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Críticas 44
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
11 de septiembre de 2007
173 de 192 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es esta una película hecha para mentes abiertas y cerebros ávidos de retos intelectuales que sepan apreciarla en toda su grandeza, para aquellos espectadores que sepan ver todo el vasto campo de controversia y posibilidades interpretativas que nos ofrece, por encima de lo que pudiera parecer a primera vista entre y a través de tanta sangre y acción. Sin lugar a dudas, Verhoeven quiso transmitirnos un mensaje de lo más actual, peligroso y hasta podríamos decir moralmente dudoso, de la forma más inteligente posible. Para ello fabricó una película comercial, de acción, apoyada en un efectista y directo mensaje principal (''el único bicho bueno es el bicho muerto''), monstruos aracniformes y brigadas espaciales, con gore esplícito, espectaculares efectos especiales y un estilo chabacano, inocente y forzadísimo. No obstante, el ingenio de este irregular pero genuino director, quiso que todo fuera tal y como se nos muestra en pantalla, incluso me hace pensar que contratara tan pésimos actores (Denisse Richards y Casper Van Diem) de forma deliberada para conseguir ese estilo único de folletín bélico, almas superficiales y amor de cartón. Temáticamente da lugar a múltiples interpretaciones: desde el concepto de ciudadanía como individuo subyugado a los intereses de la sociedad, la diferenciación explícita de clases sociales (con privilegios y obligaciones intrínsecas a tales consideraciones), la propia sociedad reconvertida y estructurada de acuerdo a un régimen semi-fascista belicoso y con ansias de supremacía, ese ansia de conquista y la autoproclamación de amos y señores del universo (metáfora supraterrenal de ese sentimiento de superioridad infundado e ilegítimo que sin embargo reina hoy en día desde Occidente para con Oriente)... El hecho de pintar a los malos con forma de insectos, seres que aquí en la Tierra consideramos infinitamente inferiores a la raza humana (exquisita la escena en la que unos niños pisan bichos con gesto de ira apenas contenida, pagando con los débiles lo que no son capaces de arreglar con quienes realmente les hacen daño), no hace sino aumentar esa sensación de pisar terreno pantanoso cuando el hombre sale de su hábitat natural e intenta invadir lo que no le es propio: son las arañas gigantes las que inician la guerra contra la humanidad, como queriendo decir que ese sentimiento de supremacía es propio de todo ser vivo, que el sometimiento (el nazismo) quizá sea una cualidad innata de todos los seres de la existencia, y por extensión del hombre, que se considera insultado e intenta hacerlo suyo con más enfasis que ninguna otra criatura viviente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Y luego, una vez más, los seres humanos vuelven a pecar de autoconfianza y son aniquilados en su primera incursión a ese no tan lejano y amenazante planeta. Las lecturas son ricas y atractivas, pero es sin duda ese estilo cutre, de serie B, con relaciones interpersonales que se nos antojan de mentira (romances acaramelados e inocentoides, con demasiado almíbar, que sin embargo acaban brutalmente cercenados en medio de una vorágine de tripas y violencia) y que chocan estridentemente con el tono salvaje de las batallas que presenciamos. Cabe destacar además que los héroes de la película no sean estadounidenses, sino de Buenos Aires, capital de un país que no podemos considerar actualmente de ese llamado ''primer mundo'', diferenciaciones que se extienden a lo largo de todo el film. Esto tal vez pudiera ser debido al afán malicioso del diretor por mostrarnos un futuro en el que se pone en evidencia un mundo completamente americanizado, con un espíritu común y adoptado, asimilado con la misma dócil parsimonia con la que actualmente parecemos estar asimilándolo (lo que no quiere decir que tal vez se tratara de una inversión del orden actual, lo que posiblemente fuera más inquietante debido a la ausencia de cambio ideológico: el poder, aun en manos distintas, lleva al hombre a cometer una y otra vez los mismos errores y excesos). Exquisita, terriblemente ácida y, como digo, moralmente dudosa de manera intencionada: el final vuelve a reunir a los chicos que partieron a la guerra, otra vez juntos como si jamás se hubiera roto su estúpido vínculo infatil de amor y amistad. No parecen tristes ni asqueados por todo el horror vivido, sino que están alegres por haber asumido los cargos de importancia que ansiaban y haber cumplido su función como soldado, piloto y científico respectivamente. Han descubierto que esos malditos bichos son inteligentes, y explotan en una algarabía generalizada al verificar que uno de sus cerebros, ese que han capturado, se siente amenazado por ellos: finalmente, el hombre ha vuelto a ocupar su lugar como señor de todas las bestias del universo... inteligentes o no, aquí lo que cuenta es la apariencia.
