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Críticas 681
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
9 de febrero de 2014
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Pépé le Moko” es uno de los grandes clásicos del cine francés de entre guerras y una de las mejores realizaciones de Julien Duvivier, que en ese momento encadenó uno tras otro títulos que hoy son célebres, como es el caso de “La belle équipe”, “Carnet de baile”, o “La bandera”. La película que os comento a continuación mezcla con talento el material documental que sirve para las secuencias de obertura y que la sitúan en el contexto del laberinto de la Casbah argelina, con las tomas realizadas en estudio y en unos estupendos decorados del gran Alexandre Trauner. Se trata de evocar con precisión un mundo imaginario, el universo de las callejuelas exóticas de una ciudad árabe del norte de África, refugio y prisión de un gánster elegante interpretado por Jean Gabin, un “Pépé le Moko” que siente nostalgia de París, de la Rue de la Valette en la que creció, y sólo puede sosegar esa añoranza besando los labios de Gaby, una prostituta de lujo de paso por Argel del brazo de un gordo y sudoroso millonario, en los brazos de ella siente el sabor de los croissants de su infancia, el aroma del café de sus padres, el rumor del metro.

Todo ésto es lo que cuenta el film de Duvivier, dentro de un esquema policíaco sencillo y hábil que le permite desarrollar el espíritu de romanticismo canalla que necesita la historia. Los diálogos de Henri Jeanson son estupendos, Gabin es un ladrón con mucho encanto, Lucas Gridoux inventa un policía viscoso de categoría, los dos traidores, Dalio y Fernand Charpin, son excelentes, por no mencionar a un gran Saturnin Fabre, el grandilocuente “Grand Père”. Las tres actrices principales, Mireille Balin, Line Noro y Fréhel, dan vida a ideas absolutas, la primera es el deseo, la segunda la paz conyugal y la tercera canta los paraísos perdidos.

“Pépé le Moko” se estrenó en Francia en 1937 y enseguida obtuvo un éxito enorme, desde entonces el film ha sido repuesto en varias oportunidades y las televisiones galas lo programaban con regularidad. Si ya lo conocéis, os complacerá reencontraros con él, si no sabíais de él, a partir de ahora tendréis que añadirlo al pequeño santoral de vuestros mitos de celuloide.
24 de mayo de 2015
20 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
“A pleno sol” es la primera adaptación al cine que se hizo de la novela “The Talented Mr. Ripley” de Patricia Highsmith, la primera y, bajo mi humilde opinión, sin duda la mejor, una de las muestras más interesantes de cine negro europeo, una película gestada bajo el calor sofocante del verano italiano que se transforma en un thriller psicológico marcado por la desconcertante falta de moralidad de su protagonista.

Uno de los aspectos más interesantes del film, y por extensión de la novela original, es la idea del crimen perfecto, o más bien la idea de adquirir una vida deseada de la única forma posible para un fracasado, enfermo mental aunque genio, engañando no solo a sí mismo sino al resto. La película nos habla de la envidia, de la dualidad de personalidades, del amor y el desamor y sobre todo de los límites a los que puede llegar uno por querer incrementar su propia autoestima, y todo esto lo filma Clément de forma pulcra, cuidando mucho los detalles, haciendo un análisis visual del proceso de suplantación de una persona, con un tratamiento de los personajes formidable. La cinta se aparta de sentimentalismos, de excesos de planos y refleja perfectamente el acoso y el miedo interior de Ripley, trasladando al espectador a terrenos del género negro pocas veces visto con tanta sobriedad.

