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5,9
4.408
6
20 de enero de 2017
20 de enero de 2017
30 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué sucedería si en nuestra ciudad surgiese de repente un bicho con capacidad para aniquilar en un pispás vidas humanas e inmuebles? El mito de Godzilla ha sido desarrollado constantemente en la cultura japonesa desde que a mediados del siglo XX apareciese la primera película sobre el ser. A partir de ahí, esta especie de dinosaurio con gran fortaleza física y un aliento atómico devastador ha aparecido varias veces en cómics, videojuegos y sobre todo en el cine, cuya más popular y desgraciada versión occidental fue aquella producción de Roland Emmerich muy al uso de su cineasta. Ahora, Hideaki Anno y Shinji Higuchi, el creador y uno de los guionistas de Neon Genesis Evangelion respectivamente, han unido sus fuerzas para crear Shin Godzilla, enésima revisión del monstruo pero que aquí se presenta con un cariz peculiar y ciertamente original.
Lo primero que resalta en Shin Godzilla es que la cinta ostenta un tono marcadamente paródico, sobre todo en su primera media hora. Lo hace a través de dos vertientes: por un lado, a la hora de representar al monstruo (cuyos ojos y composición general se asemejan más a un juguete de baratillo) y por otro, al sobreimpresionar los cargos de los políticos que aparecen en pantalla, unos puestos de trabajo con nombres empalagadamente largos y que no dejan de ser una crítica al sistema burocrático que hoy día sigue reinando en casi todos los países avanzados.
Shin Godzilla sorprende porque opta por centrarse en cómo se resolverá el conflicto en vez de en la espectacularidad del bicho. Es decir, los directores representan más o menos la situación que se daría en la vida real: la confusión inicial, el lío administrativo para decidir quién actúa y cómo se trata al monstruo, las presiones de ciertos grupos, el relativo escaso interés que se le da a las víctimas… Dejando de lado la propia fantasía de Godzilla, todo está descrito bajo la apariencia de una cierta credibilidad. Hay una circunstancia que no casa del todo bien con esta sensación de caos y es que es difícil captar la esencia del terror que en Tokio provoca un monstruo como Godzilla cuando al inicio de la cinta lo que más se pretendía lograr en el espectador eran risas.
De hecho, no se puede decir que la cinta esté exenta de las típicas “flipadas”. Shin Godzilla ofrece kilos de espectacularidad y destrucción, pero intenta hacerlo a través de las neuronas y tomando siempre como vía principal el desarrollo de los acontecimientos en los despachos. Anno y Higuchi no se olvidan de Godzilla y constantemente recuperan secuencias del monstruo arrasando la ciudad de Tokio, pero lo hacen con el objetivo de no caer en la modorra que impone el trabajo de despacho. Un bajo ritmo que resulta obligado, ya que de otra forma no se podría haber representado esa crítica a la estructura administrativa que provoca respuestas más lentas a un desastre que hubiera requerido rápidas acciones para reducir las bajas humanas. Con el accidente nuclear de Fukushima aún reciente, quizá la intención crítica queda aún más clara.
Por lo tanto, Shin Godzilla no es una película destinada a gustar a aquellos que amaran la versión de Emmerich (¿realmente hay alguien?) por tomar un ejemplo, sino que se dirige más bien a aquella parte de la audiencia que siempre echa de menos algo más de sesera y cabeza fría en estas películas de catástrofes. Si a eso le unimos su buen aunque irregular tono satírico y el hecho de que tampoco falta espectacularidad, Shin Godzilla se convierte en una gran opción para seguir ampliando perspectivas sobre lo que representa este monstruo en el ideario japonés… y también para ver una representación más o menos creíble acerca de cómo actúan nuestras autoridades cuando ocurre un desastre natural.
Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para Cine Maldito
Lo primero que resalta en Shin Godzilla es que la cinta ostenta un tono marcadamente paródico, sobre todo en su primera media hora. Lo hace a través de dos vertientes: por un lado, a la hora de representar al monstruo (cuyos ojos y composición general se asemejan más a un juguete de baratillo) y por otro, al sobreimpresionar los cargos de los políticos que aparecen en pantalla, unos puestos de trabajo con nombres empalagadamente largos y que no dejan de ser una crítica al sistema burocrático que hoy día sigue reinando en casi todos los países avanzados.
