eje argumental gira la cinta Aquarius, del brasileño (recifense, para ser exactos) Kleber Mendoça Filho, quien, con una historia que lo mismo conmueve que provoca una sonrisa y hace reflexionar sobre la fortaleza del espíritu, nos obsequia a uno de los personajes femeninos más poderosos del cine de los últimos años, interpretado soberbiamente por la legendaria Sonia Braga.
A lo largo de casi dos horas y media nos adentramos en la azarosa vida de Clara, una melómana retirada que hará todo lo que esté a su alcance por permanecer en el edificio donde ha vivido los últimos 40 años, y no por capricho de su edad, sino porque hacerlo implicaría desdibujar su propia existencia, durante la cual ha tenido que luchar contra el cáncer.
Estructurado a modo de tríptico (El Pelo de Clara, El Amor de Clara y El Cáncer de Clara) el filme nos habla en un tono agridulce de los lazos familiares, la corrupción social y el implacable paso del tiempo, y lo hace vía esta mujer, quien en el pasado fue una respetada crítica musical, y ahora sólo intenta mantenerse plena, viviendo en soledad, rodeada de libros y discos de vinilo, en una burbuja: su viejo departamento en un edificio denominado Aquarius, en el cual es la única inquilina, pero a pesar de ello se niega a venderlo a una constructora que quiere derribarlo para nuevas construcciones.
Braga obsequia una inolvidable actuación, mostrándose imponente como la mujer de recio carácter que hallará en los recuerdos de su gente querida la fuerza que le falta para no ceder.
Destaca la narrativa donde tienen cabida múltiples metáforas visuales que contribuyen a la magia del filme, que más allá de sus escenas que desbordan erotismo, mucho del cual (considero) se pudo prescindir para no estropear la belleza del argumento, cala hondo, sobre todo en quienes han experimentado ya la afección de los apegos y las nostalgias propias de la edad.
No por nada la crítica internacional ha sido casi unánime en alabar este filme y su paso por Cannes dejó huella como uno de los más aclamados, amén de ser el único latinoamericano de los 21 que compitieron por la Palma de Oro.
Sobre este eje argumental gira la cinta Aquarius, del brasileño (recifense, para ser exactos) Kleber Mendoça Filho, quien, con una historia que lo mismo conmueve que provoca una sonrisa y hace reflexionar sobre la fortaleza del espíritu, nos obsequia a uno de los personajes femeninos más poderosos del cine de los últimos años, interpretado soberbiamente por la legendaria Sonia Braga.
A lo largo de casi dos horas y media nos adentramos en la azarosa vida de Clara, una melómana retirada que hará todo lo que esté a su alcance por permanecer en el edificio donde ha vivido los últimos 40 años, y no por capricho de su edad, sino porque hacerlo implicaría desdibujar su propia existencia, durante la cual ha tenido que luchar contra el cáncer.
Estructurado a modo de tríptico (El Pelo de Clara, El Amor de Clara y El Cáncer de Clara) el filme nos habla en un tono agridulce de los lazos familiares, la corrupción social y el implacable paso del tiempo, y lo hace vía esta mujer, quien en el pasado fue una respetada crítica musical, y ahora sólo intenta mantenerse plena, viviendo en soledad, rodeada de libros y discos de vinilo, en una burbuja: su viejo departamento en un edificio denominado Aquarius, en el cual es la única inquilina, pero a pesar de ello se niega a venderlo a una constructora que quiere derribarlo para nuevas construcciones.
Braga obsequia una inolvidable actuación, mostrándose imponente como la mujer de recio carácter que hallará en los recuerdos de su gente querida la fuerza que le falta para no ceder.
Destaca la narrativa donde tienen cabida múltiples metáforas visuales que contribuyen a la magia del filme, que más allá de sus escenas que desbordan erotismo, mucho del cual (considero) se pudo prescindir para no estropear la belleza del argumento, cala hondo, sobre todo en quienes han experimentado ya la afección de los apegos y las nostalgias propias de la edad.
No por nada la crítica internacional ha sido casi unánime en alabar este filme y su paso por Cannes dejó huella como uno de los más aclamados, amén de ser el único latinoamericano de los 21 que compitieron por la Palma de Oro.

