Se lleva el 9 porque, sin atreverme a pincharle el cartel de pionera, tiene su mérito que todas las películas de temática similar posteriores parezcan calcos. A cualquier amante del cine con dedo y medio de frente le fascina este esquema, que persigue una pauta clara, atrapa y desagrada sugiriendo, como sus hermanas listas del género. Y, lo más importante: deja realmente mal cuerpo. ¡Qué menos, para una película de terror...!

No es que quepa esperar demasiado de las películas de supuestos exorcismos (porque esta no es siquiera eso), menos aún si están basados en hechos reales; pero es que esta decepciona desde el minuto uno, fundamentalmente por su inexpresividad y la falta absoluta de ritmo. Al final lo que nacía como una película de terror, muere como un rato malo de situaciones inconexas que además acaban derivando en algo que no tiene absolutamente nada que ver con lo que van adelantando. En definitiva, una película, o algo así, que parece rodada sin ganas ni ambición alguna. Un trámite.

Un crucero por la incoherencia de cabo a rabo; demasiado evidente que había que cerrar la serie como fuera, y con las prisas, se les olvidó pensar un argumento. Plagada de errores y fugas de guión, rematada a la carrera y, lo que es peor, plagada de alusiones -cuando no copias directas- de escenarios, entornos, ambientes y hasta protagonistas de otros títulos del género. Así, por ejemplo, cualquiera verá en la Ángela del principio y el propio barco el sello Resident Evil de las películas y los videojuegos: pero también en los entremeses percibirá referencias claras a cosas tan locas como Deep Blue Sea. No es que esta entrega no sea diferente, es que es un infumable refrito en el que incluso se permiten la licencia de entrelazar con la infame y saludable de olvidar tercera entrega. En fin, que menos mal que se ha acabado. Aunque haya sido con dos entregas de retraso.

No esperaba tanto de este híbrido entre Pesadilla antes de Navidad y Los Gremlins, pero es cierto que a las películas de festividades que sufrimos en silencio -o admiramos en un silencio todavía más vergonzante- hay que medirlas con un rasero diferente. Krampus no sólo es una película familar de terror plano sin aspavientos innecesarios, también es una formidable crítica redonda al espejo pomposo del que se ha rodeado la Navidad. Tiene probablemente los mejores tres minutos de película de todo 2015 y todavía le sobra filme para sorprender con algunos planos fuera de órbita creativa e incluso recursos estéticos reservados a superproducciones. No exagero. Por ponerle un pero: la artificalidad de la pérdida, la normalidad de lo extraordinario. Estamos tan acostumbrados a los monstruos de carne y hueso que cada vez se nos hace más difícil creernos a los generados por ordenador.

Sí, otra película de gente en una cabaña en medio del campo, pero mejor resuelta que la mayoría. Además gusta porque compensa, con una historia derivada a priori ridícula sobre una heroína accidental, y otro de esos giros tan agradecidos en el género de los que te dejan pensando un par de minutos después del final. Me atrevería a decir incluso que esta sí merecería la pena ir a verla al cine, lo cual en mi caso puntúa doble.