Shin Godzilla sorprende porque opta por centrarse en cómo se resolverá el conflicto en vez de en la espectacularidad del bicho. Es decir, los directores representan más o menos la situación que se daría en la vida real: la confusión inicial, el lío administrativo para decidir quién actúa y cómo se trata al monstruo, las presiones de ciertos grupos, el relativo escaso interés que se le da a las víctimas… Dejando de lado la propia fantasía de Godzilla, todo está descrito bajo la apariencia de una cierta credibilidad. Hay una circunstancia que no casa del todo bien con esta sensación de caos y es que es difícil captar la esencia del terror que en Tokio provoca un monstruo como Godzilla cuando al inicio de la cinta lo que más se pretendía lograr en el espectador eran risas.
De hecho, no se puede decir que la cinta esté exenta de las típicas “flipadas”. Shin Godzilla ofrece kilos de espectacularidad y destrucción, pero intenta hacerlo a través de las neuronas y tomando siempre como vía principal el desarrollo de los acontecimientos en los despachos. Anno y Higuchi no se olvidan de Godzilla y constantemente recuperan secuencias del monstruo arrasando la ciudad de Tokio, pero lo hacen con el objetivo de no caer en la modorra que impone el trabajo de despacho. Un bajo ritmo que resulta obligado, ya que de otra forma no se podría haber representado esa crítica a la estructura administrativa que provoca respuestas más lentas a un desastre que hubiera requerido rápidas acciones para reducir las bajas humanas. Con el accidente nuclear de Fukushima aún reciente, quizá la intención crítica queda aún más clara.
Por lo tanto, Shin Godzilla no es una película destinada a gustar a aquellos que amaran la versión de Emmerich (¿realmente hay alguien?) por tomar un ejemplo, sino que se dirige más bien a aquella parte de la audiencia que siempre echa de menos algo más de sesera y cabeza fría en estas películas de catástrofes. Si a eso le unimos su buen aunque irregular tono satírico y el hecho de que tampoco falta espectacularidad, Shin Godzilla se convierte en una gran opción para seguir ampliando perspectivas sobre lo que representa este monstruo en el ideario japonés… y también para ver una representación más o menos creíble acerca de cómo actúan nuestras autoridades cuando ocurre un desastre natural.
Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para Cine Maldito
28 de marzo de 2015
28 de marzo de 2015
24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde Europa tenemos la sensación de que Israel, fuera del siempre polémico tema militar, funciona prácticamente como una democracia occidental. Buena parte de culpa para mantener tal idea reside en el hecho de que es el aliado más fuerte de EEUU y la UE en una zona tradicionalmente inestable, lo que conlleva a su vez un tratamiento mediático bastante más favorable que el otorgado a sus vecinos. Sin embargo, lo que nos cuenta la película Gett: El divorcio de Viviane Amsalem sorprenderá a mucha gente. En el mencionado país, el divorcio está lejos de ser un derecho absolutamente reconocido. En efecto, todo miembro de una pareja que desee divorciarse del otro deberá aportar pruebas contundentes de que el matrimonio va a la deriva y éstas deberán ser aprobadas por una autoridad, que a menudo tiende a responsabilizar a la mujer de la debacle matrimonial.
Ronit Elkabetz y Shlomi Elkabetz exponen en la mencionada Gett, última parte de un tríptico sobre matrimonio y familia, un caso bastante peculiar: Viviane Amsalem está convencida de que su matrimonio ya no da para más y, tras vivir dos meses separada de Elisha, acude a los tribunales para solicitar formalmente el divorcio. El marido, un tipo de firmes creencias religiosas y que luce un semblante aburrido, asegura seguir queriendo a su mujer, suplicando a ésta que regrese a casa para intentar de nuevo formar "un buen hogar judío". Viviane, impávida, escucha como el juez da la razón al hombre y se ve obligada a cumplir su designio de regresar al hogar para que así el magistrado le permita divorciarse.
