Haz click aquí para copiar la URL
You must be a loged user to know your affinity with La mirada de Ulises
Críticas 114
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
20 de abril de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Anna es una joven novicia que está a punto de tomar sus votos perpetuos en la Polonia de 1960. Antes de hacerlo sale del convento para visitar a su tía, único pariente vivo y que le dirá quién es realmente y qué fue de su familia. Anna se enfrentará a un pasado para ella ignorado, pues fue dejada en el convento siendo niña... y no conoce otra realidad que la vivida dentro de sus muros. De esta manera, sabrá que su verdadero nombre es Ida y que su origen es judío, que sus padres fueron asesinados durante la ocupación nazi y que el pasado fue mucho más cruel de lo que puede imaginar. Vestida con su hábito, Ida hará un viaje con su tía para visitar la tumba de sus padres y, lo que es más importante, para reencontrarse con sus orígenes. La pureza e inocencia encarnada necesita enfrentarse al pasado, lo mismo que su tía Wanda, una mujer madura que ejerció de fiscal implacable en la posguerra y que ahora se ha entregado en su hastío y amargura al alcohol y al sexo. Esta es la historia de "Ida", película de Pawel Pawlikowski que entronca con el mejor cine de autor europeo.

Ida y Wanda son aparentemente como el ángel y el diablo, una pareja extraña con pasado común y presente dispar. Cada una debe encontrar su lugar en el mundo y la paz para seguir viviendo. Necesitan pasar página y vivir otra vida: Ida debe conocer la memoria que le fue robada, y Wanda descubrir si todavía hay futuro para ella en este mundo de represalias. De esta manera, el espectador asiste a una road movie existencial donde lo espiritual y lo mundano cohabitan, donde la identidad debe aflorar para construir una vida sobre terreno firme. La entrega por los votos o el suicidio por la desesperación, el perdón de los agravios o la venganza tras la injusticia, la esperanza de unos jóvenes en formar una familia o la retirada al convento... Son disyuntivas que la película de Pawlikowski plantea y que responden a profundas reflexiones en torno al hombre y a la sociedad actual... porque la historia puede entenderse también en clave socio-política.

Hay otra pregunta que se hace Ida de forma reiterativa, ya al final de la película, en su conversación con el joven saxofonista: "¿y después? ¿y después?". Conocido su pasado, necesita atisbar lo que puede ser su futuro para decidir en conciencia lo que hacer con su vida. Ahora es consciente de que pasado y futuro conforman la existencia humana de igual manera, y que ambas realidades tienen su lugar en la búsqueda de la felicidad. Por eso, Ida se pone los zapatos de Wanda y trata de verse en esa otra vida... antes de vivir la suya. Ha resuelto asumir en primera persona su libertad, estrenar sentimientos y sensaciones nuevas, decidir qué quiere hacer... y hacerlo. En esta tesitura existencial de dos almas que se buscan, nada hubiera sido posible sin la contenida interpretación de Agata Trzebuchowska como Ida o de Agata Kulesza como Wanda, dos papeles que discurren por caminos distantes pero que sienten el mismo peso del destino y de la libertad.

Si la hondura antropológica de la propuesta de Pawlikowski es incuestionable, no lo es menos su depurada y sobria puesta en escena, su atractiva y sugerente estética visual. Nada sobra y nada resulta superfluo en un trabajo lleno de poesía y arte: la fotografía brilla en un blanco y negro cargado de significado y que no se pierde en su esteticismo, la elegante planificación sabe sacar partido al formato 1:1,33 para unos primeros planos artísticamente compuestos y también acierta a conjugar los planos fijos de interiores con las panorámicas de paisajes, la contención expresiva va pareja a la precisión narrativa, y los silencios resultan tan ilustrativos como esa música de jazz o de Bach.

