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8,4
44.097
10
24 de octubre de 2022
24 de octubre de 2022
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es la mejor película de Kurosawa y no estoy seguro de que sea la mejor del género del samuráis. Es, sin embargo, una de las mejores películas de la historia de Japón y del cine en general. Me gustaría poder decir que hablo desde la objetividad, pero no es el caso (ni creo que sea el caso de nadie que haga una reseña valorando un filme).
Poco puedo aportar que no se haya dicho ya. Podría hablar de los planos y la fotografía, impecables, o del guion, que a cualquiera que sepa un poco de escritura les deja sin palabras. Y soy conocedor de que lo que a continuación voy a exponer, no es innovador y seguro que alguien se me ha adelantado. Pero oye, me apetece hablar de ello, qué le voy a hacer.
A que voy es que Kurosawa se lució a base de bien con el asunto de los personajes. La película dura tres horas y la acción es relativamente breve (aunque espectacular a su manera), lo que da tiempo al guionista para desarrollar a sus protagonistas, el ambiente que los rodea, su pasado y la misma historia. Resulta curioso como muchos de esos personajes se han tornado arquetipos muy presentes sobre todo en el cine de acción, trascendiendo por supuesto a otros géneros. Kanbei representa a la figura de autoridad, el jefe del grupo (Yoda). Kyuzo es el hombre serio y experto en combate (ej: el personaje de Hiroyuki Sanada en "The last samurai"), Gorobei es la clásica mano derecha del protagonista (Jean Reno en "Ronin"), Heihachi es el simpático compañero que hace reír al grupo y cuyo destino marcará a los protagonistas (Bené en "Ciudad de dios"), Katsushiro el inexperto que entenderá por fin la triste verdad sobre la vida que ha escogido (Upham, "Salvar al soldado Ryan"), Kikuchiyo, el personaje trágico que se ampara en una fachada para protegerse del mundo que le rodea (Blade) y Shichiroji, el clásico "viejo amigo" del protagonista (Dillon en "Predator"). Todos cumplen perfectamente, algunos evolucionan más que otros pero el nivel se mantiene y con el primer visionado (segundo si no estás acostumbrado al cine asiático) te acuerdas de todos. Hasta los campesinos destacan. Como destacó el canal OnSpec de YouTube, los campesinos son representados como seres grises, con sus pros y sus contras, lo que los hace infinitamente más interesantes que las típicas víctimas de una peli de acción. Los villanos tienen el mismo efecto que tendría un meteorito en una película de Michael Bay: irracionales, en conjunto y sin rasgos diferenciales. Son ruines y ya, una amenaza en sí misma.
En conclusión, la escritura es de diez, la dirección es de diez, la ambientación es de diez. Solo lamento la situación de uno de los extras que es golpeado por un caballo (quedando involuntariamente gracioso) y el que los actores y trabajadores debieron de pasarlas putas en el rodaje. Por lo demás, un peliculón
Poco puedo aportar que no se haya dicho ya. Podría hablar de los planos y la fotografía, impecables, o del guion, que a cualquiera que sepa un poco de escritura les deja sin palabras. Y soy conocedor de que lo que a continuación voy a exponer, no es innovador y seguro que alguien se me ha adelantado. Pero oye, me apetece hablar de ello, qué le voy a hacer.
A que voy es que Kurosawa se lució a base de bien con el asunto de los personajes. La película dura tres horas y la acción es relativamente breve (aunque espectacular a su manera), lo que da tiempo al guionista para desarrollar a sus protagonistas, el ambiente que los rodea, su pasado y la misma historia. Resulta curioso como muchos de esos personajes se han tornado arquetipos muy presentes sobre todo en el cine de acción, trascendiendo por supuesto a otros géneros. Kanbei representa a la figura de autoridad, el jefe del grupo (Yoda). Kyuzo es el hombre serio y experto en combate (ej: el personaje de Hiroyuki Sanada en "The last samurai"), Gorobei es la clásica mano derecha del protagonista (Jean Reno en "Ronin"), Heihachi es el simpático compañero que hace reír al grupo y cuyo destino marcará a los protagonistas (Bené en "Ciudad de dios"), Katsushiro el inexperto que entenderá por fin la triste verdad sobre la vida que ha escogido (Upham, "Salvar al soldado Ryan"), Kikuchiyo, el personaje trágico que se ampara en una fachada para protegerse del mundo que le rodea (Blade) y Shichiroji, el clásico "viejo amigo" del protagonista (Dillon en "Predator"). Todos cumplen perfectamente, algunos evolucionan más que otros pero el nivel se mantiene y con el primer visionado (segundo si no estás acostumbrado al cine asiático) te acuerdas de todos. Hasta los campesinos destacan. Como destacó el canal OnSpec de YouTube, los campesinos son representados como seres grises, con sus pros y sus contras, lo que los hace infinitamente más interesantes que las típicas víctimas de una peli de acción. Los villanos tienen el mismo efecto que tendría un meteorito en una película de Michael Bay: irracionales, en conjunto y sin rasgos diferenciales. Son ruines y ya, una amenaza en sí misma.
