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5,9
33.303
8
17 de febrero de 2018
17 de febrero de 2018
34 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
En cierto momento de la película, el personaje de la hermana pequeña del rey T’Challa, Shuri, le dice a su hermano que porque algo funcione, no quiere decir que no se pueda mejorar. Y esta frase bien podría ser el paradigma que resuma los diez años que Marvel Studios nos lleva entregando su universo cinematográfico. Desde Iron Man hasta Los Vengadores y llegando hasta los Guardianes de la Galaxia y más allá, Marvel ha redefinido constantemente el “género” de superhéroes y, permíteme las comillas, pero es que la hibridación entre géneros es una de las claves. Black Panther lo consigue de nuevo con una película sobre dramas monárquicos, África, el racismo, la colonización, la esclavitud, James Bond y los superhéroes. Y lo logra fantásticamente bien.
Alejándose del constante humor de otras propuestas de Marvel (que a algunos les enerva y a mí me encanta), el director Ryan Coogler (responsable de Creed) lleva a la gran pantalla al personaje creado por Stan Lee y Jack Kirby, dos genios que lograron hablar sobre problemas reales a través de mundos ficticios y, con Black Panther, crearon una mitología propia con la que acercar África a los chavales que leían cómics. Este mismo hallazgo lo consigue Coogler con un casting, una historia y un guion que nos presentan a Wakanda como una clave más del Universo Marvel y lo hace en una época donde resulta más que necesario.
Como bien dice T’Challa ante la ONU, en estos tiempos, los sabios construyen puentes y los necios barreras. Dicho comentario, tan extrapolable a nuestra actualidad (con charlatanes convertidos en presidentes y un mundo que los sufre) se percibe en Black Panther ya sea hablando del secuestro de mujeres en África, el contrabando de recursos del Tercer Mundo, el racismo en Estados Unidos, la crisis de los refugiados, la dificultad de cambiar el mundo… Temas que no parecen propios del género de superhéroes, pero que Coogler y Joe Robert Cole tocan en su guion con una facilidad inusitada, en medio de sus dramas dinásticos y sus aventuras cómiqueras.
Por mucho que la “crítica especializada” española hable de una película sobre orígenes, en realidad, Black Panther es una pieza que continúa y desarrolla el Universo Marvel. Ya conocimos a T’Challa en Capitán América: Civil War, en la cual ya tenía un arco de evolución sobre la venganza y lo que supone ser un nuevo héroe. Aquí se habla de cómo T’Challa debe asumir ser un héroe, pero también un rey y saber que ya no tendrá a su padre a su lado. Y Chadwick Boseman consigue, en todo momento, que empaticemos con su personaje, desde los descubrimientos personales que hace hasta en su rol como esperanza de su pueblo y sus debates sobre qué es y qué no es lícito a la hora de ayudar al mundo.
En medio de tanto “drama”, también hay lugar para la aventura al estilo James Bond, con la fantástica Shuri (Letitia Wright, a la que hemos visto recientemente en Black Mirror) encarnando a una especie de Q o de Lucius Fox, y un Black Panther que se transforma en todo un agente secreto, que cuenta siempre con su guardaespaldas Okoye (una Danai Gurira heredera de la gran Grace Jones) y la espía Nakia (Lupita Nyong’o).
Como veis, el pulp de los cómics funciona, pero también los roles de la mujer. A diferencia de otras películas de superhéroes, aquí hay numerosas mujeres y todas hacen algo, siendo roles importantes dentro de la función, como el de la propia madre de T’Challa: Ramonda (una Angela Bassett que ojalá hubiera sido Tormenta en los X-Men). Y es que, en general, todo el reparto está lleno de estrellas (muchísimas como para ser citadas todas aquí) y es fantástico, desde los breves papeles de Forest Whitaker como Zuri, Andy Serkis como el vicioso Klaue (que ya conocimos en La Era de Ultrón), Martin Freeman como un estupendo Everett Ross, Winston Duke como el rey M'Baku o Daniel Kaluuya como W’Kabi, hasta llegar a un villano bastante interesante como es: Erik Killmonger, un Michael B. Jordan que se libra de la condena de haber sido la Antorcha Humana en cierto reboot olvidado e interpreta a un “villano” orgulloso, muy interesante. A menudo, el público se queja de los villanos de Marvel y aquí se nota que hay cierto deseo de romper lo habitual: la película comienza con el padre del villano narrándole a su hijo qué es Wakanda, el villano está devorado por la venganza y por todo lo que ha perdido y su deseo de ver arder el mundo y tomar lo que es suyo puede ser creíble; empatizamos con él, con ese chaval que no puede llorar porque sabe que el destino de todos es morir. Además, posee una de las mejores escenas finales del Universo Marvel.
Puede que las dos horas de acción y aventuras resulten aburridas para algunos espectadores, pero, para mí, cumple gratamente, porque desarrolla a sus personajes. Sí, todos esperamos cómo retorna cierto personaje y nos imaginamos el final desde que la película nos da algunos indicios, pero si nos alejamos de la parte más fría del proceso analítico del guion y los arcos argumentales, es entretenida, es divertida y nos cuenta algo muy importante: cómo debemos decidir trascender el legado para convertirnos en lo que debemos ser, cómo debemos convertirnos en ejemplo en tiempos oscuros y cómo debemos tender puentes cuando otros quieren quemarlos.
