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Críticas ordenadas por utilidad
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7,4
17.675
8
10 de junio de 2014
10 de junio de 2014
28 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al hablar de Xavier Dolan es inevitable acudir al término “L’enfant terrible”. Con tan sólo 25 años Dolan ha firmado grandes títulos aclamados. El último de ellos es Mommy, que se esperaba con gran expectación después de un trabajo tan claustrofóbico y atrayente como fue Tom à la ferme. Con su nueva película descubrimos una nueva faceta del Edipo actual, la peculiar relación de una madre con su hijo hiperactivo en una Canadá distópica que permite a los padres prescindir de sus hijos si padecen alguna enfermedad psicológica que impida a aquellos cuidarlos como es debido. De antemano ya sabemos que Diane o Die como prefiere ser llamada (Anne Dorval) es un personaje excéntrico y poco centrado, una fantasía de madre moderna desfasada que vive en un mundo poco real. Del otro lado, Steve (Antoine-Olivier Pilon), su hijo, desordenado, alocado y desinhibido que saca lo mejor y lo peor de ella. Un dúo cómico-dramático con los que Dolan juega, de nuevo, a hacer un retrato, creemos, casi autobiográfico.
Lo primero que llama la atención al terminar de ver Mommy es su anarquía, en todos los sentidos. Dolan es anárquico en su formato, en su narración, en las relaciones interpersonales de sus personajes y en su ritmo narrativo. El caso es que le funciona, y bastante bien. Rompe con el formato estándar acomodándolo a la sucesión de su historia: más abierto en los momentos vívidos, y más cerrado cuando quiere centrar la atención del espectador en un sentimiento concreto. Eso hace que sus personajes se muevan con poca libertad, aunque que entren o no en el plano, tiene poca importancia, haciendo imposible que en muchas ocasiones entren en él todos los que tienen que entrar. Es la anarquía del plano. Pero ya no sólo eso, sino que Mommy tiene un ritmo irregular, va cambiando a antojo de su creador, que da auténticos bandazos de maestría tras la cámara y a la hora de guiar (o dejar guiar por sí solos sería más correcto decir) a sus personajes. Principalmente se centra en madre e hijo, desmitificando la realidad de los demás personajes que los rodean. En ellos resalta la sutilidad de Dolan, que ni los demoniza ni los santifica, sino que los deja al buen juicio del espectador. Otra labor encomiable de “L’enfant terrible”.
Pero —y esa es la auténtica pena, que exista un pero— es que Dolan podría haber rematado una historia perfecta en uno de sus momentos finales, y no alargar éste con sucesos que ni nos interesan, ni vienen a cuento. El final, si hubiera sido tan crudo como la realidad, hubiera merecido más la pena. Con esto no decimos que el final sea bueno o malo, o que sea feliz o triste, sino únicamente que, de haber sido otro el final, hubiera sido perfecto. Aún así es imposible no alabar la labor de este joven director que se sitúa en lo más alto en cuanto a nuevos realizadores, y que hará disfrutar a la gran mayoría de miembros de su generación, que no sólo se verán retratados, aunque sea en lo más mínimo, sino que disfrutarán de todo lo que rodea a Mommy, incluida su música, fiel testigo de los actuales veinteañeros (¡qué lejos queda ya!).
Lo primero que llama la atención al terminar de ver Mommy es su anarquía, en todos los sentidos. Dolan es anárquico en su formato, en su narración, en las relaciones interpersonales de sus personajes y en su ritmo narrativo. El caso es que le funciona, y bastante bien. Rompe con el formato estándar acomodándolo a la sucesión de su historia: más abierto en los momentos vívidos, y más cerrado cuando quiere centrar la atención del espectador en un sentimiento concreto. Eso hace que sus personajes se muevan con poca libertad, aunque que entren o no en el plano, tiene poca importancia, haciendo imposible que en muchas ocasiones entren en él todos los que tienen que entrar. Es la anarquía del plano. Pero ya no sólo eso, sino que Mommy tiene un ritmo irregular, va cambiando a antojo de su creador, que da auténticos bandazos de maestría tras la cámara y a la hora de guiar (o dejar guiar por sí solos sería más correcto decir) a sus personajes. Principalmente se centra en madre e hijo, desmitificando la realidad de los demás personajes que los rodean. En ellos resalta la sutilidad de Dolan, que ni los demoniza ni los santifica, sino que los deja al buen juicio del espectador. Otra labor encomiable de “L’enfant terrible”.
