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Críticas 146
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
4 de octubre de 2016
68 de 76 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a haber dejado el listón bien alto con su anterior guión, Sheridan no se intimida y vuelve reforzado con una brutal crítica al sistema financiero de EEUU, a la banca que oprime a las clases bajas para salvarse ella de su propia y pésima gestión. Dos hermanos están a punto de perder la granja familiar, tras fallecer su padre, debido a una encerrona burocrática, por lo que tienen que recurrir a un plan desesperado, pero controlado al milímetro, para poder dar a sus hijos una vida digna.

Comancheria es el título original de la obra: comanche, en la lengua nativa de esta tribu, significa "enemigo de todos", como bien nos explican en una escena de la película. En EEUU han preferido cambiar el título por el mucho más poético, Hell or high water, que podría traducirse como "contra viento y marea" y que refleja perfectamente esta aflicción que lleva a los protagonistas a delinquir para poder sobrevivir.

La película se trata de un neo-western en el sentido más ligero del término: marginados que recorren los áridos campos de Texas y Oklahoma, de pueblo en pueblo, con la justicia pisándoles los talones y encontrándose con todo tipo de personajes pintorescos que Mackenzie pone a nuestra disposición en un polvoriento retrato en bruto, entre lo agrícola y lo industrial, que complementa la denuncia del guión a la perfección.

El género revitalizó con la actualización que realizaron los hermanos Coen, la magnífica No es país para viejos, la década pasada. Sin embargo, comparándolo con el mayor referente, Comancheria renuncia a gran parte de escenas de acción para centrarse en el drama, en la historia de perdición y redención de los malhechores, pero también el de los problemas existenciales del sheriff a punto de jubilarse. Lo que parecería contraproducente para una actualización de un western, funciona como un reloj para poder mantener el tono de la película, donde la ética y la legalidad ceden su puesto a la esperanza de quienes ya no tienen nada que perder.
21 de agosto de 2018
89 de 120 usuarios han encontrado esta crítica útil
David Robert Mitchell presenta su nueva película tras sorprendernos con It follows. Se trataba esta de una excelente película de terror. Una premisa original, un ente que sigue a su víctima a paso lento y que se transmite manteniendo sexo, apoyada por una dirección impecable. Mitchell se reveló como un joven talento que supo asimilar los códigos de estilo de los 70, sobre todo del maestro John Carpenter, para mezclarlo con un estilo propio que ya ha dejado su huella en la generación del nuevo milenio. Además, la metáfora de la presencia amenazante como el angst adolescente mostraba igualmente un guionista que evitaba caer en explicaciones obvias, en repeticiones ni en revelaciones evidentes.

En su nueva película, Mitchell vuelve a asimilar unos códigos de dirección clásicos para readaptarlos a un público joven. Esta vez se decantanda por los años cincuenta, sobre todo en Hitchcock, como nos lo confirmará una tumba a mitad de película. Lentas persecuciones con planos que se superponen entre corte y corte recuerdan a Vertigo. Pero también tenemos a un interés amoroso que imita a Marilyn Monroe en la piscina o un protagonista rebelde que en el último plano emula a James Dean. Janet Gaynor hace aparición y cada apartamento está plagado de pósters de películas. Así, continuamente, innumerables referencias captan nuestra atención sepultando el alma de la obra.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Under the silver lake resulta una decepción considerable pese al arrebatador carisma de sus dos protagonistas. Es la historia de un encuentro y de una desaparición. De la búsqueda del amor platónico y de su pérdida. Pero sobre todo Under the silver lake es un retrato atípico de Los Ángeles. Un recorrido en bus turístico de leyenda urbana a leyenda urbana: mensajes satánicos en las canciones, mapas ocultos en los cereales, una única persona tras todos los hits de la radio, el espíritu de un actor mudo que se dedica a matar perros, la mujer lechuza que mata hombres mientras duermen, magnates poderosos que desaparecen pero que en realidad viven a todo lujo en búnkeres subterráneos... Aunque la mezcla de todas estas historias emocionantes suenan apetecibles, es tal la saturación por parte de la película que no sólo se pierde el hilo de la historia, sino que además la trama principal apenas logra que mantengamos el interés durante las más de dos horas de duración.