De primeras, sorprende la acidez con la que está tratada cada conversación. Lo que muchos pensábamos que iba a ser un drama judicial al uso se convierte en una sátira sobre una cuestión bastante espinosa en Israel como es la relación entre Estado y religión, a priori indisoluble pero que en ciertos casos como el aquí expuesto supone un serio contratiempo para los que desean un impulso en la modernización del país. Este humor fino tan arriesgado confiere a la obra un estatus importante a la película como es el de hacer remover conciencias no sólo en Israel, sino también para todos los espectadores que desde fuera desconocíamos esta problemática, aunque cambiando el contexto y varios detalles también se podrían aplicar ciertas cosas a nuestro país desde una óptica feminista.
Pero no sería justo reivindicar Gett: El divorcio de Viviane Amsalem exclusivamente desde el punto de vista social, porque cinematográficamente también funciona muy bien. Los numerosos diálogos, habida cuenta de que estamos ante un tipo de película filmada en escenario único, no resultan farragosos en ningún momento, ya que los directores se muestran hábiles a la hora de llevar la evolución de la trama de tal manera que se pueda mantener la tensión dramática hasta el final. Un punto importante aquí es el de las ya comentadas situaciones cómicas, que logran distender el ambiente sin pasarse de absurdas. Esto alcanza su máxima expresión al llegar al clímax de la película, cuando los hermanos Elkabetz se sacan de la manga un momento tenso que goza de un impacto brutal, también motivado indiscutiblemente por la gran interpretación de la propia Ronit Elkabetz.
Difícil no quedarse admirado ante lo que propone Gett: El divorcio de Viviane Amsalem. Si a una idea, como es tratar de manera valiente un problema de cierta entidad en Israel y que muestra una realidad bastante severa hacia la mujer, se le une la grata realización cinematográfica de los hermanos Elkabetz, que ponen mil y una facilidades para que el espectador se enganche a la línea argumental y evite cualquier atisbo de aburrimiento, el resultado es una notable película cuyo ejemplo reside en las ampollas que ha levantado en ciertos sectores del país. Y como en el cine es muy decisivo el post-visionado o la huella que te deja el filme, tras Gett habrá que seguir la pista de sus directores para ver qué más nos pueden ofrecer, pero también a los sucesivos gobiernos de Israel con el objeto de descubrir cuándo llegará el día en que esta situación jurídica acabe por revertirse.
Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Ronit Elkabetz y Shlomi Elkabetz exponen en la mencionada Gett, última parte de un tríptico sobre matrimonio y familia, un caso bastante peculiar: Viviane Amsalem está convencida de que su matrimonio ya no da para más y, tras vivir dos meses separada de Elisha, acude a los tribunales para solicitar formalmente el divorcio. El marido, un tipo de firmes creencias religiosas y que luce un semblante aburrido, asegura seguir queriendo a su mujer, suplicando a ésta que regrese a casa para intentar de nuevo formar "un buen hogar judío". Viviane, impávida, escucha como el juez da la razón al hombre y se ve obligada a cumplir su designio de regresar al hogar para que así el magistrado le permita divorciarse.
De primeras, sorprende la acidez con la que está tratada cada conversación. Lo que muchos pensábamos que iba a ser un drama judicial al uso se convierte en una sátira sobre una cuestión bastante espinosa en Israel como es la relación entre Estado y religión, a priori indisoluble pero que en ciertos casos como el aquí expuesto supone un serio contratiempo para los que desean un impulso en la modernización del país. Este humor fino tan arriesgado confiere a la obra un estatus importante a la película como es el de hacer remover conciencias no sólo en Israel, sino también para todos los espectadores que desde fuera desconocíamos esta problemática, aunque cambiando el contexto y varios detalles también se podrían aplicar ciertas cosas a nuestro país desde una óptica feminista.
Pero no sería justo reivindicar Gett: El divorcio de Viviane Amsalem exclusivamente desde el punto de vista social, porque cinematográficamente también funciona muy bien. Los numerosos diálogos, habida cuenta de que estamos ante un tipo de película filmada en escenario único, no resultan farragosos en ningún momento, ya que los directores se muestran hábiles a la hora de llevar la evolución de la trama de tal manera que se pueda mantener la tensión dramática hasta el final. Un punto importante aquí es el de las ya comentadas situaciones cómicas, que logran distender el ambiente sin pasarse de absurdas. Esto alcanza su máxima expresión al llegar al clímax de la película, cuando los hermanos Elkabetz se sacan de la manga un momento tenso que goza de un impacto brutal, también motivado indiscutiblemente por la gran interpretación de la propia Ronit Elkabetz.