6 de septiembre de 2007
204 de 264 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es increíble descubrir cómo meses después de haberla visto, Crash sigue acudiendo a tu mente una y otra vez, insinuando que has pasado por alto lo que creías estar pasando por alto mientras la veías, asegurándote que hay mucho más detrás de toda esa fría perversión... y de hecho lo hay, pero quizás más como valor subjetivo que como mera definición. ''Crash'' deja bien claro sus intenciones desde la primera secuencia, con la rubia Déborah Kara Hunger destilando sexo por sus poros mientras se deja penetrar contra la fría superficie pulida de una avioneta. Sus manos se deslizan con lujuriosa avidez por el metal, e intuímos que es ese contacto el que la lleva al éxtasis erótico, no el hombre que tiene por detrás. Jamás se mostró en pantalla un comportamiento sexual tan desviado y contranatura como en esta cinta, no al menos como se exibe aquí, de una manera tan inteligente y, a pesar de lo que uno pueda pensar, con tan buen gusto. Cronenberg nos muestra la desviación psicológica de las personas a través de su corrupción sexual y su deformación física, conjugando elementos tan opuestos a priori como los accidentes de tráfico y el placer sexual; la carne abierta, cicatrizada y deformada con la sensualidad inherente de los orificios naturales del cuerpo humano. Estamos ante una película salvaje, incómoda, alarmantemente excitante, que se basa en escenas de sexo explícito alternadas con escenas de sexo verbal, en una escala que va de lo perverso a lo gravemente enfermizo.
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Los personajes de esta cinta no parecen conocer lo que es el amor, parecen afrontar sus relaciones sexuales (incluso con otras personas) absolutamente faltos de esperanza por obtener un placer que se nos antoja más espiritual que meramente carnal. Cuando la Hunger llega a casa y se encuentra con su marido, este le pregunta si esta vez ella se ha corrido (ambos han tenido sexo con otras personas en sus respectivos trabajos), y ella le dice que no, a lo que él contesta que quizá la próxima vez... Entendemos entonces que ambos viven en una continua búsqueda de la felicidad basada en el placer, quizá metaforizando la frenética monotonía de nuestro estilo de vida actual, en el que nada parece satisfacernos por completo. Tan sólo una experiencia nueva y arriesgada como la que se les presenta, que les exige ponerse al límite cada vez, salvando la delgada línea que les separa de la muerte para obtener así lo que buscan, parece llenarles de una forma distinta. Los accidentes de coche se nos antojan viscerales, con todos esos hierros humeantes y retorcidos impregnados de sudor y sangre, mezclándose dolorosamente con la carne y cobrando una textura orgánica bastante inquietante que basta como estampa visual para poder entender la atracción sexual que genera en esas mentes enfermas, alienadas quizá por una sociedad conformista que nunca aceptaría su comportamiento. Sin embargo, nuestros protagonistas jamás se plantean el porqué (si acaso vagamente) ni tan siquiera parecen extrañarse ante la existencia de este peligroso juego mortal, lo dan por hecho y lo aceptan, lo que podría interpretarse como la intención de Cronenberg de dejar en evidencia el grado de perversión al que ha llegado la humanidad, empujado por la monotonía y la gradual pérdida de los sentimientos ante tal bombardeo de salvajadas y actos atroces que vemos y sufrimos a diario. El film, por tanto, tiene varias e inquietantes lecturas, todas ellas relacionadas con la soledad del ser humano en su eterna búsqueda de algo que le merezca la pena experimentar en un mundo extasiado de sí mismo. Cronenberg insinúa creación y fertilidad en el accidente, permuta el concepto de desastre en algo cuanto menos productivo (y así nos lo hace ver continuamente diciendo que desde el accidente parece que hubiera más coches en las carreteras). Intenta así confundirnos y dejarnos sin aliento, casi hasta sin capacidad de análisis. Cronemberg puro: sugerente, morbosa, muy morbosa, orgánica y desoladora. Al final, cuando Koteas ya ha perdido la vida y Spader parece desear lo mismo para sí mismo y para su novia, vemos cómo ella queda sepultada y herida bajo su coche, y él se le acerca y le pregunta si esta vez lo ha conseguido. Ella, desolada y aturdida, le vuelve a decir que no; a lo que él, mientras la toma por detrás, le vuelve a contestar que quizá la próxima vez... quizá la próxima vez...
