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Críticas 487
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
3 de noviembre de 2013
134 de 162 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Qué bueno cuando el cine te devuelve la ilusión por vivir la vida, con sus penas y alegrías, con sus sinsabores y atracones de dicha, con su claroscuro de vitalidad y entusiasmo! ¡Qué bueno este placer culpable que nos transporta hacia un reconocible e inestimable paraje de veracidad, lágrimas, comedia, drama y amor! ¡Qué bueno el cine cuando las cosas difíciles se presentan de forma sencilla, transparente, amable, cálida y arrebatadora!

Unos actores poco conocidos pero perfectos en sus cometidos, un guión en apariencia ligero pero que aborda temas trascendentes y llenos de emoción y verdad, unas dosis de fantasía y placer para hablar de lo cotidiano y de las complejidades de la vida, una luminosidad que no se suele asociar con el pacato clima británico pero que ofrece una contagiosa vivacidad y alegraría de vivir, una afabilidad no exenta de aristas y complejidades, una cotidianeidad desbordante de buenas vibraciones y contagioso optimismo vital.

Además la película ofrece, más allá de su trama aparente, toda una galería de sugerencias y complejidades que no se suele asociar con el mero cine de entretenimiento pero que aquí encajan a la perfección: los viajes en el tiempo son como una metáfora de los procesos terapéuticos que se abordan, revivir el pasado con el objeto de cerrar escenas inconclusas o de ensayar cambios vitales que nos ayuden a vivir mejor y completar momentos que nos dejan insatisfechos o que nos producen dolor y pesadumbre. Al volver atrás y rehacer nuestro pasado, dando lugar a lugares nuevos, a alternativas frescas, abordar riesgos y valorar la existencia, nos permiten darnos cuenta de lo que realmente tenemos, de lo que realmente hay y quedamos en paz con nosotros y con nuestros seres queridos.

En definitiva, una joya de película, divertida, desbordante, optimista y radiante que transmite con sus dosis de dolor y de humor un trozo de la tarta vital que nos toca en suerte, disfrutando en todo momento con lo que vemos, reconciliándonos con quién somos y dando gracias por ese regalo que es la vida. Sencillamente indispensable y muy recomendable.
7 de noviembre de 2015
170 de 238 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tosca espiral de reincidencias. Han pasado ya más de cincuenta años y estamos ante un notorio estancamiento de la franquicia. Incuestionable desequilibrio de contar con un buen director – por ejemplo, el excelente plano-secuencia con el que se abre la cinta – que apenas intenta o consigue salvar un guión lleno de referencias, homenajes, guiños y citas, pero previsible, embotado y sin un ápice de ingenio, ni de chispa, ni de humor. Se comprueba que estamos antes un adocenado artilugio brillante, vistoso, lleno de localizaciones diversas y dispersas, creado para generar dinero, venderse a todo el mundo, consumirse como espuma de mar y olvidarse nada más concluida su proyección.

Repetición y estancamiento. Reiteración cansina y anquilosamiento tedioso. Estribillo sin brillo y empacho sin gancho. Regurgitación de tópicos y monsergas que hemos visto antes, hemos visto mejor y con más convicción, embeleso y alegría. Es un camino ya transitado que apenas ofrece nada sustancioso, con un mínimo de garra o brío, sin fulgor ni empaque. Hay un evidente cansancio de Daniel Craig que parece no disfrutar de nada de lo que hace, nada de lo que dice, ni nada de lo que acomete, ya sea sólo o acompañado, hasta al traje no le sienta bien, se le arruga y sus muecas son tan tristonas y aburridas que contagian de apatía al espectador.

Esta palpable fatiga contamina al villano de la cinta – que se supone que es un compendio de vileza, infamia y traición – que aparece desganado, desvigorizado, aplanado e impotente y que ni produce sensación de amenaza ni pasará a los anales de la canallesca prefabricada. Produce vergüenza ajena ver a un Christoph Waltz tan romo y achatado, tan canijo y envidioso, tan pusilánime y atormentado que sonroja, imbuido de odio fraternal que más parece necesitado de un tratamiento terapéutico acelerado y no tanto de un arresto inminente o de su cantada aniquilación personal. Nunca un sinvergüenza de opereta deja tan frío, produce tanta mortificante indiferencia y colosal aburrimiento.