En conclusión, la escritura es de diez, la dirección es de diez, la ambientación es de diez. Solo lamento la situación de uno de los extras que es golpeado por un caballo (quedando involuntariamente gracioso) y el que los actores y trabajadores debieron de pasarlas putas en el rodaje. Por lo demás, un peliculón
7
14 de abril de 2025
14 de abril de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un coche atraviesa el puerto a toda velocidad y termina hundido en el mar. De sus dos pasajeros, marido y mujer, solo ella sobrevive. La policía encuentra pruebas de que el vehículo estaba saboteado y la póliza millonaria del seguro de vida del difunto señala como artífice del crimen a su única beneficiaria: Kumako, su esposa.
Con esta premisa parte Giwaku, un interesante drama judicial basado en una novela de Seicho Matsumoto. Dirige Yoshitaro Nomura, cuya carrera está ligada al mentado escritor (más que nada porque obras maestras suyas como "El Castillo de Arena" o "Harikomi" adaptan las novelas análogas). Protagonizan Kaori Momoi y Shima Iwashita, ésta última consolidada desde hace décadas como estrella absoluta, en un rompedor papel como abogada femenina que defenderá a nuestra acusada.
La mayor gloria del filme está en su enfoque. A pesar de entrar en el tropo de "acusada se declara inocente pese a que todas las pruebas apuntan a su culpabilidad", sabe retorcerlo de manera sumamente hábil. Resulta que Kumako no solo parece culpable, sino que su comportamiento odioso hace despertar la furia entre los policías, la prensa sensacionalista y hasta el propio espectador, que la quiere culpable aunque se trague luego una pena de muerte. Incluso la abogada defensora, que ni siquiera tiene tan claro su inocencia, es blanco de sus burlas e insultos. Al fiscal apenas se le da personalidad, porque los guionistas saben bien que no necesitamos uno para condenar a esa puta.
Pero el giro que tan acostumbrado nos tiene llega también a esta película. La diferencia es que el espectador no lo quiere. Ese es el gran triunfo de la película, una vuelta de tuerca original que cumple de lleno su objetivo y deja al espectador medio vacío, pero con una puerta abierta a la reflexión. Recomendadísima.
Con esta premisa parte Giwaku, un interesante drama judicial basado en una novela de Seicho Matsumoto. Dirige Yoshitaro Nomura, cuya carrera está ligada al mentado escritor (más que nada porque obras maestras suyas como "El Castillo de Arena" o "Harikomi" adaptan las novelas análogas). Protagonizan Kaori Momoi y Shima Iwashita, ésta última consolidada desde hace décadas como estrella absoluta, en un rompedor papel como abogada femenina que defenderá a nuestra acusada.
La mayor gloria del filme está en su enfoque. A pesar de entrar en el tropo de "acusada se declara inocente pese a que todas las pruebas apuntan a su culpabilidad", sabe retorcerlo de manera sumamente hábil. Resulta que Kumako no solo parece culpable, sino que su comportamiento odioso hace despertar la furia entre los policías, la prensa sensacionalista y hasta el propio espectador, que la quiere culpable aunque se trague luego una pena de muerte. Incluso la abogada defensora, que ni siquiera tiene tan claro su inocencia, es blanco de sus burlas e insultos. Al fiscal apenas se le da personalidad, porque los guionistas saben bien que no necesitamos uno para condenar a esa puta.
