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Críticas ordenadas por utilidad
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6,3
23.894
10
17 de diciembre de 2012
17 de diciembre de 2012
82 de 117 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre he considerado a Paul Thomas Anderson un director obsesionado con la imperfección. Con la imperfección del alma humana, de la violencia, de nuestros valores, de nuestro cuerpo, de la forma de amar de los seres humanos. Esa imperfección se hizo extensible a la construcción y facturación de sus propios films, salpicados y modificados indirectamente por las decisiones erróneas de sus dramáticos y sufridores personajes, en constante persecución de un sueño imposible que daba lugar a una devastadora frustración. En cada nueva película, Anderson hace acopio de temas tabús para la hipócritamente conservadora sociedad americana. ¿Qué hay en común en todos ellos y qué también comparten con The Master? La imperfección de sus personajes, como Anderson utiliza cada segundo de metraje para alejarlos gradualmente de su condición de humanos hasta que están tan alejados de si mismos, a tanta distancia, que pueden divisarse como un punto en un gran espacio y acometer una completa separación de sus valores (si es que los tienen), sus errores, sus defectos y sus posibles vías de escape o redención. En ocasiones no hay salvación posible, ya sea por la engorrosa coyuntura (Magnolia) o por decisión propia (There Will Be Blood), pero lo importante es que han podido presenciarse como individuos ajenos a su persona por una vez (como lo haríamos en un sueño, por ejemplo) y han tenido opción. Ahí radica uno de los grandes dramas del cine de Anderson, sus personajes, sean decentes o demonios, siempre tienen opción de elegir el camino correcto o el menos malo. Pero su ceguera, orgullo o incompetencia los arrastra a un mar de autodestrucción, padecimiento y cólera. The Master está repleto de perfectas incorrecciones y contradicciones que, extrañamente, derivan en una película perfecta dentro de la filmografía del director norteamericano. Esa tesis doctoral sobre la violencia que es There Will Be Blood tiene aquí su continuación con la presentación de extraños brotes psicóticos aleatorios en el personaje que interpreta magistralmente Joaquin Phoenix. ¿De dónde viene la violencia? ¿Nacemos con ella? ¿La desarrollamos con el transcurrir natural de la vida? ¿Es nuestra naturaleza? Afortunadamente el realizador californiano no nos ofrece una única respuesta sino múltiples alusiones a nuestra evolución, nuestro origen animal, el impacto de la sociedad sobre el individuo, el condicionante del azar y la aleatoriedad. En un proceso tan cerebral como visceral, el autor de Sidney descompone emocionalmente a un ser humano, desproveyéndolo parcialmente de razón y autocrítica, para acometer una deconstrucción que permita su transformación, una mutación hacia lo opuesto de su naturaleza. El medio empleado para ello es la existencia de una amenazadora secta liderada por un hombre totalmente endiosado, culto, instruido, inmune a la objetividad ajena (salvo cuando esta es protagonizada por su esposa) y obsesionado, aunque no lo nombre directamente, con modificar la idea del superhombre de Nietzsche. Anderson dibuja a Lancaster Dodd como una persona con una escala de valores propios que considera pura y positiva cualquier idea que surja de su cabeza, condenando al escepticismo o al rechazo las reflexiones externas. Ese totalitarismo es la base de su credo, él su propio profeta y el ejercicio espiritual su medio de expresión con sus seguidores.
Mucho se ha hablado de The Master como un film que adapta y denuncia los métodos de la famosa iglesia de la Cienciología. Considero a Anderson un tipo inteligente y no me creí que fuera capaz de dedicarle 137 minutos a denunciar una creencia en lugar de mostrarla y permitir un juicio independiente y libre por parte de los espectadores. Evidentemente, escoge la segunda opción y contamos con el poder de decisión que nos hubieran negado otros autores como Loach, Stone o Costa-Gavras. La destrucción del hombre y su escala de valores es el cimiento primordial de estos grupos religiosos que suelen seleccionar personas altamente influenciables o volátiles con el objetivo de sumar seguidores rápidamente y posicionar su poder de convocatoria sobre ellos y, sobre todo, ante la sociedad. Freddie Quell (Phoenix), un juguete roto por las secuelas de la guerra, es un borracho trastornado al que le cuesta mantener un trabajo normal. Anderson nos hace hincapié en el hecho de que se encuentre alejado de su familia, con un trauma amoroso inconcluso y con el alma perdida entre bandazos. Es el sujeto perfecto para incubar en él el deseo de permanecer a un grupo. Que el encuentro entre los dos hombres se produzca de manera fortuita puede parecer una anécdota pero Anderson le ha otorgado constantemente al azar un papel fundamental en su filmografía como causante de desgracias e, igualmente, como germen de una relación tormentosa entre dos o más personas. ¿Por qué entra Quell en ese barco? ¿Por qué Dodd no lo expulsa inmediatamente? ¿Cómo han llegado a coincidir dos seres tan extremadamente opuestos pero tan contradictoriamente similares en el mismo espacio, lugar y tiempo? El azar no tiene causa, solo ocurre y es esa sensación de inseguridad la que rige nuestro destino, sin saber si nuestros actos nos llevarán o librarán del mismo. Quell experimenta lo mismo, no sabe si entregarse a la causa o rechazarla, si de verdad cree en ella o únicamente en la brillante mente de Dodd, personaje hipnótico y enfermizo, como la propia película. El absorbente guión de Anderson plantea la negación de la naturaleza animal del hombre y el uso de las regresiones como base del entendimiento de la vida por parte de la secta, prevaleciendo siempre el interior al exterior, la mente al cuerpo. Aspectos que chocan con la obsesión por el sexo y el deseo carnal de Quell, produciéndose una batalla intelectual, espiritual y física. La ausencia de las propias habilidades que si posee el contrincante, provoca en ambos una fascinación y repulsión mutua, a modo de delirante relación (casi) homoerótica.
