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6
22 de febrero de 2017
22 de febrero de 2017
30 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Una película de animación que aún cree en el extraordinario poder de las imágenes. No hay ni un diálogo, ni falta que hace.
-Posee una pureza insólita que debe ser aplaudida tras ser disfrutada; aunque casi a mitad de película me quedo náufrago y desconectado de la película. Una lástima.
Este año todo el mundo está muy contento con las propuestas animadas, menos un servidor. “Zootrópolis” y “Moana” me agradaron bastante sin llegar ni de lejos a la calidad de algunos títulos que han brillado en los últimos años, me decepcionó -y mucho- “La fiesta de las salchichas”, por último “Kubo y las dos cuerdas mágicas” me pareció una película irreprochable técnicamente, pero con una trama esquemática y sin el calado emocional, la madurez o la sencilla complejidad de otras obras de Laika. Me quedaban dos apuestas muy interesantes, “La vida del calabacín” y “La tortuga roja”. De momento vengo a hablar de la segunda, que apenas se ha estrenado en unas pocas salas de nuestro país. Es la primera producción del estudio Ghibli firmada por un director occidental. Este honor recae en Michael Dudok de Wit. Un animador holandés que hasta ahora solo había estado al frente de cortometrajes. No obstante, todo su trabajo ha sido muy bien recibido y de hecho su película, “Father and Daughter”, obtuvo el Oscar a “Mejor cortometraje de animación”. En esta ocasión, y tras diez años de duro trabajo, nos ofrece la historia de un náufrago y su relación con la isla que lo retiene, así como las criaturas que habitan en ella. Gracias a esta historia, vuelve a entrar en la carrera de los Oscar, porque su nueva película está nominada en la categoría de “Mejor película animada”. Ahora bien, ¿merece ganar?
Aunque me duela admitirlo, ésta es otra decepción del género. Lo nuevo del estudio japonés me deja bastante más frío de lo esperado. Dudok de Wit no ha fracasado al dar forma a esa preciosa parábola sobre la comunión entre el hombre y la naturaleza así como sobre el ciclo de la vida. De hecho su decisión de apostarlo todo al poderío de la imagen y eliminar cualquier línea de diálogo me parece valiente y acertada. Su propuesta visual de amplios planos generales y atención a los pequeños detalles, movimientos y gestos íntimos; la hacen hermosa y rica a pesar de la aparente simpleza de su historia, un arma de doble filo. El empleo de la música es fantástico, auxiliando a la imagen en su intento de crear poesía y perfectamente acompasado con el sosegado ritmo de la cinta. Pero tras una primera media hora brillante, el giro fantástico se me atraganta. La introducción de ese elemento no sucede con la livianidad necesaria y a partir de ahí me resulta más difícil conectar, captando la película mi atención de forma intermitente. Me refugio en las mágicas formas y en las admirables ambiciones, pero no vuelvo a sentir la frialdad de la lluvia como en los primeros compases. Este problema no lo tengo en las últimas escenas, de una belleza indescriptible, que se encargan de cerrar perfectamente la película.
No tengo duda de que las virtudes de esta historia van más allá del excelente trazo de la animación. Es un tipo de cine que se hace grande a partir de su silencio y sus intimidades, una fábula infinita como cada grano de arena, también antigua y eterna pues no habla de otra cosa que la vida. Cuando termina noto que se me queda algo dentro, creo que le debo una revisión y no me desagrada en absoluto intentarlo de nuevo en el futuro. Algún día volveré a esa isla. Mientras tanto, les recomiendo pasarse a ustedes por allí.
-Posee una pureza insólita que debe ser aplaudida tras ser disfrutada; aunque casi a mitad de película me quedo náufrago y desconectado de la película. Una lástima.
Este año todo el mundo está muy contento con las propuestas animadas, menos un servidor. “Zootrópolis” y “Moana” me agradaron bastante sin llegar ni de lejos a la calidad de algunos títulos que han brillado en los últimos años, me decepcionó -y mucho- “La fiesta de las salchichas”, por último “Kubo y las dos cuerdas mágicas” me pareció una película irreprochable técnicamente, pero con una trama esquemática y sin el calado emocional, la madurez o la sencilla complejidad de otras obras de Laika. Me quedaban dos apuestas muy interesantes, “La vida del calabacín” y “La tortuga roja”. De momento vengo a hablar de la segunda, que apenas se ha estrenado en unas pocas salas de nuestro país. Es la primera producción del estudio Ghibli firmada por un director occidental. Este honor recae en Michael Dudok de Wit. Un animador holandés que hasta ahora solo había estado al frente de cortometrajes. No obstante, todo su trabajo ha sido muy bien recibido y de hecho su película, “Father and Daughter”, obtuvo el Oscar a “Mejor cortometraje de animación”. En esta ocasión, y tras diez años de duro trabajo, nos ofrece la historia de un náufrago y su relación con la isla que lo retiene, así como las criaturas que habitan en ella. Gracias a esta historia, vuelve a entrar en la carrera de los Oscar, porque su nueva película está nominada en la categoría de “Mejor película animada”. Ahora bien, ¿merece ganar?