Pero —y esa es la auténtica pena, que exista un pero— es que Dolan podría haber rematado una historia perfecta en uno de sus momentos finales, y no alargar éste con sucesos que ni nos interesan, ni vienen a cuento. El final, si hubiera sido tan crudo como la realidad, hubiera merecido más la pena. Con esto no decimos que el final sea bueno o malo, o que sea feliz o triste, sino únicamente que, de haber sido otro el final, hubiera sido perfecto. Aún así es imposible no alabar la labor de este joven director que se sitúa en lo más alto en cuanto a nuevos realizadores, y que hará disfrutar a la gran mayoría de miembros de su generación, que no sólo se verán retratados, aunque sea en lo más mínimo, sino que disfrutarán de todo lo que rodea a Mommy, incluida su música, fiel testigo de los actuales veinteañeros (¡qué lejos queda ya!).

6,5
2.632
8
6 de junio de 2015
6 de junio de 2015
24 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nanni Moretti aprovecha el talento de Marguerita Buy para filmar un película con alta carga emocional, pero con bastantes dosis de humor. Esa es Mia madre, la historia de Margherita, una directora de cine que está pasando por una fuerte crisis existencial: una madre muy enferma, un trabajo que no hace más que darle disgustos, una relación amorosa que está acabada y una hija adolescente tan perdida como ella.
Moretti vuelve a conseguir lo que parecía imposible: emocionar. En esta ocasión se valdrá de la figura materna para hacernos llegar su profundo examen de las relaciones materno-filiales, fraternales, laborales… en fin, de las relaciones humanas. Margherita Buy es la encargada de dar vida a una directora de cine en esta, además, especie de autocrítica a su profesión y las barreras artísticas con las que tiene que lidiar. Buy realiza un trabajo en el que puede explayarse a gusto, y en el que da la mejor versión de sí misma, aunque su mejor parte es la contención con la que realiza su personaje, un embudo emocional que le lleva a una combustión interna que se refleja en el espectador en forma de lágrima.
Su dramatismo no radica en la autocrítica que Moretti realiza, pues son en esas escenas en las que derrocha su contrapunto cómico, y es la figura de John Turturro, que da vida a un excéntrico actor venido desde Estados Unidos, desde donde arrastra un gran chorro de sentido del humor algo extravagante, quien mejor interpreta ese contrapunto de comicidad, y que nos entrega auténticas escenas que parecen traídas en el tiempo desde el mismísimo neorrealismo italiano, con el nombre de Federico Fellini, cámaras y focos al frente. A pesar de agradecerse la frescura de estas escenas más cómicas, lo cierto es que interrumpen la auténtica trama donde Moretti explota su talento: el drama interno de Margherita, que además de su crisis laboral, debe lidiar con la más que probable despedida de su madre, un bofetón emocional que viaja a través del tiempo y de los sueños de la protagonista. En ese aspecto, Margherita se presenta como una mujer fuerte, segura de sí misma desde bien entrada la adolescencia, y una amante de las artes y de su profesión, que empieza a caer en barrena a todos los niveles. A través de la figura materna, la protagonista explora su propia vida y las decisiones que le han llevado a estar en es momento vital, en el que sus sueños, sus esperanzas y sus recuerdos esperan en la cola de un cine a un nuevo pase de la vida. Moretti consigue así una historia alegórica sobre la vida, incluso sobre el amor, cualquier tipo de amor, y sobre ese punto de la vida en el que nos replanteamos la finalidad de nuestros actos y la meta de nuestro camino.
En cierto modo se podría apuntar a que Mia madre es también una historia autobiográfica, o al menos basada ligeramente en las experiencias de Moretti, más si tenemos en cuenta algunos de los paralelismos existentes entre su personaje y el propio Moretti: una madre profesora de letras, una película sin acabar y el drama que se cierne sobre ellos. Una delicada alegoría a las madres y la vida que Moretti dedica a su propia madre, a la que perdió durante la preparación de Habemus Papam.
Moretti vuelve a conseguir lo que parecía imposible: emocionar. En esta ocasión se valdrá de la figura materna para hacernos llegar su profundo examen de las relaciones materno-filiales, fraternales, laborales… en fin, de las relaciones humanas. Margherita Buy es la encargada de dar vida a una directora de cine en esta, además, especie de autocrítica a su profesión y las barreras artísticas con las que tiene que lidiar. Buy realiza un trabajo en el que puede explayarse a gusto, y en el que da la mejor versión de sí misma, aunque su mejor parte es la contención con la que realiza su personaje, un embudo emocional que le lleva a una combustión interna que se refleja en el espectador en forma de lágrima.
