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Críticas 31
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
5
11 de enero de 2023
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vi “The Batman” por primera vez en el estreno en cines, y la disfruté. Unos meses después, la volví a ver en la televisión, y la aborrecí. Fue en el segundo visionado donde me di cuenta del poco misterio que tiene la película. Por la noche, me quedé en la cama pensando en ella, y llegué a la conclusión sobre qué es lo que me hizo perder la ilusión: su falta de estilo. Pero, ¿qué es el estilo?

Según mi experiencia viendo cine a través de los años, creo que el estilo es lo que convierte una película correcta en una gran película. El estilo es aquello que se aporta a las imágenes y la narración más allá de lo básico. Por ejemplo, el estilo de Buster Keaton se basa en la comedia visual. Una escena donde un hombre baja por las plantas de un edificio se podría rodar de manera genérica, con planos de “stablishing”, algunos movimientos de cámara para seguimientos y quizá, planos más cerrados del personaje. Pero Keaton lo rueda con una coreografía planificada de manera que se cree un dibujo a través del edificio para generar satisfacción visual, y la cantidad de variaciones acrobáticas es lo que genera la comedia. De esta manera, al ver la escena sin contexto, el único director que nos viene a la cabeza es Keaton, porque es quien se ha apropiado de esta manera de filmar. Es su sello autoral. Podría poner muchísimos más ejemplos: Hitchcock y sus montajes externos que construyen suspense, Kubrick y sus “travelings in” en angular desde detrás de los personajes, o Chazelle y sus secuencias climáticas casi surrealistas.
Pues tal vez soy yo, pero pienso que en “The Batman” no hay ningún elemento o elementos característicos como "sello autoral", que al final, eso es lo que hace la magia cinematográfica.

Es curioso cuando alguien que no está del todo convencido con una película utiliza un término para hacerse sentir que no ha desperdiciado su tiempo y dinero, que es "se deja ver". Pues creo que “la película se deja ver” no tiene porqué ser algo bueno. “The Batman” se deja ver, pero por defecto. Se deja ver por el hecho de ser estándar. Quizá por tener una narrativa simple, fácil, comprensible. Pero eso no la hace precisamente una buena película, ni siquiera una película entretenida.

Fijémonos en lo que hacía que las películas de Batman de Tim Burton tuviesen un aura tan atractiva. La saga de Burton se aferraba a unas ideas concretas, principalmente la relación que había entre lo real y lo fantástico, muy influenciado por el Superman de Richard Donner. Se diferenciaba el punto de vista de Bruce Wayne, como un hombre rico de lo más típico, con su alter ego Batman, el antihéroe rudo imposible de desenmascarar. Las películas trataban sobre el conflicto entre el mundo ordinario y el mundo fantástico, dos mundos que para el protagonista nunca podían llegar a convertirse en el mismo, ya que eso conllevaría a su perdida de identidad y, por lo tanto, su fracaso como superhéroe. Pero esta idea en “The Batman” se pierde. No hay diferencia entre el Bruce Wayne “emo” y su otra personalidad como Batman, igual de “emo”. Es una representación mucho menos sustancial, mucho más mediocre.

Y lo mismo ocurre con la trilogía del Caballero Oscuro de Nolan. Estas películas se aferraba a unas ideas de guion, puesta en escena e interpretaciones, donde se generaba una diferencia enorme entre Batman y los villanos. Por ejemplo, en “El caballero oscuro”, Batman se representaba como un ser muy puro, muy formal, en representación del orden. En cambio, Nolan retrataba a Joker como un ser violento, anarquista, sucio, con cicatrices en la boca y mal maquillado, en representación del caos. Y en este caso es evidente lo mucho que aportaba Ledger, con esos tics en la boca, esos tambaleos del cuerpo y esa inquietud que transmitía cierta intranquilidad.
Pero “The Batman”, de nuevo, pierde esta idea. Todos los personajes y todas las imágenes están en el mismo calibre. Ya no hay esos contrastes físicos y psicológicos entre protagonista y antagonista, lo que diferenciaba la seriedad de Batman con el tono vacilón de Joker. Ahora, todos los personajes están en el mismo tono.

Por lo tanto, en “The Batman” no hay mucha sustancia que analizar. La película, no solo deja de lado las ideas que proponian las anteriores sagas de Batman, sino que siento que además no se aferra a ningunas ideas nuevas. Formalmente, la película funciona, ya que se construye la historia, tanto textual como plásticamente, con ciertas intenciones. Pero el conjunto es superficial, monótono y olvidable. También mediocre e innecesario, un "nada que no haya visto". Las imágenes son superfluas, con mucha decoración, pero no tanto contenido. Son imágenes técnicamente muy bien filmadas, pero eso no quita su desinterés narrativo.
Entro en sección Spoilers para poner un ejemplo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Es un ejemplo la escena de la persecución de coches entre Batman y el Pingüino por la autopista. La planificación y el montaje se concentran en una misma idea que se repite de manera uniforme, en la que Pingüino debe superar los coches que le obstaculizan mientras Batman intenta alcanzarle. La mayoría de los planos se montan sin demasiada necesidad, y lo único que vemos es una estructura donde los coches avanzan y esquivan obstáculos de manera genérica. Se añaden algunos insertos de las reacciones de Pingüino, donde lo único que hace es cabrearse por no poder adelantar, y reacciones inexpresivas e inútiles de Batman. También, algunos planos de los pies acelerando o frenando. Y poco más. La música de percusión, tan genérica como todo el resto, tampoco ayuda.
Esta escena se construye narrativamente sin demasiada emoción, ya que solo plantea elementos estándar que no aportan tensión, sino que se limitan a describir lo más externo. El tempo del montaje es dinámico y se nota que se rodaron ángulos de cámara de sobra. Pero en realidad, la escena tiene un ritmo excesivamente lento, por culpa de su poca gracia al construir momentos realmente espectaculares.