Difícil no quedarse admirado ante lo que propone Gett: El divorcio de Viviane Amsalem. Si a una idea, como es tratar de manera valiente un problema de cierta entidad en Israel y que muestra una realidad bastante severa hacia la mujer, se le une la grata realización cinematográfica de los hermanos Elkabetz, que ponen mil y una facilidades para que el espectador se enganche a la línea argumental y evite cualquier atisbo de aburrimiento, el resultado es una notable película cuyo ejemplo reside en las ampollas que ha levantado en ciertos sectores del país. Y como en el cine es muy decisivo el post-visionado o la huella que te deja el filme, tras Gett habrá que seguir la pista de sus directores para ver qué más nos pueden ofrecer, pero también a los sucesivos gobiernos de Israel con el objeto de descubrir cuándo llegará el día en que esta situación jurídica acabe por revertirse.
Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
6
19 de abril de 2014
19 de abril de 2014
26 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sergio y Alex son una feliz pareja que vive en un piso cualquiera de Barcelona. Entre el típico desorden matutino juvenil, hacen el amor antes de tomarse un reconstituyente desayuno. De repente, surge una buena noticia. Alex ha conseguido un puesto de trabajo, algo que en esta época es casi como ganar la lotería. El problema es que tiene que trasladarse a Los Ángeles para poder ejercerlo. Será sólo durante un año, le dice a Sergio, después podremos llevar a cabo todos los proyectos que hemos planificado, como tener un hijo. Pero Sergio no parece muy convencido de dejarla marchar…
La historia de Sergio y Alex es el punto concreto a partir del cual Carlos Marqués-Marcet pretende analizar las relaciones a distancia, una situación tan complicada que hasta parece utópica. 10.000 km es el título de esta película, que se alzó con el Biznaga de Oro en la pasada edición del Festival de Málaga (además de premios al mejor director y actriz) y que quiere dar un paso al frente en lo que al tratamiento de este escenario afectivo se refiere. Para ello, nada mejor que abrir la cinta con un gran plano secuencia que nos introduce de lleno en la trama, porque va directamente al grano de la cuestión. Nada de introducir personajes por accidente, sino que nos los presentan en su más puro y rutinario estado.
En realidad, 10.000 km nos narra una situación muy acorde a los tiempos que corren. A buen seguro muchas parejas se verán identificadas con la historia que nos cuenta aquí Marqués-Marcet. Dos jóvenes con escasas oportunidades laborales, que ven incierto su futuro, sin decidirse a llevar a cabo una de las principales razones de la existencia humana (procreación) y que están todo el rato pendientes de sus aparatos tecnológicos, algo que, como bien demuestra la película, al final acaba haciendo más mal que bien. Más que una historia trascendental, lo que esta obra parece querer reflejar es simplemente una biopsia de las relaciones de pareja actuales, con el caso concreto de una relación a distancia que hoy en día creemos que se puede llevar a cabo casi con total naturalidad gracias a herramientas como Skype y Whatsapp, pero que en la práctica arroja resultados incluso más desfavorables que los que probablemente se conseguían en tiempos remotos con lápiz, papel y sobre.
El trabajo de los dos actores es magnífico por lo desgarrador que resulta. No sería del todo injusto decir que ellos son la película, y ya no sólo porque argumentalmente lo requiera así, sino porque en cada gesto, en cada palabra, en cada escena, ambos dan lo mejor de sí mismos. Si David Verdaguer compone un cruel retrato de la soledad y la progresiva descomposición, Natalia Tena está asombrosa en su doble faceta de chica feliz con sus amigos - novia infeliz con Sergio. La parte negativa es que, de tan realistas que son las actuaciones, en ocasiones los protagonistas pueden resultar un poco insoportables, sobre todo si el espectador aplica la regla del “pues yo no hubiera dicho/hecho eso”. Cosa que en este caso tampoco es injusto ya que, si bien el relato en su conjunto resulta muy creíble, hay varios momentos un poco pasados de revoluciones (como por ejemplo el “momento destrucción”, dicho así para evitar posibles spoilers).
