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7
5 de mayo de 2013
5 de mayo de 2013
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta breve película de 71 minutos ocurren nada menos que estos sucesos, entre otros:
Cobardía y heroísmo. Drogadicción. Despido libre. Desintoxicación. Altruismo. Dos historias de amor, una de ellas soterrada. Un inventor genial, furibundo comunista, que se transforma en capitalista de pro. Una represión policial que acaba con la vida de la mujer y la injusta condena del protagonista. La depresión económica que acaba con el trabajo pero no con las conductas solidarias.
Todos estos asuntos están tratado con el uso ejemplar de las elipsis y algunos planos de detalle que eliminan explicaciones tediosas; por ejemplo:
El plano de la mano que aprieta la condecoración injusta.
La historia de amor contada en cuatro planos, entre ellos el de la pareja que se abraza frente a la ventana y el de la amiga que los contempla
La desintoxicación, contada exclusivamente en las anotaciones de la ficha
La injusticia del capital, resumida en el puro que se fuma el poderoso mientras plantea el despido colectivo.
La empresa poblada de trabajadores se sustituye por una nave prácticamente vacía tras la implantación de la maquinaria
En resumen, un modelo de concreción y síntesis, ciertamente elemental, pero que dan el resultado de una película sumamente amena y emotiva que deberían contemplar todos los presuntos genios del ampuloso cine de hoy, capaces de torturarnos durante más de dos horas sin el menor recato.
Cobardía y heroísmo. Drogadicción. Despido libre. Desintoxicación. Altruismo. Dos historias de amor, una de ellas soterrada. Un inventor genial, furibundo comunista, que se transforma en capitalista de pro. Una represión policial que acaba con la vida de la mujer y la injusta condena del protagonista. La depresión económica que acaba con el trabajo pero no con las conductas solidarias.
Todos estos asuntos están tratado con el uso ejemplar de las elipsis y algunos planos de detalle que eliminan explicaciones tediosas; por ejemplo:
El plano de la mano que aprieta la condecoración injusta.
La historia de amor contada en cuatro planos, entre ellos el de la pareja que se abraza frente a la ventana y el de la amiga que los contempla
La desintoxicación, contada exclusivamente en las anotaciones de la ficha
La injusticia del capital, resumida en el puro que se fuma el poderoso mientras plantea el despido colectivo.
La empresa poblada de trabajadores se sustituye por una nave prácticamente vacía tras la implantación de la maquinaria
En resumen, un modelo de concreción y síntesis, ciertamente elemental, pero que dan el resultado de una película sumamente amena y emotiva que deberían contemplar todos los presuntos genios del ampuloso cine de hoy, capaces de torturarnos durante más de dos horas sin el menor recato.

8,2
13.344
10
12 de agosto de 2009
12 de agosto de 2009
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nueva mirada a las relaciones generacionales entre padres e hijos, la pérdida de valores tradicionales y el enfrentamiento entre dos mundos en una obra admirable donde brilla de forma fulgurante el estilo impagable de su autor: sereno, emocionante, ayuno de aditamentos y subrayados. Unos breves planos del exterior, las chimeneas de Tokio, el río surcado por un vapor, introducen a los personajes vistos a la altura del hombre, seres humanos que se expresan con sus miradas, sus palabras o sus comportamientos, a la vista de los cuales surge de forma directa la reflexión moral.
Una hermosa película hecha con materiales sencillos y una inmensa sabiduría, fruto de muchos años de pensamiento y lucidez.
El juego de los actores, contenidos, sensibles; la cámara quieta mostrando sin interferir; la construcción del guión, elocuente y rica, y la claridad de ideas dan como resultado la verdad cinematográfica.
Quien la vea por primera vez quedará enamorado para siempre del arte del cine... ¡qué envidia!
Una hermosa película hecha con materiales sencillos y una inmensa sabiduría, fruto de muchos años de pensamiento y lucidez.
El juego de los actores, contenidos, sensibles; la cámara quieta mostrando sin interferir; la construcción del guión, elocuente y rica, y la claridad de ideas dan como resultado la verdad cinematográfica.
Quien la vea por primera vez quedará enamorado para siempre del arte del cine... ¡qué envidia!