No es spoiler
Mucho se ha hablado de The Master como un film que adapta y denuncia los métodos de la famosa iglesia de la Cienciología. Considero a Anderson un tipo inteligente y no me creí que fuera capaz de dedicarle 137 minutos a denunciar una creencia en lugar de mostrarla y permitir un juicio independiente y libre por parte de los espectadores. Evidentemente, escoge la segunda opción y contamos con el poder de decisión que nos hubieran negado otros autores como Loach, Stone o Costa-Gavras. La destrucción del hombre y su escala de valores es el cimiento primordial de estos grupos religiosos que suelen seleccionar personas altamente influenciables o volátiles con el objetivo de sumar seguidores rápidamente y posicionar su poder de convocatoria sobre ellos y, sobre todo, ante la sociedad. Freddie Quell (Phoenix), un juguete roto por las secuelas de la guerra, es un borracho trastornado al que le cuesta mantener un trabajo normal. Anderson nos hace hincapié en el hecho de que se encuentre alejado de su familia, con un trauma amoroso inconcluso y con el alma perdida entre bandazos. Es el sujeto perfecto para incubar en él el deseo de permanecer a un grupo. Que el encuentro entre los dos hombres se produzca de manera fortuita puede parecer una anécdota pero Anderson le ha otorgado constantemente al azar un papel fundamental en su filmografía como causante de desgracias e, igualmente, como germen de una relación tormentosa entre dos o más personas. ¿Por qué entra Quell en ese barco? ¿Por qué Dodd no lo expulsa inmediatamente? ¿Cómo han llegado a coincidir dos seres tan extremadamente opuestos pero tan contradictoriamente similares en el mismo espacio, lugar y tiempo? El azar no tiene causa, solo ocurre y es esa sensación de inseguridad la que rige nuestro destino, sin saber si nuestros actos nos llevarán o librarán del mismo. Quell experimenta lo mismo, no sabe si entregarse a la causa o rechazarla, si de verdad cree en ella o únicamente en la brillante mente de Dodd, personaje hipnótico y enfermizo, como la propia película. El absorbente guión de Anderson plantea la negación de la naturaleza animal del hombre y el uso de las regresiones como base del entendimiento de la vida por parte de la secta, prevaleciendo siempre el interior al exterior, la mente al cuerpo. Aspectos que chocan con la obsesión por el sexo y el deseo carnal de Quell, produciéndose una batalla intelectual, espiritual y física. La ausencia de las propias habilidades que si posee el contrincante, provoca en ambos una fascinación y repulsión mutua, a modo de delirante relación (casi) homoerótica.
No es spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Anderson realiza una película muy americana en el fondo pero terriblemente europea en la forma, con un sentido del ritmo cinematográfico característico en su último cine y que aquí ha sabido llevar hasta otro estado. El Bergman de Det sjunde inseglet, el Welles de Citizen Kane, el Polanski de Nóz W. Wodzie o el Buñuel de Cet obscur objet du désir se dan cita en una curiosa mezcla que tiene como resultado The Master, un film enfermizamente oscuro donde se respira un ambiente de peligrosidad y terror constante al acecho en cada esquina que nos hace imposible relajarnos y bajar la guardia. Esta vez no hay rastro del adorado Altman de Anderson y si del Kubrick más paranoico y sesudo, sobre todo en la banda sonora de Jonny Greenwood, amenazantemente presente durante gran parte del metraje e instalándose con aplastante facilidad en nuestra cabeza. El realizador de Magnolia opta por la repetición de fotogramas cuidadosamente calculados en distintas fases de la cinta, provocando en nosotros una instantánea sensación de deja vu y, de esta forma, haciendo que nuestro primer pensamiento al contemplar el fotograma en cuestión, mute progresivamente a fuerza de observarlo tras acontecimientos diferentes, siendo condicionados por el entorno del film y por nuestra propia personalidad. Cada persona reaccionará diferente e incluso habrá quien no reaccione en absoluto, es el riesgo de usar el montaje como elemento narrativo y no simplemente como herramienta para enlazar planos entre si. Los distintos travellings utilizados (marca de la casa a estas alturas) sirven para la construcción de un espacio cinematográfico mayor, una manera de amplificar el mundo de nuestros personajes y permitirlos interactuar libremente que se consigue únicamente no cortando permanentemente las escenas de forma prematura. Desde luego es un alivio ver que a un director moderno no le tiembla el pulso a la hora de mantener un mismo plano más de tres minutos, mal acostumbrados como estamos actualmente al clásico, funcional y facilón plano/contraplano/plano general. Los dos actores más talentosos de su generación, Phoenix y Hoffman (dos de mis debilidades, la verdad), componen unos personajes creíbles, humanos, tragicómicos y totalmente dependientes, llegando incluso a retroalimentarse mutuamente, completamente dispuestos a ir hasta el límite. Hoffman le da a su personaje un toque de comicidad siniestra y empática, provocando en los espectadores tanto rechazo como admiración. En cambio Phoenix da rienda suelta a sus demonios internos para efectuar el papel de su vida, posiblemente redentor consigo mismo y elevándolo a los altares de la interpretación. Por otra parte, Amy Adams tiene el papel más difícil del film, el de no ser engullida por dos auténticos monstruos en su mejor momento de forma y logra confeccionar un personaje contenido, aportando algo en todas sus apariciones. De hecho, su rol es clave para mostrar las extrañas contradicciones de su marido (Dodd), erigiéndose como la auténtica líder (a mi modo de ver) de la secta, controlando a un mesías emocional y cerebral con argumentos que recurren a su bajeza humana y animal, como es el sexo. ¿Quién controla a quién? ¿Están los propios fundadores de la causa convencidos de la misma o se encuentran en un progresivo estado de cambio? ¿Es todo por dinero y fama? Lo único cierto es que en un mundo de desesperanza como lo era la América de posguerra, cualquier atisbo de fe o liderazgo parecía digno de ser seguido, y de ahí surgían estas peligrosas congregaciones religiosas que se aprovechaban de ellos (aunque es innegable que por el camino ayudaban a muchos, de forma intencionada o no).
@jlamotta23
Crítica completa en http://medinamag.com/2012/12/the-masterla-fe-de-p-t-anderson-segun-welles-polanski-y-bergman/
@jlamotta23
Crítica completa en http://medinamag.com/2012/12/the-masterla-fe-de-p-t-anderson-segun-welles-polanski-y-bergman/

7,2
44.348
8
13 de diciembre de 2012
13 de diciembre de 2012
66 de 88 usuarios han encontrado esta crítica útil
No soy un gran aficionado al género musical, que considero vulgarmente explotado en la última década para fines puramente comerciales, dejando a un lado cualquier atisbo de pericia artística. Burlesque, Nine, Mamma Mia o Across the Universe son una buena muestra de ello. Sin embargo, también han surgido raros especímenes que dignificaban el género basándose en un respeto firme al mismo. Sweeney Tood, Hairspray o Rent pertenecen a este último grupo. El género musical es complejo, difícil de tratar pero a la vez, con la ventaja añadida de que suele contar con un gran número de aficionados fieles a lo largo y ancho del planeta. Recordemos que el musical conforma, junto con el western y el thriller/cine negro (mis dos géneros favoritos, por cierto), el trío de géneros puros de la historia cinematográfica. Es decir, los tres son poseedores de un tipo de cine que engloba a todos los tipos de cine que existen. El musical (así como el western y el thriller) es una perfecta sartén donde cocinar la comedia, la crítica social, la lucha de clases, el bien y el mal, el amor, la venganza y un largo etcétera. Como bien dice el maestro Scorsese, fueron los primeros géneros que conquistaron el corazón del público ya que, desde su insultante sencillez formal, se podían verter en ellos corrosivas y subliminales críticas a la sociedad y realizar diagnósticos detallados de la condición humana, para bien o para mal. Los Miserables, de la mano del ganador del Óscar por The King,s Speech, Tom Hooper, no iba a ser menos y aprovecha inteligentemente el jugoso material del que dispone para tratar temas como la religión, la ética, la justicia, la pena de muerte y un pormenorizado tratamiento sobre la dualidad típica entre el bien y el mal. Los fans de la novela pueden estar tranquilos porque no se ha perdido nada en el camino a la adaptación. Los temas de Víctor Hugo no solo sobreviven el cambio de medio, formato y género, sino que se beneficia de una extensa ampliación de los mismos, provocado por el gran altavoz para los sentimientos que es la música. El guión de William Nicholson es extremadamente cuidadoso en el trato de la obra original, tratando en todo momento de no resultar obvio ni condescendiente, esforzándose por mantener el mensaje subversivo de la trama, preocupándose más por no restar que por sumar. Y es que poco más se le puede sumar a una de las grandes obras literarias de todos los tiempos que no sea una correcta y eficaz traslación de la misma sin difuminar su argumento. Pero lo que realmente va a determinar si Los Miserables es un éxito o un fracaso no es su fidelidad a la novela original, ni siquiera con la obra de teatro que alcanza cada año cifras mareantes de espectadores, sino la habilidad como cantantes de sus intérpretes y su apartado visual, que es lo que se ve a simple vista. Y he de decir que el film no es que cumpla con creces en estos dos casos, sino que roza la perfección. Empecemos analizando el fantástico reparto.