Considero que es loable que Black Panther, en dos horas, nos presente tantísima mitología sobre el personaje y lo haga de un modo natural, poco forzado. Nada se siente excesivamente esquemático, recargado y es un placer que T’Challa no se convierta en el típico superhéroe que vemos surgir de un modo que va de A a B sin más. Hay muchos personajes a su alrededor, hay mucho del misticismo de los suyos, hay muchas claves y potenciales hechos a desarrollar en futuras películas. Sin duda (y como se confirma en las dos escenas tras los créditos), Wakanda jugará un papel muy importante en Los Vengadores: Infinity War (cuyo tráiler ya impacta con solo verlo en la gran pantalla, imaginemos la película...).
Alejándose del constante humor de otras propuestas de Marvel (que a algunos les enerva y a mí me encanta), el director Ryan Coogler (responsable de Creed) lleva a la gran pantalla al personaje creado por Stan Lee y Jack Kirby, dos genios que lograron hablar sobre problemas reales a través de mundos ficticios y, con Black Panther, crearon una mitología propia con la que acercar África a los chavales que leían cómics. Este mismo hallazgo lo consigue Coogler con un casting, una historia y un guion que nos presentan a Wakanda como una clave más del Universo Marvel y lo hace en una época donde resulta más que necesario.
Como bien dice T’Challa ante la ONU, en estos tiempos, los sabios construyen puentes y los necios barreras. Dicho comentario, tan extrapolable a nuestra actualidad (con charlatanes convertidos en presidentes y un mundo que los sufre) se percibe en Black Panther ya sea hablando del secuestro de mujeres en África, el contrabando de recursos del Tercer Mundo, el racismo en Estados Unidos, la crisis de los refugiados, la dificultad de cambiar el mundo… Temas que no parecen propios del género de superhéroes, pero que Coogler y Joe Robert Cole tocan en su guion con una facilidad inusitada, en medio de sus dramas dinásticos y sus aventuras cómiqueras.
Por mucho que la “crítica especializada” española hable de una película sobre orígenes, en realidad, Black Panther es una pieza que continúa y desarrolla el Universo Marvel. Ya conocimos a T’Challa en Capitán América: Civil War, en la cual ya tenía un arco de evolución sobre la venganza y lo que supone ser un nuevo héroe. Aquí se habla de cómo T’Challa debe asumir ser un héroe, pero también un rey y saber que ya no tendrá a su padre a su lado. Y Chadwick Boseman consigue, en todo momento, que empaticemos con su personaje, desde los descubrimientos personales que hace hasta en su rol como esperanza de su pueblo y sus debates sobre qué es y qué no es lícito a la hora de ayudar al mundo.
En medio de tanto “drama”, también hay lugar para la aventura al estilo James Bond, con la fantástica Shuri (Letitia Wright, a la que hemos visto recientemente en Black Mirror) encarnando a una especie de Q o de Lucius Fox, y un Black Panther que se transforma en todo un agente secreto, que cuenta siempre con su guardaespaldas Okoye (una Danai Gurira heredera de la gran Grace Jones) y la espía Nakia (Lupita Nyong’o).
Como veis, el pulp de los cómics funciona, pero también los roles de la mujer. A diferencia de otras películas de superhéroes, aquí hay numerosas mujeres y todas hacen algo, siendo roles importantes dentro de la función, como el de la propia madre de T’Challa: Ramonda (una Angela Bassett que ojalá hubiera sido Tormenta en los X-Men). Y es que, en general, todo el reparto está lleno de estrellas (muchísimas como para ser citadas todas aquí) y es fantástico, desde los breves papeles de Forest Whitaker como Zuri, Andy Serkis como el vicioso Klaue (que ya conocimos en La Era de Ultrón), Martin Freeman como un estupendo Everett Ross, Winston Duke como el rey M'Baku o Daniel Kaluuya como W’Kabi, hasta llegar a un villano bastante interesante como es: Erik Killmonger, un Michael B. Jordan que se libra de la condena de haber sido la Antorcha Humana en cierto reboot olvidado e interpreta a un “villano” orgulloso, muy interesante. A menudo, el público se queja de los villanos de Marvel y aquí se nota que hay cierto deseo de romper lo habitual: la película comienza con el padre del villano narrándole a su hijo qué es Wakanda, el villano está devorado por la venganza y por todo lo que ha perdido y su deseo de ver arder el mundo y tomar lo que es suyo puede ser creíble; empatizamos con él, con ese chaval que no puede llorar porque sabe que el destino de todos es morir. Además, posee una de las mejores escenas finales del Universo Marvel.
Puede que las dos horas de acción y aventuras resulten aburridas para algunos espectadores, pero, para mí, cumple gratamente, porque desarrolla a sus personajes. Sí, todos esperamos cómo retorna cierto personaje y nos imaginamos el final desde que la película nos da algunos indicios, pero si nos alejamos de la parte más fría del proceso analítico del guion y los arcos argumentales, es entretenida, es divertida y nos cuenta algo muy importante: cómo debemos decidir trascender el legado para convertirnos en lo que debemos ser, cómo debemos convertirnos en ejemplo en tiempos oscuros y cómo debemos tender puentes cuando otros quieren quemarlos.