9 de septiembre de 2015
9 de septiembre de 2015
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El amor es una aventura arriesgada y sorprendente. En un instante puede llevarte de la cima a la sima, desde la cumbre de la exaltación y la alegría de vivir hasta las profundidades en las que se sitúa la antesala del Infierno. Hay quienes viven varias experiencias amorosas en sus vidas, pero los fracasos previos apenas les sirven para evitar errores futuros. Dicen que hay quienes solo conocen un único amor en sus existencias que sea pleno y satisfactorio. La mayoría, sin embargo, no conoce el vértigo de la pasión y pasarán por la vida sin esta imprescindible experiencia, conformándose con sucedáneos.
De este asunto tan trillado trata esta maravillosa película. Sus protagonistas se entregan al amor de forma distinta. Ella, parece que vive un fugaz pasatiempo veraniego, no llega a sumergirse del todo en el torbellino de la pasión, aunque en algún momento de la trama parece dudarlo. Él, por el contrario, se entrega al amor con el ansia de un náufrago que trata de asirse a un clavo ardiendo.
Desde luego se trata de un amor difícil, pero habría que haberlo intentado con la misma ilusión que la del niño que completa el trío. La apuesta es desigual: ella apenas arriesga nada, quizá en el futuro incluso llegue a olvidarse de la experiencia; él, por su parte, lo apuesta todo. La suerte está echada.
Esta trama amorosa está tratada con mucho esmero y sutileza por el gran director Mario Camus, autor de excelente trayectoria que aquí logró su obra cumbre. El guion es de gran perfección, muy superior a la liviana trama del cuento de Aldecoa en que se basa la historia; pero es en la realización donde alcanza el virtuosismo con planos de gran intensidad como los que se desarrollan en el bar de copas, en los que utiliza un arma que pocos directores saben manejar como él: el juego de las miradas, la más delicada esencia de la gramática cinematográfica. Otros momentos de gran emoción son el plano sobre la nuca de Elisa en el restaurante, un instante de gran tensión; la escena a tres en el cine con el tierno intercambio de asientos; la visita al amigo poeta, con el brillante recital de poemas y los fogonazos que iluminan los recuerdos de la protagonista; aparte, claro está, del memorable final que no comento.
Lástima que no hubiera tenido la paciencia o el dinero preciso para pulir algunos aspectos: los planos iniciales son impropios de una obra de tanta profundidad, la secuencia de la fiesta es algo chirriante y mejorable; por último, la música del siempre excelente García Abril es poco variada.
Pese a estos defectos, la considero la mejor película de Camus y una de las diez mejores de nuestro cine. Es tan buena que hasta los programadores de TVE se olvidaron de interrumpir los títulos de crédito finales.
De este asunto tan trillado trata esta maravillosa película. Sus protagonistas se entregan al amor de forma distinta. Ella, parece que vive un fugaz pasatiempo veraniego, no llega a sumergirse del todo en el torbellino de la pasión, aunque en algún momento de la trama parece dudarlo. Él, por el contrario, se entrega al amor con el ansia de un náufrago que trata de asirse a un clavo ardiendo.
Desde luego se trata de un amor difícil, pero habría que haberlo intentado con la misma ilusión que la del niño que completa el trío. La apuesta es desigual: ella apenas arriesga nada, quizá en el futuro incluso llegue a olvidarse de la experiencia; él, por su parte, lo apuesta todo. La suerte está echada.
Esta trama amorosa está tratada con mucho esmero y sutileza por el gran director Mario Camus, autor de excelente trayectoria que aquí logró su obra cumbre. El guion es de gran perfección, muy superior a la liviana trama del cuento de Aldecoa en que se basa la historia; pero es en la realización donde alcanza el virtuosismo con planos de gran intensidad como los que se desarrollan en el bar de copas, en los que utiliza un arma que pocos directores saben manejar como él: el juego de las miradas, la más delicada esencia de la gramática cinematográfica. Otros momentos de gran emoción son el plano sobre la nuca de Elisa en el restaurante, un instante de gran tensión; la escena a tres en el cine con el tierno intercambio de asientos; la visita al amigo poeta, con el brillante recital de poemas y los fogonazos que iluminan los recuerdos de la protagonista; aparte, claro está, del memorable final que no comento.
Lástima que no hubiera tenido la paciencia o el dinero preciso para pulir algunos aspectos: los planos iniciales son impropios de una obra de tanta profundidad, la secuencia de la fiesta es algo chirriante y mejorable; por último, la música del siempre excelente García Abril es poco variada.