Aunque me duela admitirlo, ésta es otra decepción del género. Lo nuevo del estudio japonés me deja bastante más frío de lo esperado. Dudok de Wit no ha fracasado al dar forma a esa preciosa parábola sobre la comunión entre el hombre y la naturaleza así como sobre el ciclo de la vida. De hecho su decisión de apostarlo todo al poderío de la imagen y eliminar cualquier línea de diálogo me parece valiente y acertada. Su propuesta visual de amplios planos generales y atención a los pequeños detalles, movimientos y gestos íntimos; la hacen hermosa y rica a pesar de la aparente simpleza de su historia, un arma de doble filo. El empleo de la música es fantástico, auxiliando a la imagen en su intento de crear poesía y perfectamente acompasado con el sosegado ritmo de la cinta. Pero tras una primera media hora brillante, el giro fantástico se me atraganta. La introducción de ese elemento no sucede con la livianidad necesaria y a partir de ahí me resulta más difícil conectar, captando la película mi atención de forma intermitente. Me refugio en las mágicas formas y en las admirables ambiciones, pero no vuelvo a sentir la frialdad de la lluvia como en los primeros compases. Este problema no lo tengo en las últimas escenas, de una belleza indescriptible, que se encargan de cerrar perfectamente la película.
No tengo duda de que las virtudes de esta historia van más allá del excelente trazo de la animación. Es un tipo de cine que se hace grande a partir de su silencio y sus intimidades, una fábula infinita como cada grano de arena, también antigua y eterna pues no habla de otra cosa que la vida. Cuando termina noto que se me queda algo dentro, creo que le debo una revisión y no me desagrada en absoluto intentarlo de nuevo en el futuro. Algún día volveré a esa isla. Mientras tanto, les recomiendo pasarse a ustedes por allí.
3
23 de septiembre de 2016
23 de septiembre de 2016
27 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Bridget Jones vuelve con energía y cierta nostalgia, pero su excesivo amor por el patetismo y su inconcebible nivel de absurdo sumados a la vulgaridad e innecesariedad del conjunto; convierten esta secuela en un ridículo circo de los horrores.
-El reparto funciona tan bien como siempre y el regreso de Sharon Maguire es un soplo de aire fresco. No sé si reírme o llorar de vergüenza, decido hacer ambas cosas.
La primera entrega de esta trilogía (que adaptaba el best-seller de Helen Fielding), fue una agradable sorpresa para el género que nos descubrió a un personaje encantador y honesto con el que podíamos empatizar como seres humanos. La película fue todo un éxito y lo de comer helado tras las rupturas se convirtió en un delicioso cliché. Tres años después y para intentar repetir el éxito de la original, Universal le pasaría el testigo a la directora Beeban Kidron (“El hombre que vino del mar”). La secuela no sólo no estuvo al nivel de la primera, sino que fue un desastre de la cabeza a los pies, convirtiendo al encantador personaje en una parodia de si mismo que insultaba a las mujeres. Ahora 12 años después, la saga regresa con la directora que lo empezó todo, a los mandos. Sharon Maguire es esa directora, y junto a Renée Zellweger y Colin Firth; representan los nombres importantes de esta secuela. Repiten algunos secundarios como: James Callis, Celia Imrie, Sally Phillips o Jim Broadbent. En cuanto al guión tenemos a tres encargados. Helen Fielding regresa para adaptar de nuevo a su personaje, le acompañan la magnífica Emma Thompson y el espantoso Dan Mazer. Ahora que Bridget ha vuelto a los cines y a nuestras vidas, voy a deciros si debéis estar felices, comer helado, o pasar directamente al whiskey doble.
Sinceramente, no he pasado un mal rato con esta secuela. Ni me he aburrido ni me ha ofendido como la segunda parte. No obstante es una película bastante lamentable. Claro está que Bridget no debió volver tras su primera aventura, pero en esta ocasión la historia resulta prometedora y parece poder acercarnos un poco más a Bridget, al mismo tiempo que el personaje desarrolla una madurez que le otorgan la edad y las decisiones. Todo esto no quiere decir que el personaje deba perder su torpeza o rasgos característicos, pero deberíamos apreciar interesantes cambios. Por supuesto todo esto son suposiciones. De hecho la película no hace nada de ésto y focaliza la torpeza de Bridget por encima de su humanidad, llevando el absurdo a niveles indecibles. El personaje ha perdido muchas de sus características principales y parece haber sido reducido a un revoltijo de imbecilidad, incompetencia, ignorancia y rasgos caricaturescos. Lo único realmente gracioso de la película es traer de vuelta a un personaje que nos hablaba de la importancia de aceptarse a uno mismo en contra de la tiranía de la imagen, con la cara de una actriz tan operada que en las cámaras lentas duele mirarla.