Y el plano boca abajo, con Batman caminando a cámara lenta, una de las imágenes más formalmente bonitas de la película pero, de nuevo, un plano tan vacío como el resto. Es interesante como “wallpaper”, pero la imagen no se relaciona con ningún elemento de la puesta en escena. Tendría una dimensión mucho más narrativa o simbólica si, por ejemplo, las luces y las sombras generasen la forma icónica del murciélago y esta se hubiese utilizado antes como referencia de Pingüino hacia Batman en, por ejemplo, una fotografía o un dibujo. De esta manera, ese plano, que tiene la intención de ser un subjetivo de Pingüino boca abajo en el coche, tendría la función de hacer relacionar a Pingüino el dibujo/fotografía que ha visto con la imagen que está viendo en ese momento, y esa sería una manera de retratar el fracaso del villano frente al héroe.
Aunque este ejemplo es muy mejorable, la intención con la que se filma esa imagen ya sería una mucho más consistente y llena de significado.

Y es cierto que se pueden interpretar algunas ideas de dirección o fotografía, como la constante y sutil utilización del color rojo en las apariciones o referencias a Enigma, o esas siluetas simbólicas de Batman y Catwoman en la escena a contraluz de la ciudad. Pero estos pequeños elementos se utilizan de una manera tan evidente y frívola que convierten su significado en algo pretencioso.

Después de rajar de la película, puede parecer inapropiado que la haya aprobado con un 5. No puedo decir que la apruebo porque, a pesar de todo, la he disfrutado porque es irresistible, que puede que lo sea. Con el tiempo, lamentablemente, he adquirido la capacidad de dejar de disfrutar las películas por su atractivo más superficial. Simplemente, apruebo y aplaudo a “The Batman” por la enormidad de su técnica, su gran trabajo fotográfico y actoral y sus efectos especiales, que equilibran perfectamente lo práctico con lo ambicioso. Y también porque, a pesar de su escaso afán narrativo, la película cuenta la historia de manera inteligible, donde todos los elementos se hilan y se construyen desde una base firme. Es decir, dentro de lo que cabe, “The Batman” es una película más que acertada, cosa que se agradece viniendo de ver según qué productos en los últimos años.

He escrito este análisis después de más de medio año de haberla visto por segunda vez, así que la frialdad de la película me impide necesitar volver a verla. Y esa poca necesidad surge, ni más ni menos, de su falta de estilo. Si en “Vértigo” o en “Blade Runner” me da la sensación de que interpreto una historia diferente cada vez que las veo, las múltiples dimensiones y lecturas que podría haber tenido “The Batman” se pierden en un resultado estimulante pero obsoleto.
A lo mejor la película se deja ver, pero yo, sintiéndolo mucho, no me dejo verla.
24 de marzo de 2023
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ni estilo, ni sustancia, ni emoción, pero mucho fanservice. ¿Por qué? Al grano. Empecemos con una comparación.

En “Los Vengadores” (2012) se marcan unas ideas de puesta en escena en función de potenciar las sensaciones. Por ejemplo, en la escena de acción de los vengadores contra Chitauri se desarrolla una coreografía que da fluidez a los movimientos de cámara y al ritmo de montaje. Podemos ver un blocking planificado en el que cada héroe tiene su propia función dentro de la acción y se aprovechan algunos de estos elementos para transicionar de una situación a otra. Pero también podemos ver un pequeño respiro donde los personajes piensan sus jugadas y se desenfrena el subidón mientras el montaje, el tratamiento de la cámara y la música acompañan ese descanso.
También, cada héroe se trata de una manera distinta dentro de la secuencia para que cada uno, según su poder, haga avanzar la acción (Thor se encarga de cerrar el portal con sus rayos, Hulk se encarga de destrozar el enemigo más grande, Ironman se encarga de desviar el misil, etc.), siempre ayudándose entre ellos.
A todo esto se suma el añadido de algunos planos memorables y una buena caracterización visual de cada personaje, donde la forma y el color de sus cuerpos y vestuarios hace que se distingan fácilmente.
Con todo esto se construye una secuencia con la cantidad justa de adrenalina y emoción como para dejar huella en la película.

Pues en “Endgame” todo eso se disuelve en un conjunto monótono y sin forma. Un ejemplo fuera de las escenas de acción es el vestuario que utilizan cuando viajan en el tiempo. Como si fuesen una bambas de Nike, todos los héroes llevan un traje casi completamente blanco, literalmente genérico. Es como si me encargan pintar un cuadro y entrego el lienzo en blanco, poniendo la excusa de que ese es mi estilo.