Caminar para no ir a ninguna parte. Aparentar movimiento para no desplazarse ni un milímetro del tópico trillado ni de los patosos y pantanosos lugares comunes. Caro, muy caro juguete que huele a detritus y aguas estancadas. Solo brilla una hermosa y fascinante Léa Seydoux que no consigue salvar la función con sus mohines y arrebatos inconsecuentes. No hay forma de vigorizar una función que ha nacido muerta. Tendrá un público fiel pero no se lo merece. Agradecerán no haberla visto.
2 de octubre de 2015
161 de 222 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se hace difícil escribir sobre las calladas e inesperadas virtudes de esta cinta sin destripar el desenlace, que no por intuido y hasta lógico y necesario, deja de tener su fuerza dramática y convierte lo que a primera vista es un mero thriller competente en una aguda reflexión sobre lo influenciables que somos ante las modas sociales, los convencionalismos mediáticos, los tópicos colectivos y la credulidad enajenada. Porque ante todo estamos ante un artefacto muy bien construido ya desde el guión: no se engaña al espectador en ningún momento, sabemos tanto como el protagonista, pero nos dejamos arrastrar por sus interpretaciones y dejando en suspenso nuestro sentido común y nuestra capacidad crítica.

A estas alturas, alabar la sabia y férrea dirección de Alejandro Amenábar y su demostrada capacidad por crear una atmósfera tóxica y viciada, es una redundancia. Hay pocos directores que hayan sabido beber con tanto provecho de las sigilosas enseñanzas del cine de suspense clásico (los otros paradigmas señeros podrían ser Atom Egoyan y M. Night Shyamalan). Y en este caso además añade una capa adicional de soterrada crítica colectiva al dañino y deplorable hábito de querer buscar y encontrar siempre tres pies al gato, imbuidos como estamos en un mundo propenso a las conspiraciones paranoicas, a la obtusa candidez de que el mal siempre acecha y los malos siempre son los otros, los demás.

Estamos ante una película sencilla, diáfana, cristalina. Y quizás su humildad de planteamiento y lo (pero rigurosamente pertinente) de su resolución se ha tomado por algunos como simpleza, cortedad o ejercicio fallido, cuando en mi opinión eleva este interesante e intrigante cinta de detectives en algo más perdurable: el retrato nada inocente de una sociedad hipócrita y adocenada, necesitada de grandes emociones, horrendos crímenes e inabarcables conjuras rocambolescas que nos sirvan para ocultar, enmascarar o minimizar la mediocridad insatisfecha de nuestro vulgar devenir cotidiano. Por eso nos entusiasmamos con los crímenes ajenos, degustamos con delectación las desgracias de nuestros vecinos y lamentamos como plañideras histriónicas las guerras remotas.

Si se entra en el juego propuesto, no sólo se puede uno encontrar con una cinta policiaca solvente, eficaz y llena de intriga… Además ofrece la oportunidad de comprobar que el cine no sólo es entretenimiento, sino que nos puede plantear una sutil reflexión sobre los males endémicos que nos asolan, sin sermoneos ni adulteraciones, sin recalcar machaconamente la relevancia de las cavilaciones propuestas, sino desvelándolo como quien no quiere la cosa, de forma tangencial y discreta. Dos en uno… ¿quién da más?
25 de noviembre de 2018
113 de 128 usuarios han encontrado esta crítica útil
O bien: ‘Dime de qué presumes y te diré de qué careces’. Ya lo dejó escrito el novelista decimonónico Alphonse Karr: ‘Todo hombre tiene tres variedades de carácter: el que realmente tiene; el que aparenta, y el que cree tener.’ Es decir, estamos ante una obra que, si bien parece que nos brinda la exploración de un personaje que se desvive por ayudar a los demás, en realidad nos ofrece la radiografía de un ser incapaz de ayudarse a sí mismo y vive atormentado por la culpabilidad y la frustración. Todo ello oculto tras el ropaje de un conciso thriller sobre el asfixiante rapto de una mujer por su exmarido maltratador. Y si ‘las apariencias engañan’, entonces debemos estar atentos para atar los cabos sueltos que se van desvelando ante nosotros porque, como dijo ya en el Renacimiento Nicolás Maquiavelo: ‘Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos’.