Si hay alguien que salga reforzado en esta producción británica, ese es sin duda Hugh Jackman. El protagonista de The Prestige está más que curtido en el teatro musical con obras como Beauty and the Beast, Oklahoma o Sunset Boulevard, conquistando el reconocimiento de críticos y público, a la vez que agasaja premios por doquier. Es por ello que el australiano se transforma en un auténtico animal cuando su vida depende de su voz y no es que de lo mejor de si mismo, es que se merienda a cualquiera que se encuentre cerca suyo, se llame Russell Crowe (uno de mis actores preferidos, infravalorado injustamente), Anne Hathaway o Amanda Seyfried. Jackman da una lección interpretativa histórica basándose en una entonación y pronunciación perfecta, un grandioso derroche de carisma y una contención casi mística. De hecho, su no presencia condiciona bastante la película, ya que esperamos ansiosos una nueva aparición y una nueva oportunidad para dejarnos boquiabiertos (no sé si doblarán esta película o no, pero verla doblada merece la pena de muerte). Absolutamente impresionante y desgarrador en las piezas Valjean,s Soliloquy, Valjean,s Confession y Who Am I?. No anda muy lejos en merecimiento de elogios Anne Hathaway, la cual se somete a un salto emocional sin red tan profundo que nos permite contemplar hasta el último recoveco de su atormentada alma. Su versión del I Dreamed a Dream ya es historia del séptimo arte, gracias a ella sin duda, pero sin olvidar el acierto formal de Hooper, que le permite partir de cero y llegar a cien con la elaboración de un plano corto mantenido durante sus dolorosos y trágicos cinco minutos de duración. El tercero en discordia es el brioso Crowe, a quien se le nota al principio algo desubicado y sufridor, pero que eleva su rendimiento con el paso de los minutos de manera mastodóntica para acabar a un nivel altísimo, un auténtico clímax interpretativo. En el caso del ganador del Óscar por Gladiator (Ridley Scott, 2000), su presencia y mirada imponen más que su voz, es lógico, no solo por no ser un experto en la materia (a pesar de haber participado en el musical Grease hace treinta años y haber sido vocalista y guitarrista de la banda de rock 30 Odd Foot Of Grunts) sino porque su imponente planta es una declaración de intenciones difícil de superar con cualquier otro elemento. Para el recuerdo, su magnífico y crepuscular Javert,s Soliloquy. Mención aparte merecen los divertidísimos Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter, erigiéndose como una muy necesaria pareja cómica entre tanto drama, mostrando una gran compenetración y haciendo de su química un valor seguro. Sus apariciones musicales no tienen desperdicio y ambos asumen con naturalidad su secundario papel deshinibidor de la trama principal. Sin duda alguna, los personajes menos interesantes y cuya trama ralentiza el ritmo interno del film, son los encarnados por Amanda Seyfried, Eddie Reydmayne y Samantha Barks.
Sigo en spoiler sin ser spoiler
Si hay alguien que salga reforzado en esta producción británica, ese es sin duda Hugh Jackman. El protagonista de The Prestige está más que curtido en el teatro musical con obras como Beauty and the Beast, Oklahoma o Sunset Boulevard, conquistando el reconocimiento de críticos y público, a la vez que agasaja premios por doquier. Es por ello que el australiano se transforma en un auténtico animal cuando su vida depende de su voz y no es que de lo mejor de si mismo, es que se merienda a cualquiera que se encuentre cerca suyo, se llame Russell Crowe (uno de mis actores preferidos, infravalorado injustamente), Anne Hathaway o Amanda Seyfried. Jackman da una lección interpretativa histórica basándose en una entonación y pronunciación perfecta, un grandioso derroche de carisma y una contención casi mística. De hecho, su no presencia condiciona bastante la película, ya que esperamos ansiosos una nueva aparición y una nueva oportunidad para dejarnos boquiabiertos (no sé si doblarán esta película o no, pero verla doblada merece la pena de muerte). Absolutamente impresionante y desgarrador en las piezas Valjean,s Soliloquy, Valjean,s Confession y Who Am I?. No anda muy lejos en merecimiento de elogios Anne Hathaway, la cual se somete a un salto emocional sin red tan profundo que nos permite contemplar hasta el último recoveco de su atormentada alma. Su versión del I Dreamed a Dream ya es historia del séptimo arte, gracias a ella sin duda, pero sin olvidar el acierto formal de Hooper, que le permite partir de cero y llegar a cien con la elaboración de un plano corto mantenido durante sus dolorosos y trágicos cinco minutos de duración. El tercero en discordia es el brioso Crowe, a quien se le nota al principio algo desubicado y sufridor, pero que eleva su rendimiento con el paso de los minutos de manera mastodóntica para acabar a un nivel altísimo, un auténtico clímax interpretativo. En el caso del ganador del Óscar por Gladiator (Ridley Scott, 2000), su presencia y mirada imponen más que su voz, es lógico, no solo por no ser un experto en la materia (a pesar de haber participado en el musical Grease hace treinta años y haber sido vocalista y guitarrista de la banda de rock 30 Odd Foot Of Grunts) sino porque su imponente planta es una declaración de intenciones difícil de superar con cualquier otro elemento. Para el recuerdo, su magnífico y crepuscular Javert,s Soliloquy. Mención aparte merecen los divertidísimos Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter, erigiéndose como una muy necesaria pareja cómica entre tanto drama, mostrando una gran compenetración y haciendo de su química un valor seguro. Sus apariciones musicales no tienen desperdicio y ambos asumen con naturalidad su secundario papel deshinibidor de la trama principal. Sin duda alguna, los personajes menos interesantes y cuya trama ralentiza el ritmo interno del film, son los encarnados por Amanda Seyfried, Eddie Reydmayne y Samantha Barks.