Considero que es loable que Black Panther, en dos horas, nos presente tantísima mitología sobre el personaje y lo haga de un modo natural, poco forzado. Nada se siente excesivamente esquemático, recargado y es un placer que T’Challa no se convierta en el típico superhéroe que vemos surgir de un modo que va de A a B sin más. Hay muchos personajes a su alrededor, hay mucho del misticismo de los suyos, hay muchas claves y potenciales hechos a desarrollar en futuras películas. Sin duda (y como se confirma en las dos escenas tras los créditos), Wakanda jugará un papel muy importante en Los Vengadores: Infinity War (cuyo tráiler ya impacta con solo verlo en la gran pantalla, imaginemos la película...).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En definitiva, el mayor problema que Black Panther presenta finalmente para el espectador es que T’Challa no sea un personaje real y no existan personajes como él en la realidad que ayuden a hacer de este mundo un lugar mejor. Han pasado muchos años desde que superhéroes negros llegasen a nuestras pantallas (¿Blade es un superhéroe? Como curiosidad, Wesley Snipes quiso interpretarlo en los '90... ¿Alguien recuerda a Steel?), hemos tenido grandes personajes como Máquina de Guerra, el Halcón o Nick Furia, pero necesitábamos una película donde el superhéroe negro fuese el protagonista y se convirtiese en un modelo para una nueva generación. La diversidad, la representación, no es una enemiga a la hora de contar buenas historias. Lo mejor de Pantera Negra es que, como los mejores superhéroes, puede ser un gran ejemplo y es un logro que cualquier espectador sea de la raza, condición o sexo que sea, halle en un personaje tan noble un modelo. Por tanto, entonemos un: ¡larga vida al rey de Wakanda!
Publicada originalmente en: https://goo.gl/5v2pMA
Publicada originalmente en: https://goo.gl/5v2pMA
9
4 de octubre de 2013
4 de octubre de 2013
23 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ray Bradbury escribió Calidoscopio, uno de sus mejores relatos, recogido en la antología El Hombre Ilustrado. En este cuento, un grupo de astronautas queda a la deriva en el espacio y piensa lo que será de ellos mientras se acercan a la atmósfera de la Tierra, donde se desintegrarán. Contiene lo mejor de Ray Bradbury, incluyendo uno de los finales más hermosos de la literatura.
Alfonso y Jonás Cuarón, los responsables del guion de Gravity, quizás leyeron esta obra para inspirarse en la odisea espacial que han tramado a partir de una historia sobre agonía, que nos recuerda a films como la injustamente olvidada El salario del miedo, donde sus personajes estaban al borde de la muerte y la oportunidad de escapar era casi imposible.
A partir de los astronautas convertidos en náufragos de ese océano infinito que es el sol, Alfonso Cuarón nos relata en realidad una historia de superación, de un personaje que debe aceptar su destino y superar su pasado, convirtiéndose en un espejo de lo que debe ser la humanidad: un héroe. Para ello tenemos a ese hacedor de historias que es Matt Kowalsky (George Clooney) y la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock, sobre la que recae el peso o la gravedad de toda la obra).
Hay un personaje más en la obra, además de las voces de la radio o la misma muerte con la que se encuentran de cara. ¿Quién? Ese espacio profundo y aterrador, plagado de estrellas y peligros. En él, unos humanos que son el culmen de su especie resultan ser lo más pequeño y aparentemente insignificante de la creación. Stone y Kowalsky se enfrentan a la adversidad de un lugar misterioso e indescriptible como es el universo, pero también se enfrentan a todo aquello que llevan dentro y a su lado más humano.
Y qué bien lo hace el director Alfonso Cuarón para contarnos estos. No solo a través de su cuidada fotografía que ya había demostrado en Harry Potter y el Prisionero de Azkaban o esa obra maestra que es Hijo de los hombres, sino también porque es el primer director de cine que me demuestra que el 3D puede servir para algo, que puede emocionar y ser parte del mensaje de la trama. Alfonso Cuarón recuerda que la técnica es importante, pero también el contenido, lo que realmente emociona: esas lágrimas que vuelan a la nada, por ejemplo.
Gravity resulta más emocionante por su vertiente humana en el uso del 3D que cualquier otra película que un servidor haya visto utilizando esta técnica. ¿Un ejemplo? Esa astronauta girando y asfixiándose en un espacio inmenso y terrible, pronto consigue transmitir su agonía al espectador.
Además, el 3D alcanza cotas impresionantes desde el inicio, cuando Cuarón se toma su tiempo presentándonos la magnificencia de la Tierra y a unos personajes enfrentándose a una auténtica odisea en el espacio. Cuarón no tarda en asustarnos cuando lo desea, lanzándonos fragmentos de satélites a la cara, nos recuerda lo poco que somos si nos asustamos y los grandes que llegamos a hacer si nos levantamos.
El director mexicano nos mete dentro del casco de astronauta y desde él vemos esa inmensidad (excelentes planos subjetivos) y sufrimos desde el comienzo porque sabemos que nada puede salir bien a menos que nos superemos a nosotros mismos. No es raro que el espectador se sienta como si hubiera viajado al espacio una vez ve desde dentro del cristal este hermoso y cruel universo, que no es más que un reflejo de nosotros mismos.
Si nos quedásemos con la excelente fotografía, los impactantes efectos especiales, el espectacular y dramático 3D o el sobresaliente sentido del sonido (los silencios, la música, la radio…), no estaríamos siendo justos con Gravity. Esta película es algo más: se convierte en una obra donde la soledad, el miedo y las ansias de superación juegan un papel determinante en diversas escenas. Cuarón se fija en el personaje más débil, profundiza en su pasado, le hace comprender el dolor de lo que ha sufrido y le hace ver algo más allá de la inminente muerte que puede cambiarlo todo. El ser humano necesita fe en la vida y eso es lo que se plantea mediante la visión de la postal del santo o el buda en los diferentes restos de chatarra espacial.
