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Críticas 35
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
14 de marzo de 2025 3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paolo Sorrentino, ese mago de la imagen que transforma Nápoles en un personaje vivo en cada una de sus películas, nos vuelve a envolver en su mundo barroco y excesivo con Parthenope. Esta vez, en lugar de retratar a la ciudad desde una perspectiva coral, enfoca su mirada en una mujer: Parthenope (Celeste Dalla Porta), inspirada en la sirena fundadora de la mitología napolitana. Pero no se dejen engañar: esto no es un simple despliegue de estilo ni un homenaje superficial a la belleza. Sorrentino nos arrastra hacia una reflexión incómoda, incluso melancólica, sobre cómo la vida y el tiempo moldean y a veces atrapan a quienes cargan con una belleza que, irónicamente, puede volverse una jaula de oro.

Desde el primer plano, Sorrentino nos regala su firma visual: composiciones que podrían colgarse en un museo pero respiran modernidad, cámaras que bailan con sensualidad y colores que oscilan entre el azul cegador del Mediterráneo y los tonos terrosos de una Nápoles decadente. La ciudad, como siempre, es protagonista. No es un decorado, sino un organismo vivo: laberintos de calles ruidosas, monumentos que huelen a historia, y esa mezcla única de caos, fe y miseria que Sorrentino ama y critica con igual pasión. Aquí no hay postales turísticas, sino una Nápoles real, con sus heridas y sus risas, contada por alguien que la conoce como la palma de su mano.

La historia de Parthenope no sigue un hilo tradicional. Avanza a saltos, como recuerdos sueltos, desde su nacimiento en 1950 hasta hoy. Este ritmo fragmentado puede descolocar a quien busque una trama lineal, pero es justo lo que Sorrentino quiere: mostrar una vida no como un camino recto, sino como un collage de momentos, encuentros y pérdidas. Como la propia Nápoles, que parece flotar en un tiempo detenido donde pasado y presente se mezclan sin avisar.

En este viaje, Parthenope se topa con personajes que son pura esencia Sorrentino: intelectuales con el alma rota, aristócratas venidos a menos, curas de moral dudosa y mafiosos que parecen salidos de un cuadro. Cada uno deja una huella en ella, aunque la protagonista misma se mantiene como un misterio. A veces cuesta entender qué piensa o qué quiere, pero esa ambigüedad la hace más humana.

Celeste Dalla Porta, en su primera película, es un descubrimiento. Su belleza no es solo un adorno: la cámara la venera, sí, pero también captura la tristeza en sus ojos, la vulnerabilidad detrás de cada gesto. Logra que Parthenope no sea solo un rostro bonito, sino una mujer que carga con el peso de existir. Una actuación sutil pero potente, necesaria para sostener una película que gira en torno a su presencia.

El guion, escrito por Sorrentino y Umberto Contarello, huye de lo convencional. Los diálogos son agudos, filosóficos, a veces hasta teatrales. Los personajes sueltan frases que podrían estar en un ensayo, pero esa artificialidad es parte del juego: Sorrentino busca poesía hasta en lo mundano. Hablan del amor, la muerte, la fugacidad de la juventud y esa pregunta que nos persigue: ¿puede la belleza traer felicidad?

La película no es perfecta. La estructura fragmentada, aunque intencional, a veces desconecta, dejando escenas que se sienten más como ideas sueltas que como partes de un todo. Y el ritmo pausado, casi contemplativo, puede probar la paciencia de algunos. Pero hasta estas imperfecciones encajan en el rompecabezas: Parthenope es cine de autor, arriesgado y sin concesiones. No quiere gustar a todos, sino sacudir, hacerte pensar (o incómodarte).

En definitiva, Sorrentino confirma que es un narrador único. Parthenope es una experiencia: un viaje sensorial por una Nápoles que duele y enamora, una reflexión sobre cómo la belleza nos define y nos limita. No es fácil, pero es de esas películas que se te clavan, como el canto de una sirena que no puedes olvidar, aunque duela.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Uno de los golpes más fuertes es el suicidio del hermano de Parthenope. No es solo una tragedia familiar: marca el fin de su inocencia. La chica radiante que veíamos al principio se apaga, y emerge una mujer que navega el duelo con una melancolía serena. Hasta detalles pequeños, como que deje de fumar, reflejan ese cambio. Es un giro doloroso, pero necesario para entender su evolución.