Quizá también se echa en falta un poco más de conexión emocional con el espectador, en alguna ocasión da la sensación de que la obra no es tan cercana como debería, de que es una historia muy bien contada pero a la que le falta algo de condimento para acabar de cautivar. Pese a ello, esto no deja de ser una cuestión subjetiva, y la realidad es que 10.000 km es, en general, una película muy humana, desgarradora y vivo retrato de la imposibilidad para muchos jóvenes de hoy en día ya no sólo de encontrar una salida profesional, sino también personal y familiar.
Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
La historia de Sergio y Alex es el punto concreto a partir del cual Carlos Marqués-Marcet pretende analizar las relaciones a distancia, una situación tan complicada que hasta parece utópica. 10.000 km es el título de esta película, que se alzó con el Biznaga de Oro en la pasada edición del Festival de Málaga (además de premios al mejor director y actriz) y que quiere dar un paso al frente en lo que al tratamiento de este escenario afectivo se refiere. Para ello, nada mejor que abrir la cinta con un gran plano secuencia que nos introduce de lleno en la trama, porque va directamente al grano de la cuestión. Nada de introducir personajes por accidente, sino que nos los presentan en su más puro y rutinario estado.
En realidad, 10.000 km nos narra una situación muy acorde a los tiempos que corren. A buen seguro muchas parejas se verán identificadas con la historia que nos cuenta aquí Marqués-Marcet. Dos jóvenes con escasas oportunidades laborales, que ven incierto su futuro, sin decidirse a llevar a cabo una de las principales razones de la existencia humana (procreación) y que están todo el rato pendientes de sus aparatos tecnológicos, algo que, como bien demuestra la película, al final acaba haciendo más mal que bien. Más que una historia trascendental, lo que esta obra parece querer reflejar es simplemente una biopsia de las relaciones de pareja actuales, con el caso concreto de una relación a distancia que hoy en día creemos que se puede llevar a cabo casi con total naturalidad gracias a herramientas como Skype y Whatsapp, pero que en la práctica arroja resultados incluso más desfavorables que los que probablemente se conseguían en tiempos remotos con lápiz, papel y sobre.
El trabajo de los dos actores es magnífico por lo desgarrador que resulta. No sería del todo injusto decir que ellos son la película, y ya no sólo porque argumentalmente lo requiera así, sino porque en cada gesto, en cada palabra, en cada escena, ambos dan lo mejor de sí mismos. Si David Verdaguer compone un cruel retrato de la soledad y la progresiva descomposición, Natalia Tena está asombrosa en su doble faceta de chica feliz con sus amigos - novia infeliz con Sergio. La parte negativa es que, de tan realistas que son las actuaciones, en ocasiones los protagonistas pueden resultar un poco insoportables, sobre todo si el espectador aplica la regla del “pues yo no hubiera dicho/hecho eso”. Cosa que en este caso tampoco es injusto ya que, si bien el relato en su conjunto resulta muy creíble, hay varios momentos un poco pasados de revoluciones (como por ejemplo el “momento destrucción”, dicho así para evitar posibles spoilers).
Quizá también se echa en falta un poco más de conexión emocional con el espectador, en alguna ocasión da la sensación de que la obra no es tan cercana como debería, de que es una historia muy bien contada pero a la que le falta algo de condimento para acabar de cautivar. Pese a ello, esto no deja de ser una cuestión subjetiva, y la realidad es que 10.000 km es, en general, una película muy humana, desgarradora y vivo retrato de la imposibilidad para muchos jóvenes de hoy en día ya no sólo de encontrar una salida profesional, sino también personal y familiar.
Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)

6,5
3.222
7
25 de noviembre de 2016
25 de noviembre de 2016
25 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Hasta qué punto un adolescente debe decidir su propio futuro? ¿Cómo deben aconsejarle sus padres sobre las decisiones que tiene que tomar? Durante la etapa colegial todos tuvimos amigos que ya tenían plenamente decidida la carrera que iban a estudiar, pero no todos lo habían planificado de una manera estrictamente individual. Cuando los progenitores se preocupan por el futuro de su hijo, le proporcionan ciertas sugerencias que este ya se encarga de aceptar o rechazar. Pero algunas veces esos consejos son más bien directrices de actuación. En siglos pasados era frecuente que ciertos oficios se transmitiesen por el árbol genealógico. Más recientemente, reinaba la idea de que para ser un “hombre de provecho” era necesario desechar aquellas titulaciones que no pudieran generar rendimientos voluptuosos en las arcas familiares. Hoy, algunas de estas actitudes perviven.
