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Críticas ordenadas por utilidad
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6,3
29.183
6
19 de enero de 2013
19 de enero de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El término biopic (película biográfica) alcanza una nueva cota con este relato acerca de los últimos años de Abraham Lincoln como presidente de los Estados Unidos y su empeño por aprobar la decimotercera enmienda que abolió la esclavitud en aquel país en los últimos estertores de su Guerra Civil. Un relato que arranca con lo que podría haber sido un gran retrato de la norteamérica de finales del siglo XIX y que a medida que la película avanza se diluye como un azucarillo. El filme, tour de force interpretativo del gran actor que es Daniel Day-Lewis, se queda en una desapasionada sucesión de anécdotas concatenadas que terminan por emborronar el relato de uno de los mayores logros del aparentemente intachable sistema democrático yankee. Lejos de demostrar su pericia como realizador, Steven Spielberg, que es quien dirige la cinta, se conforma con hacer acopio de actores conocidos que van apareciendo a lo largo del metraje. Aunque en ocasiones no sepamos muy bien qué necesidad hay de que determinadas estrellas (David Strathairn, Joseph Gordon-Levitt, James Spader, Hal Holbrook, John Hawkes) se paseen por la gran pantalla de manera episódica en estos elefantiásicos proyectos concebidos con el único fin de acumular premios ‘porque yo lo valgo’. Ni un solo recurso narrativo que merezca la pena. Cero sorpresas en la planificación de las secuencias y una incomprensible obsesión con superar -por sistema- las dos horas de metraje en cada cinta.
Porque los casi 150 minutos de duración de Lincoln no están en absoluto justificados ni por la entidad de la historia que aquí se cuenta ni por la adaptación de la obra homónima escrita por la historiadora -y ganadora de un Pullitzer- Doris Kearns Goodwin. El guion de Tony Kushne es correcto, nada más. Lo que sorprende es la incapacidad de Spielberg de emocionar, entretener, e incluso, hacer pedagogía con estos mimbres. El director se limita a repetir los mismos trucos que tan bien le han funcionado en taquilla una y otra vez. El recurso lacrimógeno apoyado en la música de John Williams -muy pobre este score, por cierto-, los habituales movimientos de cámara que se repiten una película tras otra… Todo muy manido y mascado. Pero, lo peor, desprovisto de alma. Tan solo las interpretaciones del consabido Day-Lewis, Sally Field y, sobre todo, Tommy Lee Jones logran mantener el tono que requiere la historia que se pretende contar. Este último actor y su emocionante composición de Thaddeus Stevens consigue relegar a un segundo plano la figura del presidente Lincoln en el tercio final de la película.
Dos apuntes. El primero hace referencia al brillante arranque de la película y a su intención de emparentar los hechos históricos con la actualidad a través de sutiles referencias a las diferencias raciales y a la comunmente aceptada corrupción de la clase política. Una lástima que estos puntos fuertes del relato se pierdan en lo atropellado de la narración. El segundo apunte es una declaración de rendida admiración ante el trabajo de fotografía de Janusz Kaminski, quien además de crear ambientes también completa la acertada composición del personaje central y logra disimular el exagerado maquillaje. Me ahorraré las comparaciones con Muchachada Nui. Por cierto, esta película -acabe gustando o no- es obligatorio verla en su versión original para disfrutar de la variedad y riqueza de acentos.
Porque los casi 150 minutos de duración de Lincoln no están en absoluto justificados ni por la entidad de la historia que aquí se cuenta ni por la adaptación de la obra homónima escrita por la historiadora -y ganadora de un Pullitzer- Doris Kearns Goodwin. El guion de Tony Kushne es correcto, nada más. Lo que sorprende es la incapacidad de Spielberg de emocionar, entretener, e incluso, hacer pedagogía con estos mimbres. El director se limita a repetir los mismos trucos que tan bien le han funcionado en taquilla una y otra vez. El recurso lacrimógeno apoyado en la música de John Williams -muy pobre este score, por cierto-, los habituales movimientos de cámara que se repiten una película tras otra… Todo muy manido y mascado. Pero, lo peor, desprovisto de alma. Tan solo las interpretaciones del consabido Day-Lewis, Sally Field y, sobre todo, Tommy Lee Jones logran mantener el tono que requiere la historia que se pretende contar. Este último actor y su emocionante composición de Thaddeus Stevens consigue relegar a un segundo plano la figura del presidente Lincoln en el tercio final de la película.