La antropología, su profesión, no es casual. A través de ella, Parthenope observa Nápoles como quien estudia una cultura ajena. Es un guiño de Sorrentino: igual que ella analiza su ciudad, el director la disecciona en la pantalla. Las preguntas sobre "qué es la antropología" son en realidad preguntas sobre cómo entendemos el mundo, y a nosotros mismos.

En el amor, Parthenope vive encuentros fugaces que revelan distintas facetas del deseo. Desde el amigo de la infancia que la idealiza hasta el profesor (Gary Oldman) que la rechaza para "no robarle un minuto de su juventud", cada relación muestra capas de ella y de la naturaleza humana. Esa frase de Oldman duele porque resume la obsesión de la película: el tiempo que se escapa, la juventud como bien preciado y efímero.

El final, con la celebración del Scudetto del Nápoles en 2023, parece un golpe de efecto, pero encierra mucho más. En medio de tanta decadencia, el fútbol une a la ciudad en un éxtasis colectivo. Es un homenaje a Nápoles: una ciudad rota pero vibrante, que celebra sus grietas y sus triunfos por igual. Un cierre agridulce, como la vida misma.
Flow
Letonia2024
7,3
9.436
Animación
8
13 de marzo de 2025 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Flow", esa rareza animada que llegó desde Letonia para sacudirnos como un soplo de aire fresco (o mejor dicho, de brisa marina), rompe todos los moldes de lo que esperarías de una película "de animales". Olvídate de diálogos chistosos o moralejas obvias: aquí el gato es el narrador silencioso de una odisea visual que te atrapa por los ojos y no te suelta hasta el final. Gints Zilbalodis, el cerebro detrás de esta maravilla, nos tira a la borda de un mundo inundado donde cada ola tiene algo que contarnos... si estamos dispuestos a escuchar sin palabras.

Imágenes que hablan más fuerte que mil maullidos
Hecha con Blender (¡sí, ese software gratuito que usan hasta youtubers!), "Flow" juega a contrastar paisajes que quitas el aliento con personajes de trazos sencillos. Al principio te choca: ¿por qué tanta perfección en los fondos y esos animales casi esquemáticos? Pero a los diez minutos ya estás mordiendo el anzuelo. El agua se roba el show: es espejo, es amenaza, es carretera líquida. Te descubres obsesionado con su movimiento, igual que los personajes con sobrevivir.

El elenco que nadie sabía que necesitábamos
Aquí no hay vocesitas famosas haciendo de animales. El gato protagonista (un callejero de mirada elocuente) se comunica con parpadeos, orejas giratorias y esos pasitos cautelosos que todo dueño de felino reconocerá. Su tripulación es un collage de personalidades: un perro que es puro corazón con patas, un lémur acumulador como tu tía coleccionista, un capibara zen, y un ave secretario que tiene más carisma que medio Hollywood. Cuando el pájaro extiende sus alas, juras que está a punto de dar un discurso... y lo hace, sin pronunciar palabra.

La vida como viaje (literal)
La trama suena simple: animales en balsa buscando tierra firme. Pero en pantalla se transforma en algo épico y a la vez íntimo. Cada isla que encuentran es un capítulo de ese libro de filosofía que nunca te atreviste a abrir: ¿Qué dejamos atrás al sobrevivir? ¿Cómo se construye hogar en medio del caos? Hay escenas que te clavan en la butaca: el gato enfrentándose a su reflejo en un espejo roto, la ballena que emerge como un dios marino, ese momento en que todos callan para ver caer la lluvia.

No es para todos (y está bien)
Si buscas acción frenética o respuestas claras, mejor ve otra cosa. "Flow" tiene ritmo de meditación: te pide que respires con sus planos largos, que saborees los silencios. A veces sientes que estás viendo el sueño de alguien más, algo etéreo que se te escapa entre los dedos. Pero cuando conectas... uf. Es como encontrar agua dulce en alta mar.

Lo que nadie te cuenta (y aquí sí te contamos)
(Ojo: aquí vienen spoilers que cambiarán tu forma de ver la peli)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
¿Esa escena del ave secretario elevándose hacia el cielo? Es pura poesía visual. Podrías jurar que es una metáfora de la muerte, pero también huele a renacimiento. El pájaro, rechazado por su bandada, se transforma en algo más grande que sí mismo, y el gato (nuestro avatar en pantalla) lo mira con esa mezcla de asombro y resignación que nos invade ante lo inevitable.

Y la ballena. ¡La maldita ballena! Su aparición es de esos momentos que te hacen sentir pequeño en el mejor sentido. Cuando muere, no puedes evitar un nudo en la garganta, pero luego llega la escena post-créditos: una nueva ballena emerge, y de pronto entiendes que esto no es un final, sino un latido más en el corazón del planeta.