Todo recuerda a las complicaciones del misterio en las tramas de Pynchon, y es innegable cómo Puro vicio y la dirección de Paul Thomas Anderson han influído la de Mitchell. Sin embargo, las novelas de Pynchon saben hacer de las historias extravagantes la división de varios caminos que llevan al lector por la senda menos sospechada hasta un final inesperado. Under the silver lake, en cambio, se vale demasiado de estos elementos secundarios, incorpórandolos a la trama de tmanera tan insistente que al terminar la película nos da la sensación que la trama no ha sido bien hilada sea esa o no la intención de su director. Un traspiés.

hommecinema.blogspot.fr
12 de septiembre de 2021
89 de 121 usuarios han encontrado esta crítica útil
Coches, chicas y violencia, como bien resumió Russ Meyer en uno de los títulos más explícitos de la historia del cine, Faster pussycat kill kill, son las tres premisas para fabricar exitosamente una película. Una orgía frenética de sexo, violencia y adrenalina. Ducournau, laureada con la Palma de oro con esta, su segunda cinta, desdibuja los límites entre esos tres elementos para constituír el grueso de su incipiente carrera. Se abre así al espectador un espectro de sensaciones que va desde la ciega atracción hasta la repulsión por puro instinto, de quedarse con ganas de más a rezar por que se termine pronto.

Crudo, su debut en el largo, se recreaba en la explicitud del gore para representar el despertar sexual, lúdicamente, asumiendo su lado más splatter. En Titane, sin embargo, pese a que los coches, las chicas y el sexo vuelven a hacer acto de presencia, el tono cambia completamente. Ducournau logra renovar la fórmula del horror visceral, el body-horror, descubriendo así nuevos terrenos en el cine de género.

Una de las mayores bazas de la dirección de Ducournau es que aparte de no sobrecargar al espectador con información, hace de la sutilidad la clave de la narración. Inútil de subrayar, de hacer que los actores reciten líneas para aquello que ya se ve, Ducournau se posiciona contra el guión literario como anticinematográfico y pone a la imagen como principal conductora. Una elipsis, un plano fugaz nos da la suficiente información que necesitemos para construir el relato. Sin embargo, esta conexión de instantes no tendrán lugar de forma inmediata, sino que con gran habilidad la cineasta nos abandona en el misterio durante una cantidad generosa de tiempo, teniendo que avanzar a ciegas, desconcertados. El objetivo de la directora es que la turbación sea el sentimiento que nos acompañe durante toda la sesión. Como toda situación desconcertante en la vida real, primero la sufrimos. Luego ya la razonaremos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Flúor, néon, fuego, piel y sangre aparecen en el primer acto de Titane, incluso Garance Marillier, la actriz de Crudo entra en escena. Pero de pronto, sin previo aviso, la nueva protagonista acaba cruelmente con la estela del film anterior en una matanza delirante y festiva de golpe y porrazo. A posteriori quizás no parezca la manera más sutil de trazar nuevos derroteros para el relato ni para desconectar con la ópera prima de la directora, pero lo cierto es que en ese momento tal parece que la estela de los asesinatos será la senda a seguir. Lo cierto es que no. No hasta que, por supuesto, un nuevo personaje haga aparición y en plena confusión, una vez que estemos perdidos y desorientados, sea en realidad la creación de una relación paterno-filial artificial, mecánica, la que domine la película.

Volvemos al inicio. Un padre y una hija, Alexia, que ya no se quieren. Tras un accidente de coche la niña tiene que llevar una placa de titanio en el hueso temporal del cráneo. Al salir del hospital, ella le mira con rencor, él es incapaz de mirarla. Nunca volverá a mirarla directamente a los ojos, excepto cuando ella decide matarle. En ese momento en el que las miradas se cruzan años después, por un segundo parece que todo puede arreglarse, que el amor podrá recuperar el espacio a la ira, pero cierra la puerta tras ella y la película cambia irreversiblemente.

Ese accidente de coche hizo que para la chica la figura paterna no existiese y que arrastrase la humanidad consigo, a la desaparición. Lo primero que hace al salir por la puerta del hospital es besar el coche. El calor de los abrazos será sustituido por la combustión de las máquinas, el amor por el motor. La sangre,el sudor y las lágrimas por la gasolina. O siendo Cronenberg un referente directo, el orgasmo por la colisión, como en Crash. El titanio es parte de ella.

Alguien interrumpe su huída, un bombero capaz de controlar las llamas de su rabia. La pieza del puzzle que había perdido, y aunque en un principio se muestre reacia a colaborar, cuando tiene la oportunidad de escapar, decide volver. Comprende en un autobús que el mundo está lleno de peligros y de razones por las que rendirse a la violencia y da marcha atrás. Su carácter se transforma y su cuerpo empieza a mutar siguiendo los síntomas.

