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6
8 de junio de 2014
8 de junio de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Robert Mulligan realiza la que será su última película antes de su retirada. El director, entre cuyos títulos encontramos "Matar a un ruiseñor", nos muestra uno de sus temas más queridos: la infancia. Siempre ha destacado por profundizar en la juventud, la infancia y todos los descubrimientos que envuelven estas etapas de la vida. En "Un verano en Louisiana" nos cuenta la historia de ese primer romance que experimentamos en la vida. La película se presenta como una puesta sencilla, algo destacable en la filmografía de este director, pero que no defrauda respecto a lo que pretende mostrar: el descubrimiento del amor. Puede que suene muy cursi pero la realidad es esa. Por lo tanto, nos encontramos ante una película que muestra nostalgia hacia ese tiempo. Algo que se puede entender si sabemos el dato de que es la última película del director. Cabe mencionar a la jovencísima Reese Witherspoon en su papel de enamoradiza del vecino recién llegado y aquellas cuestiones que se plantea como "cómo se besa", es decir, preguntas que se hacen al entrar en la pubertad. Sencilla pero no por ello aburrida, el film no defrauda dentro de las expectativas que quiere alcanzar.

8,0
51.426
9
22 de marzo de 2025
22 de marzo de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En "El cazador" (1978) Michael Cimino ofrece una verdadera obra maestra sobre la amistad y la camaradería con el antes, el durante y el después de la guerra de fondo. Durante casi 3 horas de metraje, que no se hacen largos pues nada sobra en la narrativa, la exposición costumbrista del pequeño pueblo industrial de Clairton y sus protagonistas ayuda atisbar la sacudida que cualquier clase de conflicto causa en sus testigos directos e indirectos.
Asimismo, el film es un documento audiovisual perfecto para comprender, 50 años después, el declive de los blue-collar workers del Rust Belt norteamericano (los perdedores de la globalización) como consecuencia de la deslocalización de las fábricas de producción a países en desarrollo. Ese final de los llamados "30 gloriosos": las tres décadas que van desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la crisis del petróleo de 1973. Años en los que los trabajadores estadounidenses más humildes podían tener vidas sensatamente cómodas y económicamente asequibles. En esta historia se observa hasta el más mínimo detalle cómo se construye una comunidad en torno a la industria de la metalurgia (el centro de trabajo), el bar (el centro de esparcimiento y diversión) y la iglesia (el centro de la solemnidad y los ritos de paso). Por tanto, este largometraje ayuda también a entender mejor la campaña de Trump de 2016.
En lo que respecta a las cuestiones técnicas, la fotografía es maravillosa (esos paisajes de Pensilvania). Igualmente, en materia de guion, es llamativo el toque ruso y ortodoxo a la historia, en mitad de la Guerra Fría, manifestado en la frase: "¿Ese apellido no es ruso?". La banda sonora, especialmente la pieza tocada con guitarra de John C. Williams, ha pasado también a la posteridad por su belleza y delicadeza a modo de oasis en medio del terror bélico.
Asimismo, el film es un documento audiovisual perfecto para comprender, 50 años después, el declive de los blue-collar workers del Rust Belt norteamericano (los perdedores de la globalización) como consecuencia de la deslocalización de las fábricas de producción a países en desarrollo. Ese final de los llamados "30 gloriosos": las tres décadas que van desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la crisis del petróleo de 1973. Años en los que los trabajadores estadounidenses más humildes podían tener vidas sensatamente cómodas y económicamente asequibles. En esta historia se observa hasta el más mínimo detalle cómo se construye una comunidad en torno a la industria de la metalurgia (el centro de trabajo), el bar (el centro de esparcimiento y diversión) y la iglesia (el centro de la solemnidad y los ritos de paso). Por tanto, este largometraje ayuda también a entender mejor la campaña de Trump de 2016.
En lo que respecta a las cuestiones técnicas, la fotografía es maravillosa (esos paisajes de Pensilvania). Igualmente, en materia de guion, es llamativo el toque ruso y ortodoxo a la historia, en mitad de la Guerra Fría, manifestado en la frase: "¿Ese apellido no es ruso?". La banda sonora, especialmente la pieza tocada con guitarra de John C. Williams, ha pasado también a la posteridad por su belleza y delicadeza a modo de oasis en medio del terror bélico.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El impacto de esta película en el público estadounidense debió de ser notable. Estrenada apenas 5 años después de la firma de los acuerdos de paz de París de 1973, el comienzo del fin de la guerra de Vietnam. A pesar de que han pasado más de 50 años de aquel conflicto, la historia aún sacude porque trata un clásico de la condición humana: el terremoto emocional de la guerra en los soldados. No retornan indiferentes y, si regresan, es siempre o bien entre vítores o bien entre lamentos. No hay término medio. "El cazador" es una muestra también del giro que dio el cine norteamericano en los años 70: enseña la crudeza de la batalla y sus consecuencias dedicando poco tiempo a las medallas y los aplausos. En ese sentido recuerda mucho a clásicos antibelicistas que fueron, en cierta medida, a contracorriente en su tiempo como "Sin novedad en el frente" (1930) o "Senderos de gloria" (1957).