El protagonista es el magnético y hermoso Alain Delon, criatura diabólica que brinda una interpretación insuperable, Delon encarna a Ripley con una mezcla entre infantilidad y frialdad extrema, casi inhumana, su mirada pasa de ser distante a mostrar una curiosidad insana que roza el sadismo, como un niño que disfruta al ver chamuscarse una hormiga bajo una lupa, aun así, el actor francés consigue que Ripley resulte carismático, es difícil no sentirse atraído por la elegancia indiferente y la clase de este asesino enfundado en mocasines y pantalones de pinzas, su Tom Ripley pertenece por derecho propio a la larga galería de encarnaciones del mal que ha dado el cine. No menos hermosa y seductora está Marie Laforet como el objeto de deseo de Ripley, contrastando su belleza frágil con la posesión total y suplantación que ejerce el Ripley de Delon. Muy notable también la actuación de Maurice Ronet en su papel de Phillipe Greenleaf, representa claramente un “viva la vida”, un chico bien con dinero para malgastar sin oficio ni beneficio pero con respaldo económico de sus padres, la chulería y el dinamismo de su personaje están perfectamente reflejados por este gran actor.

Una joya del thriller, un auténtico clásico del “noir” europeo con una extraordinaria banda sonora de Nino Rota y una fantástica fotografía que logra atrapar el magnífico brillo y tonalidad de Italia, de esa Italia del sur, en particular de los escenarios naturales y urbanos en la que está magníficamente ambientada. Imprescindible.
3 de mayo de 2015
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Cielo amarillo” es uno de los grandes momentos del western, espartano hasta la médula, es una consecuencia directa y afortunada del éxito que el director William Wellman cosechó con “Incidente en Ox-Bow”, se repiten incluso escenas como la primera del salón, o la idea del cuadro de una mujer desnuda a lomos de un caballo. La acción se sitúa en 1867, es decir, apenas terminada la guerra de Secesión, y está protagonizada por un grupo de forajidos que han participado en esa guerra civil y llegan a una ciudad fantasma llamada “Cielo Amarillo”. Así pues, tenemos todos los ingredientes del western, bandidos, caballos, rifles, revólveres, ciudad muerta, desierto, un sol de plomo, una mina de oro y hasta una mujer joven y atractiva, muy dura ella también. Ingredientes mezclados con mucha retranca, con mucho humor frío, en un western, como digo, espartano hasta la médula, la chica duerme vestida, la gente habla lo mínimo, la música lleva un firmante ilustre, Alfred Newman, pero sólo se oye un poquito al principio y un poquito al final.

La chica es Anne Baxter, jovencita de 25 años que trabajó luego con los más grandes, está a la altura de su personaje, que es fundamental. Tiene en frente a un grupo de hombres poco recomendables encabezados por Gregory Peck, ya es raro verlo haciendo de malo un rato y, en un muy segundo plano, Richard Widmark.

William Wellman es como el Rey Midas y acumula momentos mágicos, alguno antológico, como la pelea de Gregory Peck y Anne Baxter a cabezazo limpio, como el atraco y el desatraco, como ese duelo en el salón que estáis invitados a seguir, pero sin ver nada, de noche y desde la calle. Una sucesión de escenas que no tienen desperdicio, filmadas con un contraste notabilísimo por Joe MacDonald.
5 de junio de 2016
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no esté dentro de las numerosas obras maestras con las que cuenta la productiva filmografía de John Ford, “Corazones indomables” es una brillante película. Ford, basándose en la novela de Walter D. Edmonds ‘Drums along the Mohawk’, quiso realizar su particular homenaje al mencionado valle, un enclave fronterizo que resistió por sí mismo hasta la llegada de las tropas del general George Washington.

En esta película encontraremos muchas de las constantes del cine de John Ford: acción, drama, humor, amor… Sin ser una película redonda del tuerto genial, es una película maravillosa, realizada con un inmenso cariño por la historia de los Estados Unidos. Para ello, contó con una fotografía en color de Bert Glennon y Ray Rennahan que, casi, se convierte en un personaje más de la historia, la belleza y el cromatismo de unas imágenes dominadas por tonos azules es asombrosa y se impone y al propio tiempo se integra en las intenciones puestas por el maestro norteamericano a partir de un estupendo guión. Fue tan terminante este trabajo que Ford tardó casi diez años en volver a rodar en color por miedo a no igualar los resultados de ésta (el tiempo demostró que pudo superarlos).

