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Críticas ordenadas por utilidad
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7,6
128.524
9
19 de junio de 2015
19 de junio de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No recuerdo que Scorsese jugara con el espectador como lo hace en esta peli. Podría decirse que ya lo hace en Last temptation, y sin embargo no, porque por lo menos ahí se le puede echar la culpa a Kazantzakis. Pero aquí es Scorsese el que se hace todo el onanismo mental y lo convierte en composición para ser deglutida y digerida -si se puede- sin que uno llegue a quejarse del metraje ni por un momento. La película es un viaje a través de una pesadilla en la mente desdoblada de un Di Caprio sumamente efectivo, como siempre. Quiero creer que Scorsese nos lanza un guiño consporanoico donde no queda fuera una posible identificación de los hechos con el proyecto MKultra y sus gestores. Es más, me despistó tanto que al principio pensé que iba sobre eso y nada más -confieso que la agarré empezada (10 ó 15 minutos). Después vi que no, y al final volvió a despistarme y me quedé colgada entre el sí y el no. Llegué a preguntarme hasta qué punto puede un ser humano manipular la mente de otro, y en ese caso, ¿habría una locura institucionalizada y justificable, y otra susceptible a ser "encerrada" y lobotomizada? Cuando el sentido del humor ácido del prota pasa a convertirse, según el psiquiatra mayor, en un "mecanismo de defensa" y el dolor humano en una "patología", ¿no corremos el riesgo de quedar confinados a grandes ciudades-isla donde verdad y delirio puedan llegar a confundirse? Detrás del cuento, está la metáfora.

4,4
803
6
5 de mayo de 2020
5 de mayo de 2020
8 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
No le tembló el pulso cuando la escafandra se le llenó de agua, pero cuando reclamó lo que le correspondía la llamaron "muy emocional" y luego le dijeron "tienes un ataque de pánico" y al final "¿no tendrías que ver un médico?". Me suena conocido. ¿Cómo puede ser que haya estado a punto de ahogarse y no se haya puesto nerviosa? Mejor mandemos a un hombre al espacio, que ellos están acostumbrados y tienen derecho "a las experiencias trascendentales"; las mujeres también, siempre y cuando no muestren emociones, porque las emociones... en una mujer... ya me entiendes... aunque alguien (un hombre, para variar) le haya hecho una cama para sacarle el puesto que se ha ganado a pulso. Una mujer que busca el riesgo es una loca, un hombre en las mismas condiciones es un héroe. Y ella le dice a su sobrina: "Una gallina cruza la vereda para ver qué hay al otro lado". Milenios sin que nos hayan permitido cruzar al otro lado. Sea para orbitar la Tierra, sea para meterse en un enjambre de abejas. "Él no es Einstein, tú eres Einstein", le dice a la nueva elegida. Una mujer tiene que ser perfecta y siempre mantener el control, si no se la tachará de loca. Si es una modosita, porque es una modosita, si se arriesga a tomar al hombre que le gusta, es una loca. La peli tiene sus muchos defectos y sin embargo, apasiona. Natalie está estupenda, la película dará que pensar a quienes puedan mirarla sin la expectativa del mero entretenimiento. El resto se aburrirá. No digas que no te lo advertí.

7,2
44.371
10
5 de junio de 2021
5 de junio de 2021
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
He visto casi todas las críticas que van de 1 a 4 y he comprobado que TODAS estan escritas por hombres (¿machos, quizá? porque no es lo mismo que un hombre). Supongo que estos grandes críticos se habrán sentido identificados por algunos de los brutos que protagonizan la peli, incluído Brad Pitt y su cara bonita, el poli llorón, el marido versión Homero Simpson, los polis de los patrulleros que se clavan contra el puente, y por supuesto: el trailero asqueroso que chasquea la lengua. Con alguno se identifican, o al menos han pasado por ello alguna vez para que encuentren esta película "un pelmazo" superficial y vacuo.
Es imposible que un hombre pueda siquiera llegar a imaginar lo que significa ser violada.
Los machos, como es natural, no entendieron la película. Una neurona la tienen en la cabeza, y la otra donde ya sabemos.
