Sota, caballo y rey de una baraja muy gastada, con recauchutados evidentes. En mi opinión, no aporta nada a la historia original, que ya de por sí era bastante superficial. Me ha parecido, únicamente, un vehículo para el lucimiento personal de un Tom Cruise (o lo que él entienda por lucimiento) empeñado en desafiar al tiempo.
Por destacar algo positivo, podría mencionar el montaje y el sonido de la secuencia en la que culmina la película, pero me parece muy poco bagaje para justificar el propio film.

Esta película fue rodada en condiciones muy difíciles, casi clandestinas, por su carácter de denuncia contra el régimen iraní, Es, por tanto, un film claramente político, que ha suscitado el aplauso general en occidente por su propuesta. En cuanto a méritos estrictamente cinematográficos (sigo pensando que ética y estética son separables), le reconozco un tratamiento muy creíble (es lo que pretende) de las relaciones en el seno de la familia que retrata. Sin embargo, a la puesta en escena le encuentro ciertos defectos, el mayor de los cuales es el de la falta de presencia de ciertos elementos y personajes que ejercen presión sobre el padre de familia. Es posible que ello se haya debido a las dificultades que mencionaba al principio, pero creo que lastran en exceso en resultado final.

Como es habitual en su cine, Todd Field nos entrega con “Tár” un análisis psicológico quirúrgico. Apoyado en una magistral Cate Blanchett, el guión penetra en la mente de una persona con dotes de genio, capaz de altísimos logros –en este caso en el campo de la dirección musical-, pero también incapaz de no manipular a los demás al servicio de sus propósitos y de sus instintos. Una película de milimétrica pulcritud y de ritmo tenso e implacable, como medida por un metrónomo.

La directora de esta película, fiel a su estilo, posa su mirada de tono frío sobre un problema humano eterno, como es el de los hijos deseados o no deseados, dependiendo de las circunstancias de cada persona. Pero Kawase convierte esa mirada en apariencia distanciada en una cálida caricia, que además acaba trasladando al espectador (al menos en mi caso). Le concedo además el mérito de, en 150 minutos, saber dislocar el hilo narrativo de una forma muy medida y eficaz, consiguiendo así que los personajes tengan auténtica textura.

"El callejón de las almas perdidas" ("Nightmare Alley", Edmund Goulding, 1947), ofrece una interesante y, por momentos, inquietante, reflexión sobre lo que se esconde en los abismos del alma humana. Eso explica por qué Guillermo Del Toro se fijó en ella hasta el punto de tomar su guion y realizar una nueva versión, con el mismo título.

He visto en este film un diseño de producción impecable, un mayor detenimiento en el perfil de los personajes (lo que explica que supere en casi una hora la duración de la original) y una pulcra expresión de cariño por la gente marginada. Pero la película sufre, según creo, por la forzada composición de Bradley Cooper. Es este un actor de muy mejorable dicción que lleva años intentando demostrar que sirve para algo más que para comedias ligeras (a mí me parece que no lo consigue), y que queda muy por debajo de Toni Collette, David Straithairn o Cate Blanchett; y tampoco mejora la prestación de Tyrone Power que, sin ser un intérprete de calidad excepcional, sí sabía emplear la mirada y la voz para centrar el interés del público en el personaje principal y hacerlo creíble.