En la secuencia de acción final de "Endgame" la historia no debe avanzar sino que debe explotar en un espectáculo. Y eso lo sabe perfectamente porque de alguna manera lo consigue. Pero lo consigue de una manera hueca, dejando una escena de acción del montón.
(Spoilers hasta el final del párrafo) Durante la mayor parte de ella vemos a los héroes luchando sin un objetivo claro, sin una progresión en la narración. La acción no se desarrolla sino que se lanzan a los héroes en un escenario genérico lleno de cascotes para que peguen enemigos hechos con CGI de manera aleatoria, sin coordinación, como si de un niño jugando con sus juguetes se tratase. Durante la escena solo vemos una serie de pequeñas victorias donde cada personaje va por su cuenta. Hasta que al final, de golpe, el lado bueno gana la batalla con un solo movimiento (Ironman chasqueando los dedos). Aquí es donde se pierde la épica, ya que no se nos transmite una sensación real donde dos ejércitos luchan por un objetivo. La guerra está de fondo y vemos más elementos decorativos que fundamentales para la progresión de la acción. La orientación espacial también se pierde en el espectador al no poder situar a los personajes debido a su pobre planificación. Y esto es algo más importante de lo que parece porque es lo que debería generar una sensación satisfactoria. Por ejemplo, en una de las situaciones, Thanos corre hacia Pantera Negra y de repente aparece Bruja Escarlata a modo de deus ex machina. Este recurso podría funcionar mucho mejor si hubiésemos sabido por lo menos dónde estaba ella y se hubiese dilatado la situación. Así se daría una sensación más potente de peligro y luego de salvación. En cambio, la narración no prepara ni desarrolla el momento sino que se cuenta con la esperanza de que el espectador se sorprenda.

Una escena de acción debe construirse con las mismas intenciones que cualquier otra escena de la película. Se trata de contar una historia en miniatura a través de los detalles, lo concreto, y no que simplemente ocurran cosas sin propósito. Pues esto ejemplifica la mayor parte del resto de la película. Al igual que la batalla final está hecha con mucha menos esencia de lo que debería (y demasiados elementos), el conjunto de la película utiliza una inmensa cantidad de recursos para contar la historia de la misma manera insustancial. (Spoilers hasta el final del párrafo) A eso añádele momentos donde aparece un personaje rescatado de otra película anterior, o como cuando el Capi coge el martillo de Thor, o cuando alguien dice una frase emblemática. El fanservice no es algo necesariamente malo si está bien incorporado en la historia pero tampoco debe ser un sustituto de esta. Al igual que en “Spider-man: No Way Home”, este tipo de autorreferencias pueden ser impactantes momentáneamente pero lo que podrían ser escenas eliminadas se tratan como si fuese parte del estilo. Es un efecto paradójico donde se construye el presente a base de cachitos del pasado, como si fuese una recopilación de los mejores momentos de la saga, creando un falso efecto de nostalgia donde parece que una película de hace siete años de la misma franquicia ya es un clásico del género. Casi parece que está haciendo los deberes, tachando de la lista las cosas que más pueden hacer gritar a los fans en la sala.

Y no hay nada de malo en que la historia sea una excusa en las películas. De hecho, eso es algo importante, ya que lo que realmente cuenta una película nunca debe salir del todo a la superficie. Pero la historia debe ser una excusa siempre que vaya de la mano de lo subtextual, es decir, que una cosa nos haga sugerir la otra. En “Endgame” la historia es una excusa solo para dar paso al fanservice. Así que en la película no hay una capa profunda sino solo dos capas externas, la del presente y la del pasado. Como la capa del presente solo es una excusa, la capa del pasado pierde fuerza a los dos segundos de que haya aparecido cualquier autorreferencia y la capa profunda no existe, entonces no nos queda nada. Una película que me lleva a pensar que he pasado tres horas viendo el absoluto vacío. Sigo en la sección Spoilers.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Sobre la mitad de la película, Viuda Negra y Ojo de Halcón deben elegir quién de ellos se sacrifica a cambio de una gema del infinito. Se debería generar un conflicto moral de manera que la muerte de cada uno tuviese un impacto diferente en la historia y a la vez fuese algo doloroso. Pero los dos personajes se han desarrollado prácticamente de la misma manera nula. No conozco nada realmente profundo de ellos más allá de que tienen o tuvieron familia (la clásica excusa al estilo “Liga de la justicia de Zack Snyder” para crear un falso vínculo emocional con el espectador). Así que la escena pierde valor al sernos indiferente quién de ellos muera incluso aunque se dediquen siete minutos de drama lacrimoso.
Y lo mismo ocurre con la muerte de Ironman. Todo lo que hemos visto sobre él ha sido una preparación para ese momento. Pero a mí no me caen las lágrimas porque el guion de la película solo ha tenido un objetivo efectista con falsos añadidos dramáticos. Al principio vemos a Tony con su mujer y su hija queriéndose mucho, contándolo pero no mostrándolo. Estas relaciones se quedan tan en lo superficial que las acabo olvidando ya que el tono de la película se orienta hacia la acción exhibicionista y no el drama familiar. Si se llega a morir Capitán América, ¿las lágrimas de los fans serían más mismas? Seguramente sí y eso es algo malo. Todos los personajes se tratan de la misma manera y tienen los mismos objetivos, tanto personal como extra personalmente. Ese final con Capi y Peggy, su pareja, bailando y queriéndose, ¿no es lo mismo que hemos visto con Tony? Una vez más, cantidad sobre calidad. Como veíamos en Vengadores 1, unos pocos personajes bien escritos y unas escenas de acción bien planificadas pueden construir una historia mucho más excitante. La falta de ideas en el guion de "Endgame" sólo nos conduce a la tan recurrente e inevitable mediocridad.

