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Críticas 677
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
10 de abril de 2010
33 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cinco chavales indisciplinados deben acudir un sábado, como castigo, al Instituto de su ciudad. Allí les aguarda Richard Vernon, intuyo que el director del insti. ¿La tarea? Escribir un ensayo de unas mil palabras en el que cada uno explique como se ve a sí mismo, cuales son sus expectativas para el futuro. Pronto descubriremos, que no sera fácil escribir tan complicada tarea.

‘El club de los cinco’ es una película en la que John Hughes, un clásico del cine adolescente de los 80, realiza una denuncia social sobre la educación dada a los jóvenes de por aquel entonces (vaya putada crecer con Reagan en el poder). Es un film que se posiciona del lado de los chavales, en el que todos ellos acabarán dándose cuenta de quienes son en apariencia, a ojos de los mayores. Un cerebro (Anthony Michael Hall), un atleta (Emilio Estevez), una irresponsable (Ally Sheedy), una princesa (Molly Ringwald) y un criminal (Judd Nelson). Son las etiquetas que cargan como una losa a sus espaldas, que los llenan de presiones y miedos, que les marcan desde muy niños. Todos, después de ocho horas de encierro (y diálogo), acaban viéndose, sin embargo, en el mismo lado, pese a que en un inicio parecían estar (que lo están) en las antípodas de la sociedad, los unos de los otros.
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Memorable es la charla final entre todos los chavales, donde surge el diálogo más poderoso de todos, el relativo al paso del tiempo. Lo que conlleva crecer, ser adulto (con la imagen de sus padres como referente). Las barreras sociales entre unos y otros (que son muchas) las echará abajo Hughes (irónico que el chaval rebelde de clase obrera se ligue a la repipi burguesa, o que el deportista guaperas se lie con la rara del insti), impregnando su historia, quizás, con un final un tanto utópico (a la par que rebelde). En su esencia, estira el chicle del espíritu del 68. Lo gracioso del tema es que la generación aquí retratada, con sus problemas, inquietudes y demás, son los hijos de los niños de papá que montaron la moviola en el susodicho año. Estaría bien mirar por un agujerito a los chavales que se identificaban, en su día, con estos protagonistas, ahora 25 años después. ¿Habrán seguido la pauta marcada por la sociedad? A cada cual con su respuesta, pero el mensaje subyacente en esta historia, en apariencia simple, de adolescentes, sigue muy vivo en la actualidad.
27 de noviembre de 2010
30 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Brutal serie creada por Shawn Ryan en colaboración con Kurt Sutter, habitual guionista de la serie y eventual actor en la misma (encarna a Dezerian). Enclavada en el tema policíaco, ‘The shield’ se inmiscuye en el día a día de “La Cuadra”, la comisaría de Fargminton, en Los Angeles. Las andanzas de los agentes de patrulla, los detectives o el equipo de asalto, sobre todo este último, en territorio enemigo, las calles de uno de los peores distritos de la segunda ciudad más grande de los Estados Unidos, nos recordarán a través de su explícita violencia y terrible salvajismo que dónde antes eran maidús, modocs, mohaves y despóticos colonos, ahora son Byz Lats, Torucos, One-Niners, Spook Street, los 12 de Fartown, la Horda, la mafia Armenia, la mafia Rusa, el Cártel Mexicano y tantas otras que deberán toparse con el sanguinario equipo de asalto.

Mítica serie que va cogiendo ritmo poco a poco, con temporadas que rozan la brillantez y con una despedida tan humana y justa como descorazonadora. Forman parte del imaginario personal nombres y personajes como el de Vic Mackey (Michael Chiklis), Shane Vendrell (Walton Goggins), Ronnie Gardocki (David Rees Snell), Curtis Lemansky (Kenny Johnson), Claudette Wyms (CCH Pounder), “Dutch” Wagenbach (Jay Karnes), Julien Lowe (Michael Jace), Danni Soffer (Catherine Dent), David Aceveda (Benito Martínez), Corrine Mackey (Cathy Cahlin Ryan), Tina Hanlon (Paula Garcés), Mara Sewell (Michele Hicks), Monica Rawling (Glenn Close) o John Kavanaugh (Forest Whitaker). A todo sellos, incluyendo a guionistas y creadores, les debemos las gracias por estos imperecederos 89 episodios, por esta desbocada obra maestra.
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Curtis Lemansky o “Lem” como le llamaban sus amigos. De origen polaco, encarnaba la ética del grupo. Se podría decir que era el justiciero, el azote moral de sus compañeros. No le redime, no obstante, de sus fechorías en complicidad. Con un apego descomunal por la lealtad, jamás dejó de lado a sus amigos, jamás los traicionó cuando Kavanaugh le ofreció el cebo. Tan fuerte de mente como de físico. Murió sólo, asesinado por su amigo Shane.

