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Críticas ordenadas por utilidad
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8,0
75.294
6
29 de octubre de 2019
29 de octubre de 2019
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Poco se le puede reprochar a 'Joker' en términos meramente formales. La fotografía, a cargo de Lawrence Sher, apagada y de tonos ocres, sucia, presenta un Gotham decadente y en su mayor (y miserable) esplendor; la partitura de Hildur Guðnadóttir, oscura y trágica, sirve perfectamente como acompañamiento del drama que se muestra, y la puesta en escena, aunque poco arriesgada, es más que correcta.
No está tan claro, sin embargo, el discurso que Todd Phillips pretende trasladar en su, hasta ahora, mayor éxito. Porque si los conflictos, el social y el personal, están bien definidos, chirrían a la hora de retroalimentarse. En su afán porque el público empatice y se apiade del supervillano –abusando del primer plano–, el director legitima, de alguna forma, las acciones de un delincuente. Un enfermo, sí, pero, también, un criminal cuya forma de proceder se termina normalizando.
Esa superposición de problemas, el recíproco y el reflexivo, dejan ver sus costuras cuando pasan a ser meras excusas para entender el comportamiento de nuestro carismático antihéroe. Lejos de complementarse, ambas capas funcionan mejor por separado. Una, la ciudad, como escenario; la otra, Arthur Fleck, como verdadero sujeto de análisis. Sobre el supuesto mensaje (?) político, ni me pronuncio porque resulta, incluso, infantil.
Han sido frecuentes, a raíz de esto último, las comparaciones con 'Taxi Driver'. Intuyo que, en un principio, que Martin Scorsese formase parte del proyecto ha tenido algo que ver. No obstante, en la cinta que protagoniza Joaquin Phoenix la metrópolis es solo un decorado; en el filme que encabeza Robert De Niro –quien, curiosamente, también aparece en 'The King of Comedy'–, ese Nueva York degenerado y preciosista es casi un apéndice del trastornado Travis Bickle.
Tampoco es novedosa la historia, la de un ser manipulable que, apartado por una sociedad marchita, indolente y en una crisis de valores en aceleración, decide abandonarse al nihilismo más feroz en una espiral de violencia inacabable. Lo hemos visto una y mil veces. Y aquí, a pesar de la pretendida complejidad, no se ahonda más que de pasada y con trazo grueso en la psique del protagonista.
Sí me gustan de 'Joker', al contrario, ciertos gags, más por mérito de un inspirado Phoenix que del propio Phillips, quien, en ocasiones, peca de efectista, por ejemplo, en la utilización de la música. Y no digo que no case bien con la historia, pero, precisamente, cuanto más se divierte el director y menos trata de trascender, es cuando mejor funciona una película que no debería(mos) haberse(nos) tomado tan en serio.
No está tan claro, sin embargo, el discurso que Todd Phillips pretende trasladar en su, hasta ahora, mayor éxito. Porque si los conflictos, el social y el personal, están bien definidos, chirrían a la hora de retroalimentarse. En su afán porque el público empatice y se apiade del supervillano –abusando del primer plano–, el director legitima, de alguna forma, las acciones de un delincuente. Un enfermo, sí, pero, también, un criminal cuya forma de proceder se termina normalizando.
Esa superposición de problemas, el recíproco y el reflexivo, dejan ver sus costuras cuando pasan a ser meras excusas para entender el comportamiento de nuestro carismático antihéroe. Lejos de complementarse, ambas capas funcionan mejor por separado. Una, la ciudad, como escenario; la otra, Arthur Fleck, como verdadero sujeto de análisis. Sobre el supuesto mensaje (?) político, ni me pronuncio porque resulta, incluso, infantil.
Han sido frecuentes, a raíz de esto último, las comparaciones con 'Taxi Driver'. Intuyo que, en un principio, que Martin Scorsese formase parte del proyecto ha tenido algo que ver. No obstante, en la cinta que protagoniza Joaquin Phoenix la metrópolis es solo un decorado; en el filme que encabeza Robert De Niro –quien, curiosamente, también aparece en 'The King of Comedy'–, ese Nueva York degenerado y preciosista es casi un apéndice del trastornado Travis Bickle.
Tampoco es novedosa la historia, la de un ser manipulable que, apartado por una sociedad marchita, indolente y en una crisis de valores en aceleración, decide abandonarse al nihilismo más feroz en una espiral de violencia inacabable. Lo hemos visto una y mil veces. Y aquí, a pesar de la pretendida complejidad, no se ahonda más que de pasada y con trazo grueso en la psique del protagonista.