Es el alma lo que hace de Gravity una buena película y no un mero compendio de imágenes sin ton ni son usando una fórmula repetitiva, deseando vender sin ser realmente un “alimento” para el intelecto o el goce del espectador. Gravity consigue recordarnos en muchos momentos que el cine es arte, algo que muchos querían hacer que olvidásemos con tal de quedarse con nuestra pasta.
¿Obra maestra? ¿Film de culto? Solo el tiempo y la gente podrá decirlo. Un servidor siente que ha visto algo muy grande pocas horas después de verla. Puede que la película sea muy rápida (aunque uno siente alivio de no toparse con una pedantería de tres horas y sí con la sinceridad de Cuarón). Puede que haya una ilusión, un fantasma, que parezca una especie de deus ex machina… Pero las sensaciones y todo lo que transmite Gravity nos hace que no estemos hablando de una película sino de una experiencia que vale la pena vivir.
Para el recuerdo los planos subjetivos y los planos secuencia de Cuarón, toda la historia y todo lo que compone Gravity, sobre todo con ese final donde nos levantamos y nos enfrentamos a nuestro destino.
Gravity de Alfonso Cuarón es la consagración de un director, una reivindicación de un género y una odisea humana, una odisea espacial, como decía Kubrick, como cantaba Bowie, como escribía Ray Bradbury.
Alfonso y Jonás Cuarón, los responsables del guion de Gravity, quizás leyeron esta obra para inspirarse en la odisea espacial que han tramado a partir de una historia sobre agonía, que nos recuerda a films como la injustamente olvidada El salario del miedo, donde sus personajes estaban al borde de la muerte y la oportunidad de escapar era casi imposible.
A partir de los astronautas convertidos en náufragos de ese océano infinito que es el sol, Alfonso Cuarón nos relata en realidad una historia de superación, de un personaje que debe aceptar su destino y superar su pasado, convirtiéndose en un espejo de lo que debe ser la humanidad: un héroe. Para ello tenemos a ese hacedor de historias que es Matt Kowalsky (George Clooney) y la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock, sobre la que recae el peso o la gravedad de toda la obra).
Hay un personaje más en la obra, además de las voces de la radio o la misma muerte con la que se encuentran de cara. ¿Quién? Ese espacio profundo y aterrador, plagado de estrellas y peligros. En él, unos humanos que son el culmen de su especie resultan ser lo más pequeño y aparentemente insignificante de la creación. Stone y Kowalsky se enfrentan a la adversidad de un lugar misterioso e indescriptible como es el universo, pero también se enfrentan a todo aquello que llevan dentro y a su lado más humano.
Y qué bien lo hace el director Alfonso Cuarón para contarnos estos. No solo a través de su cuidada fotografía que ya había demostrado en Harry Potter y el Prisionero de Azkaban o esa obra maestra que es Hijo de los hombres, sino también porque es el primer director de cine que me demuestra que el 3D puede servir para algo, que puede emocionar y ser parte del mensaje de la trama. Alfonso Cuarón recuerda que la técnica es importante, pero también el contenido, lo que realmente emociona: esas lágrimas que vuelan a la nada, por ejemplo.
Gravity resulta más emocionante por su vertiente humana en el uso del 3D que cualquier otra película que un servidor haya visto utilizando esta técnica. ¿Un ejemplo? Esa astronauta girando y asfixiándose en un espacio inmenso y terrible, pronto consigue transmitir su agonía al espectador.
Además, el 3D alcanza cotas impresionantes desde el inicio, cuando Cuarón se toma su tiempo presentándonos la magnificencia de la Tierra y a unos personajes enfrentándose a una auténtica odisea en el espacio. Cuarón no tarda en asustarnos cuando lo desea, lanzándonos fragmentos de satélites a la cara, nos recuerda lo poco que somos si nos asustamos y los grandes que llegamos a hacer si nos levantamos.
El director mexicano nos mete dentro del casco de astronauta y desde él vemos esa inmensidad (excelentes planos subjetivos) y sufrimos desde el comienzo porque sabemos que nada puede salir bien a menos que nos superemos a nosotros mismos. No es raro que el espectador se sienta como si hubiera viajado al espacio una vez ve desde dentro del cristal este hermoso y cruel universo, que no es más que un reflejo de nosotros mismos.
Si nos quedásemos con la excelente fotografía, los impactantes efectos especiales, el espectacular y dramático 3D o el sobresaliente sentido del sonido (los silencios, la música, la radio…), no estaríamos siendo justos con Gravity. Esta película es algo más: se convierte en una obra donde la soledad, el miedo y las ansias de superación juegan un papel determinante en diversas escenas. Cuarón se fija en el personaje más débil, profundiza en su pasado, le hace comprender el dolor de lo que ha sufrido y le hace ver algo más allá de la inminente muerte que puede cambiarlo todo. El ser humano necesita fe en la vida y eso es lo que se plantea mediante la visión de la postal del santo o el buda en los diferentes restos de chatarra espacial.
Es el alma lo que hace de Gravity una buena película y no un mero compendio de imágenes sin ton ni son usando una fórmula repetitiva, deseando vender sin ser realmente un “alimento” para el intelecto o el goce del espectador. Gravity consigue recordarnos en muchos momentos que el cine es arte, algo que muchos querían hacer que olvidásemos con tal de quedarse con nuestra pasta.
¿Obra maestra? ¿Film de culto? Solo el tiempo y la gente podrá decirlo. Un servidor siente que ha visto algo muy grande pocas horas después de verla. Puede que la película sea muy rápida (aunque uno siente alivio de no toparse con una pedantería de tres horas y sí con la sinceridad de Cuarón). Puede que haya una ilusión, un fantasma, que parezca una especie de deus ex machina… Pero las sensaciones y todo lo que transmite Gravity nos hace que no estemos hablando de una película sino de una experiencia que vale la pena vivir.