6 de septiembre de 2007
118 de 130 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película preciosa, que te hace pensar no sólo en aquello que puede haber tras la muerte (la cuestión fundamental de cualquier rama del arte y en ocasiones también de la ciencia), sino también en el extraño mecanismo que controla nuestras emociones y sentimientos en vida. ¿Qué es el amor? ¿De qué nos enamoramos realmente? Una bella mujer (Nicole Kidman) pierde a su marido cuando este sufre un repentino ataque cardíaco mientras hacía ''footing'' una fría mañana de otoño. Tiempo después, cuando la pobre mujer comenzaba a rehacer su vida y se había llegado a comprometer con otro hombre, aparece un niño que asegura ser la reencarnación de su marido muerto. El hecho de que sepa todas las intimidades de la pareja y de que reaccione de una manera tan convincente, comportándose con la absoluta seguridad de saber que en realidad es quien dice ser, hace dudar al personaje encarnado por Nicole Kidman de si realmente se pudiera tratar de él, del que había sido su vida entera, enfrentando sus sentimientos con las propias convicciones de una educación clásica basada en las leyes lógicas de la vida y la muerte, creando un conflicto (posiblemente sin retorno ni resolución) con su familia, con su prometido, con el niño y con su propia alma.
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Su único y verdadero amor se ha reencarnado en un niño. La mujer llega a enamorarse de ese niño, o al menos de lo que él representa, hasta tal punto que comienzan a planear su fuga juntos (quedando su prometido en evidencia, pues demuestra ser una persona violenta e irascible, que no sabe llevar la situación que se le ha venido encima y llega incluso a lanzarse contra el chiquillo para pegarle). La cinta transcurre en una atmósfera de profundo dramatismo emocional, dejando que los protagonistas y los propios espectadores vayan asimilando tan violenta situación. Sin embargo, tras el encuentro de una ''amiga'' de ella con el niño, se nos desvela la realidad de todo este asunto: el chico fue traicionado por su imaginación y creyó ser esa persona al encontrar las cartas que su mujer le escribía y que este ni siquiera leía con el propósito de mostrarle a su amante, la propia amiga de Kidman (encarnada por Anne Heche), que realmente era a ella a quien amaba. Al principio de la película vimos cómo esta mujer acudía al cumpleaños de la protagonista con todas esas cartas sin abrir como regalo, pero en el último momento no se sintió capaz de hacerlo y las enterró cerca del piso donde vive la Kidman. Nosotros no somos conscientes entonces de qué es lo que contiene ese paquete ni de quién es esa persona que huye llorando del cumpleaños. Al parecer, el chico las encontró después y en su mente creó una situación probablemente irreversible para los implicados, pues en el final de la cinta aparece Nicole vestida de novia para casarse por fin, pero en un momento dado echa a correr llorando hacia la playa: ese chico le ha abierto los ojos, le ha hecho descubrir que no quiere a esa persona con la que se va a casar tanto como quería a su marido (quien le era infiel sin que ella lo supiera, tal vez el aspecto más oscuro, triste y a la vez interesante de todo esto), pero sobre todo descubre que se ha vuelto a enamorar, y no necesariamente del chico, ni de su marido. Se ha enamorado de su recuerdo. Para enfatizar este huracán de sentimientos, Glazer utiliza unos certeros planos largos para mantener la concentración e implicación total de los personajes, y así poder mostrarnos la creciente angustia y esperanza de Kidman ante la posibilidad de esa reencarnación que cambiaría el resto de su vida. La cinta también cuenta con las magníficas interpretaciones de un reparto envidiable (aunque pasara por taquilla sin pena ni gloria, y tampoco fuera especialmente alabada por la crítica), y con un inteligente montaje. Podemos pensar que traiciona su maravillosa e inquietante premisa inicial, pero la verdad es que consigue dar un paso más allá, hacia otra idea más realista y aterradora: el verdadero sentido del amor, de la nostalgia, del recuerdo, de la traición... Una película profunda y desgarradora, deliciosamente melancólica y a todas luces infravalorada; de esas joyas que salen muy de vez en cuando aunque la gente parezca no darse cuenta de ello.
12 de enero de 2014
100 de 119 usuarios han encontrado esta crítica útil
«Unas veces cazas al oso, y otras veces el oso te caza a ti».