En algunas ocasiones (tres o cuatro) la película deja a un lado el sinfín de burdas y reiterativas chorradas carentes de ingenio y originalidad, y nos sorprende con escenas formadas de emociones honestas y conmovedoras, en las que Renée Zellweger resulta tan creíble y cálida como divertida. También hay algunos diálogos bastante agudos, casi todos en la boca de una Emma Thompson que se come cada escena convirtiéndose en el mejor -casi único- activo de la película; al igual que Hugh Grant lo fue en la segunda. El último elogio va para el triángulo amoroso, que pese a su previsible avance, resulta extremadamente funcional y diferente de lo que estamos acostumbrados a ver. Firth y Zellwegger aún funcionan bien en pantalla. En especial si tenemos en cuenta que esta película refuerza los arquetipos de mujer tonta y banal que encuentra la dimensionalidad con la maternidad y figura del hombre "pagafantas" máximo.
Todo es obvio, todo es burdo, todo es superficial, todo es patético y todo es caricatura en dos horas de constantes golpes y situaciones sencillamente humillantes que parecen haber sido ideadas por el gemelo inepto de Dan Mazer (es difícil creer que él sea el gemelo con talento). Pero con la energía que aporta la dirección de Maguire, me es imposible no reír aunque sea de la vergüenza absoluta que me provocan las tonterías. Así pues, salgo del cine confuso, sin saber que tipo de circo he visto, sin saber cual era la necesidad de traerlo a la ciudad y sabiendo que era realmente malo; pero me he entretenido aunque sea a costa de algunas neuronas. Ahora a olvidar el regreso de Bridget a mi vida, el whiskey doble parece la mejor elección.
-El reparto funciona tan bien como siempre y el regreso de Sharon Maguire es un soplo de aire fresco. No sé si reírme o llorar de vergüenza, decido hacer ambas cosas.
La primera entrega de esta trilogía (que adaptaba el best-seller de Helen Fielding), fue una agradable sorpresa para el género que nos descubrió a un personaje encantador y honesto con el que podíamos empatizar como seres humanos. La película fue todo un éxito y lo de comer helado tras las rupturas se convirtió en un delicioso cliché. Tres años después y para intentar repetir el éxito de la original, Universal le pasaría el testigo a la directora Beeban Kidron (“El hombre que vino del mar”). La secuela no sólo no estuvo al nivel de la primera, sino que fue un desastre de la cabeza a los pies, convirtiendo al encantador personaje en una parodia de si mismo que insultaba a las mujeres. Ahora 12 años después, la saga regresa con la directora que lo empezó todo, a los mandos. Sharon Maguire es esa directora, y junto a Renée Zellweger y Colin Firth; representan los nombres importantes de esta secuela. Repiten algunos secundarios como: James Callis, Celia Imrie, Sally Phillips o Jim Broadbent. En cuanto al guión tenemos a tres encargados. Helen Fielding regresa para adaptar de nuevo a su personaje, le acompañan la magnífica Emma Thompson y el espantoso Dan Mazer. Ahora que Bridget ha vuelto a los cines y a nuestras vidas, voy a deciros si debéis estar felices, comer helado, o pasar directamente al whiskey doble.
Sinceramente, no he pasado un mal rato con esta secuela. Ni me he aburrido ni me ha ofendido como la segunda parte. No obstante es una película bastante lamentable. Claro está que Bridget no debió volver tras su primera aventura, pero en esta ocasión la historia resulta prometedora y parece poder acercarnos un poco más a Bridget, al mismo tiempo que el personaje desarrolla una madurez que le otorgan la edad y las decisiones. Todo esto no quiere decir que el personaje deba perder su torpeza o rasgos característicos, pero deberíamos apreciar interesantes cambios. Por supuesto todo esto son suposiciones. De hecho la película no hace nada de ésto y focaliza la torpeza de Bridget por encima de su humanidad, llevando el absurdo a niveles indecibles. El personaje ha perdido muchas de sus características principales y parece haber sido reducido a un revoltijo de imbecilidad, incompetencia, ignorancia y rasgos caricaturescos. Lo único realmente gracioso de la película es traer de vuelta a un personaje que nos hablaba de la importancia de aceptarse a uno mismo en contra de la tiranía de la imagen, con la cara de una actriz tan operada que en las cámaras lentas duele mirarla.
En algunas ocasiones (tres o cuatro) la película deja a un lado el sinfín de burdas y reiterativas chorradas carentes de ingenio y originalidad, y nos sorprende con escenas formadas de emociones honestas y conmovedoras, en las que Renée Zellweger resulta tan creíble y cálida como divertida. También hay algunos diálogos bastante agudos, casi todos en la boca de una Emma Thompson que se come cada escena convirtiéndose en el mejor -casi único- activo de la película; al igual que Hugh Grant lo fue en la segunda. El último elogio va para el triángulo amoroso, que pese a su previsible avance, resulta extremadamente funcional y diferente de lo que estamos acostumbrados a ver. Firth y Zellwegger aún funcionan bien en pantalla. En especial si tenemos en cuenta que esta película refuerza los arquetipos de mujer tonta y banal que encuentra la dimensionalidad con la maternidad y figura del hombre "pagafantas" máximo.