Ronnie Gardocki. El tipo misterioso, silencioso del equipo. La sombra oculta de Vic. Experto en temas de electrónica e informática. Era inteligente como ninguno, perspicaz para captar cualquier atisbo de trampa, de cepo. Se guardaba mejor que nadie de los trapos sucios, aunque, sin duda, le gustaba el juego duro (insistió en la causa armenia con férrea perseverancia). Pese a todo, se podría decir que era la discreción del equipo. Ello no le bastó para evitar la cárcel. Enchironado posiblemente de por vida y traicionado por su mejor amigo, Vic Mackey.

Shane Vendrell. Le gustaba seguir las pautas de Vic, era su mano derecha y mejor amigo. Sus enemigos se referían a él como el paleto del equipo. Déspota, duro y con oficio. Carecía, sin embargo, de pillería, haciendo honor a su mote. Hombre de familia declarado, no supo encontrar el equilibrio en su vida. Su falta de cabeza y su agitada vida profesional fueron su cruz. Asesino de Lem, enfrentado a Gardocki, enemigo público de Mackey y buscado por toda la policía del estado, encarnó mejor que nadie la caída a los infiernos. Se suicidó. No sin antes quitarle la vida a su hijo, Jackson, y a su mujer embarazada, Mara.

Victor Mackey. El centro del equipo, el señor absoluto del mismo. Cabeza pensante, juez sanguinario y soldado ejecutor. Encarnaba todos los poderes del equipo en él. Las exigencias políticas y policiales de obtener resultados, le llevaron a tomar atajos en su vida profesional. Jugó de tú a tú con todo tipo de bandas, mafias y cárteles. No temía a nadie ni a nada. Enfrentado con el mundo, sólo tenía refugio en su equipo, en sus sumisos soldados. Sin duda, él fue el padre de la criatura. El monstruo. Pese a todo, tuvo el mejor final de todos. Su inteligencia jamás dejaría atraparse. Acabó con total inmunidad, asalariado del FBI. Eso sí, encerrado en una oficina, haciendo papeleo, sin pisar la calle ni empuñar un arma. Tan duro, tan de hielo, que quizás su conciencia no podría con él. Sobre él pesaba la muerte de Lem, la muerte de Shane y el encarcelamiento de Ronnie, a quien había traicionado. Además, jamás volvería a ver a sus hijos, pues su ex mujer huyó del tirano. No fue suficiente tener un historial criminal capaz de aterrar al mismísimo diablo, pues Mackey acabó libre.
13 de julio de 2010
42 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sasha Grey, una consagrada actriz del mundo porno, daba el salto con 'The Girlfriend Experience' a un tipo de cine, digamos, más convencional. Aunque todo sea dicho, esta cinta incita al morbo antes de su visualización, pues la coges con ciertas expectativas de película maldita. En realidad, más allá de la curiosidad de que esté protagonizada por la susodicha actriz, la película no tiene nada de especial. Soderbergh le da a la voz en off un protagonismo esencial, relatando a modo de diario las andanzas de esa puta de lujo con sus clientes (generalmente peces gordos del mundo financiero), al tiempo que nos muestra lo conflictivo de mantener una relación sentimental seria con un novio estándar. Sin embargo, nada resulta cautivador.

Se amontonan los clientes, nos empapamos de vestidos caros y vemos alguna que otra discusión entre los novios. Todo parece muy superficial, liviano. No me identifico con las supuestas penas o problemas de esa mujer, en el caso de que los tenga (habría debate en torno a esto), ni me interesa en demasía su forma de vida, relatada ésta de una manera ciertamente sosa. Tampoco capto muy bien el papel del novio en esta historia. Hay bastantes faltas de conexión. En definitiva, fallido producto de un cineasta que ya ha demostrado, con creces, que tiene madera para ser uno de los grandes. No obstante, sigue empeñado en hacer cositas, experimentales o no, que conforme las ves, las olvidas.
5 de marzo de 2009
33 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
El film fue estrenado en el año 2002, siendo una de las últimas obras del realizador Constantin Costa-Gavras. Una vez más, Gavras deja patente en otra de sus películas su labor de denuncia social e histórica.
En ésta película, Gavras nos introduce en el contexto histórico del nazismo. Más en concreto, relata la relación existente entre la Iglesia católica y el régimen nazi.

Los dos personajes de los que se sirve el realizador para introducirnos en la situación son Kurt Gerstein, un oficial de la SS encargado de suministrar el gas letal a los campos de exterminio nazi, y Ricardo Fontana, un joven jesuita hijo de uno de los más fieles ayudantes del Papa.

A través de ellos dos, Gavras nos muestra dos procesos distintos. Por un lado, mediante el personaje de Gerstein, el realizador nos transmite el horror de la barbarie nazi.

