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8
8 de mayo de 2022
8 de mayo de 2022
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi vacío y yo, el primer largo de ficción de Adrián Silvestre tras el éxito en festivales de su documental Sedimentos (que tenéis en Filmin y que os recomiendo encarecidamente), llegaba al D’A como uno de los platos fuertes dentro del panorama nacional. El cine de temática LGTBIQ+ va encontrando su cauce dentro de nuestra cinematografía y cada vez más cineastas del colectivo consiguen financiar sus proyectos y crear nuevas narrativas y obras que cubren un espectro injustamente maltratado y olvidado en las pantallas. Precisamente ese díptico formado por Sedimentos y Mi vacío y yo son seguramente la mejor muestra dentro de nuestras fronteras de la narrativa trans. Adrián Silvestre no solamente no baja el listón con Mi vacío y yo sino que consigue ensanchar la frontera de lo ya planteado en su anterior película con la ayuda de una entregada y veraz revelación interpretativa: la gran Raphaëlle Pérez. En el D’A tuvimos la suerte de contar con la presencia de parte del equipo en la sala y también de poder asistir a una entrevista con la protagonista en que se habló de temas como el binarismo o diferentes aspectos de la experiencia trans.
Con Barcelona como telón de fondo y, como el propio Adrián Silvestre apuntó, siendo un personaje más de la trama. Mi vacío y yo narra el tránsito emocional, vital y físico de Raphaëlle durante dos años de su vida, que comienzan cuando su médico le diagnostica disforia de género. El ritmo de la película resulta más que acertado, ya que arranca súper rápido de la mano de su protagonista y a lo largo de todo el metraje da la sensación de que ninguna escena sobra y que todas añaden una capa más a la experiencia de Raphaëlle. Adrián Silvestre presenta de manera muy inteligente, mediante pantallazos de apps de citas, los prejuicios, preguntas absurdas e incluso insultos a los que Raphi se tiene que enfrentar. No es que lo que leemos en pantalla sea particularmente chocante, es que por esperable es como para perder un poquito más la fe en la humanidad.
Otro de los puntos fuertes de Mi vacío y yo es cómo se muestra la evolución de Raphi. Esta evolución funciona simultáneamente a dos niveles: una más introspectiva y otra en contraste con el mundo que la rodea. En esta segunda, la dating life de Raphi juega un papel importantísimo. Podemos ver, sin tapujos, cómo tanto Raphi como sus diferentes amantes afrontan la cuestión trans. Para ella, se plantean conflictos como ser vista como un objeto sexual por sus genitales masculinos e incluso enfrentarse a la agresividad de uno de ellos cuando se da cuenta de que es una chica trans. Es duro ver el comportamiento de algunos hombres hacia ella pero se agradece la honestidad de este relato que, espero, llegue a mucho público fuera del colectivo al que creo que ver esta realidad le ayudará a empatizar y comprender el estigma al que se enfrentan las mujeres trans en nuestra sociedad.
Al margen de lo importante de la representación dentro de Mi vacío y yo, lo cierto es que tanto por su ágil guion (que se mueve cómodamente entre el drama y la comedia sin estridencias) como por su calidad técnica, se le intuye el potencial de llegar a una audiencia que cada vez reclama más historias que narren realidades que no solemos ver en pantalla grande. La ovación cerrada tras su segunda proyección en el D’A dan fe de esto, Mi vacío y yo debería de ser una de las películas españolas del año y espero que los premios no se olviden de ella (de momento ya ha ganado una mención especial del jurado en el D’A).
Si te ha gustado esta crítica, puedes encontrar más en www.eldesencanto.com
Con Barcelona como telón de fondo y, como el propio Adrián Silvestre apuntó, siendo un personaje más de la trama. Mi vacío y yo narra el tránsito emocional, vital y físico de Raphaëlle durante dos años de su vida, que comienzan cuando su médico le diagnostica disforia de género. El ritmo de la película resulta más que acertado, ya que arranca súper rápido de la mano de su protagonista y a lo largo de todo el metraje da la sensación de que ninguna escena sobra y que todas añaden una capa más a la experiencia de Raphaëlle. Adrián Silvestre presenta de manera muy inteligente, mediante pantallazos de apps de citas, los prejuicios, preguntas absurdas e incluso insultos a los que Raphi se tiene que enfrentar. No es que lo que leemos en pantalla sea particularmente chocante, es que por esperable es como para perder un poquito más la fe en la humanidad.
