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8,3
178.409
9
22 de febrero de 2025
22 de febrero de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se7en es un despiadado descenso a la deshumanización y la apatía, un retrato de una sociedad que ha normalizado lo intolerable y ha perdido sus valores más básicos. David Fincher no construye un thriller convencional; su película es una exploración filosófica sobre el mal y su inevitable simbiosis con aquellos que intentan combatirlo.
Aquí, el misterio no reside en la identidad del asesino: desde el principio, la película deja claro que la verdadera tensión no surge de su captura, sino del modo en que su retorcida visión del mundo consume a los detectives que lo persiguen. El vínculo ineludible entre criminal y justiciero se estrecha con cada asesinato, desgarrando lentamente la racionalidad y el sentido de propósito de sus protagonistas.
Cuando el horror finalmente se revela en su forma más cruda, no es solo un crimen lo que presenciamos, sino la prueba definitiva de que la línea entre la justicia y la desesperación es peligrosamente delgada. Se7en no ofrece redención ni respuestas, solo el reflejo de un mundo donde la oscuridad siempre encuentra la manera de imponerse.
Aquí, el misterio no reside en la identidad del asesino: desde el principio, la película deja claro que la verdadera tensión no surge de su captura, sino del modo en que su retorcida visión del mundo consume a los detectives que lo persiguen. El vínculo ineludible entre criminal y justiciero se estrecha con cada asesinato, desgarrando lentamente la racionalidad y el sentido de propósito de sus protagonistas.
Cuando el horror finalmente se revela en su forma más cruda, no es solo un crimen lo que presenciamos, sino la prueba definitiva de que la línea entre la justicia y la desesperación es peligrosamente delgada. Se7en no ofrece redención ni respuestas, solo el reflejo de un mundo donde la oscuridad siempre encuentra la manera de imponerse.

7,9
172.894
10
22 de febrero de 2025
22 de febrero de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En American Beauty, Sam Mendes y Alan Ball nos sumergen en una fábula mordaz sobre la clase media estadounidense, despojando al "sueño americano" de su lustre y revelando la podredumbre emocional que se esconde tras su impecable fachada. La película desmonta el ideal de éxito burgués —un matrimonio estable, una casa impecable, una hija ejemplar y un empleo respetable— para mostrarlo como una prisión emocional, donde la rutina asfixia, las relaciones se desmoronan y la felicidad es apenas un espejismo.
Pero American Beauty no se limita a la mera crítica social: su guion, afilado y despiadado, dibuja personajes que rozan la caricatura sin perder su profundidad psicológica. En ellos se condensan los arquetipos de una sociedad alienada: el inseguro que busca redención, la ambiciosa atrapada en su propio vacío, la adolescente ensimismada, el vecino opresivo, el triunfador sin alma. Todos gravitan en torno a Lester Burnham, interpretado con una mezcla de cinismo y melancolía por un impecable Kevin Spacey, cuyo viaje de autodescubrimiento desestabiliza el orden artificial que lo rodea.
Mendes filma esta disección con una elegancia inquietante, donde cada encuadre parece reforzar la sensación de vacío y desencanto. Pero lo que hace a American Beauty realmente memorable es su capacidad para desentrañar la desesperación con un tono que oscila entre la sátira cruel y la poesía visual. Su icónica bolsa de plástico flotando al viento no es solo una imagen hermosa: es el emblema de una existencia atrapada entre la banalidad y el asombro, entre la miseria cotidiana y la belleza efímera. Mendes y Ball no ofrecen respuestas, solo muestran las ruinas de una vida construida sobre apariencias. Y nos obligan a mirarlas.
Pero American Beauty no se limita a la mera crítica social: su guion, afilado y despiadado, dibuja personajes que rozan la caricatura sin perder su profundidad psicológica. En ellos se condensan los arquetipos de una sociedad alienada: el inseguro que busca redención, la ambiciosa atrapada en su propio vacío, la adolescente ensimismada, el vecino opresivo, el triunfador sin alma. Todos gravitan en torno a Lester Burnham, interpretado con una mezcla de cinismo y melancolía por un impecable Kevin Spacey, cuyo viaje de autodescubrimiento desestabiliza el orden artificial que lo rodea.
Mendes filma esta disección con una elegancia inquietante, donde cada encuadre parece reforzar la sensación de vacío y desencanto. Pero lo que hace a American Beauty realmente memorable es su capacidad para desentrañar la desesperación con un tono que oscila entre la sátira cruel y la poesía visual. Su icónica bolsa de plástico flotando al viento no es solo una imagen hermosa: es el emblema de una existencia atrapada entre la banalidad y el asombro, entre la miseria cotidiana y la belleza efímera. Mendes y Ball no ofrecen respuestas, solo muestran las ruinas de una vida construida sobre apariencias. Y nos obligan a mirarlas.

6,6
646
6
23 de abril de 2025
23 de abril de 2025
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este thriller político de alto voltaje no se conforma con entretener: quiere incomodar, provocar preguntas y poner el foco en las tensiones más crudas de nuestro presente. A través de una narrativa intensa y sin concesiones, la historia aborda dos caras del mismo malestar: el reclutamiento de jóvenes por parte del terrorismo islamista, que se alimenta de la falta de rumbo, pertenencia y propósito, y el auge de los movimientos nacionalistas de extrema derecha, cuya retórica violenta encuentra eco —y a veces legitimación— en medios de comunicación y discursos políticos.
Lejos de ofrecer respuestas fáciles, el relato se mueve en una zona gris en la que todo parece contaminado: las motivaciones personales, las estructuras de poder y los relatos oficiales. El resultado es una historia incómoda y necesaria, que retrata cómo el extremismo, venga de donde venga, se infiltra en las grietas de una sociedad en crisis.
Lejos de ofrecer respuestas fáciles, el relato se mueve en una zona gris en la que todo parece contaminado: las motivaciones personales, las estructuras de poder y los relatos oficiales. El resultado es una historia incómoda y necesaria, que retrata cómo el extremismo, venga de donde venga, se infiltra en las grietas de una sociedad en crisis.

