Haz click aquí para copiar la URL
España España · Xixón
...
You must be a loged user to know your affinity with Talamasca
Críticas 33
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
17 de junio de 2017
27 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con frecuencia las señales de la felicidad externa y perceptible, los indicios del encumbramiento, aparecen cuando en realidad todo camina ya hacia el ocaso.
Thomas Mann – Los Buddenbrook

Un compendio de su obra, un collage de autoreferencias. Más allá de los evidentes lazos argumentales que unen a Happy End con el resto de su obra, spin offs incluidos (y de los que dudamos que pretendan crear un Universo Haneke que compita con el de Marvel), encontramos en el último film del director austriaco una pequeña summa de sus tesis narrativas en estos 30 años de carrera, una obsesión por la puesta en escena que le diferencia de muchos de sus contemporáneos, para bien o para mal: planos subjetivos, lentes de móvil, uso de (falsas) cámaras de seguridad, etc. una pléyade de fuentes que intenta imitar a la realidad, ser...seguir siendo una especie de objeto de su tiempo.

¿Y cuál es el tiempo que quiere retratar Haneke? Pues el de siempre, el de la crisis burguesa que lleva filmando treinta años, lo cual es, digámoslo ya, claramente paradójico, los muertos que Haneke mata gozan de buena salud. Al igual que la novela de Thomas Mann con cuya cita abrimos este texto, Haneke utiliza, para ejemplificar el decaimiento burgués, la historia de una familia de industriales en una ciudad costera (en la novela la muy hanseática Lübeck, en el film Calais) empobrecida por la falta de impulso generacional, destinada finalmente a la extinción.

Por supuesto no hay muchas alegrías en las imágenes de Happy End, y el largo dedo acusador de Haneke señala a todos y cada uno de los personajes que pueblan la pantalla. Cuando no son culpables por el simple hecho de su pertenencia a una acomodada cuna, lo son por el perverso mensaje que reciben (y tratan de imitar) desde las redes sociales. Suponemos que nada de esto será una sorpresa, Haneke nunca ha sido lo que podríamos decir un optimista y, pese a que el empeño formal antes mencionado le hace diferenciarse de algunos de sus colegas de mirada torva, empezamos a notar evidentes signos de agotamiento. Justo como si fuera un Buddenbrook, exactamente como un burgués acomodado.
22 de julio de 2014
38 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corría el riesgo la película de Richard Linklater, o así nos lo parecía al menos mientras apurábamos el café camino de la Postdamer Platz, vistas las inéditas condiciones de su rodaje, de convertirse en una suerte de labor frankensteiniana, un remedo de vida compuesto a base de pedazos de carne de diversas procedencias e inspiraciones con la labor de costura como elemento más visible el conjunto. Y es que cuando imaginamos al monstruo creado por Mary Shelley aquel verano sin verano a orillas del lago de Ginebra, siempre esos puntos de sutura, esas burdas uniones, protagonizan la visión, proclamando su artificioso origen, exhibiendo su génesis no natural. Parecía difícil de empastar, en suma, un material recogido durante 12 años, tanto en los posibles cambios de formato en una época en la que precisamente la evolución del vídeo digital ha conocido su cénit, como en su hipotéticamente deslavazado montaje o, finalmente y mucho más importante, en que todo esto restara cualquier posibilidad de hálito vital al conjunto. Podría ser admirable el esfuerzo, quizás sí, pero nunca sería inmersivo, seríamos conscientes del artificio… o eso pensábamos al menos con el muy berlinés pretzel mañanero aún sin digerir.

Lo cierto es que la realidad, como suele pasar habitualmente, llega y borra cualquier plan previo, destruyendo cualquier estúpida idea prefijada que uno pueda hacerse sobre esto o aquello y, claro, eso precisamente nos estaba pasando con Boyhood al poco de comenzada su proyección. Nos dejábamos llevar plácidamente, casi sin darnos cuenta, porque sin duda la mayor virtud de la película de Richard Linklater es su capacidad para fluir, para presentar esos elementos recopilados a lo largo de un periodo tan amplio de tiempo no de forma sobresaliente o chirriante, sino con plena naturalidad… y si Patricia Arquette (¡ay!) envejece es porque nosotros hemos envejecido con ella y si Ellar Coltrane pasa de jugar con bicicletas a recibir la patada del primer (des)amor es porque todos hemos sentido el mismo paralizante dolor. Y ésta es, o eso nos parece, la clave del éxito de la película de Linklater, su capacidad para tender vínculos emocionales con el espectador nace de su no-historia. Al universalizar el drama (?), al llevarlo a unas coordenadas que cualquiera puede reconocer como propias, consigue que la conexión se traslade de lo meramente ajeno a lo estrictamente personal. Muchos eran los que usaban la palabra “vida” al final del pase y sospecho que, aunque no lo confesaran, anteponían el posesivo en primera persona del singular al repetido sustantivo, tras buscar, como detectives de las imágenes, reflejos de sí mismos en la pantalla-espejo, “la” historia se había convertido en “su” historia.