Sigo en spoiler sin ser spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
O lo que es lo mismo, el triángulo amoroso entre Marius, Cosette y Eponine nunca llega al nivel de emoción y épica del triángulo (no amoroso) principal formado por Valjean, Javert y Fantine (Jackman, Crowe y Hathaway). temporal hasta entonces frenética. Sus intérpretes están realmente formidables pero hasta al propio Hooper se le intuye una pereza realizadora en sus historias, filmándolas casi por obligación pero conocedor de que esos treinta o cuarenta minutos suponen un descenso rítmico grave en una carrera. Obviamente no se puede hacer nada, está en la novela, hay que filmarlo pero no hubiera estado mal que Hooper hubiera ideado algún tipo de estratagema para presentárnosla de manera menos tediosa. Todo lo contrario ocurre con Gavroche, el sabiondo y belicoso niño encarnado majestuosamente por Daniel Huttlestone, que supone la auténtica revelación del film.
Uno de los grandes defectos de la cinta es su estructura involuntariamente episódica. A pesar de usar la música como medio para hilvanar las historias de los protagonistas, son los propios números musicales los que dividen la trama en pequeños segmentos, lo que propicia una valoración fragmentada de la misma. Y llegados a este punto cabe tomar como referencia la monumental Novecento, cuya exagerada duración de más de cinco horas prácticamente obliga al espectador a tratar la experiencia como si estuviera en una carnicería, mutilando mentalmente el film para seleccionar las escenas que permanecerán con nosotros como recuerdo de ella. En Los Miserables ocurre lo mismo, no por su metraje, sino porque, al haber cuarenta números musicales, es lógico que tengamos favoritos entre ellos y, por supuesto, otros menos predilectos. Por lo tanto, en nuestra mente abundarán los recuerdos positivos que nuestros gustos elijan pero nunca una sensación de conjunto plena (a no ser, claro está, que te fascinen todas las canciones). Sin embargo, y volviendo a los halagos, la dirección de Tom Hooper apuesta satisfactoriamente por no restar protagonismo a los personajes y lleva a cabo una realización volcada en enfatizar sus virtudes y esconder sus posibles defectos. Lo que más llama la atención son esos descarnados primeros planos sin corte alguno que, como ya dije antes, permiten al actor/actriz de turno desplegar en total libertad un torrente de sentimientos y emociones a flor de piel. El espectador sale beneficiado de esta decisión, ya que Hooper elimina todas las barreras entre público y personaje, quedando este expuesto frontalmente a la valoración del respetable, y de esta manera, asemejarse con la mayor exactitud posible a lo que sería una representación teatral, que como todo el mundo sabe es donde el actor se convierte en director al depender casi toda la obra de su trabajo. Es en los espectaculares números musicales grupales cuando Hooper da rienda suelda a su habilidad para la composición de planos y estilizados movimientos de cámara, con una sensacional apertura que nos introduce de golpe y porrazo en nuestro mundo casi doscientos años atrás. One Day More, At the End of the Day o The Barricade son auténticos prodigios de dirección y planificación grupal. Otro de sus aciertos es su empeño en rodar Los Miserables con sonido directo, es decir, nadie dobla a los actores, ni siquiera ellos mismos. Lo que oímos es lo que hay, tanto si ese día estaban afónicos como si no, es lo que se filmó. Y el resultado da la razón al director de John Adams, ya que prioriza la adaptación del espectador a la época en lugar de ser al revés, lo que permite a la obra conservar su corazón y al mismo tiempo conseguir que prevalezca el realismo ante cualquier efecto sonoro. En definitiva, si quieren presenciar un espectáculo épico, emotivo y emocionante con poderosas imágenes y rompedoras interpretaciones que les haga caer en la cuenta de lo bonito es el cine cuando se hace bien, con amor y respeto, Los Miserables es su película.
Autor:@jlamotta23
Uno de los grandes defectos de la cinta es su estructura involuntariamente episódica. A pesar de usar la música como medio para hilvanar las historias de los protagonistas, son los propios números musicales los que dividen la trama en pequeños segmentos, lo que propicia una valoración fragmentada de la misma. Y llegados a este punto cabe tomar como referencia la monumental Novecento, cuya exagerada duración de más de cinco horas prácticamente obliga al espectador a tratar la experiencia como si estuviera en una carnicería, mutilando mentalmente el film para seleccionar las escenas que permanecerán con nosotros como recuerdo de ella. En Los Miserables ocurre lo mismo, no por su metraje, sino porque, al haber cuarenta números musicales, es lógico que tengamos favoritos entre ellos y, por supuesto, otros menos predilectos. Por lo tanto, en nuestra mente abundarán los recuerdos positivos que nuestros gustos elijan pero nunca una sensación de conjunto plena (a no ser, claro está, que te fascinen todas las canciones). Sin embargo, y volviendo a los halagos, la dirección de Tom Hooper apuesta satisfactoriamente por no restar protagonismo a los personajes y lleva a cabo una realización volcada en enfatizar sus virtudes y esconder sus posibles defectos. Lo que más llama la atención son esos descarnados primeros planos sin corte alguno que, como ya dije antes, permiten al actor/actriz de turno desplegar en total libertad un torrente de sentimientos y emociones a flor de piel. El espectador sale beneficiado de esta decisión, ya que Hooper elimina todas las barreras entre público y personaje, quedando este expuesto frontalmente a la valoración del respetable, y de esta manera, asemejarse con la mayor exactitud posible a lo que sería una representación teatral, que como todo el mundo sabe es donde el actor se convierte en director al depender casi toda la obra de su trabajo. Es en los espectaculares números musicales grupales cuando Hooper da rienda suelda a su habilidad para la composición de planos y estilizados movimientos de cámara, con una sensacional apertura que nos introduce de golpe y porrazo en nuestro mundo casi doscientos años atrás. One Day More, At the End of the Day o The Barricade son auténticos prodigios de dirección y planificación grupal. Otro de sus aciertos es su empeño en rodar Los Miserables con sonido directo, es decir, nadie dobla a los actores, ni siquiera ellos mismos. Lo que oímos es lo que hay, tanto si ese día estaban afónicos como si no, es lo que se filmó. Y el resultado da la razón al director de John Adams, ya que prioriza la adaptación del espectador a la época en lugar de ser al revés, lo que permite a la obra conservar su corazón y al mismo tiempo conseguir que prevalezca el realismo ante cualquier efecto sonoro. En definitiva, si quieren presenciar un espectáculo épico, emotivo y emocionante con poderosas imágenes y rompedoras interpretaciones que les haga caer en la cuenta de lo bonito es el cine cuando se hace bien, con amor y respeto, Los Miserables es su película.