Pero el giro que tan acostumbrado nos tiene llega también a esta película. La diferencia es que el espectador no lo quiere. Ese es el gran triunfo de la película, una vuelta de tuerca original que cumple de lleno su objetivo y deja al espectador medio vacío, pero con una puerta abierta a la reflexión. Recomendadísima.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Tiene un cameo divertido de Tetsuro Tamba, que de alguna manera hace referencia a "Jiken", otra película de Nomura y Matsumoto.
31 de marzo de 2025
31 de marzo de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En algún lugar de Japón se encuentra Suzaki Paradise. Un río de buen caudal separa el barrio rojo del resto del pueblo. Cuando cae la noche, el puente se ilumina con sus letreros y luces de neón, que sirven de faro para sus clientes y habitantes, algunos tan borrachos que malamente pueden encontrar el camino al hogar; también sirve de frontera para la gente de bien y de purgatorio para aquellos que oscilan entre ambos mundos. Los desafortunados que entran en este tercer sector, de ellos va esta película.
Nos presentan a Tsutae y Yoshiji, una pareja de jovenes desempleados que, por ímpetu de ella, acaban en un autobús que los lleva a las puertas del Suzaki Paradise. No sabemos mucho de ellos, nomás que su relación pasa por un mal momento, con ella recriminándole su falta de iniciativa y él comportándose como poco menos que un parásito perezoso. Tsutae encuentra un trabajo como camarera en un bar a la orilla del río.
Siendo ésta una película íntegramente sobre personajes (y entrando en escena la madura y sensata dueña del local, Osami), vemos pronto como las caretasse empiezan desprender. Tsutae parece encajar en el rol de "host girl" (englobando en este concepto a las camareras melosas que tienen bien atrapados a los parroquianos para que gasten más, nada fuera de lo normal en Japón) a la perfección, despertando no solo los celos del perezoso Yoshiji sino la sensación de que no es la primera vez que ha recurrido a este tipo de trabajos. Apreciamos su vena materialista y egoísta, atrayendo todo sentimiento antagónico y llevando al parásito del novio al terreno de la redención.
Redención bastante novedosa dentro del género, pues a priori el personaje interpretado por Tatsuya Mihashi entraría en ese tropo de hombres aprovechados y cretinos que tanto abundan en el cine de Naruse o Mizoguchi. Aun no libre de ciertos comportamientos tóxicos y de cuestionable dependencia emocional, poco a poco va mejorando hasta levantar cabeza, pese a que Tsutae no se lo pone nada fácil.
Los personajes lo son todo. De hecho, es de esas películas donde el escenario pareciera un personaje más. Yuzo Kawashima tiene buena mano para el drama y las interpretaciones son bastante memorables (inclusive esa Michiyo Aratama en ese prototipo de mujer rebelde y materialista que tan famosa haría a Ayako Wakao). El desenlace, realista y presa de una incertidumbre propia de seres humanos tan contradictorios y complejos.
Nos presentan a Tsutae y Yoshiji, una pareja de jovenes desempleados que, por ímpetu de ella, acaban en un autobús que los lleva a las puertas del Suzaki Paradise. No sabemos mucho de ellos, nomás que su relación pasa por un mal momento, con ella recriminándole su falta de iniciativa y él comportándose como poco menos que un parásito perezoso. Tsutae encuentra un trabajo como camarera en un bar a la orilla del río.
Siendo ésta una película íntegramente sobre personajes (y entrando en escena la madura y sensata dueña del local, Osami), vemos pronto como las caretasse empiezan desprender. Tsutae parece encajar en el rol de "host girl" (englobando en este concepto a las camareras melosas que tienen bien atrapados a los parroquianos para que gasten más, nada fuera de lo normal en Japón) a la perfección, despertando no solo los celos del perezoso Yoshiji sino la sensación de que no es la primera vez que ha recurrido a este tipo de trabajos. Apreciamos su vena materialista y egoísta, atrayendo todo sentimiento antagónico y llevando al parásito del novio al terreno de la redención.
Redención bastante novedosa dentro del género, pues a priori el personaje interpretado por Tatsuya Mihashi entraría en ese tropo de hombres aprovechados y cretinos que tanto abundan en el cine de Naruse o Mizoguchi. Aun no libre de ciertos comportamientos tóxicos y de cuestionable dependencia emocional, poco a poco va mejorando hasta levantar cabeza, pese a que Tsutae no se lo pone nada fácil.