Otro de los puntos fuertes de Mi vacío y yo es cómo se muestra la evolución de Raphi. Esta evolución funciona simultáneamente a dos niveles: una más introspectiva y otra en contraste con el mundo que la rodea. En esta segunda, la dating life de Raphi juega un papel importantísimo. Podemos ver, sin tapujos, cómo tanto Raphi como sus diferentes amantes afrontan la cuestión trans. Para ella, se plantean conflictos como ser vista como un objeto sexual por sus genitales masculinos e incluso enfrentarse a la agresividad de uno de ellos cuando se da cuenta de que es una chica trans. Es duro ver el comportamiento de algunos hombres hacia ella pero se agradece la honestidad de este relato que, espero, llegue a mucho público fuera del colectivo al que creo que ver esta realidad le ayudará a empatizar y comprender el estigma al que se enfrentan las mujeres trans en nuestra sociedad.
Al margen de lo importante de la representación dentro de Mi vacío y yo, lo cierto es que tanto por su ágil guion (que se mueve cómodamente entre el drama y la comedia sin estridencias) como por su calidad técnica, se le intuye el potencial de llegar a una audiencia que cada vez reclama más historias que narren realidades que no solemos ver en pantalla grande. La ovación cerrada tras su segunda proyección en el D’A dan fe de esto, Mi vacío y yo debería de ser una de las películas españolas del año y espero que los premios no se olviden de ella (de momento ya ha ganado una mención especial del jurado en el D’A).
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6,3
284
8
2 de agosto de 2020
2 de agosto de 2020
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta cuanto menos sorprendente que en España hayamos tenido que esperar al éxito de crítica mundial de The Souvenir (por cierto, todavía no estrenada en España en salas) para que el debut en el largometraje de Joanna Hogg haya llegado a nuestras manos. Lo ha hecho de la mano de Filmin (gracias por tanto, como siempre) y si algo ha beneficiado a Joanna Hogg en su debut, ese es el hecho de que dirigió su primera película con 45 años y muchos rodajes para televisión y publicidad a sus espaldas. Si hubiese que señalar un segundo acierto en su planteamiento, éste es centrarse en la clase alta británica a la que ella misma pertenece.
La acción de Unrelated se desarrolla durante las vacaciones de una familia en una casa en la Toscana a las que es invitada Anna, una amiga de la madre que ha ido sin su marido “porque él tenía negocios que atender”. A través de una tensa conversación telefónica, Hogg deja claro desde el principio que esa no es la verdad de la situación y que hay otros motivos para esas vacaciones separados. La directora traza líneas generacionales que se cruzan. En la casa, conviven los adultos: Anna, Verena (la madre), su nuevo marido Charlie y su primo George. Del lado de los jóvenes, tenemos a los hijos de Verena (Jack y Badge), el hijo de su marido (Archie) y el hijo de su primo y líder del grupo (Oakley, Tom Hiddleston en su primer papel en el cine).
Una Anna perdida dentro de la propia vida que ha construido para si misma se encuentra con unas posibilidades en medio de la Toscana que seguramente no anticipó. Muy al principio del metraje, Anna empieza a conectar con el grupo de los jóvenes, especialmente con Oakley. Ella sigue al grupo en sus juegos típicos de adolescentes y Oakley, consciente de su poder sobre ella, empieza con su juego de seducción. No voy a hacer spoilers, pero algo ocurre cuando Anna es parte del grupo que acabará trastocando esa aparente unión sin fricciones entre ella y el grupo de los jóvenes.
Joanna Hogg ya ofreció con su debut una obra rotunda a nivel estético. Y esto no viene solo dado por los bellos paisajes de la Toscana, la elección del encuadre en la mayoría de las escenas está claramente planificada. Vemos a una Anna que, como haría el maestro Antonioni, se enfrenta a paisajes vastos que no hacen más que acentuar su aislamiento. El uso del fuera de cámara también es perfecto, en una de las escenas pivotales de la película, tan solo oímos lo que está pasando mientras que vemos la reacción compungida del resto de los personajes. El uso de la distancia de la cámara para acercar o distanciar al espectador de la historia también demuestra un manejo rotundo del lenguaje cinematográfico por parte de la directora. Empezamos la película con planos cortos que se recrean en las caras, las miradas y los gestos de los personajes. Y conforme avanza la película, la cámara de Hogg tiende a alejarse más a la vez que Anna se aleja del resto de personajes y, al mismo tiempo, de su propia vida que parece que lentamente ha ido quedando atrás.