Su dramatismo no radica en la autocrítica que Moretti realiza, pues son en esas escenas en las que derrocha su contrapunto cómico, y es la figura de John Turturro, que da vida a un excéntrico actor venido desde Estados Unidos, desde donde arrastra un gran chorro de sentido del humor algo extravagante, quien mejor interpreta ese contrapunto de comicidad, y que nos entrega auténticas escenas que parecen traídas en el tiempo desde el mismísimo neorrealismo italiano, con el nombre de Federico Fellini, cámaras y focos al frente. A pesar de agradecerse la frescura de estas escenas más cómicas, lo cierto es que interrumpen la auténtica trama donde Moretti explota su talento: el drama interno de Margherita, que además de su crisis laboral, debe lidiar con la más que probable despedida de su madre, un bofetón emocional que viaja a través del tiempo y de los sueños de la protagonista. En ese aspecto, Margherita se presenta como una mujer fuerte, segura de sí misma desde bien entrada la adolescencia, y una amante de las artes y de su profesión, que empieza a caer en barrena a todos los niveles. A través de la figura materna, la protagonista explora su propia vida y las decisiones que le han llevado a estar en es momento vital, en el que sus sueños, sus esperanzas y sus recuerdos esperan en la cola de un cine a un nuevo pase de la vida. Moretti consigue así una historia alegórica sobre la vida, incluso sobre el amor, cualquier tipo de amor, y sobre ese punto de la vida en el que nos replanteamos la finalidad de nuestros actos y la meta de nuestro camino.
En cierto modo se podría apuntar a que Mia madre es también una historia autobiográfica, o al menos basada ligeramente en las experiencias de Moretti, más si tenemos en cuenta algunos de los paralelismos existentes entre su personaje y el propio Moretti: una madre profesora de letras, una película sin acabar y el drama que se cierne sobre ellos. Una delicada alegoría a las madres y la vida que Moretti dedica a su propia madre, a la que perdió durante la preparación de Habemus Papam.

6,6
974
7
6 de junio de 2015
6 de junio de 2015
21 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos trasladamos a Croacia con Dalibor Matanić para conocer tres historias de amor en tres momentos de la historia del país: la primera, marcada por el odio de dos pueblos; la segunda, que sufrirá por el rencor que se mantiene; y la tercera, que recuerda un pasado ¿mejor? pensando en un futuro más halagüeño. Esto es Zvizdan (The High Sun).
Jelena e Ivan desarrollan su historia en 1991. Yugoslavia todavía está unida, pero la tensión ya es palpable. Él es serbio y ella croata, pero su amor trasciende más allá del odio que pueda existir entre sus pueblos. La música juega un papel vital, y es utilizada como arma contra la intolerancia, una fuerza invisible que lucha contra las barreras, tanto físicas como metafóricas. En periodo de preguerra, esa intolerancia parece volver a imponerse, adueñándose de los deseos de nuestros protagonistas.
En 2001 Croacia ya es un estado independiente, pero ¿a qué coste? El regreso a las raíces trae a nuestra retinas viviendas vacías, agujeros de metralla, cristales rotos, un pueblo fantasma en el que conocemos a Natasha, fiel reflejo de la desconfianza y la desolación que la guerra ha dejado en su tierra y en su alma. El rencor es su mejor arma, la indiferencia el ataque más efectivo, las ruinas de la devastación sus propias trincheras, pero la pasión será su mayor debilidad. Con una profunda herida, su objetivo será Ante, el objeto de deseo que despierta la pasión perdida de una mujer dolida. En ella se entremezclan el ferviente deseo del amor y la fuerte pasión del arraigo nacional, pero los recuerdos dan paso a una perspectiva más a corto plazo, a un futuro más esperanzador, pero con la carga emocional que ya llevaba como lastre. La música deja de ser un arma contra el odio para tornarse en un arma de seducción, el arma prohibida que da rienda suelta a la imaginación.