Los personajes lo son todo. De hecho, es de esas películas donde el escenario pareciera un personaje más. Yuzo Kawashima tiene buena mano para el drama y las interpretaciones son bastante memorables (inclusive esa Michiyo Aratama en ese prototipo de mujer rebelde y materialista que tan famosa haría a Ayako Wakao). El desenlace, realista y presa de una incertidumbre propia de seres humanos tan contradictorios y complejos.
29 de diciembre de 2024
29 de diciembre de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1979, Kang Samurai fue un petardazo que dejaba atrás la vertiente más exploit del género de samuráis para centrarse en un auténtico blockbuster, de imágenes coloridas, decorados espectaculares y un reparto de élite. Toei Kyoto Studio quiso repetir la jugada, esta vez adaptando (libremente, me temo) una novela de Futaro Yamada. Pensaron en Hideo Gosha para dirigirla, pero éste había sido arrestado por tenencia ilegal de un arma de fuego con la que pensaba quitarse la vida. Los productores miraron entonces al mismo artífice de su anterior exitazo, Kinji Fukasaku. El resultado: Samurai Reincarnation.
Dos horas de largometraje, donde pareciera que los reclamos estéticos y visuales de Kang Samurai se mantienen a costa de sacrificar calidad narrativa, si bien estos defectos no evitan que sea una película disfrutable.
Lo que más llama la atención es la inclusión de personajes históricos, y que éstos sean reclutados en una versión siniestra de los Siete Samuráis, pero en villanos. Es, de hecho, esta dinámica de juntar al equipo de villanos lo que se come los primeros cuarenta minutos de película. Un problema, pues mientras de Kurosawa se tomaba su tiempo e intercalaba drama y desarrollo con presentación de personaje, Fukasaku va de escena de presentación a otra escena de presentación durante un buen rato. Empezar de forma tan tediosa no es la mejor manera de enganchar al público.
Éste es, junto con otras inconsistencias narrativas de menor importancia, el mayor problema de Makai Tensho. Asimismo, algunos de los villanos podrían haberse llevado de otra manera, como el caso de Shiro Amakusa, antagonista principal tratado casi como una caricatura de demonio (aunque a nivel visual era la idea). El actor lo hace bien, pero su personaje es de esos que con los matices correspondientes hubiera sido icónico.
Pero bueno, dejemos de criticar de momento. El apartado visual es fascinante, reclamo indispensable para hacer competencia a los dramas televisivos (cuya realización, recordemos, está pensada para ser vista en pequeños televisores y abundan los primeros planos de rostros y expresiones). Esa escena inicial, como las ilustraciones occidentales del infierno cristiano, deja sin aliento. Lo mismo puede decirse del castillo en llamas, el vestuario y las localizaciones en exteriores. En factura técnica, no existe queja alguna.
Como tampoco la hay en su reparto. Los de Toei, que tontos no eran, vuelven a poner sobre la mesa un jugoso reparto con estrellas tanto clásicas como nuevas. Sonny Chiba es una vez más protagonista (y da vida al mismo personaje que en Kang Samurai, Yagyu Jubei) y vuelve también el jovencito Hiroyuki Sanada, al que le ha tocado el peor personaje de la película.
Una vez más, quienes destacan son los secundarios, que además referencian a dos grandes taquillazos de la historia de Toei. Primero el Musashi de Ken Ogata, un magnífico actor de los 70 y 80. Con todo el maquillaje y cosméticos que le han puesto, es difícil reconocerlo. El enfoque de su personajes es conscientemente paródico ya desde su presentación (igual que en la novela, aunque el objeto de burla no va tan dirigido a la figura histórica como a su novelización en las historias de Yoshikawa). El duelo de la isla de Funajima es a mi parecer el mejor de la película, por mucho que se alabe el duelo en el castillo en llamas.
Y hablando del épico desenlace, el otro personaje cojonudo es el Yagyu padre, interpretado por Tomisaburo Wakayama, que da verdadera cátedra en sus peleas de espadas. Sus motivaciones son algo confusas, pero eso es lo de menos. Agradezco como siempre ver a actores fetiche de Fukasaku como Mikio Narita y Tetsuro Tamba, así como variedad en los combates y el uso de armas.