Un acto final y rotundo en que se desvela la verdad de Anna cierra el film. Una película que por su calidad cuesta creer que no tuviese ni tan siquiera un estreno dentro de nuestras fronteras (y estoy bastante seguro de que corrió similar suerte en muchos otros países). Unrelated es desde el primer segundo una película mayor que expuso el gran talento visual y narrativo de Joanna Hogg, a la postre una directora que hoy en día está en boca de todos gracias a The Souvenir. No os la perdáis.
Si te ha gustado esta crítica, puedes encontrar más en www.eldesencanto.com
La acción de Unrelated se desarrolla durante las vacaciones de una familia en una casa en la Toscana a las que es invitada Anna, una amiga de la madre que ha ido sin su marido “porque él tenía negocios que atender”. A través de una tensa conversación telefónica, Hogg deja claro desde el principio que esa no es la verdad de la situación y que hay otros motivos para esas vacaciones separados. La directora traza líneas generacionales que se cruzan. En la casa, conviven los adultos: Anna, Verena (la madre), su nuevo marido Charlie y su primo George. Del lado de los jóvenes, tenemos a los hijos de Verena (Jack y Badge), el hijo de su marido (Archie) y el hijo de su primo y líder del grupo (Oakley, Tom Hiddleston en su primer papel en el cine).
Una Anna perdida dentro de la propia vida que ha construido para si misma se encuentra con unas posibilidades en medio de la Toscana que seguramente no anticipó. Muy al principio del metraje, Anna empieza a conectar con el grupo de los jóvenes, especialmente con Oakley. Ella sigue al grupo en sus juegos típicos de adolescentes y Oakley, consciente de su poder sobre ella, empieza con su juego de seducción. No voy a hacer spoilers, pero algo ocurre cuando Anna es parte del grupo que acabará trastocando esa aparente unión sin fricciones entre ella y el grupo de los jóvenes.
Joanna Hogg ya ofreció con su debut una obra rotunda a nivel estético. Y esto no viene solo dado por los bellos paisajes de la Toscana, la elección del encuadre en la mayoría de las escenas está claramente planificada. Vemos a una Anna que, como haría el maestro Antonioni, se enfrenta a paisajes vastos que no hacen más que acentuar su aislamiento. El uso del fuera de cámara también es perfecto, en una de las escenas pivotales de la película, tan solo oímos lo que está pasando mientras que vemos la reacción compungida del resto de los personajes. El uso de la distancia de la cámara para acercar o distanciar al espectador de la historia también demuestra un manejo rotundo del lenguaje cinematográfico por parte de la directora. Empezamos la película con planos cortos que se recrean en las caras, las miradas y los gestos de los personajes. Y conforme avanza la película, la cámara de Hogg tiende a alejarse más a la vez que Anna se aleja del resto de personajes y, al mismo tiempo, de su propia vida que parece que lentamente ha ido quedando atrás.
Un acto final y rotundo en que se desvela la verdad de Anna cierra el film. Una película que por su calidad cuesta creer que no tuviese ni tan siquiera un estreno dentro de nuestras fronteras (y estoy bastante seguro de que corrió similar suerte en muchos otros países). Unrelated es desde el primer segundo una película mayor que expuso el gran talento visual y narrativo de Joanna Hogg, a la postre una directora que hoy en día está en boca de todos gracias a The Souvenir. No os la perdáis.
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6,8
735
8
10 de julio de 2020
10 de julio de 2020
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1955, con muy bajo presupuesto pero con las ideas claras, Agnès Varda rueda su primera película. Se titula La Pointe Courte y para muchos críticos es la película que anticipa toda la nueva ola francesa. En esta película, la cámara de Varda sigue a una pareja cuando el chico regresa al barrio pesquero del sur en el que se crió. Su novia, de París, se encuentra por primera vez con ese lugar y también con nuevos sentimientos normales en las parejas que llevan tiempo juntos. La pérdida de la magia del enamoramiento y el adormecimiento de la pasión. “Tú solo hablas sobre la felicidad”, le dice ella en un momento dado. Cuesta creer la afirmación de Varda de que no había visto más de diez películas antes de ponerse a rodarla. Si algo brilla precisamente en su debut, es una estética brillante con algunas escenas de una belleza plástica indiscutible. Todavía le quedaba camino por andar al cine de la belga pero, para una primera película, La Pointe Courte es todo lo que se puede pedir y más.