8,3
155.590
7
22 de febrero de 2025
22 de febrero de 2025
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tony Kaye construye en American History X un brutal retrato de cómo el entorno moldea nuestra mentalidad, demostrando que el odio no es innato, sino aprendido. Derek Vinyard (Edward Norton) no nace racista, sino que absorbe las ideas de su padre, quien le inculca la desconfianza hacia lo diferente. Su hermano Danny, en cambio, es seducido por el neonazismo a través de Cameron, quien explota su inseguridad y su necesidad de pertenencia, convirtiendo su dolor personal en resentimiento contra los "forasteros" que supuestamente amenazan su comunidad.
La película disecciona el miedo primigenio del ser humano a lo desconocido, utilizando a minorías como los negros, hispanos y asiáticos como el "otro" sobre el que se proyecta la frustración. Pero el propio movimiento supremacista es expuesto en toda su contradicción: el personaje de Seth, obeso y desaliñado, es la encarnación del absurdo de una ideología que idolatra la perfección racial, pero cuyos seguidores ni siquiera cumplen sus propios estándares.
El uso del blanco y negro en las escenas del pasado refuerza la visión simplista del mundo de Derek: una realidad dividida en términos absolutos, sin matices. Su arco argumental es un viaje hacia la redención, en el que la cárcel se convierte en el punto de inflexión que le muestra una verdad dolorosa: el odio que alimentó solo le trajo sufrimiento.
Al final, American History X deja claro que el ser humano no nace con odio, sino que lo aprende del entorno. Y aunque es posible desaprenderlo, la película nos advierte que el ciclo de violencia es difícil de romper y que, en muchos casos, las consecuencias llegan demasiado tarde.
La película disecciona el miedo primigenio del ser humano a lo desconocido, utilizando a minorías como los negros, hispanos y asiáticos como el "otro" sobre el que se proyecta la frustración. Pero el propio movimiento supremacista es expuesto en toda su contradicción: el personaje de Seth, obeso y desaliñado, es la encarnación del absurdo de una ideología que idolatra la perfección racial, pero cuyos seguidores ni siquiera cumplen sus propios estándares.
El uso del blanco y negro en las escenas del pasado refuerza la visión simplista del mundo de Derek: una realidad dividida en términos absolutos, sin matices. Su arco argumental es un viaje hacia la redención, en el que la cárcel se convierte en el punto de inflexión que le muestra una verdad dolorosa: el odio que alimentó solo le trajo sufrimiento.
Al final, American History X deja claro que el ser humano no nace con odio, sino que lo aprende del entorno. Y aunque es posible desaprenderlo, la película nos advierte que el ciclo de violencia es difícil de romper y que, en muchos casos, las consecuencias llegan demasiado tarde.
22 de febrero de 2025
22 de febrero de 2025
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Pedro Almodóvar irrumpió en el cine con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, una película que, más que una historia convencional, es un manifiesto de la Movida Madrileña y un retrato punk de una España en plena resaca postfranquista. Provocadora, irreverente y caótica, la película rompe con cualquier molde narrativo para celebrar la liberación sexual, la rebeldía y el desafío a la moral establecida.
Desde la homosexualidad hasta la violencia sexual, pasando por las drogas, el fetichismo y la sátira al modelo de vida tradicional, Almodóvar construye un universo donde los personajes se abandonan al placer, al sufrimiento y a la diversión sin reservas. La película presenta una España dividida entre la represión heredada del pasado y la euforia libertaria de una nueva generación. Esta dicotomía se refleja en los hermanos gemelos: uno, un policía reaccionario que encarna el autoritarismo y la hipocresía, el otro, un hombre cariñoso que solo quiere desligarse de la violencia con la que lo asocian.
En su tono desenfrenado y lleno de humor negro, Almodóvar denuncia la incoherencia de quienes se creen moralmente superiores solo por seguir normas convencionales. La escena del policía llamando degenerada a Pepi mientras está a punto de violarla es una muestra brutal de esa hipocresía. Pepi, Luci, Bom no es solo una película, sino un grito de libertad, un testimonio de la explosión cultural de los años 80 y una declaración de principios de un director que llegó para dinamitar las reglas del cine español.
Desde la homosexualidad hasta la violencia sexual, pasando por las drogas, el fetichismo y la sátira al modelo de vida tradicional, Almodóvar construye un universo donde los personajes se abandonan al placer, al sufrimiento y a la diversión sin reservas. La película presenta una España dividida entre la represión heredada del pasado y la euforia libertaria de una nueva generación. Esta dicotomía se refleja en los hermanos gemelos: uno, un policía reaccionario que encarna el autoritarismo y la hipocresía, el otro, un hombre cariñoso que solo quiere desligarse de la violencia con la que lo asocian.
En su tono desenfrenado y lleno de humor negro, Almodóvar denuncia la incoherencia de quienes se creen moralmente superiores solo por seguir normas convencionales. La escena del policía llamando degenerada a Pepi mientras está a punto de violarla es una muestra brutal de esa hipocresía. Pepi, Luci, Bom no es solo una película, sino un grito de libertad, un testimonio de la explosión cultural de los años 80 y una declaración de principios de un director que llegó para dinamitar las reglas del cine español.
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