Una de las cosas buenas de la película, y hay muchas, es la ciudad genial, dónde los perros entran educadamente en hoteles, bares, restaurants y taxis. Además pasean libremente por los parques, sin gritos histéricos de nadie.

Para mí el cine es, sobretodo, un viaje y un estado de ánimo. Cuando ambas cosas logran transportarme a la felicidad no escatimo nota y le pongo un diez sonoro. Muchos relatos más de esta envergadura me hubiera quedado contemplando en estado de casi hipnosis.

Si el primer REC me fascinó, este segundo me ha aburrido con tal retahíla de sombras poseídas gritando por los pasillos. Fuera del ejercicio de cámara, nada quedó ya por decir y mejor hubiera sido dejarnos con el buen sabor de boca de la primera.

Soporífero alarde de técnica al servicio de una historia absurdamente simple y previsible. Quizás los niños adictos a los videojuegos puedan aguantar despiertos tanto metraje.

Bien, el cine histórico no significa necesariamenete fidelidad a la historia, pero, al menos hay que creer que aquello que se cuenta pudo pasar y de aquella manera. Nada de esto me transmite Agora. Unos decorados apañados para una historia de cartón piedra. Personajes estáticos, inconexos, sin emoción, ni tensión. Me aburrí a pesar de haber ido al cine con mucha ilusión.