Nuestro viaje encuentra su final en 2011 con Luka y Marija. Croacia ya es un país prácticamente reformado en su totalidad, lo que puede hacer pensar que también lo están las relaciones, pero los problemas persisten. Ahora preocupan más las consecuencias que las razones históricas. Las diferencias y el rencor no nacen tanto de sus nacionalidades como de la dicotomía entre zonas urbanas y zonas rurales. La sociedad ha evolucionado (a mejor o a peor), y se encuentra más despejada de esos conflictos del pasado, aunque siempre hay lugar para algún resquicio. La frivolidad se ha adueñado de los espíritus más jóvenes, aquellos que pertenecen a una generación que sólo tiene reminiscencias de lo que una vez se llamó Yugoslavia. Sus amores pasados son como los de cualquiera, sus fiestas son igual de desenfrenadas que las de los países vecinos, y los errores siempre se pagan con la misma moneda.
Una tierra es el nexo común entre estas tres subtramas separadas por más de 20 años de historia. Una tierra que siempre termina en el agua, elemento apaciguador de la pasión, el rencor y el olvido, pero también indicador de cambios drásticos y de una explosión de sentimientos encontrados donde la melancolía por lo que una vez fue su hogar, juega un papel protagonista. Así se resume The High Sun.
Jelena e Ivan desarrollan su historia en 1991. Yugoslavia todavía está unida, pero la tensión ya es palpable. Él es serbio y ella croata, pero su amor trasciende más allá del odio que pueda existir entre sus pueblos. La música juega un papel vital, y es utilizada como arma contra la intolerancia, una fuerza invisible que lucha contra las barreras, tanto físicas como metafóricas. En periodo de preguerra, esa intolerancia parece volver a imponerse, adueñándose de los deseos de nuestros protagonistas.
En 2001 Croacia ya es un estado independiente, pero ¿a qué coste? El regreso a las raíces trae a nuestra retinas viviendas vacías, agujeros de metralla, cristales rotos, un pueblo fantasma en el que conocemos a Natasha, fiel reflejo de la desconfianza y la desolación que la guerra ha dejado en su tierra y en su alma. El rencor es su mejor arma, la indiferencia el ataque más efectivo, las ruinas de la devastación sus propias trincheras, pero la pasión será su mayor debilidad. Con una profunda herida, su objetivo será Ante, el objeto de deseo que despierta la pasión perdida de una mujer dolida. En ella se entremezclan el ferviente deseo del amor y la fuerte pasión del arraigo nacional, pero los recuerdos dan paso a una perspectiva más a corto plazo, a un futuro más esperanzador, pero con la carga emocional que ya llevaba como lastre. La música deja de ser un arma contra el odio para tornarse en un arma de seducción, el arma prohibida que da rienda suelta a la imaginación.
Nuestro viaje encuentra su final en 2011 con Luka y Marija. Croacia ya es un país prácticamente reformado en su totalidad, lo que puede hacer pensar que también lo están las relaciones, pero los problemas persisten. Ahora preocupan más las consecuencias que las razones históricas. Las diferencias y el rencor no nacen tanto de sus nacionalidades como de la dicotomía entre zonas urbanas y zonas rurales. La sociedad ha evolucionado (a mejor o a peor), y se encuentra más despejada de esos conflictos del pasado, aunque siempre hay lugar para algún resquicio. La frivolidad se ha adueñado de los espíritus más jóvenes, aquellos que pertenecen a una generación que sólo tiene reminiscencias de lo que una vez se llamó Yugoslavia. Sus amores pasados son como los de cualquiera, sus fiestas son igual de desenfrenadas que las de los países vecinos, y los errores siempre se pagan con la misma moneda.
Una tierra es el nexo común entre estas tres subtramas separadas por más de 20 años de historia. Una tierra que siempre termina en el agua, elemento apaciguador de la pasión, el rencor y el olvido, pero también indicador de cambios drásticos y de una explosión de sentimientos encontrados donde la melancolía por lo que una vez fue su hogar, juega un papel protagonista. Así se resume The High Sun.

6,3
1.333
7
10 de junio de 2014
10 de junio de 2014
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
July Jung presenta su opera prima A Girl at my Door (Dohee-ya), el drama personal de una jefe de policía recién llegada a un pueblo costero de Corea del Sur y de una adolescente que recibe abusos en su propia casa. En principio su relación es fría y distante, pero poco a poco ambas tejerán una relación cercana que les pondrá en peligro frente a un pueblo, pesquero en su mayoría y marginal, donde reina el caciquismo del benefactor, padre de la adolescente, y cierto complejo de inferioridad reflejado en la insistencia de los orígenes de la protagonista por parte de sus habitantes. Una sociedad lastrada por su pasotismo, por su despreocupación en temas de importante trascendencia, y que únicamente parece reaccionar cuando es demasiado tarde.