Todo es obvio, todo es burdo, todo es superficial, todo es patético y todo es caricatura en dos horas de constantes golpes y situaciones sencillamente humillantes que parecen haber sido ideadas por el gemelo inepto de Dan Mazer (es difícil creer que él sea el gemelo con talento). Pero con la energía que aporta la dirección de Maguire, me es imposible no reír aunque sea de la vergüenza absoluta que me provocan las tonterías. Así pues, salgo del cine confuso, sin saber que tipo de circo he visto, sin saber cual era la necesidad de traerlo a la ciudad y sabiendo que era realmente malo; pero me he entretenido aunque sea a costa de algunas neuronas. Ahora a olvidar el regreso de Bridget a mi vida, el whiskey doble parece la mejor elección.
23 de abril de 2017
23 de abril de 2017
43 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Un buen puñado de escenas de lucha minuciosamente ejecutadas son el plato principal de esta secuela. También el aperitivo, el entrante, el postre y hasta el café del final. No hay nada más.
-Toda película, del tipo que sea, necesita de un argumento creíble que la haga avanzar. La acción por la acción no es suficiente.
El estreno de esta secuela de John Wick es casi como un acontecimiento en la cartelera española. La primera entrega nunca llegó a estrenarse en nuestras salas. En lugar de eso hubo que conformarse con verla por Netflix. Pero bien merecía una sala de cine, porque aquella película dirigida por Chad Stahelski y David Leitch es sencillamente unos de los mayores placeres que el cine de acción me ha proporcionado en años. Recuperar al Reeves más contenido (seamos buenos) para convertirlo en un personaje que destila misterio y “fuckerismo” e introducirlo en una cruda historia de mafias sobre un brillante submundo de asesinos por contrato. Además con una excusa argumental que funciona rematadamente bien y con un apartado visual que deleita con el aprovechamiento de las localizaciones y de paso unas coreografías de lucha para mojar pan. Normal que ya sea casi como una película de culto. Por esa razón esta secuela dirigida por Chad Stahelski (Leitch está con “Atomic Blonde”) era bien esperada, y parece que ha sido aún mejor acogida. Personalmente me han sobrado segundos para ponerme mis mejores galas e ir a disfrutar de esta maravillosa serie B. Por desgracia, me ha decepcionado.
Debo ser el único amante del cine de acción al que esta secuela no le ha parecido igual de buena o mejor que la original. La intro del filme es floja. No en cuanto a acción, pues a los tres minutos ya hay tres docenas de cadáveres apilados, lo que no parece una mala forma de empezar la película. Pero la motivación de semejante estropicio me deja algo confuso, y los flashbacks posteriores son desechables. Aguardo a que el desencadenante de la trama funcione un poco mejor, que aunque sea una chorrada me permita olvidarme del argumento y disfrutar del cinetismo y la forma puros y duros. No funciona, es mediocre y solo sirve para dar un rodeo largo y llegar exactamente al mismo punto. Por tanto, aunque este regreso avanza con permanente sensación de repetición, pesa mucho más el sentimiento de innecesariedad. Donde “John Wick 2” es irreprochable es en la forma, teniendo un respeto casi sagrado por su condición de concatenación de impecables set pieces en las que se contrasta el vicio culpable de la serie B con un apabullante diseño de serie A. También hay que sumarle un fantástico uso del humor negro y un mayor grado de autoconsciencia que no mola tanto como antes pero le viene bien. Sin embargo, la cinta carece del componente emocional, la melancolía, la crudeza y el efecto sorpresa de la original; elementos fundamentales de aquella. Así pues, esta secuela solo me agarra con la fuerza necesaria a partir de la brillante escena de los espejos. Es una auténtica pasada, y lo que viene a continuación es un desenlace vibrante que te hace desear el cierre de la trilogía.
“Pacto de sangre” es el derroche de muertes, apuñalamientos, puñetazos, tiros y navajazos que todo fan de la primera entrega está deseando ver. Es una película diseñada con mimo, con un estilo inteligente y sorprendente que convierte cada escena en una carnicería memorable. El director encuentra la forma de alargar la vida de cada escena sin llegar a romper el efecto climático, y la mayor razón de ser del conjunto es su forma de expandir -y europeizar- la mitología que rodea a ese submundo de asesinos y sus reglas. No obstante, la carencia de una excusa argumental decente que mueva la sucesión de escenas de acción hace que en ningún momento se llegue al nivel de entretenimiento y funcionalidad de la primera entrega, que sigue siendo uno de los picos del cine de acción de los últimos años.