Autor:@jlamotta23

6,4
28.457
4
16 de octubre de 2013
16 de octubre de 2013
50 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los anteriores trabajos de Denis Villeneuve me entusiasmaron por su concepción clásica de la narración y un estilo tradicional que promovía la importancia de la historia por encima de cualquier otra cosa. Tanto Incendies (2010) como Prisoners (2013) poseen argumentos duros, personajes dramáticos que se enfrentan a situaciones más grandes que la suma de todas sus experiencias previas. En ambas hay misterios que pueden ir resolviéndose en el devenir de la trama, o quedar inconclusos. y, a pesar de eso, no dejaban un regusto amargo de incomprensión. No te facilitaba todos los detalles del puzzle pero si las piezas, por lo que la búsqueda de la verdad partía de una base coherente y sólida. Todo eso desaparece en su nuevo trabajo, Enemy (rodado casi al mismo tiempo que Prisoners), donde es el espectador el que debe rellenar los huecos de la mente del protagonista y discernir donde empieza y termina la realidad del mundo que presenciamos. El problema no es que no nos proporcionen indicios que rastrear, sino que el envoltorio es molesto, monótono y tedioso, por lo que el caramelo pierde interés a medida que vamos conociendo más de él. Enemy es una adaptación libre de la novela de José Saramago, El hombre duplicado, perpetrada por Javier Gullón y Villeneuve. Tanto la novela como la película plantean las mismas preguntas:¿Cómo saber quiénes somos? ¿En qué consiste la identidad? ¿Qué nos define como personas individuales y únicas? ¿Podemos asumir que nuestra voz, nuestros rasgos, hasta la mínima marca distintiva, se repitan en otra persona? ¿Podríamos intercambiarnos con nuestro doble sin que nuestros allegados lo percibiesen? Ninguna de esas cuestiones queda respondida en el film. Y eso está bien. El cine debe plantear siempre, y responder poco, pues es la manera en que el público se inmiscuya en la historia y se sienta partícipe de ella. Pero eso en Enemy no ocurre, ya que la mayoría de los elementos usados por Villeneuve excluyen, más que integrar. La utilización de la música es cansina y repetitiva, no solo no cumple su objetivo de generar tensión, sino que molesta y desempeña una labor fronteriza con la psicología de los personajes, a la que no te permite acceder debido a su prolongada intromisión. No incordia tanto el hecho de que la trama sea inverosímil, pues entendemos su grado de metáfora y simbolismo, sino su apariencia y su diseño de falso thriller, que embauca de mala manera, haciendo que la frustración sea mayor en su segundo y tercer acto. Villeneuve se marca una fiesta a la que no estamos invitados, a pesar de querer llegar al lugar de celebración. Pero se nos impide sistemáticamente entusiasmarnos por su ritmo cansino de telefilm barato, a pesar de contar con una sugerente fotografía de Nicolas Bolduc donde predomina el ocre para la creación de atmósferas, en uno de los pocos ingredientes que funcionan de la película.
La metáfora es importante en Enemy y, desde el principio, nos lo hacen saber con las lecciones del profesor protagonista del film a sus alumnos. "Las dictaduras mantienen a la sociedad ocupada. En la antigua Roma con pan y circo, proporcionando entretenimiento. Aunque hay quien lo hace de otra forma. Limitando la educación, promoviendo la desinformación, reduciendo las libertades, la cultura, etc". "Karl Marx decía que la historia se repetía siempre dos veces:la primera vez como tragedia, la segunda como farsa". Sirve como augurio para lo que está por venir, a parte de como presentación de un personaje que vive anclado en la rutina, la desidia y en la ausencia de pasión. Tiene una vida de clase media decente, con un buen trabajo y una novia que le quiere, pero a su vida le falta acción, misterio, intriga. Y vaya si la encuentra. La búsqueda de su otro "yo" no es más que un intento desesperado por conocerse a si mismo, a su psique, su alma, su ser, su conciencia. Su existencia se ha amoldado al hábito, a la costumbre y a la repetición, y en ese proceso se ha perdido a si mismo. No tiene hobbies, amigos ni estímulos más allá de practicar sexo (que es muy diferente a hacer el amor, donde la pasión no puede controlarse) con su mujer una y otra vez, y explicar los mismos pedazos de historia a sus alumnos día si y día también. Por tanto, y si nos basamos en su alegoría inicial, su otro "yo" no es más que una farsa creada por su subconsciente, por una paranoia incipiente que le proporciona los estímulos emocionales que ya no podía sentir.
Sigo en spoiler sin ser spoiler
La metáfora es importante en Enemy y, desde el principio, nos lo hacen saber con las lecciones del profesor protagonista del film a sus alumnos. "Las dictaduras mantienen a la sociedad ocupada. En la antigua Roma con pan y circo, proporcionando entretenimiento. Aunque hay quien lo hace de otra forma. Limitando la educación, promoviendo la desinformación, reduciendo las libertades, la cultura, etc". "Karl Marx decía que la historia se repetía siempre dos veces:la primera vez como tragedia, la segunda como farsa". Sirve como augurio para lo que está por venir, a parte de como presentación de un personaje que vive anclado en la rutina, la desidia y en la ausencia de pasión. Tiene una vida de clase media decente, con un buen trabajo y una novia que le quiere, pero a su vida le falta acción, misterio, intriga. Y vaya si la encuentra. La búsqueda de su otro "yo" no es más que un intento desesperado por conocerse a si mismo, a su psique, su alma, su ser, su conciencia. Su existencia se ha amoldado al hábito, a la costumbre y a la repetición, y en ese proceso se ha perdido a si mismo. No tiene hobbies, amigos ni estímulos más allá de practicar sexo (que es muy diferente a hacer el amor, donde la pasión no puede controlarse) con su mujer una y otra vez, y explicar los mismos pedazos de historia a sus alumnos día si y día también. Por tanto, y si nos basamos en su alegoría inicial, su otro "yo" no es más que una farsa creada por su subconsciente, por una paranoia incipiente que le proporciona los estímulos emocionales que ya no podía sentir.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La definición del "yo" que más se ajusta a lo mostrado en pantalla es la aprehensión de un epifenómeno, una función, o un complejo de sensaciones e impresiones, pero jamás algo físico ni somático. El poder del subconsciente en una mente débil alimenta estas sensaciones hasta no tener conocimiento de que es real y que es puro pensamiento. Los delirios autorreferenciales que sufre el protagonista son un claro síntoma de una paranoia in crescendo. Su baja autoestima dispara en él mecanismos de proyección que recogen signos que confirmen el prejuicio, convirtiendo así la paranoia en convicción. La atracción por algo y el miedo ha conseguirlo que eso le provoca es otro de los vestigios psicológicos que nos propone perseguir la película. El impedimento radica en que las reacciones de los personajes son estúpidas y antinaturales , donde el miedo y la confusión reina por obligación, sin sentido dramático. La mayoría de cosas que proponen, piensan, dicen o hacen, carecen de una pauta de carácter cinematográfico razonable, aún teniendo en cuenta el tono paranoide del relato. Villeneuve dota de una trascendencia crucial a momentos que no aportan nada, donde lo solemne muta a patético. A partir del segundo acto, Enemy es una huida hacia delante sin justificación, donde la manipulación a la que el protagonista somete a la historia (o es sometido por ella) en aras de la creación de un mundo nuevo tiene como resultado una desconexión emocional definitiva con el relato, a pesar de que la araña nos quiera dar a entender que todo es una red orquestada por una mente falsificadora del mundo consciente. Lo mejor del film es un maduro Jake Gyllenhaal (suma otra buena actuación tras Prisoners, por lo que este año tocará nominación), que demuestra que es capaz de llevar el peso dramático de una historia tan compleja. Este sería el momento apropiado para que Fincher volviera a rodar su excepcional Zodiac (2007) ya que, si por aquel entonces Gyllenhaal era un actor algo blando e inapropiado para el papel, seis años después se ha asentado definitivamente como un intérprete que puede alternar papeles ligeros en blockbusters con construcciones dramáticas de peso. Lástima que en esta propuesta de aires hitchconianos (el propio Villeneuve ha declarado que las dos rubias no son casualidad) su trabajo se vea reducido por un curso avanzado de desesperante hastío general.