Gran peli que no me canso de ver, de dos mujeres que ya lo han hecho todo y no tienen más nada que perder. Hay que tener mucho OVARIO para ese final, cosa que un macho jamás entendería, y seguramente encontrará absurdo.
Es imposible que un hombre pueda siquiera llegar a imaginar lo que significa ser violada.
Los machos, como es natural, no entendieron la película. Una neurona la tienen en la cabeza, y la otra donde ya sabemos.
Gran peli que no me canso de ver, de dos mujeres que ya lo han hecho todo y no tienen más nada que perder. Hay que tener mucho OVARIO para ese final, cosa que un macho jamás entendería, y seguramente encontrará absurdo.

5,4
1.447
2
19 de junio de 2020
19 de junio de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bueno, quizá esta crítica sirva de recomendación para NO ver esta película. Tiene dos cosas atractivas:
1) la chica que sueña
2) es un buen somnífero.
Ya a la altura del tatuaje de Laia Marull van cayendo los ojos y luego te pegas una siesta, según sea la hora, que para qué te cuento. Francamente, no terminé verla. Para mí el único buen triller español es "Tesis", y es difícil que alguna se le ponga a la altura, ésta ni de cerca.
No sabía quién era Angie Cepeda, verdad que es muy guapa, en forma directamente proporcional a lo vanidosa y antipática que resulta de tan creída, y habiendo visto el truco del primer momento ("mira qué buena estoy") como que ya deja de interesar. Sbaraglia está ridículo con su acento español, que hace agua a cada minuto por encima de su deje porteño original. Mejor sería que lo hubieran dejado hablar en rioplatense, el argumento no justifica que en la peli sea español.
Película para adolescentes que nunca hayan visto un thriller y nunca hayan oído hablar de las maravillas del inconsciente en plan telefilme. Laia Marull desperdiciadísima, una peli que debió hacer por dinero seguramente, como Sbaraglia. Una mancha para sus curriculums, y supongo que un gol para la Cepeda, después de tanto culebrón.
1) la chica que sueña
2) es un buen somnífero.
Ya a la altura del tatuaje de Laia Marull van cayendo los ojos y luego te pegas una siesta, según sea la hora, que para qué te cuento. Francamente, no terminé verla. Para mí el único buen triller español es "Tesis", y es difícil que alguna se le ponga a la altura, ésta ni de cerca.
No sabía quién era Angie Cepeda, verdad que es muy guapa, en forma directamente proporcional a lo vanidosa y antipática que resulta de tan creída, y habiendo visto el truco del primer momento ("mira qué buena estoy") como que ya deja de interesar. Sbaraglia está ridículo con su acento español, que hace agua a cada minuto por encima de su deje porteño original. Mejor sería que lo hubieran dejado hablar en rioplatense, el argumento no justifica que en la peli sea español.
Película para adolescentes que nunca hayan visto un thriller y nunca hayan oído hablar de las maravillas del inconsciente en plan telefilme. Laia Marull desperdiciadísima, una peli que debió hacer por dinero seguramente, como Sbaraglia. Una mancha para sus curriculums, y supongo que un gol para la Cepeda, después de tanto culebrón.
9
16 de octubre de 2016
16 de octubre de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Narra las aventuras de los investigadores Theodor Koch-Grünberg y Richard Evans Schultes, persiguiéndose el uno al otro a través del tiempo, mediante un único nexo coordinante: el chamán Karamakate, último de su linaje, y paradigma doliente de las etnias extintas a causa de la colonización.
El visionado de la película me hizo pensar en algo que escribí hace poco sobre la patria como concepto importado del continente colonizador. En ella se llega a mostrar la esclavización del nativo durante la llamada “Fiebre del caucho”, donde empresas europeas encontraron en la Amazonía una verdadera mina de oro para la producción de cubiertas, en los primeros años de la industria automotriz. Es llamativo que en la película se hable de “los colombianos”, no como nativos y dueños de “la patria”, sino como invasores cuya única diferencia con el blanco corporativista, nacido y criado en Europa, estaría en el criollaje. Pero así son mencionados en la película, con suspicacia. Para el chamán criado en la selva de la patria colombiana, el criollo no es más que un traidor.