Dos apuntes. El primero hace referencia al brillante arranque de la película y a su intención de emparentar los hechos históricos con la actualidad a través de sutiles referencias a las diferencias raciales y a la comunmente aceptada corrupción de la clase política. Una lástima que estos puntos fuertes del relato se pierdan en lo atropellado de la narración. El segundo apunte es una declaración de rendida admiración ante el trabajo de fotografía de Janusz Kaminski, quien además de crear ambientes también completa la acertada composición del personaje central y logra disimular el exagerado maquillaje. Me ahorraré las comparaciones con Muchachada Nui. Por cierto, esta película -acabe gustando o no- es obligatorio verla en su versión original para disfrutar de la variedad y riqueza de acentos.

6,8
74.611
4
13 de noviembre de 2012
13 de noviembre de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fallido intento del director español Juan Antonio Bayona (El orfanato) en su asalto al mercado internacional con el estreno de Lo imposible, una a priori interesante historia real de coraje y supervivencia. El catalán desaprovecha a dos buenos actores como Naomi Watts (¿recién salida de The Walking Dead?) y Ewan McGregor (con un papel poco más que episódico) en favor de los efectos especiales que recrean el tsunami que asoló Tailandia en 2004. El guion de Sergio G. Sánchez logra convertir los 107 minutos de metraje en un vía crucis para la familia protagonista, aunque carente de emoción por lo artificioso y forzado de la trama (salvo que todo sucediera tal como aquí se cuenta). Una historia plana y que apela a la lágrima fácil del espectador entrenado, cual perro de Pávlov, por John Williams y Steven Spielberg. La realización es efectiva. Bayona sabe colocar la cámara y llevar, visualmente, la -pobre- historia con brío. Poco más. Nada que no hubiésemos visto antes en, por ejemplo, El imperio del sol, Más allá de la vida y Los gritos del silencio, por poner algunos claros referentes. Cuidada fotografía de Óscar Faura, pero que en ocasiones recuerda más a una campaña publicitaria y que consigue el objetivo contrario del buscado: sacar al espectador de la historia. Las ‘apariciones estelares’ de Geraldine Chaplin y Marta Etura lejos de aportar a la historia sólo contribuyen a la confusión y a distanciar -aún más- al público de esta carísima (35 millones de euros) recreación de la peripecia vital de María Belón, su marido y sus tres hijos. Basada en hechos reales. Y tal. Todo el mundo también sabía qué pasaba al final de Titanic.

6,9
16.444
9
19 de enero de 2013
19 de enero de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Noqueado. Así te deja la primera hora de esta fantástica película de Jacques Audiard que aborda un asunto tan delicado como la discapacidad (social y física) desde una óptica descarnada. El tono realista con el que se narra esta historia le sienta como un guante, aunque su punto fuerte reside en la pareja protagonista. Tanto Matthias Schoenaerts (Alí) como, sobre todo, Marion Cotillard (Stéphanie) logran componer unos personajes que traspasan el celuloide gracias a sendas interpretaciones alejadas de la impostura y la afectación. Doble mérito, ya que la crudeza de lo que aquí se cuenta predispone a desmanes típicos del cine hollywoodiense a los que, por desgracia, estamos acostumbrados. El único ‘pero’ de esta magnífica cinta está en su tramo final. Audiard no se atreve a arriesgar cuando desde la segunda vez que suena el Firewok de Katy Perry ya nos tiene ganados para su causa y, de manera inexplicable, recula dulcificando el desenlace.
Si bien la relación entre Alí y Stéphanie está narrada a la perfección, se desaprovecha el personaje de Sam. Parece que a los guionistas sólo les sirve como pretexto para arrancar el filme y recurren de nuevo a él para aportar un par de pinceladas (innecesarios subrayados) sobre la personalidad de Alí y, por último, para precipitar el desenlace final. Interesante película capaz de hacer fácil eso tan difícil de que los silencios hablen. Que las imágenes se instalen en la parte de atrás de nuestro cerebro y vuelvan para sacudirnos. Vaciarnos las entrañas y provocarnos dolor, incluso físico. Y recordarnos que estamos vivos.