En resumidas cuentas, pocas veces asistimos a un ejercicio de estilo tan completo y que, a la vez, responde al espíritu de una época y al de unos personajes. Y es que el director polaco hace un retrato certero del alma humana, con sus anhelos y sus dudas, con sus deseos y sus remordimientos... y lo consigue hablando con la imagen y el sonido, transmitiendo al espectador sentimientos e ideas sin necesidad de subrayados ni de apoyaturas de artificio. Su cine es otro cine, como la vida de Ida es otra... antes y después de salir del convento.
16 de abril de 2015
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Taki acaba de fallecer en el Japón del siglo XXI. Entre sus pertenencias, su sobrino Takeshi recibe su autobiografía y algo más, que le permiten conocer mejor a su tía... cuando estuvo como criada en la casa del tejado rojo, a comienzos de la 2ª Guerra Mundial. Descubre su vida junto a la familia de posición acomodada que le dio cobijo: Masaka y su trabajo como diseñador de juguetes, su bella mujer Tokiko y sus problemas de corazón al conocer al joven Itakura, y el pequeño Kyoichi que Taki toma a su cuidado. Las relaciones entre este quinteto del Japón imperial son estrechas y comprometedoras, delicadísimas y llenas de humanidad, y solo la guerra decantará el devenir de unos y otros. Esa es la historia que Yôji Yamada recoge en "La casa del tejado rojo" y que viene a ilustrarnos una mentalidad y un modo de entender la familia y el matrimonio que murieron con Taki.

El veterano director nipón mantiene su interés por todo lo relacionado con la familia, y vuelve a mirar al corazón de sus protagonistas para mostrar sus inquietudes con discreción y de manera sutil. Vemos el decoro y lealtad de unos y otros, pero también sus inclinaciones y conciencia de culpa... que Taki arrastrará hasta sus últimos días. Pero la elegancia y finura para abrir el alma de cada uno hace que nos acerquemos a ellos con pudor, sin juicios recriminatorios, comprendiéndoles e incluso disculpándoles. Yamada hace que los planos respiren humanismo, que los personajes nos transmitan una manera de pensar en que el servicio, la disciplina o el patriotismo se sitúan en primera línea. También acierta al introducir a Takeshi y a su novia para mostrar la evolución de la sociedad japonesa hacia la modernidad... siempre manteniendo una hondura y un sentimiento a prueba de bombas.

En sus quehaceres, Taki manifiesta tanta abnegación como bondad y fortaleza. A su modo, vela por la felicidad de la familia y es algo más que una criada. Es la guardiana de la casa del tejado rojo, la que ha vivido tanto como para poder contar lo que se cocinaba en ella, y para hacerlo de manera velada, desde el silencio y la lealtad. El rostro de Haru Kuroki -premio a la mejor actriz en el Festival de Berlín- transmite esa delicadeza y fragilidad, esa duda y discreción tan juvenil como refinada; mientras que el de Takako Matsu como joven esposa encierra honestidad y a la vez debilidad. Asistimos a una historia de amor y a otra de infidelidad, a una de amistad y a otra de lealtad. Todo sucede a fuego lento, con la pausa y nostalgia que permiten a la memoria paladear aquellos maravillosos y difíciles años. Contemplación con hermosos planos que hablan de quietud, silencios para reflejar lo incierto de una guerra que aparecía en el horizonte, y colorido para enriquecer una mentalidad que comenzaba a estar trasnochada.

La cinta encierra el encanto y dulzura de la novela de Kyoko Nakajima, con un entrelazamiento de los distintos tiempos que está realizado con sencillez y elegancia. Quizá haya un exceso de circunloquios y demasiada repetición de situaciones, que pueden llegar a cansar al espectador. Pero estamos ante una mirada llena de romanticismo y de pureza siempre desde la contención emocional, ante una visión luminosa y poética de las realidades más cotidianas, allí donde las pequeñas cosas que se ven responden a grandes deseos del corazón, donde la verdad profunda de lo que sucede está en manos de una humilde y heroica mujer. La película hay que verla sin prisas y sin esperar grandes acontecimientos, atentos a las invisibles cosas del alma.
14 de mayo de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La semana pasada comenzó la explotación cinematográfica de la saga "Divergente", adaptación de la novela de Veronica Roth, que ya tiene sus secuelas en marcha. Nos presenta una sociedad del futuro donde la guerra ha dejado una particular estructura de clases -facciones se llaman a los grupos establecidos-, de acuerdo con virtudes que desarrollan sus pobladores: sinceridad (Verdad), altruismo (Abnegación), valentía (Osadía), paz (Cordialidad) e inteligencia (Erudición). Se trata de que cada uno encuentre su lugar en el mundo y de que todos sirvan a una paz duradera, dicen. La realidad es que los "inteligentes" tratan de manipular a los "osados" dejándoles "en simulación" (algo así como en estado catatónico)... para después controlar a los "abnegados" y ejercer el poder de manera despótica. Nada nuevo bajo el sol en el mundo de los humanos, aunque en este caso la jefa de Erudición (una despiadada Kate Winslet) lo reviste de una filosofía barata acerca de las deficiencias de una condición humana que pierde calidad con cualquier señal de compasión y bondad.