Sí me gustan de 'Joker', al contrario, ciertos gags, más por mérito de un inspirado Phoenix que del propio Phillips, quien, en ocasiones, peca de efectista, por ejemplo, en la utilización de la música. Y no digo que no case bien con la historia, pero, precisamente, cuanto más se divierte el director y menos trata de trascender, es cuando mejor funciona una película que no debería(mos) haberse(nos) tomado tan en serio.

8,0
74.598
9
19 de abril de 2020
19 de abril de 2020
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Podrá gustar más o menos que otras de sus películas, pero todo el cine de Woody Allen está encapsulado en 'Annie Hall', un contenedor donde el cineasta neoyorquino vierte todas sus inquietudes, buenas y malas. La cinta trata de ser una radiografía de todas las fases por las que camina una relación, desde el encuentro hasta la ruptura, un trayecto lleno de altibajos. Está todo aquí, sus neuras y pasiones –esta vez me ha sorprendido su apego por su ciudad natal (más, incluso, que en 'Manhattan'), uno de los muchos detonantes que hacen saltar por los aires el vínculo entre Alvy y Annie–, en una cinta agridulce, referente de otros dramas románticos –tanto temática como estéticamente–.
Asegura el álter ego del de Brooklyn, casi hacia el final del filme, que "uno trata de que las cosas salgan perfectas en el arte porque es muy difícil en la vida real". Sin embargo, esa disección del noviazgo en su séptimo largometraje dista mucho de dicho punto de vista. La asunción de esa contradicción, su sinceridad, es, quizás, lo que eleva a 'Annie Hall' hasta el podio de su filmografía.
Asegura el álter ego del de Brooklyn, casi hacia el final del filme, que "uno trata de que las cosas salgan perfectas en el arte porque es muy difícil en la vida real". Sin embargo, esa disección del noviazgo en su séptimo largometraje dista mucho de dicho punto de vista. La asunción de esa contradicción, su sinceridad, es, quizás, lo que eleva a 'Annie Hall' hasta el podio de su filmografía.

6,7
14.093
7
10 de febrero de 2022
10 de febrero de 2022
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Superado el (falso) mantra de que cualquier tiempo pasado fue mejor, Kenneth Branagh trata de mostrar su infancia en la Belfast de 1969 a través de retazos de una memoria, la suya, más o menos edulcorada, pero siempre sincera y vitalista. Porque la película, desde luego, está más interesada en contar la vida temprana del director –sus lazos familiares, problemas asociados a la niñez (donde, la mayoría de las veces, no entiendes absolutamente nada de lo que sucede a tu alrededor) y los vínculos que le ataban a la capital de Irlanda del Norte– que en ser una lección de Historia o un tratado sobre aquello que se denominó 'The Troubles'.
Y si alguien pensaba que 'Belfast' iba a ser algo semejante a ''71', 'Hunger' o 'In the Name of the Father', estaba muy equivocado. Pudiendo elegir, ¿a quién le interesa rescatar del pasado lo peor de un conflicto fratricida, que se alargó durante casi tres décadas, en lugar de redibujar la etapa preadolescente, de charlas con los abuelos, romances inocentes, fútbol en la calle y tardes pegado al televisor devorando 'The Man Who Shot Liberty Valance' o 'High Noon'? Todo ello, además, al ritmo que marca la música de Van Morrison, contrapunto de la negrura moral e industrial del Úlster.
La cinta –en la que sobresale una magnífica Judi Dench– también es un homenaje a la actual ciudad y, como bien se encarga de mostrar el propio Branagh antes de los créditos, a los que tuvieron que partir y a los que se quedaron. Una suerte de redención consigo mismo, sus vecinos y demás compatriotas, una vez comprobado que en Belfast, como en París un año antes y también en otras revueltas, bajo los adoquines no había arena de playa.
Y si alguien pensaba que 'Belfast' iba a ser algo semejante a ''71', 'Hunger' o 'In the Name of the Father', estaba muy equivocado. Pudiendo elegir, ¿a quién le interesa rescatar del pasado lo peor de un conflicto fratricida, que se alargó durante casi tres décadas, en lugar de redibujar la etapa preadolescente, de charlas con los abuelos, romances inocentes, fútbol en la calle y tardes pegado al televisor devorando 'The Man Who Shot Liberty Valance' o 'High Noon'? Todo ello, además, al ritmo que marca la música de Van Morrison, contrapunto de la negrura moral e industrial del Úlster.
La cinta –en la que sobresale una magnífica Judi Dench– también es un homenaje a la actual ciudad y, como bien se encarga de mostrar el propio Branagh antes de los créditos, a los que tuvieron que partir y a los que se quedaron. Una suerte de redención consigo mismo, sus vecinos y demás compatriotas, una vez comprobado que en Belfast, como en París un año antes y también en otras revueltas, bajo los adoquines no había arena de playa.

