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7
15 de agosto de 2017
15 de agosto de 2017
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con un excelente guion de resonancias bíblicas y shakesperianas de Frank Nugent -guionista, entre muchas otras, de “El hombre tranquilo” (1952) o “The searchers” (Centauros del desierto, 1956), ambas de John Ford- la película nos cuenta la difícil relación entre dos hermanos cowboys, educados por un padre racista, anclado en los viejos y violentos valores del pasado. Uno es impulsivo y el otro comedido e inteligente. En su relación se mezclan a partes iguales afecto, amor y odio pero la asfixiante y castradora figura del padre, encarnada convincentemente por Van Heflin, hace de desencadenante para que los elementos de esta tragedia se pongan el juego.
Western tenso y algo tenebroso, fotografiado por Charles Lawton Jr. en un expresivo technicolor y en cinemascope, es también una reflexión sobre el racismo y una discusión entre el viejo oeste que se resiste a desaparecer frente a nuevo oeste mucho más civilizado que pugna por imponerse.
Tal vez el personaje del impulsivo hermano –interpretado por Tab Hunter- no esté del todo desarrollado ni tampoco termine de convencernos el trabajo de James Darren como reflexivo hermano, pero la siempre reconfortante presencia –irritante aquí en grado sumo por su papel- de Van Heflin y el gran final para lo que no es sino un camino de aprendizaje de tolerancia, termina por dejarnos un gran sabor de boca
Buen western y otra buena película de Phil Karlsson.
Western tenso y algo tenebroso, fotografiado por Charles Lawton Jr. en un expresivo technicolor y en cinemascope, es también una reflexión sobre el racismo y una discusión entre el viejo oeste que se resiste a desaparecer frente a nuevo oeste mucho más civilizado que pugna por imponerse.
Tal vez el personaje del impulsivo hermano –interpretado por Tab Hunter- no esté del todo desarrollado ni tampoco termine de convencernos el trabajo de James Darren como reflexivo hermano, pero la siempre reconfortante presencia –irritante aquí en grado sumo por su papel- de Van Heflin y el gran final para lo que no es sino un camino de aprendizaje de tolerancia, termina por dejarnos un gran sabor de boca
Buen western y otra buena película de Phil Karlsson.
20 de diciembre de 2014
20 de diciembre de 2014
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Prodigioso debut de Ermanno Olmi en esta sencilla historia de la convivencia de un viejo vigilante de una presa en lo alto de las montañas nevadas y un joven estudiante. De la desconfianza y el silencio inicial pasamos, durante una fuerte tormenta, al momento de la intimidad y las confesiones. Bañada de una lúcida e hipnótica humanidad, con una extraordinaria fotografía en cinemascope, con ligeros apuntes de humor y una rara sensibilidad que nos guía a través de la honda mirada de los personajes -posteriormente se convertirá en marca de la casa-, iniciaba su carrera un director no suficientemente valorado cuando no profundamente desconocido y a la altura de los más grandes. Para almas sensibles y agradecidas.
15 de agosto de 2018
15 de agosto de 2018
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
El excepcional director japonés Mikio Naruse se especializó en el género de los melodramas familiares con protagonistas femeninos. En sus películas, las mujeres son, casi siempre, los personajes verdaderamente fuertes, porque saben a toda costa sobreponerse a las dificultades de la vida. Son prácticas y realistas, toman la vida tal y como les viene, tratando de adaptarse y sobrevivir. Mientras tanto los hombres, a menudo, son unos inútiles o unos cobardes, presos de sus debilidades, que solo saben solucionar sus problemas bebiendo. Paradójicamente, son ellas las únicas que pueden avergonzar a la familia con la moralidad de su comportamiento y no la holgazanería, la violencia o el alcoholismo de ellos.
Este es un áspero retrato de una familia a la deriva. Unos padres viven una pequeña localidad rural cercana a Tokio “al otro lado del rio” con tres hijos: Inokichi, holgazán y violento; Mon, que vive en Tokio, y San -la maravillosa Yoshiko Kuga- a la que tratan de casar con el hijo de un comerciante local. Todo cambia cuando Mon regresa inesperadamente y les comunica que está embarazada lo que provocará una espiral de reacciones en la familia.