July Jung consigue un retrato psicológico perfecto de la adolescente atormentada, Dohee, una chica que sólo quiere bailar, ir de compras y comer fideos calientes, lo habitual en toda adolescente, pero le ha tocado una vida dura, marcada por el abandono de su madre y la dureza insoportable de compartir casa con un padre/tutor alcohólico y poco cariñoso. Ese retrato queda además perfectamente encuadrado en el rostro de Kim Sae-ron (Una vida nueva), que siembra la duda sobre sus auténticas intenciones, ¿estamos ante una chica con ínfulas maquiavélicas, o todavía reina la más absoluta inocencia en ella? Sus movimientos parecen arbitrarios, pero hay en ella una cierta mirada calculadora. Lo bueno de su personaje es que no sabes por dónde va a salir hasta el momento anterior en que se revela.
Junto a ella, Doona Bae (El atlas de las nubes), hierática y fría en la primera mitad del metraje, pero que poco a poco, y sin prisa, va mostrando su ternura y su calidez. Efectivamente, su personaje toma este cariz a raíz del descubrimiento de la razón de su traslado de la ciudad a un lugar más remoto. A pesar de ello, su personaje, Young-Nam, no pierde en ningún momento su compostura, y aún en los momentos más alegres o más demoledores, no pierde ese atisbo de frialdad estática. Y es que toda A Girl at my Door está envuelta del misterio de varios secretos de sus protagonistas, asunto éste que lleva a su directora a alargar la historia un poco más de lo normal, un propósito que parece responder más a una fácil digestión por parte del público que un anhelo de eternizar su final.
July Jung demuestra tener buena mano a la hora de desarrollar sus personajes, pero más aún al narrar la tensa relación entre las dos protagonistas, y entre éstas y el pueblo. Una película bastante recomendable que gana con la última media hora, a pesar de rematarla de forma demasiado convencional; pero se le puede perdonar, ya que firma un drama tenso con mucho brío que entronca con su forma pausada y calmada de narrarnos una historia llena de amor y cariño, pero también de la desalentadora condición humana y sus inexplicables actos de desprecio que tienen, como siempre, su lógica respuesta, aunque ésta sea reprochable.
July Jung consigue un retrato psicológico perfecto de la adolescente atormentada, Dohee, una chica que sólo quiere bailar, ir de compras y comer fideos calientes, lo habitual en toda adolescente, pero le ha tocado una vida dura, marcada por el abandono de su madre y la dureza insoportable de compartir casa con un padre/tutor alcohólico y poco cariñoso. Ese retrato queda además perfectamente encuadrado en el rostro de Kim Sae-ron (Una vida nueva), que siembra la duda sobre sus auténticas intenciones, ¿estamos ante una chica con ínfulas maquiavélicas, o todavía reina la más absoluta inocencia en ella? Sus movimientos parecen arbitrarios, pero hay en ella una cierta mirada calculadora. Lo bueno de su personaje es que no sabes por dónde va a salir hasta el momento anterior en que se revela.
Junto a ella, Doona Bae (El atlas de las nubes), hierática y fría en la primera mitad del metraje, pero que poco a poco, y sin prisa, va mostrando su ternura y su calidez. Efectivamente, su personaje toma este cariz a raíz del descubrimiento de la razón de su traslado de la ciudad a un lugar más remoto. A pesar de ello, su personaje, Young-Nam, no pierde en ningún momento su compostura, y aún en los momentos más alegres o más demoledores, no pierde ese atisbo de frialdad estática. Y es que toda A Girl at my Door está envuelta del misterio de varios secretos de sus protagonistas, asunto éste que lleva a su directora a alargar la historia un poco más de lo normal, un propósito que parece responder más a una fácil digestión por parte del público que un anhelo de eternizar su final.
July Jung demuestra tener buena mano a la hora de desarrollar sus personajes, pero más aún al narrar la tensa relación entre las dos protagonistas, y entre éstas y el pueblo. Una película bastante recomendable que gana con la última media hora, a pesar de rematarla de forma demasiado convencional; pero se le puede perdonar, ya que firma un drama tenso con mucho brío que entronca con su forma pausada y calmada de narrarnos una historia llena de amor y cariño, pero también de la desalentadora condición humana y sus inexplicables actos de desprecio que tienen, como siempre, su lógica respuesta, aunque ésta sea reprochable.