8,2
31.427
8
7 de julio de 2021
7 de julio de 2021
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que comienza siendo un noir de manual, un whodunit con una estética, eso sí, extraordinaria, de esas que solo Orson Welles puede concebir, termina desembocando en un estudio psicológico de personajes –un poco al estilo Hitchcock, macguffin incluido– enmarcado en una realidad dual –poli bueno vs poli malo; Estados Unidos vs México; día vs noche; pasado vs presente– donde todas las capas que lo conforman batallan cada una en su plano particular sin una vencedora clara.
Es, precisamente, esto último, los grises de (casi) todos los personajes, lo que eleva a 'Touch of Evil' al Olimpo del cine negro. Porque de esto también hay bastante, empezando por los bajos fondos de las ciudades fronterizas en que está ambientada, pasando por los ambientes sórdidos de drogas, secuestros, bandas y cierta crítica hacia una juventud –o estética– y comportamientos en auge por aquel entonces.
Charlton Heston y el propio Welles, además, son los protagonistas de una pelea encarnizada –no solo en el plano interpretativo– entre el idealismo del primero frente al pragmatismo y cinismo del segundo. Lo mejor: que ambos logran imponerse. Uno, derrotando a su rival y logrando limpiar su imagen; otro, trascendiendo en forma de recuerdo a través de los ojos llorosos y la voz trémula de Marlene Dietrich.
Es, precisamente, esto último, los grises de (casi) todos los personajes, lo que eleva a 'Touch of Evil' al Olimpo del cine negro. Porque de esto también hay bastante, empezando por los bajos fondos de las ciudades fronterizas en que está ambientada, pasando por los ambientes sórdidos de drogas, secuestros, bandas y cierta crítica hacia una juventud –o estética– y comportamientos en auge por aquel entonces.
Charlton Heston y el propio Welles, además, son los protagonistas de una pelea encarnizada –no solo en el plano interpretativo– entre el idealismo del primero frente al pragmatismo y cinismo del segundo. Lo mejor: que ambos logran imponerse. Uno, derrotando a su rival y logrando limpiar su imagen; otro, trascendiendo en forma de recuerdo a través de los ojos llorosos y la voz trémula de Marlene Dietrich.

8,1
17.917
8
4 de marzo de 2021
4 de marzo de 2021
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Roberto Rossellini sabe de primera mano que la guerra desdibuja cualquier tipo de frontera, tanto geográfica como ideológica, y es ese, acertadamente, el punto de partida que elige para su 'Roma città aperta', un crisol de estilos y personajes en el que se funden la ciudad más tradicional con las técnicas cinematográficas más modernas y rupturistas, y también ciudadanos tan dispares como un cura con uno de los líderes comunistas de la Resistenza.
Esa miscelánea de procedimientos y personalidades, lejos de deformar el conjunto lo enriquece porque ambas corrientes comparten una misma meta, esto es la emancipación total en todos los sentidos posibles. Solo así podemos asistir a la conjunción del "viejo" cine con el "nuevo" cine –que, de alguna manera, anticipa la nouvelle vague–, de la que es protagonista Anna Magnani en sus propias carnes con una carrera y grito ahogado de libertad que forman parte de una escena antológica, y a la unión de los polos opuestos del pensamiento.
Por eso, en el contexto caótico del sinsentido de la Segunda Guerra Mundial, somos testigos de las cotas de dignidad –y traición– que puede alcanzar el ser humano. Así, un ateo prefiere que le case un sacerdote antes que un fascista, un oficial de las SS asume su derrota moral poco antes de que el enemigo muera casi en sus manos o la Iglesia y Marx deciden colaborar por un bien común. Esto solo puede suceder ahí, en la ciudad eterna, donde el silbido de los niños es capaz de imponerse –al menos durante unos segundos– al de las balas.
Esa miscelánea de procedimientos y personalidades, lejos de deformar el conjunto lo enriquece porque ambas corrientes comparten una misma meta, esto es la emancipación total en todos los sentidos posibles. Solo así podemos asistir a la conjunción del "viejo" cine con el "nuevo" cine –que, de alguna manera, anticipa la nouvelle vague–, de la que es protagonista Anna Magnani en sus propias carnes con una carrera y grito ahogado de libertad que forman parte de una escena antológica, y a la unión de los polos opuestos del pensamiento.
Por eso, en el contexto caótico del sinsentido de la Segunda Guerra Mundial, somos testigos de las cotas de dignidad –y traición– que puede alcanzar el ser humano. Así, un ateo prefiere que le case un sacerdote antes que un fascista, un oficial de las SS asume su derrota moral poco antes de que el enemigo muera casi en sus manos o la Iglesia y Marx deciden colaborar por un bien común. Esto solo puede suceder ahí, en la ciudad eterna, donde el silbido de los niños es capaz de imponerse –al menos durante unos segundos– al de las balas.
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