La banda sonora ya amenaza con temas mucho más modernos que las flautas e instrumentos de cuerda que tan acostumbrados nos tienen los compositores de cine de samuráis. Sucede algo parecido con el CGI. Si por algo destaca esta película y todavía más Legend of the Eight Samurai, del mismo director, es la rendición incondicional del género a la más que reonocible iconografía ochentera.
Dos horas de largometraje, donde pareciera que los reclamos estéticos y visuales de Kang Samurai se mantienen a costa de sacrificar calidad narrativa, si bien estos defectos no evitan que sea una película disfrutable.
Lo que más llama la atención es la inclusión de personajes históricos, y que éstos sean reclutados en una versión siniestra de los Siete Samuráis, pero en villanos. Es, de hecho, esta dinámica de juntar al equipo de villanos lo que se come los primeros cuarenta minutos de película. Un problema, pues mientras de Kurosawa se tomaba su tiempo e intercalaba drama y desarrollo con presentación de personaje, Fukasaku va de escena de presentación a otra escena de presentación durante un buen rato. Empezar de forma tan tediosa no es la mejor manera de enganchar al público.
Éste es, junto con otras inconsistencias narrativas de menor importancia, el mayor problema de Makai Tensho. Asimismo, algunos de los villanos podrían haberse llevado de otra manera, como el caso de Shiro Amakusa, antagonista principal tratado casi como una caricatura de demonio (aunque a nivel visual era la idea). El actor lo hace bien, pero su personaje es de esos que con los matices correspondientes hubiera sido icónico.
Pero bueno, dejemos de criticar de momento. El apartado visual es fascinante, reclamo indispensable para hacer competencia a los dramas televisivos (cuya realización, recordemos, está pensada para ser vista en pequeños televisores y abundan los primeros planos de rostros y expresiones). Esa escena inicial, como las ilustraciones occidentales del infierno cristiano, deja sin aliento. Lo mismo puede decirse del castillo en llamas, el vestuario y las localizaciones en exteriores. En factura técnica, no existe queja alguna.
Como tampoco la hay en su reparto. Los de Toei, que tontos no eran, vuelven a poner sobre la mesa un jugoso reparto con estrellas tanto clásicas como nuevas. Sonny Chiba es una vez más protagonista (y da vida al mismo personaje que en Kang Samurai, Yagyu Jubei) y vuelve también el jovencito Hiroyuki Sanada, al que le ha tocado el peor personaje de la película.
Una vez más, quienes destacan son los secundarios, que además referencian a dos grandes taquillazos de la historia de Toei. Primero el Musashi de Ken Ogata, un magnífico actor de los 70 y 80. Con todo el maquillaje y cosméticos que le han puesto, es difícil reconocerlo. El enfoque de su personajes es conscientemente paródico ya desde su presentación (igual que en la novela, aunque el objeto de burla no va tan dirigido a la figura histórica como a su novelización en las historias de Yoshikawa). El duelo de la isla de Funajima es a mi parecer el mejor de la película, por mucho que se alabe el duelo en el castillo en llamas.
Y hablando del épico desenlace, el otro personaje cojonudo es el Yagyu padre, interpretado por Tomisaburo Wakayama, que da verdadera cátedra en sus peleas de espadas. Sus motivaciones son algo confusas, pero eso es lo de menos. Agradezco como siempre ver a actores fetiche de Fukasaku como Mikio Narita y Tetsuro Tamba, así como variedad en los combates y el uso de armas.
La banda sonora ya amenaza con temas mucho más modernos que las flautas e instrumentos de cuerda que tan acostumbrados nos tienen los compositores de cine de samuráis. Sucede algo parecido con el CGI. Si por algo destaca esta película y todavía más Legend of the Eight Samurai, del mismo director, es la rendición incondicional del género a la más que reonocible iconografía ochentera.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Es bastante significativo como la película convierte en referencial lo que la novela tomaba por parodia. Para el flashback en imágenes congeladas de la historia de Musashi se utilizan capturas de la saga de Tomu Uchida, protagonizada por Kinnosuke Nakamura. Al Yagyu Padre y Jubei ya les veíamos en Kang Samurai. Hasta se hizo en 1962 una película sobre Shiro Amakusa, dirigida por Nagisa Oshima.
