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7,2
34.710
8
20 de diciembre de 2016
20 de diciembre de 2016
17 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que Mel Gibson haya permanecido 10 años sin dirigir una película es algo que no debería volver a ocurrir por el bien del cine, pero quizás (tristemente) sea el precio que tienen que pagar quienes han decidido tomar el riesgo como ética propia.
Su cine es cualquier cosa menos sutil, una palabra que siempre he procurado mantener cerca a la hora de relacionarme con el séptimo arte, pero no en el caso de este maravilloso director, que en cada película nos descubre otra forma distinta de mirar a través de la cámara. Una forma incontestablemente descarada, pero cuyo descaro se convierte precisamente en la pieza fundamental que convierte a sus películas en auténticas experiencias cinematográficas.
Porque Gibson levanta cada película, cada imagen, cada línea de diálogo, desde la fe inquebrantable del que tiene absolutamente claro lo que quiere contar, con la certeza del que sabe lo que quiere transmitir y con la valentía del que intuye que muchos lo estarán esperando fuera, pero que eso no le va a impedir contar su historia tal y como quiere hacerlo. A él no.
En un mundo donde la mayoría de directores se limitan a cumplir el trámite o a ser el clon de cualquier otro director que haya logrado anteriormente un éxito, él siempre nada a contracorriente.
Su cine es como el de Eastwood: nace desde las tripas, desde la mayor de las convicciones y sin mostrar un solo atisbo de duda sobre lo que pretende transmitir.
Si a eso le juntamos un gran nivel actoral en todo el reparto, tenemos sin duda una película realmente imperdible, especialmente para los ávidos del género bélico. Mención especial al trabajo de Andrew Garfield, que toma el papel protagonista. Excelente interpretación, nada sencilla, que sostiene con gran valentía durante toda la película, también nadando a contracorriente.
Desde aquí mi aplauso incondicional a Mel Gibson por no dejarse llevar por ninguna corriente externa y habernos dado películas de una altísima calidad. Y ya van cuatro...
P.D: La batalla de Okinawa se muestra con un grado de maestría y crudeza como jamás se había vuelto a ver desde "Salvar al Soldado Ryan". Lección de cine en mayúsculas.
Su cine es cualquier cosa menos sutil, una palabra que siempre he procurado mantener cerca a la hora de relacionarme con el séptimo arte, pero no en el caso de este maravilloso director, que en cada película nos descubre otra forma distinta de mirar a través de la cámara. Una forma incontestablemente descarada, pero cuyo descaro se convierte precisamente en la pieza fundamental que convierte a sus películas en auténticas experiencias cinematográficas.
Porque Gibson levanta cada película, cada imagen, cada línea de diálogo, desde la fe inquebrantable del que tiene absolutamente claro lo que quiere contar, con la certeza del que sabe lo que quiere transmitir y con la valentía del que intuye que muchos lo estarán esperando fuera, pero que eso no le va a impedir contar su historia tal y como quiere hacerlo. A él no.
En un mundo donde la mayoría de directores se limitan a cumplir el trámite o a ser el clon de cualquier otro director que haya logrado anteriormente un éxito, él siempre nada a contracorriente.
Su cine es como el de Eastwood: nace desde las tripas, desde la mayor de las convicciones y sin mostrar un solo atisbo de duda sobre lo que pretende transmitir.
Si a eso le juntamos un gran nivel actoral en todo el reparto, tenemos sin duda una película realmente imperdible, especialmente para los ávidos del género bélico. Mención especial al trabajo de Andrew Garfield, que toma el papel protagonista. Excelente interpretación, nada sencilla, que sostiene con gran valentía durante toda la película, también nadando a contracorriente.
Desde aquí mi aplauso incondicional a Mel Gibson por no dejarse llevar por ninguna corriente externa y habernos dado películas de una altísima calidad. Y ya van cuatro...