Es difícil imaginar un miembro de la SS con tan gran solidaridad como Gerstein, sin embargo su actuación nos parece real y nos hace sentir. A pesar de que Amén no sea un film que destaque por sus escenas explícitas en lo referente al aniquilamiento de millones de humanos en éstos campos de exterminio, si es cierto que el rostro perplejo e impregnado de dolor que se le queda a Gerstein cuando mira a través de la mirilla, es el mismo rostro que se me queda a mí. No es necesario nada más para reflejar el grado de locura y extremismo al que llegaron los nazis. La simple cara de conmoción de un oficial de la SS como Gerstein tras haber visto dicha atrocidad es suficiente. Un químico como él, que en ningún momento pensaba destinar su gas a dicho fin, llega incluso a arriesgar su vida y su rango a lo largo de la película para luchar por aplazar el aniquilamiento de numerosos judíos, lanzándose a una búsqueda por la salvación de millones de personas a los que el régimen nazi había puesto en su punto de mira.

Gerstein cree que la humanidad debe conocer dicha crimen, y encuentra el apoyo fundamental para la búsqueda de dicha salvación en el otro personaje principal, Ricardo Fontana.
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Fontana se lanza a una cruzada, junto con Gerstein, para hacer llegar al Papa los hechos acaecidos en los campos de exterminio nazis. Sin embargo, su lucha es en vano. Incluso cuando consigue acercarse al Papa y le explica la situación, sus plegarias caen en saco roto.

De nada puede servir que un joven como él se ponga la estrella de David en solidaridad con el pueblo judío en medio del Vaticano.

La Iglesia católica, debía pensar el Papa, tenía que mirar por sus propios intereses y no centrarse tanto en los crímenes y castigos que los nazis estaban imponiendo a la humanidad a no muchos kilómetros de distancia del Vaticano.

La historia así lo refleja, puesto que exceptuando pequeñas y esporádicas acciones contrarias a los horrores infligidos por los nacionalsocialistas, vemos como la Iglesia católica simplemente buscó salvaguardar sus intereses y entabló una complicidad con el régimen hitleriano.

Las denuncias por parte de católicos en contra de las detenciones y persecuciones nazis, en contra de la eutanasia y el asesinato de inválidos y enfermos incurables, como nos refleja el film, no fueron hechos que se puedan englobar en el colectivo de la Iglesia católica. Además, sus actuaciones en la mayoría de las ocasiones fueron encaminadas hacia el plano espiritual, nunca hacia la iniciativa política contrario al régimen del terror establecido por Hitler en Europa durante aquellos grises años.

El objetivo primordial católico siempre se basó en salvaguardar su status y la autonomía de sus iglesias. Es más, dicho objetivo se intentó consagrar a través del Concordato de 1933, en el que ambas partes se comprometieron a un acuerdo. Un acuerdo centrado en que el régimen nazi se encargaría de respetar la conservación de las estructuras eclesiásticas y su influencia en el contexto social de la época a cambio de que la Iglesia católica aportara su autoridad moral a dicho régimen.

Tampoco hay que olvidar que tanto la Iglesia católica como el NSDAP compartían a su vez un objetivo común, el cual no era otro que la manutención de su cruzada frente al antibolchevismo imperante en aquel entonces.

Por todos éstos motivos, Gavras nos muestra en las escenas finales el sentimiento de impotencia y dolor que sienten tanto Gerstein como Fontana, pues mientras ellos están consternados como sabedores que son de la gravedad y brutalidad de la situación, los representantes de la Iglesia católica simplemente disfrutan encerrados entre sus lujos y manjares en sus palacetes del Vaticano a sabiendas de lo que ocurre en la vieja Europa y a sabiendas incluso de lo que ocurre en la propia Roma, la cual es perseguida por la sinrazón y la locura nazi.

Ante estos hechos, la magnitud de la sensación de impotencia provocada por la actitud puramente pasiva de la Iglesia es tal que Gerstein y Fontana ya no pueden hacer otra cosa que entregar su vida. Una vida que, para ellos, ha dejado de tener sentido.
13 de junio de 2010
31 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kieslowski hiperboliza lo terrenal de nuestra sociedad a través de esa tormentosa relación entre una hija y un padre separados y, a la vez, ligados por una carta escrita por la madre de ella antes de morir. En este cuarto capítulo, en consonancia con la temática del mismo, se ahonda en esa relación entre padre e hija.

Tomando ese eje por referencia, Kieslowski realiza aquí una historia muy personal en la que, en el fondo, se relata una trágica historia de amor detonada por una misteriosa carta. Un amor que existe entre dos personas que aún queriéndose, deseándose y amándose, en el sentido carnal del término, deciden no romper con los convencionalismos de nuestra sociedad, esos que derivan del cuarto mandamiento, relatado aquí, como no podía ser de otra manera, con gran maestría por parte del cineasta polaco. Es, al tiempo, lasciva, sentimental y tremendamente melancólica.
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