El título original, Den skyldige, nos anuncia: hay un culpable. Pero aún desconocemos a qué infractor se está aludiendo y deberemos aguardar el desarrollo de la acuciante trama para saber de qué va todo el embrollo, sin dejarnos confundir por la urgencia de lo inmediato y sin despistarnos, porque los prejuicios son cegadores… Y ‘quién esté libre de pecado, que tire la primera piedra’. Una llamada nocturna al servicio de emergencias 112 desencadena la intriga. Y otra llamada – no sabremos nunca a quién e ignoraremos su contenido – la cierra. Entre ambos hitos se despliega la vertiginosa crónica de un secuestro. Nunca veremos a la víctima ni a su verdugo, ya que permanecerán en un angustioso fuera de campo visual, del que tan solo nos llegarán palabras de congoja. Y serán las distintas voces que escuchamos las que hagan avanzar la acción hasta su desenlace.

Decir que el debutante director y coguionista hace trampas (u oculta información) es no darse cuenta de que estamos asistiendo a la dolorosa toma de conciencia y expiación de un crimen, que, como es habitual, permanecerá invisible a nuestros ojos. Porque, si somos avispados, se nos proponen dos relatos: el aparente y el real. El imaginado y el oculto. Queriendo resolver, contrarreloj, un apremiante crimen que se nos dice que se ha producido nos hace olvidar lo que con diáfana claridad estamos viendo: a un arisco y chulesco policía extralimitándose en sus atribuciones, embravecido por sus ansias de demostrar que sabe más que los demás y que es el único capaz de ayudar a la perjudicada. Asumiremos sus interpretaciones y desearemos que logre su vindicación.

Pero la verdadera historia permanece en todo momento perfectamente visible al espectador. Un único protagonista y una amarga agonía: la autopsia de una mentira.
6 de mayo de 2017
140 de 184 usuarios han encontrado esta crítica útil
La fascinación por la aventura, cuando aún quedaban tantas cosas por descubrir en nuestra propia tierra y ciertas personas eran capaces de sacrificar su vida, su salud y sus comodidades con el objetivo de obtener un mayor conocimiento del mundo que habitamos, cuando viajar ya era una actividad habitual pero aún intrépida y arriesgada, llena de percances inesperados y dificultades sobrevenidas… Parece que de todo esto hace mucho tiempo pero apenas ha pasado poco más de un siglo y a nuestros ojos, esclavos de lo inmediato y de lo fácil, se nos antoja una empresa titánica o absurda, fruto de la enajenación o del disparate. Pero nuestra realidad presente se cimienta sobre estas ansias de saber, sobre el legado de tantos hombres que arriesgaron su vigor y sus haciendas en aras de un ideal o de unas fantasías que nos parecen absurdas o anticuadas, ahítos como estamos de conocimiento urgente, apresados en un mundo veloz donde hemos perdido la perspectiva del peligro y del valor del esfuerzo invertido en alcanzar la utopía.

Esta cinta se construye sobre estas innumerables ilusiones desmesuradas y se yergue sobre el perenne afán fantasmagórico que anida en ciertos espíritus inquietos y que a veces han dado frutos inesperados mientras que otras veces ha sucumbido a los peligros del caos. Es una propuesta a contracorriente, alejada del histerismo atolondrado del ‘más difícil todavía’ y se contenta con presentar el ardor de la batalla física y personal contra circunstancias adversas, donde prima la importancia del carácter sobre la vistosidad del montaje frenético y mecánico. Su gran virtud es un clasicismo elegante y pausado, tanto en el fondo como en la forma, donde el paso lento y quejumbroso del tiempo es un protagonista tan importante como el hechizo por lo desconocido y la poesía de los escenarios inabarcables y recónditos. No hay urgencias ni certezas, sino sólo enigmas y asombro. El sacrificio personal como segunda piel que impregna y fecunda cada minuto de su metraje.

Habrá espectadores que saldrán desencantados porque no se busca el impacto inmediato y súbito, sino que se pretende y consigue pergeñar una historia sobre el cansancio, sobre la monotonía del lento fluir de la existencia y sobre los amargos desengaños que acompañan a todo gran proyecto que se basa en meras conjeturas y quimeras. Nos habla de la penumbra del fracaso, del azar del éxito, de los atolladeros de la grandeza y la ruindad de la decepción. Es una película atípica porque retoma, sin dudas ni remordimientos, la épica intimista de un David Lean reencarnado. Abraza la aventura como experiencia vital y absoluta, regalándonos un relato fascinante y perdurable lleno de cristalina y luminosa imperfección.
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