-Toda película, del tipo que sea, necesita de un argumento creíble que la haga avanzar. La acción por la acción no es suficiente.
El estreno de esta secuela de John Wick es casi como un acontecimiento en la cartelera española. La primera entrega nunca llegó a estrenarse en nuestras salas. En lugar de eso hubo que conformarse con verla por Netflix. Pero bien merecía una sala de cine, porque aquella película dirigida por Chad Stahelski y David Leitch es sencillamente unos de los mayores placeres que el cine de acción me ha proporcionado en años. Recuperar al Reeves más contenido (seamos buenos) para convertirlo en un personaje que destila misterio y “fuckerismo” e introducirlo en una cruda historia de mafias sobre un brillante submundo de asesinos por contrato. Además con una excusa argumental que funciona rematadamente bien y con un apartado visual que deleita con el aprovechamiento de las localizaciones y de paso unas coreografías de lucha para mojar pan. Normal que ya sea casi como una película de culto. Por esa razón esta secuela dirigida por Chad Stahelski (Leitch está con “Atomic Blonde”) era bien esperada, y parece que ha sido aún mejor acogida. Personalmente me han sobrado segundos para ponerme mis mejores galas e ir a disfrutar de esta maravillosa serie B. Por desgracia, me ha decepcionado.
Debo ser el único amante del cine de acción al que esta secuela no le ha parecido igual de buena o mejor que la original. La intro del filme es floja. No en cuanto a acción, pues a los tres minutos ya hay tres docenas de cadáveres apilados, lo que no parece una mala forma de empezar la película. Pero la motivación de semejante estropicio me deja algo confuso, y los flashbacks posteriores son desechables. Aguardo a que el desencadenante de la trama funcione un poco mejor, que aunque sea una chorrada me permita olvidarme del argumento y disfrutar del cinetismo y la forma puros y duros. No funciona, es mediocre y solo sirve para dar un rodeo largo y llegar exactamente al mismo punto. Por tanto, aunque este regreso avanza con permanente sensación de repetición, pesa mucho más el sentimiento de innecesariedad. Donde “John Wick 2” es irreprochable es en la forma, teniendo un respeto casi sagrado por su condición de concatenación de impecables set pieces en las que se contrasta el vicio culpable de la serie B con un apabullante diseño de serie A. También hay que sumarle un fantástico uso del humor negro y un mayor grado de autoconsciencia que no mola tanto como antes pero le viene bien. Sin embargo, la cinta carece del componente emocional, la melancolía, la crudeza y el efecto sorpresa de la original; elementos fundamentales de aquella. Así pues, esta secuela solo me agarra con la fuerza necesaria a partir de la brillante escena de los espejos. Es una auténtica pasada, y lo que viene a continuación es un desenlace vibrante que te hace desear el cierre de la trilogía.
“Pacto de sangre” es el derroche de muertes, apuñalamientos, puñetazos, tiros y navajazos que todo fan de la primera entrega está deseando ver. Es una película diseñada con mimo, con un estilo inteligente y sorprendente que convierte cada escena en una carnicería memorable. El director encuentra la forma de alargar la vida de cada escena sin llegar a romper el efecto climático, y la mayor razón de ser del conjunto es su forma de expandir -y europeizar- la mitología que rodea a ese submundo de asesinos y sus reglas. No obstante, la carencia de una excusa argumental decente que mueva la sucesión de escenas de acción hace que en ningún momento se llegue al nivel de entretenimiento y funcionalidad de la primera entrega, que sigue siendo uno de los picos del cine de acción de los últimos años.

6,5
7.419
4
28 de abril de 2017
28 de abril de 2017
33 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Me llama la atención su poderío formal, exuberante en cada imagen. Pero el contenido no tiene doblez ni hondura de ningún tipo, es una provocación vacua y traicionada por sus pretensiones.
-Gustará a los que busquen una histriónica telenovela de rebelión femenina demasiado centrada en el golpe de efecto para atender a las cosas que importan.
Una de las última propuestas potentes del pasado 2016 que aún quedaban por llegar a la cartelera española era este debut en el largometraje del cortometrajista William Oldroyd. Para los que estén algo perdidos, esta historia no está relacionada con el texto de Shakespeare, sino con la novela de Nikolai Leskov, cuyo título sí está hábilmente vinculado con la tragedia del bardo inmortal. Del libreto se encarga Alice Birch, actriz que debuta en ésto de la escritura de guiones. La protagonista de la historia es Katherine (Florence Pugh). Una joven recién casada, debido a una venta de tierras, con un hombre amargado que no la quiere. Ambos viven con el padre de éste, un viejo aún más odioso. Así es como Katherine irá entrando en un estado de rebeldía cuyos actos deberían llevarnos al límite de la duda moral. Deberían.