P.D: La batalla de Okinawa se muestra con un grado de maestría y crudeza como jamás se había vuelto a ver desde "Salvar al Soldado Ryan". Lección de cine en mayúsculas.

8,1
126.573
10
11 de abril de 2008
11 de abril de 2008
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alien el Octavo Pasajero, es una mirada única e irrepetible en el cine de ciencia ficción. Un prisma imaginario en el que participaron artistas consagrados. Desde Moebius a Stan Winston, no pocas mentes brillantes dieron forma a esta joya del cine moderno. Un joven Ridley Scott fue el encargado de sellar con maestría una película que aun hoy en día se muestra endiabladamente moderna, increíblemente sólida, con un rigor y medida en todos sus apartados que hicieron claudicar al público ante esta maravilla. Alien, el octavo pasajero perteneces a esas rarezas que desde el mismo momento que uno la ve sabe que difícilmente se repetirá. Una película que marcó un antes y un después en su género. Y que envió directamente al estrellato a su actriz protagonista, Sigourney Weaver.
Detrás de su gran trabajo se escondió John Hurt, Tom Skerritt, Harry Stanton o Ian Holm poniendo una enorme dosis de talento en cada uno de sus personajes.
Un montaje pausado, lento, pero perpetuo, tremendamente preciso en marcar el ritmo más adecuado en cada momento. Un perfecto ejemplo de como conseguir el mayor de los suspenses, la angustia, la supervivencia ante una criatura que lejós de ser un muñeco más en el arte del animatronic se convirtió de mano de su creador Stan Winston en una obra de arte de precisión y diseño.
Alien significó un paso adelante en el género de ciencia ficción, un paso que sería decisivo y que dificílmente se volverá a repetir. Nunca tanto talento se había unido de manera tan gloriosa, nunca tanto esfuerzo valió tanto la pena, todo en el film roza el sobresaliente.
Luego vendrían más alien, algunos que significaron un notable trabajo (Aliens el regreso de James Cameron), otros que significaron el comienzo del declive de la saga (Alien 3 de David Fincher) y otros que acabaron por enterrarla por sus, desgraciadamente, pobreza fílmica (Aliens Resurrección de Jeunet). Pero siempre quedará una obra para la posteridad, una verdadera obra de culto. El terror y la ciencia ficción se dió cita durante 2 horas, y nunca, nunca se han vuelto a unir de una manera tan soberbia.
Detrás de su gran trabajo se escondió John Hurt, Tom Skerritt, Harry Stanton o Ian Holm poniendo una enorme dosis de talento en cada uno de sus personajes.
Un montaje pausado, lento, pero perpetuo, tremendamente preciso en marcar el ritmo más adecuado en cada momento. Un perfecto ejemplo de como conseguir el mayor de los suspenses, la angustia, la supervivencia ante una criatura que lejós de ser un muñeco más en el arte del animatronic se convirtió de mano de su creador Stan Winston en una obra de arte de precisión y diseño.
Alien significó un paso adelante en el género de ciencia ficción, un paso que sería decisivo y que dificílmente se volverá a repetir. Nunca tanto talento se había unido de manera tan gloriosa, nunca tanto esfuerzo valió tanto la pena, todo en el film roza el sobresaliente.
Luego vendrían más alien, algunos que significaron un notable trabajo (Aliens el regreso de James Cameron), otros que significaron el comienzo del declive de la saga (Alien 3 de David Fincher) y otros que acabaron por enterrarla por sus, desgraciadamente, pobreza fílmica (Aliens Resurrección de Jeunet). Pero siempre quedará una obra para la posteridad, una verdadera obra de culto. El terror y la ciencia ficción se dió cita durante 2 horas, y nunca, nunca se han vuelto a unir de una manera tan soberbia.