El detalle de los reflejos es para enmarcar. Cada vez que los animales se ven en el agua o en vidrios rotos, es como si el director nos susurrara: "Oye, tú también estás en este viaje. ¿Te reconoces en lo que ves?". Y cuando al final el gato se mira en un charco, ya no es el mismo felino asustado del principio. Ha crecido, ha cambiado... ¿y nosotros?

La gran pregunta que flota sobre todo: ¿dónde diablos están los humanos? La película ni los muestra ni los nombra, pero su ausencia grita. ¿Será este el mundo que dejamos atrás? ¿Un planeta que se reinicia sin nosotros? "Flow" no da respuestas, pero te deja picando la duda como mosquito persistente.

En resumen...
"Flow" es de esas películas que te persiguen días después. No es "entretenimiento", es experiencia. Te reta a soltar el celular, a dejar que las imágenes te lleven como corriente. Y cuando termina, te quedas ahí, masticando silencios, preguntándote cuándo fue la última vez que viste algo tan honestamente hermoso. Como el propio océano de la cinta: misterioso, inquietante, y lleno de vida bajo la superficie.
26 de marzo de 2025 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que nacen con una responsabilidad añadida: no solo entretener, sino también recordar. Argentina, 1985 es una de ellas. Santiago Mitre se enfrenta a un reto mayúsculo al llevar a la pantalla el juicio a las Juntas Militares, un capítulo oscuro y doloroso de la historia argentina. El resultado es una película valiente, con momentos brillantes y otros discutibles, pero que consigue algo fundamental: mantener viva la memoria.

Ricardo Darín, en el papel del fiscal Julio Strassera, está simplemente magistral. No se limita a imitar al personaje, sino que lo reinventa con una humanidad que te hace empatizar desde el primer minuto. Strassera no es un héroe de cartón, sino un hombre normal, con dudas, miedos y un humor ácido que usa como escudo. A su lado, Peter Lanzani como Luis Moreno Ocampo aporta frescura y contraste, creando una química que da vida a la película.

El guion de Mitre y Mariano Llinás opta por incluir toques de humor, sobre todo en las escenas familiares de Strassera. Aquí es donde la película genera debate: para unos, ese humor humaniza; para otros, roza lo frívolo. Personalmente, creo que funciona como un respiro necesario en medio de tanta dureza, aunque entiendo a quienes piensan distinto.

Lo que no admite discusión es cómo te engancha. Mitre estructura el relato como un thriller judicial, con un ritmo que no decae ni en sus más de dos horas. La investigación, las presiones políticas, las amenazas… todo está hilado con maestría. Las escenas del juicio, con los testimonios de las víctimas, son durísimas pero necesarias. Laura Paredes, en el papel de Adriana Calvo de Laborde, destaca especialmente.

Eso sí, la película no está exenta de polémica. Algunas omisiones históricas, como el papel clave del presidente Raúl Alfonsín o la CONADEP, han generado críticas. También se echa de menos una mayor profundidad en los acusados, reducidos casi a figurantes. Son decisiones narrativas que simplifican la historia, quizá para hacerla más accesible, pero que dejan lagunas importantes.

Aun así, Argentina, 1985 es una película necesaria. Su mayor logro es convertir un episodio histórico en cine emocionante y conmovedor. El alegato final de Strassera, con ese "Nunca Más" que aún resuena, es pura emoción. Imperfecta, sí, pero poderosa y relevante en un mundo donde el autoritarismo sigue acechando.
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La subtrama familiar de Strassera, con su hijo menor jugando a detective, aporta momentos tiernos pero a veces se siente como un alivio demasiado ligero frente a la gravedad del juicio. En cambio, la relación con su esposa (Alejandra Flechner) da profundidad al personaje.

La escena del mentor enfermo (Norman Briski) es emotiva, aunque algunos critican la frialdad de Darín. Para mí, es justo lo contrario: muestra a un hombre agotado que elige proteger a su amigo antes que desmoronarse.

El conflicto de Moreno Ocampo con su familia militar se resuelve de forma algo apresurada, casi como un atajo narrativo. Y los acusados… bueno, aquí la película pierde la oportunidad de explorar su psicología, reduciéndolos a villanos planos.