Ya lo decía el legendario cowboy en la bolera que frecuentaba El Nota. La vida es un continuo cazar o ser cazado, una búsqueda cíclica en la que nunca nos mueve el fantasma del combustible pasado. A dedo en coche y por el mundo helado, autoestopistas greñudos sin ánimo de descansar.

Llewyn Davis es esta vez el cazador, pero al contrario que El Nota, se toma la vida demasiado en serio. Llewyn Davis es un Barton Fink del Greenwich Village de los años 60, un músico folk que solo dice cuando canta, porque hablar habla pero nunca dice. Por la película pasan multitud de artistas o gente que dice ser artista. Todos, sin excepción, hablan de ellos. De su arte. Y a nadie le importa una mierda lo que dicen los demás. Una merienda de egos desnudos, sin dinero. Porque el artista está siempre demasiado ocupado hablando de sí mismo, de su tragedia, de que el chollo se le jodió por culpa de otros. La incomprensión. Con un sofá por cama que a cada día o a cada rato se le cambia de tapicería y de paredes. Vivir para ser artista, no para comer. Comer es para gente que solo existe, gente común que busca un futuro, sin ínfulas. Gilipollas mediocres. Pero Llewyn es especial. Tiene hijos como quien escribe canciones. Los deja estar en Akron cuando sabe que están vivos. No abre la caja, como tampoco la abría Barton en aquella playa de película. Se limita a abortar por filosofía y a vivir su tragedia con ansia felina.
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Salen tres gatos en la película. El primero lo lleva a cuestas sin querer, el segundo lo abandona conscientemente. Al tercero lo atropella y no lo socorre. Los gatos son animales egoístas y traicioneros a los que solo les importa ellos mismos. Como los artistas. Como esos músicos precarios que se desnudan en cada estrofa, rasgándose la voz y las vestiduras, sin recibir nada a cambio más que una mirada displicente del representante. De ese mirlo blanco que solo le toca a unos elegidos. Capullos con suerte. Infelices. ¡Joder, me recuerda tanto a esos putos escritores que se creen artistas! ¿Qué mierda de vida es la que nos espera a la gente especial, a los elegidos, a los que bufamos cada vez que nos topamos con uno de nuestra especie? Por eso le duele que le tiren cacahuetes y le echen a bailar. Porque lo que él hace no es un número: es su oficio, su acto de amor, su higiene íntima.

Llewyn se moja los pies yendo a buscar un destino que le ningunea y se le escapa. Se le escapa como el gato. Y como el gato, Llewyn regresa siempre al mismo punto y comete los mismos errores. Se lleva las mismas hostias, se cansa el mismo número de veces, se harta tanto de su vida y de sus compañeros muertos, que a cada vuelta de tuerca se acaba enamorando más de sí mismo. «¿Es que no ves que el final es el principio?», me dijo mi mujer cuando acababa la película. ¿El final es el principio? No, no es eso... ¿Acaso no me dices tú a mí que siempre vuelvo una y otra vez sobre las mismas obsesiones? ¿Que no aprendo? No hay final, es así de sencillo. Porque Ulises no es Ulises sin su Odisea. Porque, como a Llewyn, nos gusta ver cómo todo se repite y sigue siendo una mierda. Con las costillas desolladas y sangrando por los morros, nos despedimos de aquel coche que gira y que sabemos que volverá a aparecer por la misma esquina dentro de tres noches. A Llewyn y a mí nos gusta ser unos perdedores, unos músicos callejeros, de local de cuatro duros y de media estrofa. A Llewyn y a mí, pobres diablos, nos encanta sangrar y ser especiales.