Pese a estos defectos, la considero la mejor película de Camus y una de las diez mejores de nuestro cine. Es tan buena que hasta los programadores de TVE se olvidaron de interrumpir los títulos de crédito finales.

6,4
477
7
31 de agosto de 2011
31 de agosto de 2011
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película contiene las características que hacían inolvidable el cine de Hollywwod: buenos decorados, excelentes canciones, historia bien hilvanada, secundarios creíbles, dirección discreta para no entremeterse; en fin, un pasatiempo de dos horas, amenas y desengrasantes.
Hoy en día parece impensable un cine así: el director haría genialidades a troche y moche, las canciones serían inaudibles, la historia se llenaría de sexo y drogas; en resumen, sería imposible alcanzar las dos horas sin bostezar o mirar el reloj.
Aunque algunas de las características anteriores podría uno esperar que fuesen igualadas en el caso de un hipotético remake actual, desde luego aguzando mucho la imaginación; lo que sería imposible es encontrar un actor de la talla de Cagney, que hace aquí una auténtica creación, de un personaje rutinario hace un gran hombre: autoritario, megalómano, déspota, luchador, orgulloso y decidido. Es tan grande su creación que, aunque el personaje es aborrecible en muchos aspectos, le hace a uno desear que se quede con la sosa Doris Day, mediana actriz pero buena cantante, por delante del apocado Cameron Mitchell que sale huyendo al primer contratiempo. Que Cagney era grande ya lo sabíamos: eficaz en el cine negro, el musical y la comedia. Que por su creación aquí no le dieran el Oscar y acabaran después con este ridículo galardón es una prueba de la idiotez que acompaña al mundo desde su creación.
Hoy en día parece impensable un cine así: el director haría genialidades a troche y moche, las canciones serían inaudibles, la historia se llenaría de sexo y drogas; en resumen, sería imposible alcanzar las dos horas sin bostezar o mirar el reloj.
Aunque algunas de las características anteriores podría uno esperar que fuesen igualadas en el caso de un hipotético remake actual, desde luego aguzando mucho la imaginación; lo que sería imposible es encontrar un actor de la talla de Cagney, que hace aquí una auténtica creación, de un personaje rutinario hace un gran hombre: autoritario, megalómano, déspota, luchador, orgulloso y decidido. Es tan grande su creación que, aunque el personaje es aborrecible en muchos aspectos, le hace a uno desear que se quede con la sosa Doris Day, mediana actriz pero buena cantante, por delante del apocado Cameron Mitchell que sale huyendo al primer contratiempo. Que Cagney era grande ya lo sabíamos: eficaz en el cine negro, el musical y la comedia. Que por su creación aquí no le dieran el Oscar y acabaran después con este ridículo galardón es una prueba de la idiotez que acompaña al mundo desde su creación.
22 de enero de 2010
22 de enero de 2010
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta preciosa película el depurado estilo de Rohmer, decantado tras una larga carrera de obras preciosistas, siempre a vueltas con las relaciones humanas, frágiles y quebradizas como el cristal, alcanza la expresión sublime que da la perfección.
Unos diálogos armoniosamente escritos, que en manos de muchos otros autores incidirían en la vaciedad, logran el milagro de la identificación con los tiernos y sensibles protagonistas que desnudan sus almas, sus inquietudes y frustraciones ante nuestra miradas cómplices. Apenas unas intrigas leves, una encomiable espontaneidad y una apacible verosimilitud, son las banderas de este cineasta fiel a si mismo, concienciador moral de una generación, que traslada la acción al escenario futurista de un barrio moderno, lejos de la urbe cálida, para que los personajes vean enrecruzar una y otra vez sus destinos.
Unos diálogos armoniosamente escritos, que en manos de muchos otros autores incidirían en la vaciedad, logran el milagro de la identificación con los tiernos y sensibles protagonistas que desnudan sus almas, sus inquietudes y frustraciones ante nuestra miradas cómplices. Apenas unas intrigas leves, una encomiable espontaneidad y una apacible verosimilitud, son las banderas de este cineasta fiel a si mismo, concienciador moral de una generación, que traslada la acción al escenario futurista de un barrio moderno, lejos de la urbe cálida, para que los personajes vean enrecruzar una y otra vez sus destinos.
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