5,1
2.793
8
24 de abril de 2013
24 de abril de 2013
21 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
2017. España sigue sumida en una crisis que parece irremediable. El país ya está hundido, y la población ya ha decidido actuar: unos se quedan luchando y otros se marchan para sobrevivir. En este contexto pesimista es en el que se mueve 'Ayer no termina nunca' para introducirnos a sus personajes, un hombre y una mujer que se reencuentran después de varios años. El escenario es un lugar gris, plano, austero, pero también lleno de recovecos y en estado ruinoso, igual que los personajes. Parece como si ellos se fundieran con la estructura del edificio, como si fueran parte viva del propio escenario. Isabel Coixet realiza un trabajo más de teatro que de cine, una apuesta arriesgada que a mi parecer le sale bien, y eso en gran parte a sus dos protagonistas, Javier Cámara y Candela Peña. Ella representa la amargura, el rencor, la desazón, mientras que él muestra ser una persona más apacible, reconciliadora, más optimista en términos generales. Resulta un duelo interpretativo brillante, un tête-à-tête de acusaciones, de recuerdos, de alegrías y tristezas que terminas compartiendo con ellos.
Durante la película hay una frase que dice "Es como tener el corazón atrapado en un puño de hierro", y esa es la sensación que deja al final 'Ayer no termina nunca'. Llega, se clava, y casi te deja sin respiración. Es también un golpe al alma, al espíritu; tanto que hasta el más fuerte se verá doblegado. Prácticamente podríamos decir que se trata de un ejercicio poético, pero a la vez tan anclado a la realidad que es imposible no recordar títulos anteriores de la directora como 'La vida secreta de las palabras'. Es Coixet en estado puro. Es su cine amargo, pesimista, con unos personajes que tienen una gran carga emocional, y que comparten un pasado muy triste, un pasado que como bien indica el título, nunca termina de marcharse.
Ya apuntamos también que los personajes son el punto fuerte, y no sólo por la interpretación de los actores, sino también por el desarrollo que de ellos hace la propia directora. Nos introduce en su mente, en su subconsciente, en su ser más sincero y directo, y nos hace partícipes no sólo de sus interacciones, sino de su psique, de su más profunda humanidad, de sus errores y de sus recuerdos. Como si de un laboratorio se tratara, Coixet hace una biopsia de sus personajes y plasma en imágenes sus resultados, que no podían ser mejores.
Es de resaltar, por último, la "ligera" carga crítica que encierra la cinta: recortes, burbuja inmobiliaria, construcciones públicas todavía sin usar y demás lindezas que la corrupción política está dejando. Es interesante observar ese punto crítico, esa situación que engloba el pesimismo general que marca la propia película, un punto que no hace más que poner de manifiesto esa realidad a la que hacíamos mención y que, en gran medida, determinan el destino de sus personajes.
Durante la película hay una frase que dice "Es como tener el corazón atrapado en un puño de hierro", y esa es la sensación que deja al final 'Ayer no termina nunca'. Llega, se clava, y casi te deja sin respiración. Es también un golpe al alma, al espíritu; tanto que hasta el más fuerte se verá doblegado. Prácticamente podríamos decir que se trata de un ejercicio poético, pero a la vez tan anclado a la realidad que es imposible no recordar títulos anteriores de la directora como 'La vida secreta de las palabras'. Es Coixet en estado puro. Es su cine amargo, pesimista, con unos personajes que tienen una gran carga emocional, y que comparten un pasado muy triste, un pasado que como bien indica el título, nunca termina de marcharse.
Ya apuntamos también que los personajes son el punto fuerte, y no sólo por la interpretación de los actores, sino también por el desarrollo que de ellos hace la propia directora. Nos introduce en su mente, en su subconsciente, en su ser más sincero y directo, y nos hace partícipes no sólo de sus interacciones, sino de su psique, de su más profunda humanidad, de sus errores y de sus recuerdos. Como si de un laboratorio se tratara, Coixet hace una biopsia de sus personajes y plasma en imágenes sus resultados, que no podían ser mejores.
Es de resaltar, por último, la "ligera" carga crítica que encierra la cinta: recortes, burbuja inmobiliaria, construcciones públicas todavía sin usar y demás lindezas que la corrupción política está dejando. Es interesante observar ese punto crítico, esa situación que engloba el pesimismo general que marca la propia película, un punto que no hace más que poner de manifiesto esa realidad a la que hacíamos mención y que, en gran medida, determinan el destino de sus personajes.
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