Para el recuerdo los planos subjetivos y los planos secuencia de Cuarón, toda la historia y todo lo que compone Gravity, sobre todo con ese final donde nos levantamos y nos enfrentamos a nuestro destino.
Gravity de Alfonso Cuarón es la consagración de un director, una reivindicación de un género y una odisea humana, una odisea espacial, como decía Kubrick, como cantaba Bowie, como escribía Ray Bradbury.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
- Cuarón no se olvida de que es un director y nos regala una de las imágenes más hermosa del cine y no es otra que esa mujer llegando a un lugar a salvo y recordándonos a un feto unido por el cordón umbilical a la nave, a la vida que representa.
- Una de las mejores escenas (si no la mejor) es cuando el personaje de Sandra Bullock consigue usar la radio y comunicarse con un hombre que ríe, con sus perros y su bebé, que canta una nana, que le recuerda al personaje de la mujer que hay vida.
-Otra escena para el recuerdo es ese dramático desenlace en que el ser humano aparece de entre las aguas como lo hicieron nuestros más antiguos antepasados. La doctora Ryan Stone queda en paz con su pasado, abraza la vida, y lo hace como seguramente lo hizo el primer mamífero que escapó de esas turbulentas aguas y se encontró con la inmensidad de la naturaleza, la belleza de las estrellas.
- Una de las mejores escenas (si no la mejor) es cuando el personaje de Sandra Bullock consigue usar la radio y comunicarse con un hombre que ríe, con sus perros y su bebé, que canta una nana, que le recuerda al personaje de la mujer que hay vida.
-Otra escena para el recuerdo es ese dramático desenlace en que el ser humano aparece de entre las aguas como lo hicieron nuestros más antiguos antepasados. La doctora Ryan Stone queda en paz con su pasado, abraza la vida, y lo hace como seguramente lo hizo el primer mamífero que escapó de esas turbulentas aguas y se encontró con la inmensidad de la naturaleza, la belleza de las estrellas.

6,6
39.710
3
15 de julio de 2013
15 de julio de 2013
41 de 73 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Segundas partes nunca fueron buenas”. Una frase que se puede rebatir usando como ejemplo Terminator 2, El Padrino 2, Las Dos Torres y muchas otras secuelas que son tan buenas como la original o la superan. Sin embargo, ahora que el mal de las secuelas, remakes y similares parece endémico de la industria del cine, Gru 2, mi villano favorito viene a defender que el “segundas partes nunca fueron buenas” sigue siendo admitido.
No hay nada nuevo en esta secuela, una historia precocinada sin ningún aliciente, mil veces vista, que se antoja como varios chistes (muchos sin la más mínima gracia) enlazados con un hilo argumental mínimo, casi improvisado sobre la marcha.
Su única “salvación” es la aparición de los minions, en una odisea que se hace demasiado larga y, sobre todo, demasiado vacía.
Gru, mi villano favorito es una de esas películas cuyo protagonista te cae mal mientras que los secundarios son soportables, su secuela eleva esto aún más. Menos si ves la versión en español y te tienes que aguantar un doblaje que te hace reivindicar a los actores de doblaje de verdad y no a algunos famosos que se meten en estos trabajos, por mucho que no sea su primera vez (no se nota que no lo sea).
Muchos defenderán su animación. Es muy correcta, nada innovadora. Se antoja más como un videojuego (escena de los disparos “de mermelada” me remito, ¡temblad Angry birds!) que como un film. Y es el mal de toda la obra: es una máquina de vender figuritas para McDonalds y cuyas aspiraciones artísticas son las mismas que bostezar: cero.
De esta manera, los directores Pierre Coffin y Chris Renaud entregan un producto solo apto para niños (y no estoy tan seguro de que ellos la disfruten), donde los chistes sobre pedos, caídas, repeticiones sin sentido, idioteces varias… parecen el punto fuerte de una propuesta que no lo es y donde algunos no reímos, sentimos vergüenza ajena en el hecho de que se haya producido algo así, mientras otras grandes historias esperan su turno o nunca salen porque “no son rentables”.
Entre gag y gag, los personajes acaban siendo guiñapos en 3D (esa estafa que para algunos salva las películas), que solo sirven para esa secuela de Los Minions ya anunciada, donde los estereotipos brillan y no precisamente por su ausencia (véase el Macho y todo lo relacionado con México, a la que se trata de una manera humillante).
Aparte de eso, motivación cero tanto para el héroe como el villano. Nadie sabe por qué el malo hace lo que hace, nadie sabe por qué el bueno decide meterse en esta aventura aunque por el camino intenten humanizarlo con el temor a que una de sus hijas se eche novio o que otra le pida una esposa (se ve que la idea de un padre soltero, no cuaja). Más que nada, porque es el camino existencial de Shreck: se le humaniza, se echa novia, se casa, tiene hijos. Moviendo un poco los factores, pero lo mismo.
Somos muchos los que pensamos que se puede hacer cine de animación adulto, pero esa no es mi prerrogativa aquí. Lo que me gustaría es un cine para todos los públicos que no sea solo para pequeñajos y los pequeñajos suelen ser un público exigente, pero los productores deciden tomarlos como idiotas, a ellos y a todo el público.
