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Críticas 223
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
25 de julio de 2017
20 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Claude Chabrol goza de una carrera prolífica e irregular pero si algo tiene su cine, es una personalidad muy definida dentro de los cineastas surgidos de la “Nouvelle vague” y colaborador antes en la revista “Cahiers du Cinéma”. No ha entusiasmado como Truffaut o Godart, aunque se ha mantenido fiel a sus constantes, explorando la maldad humana, la fatalidad, el crimen y sus aspectos más morbosos, gran admirador de Hitchcock y Lang, en su cine abundan situaciones relacionadas con dichos maestros que tanto influyeron en su cine pero desde su perspectiva francesa. Sus películas se plantean como ataques a la burguesía, que aquí sacude con fuerza, y muy críticas con las instituciones, principalmente la familia. Siempre desvelando la sordidez de las apariencias.

En esta película, el director francés da protagonismo a las mujeres, unas féminas poderosas y devastadoras, inquietantes y fascinantes, decididamente perturbadoras, de una determinada estabilidad emocional o estatus social. Todo ello sembrado de pistas y detalles que desde el primer momento falsamente trivial, sugieren algo turbio y extraño que presagian un progresivo malestar, de futuras convulsiones que van a jalonar la trama. Catherine Leliévre (Jaqueline Bisset) es una madura mujer que dirige una galería de arte, últimamente no ha tenido suerte para encontrar una empleada de hogar que cuide su casa cuando está ausente. Pero tras contratar a Sophie (Sandrine Bonnaire) se siente aliviada por su diligencia, una chica retraida y misteriosa que pronto demostrará que no es tan apacible como parece.

La espoleta que despierta el pasado de Sophie lo provoca su amistad con Jeanne (Isabelle Hupper) una descarada y chafardera empleada de correos de turbio pasado. En su primera parte el cineasta se cuida y recrea minuciosamente la rutina de la familia Leliévre, su aburrimiento e inanidad, sus comidas esencia del espíritu de la burguesía de provincias. Pero lo más atractivo es cuando las amigas de clase obrera se cuentan sus oscuros asuntos del pasado. Es cuando se nos muestra al mejor Chabrol como sagaz observador, penetrante analista de comportamientos atípicos, también de mentes desequilibradas que perfilan una catarsis violenta. Chabrol no descuida sus guiños y anotaciones culturales: “El viaje al final de la noche” de Céline, la ópera “Don Giovanni” de Mozart, que preside la reunión familiar desde la televisión.

Tampoco olvida sus puyas a la televisión basura que Sophie contempla como hipnotizada con programas absurdos y desechables. El film gana intensidad con esa relación entre Sophie y Jeanne, son dos caracteres opuestos: la primera es reservada, tímida e introvertida; la segunda abierta, extrovertida y parlanchina. Ambas congenian y se convierten en cómplices, la primera es disléxica y analfabeta, huraña y resentida; la segunda está excluida del orden burgués, odia a Catherine ex actriz de cine, porque representa lo que a ella le hubiera gustado ser. En el fondo, es un ajuste de cuentas y de conciencia de clase a cargo de Chabrol. Su puesta en escena impecable su elegancia absoluta, su violencia es descarnada y expresiva, marca de la casa. La recomiendo para cualquier aficionado que quiera descubrir o admirar el buen cine, brillante e inteligente, gracias.
12 de agosto de 2017
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a ser un film de la primera etapa de Fellini considerada menor, y hasta denostada, sin embargo, es una opinión que no comparto, pues pocas veces se ha visto en la pantalla un retrato más certero de una juventud de provincias. La definición literal de “I vitelloni” hace alusión a los terneros grandes, en sentido figurado, son algo así como niños viejos, treintañeros irresponsables que se continúan comportando como adolescentes, sin asumir ningún compromiso. Fellini retrata magistralmente a cinco de ellos: Fausto (Franco Fabrizi), un tipo inmaduro, perezoso y mujeriego (su padre le abronca y azota con la correa, como si fuera un niño); Leopoldo (Leopoldo Trieste), el intlectual del grupo, un frustrado autor de dramas teatrales; Riccardo (Riccardo Fellini), un infeliz con ínfulas de cantante; Alberto (Alberto Sordi), vive protegido por su madre, el más gandul e inconsciente de todos (se burla de los obreros); y por último, Moraldo (Franco Interlenghi), cuñado de Fausto y el más noble e idealista que busca salir de ese círculo cerrado de la pequeña ciudad asfixiante y sin futuro profesional.