Todo en la película nos habla de miedos y de traumas que se han alojado en la mente, de adiestramientos para superarlos y de la necesidad de ser uno mismo, de libertad para elegir el propio camino... aunque muchos son "abandonados" a su destino cuando no son útiles para el grupo (eugenesia encubierta). Hay también ecos de totalitarismos que asoman bajo esa máxima de que "ahora la facción es más importante que la sangre" exigida a los iniciados cuando se incorporan a cada grupo. El tiempo dirá, claro, que eso no es posible, como tampoco lo es la anulación absoluta de la libertad y amor que habitan en el alma humana... irremediablemente. El intento por acabar con ellas, ya sea por medio de productos químicos o con ideologías que atropellan al individuo vendiéndole una utopía social... no se sostienen, y el malvado termina recibiendo su propia medicina.

Y es que la libertad siempre ha dado miedo, y quienes se atreven a pensar siempre han resultado peligrosos, de la misma forma que resulta más cómodo seguir unos patrones preestablecidos que arriesgarse a tomar caminos inciertos. ¿Porqué no ser "divergentes" y decidir en cada caso, según la propia conciencia y la prudencia dicten? ¿porqué sentir vergüenza por ser distinto y no aprovechar esa diferencia para el bien común? ¿porqué no aspirar a integrar las cinco virtudes en la misma persona y superar reduccionismos empobrecedores? La vida nos enseña que siempre hay quien intenta decirnos lo que tenemos que hacer, que la libertad que se nos ofrece es bastante relativa y superficial, que a algunos les interesa vendernos una realidad que no existe y tenernos así narcotizados en el conformismo.

Lo curioso es que Hollywood nos venda ese mensaje de rebelión en "Divergente" cuando su manera de hacer conduce a la homogeneización del espectador, cuando su cine lamina cualquier matiz con tópicos que reducen la persona a sus rasgos más esquemáticos, cuando nos ofrecen un barniz de libertad y un sentimiento de amor tan superficial como perecedero. Así es la industria... pero que nadie se llame a engaño: a Hollywood no le interesan los divergentes, porque su negocio pronto se arruinaría (eso no quita que la película sea entretenida y tenga sus elementos positivos, claro). Y esa es la tiranía del cine que llega mayoritariamente a las salas, y ese el miedo a dar el salto a la verdadera libertad... que Beatrice/Tris se atreve a dar.
17 de junio de 2015
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Christian Petzold regresa a la Alemania de posguerra para rastrear las cenizas que dejó el nazismo. De esta manera, la huella de "Bárbara" tiene en "Phoenix" su continuación, con una mujer que vuelve de un campo de concentración con el rostro desfigurado, y que lo hace obsesionada con encontrar a su marido. Ella es Nelly, única superviviente de la familia, que se somete ahora a una operación de reconstrucción facial anhelando ser la que fue y ser reconocida por un Johnny al que todavía ama. Le espera un Berlín en ruinas y un pasado desconocido que puede convertirse para ella en una nueva muerte o en una resurrección.

Viendo "Phoenix" uno tiene la impresión de que Hitchcock trae de nuevo a Madeleine de entre los muertos de "Vértigo". El empeño de Johnny por reproducir el pasado y a su esposa va parejo al deseo de Nelly por revivir un tiempo de triunfo del amor, pero más bien estamos ante el duelo entre la representación y la realidad... y la vida tiene todas las de ganar. El progresivo acercamiento de ambos y el descubrimiento de la realidad del otro no tiene vuelta atrás, lo mismo que el regreso de esos judíos marcados por la tragedia y que simboliza Lene, la amiga de Nelly. Es inevitable que la pesadilla de mentira, traición e inhumanidad no agoste cualquier intento de reparación, que la verdad no termine saliendo a la luz y sea descubierta de la manera más cruel. Antológico es el desenlace, en ese sentido, que no necesita palabras porque se ha ido cociendo a fuego lento y se trasluce en el silencio de los personajes.