7 de mayo de 2022
7 de mayo de 2022
48 de 85 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puro sci-fi, de principio a fin, sin descanso, sin tregua, sin pararse a contemplar otras posibilidades, sin ningún tipo de escarceo a otros géneros. Con un sentido del espectáculo recargado, caro y con efectos digitales suntuosos y espectaculares, pero cuyo envoltorio constante de pantallas verdes, esconde un corazón de puro estilo noventero.
Un espectáculo sci-fi que te retrotrae constantemente veinte años atrás. Lo cual es un problema, porque en Doctor Strange lo que esperas en ver cosas que realmente te transporten a lugares diferentes, nuevos, frescos y originales, no a que tu cabeza regrese al pasado, para encontrar el mismo tipo de composiciones, encuadres y estilos, aunque estos tengan un envoltorio más sofisticado.
El guion es puro Macguffin, una simple excusa, el multiverso, para obligar al Doctor Strange a iniciar una escapada imposible hacia los efectos digitales. El problema es que ese Macguffin no está demasiado elaborado y su capacidad para transportar narrativamente al espectador, en ese viaje imposible es bastante limitado. El otro gran problema del guion, (sin entrar a hablar en el (muy triste) inclusismo forzado que encuentras a lo largo de todo el metraje, tanto en la forma como en el fondo, que daría para hablar largo y tendido) es que los personajes son puro arquetipo y la historia es inconsistente y débil. En todo momento te deja bastante frío, emocionalmente hablando, todo lo que está pasando en pantalla. Nada sorprende, nada llama realmente tu atención, todo pasa dejándote en todo momento frío. No hay alma en la historia, sólo un viaje hacia espacios digitales donde todo se inicia y termina con luces, brillos y espectáculo pirotécnico.
Al final de la película nada ha quedado en tu interior. Nada ha llegado a ti. Tan pronto como ha aparecido el multiverso, se ha ido y no te podía importar menos. Sales del cine y sigues con tu vida, sin más, porque fuera de las pantallas verdes, fuera de ese mundo digital, todo lo que le ocurre a América Chávez (y a su chaqueta), no podía resultar menos interesante.
Al final, si haces cuentas en tu cabeza, en el cine de superhéroes se sigue una regla estadística que casi nunca falla: cuantas más luces, brillos y colores saturados veas en pantalla y más seguida sea su propuesta pirotécnica de fuegos y batallas, menor es el número de ideas interesantes y escenas emocionantes que contiene.
Haz tu lista, verás que no falla.
Un espectáculo sci-fi que te retrotrae constantemente veinte años atrás. Lo cual es un problema, porque en Doctor Strange lo que esperas en ver cosas que realmente te transporten a lugares diferentes, nuevos, frescos y originales, no a que tu cabeza regrese al pasado, para encontrar el mismo tipo de composiciones, encuadres y estilos, aunque estos tengan un envoltorio más sofisticado.
El guion es puro Macguffin, una simple excusa, el multiverso, para obligar al Doctor Strange a iniciar una escapada imposible hacia los efectos digitales. El problema es que ese Macguffin no está demasiado elaborado y su capacidad para transportar narrativamente al espectador, en ese viaje imposible es bastante limitado. El otro gran problema del guion, (sin entrar a hablar en el (muy triste) inclusismo forzado que encuentras a lo largo de todo el metraje, tanto en la forma como en el fondo, que daría para hablar largo y tendido) es que los personajes son puro arquetipo y la historia es inconsistente y débil. En todo momento te deja bastante frío, emocionalmente hablando, todo lo que está pasando en pantalla. Nada sorprende, nada llama realmente tu atención, todo pasa dejándote en todo momento frío. No hay alma en la historia, sólo un viaje hacia espacios digitales donde todo se inicia y termina con luces, brillos y espectáculo pirotécnico.
Al final de la película nada ha quedado en tu interior. Nada ha llegado a ti. Tan pronto como ha aparecido el multiverso, se ha ido y no te podía importar menos. Sales del cine y sigues con tu vida, sin más, porque fuera de las pantallas verdes, fuera de ese mundo digital, todo lo que le ocurre a América Chávez (y a su chaqueta), no podía resultar menos interesante.