8
25 de diciembre de 2024
25 de diciembre de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Los pececillos, abandonándose en las olas, bailan, cantan y juegan, pero ¿quién conoce el corazón del mar a cien pies de la superficie? ¿Quién conoce su profundidad?"
Con estas palabras termina Musashi, de Eiji Yoshikawa, una novela que narra el viaje físico y espiritual del espadachín homónimo, desde la Batalla de Sekigahara hasta su legendario duelo con Sasaki Kojiro. Todo evento que le atañe fuera de este paréntesis carece de importancia, pues la derrota de su bando es el nacimiento de Musashi, como el duelo es su consagración. Se dice de Miyamoto Musashi que jamás perdió un solo duelo con espadas, y Yoshikawa lo respeta, mas los escollos espirituales y del corazón no se despachan con un golpe de acero.
Desde su publicación en fascículos, la novela adquirió el estatus de culto y no tardó mucho en ser adaptada al cine. Muchas de esas primeras películas se han perdido, o fueron opacadas por la Trilogía del Samurái, dirigida en los cincuenta por Hiroshi Inagaki y ganadora del óscar a la mejor película extranjera (cómicamente, el mismo año de Los Siete Samuráis). Una década más tarde, Toei le encargó al director Tomu Uchida una ambiciosa adaptación de cinco películas, todas ellas protagonizadas por Kinnosuke Nakamura, y cuyo mayor reclamo, además de ser realizadas con maestría, era un acercamiento minucioso a la obra original y su faceta filosófica.
Los lectores más aventados ya se habrán dado cuenta de que el material es de por sí bastante extenso: donde unos necesitaron tres o cinco largometrajes (la mayoría llegando a las dos horas de duración), llega el director Tai Kato y se propone adaptar el libro completo en una superproducción de dos horas y media.
Solo en su estructura narrativa, ya suscita interés ver si los guionistas serán capaces o no de tal gesta (más que nada porque son casi mil páginas de novela), pero como se intuye por la nota que le he puesto, puedo afirmar que han salido victoriosos aún habiendo cortado casi la mitad del libro. En realidad y descontando los primeros veinte minutos introductorios (donde se presentan a los personajes secundarios y el detonante de la historia), se narran solo dos pasajes de la historia, dedicando prácticamente una hora a cada uno: el duelo contra los Yoshioka y el enfrentamiento con Kojiro (más en la zona spoiler).
Decisión acertadísima, pues uno es el acontecimiento más oscuro en la historia del personaje y otro su ascenso a la gloria. En cierto modo explica porque se le considera una versión desmitificadora de la historia de Musashi.
Vayamos con el reparto. Protagonizan Hideki Takahashi y Keiko Matsuzaka, en los papeles de Musashi y Otsu, personaje femenino cuya importancia radica en una dualidad: es a la vez interés amoroso como el cabo que ata a Musashi al mundo de los vivos. En los demás secundarios encontramos a un sembradísimo Chishu Ryu y una jovencita Chieko Baisho. Pero si hay dos personajes que merecen mención aparte: Osugi y Kojiro.
Osugi es una fuerza antagónica menor, un personaje odioso de los que deseas ver morir de forma dolorosa (placer del que la novela nos priva en detrimento de una piadosa pero decepcionante redención). Como contrapunto tenemos la histrionísima interpretación de Junko Toda, actriz fetiche de Kato y de la que emana esa sensación de que se lo ha pasado en grande dando vida a ese despreciable personaje. Por cierto, Kato rechaza la novela y nos permite regocijarnos con su cruel destino.
El de Kojiro es un caso curioso. Principal antagonista por decreto de la novela, es tratado de forma amable e interpretado con dignidad por el veterano Jiro Tamiya, estrella de Daiei que rechaza al Kojiro burlesco y que rozaba la sociopatía (en Toei así lo interpretaba Ken Takakura) por un espadachín competente cuyo mayor pecado y el que cava su tumba no es otro que la arrogancia, defecto vemos a menudo en los héroes de otras películas de samuráis. Cuando Musashi y Kojiro comparten pantalla, tanto en el papel como en la imagen remarcan en todo momento la superioridad del segundo, que rima con el aprecio del que goza el supuesto antagonista en la cultura popular japonesa, que a vece supera al del propio Musashi.