@Jlamotta23
@Jlamotta23

6,8
74.621
5
8 de octubre de 2012
8 de octubre de 2012
54 de 79 usuarios han encontrado esta crítica útil
Glenn Ford interpreta a un agente de policía llamado Dave Bannion absorbido por su trabajo en una gran urbe infestada de crimen y caos. Se pasa el día de aquí para allá codeándose con los delincuentes más peligrosos y sucios. No tiene grandes ingresos pero le da para vivir de forma decente en una bonita casa con sus únicos placeres, su mujer y su hija. Es fácil llegar a empatizar con un personaje así. Los momentos que Ford pasa en su hogar con su familia rebosan azúcar, felicidad y sensación de bienestar. Lang decide integrar a estas escenas una suave y optimista melodía compuesta por Daniele Amfitheatrof, lo que proporciona al conjunto un tono onírico, casi divino. Sin embargo, la misma melodía se torna cruda cuando Ford pisa las calles, en una clara división de su personalidad y ambientes. Un día, con toda la familia en casa, su mujer, interpretada por Jocelyn Brando, le pide a su marido las llaves de su coche para salir a comprar. Mientras tanto, éste se queda en casa jugando con su hija y Lang vuelve a recurrir al uso de la música en su vertiente más almibarada. De repente, oímos una explosión que proviene del patio. Una bomba pegada al coche que iba dirigida a Ford acaba con la vida de su mujer. Desde ese momento, Lang decide cambiar la selección musical virando a tonos apesadumbrados y llenos de tensión. Ni siquiera con la aparición en pantalla de la mujer de mala vida encarnada por Gloria Grahame se tiene piedad del personaje. Ford ha cambiado y con ello la película entera incluyendo, por supuesto, la música. Donde antes se amplificaban los sentimientos, ahora se oprimen. Donde antes todo era blanco, ahora es negro. Donde antes tenía sentido utilizar elementos delicados, ahora no lo tiene y, por ello, son descartados. La película en cuestión es Los Sobornados (The Big Heat, 1953). Sé que esto parecerá un rollo infumable, pero no se me ocurre una forma mejor de dejar en evidencia la desfachatez de Bayona en el apartado sonoro que con esta simple comparación. Para empezar, quiero dejar claro que la creación musical de Fernando Velázquez me parece acertada y con un par de temas preciosos y emotivos. Mi ataque va dirigido al uso que se hace de ella. Bayona tiene un claro problema a la hora de construir algo tan básico para un film de estas características como es la empatía. En el momento en que uno de los hijos de los personajes de McGregor y Watts utiliza la palabra "jet lag", sabes que ese niño es más afortunado que el 80% de la población de Tailandia. Lógicamente no quieres que le pase nada malo (no deja de ser un niño sin responsabilidad con la vida que le ha tocado vivir) pero Bayona nos lo presenta a él y a toda su familia en un Resort de lujo con todas las comodidades, sabiendo que viven en Japón, que Watts se puede permitir cuidar de sus hijos al no ejercer su carrera de medicina, y que McGregor tiene un trabajo en una compañía de nivel mundial que le hace estar claramente por encima del resto y, sobre todo, de nosotros (el público). El hecho de que los personajes sean ricos y poderosos no implica que tengamos que odiarlos o que no podamos conectar con ellos. El problema viene cuando en esa presentación que acabo de citar, la música triste, compasiva y digna de la última travesía del Titánic, nos quiere obligar a sentir pena por ellos. Y yo me pregunto...¿Pena de qué?
Ahí es cuando entra en juego la brutal manipulación emocional que impregna cada fotograma del film. El director de El Orfanato sabe que hemos visto el trailer donde la familia sufre la devastadora ira de un Tsunami. Sabe que la historia es conocida por la mayoría. Y lo peor de todo, sabe que es una HISTORIA REAL y, por lo tanto, se aprovecha de esa coyuntura para jugar con la maleable mente del espectador impresionado ante las historias de superación personal basadas en la realidad. El componente de realidad hace que nos pongamos en su pellejo, ya que le pudo pasar a cualquiera (a cualquiera que tenga una casa en Japón y se pueda permitir estas vacaciones). Es similar a los personajes encarnados por Bruce Willis. El bueno de Bruce lleva décadas interpretando casi siempre al mismo personaje (para mi disfrute personal, todo sea dicho), por lo que no es necesaria ninguna introducción al mismo ni florituras preliminares. En el caso de Lo Imposible es lo mismo. Al ser una historia de conocimiento público, Bayona opta por tres brochazos de guión y va a lo que le interesa, la pena. Y repito, ¿Pena de qué? ¿Por qué tenemos que sentir pena por unos personajes que no conocemos, qué no se han dignado a presentarnos, que lo único que hacen es hacer lo que yo (el público) no puedo hacer? ¿Acaso no hubiera sido más honesto presentarlos como las personas normales que son, sin ningún tipo de incentivo emocional y dejar que sean las personas que ocupan la butaca los que decidan sus propios sentimientos? Pues Juan Antonio opina que no, que no somos suficientemente inteligentes para elegir nuestros pensamientos y emociones, que él debe guiarnos a través de planos forzados y antinaturales, idealizando cada situación de la forma más rocambolesca posible y subrayando cualquier conato de tristeza para que sea diez veces más intenso (consiguiendo, en mi caso, lo contrario).
Sigo en spoiler sin ser spoiler
Ahí es cuando entra en juego la brutal manipulación emocional que impregna cada fotograma del film. El director de El Orfanato sabe que hemos visto el trailer donde la familia sufre la devastadora ira de un Tsunami. Sabe que la historia es conocida por la mayoría. Y lo peor de todo, sabe que es una HISTORIA REAL y, por lo tanto, se aprovecha de esa coyuntura para jugar con la maleable mente del espectador impresionado ante las historias de superación personal basadas en la realidad. El componente de realidad hace que nos pongamos en su pellejo, ya que le pudo pasar a cualquiera (a cualquiera que tenga una casa en Japón y se pueda permitir estas vacaciones). Es similar a los personajes encarnados por Bruce Willis. El bueno de Bruce lleva décadas interpretando casi siempre al mismo personaje (para mi disfrute personal, todo sea dicho), por lo que no es necesaria ninguna introducción al mismo ni florituras preliminares. En el caso de Lo Imposible es lo mismo. Al ser una historia de conocimiento público, Bayona opta por tres brochazos de guión y va a lo que le interesa, la pena. Y repito, ¿Pena de qué? ¿Por qué tenemos que sentir pena por unos personajes que no conocemos, qué no se han dignado a presentarnos, que lo único que hacen es hacer lo que yo (el público) no puedo hacer? ¿Acaso no hubiera sido más honesto presentarlos como las personas normales que son, sin ningún tipo de incentivo emocional y dejar que sean las personas que ocupan la butaca los que decidan sus propios sentimientos? Pues Juan Antonio opina que no, que no somos suficientemente inteligentes para elegir nuestros pensamientos y emociones, que él debe guiarnos a través de planos forzados y antinaturales, idealizando cada situación de la forma más rocambolesca posible y subrayando cualquier conato de tristeza para que sea diez veces más intenso (consiguiendo, en mi caso, lo contrario).