Mucha gente critica la película por supuestos elementos negativos como el exceso de comedia infantil, el politiqueo o un guion vacío. Yo no me siento bien juzgando cosas tan casuales si el único objetivo es el puro entretenimiento. "Los Vengadores" tiene un guion seguramente igual de vacío, pero eso no la hace necesariamente una peor película. No estamos hablando de una obra de Ingmar Bergman sino de Marvel y lo que más buscamos al ver este cine es la adrenalina. Sólo hay una cosa realmente importante para conseguirlo: encontrar lo que hace que la película necesite ser una película. Una buena técnica sumada a una forma original y bien ejecutada da como resultado algo divertido. Mucha gente dice que "Infinity war" es mucho mejor que “Endgame” porque "los personajes se desarrollan bien" o "el villano es mas creíble". Eso son vanalidades. Las dos películas son mediocres (que no malas) por una simple razón: no hay estilo y por lo tanto tampoco sustancia ni emoción (eso sí, mucho fanservice).

“Endgame” es la película más importante de Marvel y la segunda más taquillera de la historia. Estamos en el mejor momento para la industria del cine y es magnífico que tanta gente pueda disfrutar de una película con tanta inmediatez. Pero quizá se disfrutaría todavía más de este cine con una obra que no nos dejase indiferentes, que nos hiciese algo más inteligentes, de la que se pudiese hablar durante los próximos años. De esta manera, la entrada a la siguiente película de Marvel la hubiese comprado con más entusiasmo (o mejor dicho, la hubiese comprado). “Logan” o “Spider-man: un nuevo universo” son grandes ejemplos: más y mejores ideas, más sentimiento real y puede que con fanservice, pero mucho mejor integrado.

En realidad, “Endgame” sabe perfectamente lo que representa: podría ser un YouTube Rewind de mejores momentos del UCM y la veríamos con los mismos ojos, podría hacer un crossover con la Liga de la Justicia y la familia Skywalker y la veríamos con los mismos ojos, o podría aparecer el todopoderoso Thor metiéndose con un niño por una partida de Fortnite y la ver… Marvel, has ganado.
16 de enero de 2023
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obviando la cantidad de interpretaciones, mensajes y temáticas de la historia que trata “Dogville”, me gusta ver esta película por su aportación al cine, es decir, sus imágenes. Cualquiera que lea la sinopsis sin haber visto ninguna imagen, se imaginará una película de época ambientada en un pueblo rural real de los años 30. Y quizá, al ver la película, esa persona se decepcione. Pensará: “¿qué pasa? ¿no tenían presupuesto?”. Pues lo cierto es que Lars von Trier gastó nada menos que 10 millones de dólares. Por lo que, evidentemente, la escasez de escenarios, decorados y atrezzo es intencional. Pero, ¿por qué? Porque, desde mi punto de vista, de lo que trata realmente “Dogville” es de la esencia del cine.

Muchos dicen que el cine es el arte más completo porque recopila todas las artes. Pero “Dogville” demuestra que no es verdad, ya que el cine puede emocionar a través de su propia narrativa. No hacen falta grandes paisajes o edificios, ni una gran fotografía. La película propone una narrativa puramente cinematográfica, aunque apoyada inevitablemente por una literaria. “Dogville” pone el cine al desnudo al quitarle los recursos más tangibles y demostrar que en realidad lo único que hace falta para emocionar es imaginación, y no realismo.
Esta es una película anti-realista. Muchos piensan que la mejor pintura es la que retrata a la perfección la realidad, el fotorrealismo. Pero lo único que se consigue es técnica. Pintores como Picasso demuestran que, aún teniendo técnica para hacer fotorrealismo, prefieren pintar el mundo a través de otra perspectiva. En el caso de Picasso, a través de todas las perspectivas a la vez. Y así, el resultado es uno mucho más complejo.
“Dogville” hace algo parecido. No es la ejecución, sino la intención. Que una película tenga una localización más impresionante o realista no significa que pueda emocionar más. Von Trier busca la complicidad con el espectador para que todos nos creamos la historia aunque se de en un lugar "hipotético". Se trata de ponerle un límite al escenario para encontrar la manera de contar la historia sin salirse literalmente de ellos.
Cuando la película se sale de los límites, como el momento donde Nicole Kidman está oculta en la furgoneta con las manzanas, la puesta en escena, con ese plano cenital fijo, encuentra la manera de esconder lo que hay fuera. De este modo, los límites del escenario determinan también los límites de la pantalla. Por poner otros ejemplos, cuando un personaje sale del pueblo, la película corta la escena, ya que no podemos ver a dónde va. O cuando los personajes llegan al pueblo desde la nada, la escena empieza justo en el momento en el que llegan. Así, la historia y el montaje se adaptan a los límites del escenario y, en consecuencia, al estilo de la película. Lo mejor es que, aún con estos márgenes, la historia se logra construir con coherencia y unas elipsis bien buscadas. Con tanta limitación pero a la vez tanta experimentación, las imágenes y las situaciones se vuelven lo más concretas posible y, por lo tanto, imposibles de olvidar.