Un ejemplo de todo ello lo tenemos con Romeo y su hija Eliza. Él, pese a ser un próspero y reputado médico, es consciente de que su vida no ha sido todo lo alegre que podía pretender. Por ello, trata de que Eliza no siga su mismo error. Como es buena estudiante y tiene calificaciones altísimas, tendrá la oportunidad de ir a Inglaterra a trabajar como psicóloga. Con lo que no cuenta ninguno es con un violento incidente que acaece justo en la semana de exámenes…
Precisamente Los exámenes (Bacalaureat) es el título de la última película del rumano Cristian Mungiu, al que conocen en todos sitios por esa gran película (y posterior Palma de Oro) llamada 4 meses, 3 semanas, 2 días. Lo que le otorgaba a esta cinta un punto de distinción era la sensacional atmósfera de tensión que el cineasta se encargó de plasmar. Virtud que también podemos apreciar en Los exámenes desde su primera secuencia, cuando una piedra destroza el cristal del salón familiar, pero que después de la grave agresión que tiene como víctima a Eliza, se irá notando cada vez más.
Ningún personaje de la película posee una vida libre de un pasado o presente turbios. Eliza parece la más normal pero, tras ser atacada, su personalidad quedará trastocada. Romeo engaña a su mujer y posee evidentes tintes ególatras. La mujer padece una extraña debilidad que crece aun más con los problemas matrimoniales. El novio y profesor de moto de Eliza esconde demasiadas cosas. El comisario, además de sus problemas de pareja, no parece todo lo limpio que debería ser. Nadie parece libre de sospecha en Los exámenes, casi todos los individuos que vemos desfilar por la pantalla contribuyen a fortalecer esa sensación en el espectador de no saber muy bien qué puede suceder en la siguiente escena.
La compenetración entre la formidable puesta en escena y el meritorio guión es idónea y otorga a Los exámenes el plus necesario para que la cinta no se quede solo en un buen ejercicio de estilo. Como ya hiciera en la mencionada 4 meses, 3 semanas, 2 días, Mungiu realiza una punzante crítica al sentido de la moral de los rumanos. Las corruptelas no son cosa solo de gobierno y empresarios, sino que cualquier persona puede llevarlas a cabo con la excusa de que el fin lo justifica. Esta temática acaba por convertirse en el verdadero centro de la película y marca su evolución hasta llegar a un desenlace que, si bien es aceptable, rebaja un poco el gran nivel de la obra.
En cualquier caso, es difícil quedar insatisfecho con el buen trabajo que Mungiu ha vuelto a realizar. Una película tan agobiante e intrigante como esta es un caramelo para cualquiera que quiera quedar atrapado durante un par de horas. Las resonancias que deja Los exámenes, además, rebotan en el interior de la cabeza incluso después de haber pasado los créditos finales. No es mejor que el film que le otorgó la Palma a su director, pero sí mantiene su misma esencia y confirma a Mungiu como uno de los tipos más interesantes del panorama cinematográfico en Europa Oriental.
Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Un ejemplo de todo ello lo tenemos con Romeo y su hija Eliza. Él, pese a ser un próspero y reputado médico, es consciente de que su vida no ha sido todo lo alegre que podía pretender. Por ello, trata de que Eliza no siga su mismo error. Como es buena estudiante y tiene calificaciones altísimas, tendrá la oportunidad de ir a Inglaterra a trabajar como psicóloga. Con lo que no cuenta ninguno es con un violento incidente que acaece justo en la semana de exámenes…
Precisamente Los exámenes (Bacalaureat) es el título de la última película del rumano Cristian Mungiu, al que conocen en todos sitios por esa gran película (y posterior Palma de Oro) llamada 4 meses, 3 semanas, 2 días. Lo que le otorgaba a esta cinta un punto de distinción era la sensacional atmósfera de tensión que el cineasta se encargó de plasmar. Virtud que también podemos apreciar en Los exámenes desde su primera secuencia, cuando una piedra destroza el cristal del salón familiar, pero que después de la grave agresión que tiene como víctima a Eliza, se irá notando cada vez más.