La labor de Tai Kato es impresionante, y da fe por millonésima vez de su habilidad para rodar tanto salvajes secuencias de acción como dramas internos apoyándose siempre en la imágen, los encuadres y la paleta de colores. Su cámara, a menudo fija desde ángulos bajos o directamente a ras de suelo, nos hace partícipes tanto del combate como de los interiores y exteriores de ese precioso Japón de principios del periodo Edo. Paul Schrader, que no necesita presentación, decía del director: "Kato ha pasado de ser un Delmer Daves a un Sergio Leone sin haber pasado por el periodo interino de John Ford".
El ritmo puede parecer irregular en algunas partes y no negaré que haber leído la novela es parcialmente responsable de que la haya disfrutado tanto, pero se mantiene por sí misma. Es épica pero da espacio a la reflexión y algunas secuencias se me quedarán grabadas en la retina a perpetuidad.
Con estas palabras termina Musashi, de Eiji Yoshikawa, una novela que narra el viaje físico y espiritual del espadachín homónimo, desde la Batalla de Sekigahara hasta su legendario duelo con Sasaki Kojiro. Todo evento que le atañe fuera de este paréntesis carece de importancia, pues la derrota de su bando es el nacimiento de Musashi, como el duelo es su consagración. Se dice de Miyamoto Musashi que jamás perdió un solo duelo con espadas, y Yoshikawa lo respeta, mas los escollos espirituales y del corazón no se despachan con un golpe de acero.
Desde su publicación en fascículos, la novela adquirió el estatus de culto y no tardó mucho en ser adaptada al cine. Muchas de esas primeras películas se han perdido, o fueron opacadas por la Trilogía del Samurái, dirigida en los cincuenta por Hiroshi Inagaki y ganadora del óscar a la mejor película extranjera (cómicamente, el mismo año de Los Siete Samuráis). Una década más tarde, Toei le encargó al director Tomu Uchida una ambiciosa adaptación de cinco películas, todas ellas protagonizadas por Kinnosuke Nakamura, y cuyo mayor reclamo, además de ser realizadas con maestría, era un acercamiento minucioso a la obra original y su faceta filosófica.
Los lectores más aventados ya se habrán dado cuenta de que el material es de por sí bastante extenso: donde unos necesitaron tres o cinco largometrajes (la mayoría llegando a las dos horas de duración), llega el director Tai Kato y se propone adaptar el libro completo en una superproducción de dos horas y media.
Solo en su estructura narrativa, ya suscita interés ver si los guionistas serán capaces o no de tal gesta (más que nada porque son casi mil páginas de novela), pero como se intuye por la nota que le he puesto, puedo afirmar que han salido victoriosos aún habiendo cortado casi la mitad del libro. En realidad y descontando los primeros veinte minutos introductorios (donde se presentan a los personajes secundarios y el detonante de la historia), se narran solo dos pasajes de la historia, dedicando prácticamente una hora a cada uno: el duelo contra los Yoshioka y el enfrentamiento con Kojiro (más en la zona spoiler).
Decisión acertadísima, pues uno es el acontecimiento más oscuro en la historia del personaje y otro su ascenso a la gloria. En cierto modo explica porque se le considera una versión desmitificadora de la historia de Musashi.
Vayamos con el reparto. Protagonizan Hideki Takahashi y Keiko Matsuzaka, en los papeles de Musashi y Otsu, personaje femenino cuya importancia radica en una dualidad: es a la vez interés amoroso como el cabo que ata a Musashi al mundo de los vivos. En los demás secundarios encontramos a un sembradísimo Chishu Ryu y una jovencita Chieko Baisho. Pero si hay dos personajes que merecen mención aparte: Osugi y Kojiro.
Osugi es una fuerza antagónica menor, un personaje odioso de los que deseas ver morir de forma dolorosa (placer del que la novela nos priva en detrimento de una piadosa pero decepcionante redención). Como contrapunto tenemos la histrionísima interpretación de Junko Toda, actriz fetiche de Kato y de la que emana esa sensación de que se lo ha pasado en grande dando vida a ese despreciable personaje. Por cierto, Kato rechaza la novela y nos permite regocijarnos con su cruel destino.