Oldroyd estimula los códigos narrativos del drama de época con elementos modernos, en ocasiones subversivos, con los que dar forma a una feroz crítica al machismo arraigado en la sociedad, la misoginia cuasi-connatural y la institución patricarcal. También añade otros puntos de crítica que no hallamos en la obra de Leskov, véase el componente de odio racial; además de modificar ciertos pasajes que pueden aportar nuevos significados. Hasta aquí todo suena muy prometedor, nadie dijo que la propuesta no fuera harto interesante. También rara, porque el melodrama de época se mezcla con la inevitable tragedia, la punzante comedia negra (ese gato...) y el thriller de asesinos en serie de psicología poco trabajada. Sin duda el filme intenta ser provocativo, como un Hitchcock o un Verhoeven. En su lugar se muestra unidimensional, siendo incapaz de desarrollar a sus personajes. En especial a su plana, incomprensible y diabólica protagonista, cuyas acciones tienen menor sentido con el paso de los minutos. A Birch no le importa demasiado el personaje como ser humano, su valor reside en su -inhumana- condición de retrato de una rebelión femenina que, por desgracia, se enciende y medra de modo absurdo, vacuo y aborrecible; incapaz de mostrarnos una feminidad genuina y libre de las permanentes ataduras de las perspectiva masculina. Las virtudes de la película residen en el plano formal y en especial en el trabajo de dirección. Oldroyd crea auténticas postales en cada plano y tiene un magnífico sentido del tempo que se hace tangible en esos planos fijos alargados y protagonizados por un ensordecedor silencio. Es imposible no aplaudir ese contraste entre la soledad del interior; esa casa convertida en cárcel a través de los encuadres milimétricamente diseñados, el uso de la luz y unos opresivos efectos de sonidos; frente a la liberación de los exteriores, su brisa, la lluvia y el movimiento libre de una cámara al hombro. Pese a ésto y las impecables interpretaciones, la película me provoca un frío gélido. No exactamente por la inexistencia de empatía, más bien porque todo en ella me importa un bledo
“Lady Macbeth” es un envoltorio llamativo pero hueco, carente de puntos de vista y de unos matices (psicológicos, emocionales, sociales, etc) extremadamente necesarios. Genera en mi una violenta apatía alrededor de todo lo que ocurre y de los odiosos peleles que accionan la llegada del elemento trágico. Y esa apatía, ese frío ensordecedor que ni la libido podría hacer entrar en calor, encuentra una pequeña antítesis estimulante en lo despreciable que me parece el modo en que les ha salido la película. No se preocupen, me incliné hacia la resignación en esta tragedia, no era plan de ponerme a matar gente.
-Gustará a los que busquen una histriónica telenovela de rebelión femenina demasiado centrada en el golpe de efecto para atender a las cosas que importan.
Una de las última propuestas potentes del pasado 2016 que aún quedaban por llegar a la cartelera española era este debut en el largometraje del cortometrajista William Oldroyd. Para los que estén algo perdidos, esta historia no está relacionada con el texto de Shakespeare, sino con la novela de Nikolai Leskov, cuyo título sí está hábilmente vinculado con la tragedia del bardo inmortal. Del libreto se encarga Alice Birch, actriz que debuta en ésto de la escritura de guiones. La protagonista de la historia es Katherine (Florence Pugh). Una joven recién casada, debido a una venta de tierras, con un hombre amargado que no la quiere. Ambos viven con el padre de éste, un viejo aún más odioso. Así es como Katherine irá entrando en un estado de rebeldía cuyos actos deberían llevarnos al límite de la duda moral. Deberían.
Oldroyd estimula los códigos narrativos del drama de época con elementos modernos, en ocasiones subversivos, con los que dar forma a una feroz crítica al machismo arraigado en la sociedad, la misoginia cuasi-connatural y la institución patricarcal. También añade otros puntos de crítica que no hallamos en la obra de Leskov, véase el componente de odio racial; además de modificar ciertos pasajes que pueden aportar nuevos significados. Hasta aquí todo suena muy prometedor, nadie dijo que la propuesta no fuera harto interesante. También rara, porque el melodrama de época se mezcla con la inevitable tragedia, la punzante comedia negra (ese gato...) y el thriller de asesinos en serie de psicología poco trabajada. Sin duda el filme intenta ser provocativo, como un Hitchcock o un Verhoeven. En su lugar se muestra unidimensional, siendo incapaz de desarrollar a sus personajes. En especial a su plana, incomprensible y diabólica protagonista, cuyas acciones tienen menor sentido con el paso de los minutos. A Birch no le importa demasiado el personaje como ser humano, su valor reside en su -inhumana- condición de retrato de una rebelión femenina que, por desgracia, se enciende y medra de modo absurdo, vacuo y aborrecible; incapaz de mostrarnos una feminidad genuina y libre de las permanentes ataduras de las perspectiva masculina. Las virtudes de la película residen en el plano formal y en especial en el trabajo de dirección. Oldroyd crea auténticas postales en cada plano y tiene un magnífico sentido del tempo que se hace tangible en esos planos fijos alargados y protagonizados por un ensordecedor silencio. Es imposible no aplaudir ese contraste entre la soledad del interior; esa casa convertida en cárcel a través de los encuadres milimétricamente diseñados, el uso de la luz y unos opresivos efectos de sonidos; frente a la liberación de los exteriores, su brisa, la lluvia y el movimiento libre de una cámara al hombro. Pese a ésto y las impecables interpretaciones, la película me provoca un frío gélido. No exactamente por la inexistencia de empatía, más bien porque todo en ella me importa un bledo
“Lady Macbeth” es un envoltorio llamativo pero hueco, carente de puntos de vista y de unos matices (psicológicos, emocionales, sociales, etc) extremadamente necesarios. Genera en mi una violenta apatía alrededor de todo lo que ocurre y de los odiosos peleles que accionan la llegada del elemento trágico. Y esa apatía, ese frío ensordecedor que ni la libido podría hacer entrar en calor, encuentra una pequeña antítesis estimulante en lo despreciable que me parece el modo en que les ha salido la película. No se preocupen, me incliné hacia la resignación en esta tragedia, no era plan de ponerme a matar gente.