Las contiendas son siempre extremas porque colocan a los seres humanos en escenarios extremos donde realmente se ve de qué pasta está uno hecho. Recuerdo a un oficial que en una ocasión preguntó a una audiencia durante una conferencia qué clase de persona querrían tener junto a ellos en una situación límite (en una trinchera, en una expedición al Ártico o en un accidente en la montaña, por ejemplo).
Todo el mundo respondió cuestiones desde un punto de vista más bien técnico: alguien habilidoso, un experto en supervivencia o un tipo con la mente fría para tomar las mejores decisiones. Ante todas estas contestaciones el militar negaba con la cabeza. Su clave tenía un cariz ético. Según él, cuando nos enfrentamos a un asunto que es cuestión de vida o muerte, a quien mejor podemos tener a nuestra vera es... A una buena persona. Alguien en quien confiar. Un hombre o una mujer que no se deje llevar por el miedo y le lleve a optar por decisiones basadas exclusivamente en su bienestar: un sujeto que piense en el bien común y no en su interés personal.
Esta película va justamente de esto: la amistad se demuestra, sobre todo, en los malos momentos. En los momentos vitales donde realmente uno se da cuenta de quién está a su lado: el desempleo, la muerte de un ser querido, la crisis de los 40... Ahí es donde un amigo reluce y cumple con su principal cometido, si puede llamarse así, pues la amistad no busca contraprestación alguna: uno es amigo de sus amigos porque sí. Es un fin en sí mismo.
Igualmente destacable es el trato que hace este clásico del cine bélico a la vivencia de la guerra desde el punto de vista de los que se quedan. Qué terrible debe ser para quien se encuentra en la retaguardia tener cada día el corazón en un puño porque es posible que le llamen o reciba una carta de las autoridades comunicándole que su ser querido ha caído en combate.
He recordado, obviamente, la invasión rusa de Ucrania. En estos tiempos de alardear en las redes sociales desde el anonimato, opinando sin ton ni son sobre cualquier tema hasta el punto de defender puntos de vista descabellados (cual recurrir a las armas como solución única e inmediata a cualquier clase de controversia internacional o nacional), esta película, junto a tantas otras del subgénero, es de obligado visionado para esos belicosos que hablan de la guerra real como si fuese una partida del Call of Duty.
Porque la guerra (dejando para otro día el interesante debate de las guerras justas) es una derrota desde el primer día: lo que no se pudo resolver con la palabra y la búsqueda del entendimiento, se acaba solucionando a tiros y profundizando en la división. Me he acordado de una cita atribuida a Miguel Delibes: "En las guerras no gana nadie, pierden todos". Las heridas físicas de los soldados acaban cicatrizando a los meses. En cambio, las dolencias de cariz emocional como el rencor o el odio, tanto en los participantes como en el resto de la población, tardan generaciones en curarse.
Las contiendas son siempre extremas porque colocan a los seres humanos en escenarios extremos donde realmente se ve de qué pasta está uno hecho. Recuerdo a un oficial que en una ocasión preguntó a una audiencia durante una conferencia qué clase de persona querrían tener junto a ellos en una situación límite (en una trinchera, en una expedición al Ártico o en un accidente en la montaña, por ejemplo).
Todo el mundo respondió cuestiones desde un punto de vista más bien técnico: alguien habilidoso, un experto en supervivencia o un tipo con la mente fría para tomar las mejores decisiones. Ante todas estas contestaciones el militar negaba con la cabeza. Su clave tenía un cariz ético. Según él, cuando nos enfrentamos a un asunto que es cuestión de vida o muerte, a quien mejor podemos tener a nuestra vera es... A una buena persona. Alguien en quien confiar. Un hombre o una mujer que no se deje llevar por el miedo y le lleve a optar por decisiones basadas exclusivamente en su bienestar: un sujeto que piense en el bien común y no en su interés personal.
Esta película va justamente de esto: la amistad se demuestra, sobre todo, en los malos momentos. En los momentos vitales donde realmente uno se da cuenta de quién está a su lado: el desempleo, la muerte de un ser querido, la crisis de los 40... Ahí es donde un amigo reluce y cumple con su principal cometido, si puede llamarse así, pues la amistad no busca contraprestación alguna: uno es amigo de sus amigos porque sí. Es un fin en sí mismo.
Igualmente destacable es el trato que hace este clásico del cine bélico a la vivencia de la guerra desde el punto de vista de los que se quedan. Qué terrible debe ser para quien se encuentra en la retaguardia tener cada día el corazón en un puño porque es posible que le llamen o reciba una carta de las autoridades comunicándole que su ser querido ha caído en combate.