Aunque es cierto que “Dogville” bebe mucho de la narrativa teatral ya que, siguiendo estas lógicas, el tratamiento de las imágenes no debería tener ningún valor. Pero Von Trier se lo da, haciendo que la cámara se acerque a los personajes para que el espectador los conozca con mucha más profundidad que en una obra teatral. Y ahí es donde se rompe la línea que separa esta película de una obra de teatro: el director es quien se encarga de dirigir la mirada del espectador en un punto en concreto, no como en el teatro, donde el espectador tiene un margen de mirada mucho más amplio. Porque de eso se trata el cine, de manipular al espectador para hacer que se fije en unas cosas y no se fije en otras, lo que hay dentro de cuadro y lo que hay en fuera de campo, cosa que en este caso se relaciona directamente con la historia. Una historia que trata sobre el deseo, lo íntimo, la crueldad, lo secreto, lo público y lo privado. El deseo por conocerlo todo o el deseo por conocer solo las cosas que uno quiere, lo que realmente le importa. De eso trata “Dogville”. Y la manera de filmar el escenario y los personajes tiene totalmente en cuenta la historia o, mejor dicho, el punto de vista. Cuando nos identificamos con el pueblo, los límites de la pantalla se amplian a todo el escenario. Cuando estamos en un momento íntimo entre los dos protagonistas, la cámara nos encierra en ellos. O cuando en el clímax, sin revelar nada de la historia, el guion da un giro de tuerca, Von Trier nos obliga a cambiar de punto de vista, por mucho que nos duela.

El hecho de limitar la localización, el atrezzo, la arquitectura e incluso el sonido, da margen al director para experimentar con la historia y los actores. La esencia del teatro, con su escenario limitado, se pone de acuerdo con la esencia del cine, la pantalla limitada, para jugar con lo que mostrar o no mostrar de la manera más esencial posible.
“Dogville” es un ensayo sobre lo que significa la puesta en escena en el cine, y demuestra que sólo a través del empeño que le pone el director, junto a los actores y el guion, se puede construir una historia conmovedora o desquiciada. Demuestra la importancia del cómo por encima del qué. Pone el límite donde empieza lo mínimo necesario para contar una historia en el cine.

Pienso que “Dogville” no es una película que lo tenga todo, y puede que para algunos sea algo difícil de ver. Pero es una película única y muy influyente para el cine contemporáneo. Es una historia maravillosamente narrada, con un ritmo perfecto y unos subtextos que hablan sobre la moral, la crueldad y la sociedad. Prescinde de casi cualquier tipo de influencia artística y utiliza una naturaleza completamente única.
La historia se adapta al estilo, y no al revés. Es la reinvención de la puesta en escena. La contradicción entre la limitación material, pero la ilimitación emocional.
El mejor Lars Von Trier.
16 de julio de 2023
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia de la televisión ha tenido una evolución muy interesante a lo largo de los años. A diferencia del cine, la audiencia de las series era lo más fundamental para mantener la vida de estas. Si una serie no generaba suficiente audiencia al principio, esta tenía que ser cancelada. De esta manera, las series que más han triunfado son las que mejor han conseguido revolucionar la narrativa y satisfacer a la audiencia. Las series han ido hibridando cada vez más con el cine, hasta llegar a tal punto en el que cada episodio es como una película. Esta hibridación se ha ido mejorando a lo largo de las últimas décadas (principalemente en los 90s y los 00s), en lo que llamamos “la tercera edad dorada de la televisión”. Pues creo que “Mad Men” es la serie que mejor ejemplifica esta época televisiva.

Veo algo curioso en los personajes de “Mad Men”. Al estar ambientada en la década de los sesenta, estos no expresan sus personalidades a través de sus actos, ya que la mentalidad de la sociedad en aquella época era una mucho más exigente, racista y sexista. Por lo tanto, podríamos decir que los personajes expresan aquellos comportamientos a modo de reflexión sobre la época. De hecho, los personajes “necesitan” comportarse de manera ingenua para favorecer la verosimilitud de la historia. Con esto nos damos cuenta de que el contexto no solo representa un atractivo visual interesante, sino que también da lugar a una narrativa muy compleja en la que los personajes son incapaces de responsabilizarse de sus actos y que, por lo tanto, tienen mucha verdad por esconder. Por ejemplo, para ellos la violencia es un modo de desahogar las angustias. Al igual que en el cine contemporáneo de los setenta, la sociedad de “Mad Men” utiliza la violencia como método de emergencia para desfogar el caos, como reflejo de la incapacidad de reconocer la hostilidad del mundo.

Mientras Tony Soprano tiene una doctora Melfi a quien contarle sus problemas, Don no tiene a nadie y por lo tanto somos nosotros quienes debemos intentar averiguar qué le pasa por la cabeza. Pero la serie utiliza un recurso genial para guiarnos: los personajes que le rodean muestran algunas de sus dimensiones, es decir, son un reflejo de Don. Pete representa al Don más prematuro e impotente de las primeras temporadas, Roger es el Don mujeriego pero confuso de las últimas y Peggy es el Don más triunfador. Fijémonos un momento en ella. Mientras todas las mujeres quieren estar con Don, Peggy quiere “ser” Don. Su viaje del héroe la convierte en la única secretaria que pasa a redactora de la empresa. Si hubiese sido Don el secretario desde el principio, hubiese cometido los mismos errores que ella. Peggy y Don son dos caras de la misma moneda, dos almas idénticas pero a la vez tan diferentes como sus puestos en la empresa. El héroe y el antihéroe.