22 de julio de 2009
78 de 82 usuarios han encontrado esta crítica útil
Spider supone un paso adelante en la progresión de la obra de David Cronenberg. Si bien no es su mejor película, lo cierto es que en ella es apreciable un cambio de registro, o como hemos dicho, una PROGRESIÓN de ese registro hacia algo más allá del ''cine de la nueva carne'' que Cronenberg abanderó en sus comienzos. Normalmente, los personajes de Cronenberg buscan la catarsis a través de la descomposición carnal, mutilan y deforman su cuerpo para metaforizar y metamorfosear una evolución espiritual que rara vez llega a producirse satisfactoriamente (La Mosca, Crash, Videodrome); y sin embargo aquí, la catarsis es buscada de una forma más sutil y críptica para el espectador, más intimista tal vez, a través de la reconstrucción de una mente fragmentada que al final, una vez más, tampoco logrará su propósito. Se trata por tanto de una película inteligente, mental, minimalista, oscura y cifrada para aquellos que no sepan ver más allá de su evidente conclusión y no tan sorprendente final. Es esto lo que nos puede llevar a engaños, pues no es una película de guión, sino el estudio de un personaje cuya enfermedad mental constituye paradójicamente y por extensión el estudio de todos nosotros como seres humanos. Me refiero al engaño al que nos sometemos voluntariamente, a la asimilación de los hechos y a los filtros que impone nuestra propia voluntad (forjada a base de educación, situación social y personalidad), a los recuerdos desvirtuados y a la total imposibilidad de alcanzar un estado objetivo de percepción. Así, internado en un hospicio entre el psiquiátrico y la libertad, donde no recibe los cuidados que necesita, Spider (re)construye su propio pasado en una libreta donde escribe extraños símbolos mientras murmura en una extraña lengua. Esto es lógico, pues para levantar unos recuerdos menos dolorosos y evadirse por tanto de la realidad que compartimos los demás, (es decir, para crear su propia realidad) es necesario poseer una lengua y unos instrumentos propios (como las cuerdas entrelazadas, su pequeña libreta y su minúsculo lapicero). Así pues, Spider busca una base en torno a la que poder vertebrar sus recuerdos y poder continuar su vida, para saber quién es, o al menos poder ser alguien. Pero sus intentos son en balde, pues no consigue más que romper su burbuja de ilusión y caer hacia ese mundo que le es hostil y jamás le permitirá ser nadie. Aquí entra en juego el estudio psicológico del personaje del que antes hablábamos: la esquizofrenia, el complejo de Edipo (metaforizado en esa conversación con su madre sobre las arañas y sus crías), y la falsa sensación de ausencia de peligro que desprende alguien tranquilo, tímido y huidizo como Spider. Se podrían exponer múltiples análisis sobre la enfermedad mental que padece este carismático personaje, pero mejor hablaremos de los elementos que utiliza Cronenberg para mostrarlo en pantalla.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Con tan sólo cinco o seis personajes y apenas cuatro o cinco escenarios consigue levantar algo que sobre el guión debería parecer practicamente imposible. Sustituye el uso de una voz en off por la presencia fantasmal de un Ralph Fiennes adulto en las situaciones y lugares que vivió o creyó vivir cuando era un crío. Crea un entorno austero, sucio y obsesivo (la fábrica de gas como clave argumental del enigma que esconde la mente enferma de Spider) basándose en elementos y decorados escogidos escrupulosamente: un cuarto con una cama, una mesilla, un armario y una cochina alfombra; la libretita arrugada y el minúsculo lápiz; un permanente cielo amenazante sobre el Támesis; solitarias praderas con aisladas casetas de madera; sucios bares de dudosa reputación... a la vez que apoya su narración en silencios, omisiones, particularidades físicas de sus personajes, imágenes simbólicas y actos callados: el cristal fragmentado con un pedazo sangrante completando el laberíntico puzzle mental de Spider, la prostituta que enseña una teta al niño y que más tarde arroja el semen de su padre con una sacudida de mano sobre el Támesis, los amarillentos dedos de un Spider que deja consumir cada cigarrillo hasta el filtro, el cortante fragmento de cristal que hace deslizar sobre su muñeca... todas estas son muestras incontestables de la progresión de la ''nueva carne'' que introducíamos anteriormente, pero que su autor ha ido adaptando según la percepción de un público al que ya no le impacta tanto lo explícito como lo sugerente. Pero ''Spider'' no sería lo mismo sin sus tres actores principales: un magnífico e infravalorado Gabriel Byrne, la polifacética y maravillosa Miranda Richardson, y el soberbio Ralph Fiennes en un papel protagonista realmente difícil, que logra hacer creíble sin caer en manierismos ni tics forzados. Al final, aunque asistamos a un desenlace que de alguna manera ya esperábamos (y del que muchos se sentirán algo decepcionados) hemos de comprender que la intención de Cronenberg no era sorprender con ningún efectismo ni giro de guión, sino alcanzar un final lógico de dolorosa comprensión por parte del personaje, despojarle de toda posibilidad de redención ante los ojos del espectador, hacernos comprender que para alguien como él no hay esperanza. Toda base que pudiera sostener un futuro prometedor se deshace como un castillo en el aire, y entonces sólo le queda disfrutar del momento y agarrarse a lo efímero del presente, como parece desprenderse de ese cigarrillo que pide al final de la película, para fumar dentro del coche que le llevará de vuelta al manicomio.
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