He recordado, obviamente, la invasión rusa de Ucrania. En estos tiempos de alardear en las redes sociales desde el anonimato, opinando sin ton ni son sobre cualquier tema hasta el punto de defender puntos de vista descabellados (cual recurrir a las armas como solución única e inmediata a cualquier clase de controversia internacional o nacional), esta película, junto a tantas otras del subgénero, es de obligado visionado para esos belicosos que hablan de la guerra real como si fuese una partida del Call of Duty.
Porque la guerra (dejando para otro día el interesante debate de las guerras justas) es una derrota desde el primer día: lo que no se pudo resolver con la palabra y la búsqueda del entendimiento, se acaba solucionando a tiros y profundizando en la división. Me he acordado de una cita atribuida a Miguel Delibes: "En las guerras no gana nadie, pierden todos". Las heridas físicas de los soldados acaban cicatrizando a los meses. En cambio, las dolencias de cariz emocional como el rencor o el odio, tanto en los participantes como en el resto de la población, tardan generaciones en curarse.

5,9
141
5
9 de febrero de 2025
9 de febrero de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película cuenta con virtudes y defectos, como la Iglesia, divina y humana a la vez: santa, por estar fundada por Cristo, pero pecadora, por estar formada por personas.
Lemmon e Ivanek representan a la perfección las dos grandes tentaciones y extremos en las que pueden caer los sacerdotes: la comodidad y el miedo a generar malestar entre sus feligreses por decir las verdades del barquero (con el riesgo de que huyan de su parroquia) y la rebeldía y falta de caridad de quien dice tales verdades sin misericordia ni delicadeza alguna.
Asimismo, la película me parece un buen ejemplo del dicho: "todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro". Sea cual sea tu pasado, la puerta de la salvación por medio de la gracia y misericordia de Dios hacia un corazón arrepentido está siempre abierta. Y eso es algo que, parece, se intuye a lo largo de la película.
Lemmon e Ivanek representan a la perfección las dos grandes tentaciones y extremos en las que pueden caer los sacerdotes: la comodidad y el miedo a generar malestar entre sus feligreses por decir las verdades del barquero (con el riesgo de que huyan de su parroquia) y la rebeldía y falta de caridad de quien dice tales verdades sin misericordia ni delicadeza alguna.
Asimismo, la película me parece un buen ejemplo del dicho: "todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro". Sea cual sea tu pasado, la puerta de la salvación por medio de la gracia y misericordia de Dios hacia un corazón arrepentido está siempre abierta. Y eso es algo que, parece, se intuye a lo largo de la película.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No obstante, en mi humilde opinión, es algo injusta con la Iglesia católica, como institución, al tacharla implícitamente como opresiva y censuradora en la figura del director del seminario. No hay amor ni comprensión alguna en él.
Asimismo, el sermón del final de la película me parece intencionalmente manipulador y opuesto al verdadero fin de la Iglesia, cuyo protagonismo y centro no debe asumirlo el hombre, sino Cristo mismo: son los sacerdotes y todo el laicado quienes deben esforzarse, por medio de la gracia, en parecerse a Cristo y no Cristo y su Iglesia quienes deben parecerse a nosotros.
La Iglesia y su fundador, Dios mismo, abrazan y perdonan al pecador, pero no a su falta y ofensa, las cuales no deben ser sino oportunidades para regresar a la casa del Padre como en la parábola del hijo pródigo.
Asimismo, el sermón del final de la película me parece intencionalmente manipulador y opuesto al verdadero fin de la Iglesia, cuyo protagonismo y centro no debe asumirlo el hombre, sino Cristo mismo: son los sacerdotes y todo el laicado quienes deben esforzarse, por medio de la gracia, en parecerse a Cristo y no Cristo y su Iglesia quienes deben parecerse a nosotros.
La Iglesia y su fundador, Dios mismo, abrazan y perdonan al pecador, pero no a su falta y ofensa, las cuales no deben ser sino oportunidades para regresar a la casa del Padre como en la parábola del hijo pródigo.

8,1
6.666
10
2 de febrero de 2025
2 de febrero de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bellísima película del genio danés: si con La pasión de Juana de Arco logró, sin palabras y sólo con planos, causar estupor y admiración a partes iguales en el espectador con la historia del martirio de Santa Juana de Arco, aquí da otra vuelta de tuerca a la cuestión trascendental: una historia sobre el pecado y sus consecuencias en las personas. Cual obra de teatro, la calidad del film radica en su guion, sencillo pero potente, y en la colocación de la cámara cual lienzo del pintor: hay fotogramas que bien podrían ser expuestos en el Museo del Prado o en el Rijksmuseum como cuadros de Rembrandt.