Dividida en cuatro partes, Naruse nos habla –como tantas veces hizo su maestro Ozu- del peso de la tradición, en este caso en el Japón rural de la postguerra, al tiempo que pone en marcha un sutil juego de relaciones, en el que todos los personajes tienen algo que reprocharse y reprochar a los demás. Es un poema hondo y sostenidamente emotivo, llevado por el directo japonés con su habitual sencillez y sensibilidad, con ese pesimismo tranquilo que impregna buena parte de su filmografía, pero en el que, a veces, la tragedia aflora, cuando los sentimientos acumulados terminan por explotar, dando lugar, como en este caso, a una de las escenas más violentas de toda la filmografía de Naruse junto a la rabia borracha de Ryokchi al destrozar el jardín de la casa del padre en “Anzukko” (1958).
También hay un lugar para la esperanza y la felicidad con esas escenas, en forma de insertos -que separan los cuatro actos- mostrando familias de excursión en el campo, niños jugando, yendo de pesca o bañándose en el rio entre el griterío gozoso y que sirven como maravillosas elipsis que nos hablan del paso del tiempo. Naruse combina con gran inteligencia y sensibilidad todos estos elementos, mecidos por maravillosa música de Ichiro Saito y nos entrega otra de sus inolvidables joyas, que el verdadero aficionado, curioso y sin prejuicios, no debería dejar pasar.
Este es un áspero retrato de una familia a la deriva. Unos padres viven una pequeña localidad rural cercana a Tokio “al otro lado del rio” con tres hijos: Inokichi, holgazán y violento; Mon, que vive en Tokio, y San -la maravillosa Yoshiko Kuga- a la que tratan de casar con el hijo de un comerciante local. Todo cambia cuando Mon regresa inesperadamente y les comunica que está embarazada lo que provocará una espiral de reacciones en la familia.
Dividida en cuatro partes, Naruse nos habla –como tantas veces hizo su maestro Ozu- del peso de la tradición, en este caso en el Japón rural de la postguerra, al tiempo que pone en marcha un sutil juego de relaciones, en el que todos los personajes tienen algo que reprocharse y reprochar a los demás. Es un poema hondo y sostenidamente emotivo, llevado por el directo japonés con su habitual sencillez y sensibilidad, con ese pesimismo tranquilo que impregna buena parte de su filmografía, pero en el que, a veces, la tragedia aflora, cuando los sentimientos acumulados terminan por explotar, dando lugar, como en este caso, a una de las escenas más violentas de toda la filmografía de Naruse junto a la rabia borracha de Ryokchi al destrozar el jardín de la casa del padre en “Anzukko” (1958).
También hay un lugar para la esperanza y la felicidad con esas escenas, en forma de insertos -que separan los cuatro actos- mostrando familias de excursión en el campo, niños jugando, yendo de pesca o bañándose en el rio entre el griterío gozoso y que sirven como maravillosas elipsis que nos hablan del paso del tiempo. Naruse combina con gran inteligencia y sensibilidad todos estos elementos, mecidos por maravillosa música de Ichiro Saito y nos entrega otra de sus inolvidables joyas, que el verdadero aficionado, curioso y sin prejuicios, no debería dejar pasar.

6,5
207
7
28 de junio de 2018
28 de junio de 2018
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Inteligente melodrama doméstico ambientado en la alta sociedad. Harriet (Rosalind Russell) es la fría, cerebral, altiva y maniática esposa del enamorado señor Craig (John Boles). La película pretende ser el retrato despiadado de una esposa absorbente y posesiva y, desde luego, lo es; pero también admite otras lecturas y no es la más descabellada la lectura feminista de una mujer alienada por los roles que la sociedad de la época reservaba a las mujeres y en el que la soledad era muchas veces el precio de la independencia.
Dorothy Azner, feminista, lesbiana e inteligente, fue una de las escasas directoras de la época clásica de Hollywood en cuyo cine asomaban, en ocasiones, fuertes personajes femeninos que pugnan por salirse del estrecho marco otorgado, lo que la situaría como una precursora del cine de mujeres, si tal categoría puede existir. Azner vio en esta obra ganadora del premio Pulitzer de 1925 un relato que pone en duda el modelo de rol femenino de la sociedad del momento y, de paso, el modelo de representación del Hollywood de la época- consciente o inconscientemente- asignándole el único posible de la época –estamos en los años treinta “post-code”- en el que la mujer sólo puede ser libre si ejerce como dominadora, posesiva, en suma, como enferma.
Fluidez narrativa, buen gusto e ingenio gramatical -abre muchas escenas partiendo de primeros planos para ampliar el campo con planos medios o generales, como tanto hará Hitchcock, al revés de la narrativa clásica- son algunos de los ingredientes de esta más que buena película que ilumina interesantes territorios cinematográficos aún por explorar.