Pero nada de eso empaña el impacto del alegato final. Darín lo borda, y ese "Nunca Más" sigue resonando mucho después de que se apaguen las luces. Una película que, con sus luces y sombras, merece ser vista.
26 de marzo de 2025 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que te golpean en el estómago y no te sueltan hasta mucho después de verla. Esta es una de ellas. Rodrigo Sorogoyen vuelve a demostrar que es un maestro a la hora de explorar las sombras del ser humano, y lo hace con una historia que, aunque se mueve en un escenario rural gallego, tiene la fuerza de un western salvaje y la tensión de un thriller psicológico.

Antoine y Olga son una pareja francesa que decide empezar de cero en un pueblo perdido de Galicia. Su sueño es simple: rehabilitar casas abandonadas, trabajar la tierra y vivir en armonía con la naturaleza. Pero lo que para ellos es un proyecto ilusionante, para algunos vecinos es una invasión. Los hermanos Xan y Lorenzo Anta, especialmente Xan, ven a estos “franchutes” como una amenaza. No entienden su negativa a vender sus tierras para un proyecto eólico que, para ellos, sería la salida a una vida de frustraciones. Y así, lo que empieza como un roce incómodo se convierte en una guerra sorda, donde las miradas matan más que las palabras y cada encuentro es una bomba a punto de estallar.

Sorogoyen maneja la tensión como nadie. No hace falta que pasen cosas todo el rato para que sientas que algo terrible está a punto de ocurrir. Los silencios pesan, las conversaciones en el bar del pueblo son campos de minas, y el paisaje gallego, tan hermoso como opresivo, parece alimentar la rabia que se va acumulando. La fotografía de Álex de Pablo es espectacular, pero no en el sentido bonito de postal, sino en ese modo en que te hace sentir el frío, la humedad y la hostilidad del lugar.

Los actores están todos increíbles. Denis Ménochet da vida a un Antoine que parece un gigante tranquilo, pero con una vulnerabilidad que se va filtrando poco a poco. Marina Foïs, como Olga, es pura determinación en estado puro, una mujer que observa todo con calma pero que no se deja intimidar. Y luego está Luis Zahera. Dios mío, qué interpretación. Su Xan es un monstruo, pero de esos que dan miedo porque podrían existir en la vida real. Cada vez que aparece en pantalla, te quedas tieso. No es un villano de cartón, sino un tipo lleno de resentimiento, capaz de justificar cualquier barbaridad con una sonrisa.

Lo más interesante es que la película no pinta a los vecinos como malos sin matices. Sí, son brutos, sí, son violentos, pero también se entiende (sin justificarlos) por qué están tan amargados. Hay una escena en el bar, después de unas copas, donde todo sale a la luz: el abandono, la envidia, la sensación de que el mundo les ha dado la espalda. Es una conversación que duele porque refleja un conflicto real, de esos que no tienen solución fácil.

Eso sí, la película da un giro radical en la segunda parte, y aquí es donde puede dividir a la gente. Sin spoilear demasiado, digamos que el enfoque cambia, y lo que era un thriller de tensión creciente se transforma en algo más lento, más introspectivo. A algunos les puede parecer que pierde fuelle, pero para mí es justo lo contrario: es donde la historia gana profundidad, donde vemos que esto no va solo de venganza, sino de resistencia, de cómo seguir adelante cuando todo se ha ido al infierno.

La música de Olivier Arson acompaña perfectamente ese clima de amenaza constante, con unos tambores que suenan como latidos de algo malo que se acerca. Y el final… bueno, el final es de esos que te dejan pensando. No es redondo, no es catártico, pero es coherente con todo lo que hemos visto antes.

En resumen: Donde la Tierra Sangra Resentimiento es cine adulto, de esos que te remueven por dentro. No es una película fácil, ni cómoda, pero es una de las mejores cosas que he visto en mucho tiempo. Sorogoyen no solo confirma que es uno de los directores más interesantes del cine español, sino que nos regala una historia que se te queda clavada, como una espina.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Si hay algo que demuestra lo valiente que es esta película, es cómo trata el personaje de Antoine. Cuando desaparece de golpe, tras esa escena durísima en el bosque, te quedas helado. No es solo que lo maten, es cómo lo hacen: sin heroicidades, sin un último gesto épico, solo pura brutalidad. Y entonces la película cambia por completo. Ya no es la historia de una pareja, sino la de Olga sola, decidida a quedarse en ese infierno porque, en algún sentido, es lo único que le queda.

La subtrama de la cámara es genial porque juega con nuestras expectativas. Todo el tiempo piensas: “Cuando encuentren las grabaciones, se acaba el juego”. Pero no. La cámara está rota, las imágenes son inútiles, y la justicia no llega. Es frustrante, pero también muy real. A veces la vida no te da satisfacciones fáciles.