Toda la película es un retrato de esa sociedad protestante y puritana en la que en ocasiones se tenía una doble vida: la que ven los demás y la que vivo yo realmente a ojos de Dios. Ante este escenario, Dreyer logra contar una historia de características y temas clásicos pero enraizada en su experiencia con la religión oficial de su país.
Es por ello evidente que Dreyer dibuja una comunidad dominada por la cosmovisión protestante del mundo: como el pecado sólo puede ser perdonado por Dios, una vez abandonado el sacramento de la penitencia, la ofensa a Él se convierte en una pesadísima carga para los protagonistas de la película. Y comienzan, entonces, a jugar los diablillos y convertir a los personajes en verdaderas bestias sin corazón: aquí son especialmente relevantes, a mi juicio, la soberbia, la envidia, el odio, la sospecha y la desesperanza.
Es entonces cuando comienzan las acusaciones, basadas simplemente en meras rencillas y frustraciones: se proyectan con el fin de sembrar dudas respecto a la pureza y religiosidad del acusado, el cual acaba arrasado por las llamas en la hoguera de las vanidades y cerrazón mental de sus acusadores. El paralelismo, por otra parte, es evidente: el hecho de que se filmase y proyectase durante la ocupación nazi de Dinamarca seguro que tuvo mucha influencia. El director seguro que fue testigo de esa clase de señalamientos públicos hacia judíos o cualquier otra clase de persona peligrosa o molesta para el ocupante.
Toda la película es un retrato de esa sociedad protestante y puritana en la que en ocasiones se tenía una doble vida: la que ven los demás y la que vivo yo realmente a ojos de Dios. Ante este escenario, Dreyer logra contar una historia de características y temas clásicos pero enraizada en su experiencia con la religión oficial de su país.
Es por ello evidente que Dreyer dibuja una comunidad dominada por la cosmovisión protestante del mundo: como el pecado sólo puede ser perdonado por Dios, una vez abandonado el sacramento de la penitencia, la ofensa a Él se convierte en una pesadísima carga para los protagonistas de la película. Y comienzan, entonces, a jugar los diablillos y convertir a los personajes en verdaderas bestias sin corazón: aquí son especialmente relevantes, a mi juicio, la soberbia, la envidia, el odio, la sospecha y la desesperanza.
Es entonces cuando comienzan las acusaciones, basadas simplemente en meras rencillas y frustraciones: se proyectan con el fin de sembrar dudas respecto a la pureza y religiosidad del acusado, el cual acaba arrasado por las llamas en la hoguera de las vanidades y cerrazón mental de sus acusadores. El paralelismo, por otra parte, es evidente: el hecho de que se filmase y proyectase durante la ocupación nazi de Dinamarca seguro que tuvo mucha influencia. El director seguro que fue testigo de esa clase de señalamientos públicos hacia judíos o cualquier otra clase de persona peligrosa o molesta para el ocupante.

7,9
198.512
8
16 de junio de 2014
16 de junio de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La pregunta que todo pensador, que todo filósofo se ha hecho alguna vez en toda su trayectoria vital: ¿qué es real? ¿Cómo sabemos que el mundo en que vivimos es real? ¿Y si todo es una ilusión, o un sueño del que nunca despertaremos? Estas cuestiones se las plantea Neo, el protagonista del film interpretado por Keanu Reeves, cuando conoce a Morpheus, un tipo considerado un genio misterioso para los informáticos más sofisticados. Todo comienza ahí, y por tanto los problemas. Neo se sumirá en una realidad en la que nunca hubiera pensado sobre su existencia: su propio mundo.
Los hermanos Wachowski nos presentan un film de ciencia-ficción apasionante, de esos que te rompen la cabeza con sus teorías y suposiciones. La historia ya supone un rompecabezas. Bien trazada, sin planteamientos demasiados rebuscados que recuerdan mucho a otras películas anteriores a esta como, en mi opinión, "Terminator" o "Blade Runner". Además destacan en general los efectos especiales, por los que consiguieron 4 Oscars, que aún con el paso del tiempo no caducan.
Acción en proporciones justas y un poco de romance que no hace daño, "Matrix" nos recuerda lo que es una buena película de ciencia-ficción
Los hermanos Wachowski nos presentan un film de ciencia-ficción apasionante, de esos que te rompen la cabeza con sus teorías y suposiciones. La historia ya supone un rompecabezas. Bien trazada, sin planteamientos demasiados rebuscados que recuerdan mucho a otras películas anteriores a esta como, en mi opinión, "Terminator" o "Blade Runner". Además destacan en general los efectos especiales, por los que consiguieron 4 Oscars, que aún con el paso del tiempo no caducan.
Acción en proporciones justas y un poco de romance que no hace daño, "Matrix" nos recuerda lo que es una buena película de ciencia-ficción
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