Si te ha gustado esta crítica, puedes encontrar más en www.eldesencanto.com
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7
12 de septiembre de 2020
12 de septiembre de 2020
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sigo con mi repaso por las películas que integran la programación de la Mostra FIRE!! de este año. Ahora le toca el turno a Viento seco de Daniel Nolasco, película brasileña sobre Sandro, un gay de mediana edad que lleva una existencia tranquila hasta que dos hombres aparecen en su vida y trastocan su serenidad.
Los que os acerquéis a Viento seco os encontraréis con una película de estética cuidadísima que me ha recordado a otros pelotazos posmodernos como Mandy, The Neon Demon o Bacurau. Esta vez con una peculiaridad y es que esa estética de fuertes neones y encuadres alucinantes, viene ligada a diferentes subculturas dentro del mundo gay como podrían ser los leather daddies o los hunks al más puro estilo de Tom of Finland. Viento seco funciona muy bien en sus dos capas más importantes: narrando la historia de Sandro que sin comerlo ni beberlo se encuentra en una encrucijada sexual y existencial, así como ofreciendo una representación onírica y expresiva de un mundo aún codificado para una gran parte de la audiencia.
Una de las muchas sorpresas que esconde la cinta, es su tratamiento de las escenas sexuales de manera totalmente abierta y explícita, supongo que para muchos espectadores esto la hará entrar directamente en el terreno de lo pornográfico. Para el que escribe, el lujoso tratamiento visual que reciben dichas escenas y el hecho de que todas y cada una de ellas tengan relevancia para la progresión de la historia y la red que conecta a los tres personajes principales, hacen de estas algo atrevido, sí, pero que es positivo ver en pantalla. Si el cine LGTBIQ+ tiene como objetivo visibilizar y normalizar el sexo fuera del heteropatriarcado, Viento seco desde luego que sirve una ración generosa para todos aquellos que no estéis muy puestos en el tema.
Pese a transitar por algunos clichés perdonables, Viento seco consigue atrapar gracias a un fluir en el que confluyen distintos ritmos y tonos, y sobre todo gracias a un personaje principal que debido a su punto misterioso y vulnerable, consigue que no despeguemos los ojos de él. Historias así importan, y especialmente viniendo de Brasil que está atravesando una etapa especialmente complicada para las minorías como ya comenté en mi reseña de Bacurau.
Si te ha gustado esta crítica, pues encontrar más en www.eldesencanto.com
Los que os acerquéis a Viento seco os encontraréis con una película de estética cuidadísima que me ha recordado a otros pelotazos posmodernos como Mandy, The Neon Demon o Bacurau. Esta vez con una peculiaridad y es que esa estética de fuertes neones y encuadres alucinantes, viene ligada a diferentes subculturas dentro del mundo gay como podrían ser los leather daddies o los hunks al más puro estilo de Tom of Finland. Viento seco funciona muy bien en sus dos capas más importantes: narrando la historia de Sandro que sin comerlo ni beberlo se encuentra en una encrucijada sexual y existencial, así como ofreciendo una representación onírica y expresiva de un mundo aún codificado para una gran parte de la audiencia.
Una de las muchas sorpresas que esconde la cinta, es su tratamiento de las escenas sexuales de manera totalmente abierta y explícita, supongo que para muchos espectadores esto la hará entrar directamente en el terreno de lo pornográfico. Para el que escribe, el lujoso tratamiento visual que reciben dichas escenas y el hecho de que todas y cada una de ellas tengan relevancia para la progresión de la historia y la red que conecta a los tres personajes principales, hacen de estas algo atrevido, sí, pero que es positivo ver en pantalla. Si el cine LGTBIQ+ tiene como objetivo visibilizar y normalizar el sexo fuera del heteropatriarcado, Viento seco desde luego que sirve una ración generosa para todos aquellos que no estéis muy puestos en el tema.
