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Críticas ordenadas por utilidad
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8,2
149.785
9
17 de enero de 2009
17 de enero de 2009
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imaginemos que topamos con un niño pequeño, alguien recién salido del coma o un solitario eremita. Es decir, alguien que por sus circunstancias no ha estado en contacto con la actualidad durante un tiempo. Imaginemos que estos individuos nos hacen una serie de preguntas y que nosotros, con menor o mayor sabiduría, se las intentamos responder. Inquiridos por qué o quién es Clint Eastwood y a qué se dedica, nuestra respuesta sería sencilla. Tan sólo tendríamos que sugerirles ver Gran Torino para que comprendieran a la perfección el cine Eastwood. No en vano, la última película de este genio es la máxima definición de su visión del séptimo arte y tal vez, de la vida. Es el retrato absoluto de su idiosincrasia y su metodología delante y tras las cámaras. Viendo Gran Torino nuestros nuevos amigos descubrirían a un cineasta capaz de rodar dos pequeñas joyas en apenas meses, de dominar con mano de acero la narración, de convertir una historia nimia y tópica en un retrato profundo de la sociedad moderna, de mostrarse a sí mismo como un ser de otro tiempo atapado en un mundo que no comprende, de bordar un final legendario sin aparente esfuerzo. Gran Torino, enésimo filme crepuscular de un astro cuyo brillo aumenta con el tiempo, es una demostración más de lo que significa ser un genio, que no es otra cosa que estar dotado de la capacidad de convertir lo sencillo en algo sobresaliente. Viendo Gran Torino se comprende a Clint Eastwood. Se le contempla como una leyenda viva más que como a un creador actual. Se admira lo que hace y cómo lo hace. Viendo Gran Torino, ese niño pequeño, ese enfermo, ese solitario… nos empezarían a preguntar sin remedio, curiosos y embelesados, por Sin Perdón, Mystic River, Cartas Desde Iwo Jima, El Bueno, el Feo y el Malo, Harry el Sucio…

7,4
85.313
7
17 de enero de 2009
17 de enero de 2009
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las razones por las que se incluyen risas enlatadas en las comedias de situación, es que haga gracia o no el gag de turno, el oír a los demás reír provoca nuestra propia carcajada. Sabemos, además, que esta reacción está manipulada, pero aún así reímos. ¿Tanta es la influencia del grupo sobre la voluntad humana? ¿Tan peligroso es contrariar a la mayoría? La Ola es, como el experimento que la inspiró, una siniestra demostración de que pulsadas las teclas correctas en nuestro primitivo cerebro animal, el individuo pierde en la mayoría de los casos sus principios personales para plegarse a los de un grupo. La validación y la aprobación del resto sirven a menudo como palanca para provocar cambios radicales en las sociedades humanas. Por eso, y aunque el filme no llegue a las cotas de calidad de compatriotas como El Hundimiento o La Vida de los Otros, tiene un gran valor como aviso de que en tiempos desesperados, la historia tiende a repetirse. Interesantísimo filme sobre el totalitarismo que pierde un tanto su fuerza entre tanto drama teenager, que tras asentar con firmeza su propuesta en los primeros minutos, termina por convertirse en el auténtico motor de la trama.
8
17 de enero de 2009
17 de enero de 2009
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con Hollywood olisqueando cualquier atisbo de rentabilidad en ideas ajenas, Mongol demuestra que incluso con historias archiconocidas, se puede crear un filme notable. De presupuesto irrisorio –comparado con cualquier superproducción americana- la película aprovecha al límite sus recursos formando un conjunto atractivo que no pierde interés en ningún momento. La espectacularidad del escenario, cuya belleza aprovecha al máximo una sobresaliente fotografía; la naturalidad de sus actores (muchos de ellos amateurs); la atribulada vida de su protagonista y un magnífico ritmo narrativo logran que la película convierta sus dos horas de duración en un apasionante relato al que no resta interés el hecho de que ya conozcamos su final. La única pega es, que para bien o para mal, esa cortante conclusión nos deja con ganas de más, aunque por fortuna parece ser que lo veremos en otras dos películas sobre el conquistador mongol. Estaremos esperando.