Al final, si haces cuentas en tu cabeza, en el cine de superhéroes se sigue una regla estadística que casi nunca falla: cuantas más luces, brillos y colores saturados veas en pantalla y más seguida sea su propuesta pirotécnica de fuegos y batallas, menor es el número de ideas interesantes y escenas emocionantes que contiene.
Haz tu lista, verás que no falla.

6,7
14.830
4
7 de mayo de 2022
7 de mayo de 2022
34 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cine frío, que huye de cualquier atisbo de emoción, que rehuye de permanecer ni un solo segundo en cualquier punto enclavado entre la acción narrativa y el simple y pleno disfrute. Un cine que aspira, como tantas otras propuestas, a ser aplaudido sin mesura por ciertos paladares presuntuosos, que se auto-consideran sofisticados. Es cine gélido, vacío, sin narración, sin impacto, sin interés.
La película queda completamente contada en el primer minuto, a partir de ahí la nada, ver vidas pasar, intentando que parezcan lo más reales y naturales posible, sin entender que la propia realidad, sin artificios, ya es mucho más interesante de lo que la película propone.
Es cine tan vacío de contenido, tan agarrado a la naturalidad, que por el camino pierde su propio sentido de película, sin conseguir llegar tampoco a ese pretendido espacio documental y costumbrista que te atrape.
La vida es arrebato, es pasión, es deseo, es belleza, es comedia, es drama, es risa y llanto, es placer, es dolor, es fuerza, es conflicto,… sin eso no hay vida, sin eso no hay alma.
La película queda completamente contada en el primer minuto, a partir de ahí la nada, ver vidas pasar, intentando que parezcan lo más reales y naturales posible, sin entender que la propia realidad, sin artificios, ya es mucho más interesante de lo que la película propone.
Es cine tan vacío de contenido, tan agarrado a la naturalidad, que por el camino pierde su propio sentido de película, sin conseguir llegar tampoco a ese pretendido espacio documental y costumbrista que te atrape.
La vida es arrebato, es pasión, es deseo, es belleza, es comedia, es drama, es risa y llanto, es placer, es dolor, es fuerza, es conflicto,… sin eso no hay vida, sin eso no hay alma.

7,4
44.848
10
22 de julio de 2023
22 de julio de 2023
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al procesar la película, muchas ideas se agolpan en mi cabeza. Intentaré ponerlas aquí, sin demasiado orden ni concierto.
Es la película más política que ha hecho jamás en su carrera. Oppenheimer es la JFK de esta década. Es diferente a las demás, es Nolan haciéndose mayor. No es una película para todo el mundo. Ninguna de sus película lo son, cierto, pero esta menos que cualquier otra. Es densa y seria, comprometida y grave, con un gran poso de solemnidad. La película más madura y sólida que jamás haya hecho. Una nueva etapa en la filmografía de Nolan.
Había un Nolan joven, juguetón, descarado, tramposo y divertido (El Caballero Oscuro - El Truco Final - Origen). Los actores eran meras herramientas necesarias para llevar a cabo su obra. Los espectadores simples títeres. El acto final de dichas películas lo confirma. Era Nolan manejando al espectador, divirtiéndose con él.
Luego llegó Interstellar. La "2001" del Siglo XXI. El ego de Nolan. Nolan asentado en el trono de hierro, jugando a ser Dios. Imágenes pasándote por encima de la cabeza. Una historia que te sobrepasa como la ola de 500 metros de la película. El espectador es un ser diminuto aplastado ante la magnitud de la obra, de las ideas que maneja. Es el apogeo de la fascinación. El punto culmen de su ambición. Es Nolan autoconsciente de su grandeza. No es una película para disfrutar, es una película para contemplar.