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Lo peor de todo es que usa la misma técnica antes y después del Tsunami. Es decir, tiene el mismo tratamiento ¿narrativo? una familia feliz que una familia separada por un desastre natural. En ese caso solo funcionaría en una de las dos partes pero nunca en ambas, ya que la situación es drásticamente distinta con una fuerte escisión entre el principio y el nudo-desenlace. Por esto mismo se sobreentiende que las decisiones artísticas han sido tomadas con el único objetivo de impresionar al gran público (que es básicamente el que va a convertir a Lo Imposible en una de las cintas más taquilleras del año) sin tener en cuenta el factor psicológico de los personajes ni sus arcos narrativos. Un todo vale donde el único perjudicado es el cliente más exigente.
La calculada campaña de promoción tiene también parte de culpa en el desencanto de cierto sector con la película, ya que las afirmaciones que aseguraban que nos encontrábamos con un film que marcaría una época, han hecho un flaco favor a su recepción en círculos más cinéfilos. Ponerla a la altura de las grandes epopeyas de Spielberg no solo es un sinsentido sino que me recuerda al lanzamiento de la serie española Crematorio y su suicida comparación con The Wire (ja!). La comparación con lo mejor solo trae frustración y decepción a nivel crítico pero seguramente funcionará a nivel de taquilla, que es para lo que se ha creado Lo Imposible. A pesar de todo esto, hay reflexiones interesantes que se pueden sacar. Bayona mantiene el buen pulso y el dominio de la tensión que ya ejerció en su ópera prima El Orfanato, consiguiendo que los casi 110 minutos que dura no se hagan largos y si bastante entretenidos, a pesar de contener escenas de tintes gore (la odisea de Naomi Watts es parecida a la de Jim Caviezel en La Pasión de Cristo de Mel Gibson, altamente dolorosa tanto para ella como para nosotros). Por otra parte, la brutal secuencia del impacto del Tsunami en el Resort deja en paños menores a la torpemente filmada por Eastwood (y me duele mucho decir esto de mi ídolo Clint pero es así) en Más allá de la vida (Hereafter) y la brutalidad del fenómeno queda eficazmente captada por la nerviosa y curiosa cámara de Bayona. La edición de sonido cumple su cometido de brindar realismo a una parte necesitada del mismo y, afortunadamente, la dirección está al nivel con algunos planos secuencia verdaderamente estremecedores. Lo malo es que la similitud con un gran orgasmo va más allá de lo meramente obvio y los efectos posteriores de ambas acciones son increíblemente parecidos. Después de la tempestad y la excitación descontrolada, viene la calma y, tal vez, demasiada relajación, por lo que mantener el ritmo sin recurrir a trucos (que los hay y muy denunciables, como la escena del teléfono móvil de McGregor, en un torrente de efectismo barato y despreciable) es tarea imposible. Para dejar cerrado el tema musical, apuesto a que las mismas escenas dramáticas, eliminando la música, impactarían más y serían más crudas, que es lo que la película pide a gritos. Lo dicho, para pasar una experiencia arrolladora sin exigir realismo y dejarse llevar, Lo Imposible cumple con creces. Si en cambio te aburres con La Aventura del Poseidón (The Poseidon Adventure, 1972), mantén una distancia de seguridad con tu cine más cercano.
La calculada campaña de promoción tiene también parte de culpa en el desencanto de cierto sector con la película, ya que las afirmaciones que aseguraban que nos encontrábamos con un film que marcaría una época, han hecho un flaco favor a su recepción en círculos más cinéfilos. Ponerla a la altura de las grandes epopeyas de Spielberg no solo es un sinsentido sino que me recuerda al lanzamiento de la serie española Crematorio y su suicida comparación con The Wire (ja!). La comparación con lo mejor solo trae frustración y decepción a nivel crítico pero seguramente funcionará a nivel de taquilla, que es para lo que se ha creado Lo Imposible. A pesar de todo esto, hay reflexiones interesantes que se pueden sacar. Bayona mantiene el buen pulso y el dominio de la tensión que ya ejerció en su ópera prima El Orfanato, consiguiendo que los casi 110 minutos que dura no se hagan largos y si bastante entretenidos, a pesar de contener escenas de tintes gore (la odisea de Naomi Watts es parecida a la de Jim Caviezel en La Pasión de Cristo de Mel Gibson, altamente dolorosa tanto para ella como para nosotros). Por otra parte, la brutal secuencia del impacto del Tsunami en el Resort deja en paños menores a la torpemente filmada por Eastwood (y me duele mucho decir esto de mi ídolo Clint pero es así) en Más allá de la vida (Hereafter) y la brutalidad del fenómeno queda eficazmente captada por la nerviosa y curiosa cámara de Bayona. La edición de sonido cumple su cometido de brindar realismo a una parte necesitada del mismo y, afortunadamente, la dirección está al nivel con algunos planos secuencia verdaderamente estremecedores. Lo malo es que la similitud con un gran orgasmo va más allá de lo meramente obvio y los efectos posteriores de ambas acciones son increíblemente parecidos. Después de la tempestad y la excitación descontrolada, viene la calma y, tal vez, demasiada relajación, por lo que mantener el ritmo sin recurrir a trucos (que los hay y muy denunciables, como la escena del teléfono móvil de McGregor, en un torrente de efectismo barato y despreciable) es tarea imposible. Para dejar cerrado el tema musical, apuesto a que las mismas escenas dramáticas, eliminando la música, impactarían más y serían más crudas, que es lo que la película pide a gritos. Lo dicho, para pasar una experiencia arrolladora sin exigir realismo y dejarse llevar, Lo Imposible cumple con creces. Si en cambio te aburres con La Aventura del Poseidón (The Poseidon Adventure, 1972), mantén una distancia de seguridad con tu cine más cercano.