7,1
56.144
6
17 de enero de 2009
17 de enero de 2009
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué tiene Guy Ritchie para llevar vendiéndonos sin ruborizarse durante años versiones levemente retocadas de Snatch y Lock & Stock? ¿Qué tiene este director, uno de los que menos se ha preocupado en evolucionar su método, para seguir acumulando proyectos? ¿Qué hace para vendernos la moto una y otra vez y que nosotros piquemos? El cine de Ritchie sigue siendo como los marcianos de Roswell o los milagros de Lourdes. Un fenómeno de difícil explicación. El británico sigue como en la famosa película, atrapado en el tiempo, rememorando en cada una de sus películas éxitos de antaño en los que prima el estilo sobre todas las cosas. Si algo tiene estilo. “Personalidad”. Si algo mola, tiene gancho, es duro, carismático, estrafalario, genuino, y a la vez atractivo, glamuroso y sexy sirve para el cine Ritchie. Sino, no. Tal vez por eso el cineasta sigue manteniendo la mirada fija en el mundo del hampa y los bajos fondos. Ritchie ve en los criminales y su peculiar universo el perfecto caldo de cultivo para personajes y situaciones que en otro caso, serían imposibles. Tanto como sus películas, efectivamente. El ritmo, los trucos de montaje, los efectos visuales, la fotografía extrema, la persistente voz en off… todo sigue ahí porque es guay. Es tarantiniano. Es tan moderno que está pasado de moda. Y porque funciona. Porque ese es el secreto de Ritchie. Que mientras reímos atontados ante un gag, nos lo pasamos bomba con tiroteos y puñetazos, admiramos a intérpretes “serios” haciendo el ridículo sin temores ni vergüenzas, nos damos cuenta -de nuevo- de que Mark Strong es un actor genial y nos divertimos como niños pequeños que dicen palabrotas a escondidas, no pensamos ni por un momento en que este señor ya nos ha cobrado la entrada.

7,2
67.396
9
17 de enero de 2009
17 de enero de 2009
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Si desde hace tiempo Clint Eastwood es sinónimo de calidad, no es por pura casualidad o capricho del destino. No es por seguidismo, peloteo o por ese temor a ser el único que clama que el Emperador va desnudo. Eastwood se destapó hace tiempo como un artista total capaz de dejar joyas en su camino como Sin Perdón, Million Dollar Baby o Mystic River y sigue demostrando que tiene lo que se necesita para marcar la diferencia. Eastwood es un cineasta que ha logrado transmitir fe a sus seguidores. Una absoluta certidumbre de que el director-productor-actor y músico, va a dar lo mejor de sí mismo y de que no se va a salir del cine con indiferencia. Puede que este Intercambio partiera desde un principio con ciertas desventajas. Analizando su premisa, esta no dista demasiado de esos bodrios de sobremesa de consumo rápido, en el que el melodrama escapa por la pantalla como una substancia viscosa y asfixiante. Sin embargo, la magia del genio fluye desde el primer fotograma introduciendo al espectador en una historia visceral, dura, carente de edulcorantes y al mismo tiempo emotiva y conmovedora. El Intercambio es la lucha de la humanidad contra el salvajismo instalado en sus instituciones y en el propio espíritu de los hombres; y sus protagonistas, al fin y al cabo, son tan sólo hombres y mujeres condenados a vivir rodeados de depredadores. Eastwood equipara ante los tribunales del pueblo a corruptos y a asesinos, a consentidores y a criminales en esta impactante cruzada de una inolvidable Angelina Jolie, aquí menos estrella y más actriz, que impulsa con su presencia un drama demoledor. Porque esta es la marca de la casa, ese factor con el que Eastwood marca la diferencia. Sus obras logran que el público llore, ría, sufra, hierba de rabia en sus asientos e incluso se rebele. Eastwood logra que el espectador sienta, y que no se limite a comer palomitas mientras espera, lacónico, la siguiente explosión. Esta semana sí, en esta sección tenemos cine.
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