El enfrentamiento final entre Olga y la madre de los Anta es puro teatro. No hay gritos, no hay golpes, solo dos mujeres que saben más de lo que dicen. Y cuando Olga decide quedarse, cultivar esa tierra maldita, es como si ganara sin necesidad de sangre. No es un final feliz, pero es poderoso. Porque al final, lo que queda no es la venganza, sino la terquedad de seguir en pie, aunque el mundo entero te diga que te marches.
23 de marzo de 2025 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vamos a hablar de Nr. 24, una joya noruega del 2024 que te atrapa sin avisar. Si te mola la Segunda Guerra Mundial pero estás hasta el moño de las típicas pelis de soldados y balas, esto es otro rollo. Aquí no hay tanques ni discursos épicos: es la historia real de Gunnar Sønsteby, un tío normal que se convirtió en leyenda de la resistencia noruega. La tienes en Netflix, así que no hay excusa. Los críticos internacionales se han vuelto locos con ella, y cuando la veas, entenderás por qué.

La peli juega con dos tiempos: el presente, con un Sønsteby viejo (Erik Hivju, que está bestial) contando su pasado a unos estudiantes, y el pasado, donde un Sjur Vatne Brean (este chaval tiene futuro) nos muestra cómo un chico de pueblo acabó liderando un grupo clandestino que jodió bastante a los nazis. Al principio, puede que te cueste seguir el ritmo, porque salta de una época a otra, pero cuando todo encaja… ¡zas! Te das cuenta de que la estructura es una pasada. Eso sí, no esperes héroes perfectos: aquí se ve lo sucio de la guerra. Asesinatos, colaboradores eliminados… ¿Hasta dónde está justificado llegar por la libertad? Vaya pregunta, ¿eh?

El director, John Andreas Andersen, que antes hacía pelis de terremotos, aquí se marca un cambio radical. Nada de efectos especiales ni escenas de acción exageradas. Todo es tensión contenida, miradas que lo dicen todo, y planos de Noruega que dan ganas de mudarse allí (aunque estén ocupados por nazis). Tiene un estilo frío, muy escandinavo, pero que te engancha. Las escenas de sabotaje son puro nervio: te muerdes las uñas sin que pase nada espectacular, solo gente normal arriesgándolo todo. Algunos dirán que es lenta, pero para mí, eso es lo bueno.

Los actores… ¡hostia, qué bien están! Brean, como el Gunnar joven, tiene ese punto de chico corriente que se transforma en líder sin perder humanidad. Y Hivju, de mayor, transmite esa mezcla de orgullo y remordimiento que te hace pensar: "Este tío ha vivido cosas". Parecen el mismo personaje, aunque sean dos actores distintos. Los secundarios cumplen, pero esta es la historia de Gunnar, y ellos lo saben.

El guion, oye, no te aburre ni un segundo. Los diálogos son naturales, sin rollos patrióticos ñoños. Te plantea cosas como: "¿Vale la pena matar por la libertad?" o "¿Cómo se vive después de hacer lo que hicieron?". Y el giro final… bueno, mejor no spoilear, pero es de esos que te dejan con la boca abierta y revisando mentalmente toda la peli. Eso sí, si buscas lágrimas fáciles o discursos inspiradores, aquí no. Es más cruda, más real.

Y técnicamente, flipas. Los paisajes noruegos están filmados con una luz que parece de cuadro, y la banda sonora… ¡toma ya! Usan Exit Music de Radiohead en un momento clave, y te pone la piel de gallina. Minimalista, pero perfecta para la historia.

En resumen:
Nr. 24 es de esas pelis que no gritan, pero se te quedan grabadas. No es perfecta: el principio es un poco lío, y si vas buscando acción frenética, te aburrirás. Pero si te gustan las historias humanas, con personajes que respiran y dilemas que te persiguen después de apagar la tele, esta es tu peli. Y ojo, que te hace pensar: ¿qué hubieras hecho tú en su lugar?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Lo del final, cuando la estudiante le pregunta al viejo Gunnar si conoció a su abuelo y él dice que no… ¿miente? ¿O quiere olvidar? Esa ambigüedad es genial. Una crítica alemana dice que así se humaniza a los héroes: mostrando que también tienen cosas que esconder. Para mí, ese detalle le da una profundidad que pocas pelis bélicas tienen. ¡Y la escena con la nieta! ¿Fue real o un invento? Da igual, porque te deja con la mosca detrás de la oreja.
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