16 de noviembre de 2011
16 de noviembre de 2011
53 de 77 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Señor de los Anillos y Harry Potter han sido bendición y castigo para el fenómeno de masas Crepúsculo. Por un lado, la explosión de ambas sagas en los cines allanó el camino a la novela de la escritora mormona Stephenie Meyer, debido a la sed de sagas literarias para adolescentes del público. Pero, obviamente, sufre cuando es inevitablemente comparada a aquellas, muy superiores (sobre todo la perteneciente a Tolkien). Pero hoy en día no importa tanto la calidad del proyecto como la posibilidad de saquear sin tapujos a su público exponencial, siendo alumnos aventajados de la rata más legendaria que existe: George Lucas. Particularmente, no soy fan de las películas interpretadas por Stewart y Pattinson, y las primeras partes me parecieron una absoluta estupidez, salvando detalles técnicos. En esta ocasión, han acertado en uno de los puntos donde siempre erraban: La dirección. Catherine Hardwicke y David Slade son unos inútiles (aunque Slade rozó el cielo con Hard Candy) y el bueno de Chris Weitz se mostró absolutamente devorado por la franquicia quedando reducido a mero títere. Pero llegó Bill Condon, cineasta que será objeto de burlas por su apellido sin trascender que dirigió Dioses y Monstruos, Kinsey y que le proporcionó una bocanada de aire fresco al musical negro con Dreamgirls. Y con él, profesionales de la talla de Carter Burwell (True Grit), Guillermo Navarro (El Laberinto del Fauno) o Michael Wilkinson (Watchmen). El director neoyorquino imprime un ritmo pausado y estilizado al torpe libreto de Melissa Rosenberg, sabiendo reconducir con sus composiciones de plano situaciones poco menos que vergonzantes por momentos.
El guión se torna cobarde a la hora de adaptar los capítulos más delicados de la historia, como el momento crucial en el que los crepusculinos mantienen su primera relación sexual (obviamente y como no podía ser de otra manera) después de la empalagosa y azucarada boda entre ambos. La fina línea que separa los accidentes domésticos del maltrato de género ha sido considerada demasiada peligrosa por los productores de la cinta, suavizando las partes más escabrosas, lo que me parece una absoluta cobardía. Dejando de lado este aspecto, se tarda demasiado en arrancar, dando la sensación de importarles más los fans del libro que el espectador neutro, cosa que me parece bien porque ese es su público, pero luego no pretendan evitar las malas críticas de quien se siente excluido.
Sigo en spoiler pero no es spoiler
El guión se torna cobarde a la hora de adaptar los capítulos más delicados de la historia, como el momento crucial en el que los crepusculinos mantienen su primera relación sexual (obviamente y como no podía ser de otra manera) después de la empalagosa y azucarada boda entre ambos. La fina línea que separa los accidentes domésticos del maltrato de género ha sido considerada demasiada peligrosa por los productores de la cinta, suavizando las partes más escabrosas, lo que me parece una absoluta cobardía. Dejando de lado este aspecto, se tarda demasiado en arrancar, dando la sensación de importarles más los fans del libro que el espectador neutro, cosa que me parece bien porque ese es su público, pero luego no pretendan evitar las malas críticas de quien se siente excluido.
Sigo en spoiler pero no es spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Emoción, peligro, intriga, tensión...son términos ausentes en los 120 minutos del extenso metraje para un film que pretende ser considerado de aventuras (dramático, pero aventuras al fin y al cabo) incumpliendo (que no transgrediendo) las leyes básicas del género que tan bien implantaron producciones como Indiana Jones. Debemos percibir peligro y disfrutar cuando los protagonistas superan situaciones complicadas pero directamente éstas no aparecen, no hay más motivación en la historia que seguir las largas conversaciones (mejores que cualquier escena de acción de las películas anteriores) entre el trío de adolescentes y lo esencial para SENTIR algún tipo de emoción son los obstáculos que se interponen entre el/los héroe/s y su recompensa/objetivo. Únicamente alguna escena con los licántropos (por su espectacularidad) salva esta falta de adrenalina.
Según Rosenberg, el motivo para dividir el último libro de la saga en 2 partes estuvo motivado por razones de guión, para darle más trascendencia a las partes que consideraban que necesitaban un trato más delicado y duradero. En definitiva, que había material de sobra para 2 películas. Eso está muy bonito pero no se lo cree ni el espíritu santo al que reza la Meyer antes de acostarse. No hace falta decir que los fines son puramente comerciales y la necesidad de mantener a la gallina de los huevos de oro el mayor tiempo posible en el candelero. Por supuesto, en cada entrega hay que exponer/imponer una opinión propia de la novelista y en esta ocasión ha sido el turno del aborto. ¿Feto o bebé? Es el dilema insustancial que se plantean algunos secundarios siendo la respuesta más que obvia. Veo bien que los traumas propios se integren en la trama si tienen sentido (Ok, ¿Oliver Stone?) pero al no aportar absolutamente nada se convierten en una distracción absurda de la enrevesada trama principal.
Pattinson y Lautner palidecen (¡gran chiste!) ante una Stewart que ha evolucionado de forma notable desde 2008 gracias a producciones como Algo Pasa en Hollywood, Adventureland (sobre todo), o The Runaways y que en breve estrenará la nueva versión de Blancanieves. Las comparaciones entre Pattinson/Ledger y Lautner/Damon no hacen más que perjudicar a dos chavales que han nacido sin talento para la interpretación pero que afortunadamente no es una criba para participar en este auténtico fenómeno fan. Un detalle para los fans: en los primeros 5 segundos el lobo ya se quita la camiseta (Ok, se transforma en lobo pero aún así...) y es evidente que lo mejor que va a sacar el séptimo arte de todo esto va a ser los fanáticos despistados que darán sin querer con la obra maestra de Murnau de mismo nombre en algún buscador de internet y, quién sabe, igual descubren lo que significa el cine de verdad.
Según Rosenberg, el motivo para dividir el último libro de la saga en 2 partes estuvo motivado por razones de guión, para darle más trascendencia a las partes que consideraban que necesitaban un trato más delicado y duradero. En definitiva, que había material de sobra para 2 películas. Eso está muy bonito pero no se lo cree ni el espíritu santo al que reza la Meyer antes de acostarse. No hace falta decir que los fines son puramente comerciales y la necesidad de mantener a la gallina de los huevos de oro el mayor tiempo posible en el candelero. Por supuesto, en cada entrega hay que exponer/imponer una opinión propia de la novelista y en esta ocasión ha sido el turno del aborto. ¿Feto o bebé? Es el dilema insustancial que se plantean algunos secundarios siendo la respuesta más que obvia. Veo bien que los traumas propios se integren en la trama si tienen sentido (Ok, ¿Oliver Stone?) pero al no aportar absolutamente nada se convierten en una distracción absurda de la enrevesada trama principal.
Pattinson y Lautner palidecen (¡gran chiste!) ante una Stewart que ha evolucionado de forma notable desde 2008 gracias a producciones como Algo Pasa en Hollywood, Adventureland (sobre todo), o The Runaways y que en breve estrenará la nueva versión de Blancanieves. Las comparaciones entre Pattinson/Ledger y Lautner/Damon no hacen más que perjudicar a dos chavales que han nacido sin talento para la interpretación pero que afortunadamente no es una criba para participar en este auténtico fenómeno fan. Un detalle para los fans: en los primeros 5 segundos el lobo ya se quita la camiseta (Ok, se transforma en lobo pero aún así...) y es evidente que lo mejor que va a sacar el séptimo arte de todo esto va a ser los fanáticos despistados que darán sin querer con la obra maestra de Murnau de mismo nombre en algún buscador de internet y, quién sabe, igual descubren lo que significa el cine de verdad.
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