En 1950 Vincent Sherman rodaría una nueva versión, sin la densidad de la que nos ocupa, lastrada por una interpretación excesiva de Joan Crawford.
Dorothy Azner, feminista, lesbiana e inteligente, fue una de las escasas directoras de la época clásica de Hollywood en cuyo cine asomaban, en ocasiones, fuertes personajes femeninos que pugnan por salirse del estrecho marco otorgado, lo que la situaría como una precursora del cine de mujeres, si tal categoría puede existir. Azner vio en esta obra ganadora del premio Pulitzer de 1925 un relato que pone en duda el modelo de rol femenino de la sociedad del momento y, de paso, el modelo de representación del Hollywood de la época- consciente o inconscientemente- asignándole el único posible de la época –estamos en los años treinta “post-code”- en el que la mujer sólo puede ser libre si ejerce como dominadora, posesiva, en suma, como enferma.
Fluidez narrativa, buen gusto e ingenio gramatical -abre muchas escenas partiendo de primeros planos para ampliar el campo con planos medios o generales, como tanto hará Hitchcock, al revés de la narrativa clásica- son algunos de los ingredientes de esta más que buena película que ilumina interesantes territorios cinematográficos aún por explorar.
En 1950 Vincent Sherman rodaría una nueva versión, sin la densidad de la que nos ocupa, lastrada por una interpretación excesiva de Joan Crawford.

6,3
134
8
11 de febrero de 2017
11 de febrero de 2017
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Producción de carácter coral dirigida por el montador, productor y futuro director de series de televisión Leslie Norman que relata la historia de la evacuación del ejército expedicionario británico de las playas de Dunquerque, durante la segunda guerra mundial, a través de varias historias paralelas que acaban por confluir en las playas de la ciudad francesa: una patrulla de soldados británicos, comandada por John Mills, buscando su unidad en una Francia plagada de alemanes, un periodista –interpretado por Bernard Lee- concernido por la terrible amenaza que se está cerniendo sobre Europa o un fabricante de hebillas -Richard Attemborough- a quien la guerra le está dando enormes beneficios pero no quiere comprometerse y al que sólo la evacuación pone ante sus ojos y los de toda Inglaterra la inminencia del horror que se cernía sobre Inglaterra y toda Europa.
Pese a su aparente modestia, la película atesora grandes cualidades. La reconstrucción del sufrimiento de los soldados británicos en las playas de Dunquerque esta magníficamente expuesto y refleja de igual modo el ambiente de desinterés que provocó en los ingleses el inicio de la guerra, pensando que Hitler se conformaría con unos cuantos territorios, cuando pocos parecen querer darse cuenta del verdadero significado de la amenaza alemana. No hay ninguna espectacularidad, sólo un buen trabajo de gran dignidad y corrección sobre todo aquello que rodeó la evacuación de los soldados británicos.
La película expone con estilo realista las andanzas de estos hombres comunes, nada excepcionales, que dudan sobre el siguiente paso a tomar. En ese sentido es magnífico el papel de John Mills como Cabo que no está muy seguro de sus decisiones y tiene que ir improvisando en un aprendizaje para salvar su vida y la de sus compañeros. La descripción de los soldados es excelente con las dosis justas de emoción, sufrimiento, empatía y dolor, sin excesos ni dramatismos superfluos. Muy buena película.
Pese a su aparente modestia, la película atesora grandes cualidades. La reconstrucción del sufrimiento de los soldados británicos en las playas de Dunquerque esta magníficamente expuesto y refleja de igual modo el ambiente de desinterés que provocó en los ingleses el inicio de la guerra, pensando que Hitler se conformaría con unos cuantos territorios, cuando pocos parecen querer darse cuenta del verdadero significado de la amenaza alemana. No hay ninguna espectacularidad, sólo un buen trabajo de gran dignidad y corrección sobre todo aquello que rodeó la evacuación de los soldados británicos.
La película expone con estilo realista las andanzas de estos hombres comunes, nada excepcionales, que dudan sobre el siguiente paso a tomar. En ese sentido es magnífico el papel de John Mills como Cabo que no está muy seguro de sus decisiones y tiene que ir improvisando en un aprendizaje para salvar su vida y la de sus compañeros. La descripción de los soldados es excelente con las dosis justas de emoción, sufrimiento, empatía y dolor, sin excesos ni dramatismos superfluos. Muy buena película.
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