No hay que ser muy perspicaz para entender que el cineasta nos habla de alguna de sus experiencias en su Rimini natal (aunque encontramos gran parte de mera ficción), en alguna ocasión comentó: todos hemos sido en cierto modo “ex vitelloni”. El director juega desde la complicidad con que varios de los actores mantengan sus propios nombres y algunas de sus características, son recuerdos del propio director: su hermano Riccardo cantaba en las fiestas locales, Leopoldo Trieste había intentado escribir para el teatro. Pero lo que más recordaba y le impresionó fue el vacío y la soledad que desprendían los protagonistas, con sus pequeñas mentiras, su deambular nocturno sin rumbo y sus paseos al alba por la playa desierta, donde se puede sentir el frío húmedo del triste invierno, mientras miran el mar tan oscuro y triste como su futuro.

“I vitelloni” es la crónica de la agonía de una juventud envejecida, en el marco social de la pequeña burguesía, su discurso moral no se ajusta al neorrealismo entonces imperante en el cine italiano, porque es abstracto, universal y generalizador. No se apoya sobre la voluntad de ofrecer un testimonio, al modo de Rossellini o De Sica, sino sobre invenciones que partían de la realidad cotidiana de la posguerra en Italia, para penetrar en lo sórdido y oscuro de la naturaleza humana. La música evocadora y melancólica del maestro Nino Rota, de cadencia poética y misteriosa retrata perfectamente a unos pobres diablos que se refugian en la sala de billares, explotan económicamente a sus familias e intentan evadirse de la realidad, vagan sin rumbo perdidos en su mediocridad y corretean tras las mujeres, pero que Fellini trata con ternura y les otorga un halo de esperanza. Gracias por respetar este puñado de "ocurrencias" que me ha sugerido este humilde trabajo del director más fabulador del cine italiano.
5 de julio de 2017
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a no estar jamás entre las favoritas del autor, más empeñado y orgulloso de su etapa alegórica, encriptada y algo pedante sobre el franquismo y sus consecuencias, este film me parece interesante y nada desdeñable, pese a tener la etiqueta de cine de encargo y popular. Una coproducción del productor Dibildos que recrea la vida de este famoso bandido, con la estética de un western y las raíces folclóricas de Andalucía y de España por extensión. Se trata de un film de género, que recrea nuestra historia y costumbres, la rebeldía contra la injusticia, la represión de los migueletes, el honor y la dignidad frente a la tiranía y el olvido del poder gubernamental, los caciques latifundistas en la Andalucía profunda del siglo XIX en el marco de la irrupción de los liberales y la Constitución de Cádiz. La fisicidad del paisaje y la rudeza de sus personajes son los vigorosos motores de esta película de aventuras por Sierra Morena.

Saura se cuida mucho de presentar una buena inventiva en su puesta en escena con dos escenas representativas de dos lienzos de Goya, que le dan un marchamo de calidad y raigambre cultural. Filmada en Cinemascope y un luminoso y expresivo color, las estrellas internacionales quedan ensombrecidas por el soberbio trabajo de los actores españoles más identificados y conocedores de nuestro linaje, encabezados por un pletórico Paco Rabal en su mejor momento ya que había trabajado con los mejores cineastas españoles y europeos de la época. Saura pretendía dar una imagen distinta de “El Tempranillo”, más verídica y alejada del típico y tópico bandolero romántico, la forja de un hombre sencillo, presentándolo como un tipo cercano con virtudes y defectos que tras una reyerta amorosa se une a los forajidos que luchan contra el poder feudal, erigiéndose rápidamente en líder rebelde.

Su banda sonora flamenca, sus pueblos blancos, sus ventas y tabernas, sus rituales con sus ancianas de luto condicionan el marco de un territorio peculiar, de tierras polvorientas y agrestes de secano, donde el sol castiga con dureza, su fauna de rapiña, sus moradores afables y sencillos a la hora de compartir lo poco que poseen, confieren al film una verosimilitud asombrosa y atractiva por su realismo, ácida y amarga a la vez. Nunca he pensado que dirigir una película de encargo fuera deshonroso para un autor, prueba de ello pudiera ser el gran pintor de cámara Diego Velázquez, pintor de la corte que siempre trabajó por encargo del rey a quien servía, por otro lado cinesastas como Ford, Walsh o Lang hicieron todo tipo de cine. ¿Alguien se atrevería a dudar de su autoría? ¿Por qué el arte no puede ser comercial?
Gracias por la atención prestada a esta sencilla opinión.
2 de diciembre de 2017
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aún siendo admirador del genuino musical americano, Jacques Demy filmó este musical alejado del clasicismo yanqui, entre otros motivos, porque sería inútil imitarlos (Donen, Minelli, Cukor), lo que no es menos cierto son sus claras influencias. De tal forma, y ahí reside su pervivencia, la originalidad que este maravilloso film nos brinda, y es que no incluye números donde se canta o baila, sino que todo el film es un discurso uniforme e indivisible, más cercano a la ópera que al propio musical ortodoxo. No existe tránsito del diálogo hablado a la música y las canciones y viceversa, todos los personajes se expresan siempre cantando, a través de un recitativo, que se sitúa entre la palabra hablada y el canto propiamente dicho que facilita la escapada al mundo del ensueño, la pesía y la fantasía que debe tener todo musical.