Por poner algún pero y en contraposición con la estupenda actuación de Henry Fonda en el papel protagonista, nos fijaremos en la inadecuada elección de Claudette Colbert como su oponente femenina. Colbert, una mujer que formaba parte de manera tradicional de los fotogramas sofisticados y llenos de glamour, se daba de bruces con la imagen de los pioneros que se retratan aquí, además de todo ello, tuvo una penosa relación en el rodaje con el propio Ford aumentada por la camaradería que demostraba el director con Edna May Oliver, fantástica, inconmesurable en el papel de Sarah McKlennar. Y aunque pueda parecer un tópico, los personajes secundarios vuelven a brillar con luz propia en una película de John Ford, como Caldwell, el indio Blue Back, o el introvertido doctor Petry (Russell Simpson), o el animoso Adam Hartman (Ward Bond), pero por encima de todos, como ya hemos comentado, brilla con luz propia la viuda McKlennar, interpretada por Edna May Oliver, nominada al Oscar a la mejor actriz de reparto, el papel de Edna, que se definía a sí misma como “una mujer con cara de caballo”, es memorable: divertido, agrio y entrañable a partes iguales.

Otra estupenda película de Ford, sin sentimentalismos gratuitos, además de un pequeño manual de historia de la fundación de los Estados Unidos a través de los hipnóticos ojos azules de Henry Fonda. Con sencillez y humanidad una vez más el viejo maestro logra transmitir la magia eterna de un artista que entre un plano a otro podía llegar a emocionarte y al siguiente, y con lágrimas en los ojos, abrirte una sonrisa. Siempre… siempre merece la pena ver una película dirigida por John Ford… aunque no sea de las mejores que hizo.
5 de enero de 2014
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Howard Koach y John Huston escribieron el guión de esta película a partir de un relato de Huston, cuya inspiración según parece le vino después de la compra de una estatua china de madera en una tienda de antigüedades y de una conversación a propósito de unos boletos de carreras de caballos en Irlanda. La película es una fábula sobre el karma, sobre la mezquindad humana y sobre la inevitabilidad del destino, ese fatalismo inherente al cine negro y que tan fantástico nos resulta. Nos situamos en Londres, Crystal Shackleford (Geraldine Fitzgerald) quiere averiguar si la leyenda de una estatua china es cierta, para ello decide reunir a dos extraños, Peter Lorre (Johnny) y Sydney Greenstreet (Jerome), los tres hacen un trato, apuestan por un caballo a las carreras, y el dinero conseguido, si es que ganan, lo invertirán en una nueva carrera al mismo caballo.

Ambigua e irónica, el film cuenta con una dirección fluida y elegante por parte de Negulesco que se mezcla a la perfección con las dosis de cinismo, pesimismo y misoginia del relato Huston. La ligereza del conjunto no debe confundir en relación a lo descorazonador de sus conclusiones, aquí todo el mundo pierde, aunque algunos en menor grado, como el personaje encarnado por un Lorre genial, como siempre.

La ambientación es fascinante: en casa de Crystal, en las oficinas de Jerome o de okupas en unas ruinas con Johnny y Gaby, estamos siempre en un no-lugar. La música de Adolph Deutsch acompaña el misterio. Los actores, todos fantásticos, pero es Peter Lorre (Johnny) quien realmente marca el ritmo de la película. Por último, la fotografía excelente del veterano Arthur Edeson da a este cuento esotérico la atmósfera negra que le conviene.

Una de las obras más desconocidas de este director de origen rumano Jean Negulesco que consigue dotar al film de un ambiente de misterio y extrañeza que no decae nunca. Una película a recuperar que se ve con fascinación.
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