Pese a transitar por algunos clichés perdonables, Viento seco consigue atrapar gracias a un fluir en el que confluyen distintos ritmos y tonos, y sobre todo gracias a un personaje principal que debido a su punto misterioso y vulnerable, consigue que no despeguemos los ojos de él. Historias así importan, y especialmente viniendo de Brasil que está atravesando una etapa especialmente complicada para las minorías como ya comenté en mi reseña de Bacurau.
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6,8
11.354
9
4 de julio de 2020
4 de julio de 2020
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El tercer largometraje de Oliver Laxe es el primero que el gallego ha rodado en su lugar de origen. Es un viaje hacia el interior de los bosques y las gentes de la Galicia rural. Lo que arde nos cuenta la historia de Amador, un pirómano que vuelve a su pueblo a vivir con su madre tras haber pasado años en la cárcel por prenderle fuego al monte. En sus dos anteriores largometrajes, los estupendos Todos vosotros sois capitanes y Mimosas, la acción se situaba en Marruecos, país en el que el director pasó muchos años de su vida. Lo que arde es el homecoming de uno de los directores de nuestro país que más sensación ha causado en festivales internacionales (sus tres películas han estado en Cannes). Y lo hace a su manera, con la ayuda de actores no profesionales y totalmente insertado en el territorio y en el entorno rural. Lo que arde no es una película de diseño al servicio del arte, es el arte al servicio de contar una historia con imágenes.
Laxe nos adentra en el entorno con unas imágenes, hermosas y a la vez extrañas, de unas máquinas cortando árboles de noche. Es una maniobra que sirve para crear cortafuegos y evitar que en caso de incendio el fuego se propague descontroladamente. Es una introducción que cuenta visualmente la introducción al personaje de Amador. Es el bosque preparándose para la llegada de otro fuego. Tras salir de la cárcel, el único lugar al que Amador puede acudir es de vuelta a su pueblo. Allí está Benedicta, su abyecta madre que le recibe sin saber que iba a volver a casa en ese día. “Hola madre, me voy a quedar una temporada”, ella le pregunta que si tiene hambre en medio de la lluvia. No hay más diálogo. Es en esta escena cuando se nos presenta a Benedicta, en la vida real Benedicta Sánchez, ganadora del Goya a la Actriz Revelación (merecidamente) a los 85 años. Es uno de las mejores interpretaciones de la década, su naturalidad y cómo soporta en silencio el peso de la situación estremece y ayuda a meter al espectador en la historia hasta lo más profundo sin apenas darse cuenta.
En su núcleo, Lo que arde es una película sobre la imposibilidad de empezar de nuevo. Amador vuelve al lugar en el que nació y creció, pero ese lugar también se ha convertido en el lugar en el que nadie le ha perdonado lo que hizo. Él intenta mantener un perfil bajo y hace intentos por empezar de nuevo, pero el entorno le corta el camino. Esos intentos se hacen corpóreos en sus encuentros con una veterinaria, por la que él claramente muestra interés e incluso Benedicta intenta mediar para que su hijo alcance algún tipo de felicidad, el que sea. En una película escasa en diálogos, ese ¿tes lume? (¿tienes fuego?) preguntado por un grupo de hombres con crueldad a Amador seguramente sea la línea que más se queda en la cabeza. El pasado no ha olvidado a Amador, por mucho que él intente dejarlo atrás.
Oliver Laxe es un gran narrador visual. Muchas veces y de manera equivocada, se entiende que el cine es una suerte de teatro rodado. Pero esta es una percepción equivocada, el cine permite mucho más que limitarse a rodar diálogos frente a una cámara. En Lo que arde, los colores, los movimientos de cámara y los gestos de los personajes nos cuentan aún más que lo que dicen. La evolución cromática de la película pasa de un inicio verde, frondoso y húmedo. Conforme avanza la película, todo se va secando y los colores se vuelven más amarillentos y rojizos. En Lo que arde la fotografía no se limita a ser un envoltorio de lo que ocurre en la película, es un elemento significador más. Para el que escribe, y mira que 2019 también fue el año de Dolor y Gloria, esta película contenía la mejor fotografía del año (y fue una gran alegría ver que la Academia estuvo de acuerdo en esto). No os voy a desvelar nada para los que no la hayáis visto aún, pero Lo que arde contiene las mejores escenas de fuegos (reales) que he visto jamás en el cine. Tienen un halo fantasmagórico pero que a la vez te hacen sentir el fuego rodeándote.