Hace un par de años, teníamos películas como El Rey León o incluso Up!, ahora tenemos cosas como Gru, mi villano favorito (que tira por lo más barribajero) y una Brave de Pixar que se queda a medio gas (paisajes bonitos, historia para olvidar). Nos queda Aardman y sus ¡Piratas! como señal de que no todo va mal… pero va así en los círculos más poderosos. Por suerte, las auténticas joyas acabarán saliendo lejos de ellos, como el durísimo y lacrimógeno cortometraje de animación Dog de Suzie Templeton.
Recalcar que no es ir a ver Gru 2, mi villano favorito con muchas expectativas, es ir a ver esta película y esperar que no traten al público como si fuera un idiota.
La moraleja de Gru 2, mi villano favorito es “hazte una familia”, no vayas a restaurante mexicanos (supongo) y huye del cine de animación estadounidense de este estilo.
Seguramente, el cementerio de neuronas no tenga que extenderse mucho más de lo que ya se ha extendido.
No hay nada nuevo en esta secuela, una historia precocinada sin ningún aliciente, mil veces vista, que se antoja como varios chistes (muchos sin la más mínima gracia) enlazados con un hilo argumental mínimo, casi improvisado sobre la marcha.
Su única “salvación” es la aparición de los minions, en una odisea que se hace demasiado larga y, sobre todo, demasiado vacía.
Gru, mi villano favorito es una de esas películas cuyo protagonista te cae mal mientras que los secundarios son soportables, su secuela eleva esto aún más. Menos si ves la versión en español y te tienes que aguantar un doblaje que te hace reivindicar a los actores de doblaje de verdad y no a algunos famosos que se meten en estos trabajos, por mucho que no sea su primera vez (no se nota que no lo sea).
Muchos defenderán su animación. Es muy correcta, nada innovadora. Se antoja más como un videojuego (escena de los disparos “de mermelada” me remito, ¡temblad Angry birds!) que como un film. Y es el mal de toda la obra: es una máquina de vender figuritas para McDonalds y cuyas aspiraciones artísticas son las mismas que bostezar: cero.
De esta manera, los directores Pierre Coffin y Chris Renaud entregan un producto solo apto para niños (y no estoy tan seguro de que ellos la disfruten), donde los chistes sobre pedos, caídas, repeticiones sin sentido, idioteces varias… parecen el punto fuerte de una propuesta que no lo es y donde algunos no reímos, sentimos vergüenza ajena en el hecho de que se haya producido algo así, mientras otras grandes historias esperan su turno o nunca salen porque “no son rentables”.
Entre gag y gag, los personajes acaban siendo guiñapos en 3D (esa estafa que para algunos salva las películas), que solo sirven para esa secuela de Los Minions ya anunciada, donde los estereotipos brillan y no precisamente por su ausencia (véase el Macho y todo lo relacionado con México, a la que se trata de una manera humillante).
Aparte de eso, motivación cero tanto para el héroe como el villano. Nadie sabe por qué el malo hace lo que hace, nadie sabe por qué el bueno decide meterse en esta aventura aunque por el camino intenten humanizarlo con el temor a que una de sus hijas se eche novio o que otra le pida una esposa (se ve que la idea de un padre soltero, no cuaja). Más que nada, porque es el camino existencial de Shreck: se le humaniza, se echa novia, se casa, tiene hijos. Moviendo un poco los factores, pero lo mismo.
Somos muchos los que pensamos que se puede hacer cine de animación adulto, pero esa no es mi prerrogativa aquí. Lo que me gustaría es un cine para todos los públicos que no sea solo para pequeñajos y los pequeñajos suelen ser un público exigente, pero los productores deciden tomarlos como idiotas, a ellos y a todo el público.
Hace un par de años, teníamos películas como El Rey León o incluso Up!, ahora tenemos cosas como Gru, mi villano favorito (que tira por lo más barribajero) y una Brave de Pixar que se queda a medio gas (paisajes bonitos, historia para olvidar). Nos queda Aardman y sus ¡Piratas! como señal de que no todo va mal… pero va así en los círculos más poderosos. Por suerte, las auténticas joyas acabarán saliendo lejos de ellos, como el durísimo y lacrimógeno cortometraje de animación Dog de Suzie Templeton.
Recalcar que no es ir a ver Gru 2, mi villano favorito con muchas expectativas, es ir a ver esta película y esperar que no traten al público como si fuera un idiota.
La moraleja de Gru 2, mi villano favorito es “hazte una familia”, no vayas a restaurante mexicanos (supongo) y huye del cine de animación estadounidense de este estilo.
Seguramente, el cementerio de neuronas no tenga que extenderse mucho más de lo que ya se ha extendido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Por nombrar Terminator 2, El Padrino 2 y Las Dos Torres en una crítica de Gru 2, se confirma que me será aplicada una condena a la Zona Fantasma o similar.
6
26 de julio de 2013
26 de julio de 2013
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los celos entre hermanos no son buenos, pero cuando tu madre se dedica al tráfico de drogas y tu hermano mayor es un auténtico cabronazo, la cosa va aún a peor. Nicolas Winding Refn nos propone esto y una espiral de violencia a lo largo de los noventa minutos que dura Only God forgives.
Rápidamente, la película establece sus virtudes y sus defectos. Por un lado, tenemos a un Refn preciosista, que bebe mucho (por no decir, se emborracha) del cine oriental. Le acompaña la música de Cliff Martínez, consiguiendo transmitir agonía o espiritualidad.
Luego, se establece el detonante la historia de un hermano mayor Billy (Tom Burke), que viola y mata a una prostituta menor de edad, y un hermano menor Julian, que es obligado a vengarse mientras que por medio está su madre Crystal (un diabólica y a la vez shakesperiana Crystal), un policía fan de la katana y el karaoke Chang (Vithaya Pansringarm) y la hermosa prostituta Mai (Yayaying Rhatha Phongam).