Son precisamente el silencio que Petzold impone al dúo protagonista y la extraordinaria interpretación de Nina Hoss los elementos que dotan a la cinta de un espíritu de desengaño y de un alma mortuoria. Entre ellos las miradas dicen más que las palabras, y la atmósfera conseguida se mueve entre el realismo más crudo y la fantasía más irreal. Frialdad, desconfianza, distancia, amargura, tragedia son sentimientos que aletean en un ambiente enrarecido en donde el pasado es demasiado plomizo. La sobriedad narrativa y la contención expresiva ahondan en ese tono nada complaciente con el que el director pide al espectador que se meta en el alma muerta de esa mujer que regresa del infierno, que intente atisbar algún rastro de esperanza a esa relación marchita, que llene esos silencios y secretos que esconden deslealtad y falsedad.

Por otro lado, el rostro de Nelly comienza oculto por las vendas de la masacre para terminar quitándose ella misma otras más dolorosas e interiores. Ha sido un viaje de descubrimiento de sí misma que va más allá de los rasgos faciales. Ha sido un encuentro con la verdad que tenía en el antebrazo y que había sido escrito por quien menos sospechaba. La distancia y dureza de la cinta son evidentes, lo mismo que la austeridad de su estilo y la ausencia de concesiones. También lo es la precisión narrativa y la cuidada planificación, el tono intimista y el esfuerzo por darnos una historia de amor curiosa e incierta. En definitiva, una vez más asistimos al duelo entre la verdad y la simulación, entre la realidad y la representación, y en ese cruce de identidades y de ambigüedad se masca la pesadilla de todo un pueblo y de una mujer.
24 de noviembre de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es fácil acercarse a la muerte sin caer en la amargura nihilista, sin derivar hacia lo grueso y macabro, o sin empaparse de un humor negro que no supera el nivel más superficial. Uberto Pasolini lo consigue en "Nunca es demasiado tarde", una historia triste y extravagante en apariencia, pero positiva y esperanzada en el fondo. De alguna manera, el director italiano es capaz de convertir un lúgubre funeral sin familiares en una auténtica fiesta de humanidad, y de hacerlo desde el minimalismo y la contención, sin aspavientos ni reclamos sentimentales, con una mirada profunda y sensible. El protagonista es John May, encargado en el ayuntamiento de organizar el entierro de aquellos que mueren sin conocidos ni parientes. John es un hombre gris y solitario, metódico y minucioso hasta la obsesión, perfeccionista y rutinario hasta la saciedad. Pero todo cambia cuando le comunican que va a ser despedido por recortes en la administración, y entonces solo le permiten terminar con el caso que tiene entre manos.

Los primeros planos nos dan el toque cómico y lacónico, un tanto original y excéntrico, de la historia y del personaje. La repetición de lugares y de situaciones anodinas, la planificación áspera y seca, el melancólico rostro de Eddie Marsan que se mueve entre el aburrimiento y la compasión... todo nos introduce en el mundo de un funcionario de misterioso pasado, dedicado en cuerpo y alma a organizar el último adiós de los desamparados. La mirada de Marsan/May tiene un punto de frialdad pero también otro de ternura, es perpleja y sobria para relacionarse más allá de la cortesía funcionarial, y un tanto opaca y críptica para mostrar su alma y su pasado. Su mérito -y el de Pasolini- está en que atisbemos detrás una vida difícil y de soledad, un deseo de entrar en contacto con otros... aunque sean muertos, una necesidad de afecto que parece encontrar salida en Kelly Stoke. Sería interesante elucubrar por qué dice que le gusta ese trabajo, qué aprende de la vida de su último muerto -Billy Stoke- como para quererle imitar en el suceso del cinturón.

En cualquier caso, John May es un coleccionista de soledades muy particular y ciertamente enigmático, que alimenta la suya con fotografías que parecen darle la vida que no tiene, que trabaja a conciencia... primero por perfeccionismo y después por sentimiento, en una evolución recogida con delicadeza y mostrada con enorme sutilidad por el director. En esa línea, el desenlace es la verdadera joya a la corona, momento pleno de humanidad y de trascendencia, auténtico espejo de una vida que encuentra su reconocimiento con la misma discreción con la que pasó por la Tierra. Por eso, la austeridad de Marsan y el minimalismo de May exigen un espectador paciente y sensible al mundo interior, porque esos cadáveres han tenido mucha vida y aún tienen cosas que decirnos si uno está dispuesto a escucharles, porque "nunca es demasiado tarde"... para recibir el último adiós.
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow
    Bienvenido al nuevo buscador de FA: permite buscar incluso con errores ortográficos
    hacer búsquedas múltiples (Ej: De Niro Pacino) y búsquedas coloquiales (Ej: Spiderman de Tom Holland)
    Se muestran resultados para
    Sin resultados para