Oppenheimer es la obra de un Nolan maduro, dejando atrás el ego, poniéndose al servicio de los actores, dejando que estos brillen y lleven parte del peso de la película. Nolan siempre ha cargado con el peso de toda su obra, siempre ha llevado consigo la mochila en la espalda. Aquí la comparte con los demás.
Es la película con la mejor dirección de actores de toda su filmografía. Es Nolan al servicio de la historia. No hay juego, ni descaro, ni trampas. No hay nadie manejando los hilos. Su final le delata, es un final entregado a la narrativa, a cerrarla de la forma más certera posible. No hay una peonza que gire.
La película respira, tiene aire, no está aprisionada a la magnificencia de la obra o la ambición de sus ideas. Los actores pueden darle forma, con más matices que en ninguna otra de sus películas. La brillantez entregada a la voz y su respiración, a las palabras y su pálpito, a la historia y el compromiso de contarla.
Es Nolan entregado a la magnificencia del cine. No el cine entregado a la magnificencia de Nolan.
Si El Caballero Oscuro es una película para disfrutar e Interstellar es una película para contemplar, esta es una película para reflexionar.
Termina la película, piensas en los actores, en escenas, en matices, en gestos, en momentos. La grandeza de Nolan servida a algo más grande que él mismo.
Nolan se hace mayor.
Es la película más política que ha hecho jamás en su carrera. Oppenheimer es la JFK de esta década. Es diferente a las demás, es Nolan haciéndose mayor. No es una película para todo el mundo. Ninguna de sus película lo son, cierto, pero esta menos que cualquier otra. Es densa y seria, comprometida y grave, con un gran poso de solemnidad. La película más madura y sólida que jamás haya hecho. Una nueva etapa en la filmografía de Nolan.
Había un Nolan joven, juguetón, descarado, tramposo y divertido (El Caballero Oscuro - El Truco Final - Origen). Los actores eran meras herramientas necesarias para llevar a cabo su obra. Los espectadores simples títeres. El acto final de dichas películas lo confirma. Era Nolan manejando al espectador, divirtiéndose con él.
Luego llegó Interstellar. La "2001" del Siglo XXI. El ego de Nolan. Nolan asentado en el trono de hierro, jugando a ser Dios. Imágenes pasándote por encima de la cabeza. Una historia que te sobrepasa como la ola de 500 metros de la película. El espectador es un ser diminuto aplastado ante la magnitud de la obra, de las ideas que maneja. Es el apogeo de la fascinación. El punto culmen de su ambición. Es Nolan autoconsciente de su grandeza. No es una película para disfrutar, es una película para contemplar.
Oppenheimer es la obra de un Nolan maduro, dejando atrás el ego, poniéndose al servicio de los actores, dejando que estos brillen y lleven parte del peso de la película. Nolan siempre ha cargado con el peso de toda su obra, siempre ha llevado consigo la mochila en la espalda. Aquí la comparte con los demás.
Es la película con la mejor dirección de actores de toda su filmografía. Es Nolan al servicio de la historia. No hay juego, ni descaro, ni trampas. No hay nadie manejando los hilos. Su final le delata, es un final entregado a la narrativa, a cerrarla de la forma más certera posible. No hay una peonza que gire.
La película respira, tiene aire, no está aprisionada a la magnificencia de la obra o la ambición de sus ideas. Los actores pueden darle forma, con más matices que en ninguna otra de sus películas. La brillantez entregada a la voz y su respiración, a las palabras y su pálpito, a la historia y el compromiso de contarla.
Es Nolan entregado a la magnificencia del cine. No el cine entregado a la magnificencia de Nolan.
Si El Caballero Oscuro es una película para disfrutar e Interstellar es una película para contemplar, esta es una película para reflexionar.
Termina la película, piensas en los actores, en escenas, en matices, en gestos, en momentos. La grandeza de Nolan servida a algo más grande que él mismo.
Nolan se hace mayor.
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