En resumen: tenemos algo estéticamente muy bonito (capaz de crear inquietud, cuando imita a Kubrick y sus pasillos, o a David Lynch), pero más vacío en cuanto a guion pese a que beba de las tragedias clásicas como Edipo e incluso en cuanto a metáforas visuales; con unos actores empeñados en no transmitir ninguna emoción en sus caras, aunque se las hinchen a moratones (especialmente un lacónico Ryan Gosling -con poco más de veinte líneas-, que sustituyó a Luke Evans, y que ya había vivido el éxito con Refn gracias a Drive).
Hay que saber que Refn es un experto en hacer trascendentales tramas de acción que en manos de otro director serían películas normales y corrientes o bodrios. Por ejemplo, si a Drive le quitamos su dirección y muchas de sus decisiones, tenemos una especie de A todo gas. En este caso, en Only god forgives, la trama da para lo que da, pero pronto empiezan los desvaríos de Refn y no es raro que el film esté dedicado a Alejandro Jodorowski (al que ya le dedicó Drive). Una virtud dependiendo del espectador.
En cuanto a la polémica sobre la violencia que hubo en algunos festivales, parece que el público desconoce la trayectoria de Nicolas Winding y las fuentes que toma como suyas (el caso del cine coreano, donde nadie suele salir indemne, ni siquiera el espectador). El exceso de violencia no es el mayor problema del film.
La duración, la falta de profundización en algunos momentos, la frialdad en otros, la ausencia de intensidad, el contraste de algunos momentos (el karaoke chirría)… Esos son los problemas que lastran, en realidad, Only god forgives.
Sea como sea, Only god forgives y Nicholas Refn deberá ahora aprender una importante lección: solo el espectador perdona y será el que decida el devenir de este film. Que los dioses del séptimo arte, los espectadores, decidan.
Rápidamente, la película establece sus virtudes y sus defectos. Por un lado, tenemos a un Refn preciosista, que bebe mucho (por no decir, se emborracha) del cine oriental. Le acompaña la música de Cliff Martínez, consiguiendo transmitir agonía o espiritualidad.
Luego, se establece el detonante la historia de un hermano mayor Billy (Tom Burke), que viola y mata a una prostituta menor de edad, y un hermano menor Julian, que es obligado a vengarse mientras que por medio está su madre Crystal (un diabólica y a la vez shakesperiana Crystal), un policía fan de la katana y el karaoke Chang (Vithaya Pansringarm) y la hermosa prostituta Mai (Yayaying Rhatha Phongam).
En resumen: tenemos algo estéticamente muy bonito (capaz de crear inquietud, cuando imita a Kubrick y sus pasillos, o a David Lynch), pero más vacío en cuanto a guion pese a que beba de las tragedias clásicas como Edipo e incluso en cuanto a metáforas visuales; con unos actores empeñados en no transmitir ninguna emoción en sus caras, aunque se las hinchen a moratones (especialmente un lacónico Ryan Gosling -con poco más de veinte líneas-, que sustituyó a Luke Evans, y que ya había vivido el éxito con Refn gracias a Drive).
Hay que saber que Refn es un experto en hacer trascendentales tramas de acción que en manos de otro director serían películas normales y corrientes o bodrios. Por ejemplo, si a Drive le quitamos su dirección y muchas de sus decisiones, tenemos una especie de A todo gas. En este caso, en Only god forgives, la trama da para lo que da, pero pronto empiezan los desvaríos de Refn y no es raro que el film esté dedicado a Alejandro Jodorowski (al que ya le dedicó Drive). Una virtud dependiendo del espectador.
En cuanto a la polémica sobre la violencia que hubo en algunos festivales, parece que el público desconoce la trayectoria de Nicolas Winding y las fuentes que toma como suyas (el caso del cine coreano, donde nadie suele salir indemne, ni siquiera el espectador). El exceso de violencia no es el mayor problema del film.
La duración, la falta de profundización en algunos momentos, la frialdad en otros, la ausencia de intensidad, el contraste de algunos momentos (el karaoke chirría)… Esos son los problemas que lastran, en realidad, Only god forgives.
Sea como sea, Only god forgives y Nicholas Refn deberá ahora aprender una importante lección: solo el espectador perdona y será el que decida el devenir de este film. Que los dioses del séptimo arte, los espectadores, decidan.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La mejor metáfora de la película (aunque reñida con la parte del útero) es la aparición de ese personaje vengativo, ese policía de eterna espada, aficionado a los karaokes (algo casi divino para la gente de Tailandia, según Refn): Chang, encarnado por Vithaya Pansringarm.
¿Cuál es la metáfora? Simplemente, él es dios, cruel y justiciero, del que nadie se puede vengar y el que es el único que perdona al final al personaje de Gosling.
Título un poco spoiler el del film, ¿no?
¿Cuál es la metáfora? Simplemente, él es dios, cruel y justiciero, del que nadie se puede vengar y el que es el único que perdona al final al personaje de Gosling.
Título un poco spoiler el del film, ¿no?

6,4
46.616
8
24 de enero de 2018
24 de enero de 2018
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Decían que a King Kong lo mató la belleza y hay mucha en The Shape of Water. Guillermo del Toro lo sabe; es un artista, un contador de historias, con un universo propio muy particular que ha logrado a lo largo de su carrera concebir maravillas como Cronos, El Laberinto del Fauno, Hellboy 2... por solo citar algunas de sus obras. Ahora, goza del reconocimiento por su película más reciente: The Shape of Water (La forma del agua).