Todo ello contribuye a la sublimación de la vida cotidiana: las relaciones sentimentales entre un pobre mecánico y una joven de familia bien venida a menos a los que el destino les tiene preparado mucho desengaño. La expresión suprema de unas vidas rabiosamente próximas y reconocibles. La trama está dividida en tres actos, como una obra escénica: La partida, la ausencia y el regreso. Su localización es una húmeda y gris Cherburgo al que el director llena de luz y colores pastel, fotografía siempre muy cuidada. La viuda Emery (Anne Vernon), regenta una tienda de paraguas en compañía de su hija Geneviéve (una cautivadora Catherine Deneuve) enamorada de Guy (Nino Castelnuovo) que vive con su madrina enferma, de quien cuida la joven Madelaine (Ellen Farme). Rodada con unos magistrales decorados por su elegante diseño y por las inolvidables melodías archiconocidas de Michael Legrand que forman parte de la historia del cine.

Pese a que el género musical no siempre fue aceptado por todos, incluso algunos lo califican de cursi, quizás por falta de sensibilidad, diría yo, éste film posee la magia de lo onírico, con escenas seductoras por su belleza plástica que Demy filma con una caligrafía de poema visual. Y qué es el cine, sino sueño y fantasía entre otras muchas sensaciones. Imperecedero musical de exigencia creadora, pasión arrebatadora, goza de la cadencia en cada paso y movimiento de sus personajes, obra delicada, sensual, romántica y realista sin dejar de ser fascinante. Todas sus virtudes constituyen una obra maestra del musical que el tiempo le continuará haciendo justicia.
6 de julio de 2017
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
“No empiece nunca nada que no esté dispuesta a terminar...”.Es la frase que define perfectamente al film, y lo escuchamos de un caballero (David Niven) en un flirteo con la frívola Francis, la esposa protagonista en el barco en el que viaja a Europa. Basada en la novela de Sinclair Lewis y adaptada para el teatro y el cine por Sidney Howard, aborda una historia de adulterio, un asunto perdurable y universal, un melodrama sobre la clase acomodada y triunfante en los negocios de entreguerras que incluye el contraste de culturas entre la americana y la europea. Una película moderna en sus planteamientos, a pesar del tiempo transcurrido, con una extraordinaria dirección de actores a cargo de William Wyler. Técnicamente impecable en su filmación donde utiliza la profundidad de campo, plena de detalles de puesta en escena y con unas elipsis antológicas, unos decorados y un vestuario admirables que recrean el glamur y el lujo del dinero, además de la impecable fotografía de Rudolph Maté, cine en estado puro.

Explorando el miedo a la vejez que experimenta una provinciana americana de mediana edad y mediocre pasado durante el viaje de placer que efectúa a Europa con su marido. La mujer, que ha vivido hasta ese día sin rebasar los límites de su estrecho círculo de Phoenix, encuentra en este viaje una puerta abierta para escapar del temor que le inspira la inminente vejez: no sólo tiene por delante mucho tiempo vacío que cubrir sino que también le acompaña la ilusión de hacer un cambio de vida. Y su miedo, el tiempo vacío y el deseado cambio confluyen en tres romances que vive con otros tantos hombres que no terminan de colmar sus expectativas. Wyler explora con rotunda claridad dos distintas posiciones del ser humano ante el hecho irreversible de la vejez, disimuladas detrás de dos distintos conceptos del mismo viaje. El marido, Sam Dodsworth (un grandioso Walter Huston), asume su edad y su carácter, moldeado por las costumbres provincianas, sin forzarse a sí mismo a efectuar un cambio desesperado que muchas veces puede resultar ridículo. La esposa, Francis (Ruth Chatterton), ve en el viaje una ocasión única para huir de su medio que le asfixia. Mención destacable es el papel de Edith encarnado por la excelente Mary Astor, una mujer divorciada y exiliada en Italia que sirve como contrapunto de mujer opuesta a Francis.

Sam Dodsworth encarna al hombre modesto y humilde que ha triunfado en el negocio del automovil, pero que ha decidido vender su fábrica para dedicar más tiempo a su vida personal y a su esposa a la que adora y quiere dedicarle la atención que no pudo ofrecerle debido a su profesión. El film plasma unos elementos psicológicos y morales, expuestos con una franqueza admirable, una atractiva visión de la burguesía norteamericana de principios del siglo XX, una mirada ácida sobre la hipocresía social y el mundo de las apariencias. Un melodrama modélico narrado con maestría.
Gracias por compartir esta opinión sobre un tipo de cine que es preciso conocer.
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