6,6
7.504
8
23 de marzo de 2018
23 de marzo de 2018
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchas veces en el cine, al igual que sucede en otros ámbitos de la vida, menos es más, y tal parece que Sebastián Lelio, uno de los realizadores latinoamericanos más prominentes en la escena contemporánea, sabe manejarse en esta consigna y Una Mujer Fantástica da fe de ello.
En este largometraje, ganador del Oscar 2018 a Mejor Película de Habla No Inglesa, el artífice de la laureada Gloria (2014), ofrece una historia fundamentada en una premisa muy sencilla, pero dotada de gran fuerza y profundidad.
Narrado con contención y mesura, el filme se centra en Marina, una mujer transexual que pierde a su pareja, un hombre mucho mayor que ella, quien muere al sufrir un aneurisma.
La historia pudo tomar el rumbo de un drama romántico, sin embargo, Lelio pone a su protagonista a confrontar a una aún intolerante sociedad que intenta asumir que no existe, que no merece un lugar en su mundo.
Marina Vidal deberá sobreponerse a los cuestionamientos de las autoridades, y sobre todo al repudio y las agresiones de la ex mujer y los hijos del fallecido, que nunca la han visto con buenos ojos. Ella no espera nada, y renuncia a lo que pudiera obtener de beneficios como viuda; lo único que desea es que le permitan llevar su duelo.
Este es el quinto filme de Lelio, y el cuarto en el que colabora en el guión su conterráneo Gonzalo Maza, y desde su estreno en Berlín ha recibido merecidos elogios, sobretodo por la maravillosa interpretación que hace de Marina la actriz transexual Daniela Vega, que dota al personaje de esa aura y poder que merece el título del filme.
Entre los méritos de Una Mujer Fantástica está el que Lelio no se ciñe a contar un relato con tintes de melodrama sino que explota el lenguaje visual y juega con alegorías sobre la magnificencia de la naturaleza (la primera toma muestra a las Cataratas del Iguazú), contra la que nada se puede hacer, como nada puede hacer Marina contra lo que ella es en esencia. Aquí vale notar que el mismo nombre del personaje alude a una fuerza que no puede contenerse pues como el propio mar, el espíritu de esta mujer es inmenso, misterioso e indomable.
Se trata cinta con una temática universal; sería un error catalogarla a la ligera como cine gay, pues más que de autodignificación versa sobre la identidad y la conformación de esta desde la perspectiva propia y la de quienes conforman el entorno inmediato.
En este largometraje, ganador del Oscar 2018 a Mejor Película de Habla No Inglesa, el artífice de la laureada Gloria (2014), ofrece una historia fundamentada en una premisa muy sencilla, pero dotada de gran fuerza y profundidad.
Narrado con contención y mesura, el filme se centra en Marina, una mujer transexual que pierde a su pareja, un hombre mucho mayor que ella, quien muere al sufrir un aneurisma.
La historia pudo tomar el rumbo de un drama romántico, sin embargo, Lelio pone a su protagonista a confrontar a una aún intolerante sociedad que intenta asumir que no existe, que no merece un lugar en su mundo.
Marina Vidal deberá sobreponerse a los cuestionamientos de las autoridades, y sobre todo al repudio y las agresiones de la ex mujer y los hijos del fallecido, que nunca la han visto con buenos ojos. Ella no espera nada, y renuncia a lo que pudiera obtener de beneficios como viuda; lo único que desea es que le permitan llevar su duelo.
Este es el quinto filme de Lelio, y el cuarto en el que colabora en el guión su conterráneo Gonzalo Maza, y desde su estreno en Berlín ha recibido merecidos elogios, sobretodo por la maravillosa interpretación que hace de Marina la actriz transexual Daniela Vega, que dota al personaje de esa aura y poder que merece el título del filme.
Entre los méritos de Una Mujer Fantástica está el que Lelio no se ciñe a contar un relato con tintes de melodrama sino que explota el lenguaje visual y juega con alegorías sobre la magnificencia de la naturaleza (la primera toma muestra a las Cataratas del Iguazú), contra la que nada se puede hacer, como nada puede hacer Marina contra lo que ella es en esencia. Aquí vale notar que el mismo nombre del personaje alude a una fuerza que no puede contenerse pues como el propio mar, el espíritu de esta mujer es inmenso, misterioso e indomable.