27 de mayo de 2017
27 de mayo de 2017
36 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Todo resulta forzado e irrisorio en este perezoso intento de reflotar la famosa franquicia.
-Los nuevos fichajes del reparto aportan lo más destacable de la cinta, que está a un paso de ser tan criminal como la piratería.
Recuerdo cuando llegaron los Piratas del Caribe al cine la primera vez, una magnífica forma de traer de vuelta un género de aventuras que me encantaba de niño. Resulta curioso que con cada nueva película la franquicia se haya acercado más a sus orígenes, las atracciones de un parque temático. De ahí salió la idea, simplemente Disney vio un buen filón y lo aprovechó. Ahora bien, cuando digo que se acerca a sus orígenes en este sentido, me refiero a que cada vez hay menos cine en estas películas y más entretenimiento mecánico para un gran público que disfruta de una fórmula calcada que se agotó hace mucho. Como cada nuevo viaje en una montaña rusa, cada nueva entrega sigue ofreciendo vaivenes, giros y hasta algún sobresalto, pero la sensación de subir una y otra vez en la misma atracción, pese a cierta nostalgia de la primera vez, es la de algo anodino, reiterativo y carente de ningún riesgo. A eso hay que sumarle éstos últimos viajes de la tripulación de Jack Sparrow, dónde la aventura ha sido reducida al mínimo para dejar paso a un desespertante elemento de comedia caricaturesca. En este quinto filme pirata, cogen el testigo de Rob Marshall los directores Joachim Rønning y Espen Sandberg, con un curriculum entre la infumable “Bandidas” y la admirable “Kon-Tiki”. Al conocido reparto se unen algunas novedades, entre ellas: Javier Bardem, Brenton Thwaites, Kaya Scodelario y David Wenham. Veamos si el quinto viaje aún mantiene algo de interés, aunque sea por el mareo.
Comienza con dos breves e inmensos prólogos. El primero que establece el tema familiar, núcleo de la cinta, y un segundo que nos presenta de forma magistral al villano de Javier Bardem, el temible Salazar, y a su fantasmagórica tripulación. Tras estas dos escenas el bajón que pega la película es apabullante, con la típica entrada en escena de Sparrow seguida del final de “Fast & Furious 5” pero a lo grande, con edificio incluido. A partir de ahí todo se resume en un larguísimo torrente de comedia de enredos con toneladas de humor rancio y trucos ya conocidos, a la cuenta de un guion plano, dado al brochetazo y que tras guillotinar el sentido de la aventura desaprovecha el elemento fantástico. Y aunque la franquicia no vea un futuro sin Sparrow hay que decir que Depp destila de todo menos carisma, su icónico personaje que le llevó a la cima y después a su peor momento sobrevive a base del recuerdo de los fans en lugar de brindar ningún nuevo momento perdurable o a resaltar más allá de su irritante conversión a dibujo animado. Por suerte Bardem sí que es capaz de hacer que su personaje se coma la pantalla, elaborando a otro nuevo gran villano con tragedia pasada. También se libran del desastre Kaya Scodelario y su curioso personaje, aunque no puede escapar de co-protagonizar la predecible subtrama romántica sustituta de Bloom-Knightley, tan torpe como falta de chispa. El paso de los minutos solo evidencia la falta de ideas, tanto en un apartado visual nada sorprendente como en el mencionado guion, que únicamente se centra, de modo incansable eso sí, en buscar el contrapunto cómico de cada situación. Por suerte aún queda la "musiquilla" de Zimmer (a manos de Geoff Zanelli) y un par de correctas escenas de acción. Suficiente para llegar despiertos a un eterno epílogo mal editado que toca a su fin con el reencuentro de algunos viejos conocidos a través de unos insistentes travellings circulares. Por si no fuera suficiente con una aparición de Keira Knightley digna del peor anuncio de Chanel, hay que esperar a una desechable escena post créditos que abre la puerta a una sexta película.