La película ya no es la misma. Se vuelve claustrofóbica, lejos de la despampanante escena de la feria de coches en interiores tan despejados, adiós también al sadismo de la masacre. A medida que el cuerpo de la mujer evoluciona, la dirección artística cambia en el entorno los tonos ardientes por las sombras pálidas, pasamos así, igual que el vientre hinchado, de la carne al metal. Todo ocurre bajo una luz medio azulada, fría, una atmósfera más reposada a medida que el dúo protagonista se abren el uno al otro, crean su relación ficticia como si se tratase de una nueva máquina, de un componente artificial que se construye bajo los fluorescentes de un taller, un corazón que bombea gasolina.

Esto lleva a la asombrosa escena final en el que el fruto de lo humano y lo mecánico, del sufrimiento y la abnegación abandonan el cuerpo de la fugitiva. En esta particular revisión del mito de La semilla del diablo podremos al menos imaginar el aspecto de la criatura en un plano final liberador, casi celestial.

hommecinema.blogspot.com
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3 de junio de 2018
68 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
Farhadi, reforzado tras ganar un segundo Oscar, sale de su zona de confort para su nuevo proyecto. Por primera vez ha rodado en España y con dos estrellas internacionales como protagonistas: Cruz y Bardem. Un pueblo de la meseta, todo lo contrario a las historias urbanas que ha rodado en Irán, será donde un magnífico elenco deberá descubrir el autor de un crimen. Eso sí, el triste acontecimiento será tan solo una excusa para que descubramos los secretos y los rencores del pasado, aún presentes aunque se escondan bajo una sonrisa. Aquello que todos saben, pero que nadie dice.



Aunque se trata de un marco único para el director, aún así podemos reconocer su estilo personal según la historia se va desarrollando. Los descubrimientos y las complicaciones del relato se nos presentan con toda naturalidad y sencillez, sin golpes de efecto, sin música, sin planos reveladores, en silencio y con toda calma. Al igual que ya ocurría con Una separación, El pasado o El viajante, parece que la reacción ante las revelaciones pertenecen únicamente al espectador. En cualquier caso, nunca a los actores, que, pese a su tono relajado, lejos del tour-de-force, sus actuaciones son más que solventes y precisas, sobre todo las de Penélope Cruz y Bárbara Lennie. Esta contención parece ser la clave del éxito de las historias de Farhadi: Un hilo narrativo que se expande con total suavidad sin obstáculo alguno.



Asombra comprobar lo bien que el director conoce la vida en los pueblos que retrata rechazando además ir a lo fácil: el exotismo y el folklore. Ecos del cine de Saura resuenan de principio a fin. Farhadi nos presenta un marco agradable, cordial y tranquilo donde el mínimo roce desencadenaría consecuencias fatales, una hostilidad oculta en el reverso de la postal. Esto es, cada conflicto que se repite en todos los pueblos: disputas de tierras y herencias y rumores que siempre son verdad. Gran sorpresa de comprobar Farhadi, de paso en España, haya osado plasmar un retrato tan verosímil sin intentar meterse al público español en el bolsillo. Una decisión arriesgada que se convierte en su mayor valor.

Por último, señalar que según el relato avanza, nos damos cuenta que la identidad del criminal no importa en absoluto, quedando relegada casi a un MacGuffin. El interés recae en saber todo lo ocurrido en el pasado entre esos personajes. Cada revelación golpea sutilmente la trama y la herida hace mella en el desarrollo de cada personaje. Cuanto más nos acercamos a la solución del caso, mayor destrucción entre ellos. Inevitablemente, pese a la solución del problema, esos secretos y rencores impedirán un final tan feliz como nos gustaría. Y a su vez, la identidad del criminal será otro secreto que todo el mundo sabrá en el pueblo aunque nunca lo dirán.

hommecinema.blogspot.fr
10 de enero de 2022
155 de 266 usuarios han encontrado esta crítica útil
Chico conoce chica. Y ya está. De eso trata Licorice pizza. De primeras podría parecer un argumento demasiado manido, visto ya mil veces, demasiado simple... Y lo es, pero en la nueva película de Paul Thomas Anderson lo importante no es el argumento, la trama, lo que cuenta, sino la suma de tres puntos: la manera de contarlo, la época que se retrata y el espacio en el que transcurre.