Al contrario que con otros antihéroes como Tony Soprano, Walter White o Dexter Morgan, la mujer de Don, Betty, no quiere reconocer que su marido le está engañando. En este caso no es tan simple como en otros, ya que nos identificamos con Don al estar en su punto de vista y querer evadirse de los traumas de su pasado. Al igual que Walter enmascara sus defectos a través de un sombrero y unas gafas de sol, los personajes de “Mad Men” enmascaran su adicción al alcohol, al sexo o al trabajo a través del glamour, los trajes elegantes, los restaurantes de lujo y los peinados perfectos. Esto es lo que barniza una sociedad capitalista incapaz de mostrar su cara caótica por miedo a ser juzgada. Bajo todas las capas de perfección de Don, su profesionalidad, su presencia y su reinado de poder, se encuentra una sombra en el alma. Don es una máscara de Dick, su cara publicitaria. En vez de reconocer el pasado, Don intenta luchar contra él literalmente a través de otra persona. El héroe pasado que ahora es un antihéroe. Pero el antihéroe no está completo sin su confidente. También nos identificamos con Betty porque, al igual que nosotros, tiene miedo de conocer del todo al monstruo que tiene al lado.

Por otro lado, la serie utiliza tres elementos que definen su estructura: el texto, el subtexto y la simbología. No es casualidad que Don y sus trabajadores utilicen los mismos tres elementos para vender sus productos: un eslogan, un mensaje y una imagen simbólica. En “The Wheel” (1x13), Don presenta “el carrusel”, una máquina que proyecta diapositivas. Para crear un vínculo entre el producto y su persona, proyecta fotos de él con su familia y habla sobre la nostalgia. Mientras Don vende el producto a unos compradores como si solo estuviese poniendo fotografías aleatorias a modo de ejemplo, en realidad Don nos está vendiendo a nosotros la idea de la familia en momentos idílicos que ya no puede vivir. Un subtexto que se esconde bajo un texto y que se sugiere a través de la simbología de las fotografías. Gente infeliz que se dedica a vender felicidad. La publicidad como excusa para hablar de sus vidas.

Como decía, las series se acercan cada vez más al cine. En series de los noventa como “Friends”, “Los Simpson” o “Expediente X”, cada episodio era como un cortometraje, con una estructura “rígida”. Pero las series de la tercera edad dorada han revolucionado el formato por sus estructuras “elásticas”, esto es, el convencer al espectador de una misma idea (en “Mad Men”, el hecho de encontrar la felicidad) durante años, pero a la vez cambiar la perspectiva de esa idea en los personajes y por tanto el espectador. Lo que hace “Mad Men” para convencernos durante tanto tiempo de la eterna caída de Don es construir una narrativa a través de cuatro tipos de estructuras (la que abarca toda la serie, toda una temporada, un solo episodio y una escena) para que cada una de ellas contenga de un modo u otro la idea principal de la serie y esta se vaya desarrollando a lo largo de las temporadas. El desarrollo de la tesis de la serie se ve claramente plasmada en el contraste entre el primer y el último episodio. Veámoslo en la sección Spoilers.
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En el piloto, “Smoke gets in your eyes” (1x01) pasamos de una primera escena con Don y su amante, Midge, una mujer sólo preocupada por pasar el mayor tiempo posible sobre el cuerpo de Don, al mundo real lleno de estereotipos. Durante el episodio, Don intenta vender la marca de tabaco Lucky Strike a un comprador y para ello le dice lo siguiente: "la publicidad se basa en una cosa: felicidad". Y mientras le describe lo que es la felicidad para él, nosotros sabemos (o acabaremos entendiendo) que en realidad está atormentado. Al final del episodio, Don regresa a casa, le da un beso a su mujer mucho más inseguro que el que le dio a Midge y acaricia a sus hijos mientras Betty les observa, en una imagen que representa el perfecto pero incierto sueño americano de los sesenta. Ya desde el piloto se muestra esa contracultura para mostrarnos que, en realidad, este es un mundo de apariencias.
Pero en el último episodio, “Person to Person” (7x14), Don se entiende a sí mismo y en un momento de serenidad se da cuenta de quién es: simplemente, un publicista. Cuando llama a las tres mujeres más importantes de su vida (Sally, Betty y Peggy) estamos presenciando, quizá, el único momento de la serie donde está hablando con gente para realmente encontrar conexiones. Con ese anuncio de Coca-Cola en la última escena, entendemos que no se trata simplemente de haber encontrado la felicidad, sino que también ha encontrado la manera de venderla. De esta manera la serie es fiel a la tesis que ha estado arrastrando todo el tiempo: convertir la publicidad en una imagen simbólica de la felicidad. Pero (en su narrativa elástica) al contrario que al principio de la serie, ahora Don lo hace desde la propia felicidad.