La nueva película de “Piratas del Caribe” es como unos zapatos de cemento. La premisa argumental, el desarrollo narrativo y los engranajes que lo hacen avanzar son tan planos y manufacturados que no valen ni para ser “de usar y tirar”. Así la franquicia ha pasado de estar a la deriva en alta mar a hundirse hasta tocar fondo. La fórmula no puede dar mayores muestras de fatiga y la frescura se ha agotado por completo, como mi humor mientras veía hundirse definitivamente esta franquicia que debió concluir hace más de una década.
-Los nuevos fichajes del reparto aportan lo más destacable de la cinta, que está a un paso de ser tan criminal como la piratería.
Recuerdo cuando llegaron los Piratas del Caribe al cine la primera vez, una magnífica forma de traer de vuelta un género de aventuras que me encantaba de niño. Resulta curioso que con cada nueva película la franquicia se haya acercado más a sus orígenes, las atracciones de un parque temático. De ahí salió la idea, simplemente Disney vio un buen filón y lo aprovechó. Ahora bien, cuando digo que se acerca a sus orígenes en este sentido, me refiero a que cada vez hay menos cine en estas películas y más entretenimiento mecánico para un gran público que disfruta de una fórmula calcada que se agotó hace mucho. Como cada nuevo viaje en una montaña rusa, cada nueva entrega sigue ofreciendo vaivenes, giros y hasta algún sobresalto, pero la sensación de subir una y otra vez en la misma atracción, pese a cierta nostalgia de la primera vez, es la de algo anodino, reiterativo y carente de ningún riesgo. A eso hay que sumarle éstos últimos viajes de la tripulación de Jack Sparrow, dónde la aventura ha sido reducida al mínimo para dejar paso a un desespertante elemento de comedia caricaturesca. En este quinto filme pirata, cogen el testigo de Rob Marshall los directores Joachim Rønning y Espen Sandberg, con un curriculum entre la infumable “Bandidas” y la admirable “Kon-Tiki”. Al conocido reparto se unen algunas novedades, entre ellas: Javier Bardem, Brenton Thwaites, Kaya Scodelario y David Wenham. Veamos si el quinto viaje aún mantiene algo de interés, aunque sea por el mareo.
Comienza con dos breves e inmensos prólogos. El primero que establece el tema familiar, núcleo de la cinta, y un segundo que nos presenta de forma magistral al villano de Javier Bardem, el temible Salazar, y a su fantasmagórica tripulación. Tras estas dos escenas el bajón que pega la película es apabullante, con la típica entrada en escena de Sparrow seguida del final de “Fast & Furious 5” pero a lo grande, con edificio incluido. A partir de ahí todo se resume en un larguísimo torrente de comedia de enredos con toneladas de humor rancio y trucos ya conocidos, a la cuenta de un guion plano, dado al brochetazo y que tras guillotinar el sentido de la aventura desaprovecha el elemento fantástico. Y aunque la franquicia no vea un futuro sin Sparrow hay que decir que Depp destila de todo menos carisma, su icónico personaje que le llevó a la cima y después a su peor momento sobrevive a base del recuerdo de los fans en lugar de brindar ningún nuevo momento perdurable o a resaltar más allá de su irritante conversión a dibujo animado. Por suerte Bardem sí que es capaz de hacer que su personaje se coma la pantalla, elaborando a otro nuevo gran villano con tragedia pasada. También se libran del desastre Kaya Scodelario y su curioso personaje, aunque no puede escapar de co-protagonizar la predecible subtrama romántica sustituta de Bloom-Knightley, tan torpe como falta de chispa. El paso de los minutos solo evidencia la falta de ideas, tanto en un apartado visual nada sorprendente como en el mencionado guion, que únicamente se centra, de modo incansable eso sí, en buscar el contrapunto cómico de cada situación. Por suerte aún queda la "musiquilla" de Zimmer (a manos de Geoff Zanelli) y un par de correctas escenas de acción. Suficiente para llegar despiertos a un eterno epílogo mal editado que toca a su fin con el reencuentro de algunos viejos conocidos a través de unos insistentes travellings circulares. Por si no fuera suficiente con una aparición de Keira Knightley digna del peor anuncio de Chanel, hay que esperar a una desechable escena post créditos que abre la puerta a una sexta película.
La nueva película de “Piratas del Caribe” es como unos zapatos de cemento. La premisa argumental, el desarrollo narrativo y los engranajes que lo hacen avanzar son tan planos y manufacturados que no valen ni para ser “de usar y tirar”. Así la franquicia ha pasado de estar a la deriva en alta mar a hundirse hasta tocar fondo. La fórmula no puede dar mayores muestras de fatiga y la frescura se ha agotado por completo, como mi humor mientras veía hundirse definitivamente esta franquicia que debió concluir hace más de una década.
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