El fenómeno de la colonización trajo aparejada la aparición de dos nuevos linajes: el del criollo puro, hijo de trasterrados; y el del mestizo, mezcla -como bien lo señala la palabra- de español e indio, o en su defecto y debido a la cercanía con Brasil, de negra y blanco. E inclusive de negra y/o india y blanco. No hubiera tenido nada de malo, y sí absolutamente mucho de bueno, la mezcla de unos y otros, de no ser por el prejuicio racista del artefacto colonial, que llegó para sacarles provecho a los bienes de la naturaleza. Sus hijos y descendientes acabarían fundando las naciones que hoy llamamos con nombres de fantasía (Colombia, Chile, Argentina, Brasil… etc) y que muy lejos están de conservar la historia y tradiciones de las tribus originarias del continente, que resultaron ser en parte un estorbo, en parte fuerza de trabajo y en parte morralla, como se le dice en España a un conjunto de cosas sin demasiado valor. Se entiende, entonces, que Karamakate hable de “los colombianos” como si no fueran de su tierra. Porque en realidad algunos lo eran sólo en parte, y otros ni siquiera habían nacido allí. Cabe la discusión de qué sería identidad y toda la mar en coche, pero lo dejaremos para otra ocasión, e igual creo que llegaríamos a conclusiones estériles. Y dolientes, casi tanto como el dolor de Karamakate por haber perdido su linaje, que es lo que nos pasa a muchos de nosotros, aunque no lo tengamos tan presente como él.
Hay una escena particularmente dura en la película, y es la del hombre mutilado, que evoca los escándalos del Putumayo, y trae el recuerdo siniestro del empresario peruano Julio César Arana del Águila, que esclavizó, torturó y asesinó a miles de aborígenes obligados a extraer el caucho a fuerza de extorsiones, amparándose en el silencio de un estado quizá aún muy joven, o tal vez ya demasiado corrupto. Ojalá pudiera decir que hoy día los estados americanos ponen coto a la explotación del Amazonas… pero todos sabemos bien que no es así. Ya no hace falta mutilar a sus indios y descendientes, porque vienen siendo confinados a la exclusión desde hace siglos, y peor lo tienen quienes más cerca están de lo que llamamos “civilización”, cuando han quedado atrapados en una vorágine de miseria, resentimiento y desculturización que llega incluso hasta nuestra ciudades.
Lo primero que se le roba a un pueblo, para quebrarlo, son sus tradiciones. Y sus tradiciones están íntimamente ligadas a su contexto. Y en este caso, su contexto es la selva. Karamakate jamás llegará a perder sus tradiciones, por eso él es el hombre que mueve los mundos, el que no olvida a sus ancestros, el que conoce al chullachaqui, el que facilita el camino para que el viajero pueda hallar el abrazo de la serpiente. Él es la esperanza hecha carne en la vida de lo que queda del Amazonas. Mientras él exista, la herencia de la serpiente está a salvo y el indio esclavizado puede aspirar aunque sea a un rayo de luz que ilumine lo que era antes de que le quitaran su tradición, a una bocanada de aire, de río y de mito que le recuerde quién es, quiénes eran su padre y su madre, sus abuelos, su tierra, su medicina, su conocimiento. Es esencial para Karamakate que los niños adoctrinados por los misioneros católicos entiendan esto, lo cual se ve en cierta escena de la película. Karamakate podrá ser el último de su linaje, pero no va a marcharse sin dejar su huella en todos aquellos que lleguen a él.
Hermosa, poética y evocadora película; también austera en su forma de tratar la búsqueda del enteógeno. Lo cual me gustó, ya que es usado como hilo conductor para una historia más profunda y compleja: la tragedia inmensa del hombre americano que ha perdido sus raíces, navegando a flor del agua sobre un territorio arrasado que no alcanza a recordar. Karamakate es su guardián.
El visionado de la película me hizo pensar en algo que escribí hace poco sobre la patria como concepto importado del continente colonizador. En ella se llega a mostrar la esclavización del nativo durante la llamada “Fiebre del caucho”, donde empresas europeas encontraron en la Amazonía una verdadera mina de oro para la producción de cubiertas, en los primeros años de la industria automotriz. Es llamativo que en la película se hable de “los colombianos”, no como nativos y dueños de “la patria”, sino como invasores cuya única diferencia con el blanco corporativista, nacido y criado en Europa, estaría en el criollaje. Pero así son mencionados en la película, con suspicacia. Para el chamán criado en la selva de la patria colombiana, el criollo no es más que un traidor.