Retomando lo que decía sobre las series actuales como cine, “Mad Men” trabaja esta idea a través de lo escrito pero también lo visual. Solo hace falta ver el último plano de cada episodio: puertas cerrándose como símbolo de privacidad, el humo, el alcohol o el agua como metáfora de la melancolía, o momentos donde la historia se congela y simplemente vemos a un personaje contemplando un paisaje, mirando al techo u observando un antiguo hogar. Weiner afirmó que la intención era que el final de cada episodio se sintiese como el final de la serie, por lo que había que encontrar el balance entre dejar las tramas abiertas para que la historia siguiese y dejar al espectador en una situación donde pudiese dormir tranquilo por la noche, pensando que de alguna manera los personajes estaban en un punto muerto de sus vidas. Casi como si cada episodio fuese una película que solo forma parte de la gran película que es toda la serie.

Me gusta ver “Mad Men” como el reality show más complejo y verdadero de la historia. Me gusta pensar que ni siquiera los guionistas sabían qué les iba a ocurrir a los personajes en el siguiente episodio cuando escribían uno. Los personajes de “Mad Men” cambian mientras nosotros cambiamos con ellos. Deja a un lado la realidad para contar sus vidas a través de su lenguaje, aunque este signifique tener que melodramatizar las cosas poniendo al protagonista reflexionando sentado en las escaleras de su casa. Es fascinante poder entender a una persona de una manera tan interna solo conociendo los datos más superficiales de su vida. Los personajes de “Mad Men” sienten tanto pero lo demuestran tan poco que nosotros nos identificamos. Y aunque no entendamos del todo lo que quieren o qué están haciendo, o incluso no compartamos sus éticas, los sentimos como si fuesen personas de verdad. Como si tuviésemos que descubrir semanalmente sobre sus vidas para recompensarnos. Como si dependiésemos de ellos.

Aunque en realidad se trate de inteligencia y talento para saber contar una historia, parece que es magia. Es la magia que Weiner ha decidio usar para contar las cosas que le importan.
“Mad Men” es la seducción de Donald Draper, no solo hacia su mundo, sino también hacia el espectador. Nosotros le observamos mientras él nos observa a nosotros.
20 de marzo de 2023
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fijémonos en que “El hombre elefante” es una de las pocas películas “convencionales” de Lynch. Junto a “Dune” y “Una historia verdadera”, “El hombre elefante” es una película de encargo que sirvió al director como puente para financiar otros proyectos más personales. Pero eso no quiere decir que Lynch prescinda completamente de su estilo, como prácticamente hace en las otras dos mencionadas. Es esa combinación entre narrativa convencional y “universo Lynch” lo que hace a “El hombre elefante” una película tan atractiva, conmovedora y curiosa. Es una película muy directa y diría que fácil de entender. Pero lo fascinante de ella está en la manera en la que cuenta la historia.

Podemos interpretar la película desde un punto de vista político. Encontramos la dualidad entre la masificación de personas que maltratan a John Merrick (John Hurt) en los barrios y circos (llenos de sombras y contaminación) y la clase alta que vive rodeada de lujos y trata a John como un amigo. Es una dualidad interesante porque estamos viendo dos tipos de personas que expresan cosas diferentes hacia Merrick pero, queramos o no, en realidad tienen las mismas sensaciones al verlo. Existe la misma relación entre ellos que entre un circo y un teatro: el circo es un espectáculo al desnudo; el teatro es un espectáculo disfrazado. La intención es la misma, solo que una se muestra de manera salvaje y la otra esconde sus instintos bajo una máscara. Así que la película nos está diciendo, mediante sus escenarios y personajes, que en el fondo no hay tanta diferencia entre, por ejemplo, el artista circense Bytes (Freddie Jones), quien maltrata a John, y la glamurosa actriz de teatro Kendal (Anne Bancroft), quien le da afecto. El hospital se acaba convirtiendo en un nuevo circo, solo que ahora le visitan sin burlas. Por muy protegido que esté Merrick nunca dejará de ser un objeto de exposición. Incluso el mismo Dr. Treves (Anthony Hopkins), quien se encarga de cuidar a John, duda de su propia ética: “¿soy un hombre bueno o quizá uno malo?”.

Podemos interpretar la película desde la relación entre el hombre y la mujer. La figura femenina es tratada como un ser angelical y la figura masculina como un ser salvaje. Observemos esa imagen simbólica que se repite varias veces en las secuencias oníricas, con la madre de John gritando e imágenes de elefantes que la maltratan. La madre como dama y el elefante como animal salvaje. Ella fue fecundada por un hombre metaforizado por el elefante, por un pene metaforizado por la trompa. La ironía está en que los hombres son representados como ese animal pero el hombre elefante de la película es el más humano de todos. También es precioso ese paralelismo entre la superposición de imágenes de la madre con elefantes encima y la bailarina de la obra de teatro con el hombre elefante encima, siendo John en realidad un paralelismo de su madre más que de los elefantes.
Aquí es donde se integra ese estilo de Lynch del que hablaba dentro de la narración. Esas secuencias oníricas similares a su anterior y primera película, “Cabeza borradora”, son un símbolo ambiguo que aportan gran profundidad.