1973 en el valle de San Fernando. Gary se prepara para la foto del anuario de su instituto y allí conoce a la ayudante del fotógrafo, Alana, casi diez años mayor que él. Muy seguro de sí mismo, se viene arriba y decide invitarla al bar al que él suele ir. Tras un sonoro e instantáneo rechazo, sorpresa. ella acude a la cita. Licorice pizza sigue cómo esta relación tiene lugar por parte de dos jóvenes en plena adolescencia: él estrenándola y ella resistiéndose a abandonarla. Una chica que no quiere madurar y un chico que quiere ser mayor. Es innegable que el carisma, la chispa y la vitalidad del dúo protagonista bien podrían sostener las más de dos horas de metraje, pero no estamos hablando de una comedia romántica al uso. El Qué, se ve alzado y desarrollado a su máxima expresión gracias al Cuándo, al Dónde, y sobre todo, al Cómo.

Tras Boogie nights y Puro vicio, es la tercera vez que Paul Thomas Anderson retrata los años 70 y en esta ocasión sublima la representación de la época. En Boogie nights quiso abordar el funcionamiento de toda una industria a través de un actor porno y su séquito. La majestuosidad de su puesta en escena, la ambición de aquella, su exitosa segunda película, y todo el contenido de su trama rocambolesca resultaron en una obra de una consistencia y potencia sorprendentes. Se presentaba al gran público el Anderson cartógrafo, el pupilo de Altman que construía y a la vez limitaba el patio en el que la acción transcurría, en el que los personajes se entrecruzaban y, a partir de estos encuentros, el relato avanzaba.

Eso sí, el problema de los atlas es que pasan por alto el detalle. Los Ángeles aparece en todos los mapamundi, pero para las esquinas en la que los comercios quiebran y vuelven a abrir se necesita un mapa mejor adaptado. Abarcar menos y apretar más. En Licorice pizza Anderson nos convierte en exploradores de un terreno que él ya conoce. Nos permite captar toda la ciudad y la época gracias a la precisión con la que agarra la cámara y la pluma, digna del Cassavetes de Minnie & Moskowitz. Esta vez, el espacio se crea a partir de los recorridos de los personajes. Si bien, estos periplos parecen modestos, los lugares y personajes con los que coinciden provocan una expansión del marco espacial en la mente del espectador y hacen que captemos toda la esencia de Los Ángeles a través de las vivencias de los dos jóvenes. Licorice pizza, la pizza de regaliz eran los LP en el argot, según el propio Anderson, símbolo inequívoco de su infancia. Si el Combray de Proust emergía de una magdalena que caía en el té, Los Ángeles de Anderson salen de un vinilo que da vueltas y cuya banda sonora acompaña toda la película.

Si bien hay una creencia por la que el mejor montaje cinematográfico es aquel que apenas se nota, en Licorice pizza la virtuosidad del cineasta hace que su dirección pase desapercibida, lo que no significa que sea inapreciable. Esto es debido a la ligereza de la que dota cada instante sacado de las anécdotas de Gary Goetzman, productor de cine, Además, logra transmitir al público una sensación de eterna juventud y despreocupación en cada movimiento, como si la cámara flotase y por lo tanto nuestra mirada de espectador se volviera liviana, como si el movimiento grácil, las muecas socarronas y las miradas pillas de los protagonistas fuesen contagiosas pese a la barrera de la pantalla.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Sí puede apreciarse un ligero esquema narrativo por el que cuatro secundarios: un actor joven, un actor viejo, un millonario mujeriego y un candidato a la alcaldía van encauzando la desenvoltura de la relación entre los jóvenes. También los negocios que montan ellos dos juntos, una tienda de colchones de agua y una sala de pinball. Sin embargo, la mayor parte de las subtramas que se abren no concluyen en una escena concreta No sabremos qué ha ocurrido con el actor veterano tras la escena de la moto, ni cómo ha reaccionado el novio de Barbra Streisand al ver su casa inundada, ni quién era exactamente el tipo escuálido que vigila, a lo Travis Bickle de Taxi Driver, al candidato a la alcaldía. Todo aquello que los jóvenes no viven in-situ deja de preocuparles al instante, por lo que no tiene cabida en el tono de júbilo y celebración de la cinta. Cuando la reconciliación se consolida, la historia termina con una promesa lanzada al aire, de manera abrupta, como si todo lo que siguiese después de esa declaración de amor ya no formase parte de la juventud, como si el hedonismo y la inconsciencia renunciasen a una previsión o proyección futura sentimental, social o económica.

Es curioso que el título de la película se concretice en un único objeto cuando estamos hablando de una nostalgia que renuncia al fetichismo, que capta más el espíritu de una expresión artística de la época que en una fijación obsesiva en gadgets, eventos o estilos de moda. Renunciar a lo material de la superficie y sumergirse en la esencia del momento.

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