El fenómeno de la colonización trajo aparejada la aparición de dos nuevos linajes: el del criollo puro, hijo de trasterrados; y el del mestizo, mezcla -como bien lo señala la palabra- de español e indio, o en su defecto y debido a la cercanía con Brasil, de negra y blanco. E inclusive de negra y/o india y blanco. No hubiera tenido nada de malo, y sí absolutamente mucho de bueno, la mezcla de unos y otros, de no ser por el prejuicio racista del artefacto colonial, que llegó para sacarles provecho a los bienes de la naturaleza. Sus hijos y descendientes acabarían fundando las naciones que hoy llamamos con nombres de fantasía (Colombia, Chile, Argentina, Brasil… etc) y que muy lejos están de conservar la historia y tradiciones de las tribus originarias del continente, que resultaron ser en parte un estorbo, en parte fuerza de trabajo y en parte morralla, como se le dice en España a un conjunto de cosas sin demasiado valor. Se entiende, entonces, que Karamakate hable de “los colombianos” como si no fueran de su tierra. Porque en realidad algunos lo eran sólo en parte, y otros ni siquiera habían nacido allí. Cabe la discusión de qué sería identidad y toda la mar en coche, pero lo dejaremos para otra ocasión, e igual creo que llegaríamos a conclusiones estériles. Y dolientes, casi tanto como el dolor de Karamakate por haber perdido su linaje, que es lo que nos pasa a muchos de nosotros, aunque no lo tengamos tan presente como él.
Hay una escena particularmente dura en la película, y es la del hombre mutilado, que evoca los escándalos del Putumayo, y trae el recuerdo siniestro del empresario peruano Julio César Arana del Águila, que esclavizó, torturó y asesinó a miles de aborígenes obligados a extraer el caucho a fuerza de extorsiones, amparándose en el silencio de un estado quizá aún muy joven, o tal vez ya demasiado corrupto. Ojalá pudiera decir que hoy día los estados americanos ponen coto a la explotación del Amazonas… pero todos sabemos bien que no es así. Ya no hace falta mutilar a sus indios y descendientes, porque vienen siendo confinados a la exclusión desde hace siglos, y peor lo tienen quienes más cerca están de lo que llamamos “civilización”, cuando han quedado atrapados en una vorágine de miseria, resentimiento y desculturización que llega incluso hasta nuestra ciudades.
Lo primero que se le roba a un pueblo, para quebrarlo, son sus tradiciones. Y sus tradiciones están íntimamente ligadas a su contexto. Y en este caso, su contexto es la selva. Karamakate jamás llegará a perder sus tradiciones, por eso él es el hombre que mueve los mundos, el que no olvida a sus ancestros, el que conoce al chullachaqui, el que facilita el camino para que el viajero pueda hallar el abrazo de la serpiente. Él es la esperanza hecha carne en la vida de lo que queda del Amazonas. Mientras él exista, la herencia de la serpiente está a salvo y el indio esclavizado puede aspirar aunque sea a un rayo de luz que ilumine lo que era antes de que le quitaran su tradición, a una bocanada de aire, de río y de mito que le recuerde quién es, quiénes eran su padre y su madre, sus abuelos, su tierra, su medicina, su conocimiento. Es esencial para Karamakate que los niños adoctrinados por los misioneros católicos entiendan esto, lo cual se ve en cierta escena de la película. Karamakate podrá ser el último de su linaje, pero no va a marcharse sin dejar su huella en todos aquellos que lleguen a él.
Hermosa, poética y evocadora película; también austera en su forma de tratar la búsqueda del enteógeno. Lo cual me gustó, ya que es usado como hilo conductor para una historia más profunda y compleja: la tragedia inmensa del hombre americano que ha perdido sus raíces, navegando a flor del agua sobre un territorio arrasado que no alcanza a recordar. Karamakate es su guardián.
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