Podemos analizar la película desde su puesta en escena llena de símbolos, ya que otro elemento que comparten estas dos primeras películas de Lynch es el de las máquinas. En “El hombre elefante”, la industria, el fuego, la torre del reloj o el metal son un símbolo de soledad y refugio pero a la vez de maltrato. Por ejemplo, John es refugiado en el hospital a través de un ascensor con forma de jaula, pero es maltratado en el circo por una jaula llena de monos. O John es salvado del circo gracias a un barco que suelta vapor, pero es abusado por un grupo de hombres que trabajan en una industria vaporosa. La puesta en escena, por muy sutil que sea, aporta mucho más de lo que parece a la narración, ya que en este caso se tratan unas ideas con cierta ambigüedad y complejidad. Pero esque además no solo se trata de símbolos directamente visuales (y sonoros), sino que a través del montaje también se construyen muchas de estas ideas.
En una de las secuencias oníricas vemos a la madre de John gritando y seguidamente un grupo de hombres trabajando con máquinas en una fábrica. O también, en determinada escena, John es visitado por el guardia del hospital (Michael Elphick) y una mujer que grita de terror al verlo, y seguidamente vemos una secuencia de imágenes de chimeneas que sueltan humo. En cambio, en otra escena, el Sr. Gomm (John Gielgud) habla sobre lo duro que debe haber sido el pasado de John, y la escena se funde en una ópera agradable.
A través de la relación mental que creamos al combinar esas imágenes, se construye un leitmotiv que guía nuestros sentidos para que veamos la ambivalencia de las situaciones.

Como vemos, la película se puede ver desde múltiples puntos de vista y temáticas. A la vez, elementos como la ambientación, el montaje, la fotografía o el acting juegan a favor de contar la historia. A través del sofisticado artefacto cinematográfico, “El hombre elefante” nos aterra, nos hiere y nos devasta.

La manera en la que se presenta y luego representa a John es magnífica. Durante el primer acto lo vemos humillado y nosotros mismos nos asustamos con su apariencia. Se retarata como un alien en la oscuridad, un hombre invisible o una momia bajo el saco blanco, como un monstruo de Frankenstein que sirve de experimento científico. Pero más tarde lo vemos vestido de gala, hablando de Shakespeare y tomando té. Ahí es donde reconocemos la verdadera cara del personaje. Además, démonos cuenta del tratamiento del punto de vista. Durante el paseo por la feria del Dr. Treves en el primer acto, vemos mucho el rostro del personaje y seguidamente un plano subjetivo de lo que está viendo, para luego volver a su reacción. Pero este punto de vista se disuelve poco a poco mientras vamos conociendo a John, de manera que dejamos de ver ese patrón de montaje en el Dr. Treves y pasamos a verlo en Merrick. Sigo en sección Spoilers.
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spoiler:
Pero cuidado, porque eso no quiere decir que de esta manera vayamos a entenderle. La película no cae en pretensiones de elogiar a los menos favorecidos, sino que pone al personaje en una posición mucho más realista. Se plantea una pregunta básica: ¿podemos identificarnos con el hombre elefante? La película la responde con un no. Se prescinde de solventar esa rabia que sentimos hacia los que lo maltratan. Aquí no existe el karma, sino solo la triste imparcialidad con la que podemos contemplar la historia. Eso es algo duro, pero desgarradoramente humano. Y la película nos parte el corazón en el momento en el que conocemos la brutal gentileza de John:

“ - Dr. Treves: no sé cómo decirle lo mucho que siento lo que ha pasado. No tenía ni idea.
- John: no se culpe, Sr. Treves. No se preocupe por mí, amigo. Soy feliz cada hora del día. Mi vida está completa porque sé que alguien me quiere”.

Se nos hace un nudo en el estómago por la bondad de John frente a una situación tan dolorosamente cruel. Y de ahí el retrato tan generoso y crudamente real de la película. Se utilizan las emociones de una manera muy inteligente, ya que estas se integran con la historia. Es decir, el objetivo (ya sea activo o pasivo) del personaje es que alguien le entienda. Una vez el Dr. Treves consigue rescatarle al principio, John se adapta a una nueva vida, y es feliz. Pero en la crisis de la película, John vuelve a ser maltratado. Así que cuando vuelve a ser rescatado por segunda vez, John se da cuenta de algo muy duro pero muy sensato, y es que no quiere seguir viviendo. Sabe que su vida no va a ser fácil, pero por lo menos ha logrado el objetivo de que alguien le quiera. Por lo tanto, la historia se rompe al final con una decisión que completa al personaje para bien y a la vez para mal. Es un final agridulce, feliz o infeliz según como lo quiera ver cada uno. Ahí surge la complejidad y esa emoción tan dolorosa pero tan liberadora.

También es interesante esa simbología de John observando un cuadro de una persona durmiendo estirada. Cuando él solo podía dormir sentado, finalmente ha decidido hacerlo como una persona normal ya que, como él mismo dice, se ha encontrado a sí mismo, por suerte o por desgracia.
Y fijémonos en una última cosa. Cuando el elefante fecundó a la madre en una de las primeras secuencias oníricas, John nació a través de un humo blanco. Cuando finalmente muere, el humo blanco se contrae y se convierte en la cara de la madre. Por fin, John vuelve con ella, y ahorá será el mismo ser hermoso y angelical que su madre. El horror, la fealdad y la crueldad de su vida pasarán a convertirse en belleza.

“El hombre elefante” es cruda, amarga, admirable, gentil, insólita, emotiva, desoladora, brillante y hermosa. Cine para recordar.
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