Si bien la relación entre Alí y Stéphanie está narrada a la perfección, se desaprovecha el personaje de Sam. Parece que a los guionistas sólo les sirve como pretexto para arrancar el filme y recurren de nuevo a él para aportar un par de pinceladas (innecesarios subrayados) sobre la personalidad de Alí y, por último, para precipitar el desenlace final. Interesante película capaz de hacer fácil eso tan difícil de que los silencios hablen. Que las imágenes se instalen en la parte de atrás de nuestro cerebro y vuelvan para sacudirnos. Vaciarnos las entrañas y provocarnos dolor, incluso físico. Y recordarnos que estamos vivos.

7,6
33.037
8
19 de enero de 2013
19 de enero de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que importa es el camino. Cómo hemos llegado hasta aquí. Quién tomó nuestra mano para acompañarnos. Quién decidió soltarse, emprender la marcha por otro lado. Agarrar otras manos. Soltarlas. Qué ganamos, cuánto perdimos. Lo verdaderamente importante no es el final. Por eso precisamente, Haneke empieza por el final en este descarnado y teatral canto a la vida que componen con maestría Jean Louis Trintignant y Emmanuelle Riva en Amor, la última película del realizador austriaco. Apenas cuatro estancias dentro de la vivienda parisina del matrimonio que componen con un verismo devastador la pareja protagonista sirven para ambientar esta historia. Un relato de (in)comunicación, (des)amor, (com)pasión y una infinita ternura soterrada que fluye a lo largo del metraje como el pentagrama de una inconclusa sinfonía de vida y muerte.
La habilidad de Haneke a la hora de situar la cámara y su otrora malvada obsesión por incomodar al espectador se tornan ahora en delicados ejercicios de poesía visual. El arte de sugerir más que mostrar. La perfecta planificación de las secuencias. El toma y daca continuo, merced al revelador juego del plano-contraplano que nos va mostrando detalles que nos permiten comprender a la vez que nos sobrecogen. Y así, con el alma chiquita asistimos al desgarrador y cotidiano acto diario. La vida. Eso que, más allá de lo orgánico, comienza al amar y ser amado. Eso que no capturan las fotografías o los cuadros. Eso que se nos escapa de continuo y sin respiro.
La habilidad de Haneke a la hora de situar la cámara y su otrora malvada obsesión por incomodar al espectador se tornan ahora en delicados ejercicios de poesía visual. El arte de sugerir más que mostrar. La perfecta planificación de las secuencias. El toma y daca continuo, merced al revelador juego del plano-contraplano que nos va mostrando detalles que nos permiten comprender a la vez que nos sobrecogen. Y así, con el alma chiquita asistimos al desgarrador y cotidiano acto diario. La vida. Eso que, más allá de lo orgánico, comienza al amar y ser amado. Eso que no capturan las fotografías o los cuadros. Eso que se nos escapa de continuo y sin respiro.

7,1
69.922
7
19 de enero de 2013
19 de enero de 2013
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero que sorprende en esta adaptación a la pantalla grande de la exitosa novela de Yann Martel es su apabullante derroche visual. Algo que, supongo, se verá potenciado aún más en su versión en 3D. Sin embargo, lo que realmente logra atrapar al espectador es precisamente la historia original en que se basa, muy superior al -sólo- correcto guion de David Magee, de quien se esperaba más tras la recordada Descubriendo Nunca Jamás. Ni un reproche en lo formal, aunque sí en el resto. Ang Lee se regodea en la poesía visual que tan bien le sienta a esta evangelizadora y naturalista historia de superación, que hará las delicias de los acólitos de Paulo Coelho. Pero dedicarle 127 minutos a una novela de 334 páginas se antoja algo excesivo. Sobre todo para aquellos espectadores que acudan a las salas tras haber disfrutado del texto original. También chirrían los excesivos subrayados en torno al tema religioso, quizá demasiado pendientes de contentar a todo el mundo. Impecable el protagonista, Suraj Sharma, habida cuenta de que en la mayoría de sus secuencias su réplica no estaba allí. O quizá sí…
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