Ningún personaje de la película posee una vida libre de un pasado o presente turbios. Eliza parece la más normal pero, tras ser atacada, su personalidad quedará trastocada. Romeo engaña a su mujer y posee evidentes tintes ególatras. La mujer padece una extraña debilidad que crece aun más con los problemas matrimoniales. El novio y profesor de moto de Eliza esconde demasiadas cosas. El comisario, además de sus problemas de pareja, no parece todo lo limpio que debería ser. Nadie parece libre de sospecha en Los exámenes, casi todos los individuos que vemos desfilar por la pantalla contribuyen a fortalecer esa sensación en el espectador de no saber muy bien qué puede suceder en la siguiente escena.
La compenetración entre la formidable puesta en escena y el meritorio guión es idónea y otorga a Los exámenes el plus necesario para que la cinta no se quede solo en un buen ejercicio de estilo. Como ya hiciera en la mencionada 4 meses, 3 semanas, 2 días, Mungiu realiza una punzante crítica al sentido de la moral de los rumanos. Las corruptelas no son cosa solo de gobierno y empresarios, sino que cualquier persona puede llevarlas a cabo con la excusa de que el fin lo justifica. Esta temática acaba por convertirse en el verdadero centro de la película y marca su evolución hasta llegar a un desenlace que, si bien es aceptable, rebaja un poco el gran nivel de la obra.
En cualquier caso, es difícil quedar insatisfecho con el buen trabajo que Mungiu ha vuelto a realizar. Una película tan agobiante e intrigante como esta es un caramelo para cualquiera que quiera quedar atrapado durante un par de horas. Las resonancias que deja Los exámenes, además, rebotan en el interior de la cabeza incluso después de haber pasado los créditos finales. No es mejor que el film que le otorgó la Palma a su director, pero sí mantiene su misma esencia y confirma a Mungiu como uno de los tipos más interesantes del panorama cinematográfico en Europa Oriental.
Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)

5,7
3.737
5
23 de junio de 2017
23 de junio de 2017
24 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por experiencia, los españoles ya nos conocemos prácticamente al dedillo las reacciones políticas y sociales a la noticia de un caso de corrupción. Sin embargo, solo los allegados de los fatales protagonistas de tal hecho sabían lo que significaba que un familiar o conocido fuese imputado (o investigado) por una causa de este estilo. Ahora, Víctor García León quiere acercarnos a esa esfera a través de Selfie, una curiosa comedia rodada en un estilo cercano al documental y en la que un ministro es acusado de varios delitos que conforman una verdadera trama de corrupción. Pero el protagonista de la película es el hijo de ese ministro, un joven llamado Bosco cuya vida da un rotundo giro al revelarse las corruptelas de su progenitor. De repente, el fastuoso entorno de buenrollismo y postureo que rodeaba su día a día se cae como un castillo de naipes: sus colegas dejan de hablarle, sus parientes huyen despavoridos a otro lugar lejos del foco mediático, es desahuciado de su propia casa, le echan del Máster que estaba empezando a cursar… En definitiva, una abrupta caída social y económica que le llevará por caminos que hasta entonces jamás creía posible recorrer.
En Selfie, una de las cosas que menos sorprenden a los que estamos al otro lado de la pantalla es el retrato que García León realiza de los personajes que pululan por la cinta. Bosco es un tipo de buenos estudios y mejor cuenta corriente, pero que ignora muchos aspectos de la vida y apenas sabe discutir de temas sociales si no es disparando tópicos. En cierta manera, parece encajar en el prototipo del cuñadismo, un término horrible bajo el que se encuadra a la gente que quiere aparentar ser más que lo que sus burdas opiniones reflejan. Acabará conociendo a Ramón, un tipo que alquila habitaciones de su piso a gente desfavorecida, acude a manifestaciones en pro de los derechos sociales y asegura estar preparando unas oposiciones. Se encuadraría cerca de otro de esos vocablos de reciente uso como es el de perroflauta, adjetivo muy utilizado tras el 15-M por aquellos ideológicamente opuestos a este movimiento. Son dos ejemplos de unas representaciones tan estereotipadas como fidedignas, y que nos llevan a preguntarnos si los españoles somos así realmente o si el film apuesta por llegar al humor a través de la exageración.