Si El Laberinto del Fauno era, entre otras cosas, un homenaje a los cuentos de hadas más oscuros y a todo ese imaginario del que siempre ha bebido el cine de Guillermo del Toro, en The Shape of Water nos encontramos un drama fantástico que homenajea a la Bella y la Bestia, pero también a King Kong, La criatura de la Laguna Negra (tan bien titulada en España como La mujer y el monstruo, si la comparamos con la cinta de del Toro)... Y resulta ser un film interesante, lleno de poesía desde su inicio hasta su final y que vaga por varios espacios comunes de la filmografía de Guillermo del Toro, transformándose en una especie de "grandes éxitos" del creador mexicano.
En sus anteriores películas, Guillermo del Toro ya había sido capaz de mezclar elementos del mundo fantástico con el real (si es que no son el mismo) y aquí lo vuelve a hacer bajo el marco de la guerra fría. Los protagonistas de The Shape of Water son humanos: son chicas de la limpieza, un ilustrador homosexual, un científico soviético, un jefe de seguridad horripilante... Y todos son plasmados con cierta dosis de esa capacidad mágica de del Toro para plantear a los personajes. No hay muchas heroínas como Elisa (estupenda Sally Hawkins), la muda de esta cinta; no hay muchos villanos tan perturbadores como el Richard Strickland de Shannon... Un espacio merecido también para reconocer el trabajo de Doug Jones como la criatura. No solo el maquillaje y el diseño (una mezcla este la criatura de la Laguna Negra y Abe Sapien), es perfecto, sino que el propio Jones llena de humanidad a este ser surgido de las profundidades. Se habla mucho de reconocer el trabajo de captura de movimiento de Andy Serkis (y lo merece sin duda), pero también deberíamos hablar de Jones.
La historia se ve realzada por la fotografía y la plasmación de unos años sesenta entre lo idílico y lo sombrío, con excelentes momentos como ese monstruo que se queda viendo la enorme pantalla de cine y bien podría ser el resumen de la filmografía de Guillermo del Toro. Y esa fuerza se consigue en parte gracias a la melancólica banda sonora del compositor Alexandre Desplat.
Si El Laberinto del Fauno era, entre otras cosas, un homenaje a los cuentos de hadas más oscuros y a todo ese imaginario del que siempre ha bebido el cine de Guillermo del Toro, en The Shape of Water nos encontramos un drama fantástico que homenajea a la Bella y la Bestia, pero también a King Kong, La criatura de la Laguna Negra (tan bien titulada en España como La mujer y el monstruo, si la comparamos con la cinta de del Toro)... Y resulta ser un film interesante, lleno de poesía desde su inicio hasta su final y que vaga por varios espacios comunes de la filmografía de Guillermo del Toro, transformándose en una especie de "grandes éxitos" del creador mexicano.
En sus anteriores películas, Guillermo del Toro ya había sido capaz de mezclar elementos del mundo fantástico con el real (si es que no son el mismo) y aquí lo vuelve a hacer bajo el marco de la guerra fría. Los protagonistas de The Shape of Water son humanos: son chicas de la limpieza, un ilustrador homosexual, un científico soviético, un jefe de seguridad horripilante... Y todos son plasmados con cierta dosis de esa capacidad mágica de del Toro para plantear a los personajes. No hay muchas heroínas como Elisa (estupenda Sally Hawkins), la muda de esta cinta; no hay muchos villanos tan perturbadores como el Richard Strickland de Shannon... Un espacio merecido también para reconocer el trabajo de Doug Jones como la criatura. No solo el maquillaje y el diseño (una mezcla este la criatura de la Laguna Negra y Abe Sapien), es perfecto, sino que el propio Jones llena de humanidad a este ser surgido de las profundidades. Se habla mucho de reconocer el trabajo de captura de movimiento de Andy Serkis (y lo merece sin duda), pero también deberíamos hablar de Jones.
La historia se ve realzada por la fotografía y la plasmación de unos años sesenta entre lo idílico y lo sombrío, con excelentes momentos como ese monstruo que se queda viendo la enorme pantalla de cine y bien podría ser el resumen de la filmografía de Guillermo del Toro. Y esa fuerza se consigue en parte gracias a la melancólica banda sonora del compositor Alexandre Desplat.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Puede que The Shape of Water no sorprenda a aquellos que ya conocemos el trabajo del director mexicano, pero siempre hay distintos matices, lecturas y disfrutes en cada una de sus películas que nos hacen desear volver a zambullirnos en ellas, incluida esta. Cualquier que se fije, puede hallar ese miedo al otro, tan imperante en nuestra sociedad actual, ese deseo de destruir lo mágico, lo misterioso y lo bello, como ya nos contaba del Toro en Hellboy 2. Al final, el film es la celebración de la diferencia, del no tener que ser igual que los demás, de amar aquello que nos hace felices sin importar lo que digan o dejen de decir, lo que hagan o dejen de hacer, los demás.
Al final, nos queda claro que la belleza puede matar a King Kong, pero bien vale morir por ella, como aprendemos a través de La forma del agua. Bien vale morir por ella, aunque sea en las profundidades del mundo de agua.
Publicada originalmente en: https://goo.gl/JFWeoq
Al final, nos queda claro que la belleza puede matar a King Kong, pero bien vale morir por ella, como aprendemos a través de La forma del agua. Bien vale morir por ella, aunque sea en las profundidades del mundo de agua.
Publicada originalmente en: https://goo.gl/JFWeoq
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