El de Kojiro es un caso curioso. Principal antagonista por decreto de la novela, es tratado de forma amable e interpretado con dignidad por el veterano Jiro Tamiya, estrella de Daiei que rechaza al Kojiro burlesco y que rozaba la sociopatía (en Toei así lo interpretaba Ken Takakura) por un espadachín competente cuyo mayor pecado y el que cava su tumba no es otro que la arrogancia, defecto vemos a menudo en los héroes de otras películas de samuráis. Cuando Musashi y Kojiro comparten pantalla, tanto en el papel como en la imagen remarcan en todo momento la superioridad del segundo, que rima con el aprecio del que goza el supuesto antagonista en la cultura popular japonesa, que a vece supera al del propio Musashi.
La labor de Tai Kato es impresionante, y da fe por millonésima vez de su habilidad para rodar tanto salvajes secuencias de acción como dramas internos apoyándose siempre en la imágen, los encuadres y la paleta de colores. Su cámara, a menudo fija desde ángulos bajos o directamente a ras de suelo, nos hace partícipes tanto del combate como de los interiores y exteriores de ese precioso Japón de principios del periodo Edo. Paul Schrader, que no necesita presentación, decía del director: "Kato ha pasado de ser un Delmer Daves a un Sergio Leone sin haber pasado por el periodo interino de John Ford".
El ritmo puede parecer irregular en algunas partes y no negaré que haber leído la novela es parcialmente responsable de que la haya disfrutado tanto, pero se mantiene por sí misma. Es épica pero da espacio a la reflexión y algunas secuencias se me quedarán grabadas en la retina a perpetuidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Impactante cuanto menos la representación del "duelo" entre Yoshioka Seijuro (de trece años de edad y acompañado por cerca de setenta alumnos de la escuela Yoshioka) y el protagonista. La novela reparte la carga moral de la carnicería como si se tratara de una balance: por un lado el remordimiento de asesinar a sangre fría a un niño; por otro lado el nacimiento de su estilo de las dos espadas, empleado de forma instintiva al estar acorralado por enemigos en un barrizal.
Un pasaje alucinante, y mi preferido a título personal. Hiroshi Inagaki, en una de las decisiones más cobardes que he visto en el cine, a la altura de anticlimático final de "The Day of the Jackal", es omitir, deformar y cambiar por completo el que es un punto álgido para su peregrinación espiritual, y uno nefasto para su condición de ser humano. Tomu Uchida (en su cuarta película títulada Duel at Ichijo Temple), se recreaba en el drama y nos brindaba una secuencia de asesinato y posterior batalla en B/N azulado, casi como un descenso a los infiernos del personaje. Quizás es hasta excesiva y demasiado propia de la edad contemporánea, pero el resultado era descorazonador.
La comparativa se vuelve cómica cuando Kato rueda la escena a color y plena luz del día, con un Musashi que no solo ensarta casi sin remordimiento al chaval, sino que lo remata decapitándolo ahí mismo y ante la mirada horrorizada de todos los presentes, el padre del niño incluido. Os tenía advertidos que el responsable de la premonitoria "Réquiem por una Masacre" no es ningún cobarde.
Un pasaje alucinante, y mi preferido a título personal. Hiroshi Inagaki, en una de las decisiones más cobardes que he visto en el cine, a la altura de anticlimático final de "The Day of the Jackal", es omitir, deformar y cambiar por completo el que es un punto álgido para su peregrinación espiritual, y uno nefasto para su condición de ser humano. Tomu Uchida (en su cuarta película títulada Duel at Ichijo Temple), se recreaba en el drama y nos brindaba una secuencia de asesinato y posterior batalla en B/N azulado, casi como un descenso a los infiernos del personaje. Quizás es hasta excesiva y demasiado propia de la edad contemporánea, pero el resultado era descorazonador.
La comparativa se vuelve cómica cuando Kato rueda la escena a color y plena luz del día, con un Musashi que no solo ensarta casi sin remordimiento al chaval, sino que lo remata decapitándolo ahí mismo y ante la mirada horrorizada de todos los presentes, el padre del niño incluido. Os tenía advertidos que el responsable de la premonitoria "Réquiem por una Masacre" no es ningún cobarde.
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