Otra de las cuestiones que define a Selfie es su indefinición a la hora de establecer lo que pretende con estos 85 minutos de película. Una circunstancia que se agradece en el sentido de que lleva implícita una ausencia de moralina que hace que la obra no resulte tendenciosa. Ninguno de los dos lados socio-políticos que se reflejan en Selfie resulta beneficiado por la representación que de ellos se efectúa. En todo caso, si un aspecto intenta reflejar la cinta es lo catetos que en muchas ocasiones podemos ser los españoles y lo maltrecho que está este país tanto en el sentido económico y laboral como en el ideológico. Sin embargo, este es un mensaje algo sencillo y repetitivo para una película cuyo hábil e inteligente planteamiento invitaba a alcanzar mayores cotas.
Al menos, Selfie está lejos de fracasar en otra de sus bazas: la comedia. Sin ser un humor elaborado y pese a caer en ocasiones en el chascarrillo, García León ni pretende ser políticamente correcto ni tampoco inundar de humor cada fotograma hasta pervertir la parte realista del film, lo que otorga varias escenas en las que es fácil esbozar una sonrisa quizá no tanto por la propia acción que vemos en pantalla sino porque sabemos que esta podría perfectamente suceder en la vida real. En cierta manera, este hecho nos vuelve a remitir a la principal pregunta que se desprende del visionado de Selfie: ¿ficción o realidad?
Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para Cine Maldito
En Selfie, una de las cosas que menos sorprenden a los que estamos al otro lado de la pantalla es el retrato que García León realiza de los personajes que pululan por la cinta. Bosco es un tipo de buenos estudios y mejor cuenta corriente, pero que ignora muchos aspectos de la vida y apenas sabe discutir de temas sociales si no es disparando tópicos. En cierta manera, parece encajar en el prototipo del cuñadismo, un término horrible bajo el que se encuadra a la gente que quiere aparentar ser más que lo que sus burdas opiniones reflejan. Acabará conociendo a Ramón, un tipo que alquila habitaciones de su piso a gente desfavorecida, acude a manifestaciones en pro de los derechos sociales y asegura estar preparando unas oposiciones. Se encuadraría cerca de otro de esos vocablos de reciente uso como es el de perroflauta, adjetivo muy utilizado tras el 15-M por aquellos ideológicamente opuestos a este movimiento. Son dos ejemplos de unas representaciones tan estereotipadas como fidedignas, y que nos llevan a preguntarnos si los españoles somos así realmente o si el film apuesta por llegar al humor a través de la exageración.
Otra de las cuestiones que define a Selfie es su indefinición a la hora de establecer lo que pretende con estos 85 minutos de película. Una circunstancia que se agradece en el sentido de que lleva implícita una ausencia de moralina que hace que la obra no resulte tendenciosa. Ninguno de los dos lados socio-políticos que se reflejan en Selfie resulta beneficiado por la representación que de ellos se efectúa. En todo caso, si un aspecto intenta reflejar la cinta es lo catetos que en muchas ocasiones podemos ser los españoles y lo maltrecho que está este país tanto en el sentido económico y laboral como en el ideológico. Sin embargo, este es un mensaje algo sencillo y repetitivo para una película cuyo hábil e inteligente planteamiento invitaba a alcanzar mayores cotas.
Al menos, Selfie está lejos de fracasar en otra de sus bazas: la comedia. Sin ser un humor elaborado y pese a caer en ocasiones en el chascarrillo, García León ni pretende ser políticamente correcto ni tampoco inundar de humor cada fotograma hasta pervertir la parte realista del film, lo que otorga varias escenas en las que es fácil esbozar una sonrisa quizá no tanto por la propia acción que vemos en pantalla sino porque sabemos que esta podría perfectamente suceder en la vida real. En cierta manera, este hecho nos vuelve a remitir a la principal pregunta que se desprende del visionado de Selfie: ¿ficción o realidad?
Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para Cine Maldito
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