Se trata cinta con una temática universal; sería un error catalogarla a la ligera como cine gay, pues más que de autodignificación versa sobre la identidad y la conformación de esta desde la perspectiva propia y la de quienes conforman el entorno inmediato.
1 de marzo de 2018
1 de marzo de 2018
0 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una representación muy personal del mito de Agamenón e Ifigenia es la que hace Yorgos Lanthimos en la cinta El Sacrificio del Ciervo Sagrado, que, a grandes rasgos resulta bellamente realizada gracias a la medida conexión de elementos técnicos y artísticos que contribuyen a redondearla. Muy en su línea de provocador y en consonancia con su visión crítica de la sociedad contemporánea, el artífice de Colmillos (Kynodontas, 2009) y la magistral La Langosta (The Lobster, 2015), nos ofrece su filme menos incendiario aunque igual de poderoso en cuanto a la carga moral de su relato.
El filme narra la fatídica historia de Steven, un exitoso cirujano que tiene una vida feliz al lado de su mujer, una
eminente oftalmóloga, y sus dos hijos pubertos, Kim y Bob, pero todo da un giro de 180 grados cuando se involucra cada vez más con Martin, un chico al que se siente unido por un terrible hecho. Este aparentemente inofensivo y frágil adolescente mutará a un siniestro personaje que trastocará para siempre la apacible y envidiable existencia de Steven. Lanthimos nos muestra descarnadamente el concepto de la causalidad al tiempo que cuestiona la idea de la familia, todo ello a través de disfrutables secuencias que estilísticamente
evocan a Stanley Kubrick. Podemos decir que se trata de un drama de emociones contenidas con
una narrativa visual aséptica en la que predominan encuadres angulares así como planos abiertos y travellings con una pulcra fotografía en tonos fríos y aderezada con un banda sonora que contribuye a la atmósfera
perturbadora que construye el cineasta griego. Con ecos de Michael Haneke, Lanthimos continúa con el matiz oscuro de sus filmes predecesores, aunque aquí se permite recuperar la estructura de la tragedia clásica, de la que parece abrevar con voracidad adecuándola a los tiempos que corren, lo que resulta un tanto terrorífico. Deslumbrante Nicole Kidman en el papel de la madre, aunque Colin Farrell, con una apariencia alejada de su imagen de galán se lleva las palmas con su atinada interpretación del patriarca cuyo mundo parece derrumbarse de pronto.
El filme narra la fatídica historia de Steven, un exitoso cirujano que tiene una vida feliz al lado de su mujer, una
eminente oftalmóloga, y sus dos hijos pubertos, Kim y Bob, pero todo da un giro de 180 grados cuando se involucra cada vez más con Martin, un chico al que se siente unido por un terrible hecho. Este aparentemente inofensivo y frágil adolescente mutará a un siniestro personaje que trastocará para siempre la apacible y envidiable existencia de Steven. Lanthimos nos muestra descarnadamente el concepto de la causalidad al tiempo que cuestiona la idea de la familia, todo ello a través de disfrutables secuencias que estilísticamente
evocan a Stanley Kubrick. Podemos decir que se trata de un drama de emociones contenidas con
una narrativa visual aséptica en la que predominan encuadres angulares así como planos abiertos y travellings con una pulcra fotografía en tonos fríos y aderezada con un banda sonora que contribuye a la atmósfera
perturbadora que construye el cineasta griego. Con ecos de Michael Haneke, Lanthimos continúa con el matiz oscuro de sus filmes predecesores, aunque aquí se permite recuperar la estructura de la tragedia clásica, de la que parece abrevar con voracidad adecuándola a los tiempos que corren, lo que resulta un tanto terrorífico. Deslumbrante Nicole Kidman en el papel de la madre, aunque Colin Farrell, con una apariencia alejada de su imagen de galán se lleva las palmas con su atinada interpretación del patriarca cuyo mundo parece derrumbarse de pronto.
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