En algo menos de hora y media, Lo que arde se convierte al instante en un nuevo clásico del cine español y, por el camino, le ha dado a Oliver Laxe la visibilidad que merecía dentro de nuestras fronteras. Él ya era querido por los cinéfilos de todo el mundo, pero ahora (y con la ayuda inestimable de Benedicta Sánchez), su cine ha llegado y llegará a mucha más gente, y no puedo más que alegrarme del éxito de un cine tan personal y valiente como el suyo.
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Laxe nos adentra en el entorno con unas imágenes, hermosas y a la vez extrañas, de unas máquinas cortando árboles de noche. Es una maniobra que sirve para crear cortafuegos y evitar que en caso de incendio el fuego se propague descontroladamente. Es una introducción que cuenta visualmente la introducción al personaje de Amador. Es el bosque preparándose para la llegada de otro fuego. Tras salir de la cárcel, el único lugar al que Amador puede acudir es de vuelta a su pueblo. Allí está Benedicta, su abyecta madre que le recibe sin saber que iba a volver a casa en ese día. “Hola madre, me voy a quedar una temporada”, ella le pregunta que si tiene hambre en medio de la lluvia. No hay más diálogo. Es en esta escena cuando se nos presenta a Benedicta, en la vida real Benedicta Sánchez, ganadora del Goya a la Actriz Revelación (merecidamente) a los 85 años. Es uno de las mejores interpretaciones de la década, su naturalidad y cómo soporta en silencio el peso de la situación estremece y ayuda a meter al espectador en la historia hasta lo más profundo sin apenas darse cuenta.
En su núcleo, Lo que arde es una película sobre la imposibilidad de empezar de nuevo. Amador vuelve al lugar en el que nació y creció, pero ese lugar también se ha convertido en el lugar en el que nadie le ha perdonado lo que hizo. Él intenta mantener un perfil bajo y hace intentos por empezar de nuevo, pero el entorno le corta el camino. Esos intentos se hacen corpóreos en sus encuentros con una veterinaria, por la que él claramente muestra interés e incluso Benedicta intenta mediar para que su hijo alcance algún tipo de felicidad, el que sea. En una película escasa en diálogos, ese ¿tes lume? (¿tienes fuego?) preguntado por un grupo de hombres con crueldad a Amador seguramente sea la línea que más se queda en la cabeza. El pasado no ha olvidado a Amador, por mucho que él intente dejarlo atrás.
Oliver Laxe es un gran narrador visual. Muchas veces y de manera equivocada, se entiende que el cine es una suerte de teatro rodado. Pero esta es una percepción equivocada, el cine permite mucho más que limitarse a rodar diálogos frente a una cámara. En Lo que arde, los colores, los movimientos de cámara y los gestos de los personajes nos cuentan aún más que lo que dicen. La evolución cromática de la película pasa de un inicio verde, frondoso y húmedo. Conforme avanza la película, todo se va secando y los colores se vuelven más amarillentos y rojizos. En Lo que arde la fotografía no se limita a ser un envoltorio de lo que ocurre en la película, es un elemento significador más. Para el que escribe, y mira que 2019 también fue el año de Dolor y Gloria, esta película contenía la mejor fotografía del año (y fue una gran alegría ver que la Academia estuvo de acuerdo en esto). No os voy a desvelar nada para los que no la hayáis visto aún, pero Lo que arde contiene las mejores escenas de fuegos (reales) que he visto jamás en el cine. Tienen un halo fantasmagórico pero que a la vez te hacen sentir el fuego rodeándote.
En algo menos de hora y media, Lo que arde se convierte al instante en un nuevo clásico del cine español y, por el camino, le ha dado a Oliver Laxe la visibilidad que merecía dentro de nuestras fronteras. Él ya era querido por los cinéfilos de todo el mundo, pero ahora (y con la ayuda inestimable de Benedicta Sánchez), su cine ha llegado y llegará a mucha más gente, y no puedo más que alegrarme del éxito de un cine tan personal y valiente como el suyo.
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