A esa indudable capacidad para generar sentimientos empáticos ayuda, obviamente, su amplísima recopilación musical, del Yellow de Coldplay o el Baby, one more time de Britney Spears al Deep blue de Arcade fire, temas que pudiendo gustar más o menos representan, a fin de cuentas, lo que la película pretende, desvincular lo personal (entendiendo esto en su significación restrictiva) de la narración y centrarse únicamente en el hecho generacional para así universalizarse. Sospechamos que aquí puedan existir quejidos y lamentos, repórtense y acéptenlo, otros crecimos con los Hombres-G y llevamos ese baldón con suma dignidad, después de todo y, al igual que sucede en la película de Linklater, todo, hasta el más doloroso de los errores, queda matizado y superado por el hipnótico discurrir del tiempo, siéntense alguna vez a escuchar como fluye… o vayan a ver Boyhood y lo tendrán mucho más claro.

Crítica publicada originalmente en cinemaadhoc.info
25 de abril de 2011
23 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay pocas cosas casuales en Hanyo, basta con fijarse en la envidia con la que contempla la doncella (fantástica Eun-Shim Lee) las lecciones de piano, sí, el piano, el instrumento burgués por definición, según va avanzando la película contemplamos que no sólo el intérprete es el objeto de deseo por parte de la levantisca criada sino el instrumento en si mismo, símbolo del progreso social de sus patronos y al que la chica acude (con un notable mal gusto musical) cada vez que tiene ocasión, es evidente que no se siente atraída por Chopin o Beethoven, es el ascenso burgués y no la melomanía el motor que enciende la líbido.

Es el poder económico el motor que mueve este coche, las ansias de mantenerse en el duramente alcanzado status las que anulan hasta el más primario de los sentimientos (1), el evidente origen proletario de su doncella (2), rememoranza de su propio pasado, el que provoca el repulsivo recibimiento de la familia a su nueva empleada.

Resulta en definitiva difícil de definir quién es el verdadero villano de la función, quién el menos egoísta de esta triste troupe, a fin de cuentas la presunta malvada sólo lo es por desear con más pasión que el resto (3), pobres seres, agradecidos prisioneros, de su casa de dos pisos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
(1) Asombrante la reacción de la madre ante el fallecimiento del repelente niño o como incita a su marido a ocupar cama ajena
(2) Observar la naturalidad con la que hace frente al “asunto ratonil” en contraposición con la señora de la casa.
(3) -¿Es feliz? - Tengo dinero ¿a quién le importa ser feliz? Raymond Chandler (El largo adiós)
12 de agosto de 2011
22 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tomen una dictadura bien hermosa de, al menos, 40 años de duración, extraigan su vate, su voz pública, su empobrecido lirismo. Aíslen éste en un ámbito rural donde pueda construir un microcosmos personal a imagen de su fuente de inspiración.

Superpongan en capas el autoritarismo represor, una formación culta y el sentimiento de culpa por extracción social, no se preocupen por el maridaje o por las posibles incompatibilidades, deben recordar el efecto final a conseguir.

Sazonen el conjunto con opiáceos, conflictos edípicos, bourbon y exhibicionismo moral en grandes cantidades.

Sirvan bien frío, como la venganza, como el hastío.
25 de mayo de 2011
43 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sálvame soy un náufrago, Marlon Brando en Papamóvil, un puto tití calvo tocando el piano, Val Kilmer con falda, los bailes melanésicos de Fairuza Balk en el porche, discusiones con doble sentido sobre seres deformes en islas lejanas (Hola, Marlon), un enloquecido elenco sobreactuando hasta el paroxismo, el amigo Val (otra vez) transmutado ahora en cantante de hip-hop, el jodido Brando con una especie de gorro rasta (Old pirates yes they rob I, sold I to the merchant ships) y un cubilete con hielo sobre su ultradimensionado cráneo haciendo mediciones de orejas, Val en un nuevo tour de force carnavalesco vestido ahora de monja desmadrada (Crazy, I'm crazy for feelin' so lonely. Chúpate esa Whoopie Goldberg), El planeta de los simios en clave de Rave, I am what I am.

Niños no compréis drogas, que son muy caras, poneros La isla del Dr. Moreau mientras consultáis los resultados electorales de la Comunitat Valenciana. To loco se queda uno, como Soisa o asín.
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow
    Bienvenido al nuevo buscador de FA: permite buscar incluso con errores ortográficos
    hacer búsquedas múltiples (Ej: De Niro Pacino) y búsquedas coloquiales (Ej: Spiderman de Tom Holland)
    Se muestran resultados para
    Sin resultados para